leagueTop6

En cuanto los agentes pasaron ante su escondite, Syn la hizo ponerse en pie y dirigirse en dirección opuesta al muelle.

Shahara estaba horrorizada.

—¿Qué haces? Necesitamos el caza.

Él miró hacia atrás, por donde habían desaparecido los hombres, y negó con la cabeza.

—No, hoy no.

—Entonces, ¿cómo vamos a salir de aquí?

Syn sonrió de una manera que le produjo escalofríos.

—Saldremos de aquí a mi manera.

—Pero ¿qué pasa con Kasen? Aún sigue en mi casa. —Quiso volver para ayudar a su hermana, pero él la agarraba con mano de acero.

—Vuelve allí y desearás que te traten tan bien como a mí. Kasen puede arreglárselas sola. Confía en mí, la he visto salir de peores situaciones. Y te prometo que nunca dejaré que nadie le haga daño. Caillen me machacaría si lo hiciera. No le pasará nada. En cambio, a nosotros, nos convertirán en comida para perros si nos ven.

Syn estaba decididamente loco, se dijo Shahara mientras él la guiaba por la calle, alejándose del muelle. Si no, ¿cómo podía estar tan tranquilo mientras la gente que lo quería ver muerto y lo había machacado hasta casi matarlo estaba a sólo unos metros?

Y, pensándolo bien, ¿cómo era capaz de moverse después de la paliza que había recibido? Cojeaba, pero si alguien lo viera al pasar, no notaría todo el daño que le habían hecho.

—¿Hay algo que no puedas soportar?

—Sí, a las mujeres que me entregan a mis enemigos.

—Ja, ja.

Con la misma indiferencia de cualquier peatón, se detuvo en la esquina y paró un transporte. El coche electrónico se acercó al bordillo y abrió la puerta con un zumbido. Syn echó una última mirada a los agentes antes de entrar y tirar de ella tras sí.

Shahara no podía creer que no los hubieran visto.

Era evidente que él tenía tanta práctica haciendo eso como para saber que podían huir.

Shahara se sentó sobre el suave asiento lila; soltó un suspiro de alivio cuando la puerta se cerró tras ellos y estuvo segura de que los agentes ya no podrían verlos.

Syn la miró.

—¿Tienes dinero?

—Un par de créditos… —Hizo una mueca al darse cuenta que, con las prisas, se había dejado la cartera—… en casa.

La impaciencia de él era casi tangible. Con una mirada que la clavó en el asiento, abrió el panel de pago con las uñas, dejando al descubierto los circuitos y comenzó a unir cables.

—¿Qué estás haciendo?

—Soy un ladrón, ¿recuerdas? —le contestó con el suficiente veneno en la voz como para tumbar a un elefante de treinta toneladas—. Estoy alterando la entrada de datos para hacerle creer que he pagado.

—¿Puedes hacer eso?

Como respuesta, el vehículo comenzó a moverse con una sacudida. La velocidad a la que Syn lo había logrado era incluso mayor que la de una tarjeta normal.

—Ya veo que sí puedes.

Él tecleó una dirección y luego se retiró al fondo del vehículo.

Al mirarlo, Shahara se dio cuenta de lo mucho que, en su debilitado estado, se estaba resintiendo de su pequeño paseo.

—Quizá deberíamos ir a ver a tu médico, ¿no?

Syn le contestó con un bufido desdeñoso.

—Necesitas que alguien te vea esas heridas.

—Lo que necesito es que alguien me mire la cabeza —replicó, sarcástico—. Debería haberte atado y dejado para que te torturaran los rits. Tienes suerte de que yo sea más humano que todo eso.

—Ya he dicho que lo lamento.

—Bueno, pues lamentarlo no es suficiente, nena. Al menos, no en mi barrio.

Shahara se puso furiosa.

—No me llames nena —le soltó. Hacía que se le erizara la piel—. Y ahora, ¿por qué no paras este trasto y me dejas bajar? Estoy segura de que podré cuidar de mi misma.

Su risa burlona le resonó en los oídos.

—Contra un rastreador ritadario, no durarías ni diez minutos o incluso con algunos de tus amigos rastreadores corrientes.

Ella se quedó boquiabierta de indignación.

—Perdona, pero he estado en algunos de los peores lugares de la galaxia para atrapar a mis objetivos. Y nunca he ido tras alguien y he fallado. Nunca.

—Sí, pero nunca te han perseguido. Es mucho más difícil ser la presa que el depredador. Esconderse de las autoridades requiere ciertas habilidades de las que tú careces. Un error y ya estás muerta o capturada.

Hizo un gesto con la cabeza indicando la calle.

—¿Tienes idea de cuántos monitores nos han seguido desde tu piso a este vehículo? ¿Crees que no van a revisarlos dentro de unos minutos y averiguar dónde nos hemos metido? Lo único que nos salva es que la dirección que acabo de teclear no aparecerá en sus registros si los comprueban; aparecerá una falsa. Porque sí, soy muy bueno. Y tenemos suerte de que no tengan satélites controlando esta zona o ya estaríamos bien jodidos. Pero tú no sabes nada de satélites de rastreo, o de enlaces déjà vu, o de códigos fantasmas, porque nunca has tenido que usarlos. Y ahora, si no te importa, me voy a sentar aquí con mis doloridos pies y sufrir en silencio hasta que lleguemos a nuestro destino.

Maldita fuera, tenía razón. Ella siempre había actuado abiertamente; como lo demostraba que hubiese usado su nombre real en las órdenes de traslado. Nunca se le habían dado bien los subterfugios. Actuar de forma sigilosa, tal vez, pero nunca operaciones de incógnito de larga duración. No sabía nada sobre ocultarse, o sobre lugares a los que acudir en busca de refugio.

¿Qué iba a hacer?

¿Cómo iba a poder cumplir su misión y salir indemne? Si los imbéciles de los agentes no la mataban por error, seguramente lo haría Syn. Sobre todo, si llegaba a descubrir la verdad y de qué lado estaba ella.

«Oh, Dios, soy una criminal buscada…».

No iba a poder regresar a su casa hasta que todo aquello hubiera terminado y tuviera el chip en sus manos. Ni siquiera podía acercarse a su familia sin ponerlos en peligro.

Lo sabía cuando se metió en eso, pero la realidad era un asunto totalmente distinto.

Si la atrapaban, iría a la cárcel.

«Con los criminales que he metido allí».

Durante todo un minuto, fue incapaz de respirar mientras asimilaba todo eso. Maldito fuera su estúpido sentido de la justicia. Nunca debería haber permitido que Traysen la convenciera. No había cantidad de dinero por la que valiera la pena perder la libertad o la vida.

¿Qué le ocurriría a su familia si ella faltaba?

Miró a su maleducado compañero. Syn sabía qué hacer. Había estado huyendo desde que era un niño.

Pero ¿seguiría ayudándola?

«No si sospecha de ti…».

Quizá no fuera la bestia que decía en la hoja del rescate. Tal vez era lo suficientemente amigo de Caillen como para cuidarla a ella en nombre de esa amistad. Se aferró a esa pequeña esperanza y se volvió para mirarlo.

—Ya que estamos juntos en este lío, ¿te importaría explicarme por qué eres tan importante para los rits?

Él abrió los ojos y alzó una inquisitiva ceja.

Al ver que no contestaba, Shahara lo intentó de nuevo.

—Vamos, Syn, no nací ayer. Sé que los gobiernos no dedican tal cantidad de energía para capturar a un ladrón corriente, ni siquiera a un asesino. Ni tampoco hacen papilla a golpes a los detenidos de forma rutinaria. Te ha interrogado muy en serio alguien que sabía exactamente cómo hacerte sufrir al máximo, al mismo tiempo que te mantenía vivo y capaz de hablar. En este asunto hay mucho más de lo que parece y te buscan por algo muy concreto e importante. ¿Qué es?

Él soltó un profundo suspiro.

—Sí, hay mucho más que eso.

Ella esperó.

Al ver que se negaba a decir nada más, le dio un empujón en las costillas.

Syn siseó y le propinó un manotazo en la mano, no tan fuerte como para hacerle daño. Luego hizo una mueca de dolor, porque sus propios gestos le habían causado más sufrimiento. La miró rabioso antes de decir nada.

—¿De verdad quieres saberlo?

—Sí.

Con otro profundo suspiro, se pasó la mano por la incipiente barba y Shahara observó el movimiento de los fuertes tendones bajo la amoratada piel.

—Cuando tenía catorce años, robé información para un candidato político en Ritadaria. Lo que buscaba era bastante rutinario, sólo trapos sucios de su oponente y su partido. Yo iba alegremente grabando y escaneando chips privados de sus oficinas cuando, por casualidad, me topé con el diario personal de Merjack.

—¿El ministro de justicia?

—No, su hijo, que más tarde llegaría a presidente. —Calló un instante—. Lo que descubrí fue que el ministro y él eran los responsables de la muerte del presidente Fretangh.

Ella ahogó un grito.

—¿Lo mataron?

—Por así decirlo. En aquellos días, el ministro sólo era el ayudante de alcaide de nuestra divertida prisión. Soltó a uno de los asesinos para que lo hiciera y cuando este hubo matado al presidente, el hijo de Merjack lo mató a su vez para que no hablara.

Shahara frunció el cejo al oír esa historia tan rara.

—Me parece mucho esfuerzo. ¿Por qué no mataron ellos mismos al presidente?

—Necesitaban una coartada perfecta. ¿Cuál mejor que estar junto al presidente cuando lo asesinaran, mientras la mayor agencia de noticias existente cubre todo lo que ocurre? Lo único que el asesino tenía que hacer era gritar un eslogan político contra Fretangh mientras lo mataba y todos supondrían que nuestros amigos no habían tenido nada que ver. No se abrió ninguna investigación, ya que todo el mundo vio claramente que era un fanático psicópata quien se había llevado por delante al presidente. Además, nadie pensó nada raro del héroe que acabó matando al fanático al tratar de detenerlo. Pero, irónicamente, al matar al hombre al que había contratado para asesinar a Fretangh y así cubrir sus huellas, Jonas Merjack pudo asegurarse para sí la presidencia. La prueba palpable de que no hay justicia en este mundo.

Shahara digirió lentamente esa información. Aquello sí que era una noticia y contribuía a explicar por qué Merjack había tratado así a Syn.

Pero claro, este podía estar mintiendo. Los ladrones tenían la fea costumbre de hacerlo cuando les interesaba.

—¿Y tienes el chip que prueba todo eso?

—Lo tenía.

Ella lo miró incrédula.

—¿Qué quieres decir con que lo tenías? ¿Cómo podrías perder de vista algo como eso?

Él la miró con curiosidad.

—Fue hace mucho tiempo y yo era un niño asustado. Merjack tenía un sistema de seguridad en el diario que no descubrí hasta que fue demasiado tarde. Estaban a punto de encontrarme y escondí el chip sólo un momento antes de que me atraparan.

—¿Y por qué se esforzarían tanto en ocultar sus acciones y luego ponerlas en una prueba sólida para que cualquiera la encuentre?

Syn se encogió de hombros.

—¿Por qué hace la gente lo que hace? Ya hace mucho tiempo que renuncié a entender la estupidez o la arrogancia de las personas. Tal vez estuviera tan orgulloso de haberlo hecho que tenía que contarlo y, como no se atrevía a decírselo a nadie, se lo contó a la grabadora. No lo sé… Lo único que sé es que es su voz y su confesión.

Shahara no estaba tan segura. Todo aquello era un poco exagerado para creérselo.

—¿Qué edad has dicho que tenías? ¿Catorce años?

Él asintió.

—¿De verdad quieres que me crea que un candidato político serio iba a confiarle algo tan importante como conseguir los secretos de campaña a un simple niño?

La expresión de Syn se volvió hermética.

—Me importa un bledo lo que creas.

Ella lo miró con ironía.

—Realmente eres peligroso. Casi te he creído.

—Pues deberías hacerlo, porque es la verdad.

«Sí, Claro».

—Dudo de que tú reconocieras la verdad aunque la tuvieras delante de las narices.

Syn la miró con frialdad.

—¿Y qué te hace estar tan segura de que miento?

—Porque yo me quedé huérfana a los dieciséis y sé que la gente no contrata a los niños para hacer nada. A esa edad, el mejor trabajo que encontré fue para fregar suelos.

Él soltó un resoplido burlón.

—Lo hacen cuando es algo muy ilegal y saben que te ha enseñado el mejor de los mejores.

—¿Y quién te enseñó a ti? ¿Idirian Wade? —le preguntó sarcástica, echando mano del nombre del criminal más famoso que había existido nunca.

Él la miró frío como el acero.

—Sí.

Sorprendida, Shahara le sostuvo la mirada. Bueno, eso sí que era un dato que habían omitido tanto en la hoja de la recompensa como en el contrato.

¿Podía ser cierto?

Sin duda, debía de estar mintiendo.

Pero de no ser así, eso lo hacía aún más peligroso, porque cualquiera que hubiera estado con Wade había estado con el propio demonio.

Syn estaba tan serio que, o bien era un mentiroso consumado, o bien estaba diciendo la verdad.

¿Qué sería? Su historia era demasiado exagerada para creerla.

—¿Y por qué te iba a enseñar Wade? ¿Sobre todo siendo un niño? No era conocido por tener socios o por dejarlos vivir si alguno cometía el error de pensar que no lo desollaría. Literalmente.

La mirada de Syn era puro hielo.

—¿Tú qué crees?

Ella se encogió de hombros.

—No se me ocurre por qué un criminal como él podría sentir ningún interés por un mocoso.

Él puso los ojos en blanco.

—Vamos, seax, no eres tan torpe ni tan tonta. Tu padre era uno de los mayores contrabandistas que han existido y ¿cuál fue la primera lección que le enseñó a tu hermano?

—¿Cómo…? —Se calló de golpe cuando finalmente lo entendió—. ¿Me estás diciendo que Wade era tu padre?

Él le hizo un sarcástico saludo militar.

—Te has ganado la galletita.

Shahara no podía respirar mientras asimilaba sus palabras. Dios santo, ¿estaba sentada junto a un hombre que descendía del criminal más psicópata que jamás había existido? Alguien famoso por haber matado a cientos, si no a miles, de personas, hombres, mujeres y niños. Y no sólo mataba a sus víctimas, sus socios y sus amigos, también los torturaba y los mutilaba.

Incluso se había comido alguno de los cuerpos.

Wade era un hombre tan malo que, incluso décadas después de su muerte, décadas después de que sus cenizas se hubieran tirado al espacio y cualquier posible rastro de cualquier cosa que pudiera contener un mínimo pelo de él o una célula de su piel hubiera sido destruido, a los gobiernos aún les aterrorizaba que alguien pudiera emplear su ADN para recrearlo.

Y ella estaba sentada junto al hijo que ese hombre había entrenado…

Por un momento, pensó que iba a vomitar.

Syn se tensó cuando vio en sus ojos la expresión que más odiaba. La que decía que él contaminaba el aire con la suciedad de su pasado; que si el vehículo no estuviera en marcha, ella saldría corriendo para alejarse. Y no por nada que él hubiera hecho, sino porque había tenido la mala suerte de ser el hijo de un animal psicópata.

Aunque sólo fuera una vez, ¿no podría alguien sorprenderlo y separar la verdad de sus miedos? Sólo Nykyrian había aceptado que su relación genética con un loco no lo había corrompido.

«¿Y qué esperabas?».

Nada, en realidad. Era la misma reacción que había tenido Kiara Zamir. Pero lo que más le fastidiaba era saber que si de verdad fuera como su padre, los habría despedazado sólo por esas miradas y se hubiera quedado los ojos como trofeos.

Eso si no se los comía.

Asqueado, apartó la vista.

Shahara se quedó inmóvil mientras trataba de aceptar que estaba sentada junto a la semilla del diablo. No era raro que fuera bueno en lo que hacía. Su padre había esquivado a la justicia durante décadas. Los que más se habían acercado a Wade, habían aparecido destripados, desollados y clavados a la pared, como advertencia para cualquiera que soñara con atraparlo.

Lo cierto era que nunca lo hubieran detenido si alguien no…

Shahara se humedeció los labios cuando un destello de esperanza le dijo que tal vez Syn no fuera tan corrupto como su padre.

—Fuiste tú quien lo delató, ¿verdad?

Él se encogió ante esa pregunta que sólo otra persona le había hecho antes. Nadie excepto Nykyrian lo había supuesto nunca.

Estuvo a punto de mentir, pero ¿para qué molestarse? No la iba a hacer cambiar de opinión sobre él.

—Sí.

—¿Por qué?

—En ese momento me pareció una buena idea.

Si hubiera sabido lo que le iba a caer encima, quizá lo hubiera pensado dos veces. Pero en aquel momento deseaba tanto escapar de la brutalidad de su padre…

Había tenido el absurdo sueño de que las autoridades lo dejasen con una familia que lo llevara a la escuela como a un niño normal, con la que viviría una vida como cualquiera.

Incluso a los diez años debería haber sabido que no iba a ser así. Ya había visto lo suficiente de la parte oscura de la naturaleza humana… pero el niño que era había sido lo suficientemente tonto como para creer en finales felices y arcoíris.

—¿Y cuánto te pagaron para que lo traicionaras?

Le encantó la forma en que formuló la pregunta. Como si hubiera traicionado a un padre que lo único que había hecho por él había sido hacerlo sufrir. Sí, le había proporcionado valiosos conocimientos criminales que le habían servido mucho durante los años, pero ese beneficio estaba más que compensado por el resto del daño que el muy cabrón le había infligido física y mentalmente.

—Era un niño, Shahara. No me dieron una mierda. Era mi deber cívico.

Casi se atragantó al repetir las palabras que el Supervisor le había dicho justo antes de esposarlo y enviarlo a la cárcel.

—Entonces, ¿por qué lo hiciste?

Para vengarse de la muerte de su hermana. No había sido lo bastante mayor o duro para matar a su padre personalmente, así que dejó que las autoridades lo hicieran por él.

Pero eso era algo que nunca admitía. Al final, él también tuvo lo que se merecía.

Ninguna buena acción queda sin castigo.

«Volveré a buscarte, pequeño cabrón. Y, cuando lo haga, sufrirás como nadie ha sufrido nunca… Que los dioses me ayuden. Debería haber dejado que tu madre te ahogara cuando naciste. ¿Ves adónde te conduce la compasión? Una semilla bastarda que te traiciona y te lleva a la tumba. Que los dioses te hagan sufrir todos los días de tu vida y que cada uno sea más doloroso que el anterior».

Esas habían sido las últimas palabras que su padre le había dicho. Hasta ese día no habían dejado de alegrar su ennegrecido corazón.

Demostraban la máxima por la que Syn se había regido desde entonces: todo el mundo traiciona.

Él había vendido a su padre y su hijo le había dado la espalda. E igual que él había hecho con su despreciable progenitor, Paden llamaba a las autoridades siempre que él trataba de visitarlo.

Verdadera justicia poética.

—Syn —insistió ella con paciencia—, ¿por qué entregaste a tu padre?

—Ya te lo he dicho. En aquel momento me pareció una buena idea.

Shahara negó con la cabeza, incapaz de aceptar eso. Le ocultaba algo, pero era evidente que no confiaba en ella. ¿Y por qué iba a hacerlo? No es que se hubiese comportado de una forma muy honesta con él.

Así que cambió de tema y se centró en otro menos sensible, hacia la única cosa que le podía salvar la vida.

—Muy bien. Supongamos que me estás diciendo la verdad. ¿Por qué los Merjack no te mataron? Si eres la única persona con vida que sabe lo que hicieron, ¿por qué se arriesgan a que le cuentes a alguien esa historia?

—Porque no pudieron encontrar el chip. Es el único motivo por el que no me han matado… aún. Después de todo, ¿quién va a creerme? ¿A un mentiroso presidiario de mierda, con un padre cuyo recuerdo aún hace que asesinos expertos se meen en los pantalones?

Confusa, Shahara trató de encontrarle sentido a todo aquello.

—No lo entiendo. Contigo muerto, ¿qué puede importar dónde esté el chip?

—Cualquiera podría encontrarlo y denunciarlos —contestó Syn como si le estuviera hablando a un niño pequeño—. Lo cierto es que me sorprende que nadie haya dado todavía con él. Habría sido muy fácil de localizar. Es una suerte que no sea así.

—Entonces, ¿por qué no has ido a buscarlo y los has denunciado ante el mundo como los asesinos que son?

—Porque hasta que apareciste por mi casa, me habían dejado bastante en paz. Es decir, seguro que me buscaron muy en serio durante un par de años después de que me escapara de la prisión, pero he cambiado de nombre y poco a poco me fueron dejando en paz. He estado practicando la política de supervivencia del vive y deja vivir.

—Pero si mataron al presidente, ¿cómo puedes no…?

—Mira —gruñó él, cortándola—, mejor él que yo. Créeme, estoy seguro de que Fretangh también tenía un montón de mierda bajo la alfombra de la que nadie sabe nada y yo no tengo un gran sentido de la justicia. Es un lujo que nunca me he podido permitir. La única ley que respeto es la ley de la supervivencia. Y esa ley me dice que me mantenga tan alejado de Ritadaria como me sea posible.

Shahara apretó los dientes, frustrada. Nunca había entendido a los que eran como él. Gente que podía cerrar los ojos ante la corrupción y el crimen.

Si lo que decía era verdad, ¿cómo podía dejar que los criminales se salieran con la suya…?

Oh, claro, él mismo era un criminal. Por eso carecía de moral. Si la tuviera, nunca habría hecho todo lo que había hecho. Y eso era algo que Shahara tendría que aceptar durante los próximos días, hasta que encontraran el chip.

—¿Y adónde vamos?

Él abrió un ojo y clavó en ella una penetrante mirada.

—No vas a dejarme descansar, ¿verdad?

—Bueno, me gustaría saber adónde nos dirigimos. Ya que formo parte de todo esto… por ahora.

—Muy bien —respondió él en un tono igual de molesto que el de ella—. Primero necesitamos una nave que nos saque de aquí. Después, debemos encontrar algún lugar donde pasar la noche hasta que pueda protegerme, y por desgracia también a ti, de los cabrones que nos persiguen.

—¿Y luego?

—Luego nos vamos a Ritadaria, a buscar el maldito chip.

Ella frunció las cejas sin dar crédito.

—Pensaba que estabas practicando la política de supervivencia del vive y deja vivir y todo eso.

—Bueno, que se joda esa política. De todas formas, nunca he sido muy listo.

Maldiciéndose por su estupidez, cerró los ojos y respiró tan hondo como se atrevió a hacerlo. Le dolía una palpitante molécula tras otra y en lo único que podía pensar era en la traición que le había supuesto cada uno de aquellos feroces golpes.

Shahara le había hecho eso.

Había vivido tranquilamente con sólo unas pocas molestias cuando algún tonto iba a por él. Pero nadie había localizado antes su dirección. Él se había cuidado mucho de que eso no pasara.

Hasta que llegó ella.

Y ahora de nuevo era un animal perseguido, sin sitio seguro a donde ir ni nadie a quien acudir. Nadie excepto la persona que lo había puesto en peligro.

«No le des la espalda a nadie a no ser que quieras que te claven un cuchillo».

Y se la había llevado consigo para salvarla. ¿En qué demonios estaría pensando?

En que Caillen se cabrearía si dejaba que le sucediera algo malo a su hermana. Claro que no se cabrearía nunca tanto como lo haría Syn si acababa muerto por ello…

Sin duda, debía de haber sufrido algún tipo de daño en el cerebro.

¿De dónde había sacado una conciencia? ¿Y cuándo? Siempre había vivido solo, sin estorbos.

Ninguna buena acción queda sin castigo; ese era el mantra en el que más creía.

Pronto tendría que pagar pues el precio por su tierno corazón recién encontrado, porque, por mucho que deseara estrangular a Shahara, sabía que no podía dejar que la enviaran a prisión por ayudarlo.

Incluso aunque mereciera descubrir por sí misma lo que era vivir en el infierno. Y, sin duda, cuando todo aquello acabara, él estaría de nuevo en prisión y ella libre. Así eran las cosas.

—¿Hola? —lo llamó la chica con otro leve codazo en el costado.

Él contuvo el impulso de devolvérselo.

—¿Qué?

—¿Por qué vamos a ir a Ritadaria?

Syn se cruzó de brazos para proteger sus doloridas costillas del codo de ella y se hundió más en el asiento.

—Quizá esté cansado de huir. Tal vez aún soy capaz de hacer tonterías por una cara bonita. Ah, mierda, puede que esté cansado de vivir y no me importe ya si me pillan o no.

Shahara se recostó en el asiento. ¿Qué se podía decir a eso? No tenía ninguna respuesta.

De repente, el vehículo se detuvo. Mientras la puerta se abría, vio el pequeño espacio-puerto de la ciudad a corta distancia.

Salieron a la concurrida calle y se fijó en las diferentes naves espaciales atracadas en los canales de aislamiento que había a ambos lados del puerto. Todas eran entre pequeñas y medianas y sólo había un puñado que se empleaban para algo que no fuera enlazar con las naves más grandes que estaban amarradas en el hangar que orbitaba el planeta, vehículos de grandes cascos que pesaban demasiado para aterrizar en la superficie de ningún planeta.

—¿Por qué estamos aquí? —preguntó ella, ceñuda.

Él suspiró mientras se detenía a su lado y la miraba como si fuera idiota.

—Ya te lo he dicho, necesitamos una nave.

—No tenemos dinero para pagar un pasaje.

—¿Es que siempre tienes que perderte en los detalles?

Shahara lo cogió del brazo y lo hizo detenerse.

—Mira, en los dos últimos días ya he quebrantado más leyes que en toda mi vida. No soy una delincuente. No puedo hacer lo que tú haces.

Syn la miró despectivo.

—Estupendo para ti. Me alegro mucho de que nunca hayas tenido que comprometer tu preciosa moralidad. Algunos de nosotros no hemos tenido tanta suerte. —Se soltó de ella y le echó una mirada que la dejó helada de pies a cabeza—. Ahora, si me permites, tengo que requisar una nave. No te apartes de mi lado, para que ninguna de las cámaras te detecte y envíe tu localización a nuestros amigos.

Se alejó un paso, pero luego se detuvo se volvió hacia ella con una sonrisa burlona.

—O bien quédate aquí y dales recuerdos de mi parte a los rits.

Ella soltó un gruñido ahogado. Iba a matar a aquel hombre. Seguro.

Pero primero tenía que escapar de quienes los perseguían y completar su maldita misión.

Se pegó a Syn mientras cruzaban el espacio. No podía creer que él caminase con aquella tranquilidad, como si estuviera allí por asuntos honrados.

¿Cómo podía nadie tener tanta seguridad en sí mismo? Sobre todo cuando estaba a punto de robar un vehículo.

No era de extrañar que nunca lo atraparan.

Él se detuvo varias veces, mirando las marcas de las diferentes naves y, finalmente, se decidió por una. Miró a Shahara con una sonrisa satisfecha.

—Esta nos irá muy bien, ¿no crees?

Ella apretó los dientes para no soltarle un sermón kilométrico.

De todas formas, no la hubiera escuchado. ¿Para qué molestarse?

Además, tuvo que admitir que era una bonita nave. Pintada de rojo y dorado, era la más grande de la redondeada clase Fropane. Un carguero de conocida maniobrabilidad y muy veloz. Su hermano siempre había soñado con tener uno. Pero eran para ricos. No para pilotos sin blanca como Caillen, que ni siquiera podía pagarse un lugar donde vivir.

Uno de los empleados del puerto se les acercó.

—¿Puedo ayudarle, frion?

Syn inclinó la cabeza hacia la nave.

—De hecho, sí. ¿Dónde están el manifiesto de embarque y el diario de a bordo?

—Los están grabando en este momento.

—¿La han repostado?

—Sí, señor. Fue lo primero que hicieron.

—Bien. Ábrala.

Sin hacer preguntas, el hombre obedeció. Shahara frunció el cejo. ¿Tan fácil era robar una nave espacial?

Quizá…

Pensándolo bien, nadie le había preguntado nunca nada cuando había atracado allí su caza. Claro que nadie en su sano juicio hubiera querido llevarse aquel montón de chatarra.

Tal vez fuera sólo que la autoridad de la voz de Syn y su presencia eran tan poderosas que nadie osaba cuestionar sus órdenes.

Aun así…

Como una grácil bailarina, la escotilla descendió. Automáticamente, la rampa se extendió ante ellos. Una moqueta gruesa verde oscuro cubría la pasarela y Shahara tuvo que controlar el impulso de quitarse las gastadas botas para no dañar el inmaculado material.

Syn la cogió del codo y la acompañó por la rampa.

—¿Necesita algo más, frion? —preguntó el empleado.

Syn se detuvo y volvió la cabeza para mirarlo.

—Sí, dile a Eamon que esta noche llegará otro cargamento. Puede coger ese vuelo o una nave de pasajeros. Lo que prefiera. Dile que lo ponga en la cuenta.

—Sí, señor.

Shahara se quedó con la boca abierta.

—¿Conoces al dueño de la nave?

Syn rio fríamente mientras pasaba delante de ella.

—Yo soy el dueño de la nave. Eamon es el capitán que tengo asignado.

Sahara lo siguió por la rampa, sintiendo unas terribles ganas de patearle el culo. ¿Había estado jugando con ella todo el rato?

—¿Qué quieres decir con que eres el dueño?

Él se detuvo ante los controles para retirar la rampa.

—Tengo ciento seis naves, para ser exactos. Al contrario de lo que dice tu información, soy un comerciante, no un ladrón.

—Quieres decir que tu apartamento y todo lo que tienes…

—Ha sido pagado con buen dinero legal.

Fue a pasar ante ella, pero Shahara lo detuvo.

—No lo entiendo.

—No, no lo entiendes. Y ese es tu problema. Ahora, si me permites, tengo que preparar un vuelo. Debemos conseguir la autorización de despegue antes de que a los ritadarios se les ocurra cerrar este muelle. No puedo permitirme abrirme paso a tiros para salir de un puerto que se emplea continuamente para mis negocios.

Boquiabierta, Shahara se quedó en el estrecho corredor mientras procesaba toda aquella nueva información. ¿Era un médico, un comerciante, un ladrón, un estafador?

Sin saber qué pensar, fue al puente de mando. Syn estaba sentado en la silla del oficial de derrota, desde donde consultaba la información del trayecto y las coordenadas.

Ella tomó asiento en la silla del capitán. En cuanto lo hizo, se fijó en que a él se le había vuelto a abrir el corte que tenía sobre el ojo.

Sin darse cuenta, Syn se limpió la sangre con la mano mientras consultaba los ficheros electrónicos.

—Espera —dijo Shahara, al tiempo que sacaba un pequeño pañuelo de un minúsculo bolsillo que tenía sobre el pecho—. Ya te lo limpio yo.

Se acercó a él.

Mientras le pasaba el gastado lino por la frente, notó su cálido aliento en el cuello; se le puso el vello de punta y se le tensaron los pechos. Syn le lanzó una enigmática mirada que la hipnotizó.

Incluso con los hematomas que le afeaban el rostro, ella veía su atractivo. Y, mientras lo observaba, la mirada de él se oscureció con algún pensamiento indescifrable.

El pañuelo se le cayó a Shahara de las manos y le rozó la áspera barba al ir a cogerlo. Esa barba lo hacía parecer duro y curtido, muy diferente del hombre bien afeitado que había conocido hacía unos días. De ese modo sí que parecía un peligroso criminal. Alguien que podría robarle sus pensamientos más secretos.

Su misma alma.

Debería tenerle miedo; sin embargo, no deseaba apartarse, como normalmente le pasaba cuando tenía a un hombre tan cerca. Syn no estaba toqueteándola o tirando de ella. Sólo estaba sentado, contemplándola como si esperase algo.

De repente, notó la mano de él en la cintura, que fue subiendo por su columna hasta llegar a su mejilla. Antes de que ella pudiera reaccionar, Syn la acercó suavemente.

—Tan hermosa —susurró un instante antes de reclamar sus labios.

Shahara tembló ante la desconocida sensación. Los labios de él no eran exigentes; estaban pidiendo permiso. Con delicadeza, tentó sus sentidos… despertándole un ansia que ella no sabía que pudiera existir.

Rindiéndose a sus turbulentas emociones, se apoyó en Syn y le dejó que este la sentara sobre su regazo.

De nuevo, le susurró algo en su idioma y Shahara sintió una dolorosa ansia de sus besos cuando él comenzó a recorrerle el cuello. Un palpitante calor la inundó.

Quería más.

Syn sabía que debía detenerse, pero era incapaz de hacerlo. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que había abrazado a una mujer. Y aquella le despertaba una pasión indescriptible. Era tan descarada y tímida al mismo tiempo…

Y su cuerpo sabía a miel y especias.

Él gimió cuando ella le pasó los dedos por el pelo, acariciándole la cabeza. Mientras él le deslizaba las manos por la espalda, notó que Shahara se movía contra su cuerpo, hasta que le rozó las magulladas costillas con la rodilla.

El dolor fue como un estallido que borró todo el placer. Syn ahogó un grito de agonía y ella se tensó un instante antes de apartarse de un salto.

—¡Lo siento mucho! ¿Estás bien?

—Aparte de sentirme como si una costilla acabara de perforarme un pulmón, sí, estoy bien. —Se inclinó hacia adelante, tratando de calmar el dolor.

Si alguna vez le ponía las manos encima a Merjack…

Y, hablando del diablo, seguramente había sido mejor que ella le hubiese hecho daño accidentalmente, porque tenían que irse de allí en seguida.

Malditas fueran las hormonas.

Syn se incorporó y tomó un poco de aire para calmarse.

—Si quieres introducir las coordenadas, yo me encargaré de los preliminares y encenderé los motores.

Ella asintió y se sentó en la silla que él había desocupado. Syn se detuvo un momento al fijarse en sus mejillas arreboladas y sus labios hinchados. Su barba le había marcado un camino ardiente en el cuello y, por alguna extraña razón, le gustó verlo. De alguna manera, eso la marcaba como suya.

«Ni siquiera lo pienses…».

¿Qué le estaba pasando? No era tan tonto como para considerar suya a una mujer. Aparte de que nunca podría fiarse de ninguna. Las mujeres mentían y traicionaban.

Sólo podía confiar en sí mismo.

«Ella te ha mirado como si fueras una mierda».

Sí, pero también había permitido que la besara. Por lo general, cuando una mujer se enteraba de su pasado, salía corriendo.

«No. No eres nada para ella y así será siempre».

Pensando en eso, se sentó en la silla del capitán y preparó el despegue.

Cuando estaba a punto de teclear el código, Shahara lo tocó en el brazo.

—Mira. —Inclinó la cabeza hacia la ventanilla lateral.

Syn miró hacia allí y vio a los ritadarios preguntando a los empleados del puerto.

—Mantén la calma, no se fijarán en esta nave. Ya tenemos el permiso para despegar.

—¿Estás seguro de que no pueden impedírnoslo?

—La nave está registrada a nombre de Darling Cruel. No se atreverán a meterse con él.

Shahara respiró hondo. Syn tenía razón. Los Cruel eran famosos por su poder político y su riqueza. Nadie se metía con ellos a no ser que deseara morir.

Aun así, el corazón no paró de golpearle dentro del pecho hasta que Syn bajó el regulador y la nave despegó.

—Si la nave es tuya, ¿por qué está registrada a nombre de Darling?

Él le lanzó una curiosa mirada.

—No voy a tener el negocio a mi nombre, ¿no? Cualquier imbécil de la galaxia iría a por mí.

—¿No temes que los Cruel se enteren y se enfaden?

La mirada de Syn fue altiva y ofendida.

—Ryn y Darling son amigos míos desde hace mucho tiempo. Lo cierto es que fue idea de Darling que registrara mis negocios a su nombre.

—¿Y por qué iba a correr ese riesgo?

—¿Qué riesgo? ¿Quién en el universo se metería con su familia? Para todo el mundo, este negocio es de ellos.

Shahara tenía que darle la razón. Nadie en su sano juicio se atrevería a cuestionar a uno de los Cruel.

—¿Y cómo es que lo conoces?

Syn suspiró irritado.

—Un día llamé a su puerta y le dije: «Hola, he venido a robarte. Espero que no te importe. Ah, por cierto, ¿quieres ser mi amigo?».

—No hace falta que seas tan sarcástico.

Él la fulminó con la mirada.

—Me estoy cansando de responder a tus preguntas. Juraría que has recibido entrenamiento de interrogador.

—Bueno, perdona mi curiosidad. No tengo la suerte de saberlo todo sobre tu familia y tus amigos. Caillen nunca te ha mencionado.

—Si estabas tratando de herirme al decirme eso, has fallado. Hace mucho tiempo que hice que tu hermano me jurara que nunca le diría a nadie que me conocía. Si alguien averiguara que es mi amigo, su vida no valdría más que ese anillo de plástico que llevas en la mano.

Ella cerró el puño derecho. A pesar de la dura armadura que llevaba sobre las emociones, los ojos se le llenaron de lágrimas. Apretó los dientes y parpadeó para contenerlas, furiosa de que hubiera sido capaz de herirla por ese lado. Sabía que el anillo de boda de su madre no tenía ningún valor monetario, pero ella le había tenido mucho cariño y para Shahara no tenía precio.

¡Cómo se atrevía a insultarla así!

Syn vio la tristeza que ensombrecía los ojos e inmediatamente se arrepintió.

—No quería decir eso. Lo siento. —Y para hacerla olvidar el dolor que sus desconsideradas palabras le habían causado, le preguntó en seguida—: Y dime, ¿cómo encontraste mi dirección?

Ella negó con la cabeza y los ojos se le aclararon.

—Investigué órdenes de compra. —Se aclaró la garganta y siguió en un tono más alto—: Sabía que volabas en un caza Pritan negro que sólo tenía un año o dos.

Él tragó aire mientras se maldecía por ese descuido.

—Lo compré a mi nombre.

Ella asintió.

—Comparé el número de serie del caza con una lista de puntos de amarre hasta que encontré en cuál estaba registrado. Una vez supe la localización, sólo fue cuestión de preguntarle a la gente de la zona si conocían a alguien que coincidiera con tu descripción.

«Oh, Soy un idiota…».

Pero tenía que reconocerle el mérito. Nadie más había pensado en hacer eso.

—Muy lista.

—Algunos días más que otros. —Ella miró de nuevo las coordenadas—. Supongo que tu caza también está registrado a nombre de Darling, ¿no?

—A nombre de otro amigo… como todo lo que poseo.

Ella inclinó la cabeza.

—¿Y no temes que uno de ellos te traicione? ¿Que se lo quede todo?

Syn se encogió de hombros.

—Estoy seguro de que, al final, alguno lo hará, pero eso no me impide dormir por las noches. Créeme, hay cosas mucho peores en la vida que perder unos cuantos créditos.

—¿Como cuáles?

—Como estrangular a la hermana mayor de uno de mis mejores amigos, porque es incapaz de tener la boca cerrada.

De pronto se encendió la luz de alarma.

Shahara se volvió hacia su panel, temiendo que los estuvieran atacando.

—Hay que confirmar el curso que acabo de entrar. Marca la secuencia de confirmación. El código está apuntado a tu derecha.

Mientras ella lo hacía, su mirada cayó sobre el marcador de las coordenadas. Y de repente se sintió enferma.

Muy, muy enferma.

—¿Vamos a Rook?

—Sí, ¿te molesta?

Ella se quedó pasmada ante su indiferencia.

—Sí, claro que sí. Es el lugar más peligroso del universo. ¿Es que has perdido la cabeza? Si vamos allí, estaremos muertos en tres minutos.