Shahara se detuvo en la puerta de la habitación del hospital de su hermana; una habitación que le había costado muy cara de formas que Tessa no podía ni imaginar. La joven estaba en la cama, con aspecto pálido y débil. Tenía el rubio cabello revuelto y varios morados le afeaban aún el hermoso rostro. Diferentes tipos de monitores pitaban y chirriaban. Uno para controlarle los riñones, que habían resultado dañados con la paliza, y Shahara no estaba segura de para que eran los demás. Lo único que sabía era que la aterrorizaban.
Pero aún más horrible que la presencia de los monitores era el temor a que los médicos ordenaran retirarlos por falta de pago y condenaran a Tessa a la muerte lenta y dolorosa que había sufrido su madre.
A sus veinticuatro años, la chica era casi una copia exacta de su padre. Cuando no estaban llenos de dolor, sus ojos verdes brillaban de vida y sus rizos rubios eran indomables. Cuando Tessa era niña, Shahara había pasado muchísimas horas haciendo experimentos con diferentes ungüentos y geles para tratar de darle alguna forma a su cabello. Habían acabado por reconocer la derrota y lo habían dejado crecer a su aire.
Shahara tragó saliva. Amaba a sus hermanos más que a su vida.
Sin darse cuenta de su presencia, Tessa estaba en la cama, con su novio, Thad, sentado junto a ella, cogiéndole la mano. Sólo unos centímetros separaban sus rostros, mientras él le acariciaba la mejilla con ternura.
Shahara notó un extraño dolor en el pecho al contemplarlos. Cómo deseaba tener a alguien que la mirara así, que le acariciara la mejilla y la hiciera sonreír aunque su vida estuviera desmoronándose.
Pero esos sueños eran para los tontos. Nada en la vida duraba.
Mientras los observaba, comenzó a sentirse una intrusa.
¿Qué estaba haciendo en el hospital?
Tessa no necesitaba a su mojigata hermana rondando por allí. Además, Thad se ponía muy nervioso estando cerca de ella. Siempre se comportaba como si temiera que lo derribara, le pusiera las esposas y lo arrestara.
Retrocedió para marcharse.
—¿Shay? —la llamó Tessa—. ¿Eres tú?
Shahara respiró hondo, se obligó a cambiar de rumbo y entró en la habitación.
—Hola. —Besó a Tessa en la frente—. Quería ver cómo estabas. —Alzó una bolsa de plástico que tenía en la mano—. Y te he traído algunas cosas que he pensado que te harían sentir mejor.
Su hermana sonrió de oreja a oreja mientras cogía la bolsa.
Shahara apartó la vista de su rostro golpeado, mientras la rabia la inundaba. No podía soportar la idea de que alguien le hiciera daño a su hermana. Que Dios ayudara a esos bestias cuando les pusiera las manos encima.
Porque se las pondría. No cabía ninguna duda.
Thad rio mientras Tessa sacaba de la bolsa su gastada muñeca de la infancia.
—¿Hasta me has traído a Molly?
Shahara se encogió de hombros.
—Sé que no duermes bien si no la tienes cerca.
La joven le sonrió con cariño.
—Muchas gracias. Eres la mejor hermana del mundo.
—No dejes que lo oiga Kasen o te dará una torta.
Tessa rio.
Entró una enfermera.
—Es hora de comprobar sus constantes. ¿Les importaría esperar fuera?
Shahara fue delante.
Thad fue a abrirle la puerta y le rozó el hombro con la mano, al instante, ella se apartó.
—Perdona —murmuró él, disculpándose.
Shahara se sintió avergonzada de su reacción, pero se quedó como a un metro del chico.
—No pasa nada.
Permanecieron cada uno apoyado en una pared del pasillo durante varios incómodos minutos.
—¿Y dónde has conseguido el dinero? —preguntó Thad finalmente.
Ella observó a un grupo de médicos y enfermeras consultándose al fondo del pasillo y trató de imaginarse a Syn, con su aire letal, en medio de un grupo tan refinado, vestido con bata blanca.
No acababa de cuadrarle.
—Caillen les ha pagado.
—No, no a los prestamistas. Para el hospital. Caillen me dijo que no tenía dinero suficiente para ambas cosas.
Ceñuda, Shahara le prestó entonces toda su atención.
—Aún no lo he pagado. —Todavía estaba esperando que Merjack le diera el dinero.
—No es eso lo que me han dicho. Al llegar, he ido a pagar una parte, pero la de administración me ha dicho que estaba todo liquidado.
Eso no tenía sentido.
—Debe de ser un error.
Thad se encogió de hombros.
—Tal vez. Como yo no soy familia, no me han dicho nada más.
¿Habría conseguido Caillen el dinero y no había tenido tiempo de decírselo?
Se excusó con Thad y fue a comprobarlo.
Por suerte, la cola ante la espartana oficina era corta y sólo tuvo que esperar cinco minutos antes de que una administrativa de rostro enjuto la atendiera.
Shahara se acercó al mostrador, que le llegaba a la cintura.
La mujer parecía muy aburrida e irritable, como si llevara demasiado tiempo allí y quisiera marcharse ya a su casa.
—¿Nombre del paciente?
—Tessa Dagan.
La mujer lo tecleó.
—¿Y en qué puedo ayudarla?
—Quiero saber cuánto se debe.
—¿Y usted es?
—Seax Shahara Dagan. Soy la responsable de la factura.
La mujer resopló, como si le molestara su presencia.
—Ya he pasado por esto con un hombre. ¿Es que no lo entienden? La cuenta está saldada. No debe nada.
Shahara la miró con incredulidad. No podía ser.
—Es imposible. Por favor, compruébelo de nuevo.
La mujer volvió la pantalla del ordenador de cara a ella.
—Véalo usted misma. La cuenta de Tessa Dagan la pagó hace tres días un tal Sheridan Belask. También dejó un adelanto por si necesitaba algún otro tratamiento y una cuenta abierta en la cafetería y en la tienda del hospital por si ustedes necesitan algo.
Shahara palideció. ¿Sheridan Belask?
¿Syn?
¿El hombre cuyo paradero ella había revelado a los oficiales ritadarios había pagado el tratamiento de su hermana?
De repente, las paredes de color gris claro que la rodeaban le pareció que estaban demasiado cerca, que eran demasiado brillantes. Se sintió como si alguien le acabara de dar un fuerte puñetazo en el estómago.
¿Cómo podía Syn haber hecho una cosa así después de que ella fuera a por él?
¿Por qué iba a hacer algo así?
No tenía sentido. Nadie haría algo así. La generosidad no formaba parte de la naturaleza humana. En absoluto.
Sobre todo de alguien con el brutal pasado de ese hombre.
No, seguro que quería algo de ella. Algo más que su juramento. Era eso. Eso sí tenía sentido.
Por suerte, había hecho su pacto con Merjack, porque seguro que C. I. Syn en algún momento hubiera querido que le pagara. Sin duda.
¿O no?
—Muchas gracias —dijo, y salió del despacho.
Pero ¿y si se equivocaba?
«No te equivocas. Violó y mató a esa pobre chica a sangre fría; tú viste lo que decía su padre en el contrato».
Sus colegas rastreadores no le tendrían tanto miedo sin una buena razón.
Y su propio contacto con él le había demostrado lo frío y peligroso que podía ser.
Nadie llevaba nunca a cabo ninguna buena acción sin esperar algo a cambio. Gaelin se lo había enseñado. Y ella había aprendido muy bien la lección.
Con la cabeza a cien, no se paró siquiera para despedirse de Tessa. En ese momento no podía ver a nadie. En especial a su cariñosa hermana, que nunca entendería por qué había faltado a su palabra y entregado a Syn. Incluso si eso significaba su vida.
«No falté a mi juramento».
Técnicamente, había jurado no perseguirlo. No había jurado no llamar a las autoridades y decirles dónde encontrarlo.
«Eso es una pura cuestión semántica».
Tessa sería la primera en machacarla por lo que había hecho, pero, claro, Tessa se podía permitir el lujo de la ingenuidad. Ella no.
Regresó a su casa como flotando en una oscura nube.
• • •
Shahara abrió la puerta principal y vio a Kasen sentada en el sofá, comiéndose su último puñado de frigueles mientras miraba un visor de mano.
Llevaba el cabello rubio rojizo recogido en una apretada coleta enrollada en la nuca. De todos sus hermanos, Kasen era la única que tenía su mismo color de ojos, que ambas habían heredado de su abuelo materno. Kasen era ancha de huesos y corpulenta, aparentemente dulce, pero con una personalidad brusca que a veces resultaba difícil de digerir.
—Hola, hermana —saludó a Shahara distraída, mientras seguía mirando el programa.
—Hola, Kasen. —Aunque la quería, deseó que se fuera. No estaba de humor para tratar con ella.
Su hermana frunció el cejo.
—Parece que se te haya comido un lobo y te haya cagado del lado malo de la montaña. ¿Qué pasa?
«Acabo de hacer arrestar a un hombre que me ha sacado de un gran apuro y me siento como una mierda».
Pero eso era algo que no podía compartir con Kasen y su carácter mordaz.
Así que negó con la cabeza mientras dejaba la pistola de rayos sobre la encimera de la cocina. Su hermana no era alguien en quien se pudiera confiar. Eso se lo reservaba para Caillen. Pero ni siquiera él podría ayudarla, porque si se atrevía a decirle lo que había hecho, le arrancaría la cabeza. Para empezar, a él ya no le gustaba que trabajara como rastreadora, pero su desesperada situación económica lo había obligado a asumirlo. Si se enteraba de que había aceptado una misión para ir sola a detener a un hombre de la reputación de Syn, se pondría hecho una furia.
Kasen siguió comiendo.
—¿Y de qué conoces a Syn?
Shahara se quedó helada ante esa inesperada pregunta. Miró asustada hacia su portátil y se preguntó cómo se habría enterado su hermana de su encuentro.
—¿Qué quieres decir?
Con un friguele crujiente, Kasen señaló la chaqueta que Syn le había prestado y que seguía colgada del respaldo de la silla donde la había dejado después de salir a toda prisa del piso, hacía tres días.
—Conozco esa chaqueta. Es única. Syn la compró hace tres años en una casa de subastas de mucho renombre. Pagó como unos mil créditos por ella. Era la chaqueta que el Gran Comandante Gillian llevaba cuando firmó el tratado que acabó con las Guerras Coloniales.
Shahara miró la chaqueta, anonadada ante el precio. ¿Cuánto dinero tendría Syn?
Kasen rebuscó restos en la bolsa de frigueles.
—No puedo creer que la haya perdido de vista. Es muy posesivo respecto a sus cosas. Peor que Cai con nosotras. —En sus ojos apareció una mirada soñadora que no cuadraba con su personalidad, normalmente tan cáustica—. Syn es un gran tipo, ¿verdad?
Shahara la miró con una ceja enarcada; Kasen seguía mirando su programa. Normalmente, su hermana no respetaba a nadie y la admiración en su voz al hablar de Syn era algo que ella no quería oír en ese momento.
Limpió las salpicaduras de zumo que Kasen había dejado sobre la encimera y trató de parecer indiferente, mientras le sacaba más información.
—¿Hace tiempo que lo conoces?
—Lo conocí hace unos cuatro años. Caillen y él son amigos hace mucho más. Se conocieron por medio de Darling, el amigo de Caillen. Y, por lo que Darling dijo, Syn prácticamente lo crio y aún se ocupa de él. —Se metió el último trocito de friguele en la boca—. Syn es el amigo que siempre nos está pagando las multas y sacando a Cai de la cárcel después de que se pelee. Si hasta me pagó la reparación de la nave la semana pasada, después de aquel encontronazo con los oficiales de Gondara.
Shahara se quedó de piedra al darse cuenta de quién era Syn.
Caillen nunca había mencionado el nombre de su misterioso amigo y benefactor. Siempre le había dicho que a ella no le gustaría saberlo y Shahara nunca lo había presionado sobre el tema.
En ese momento deseó haberlo hecho.
Cuanto más pensaba en ello, más furiosa se ponía. Seguro que Syn sí sabía quién era ella.
¿Por qué no había mencionado que era amigo de Caillen? ¿Su benefactor?
¿Su jefe?
«¿Tal vez porque estabas tratando de matarle?».
Como si eso importara. ¿Y por qué ella no lo había pillado en falso y se lo había preguntado?
«Porque amenazó a Caillen y tú te asustaste…».
Se obligó a calmarse.
—Syn no me dijo que os conociera —comentó, en un tono tan neutro como pudo.
Kasen resopló.
—No me extraña. Con lo posesivo que es Caillen cuando se trata de ti, estoy segura de que Syn pensó que le arrancaría la lengua sólo por haber hablado contigo.
Shahara se mordisqueó el labio mientras pensaba en la amenaza que Syn le había hecho sobre Caillen. ¿Había sido falsa o de verdad sería capaz de herir a su amigo?
—Me sugirió que podría hacerle daño a Caillen.
Kasen se echó a reír con tantas ganas que se atragantó. Después de toser varias veces, se aclaró la garganta.
—¿Syn hacerle daño a Caillen? Deja los alucinógenos, hermanita. Antes se cortaría las pelotas que hacerle nada a Cai… Seguro que era una broma. Syn tiene un sentido del humor bastante raro. Cuesta un poco acostumbrarse.
Shahara no podía creerlo. Su hermana tenía que estar equivocada. Debía de estarlo.
—Eh y ahora que lo pienso —dijo Kasen como si se le acabara de ocurrir—, y ¿qué hacías tú con Syn? —Se puso seria, tensa—. No le habrás hecho nada, ¿verdad?
Shahara trató de mostrar tanta indiferencia como pudo mientras dejaba el estropajo.
—¿A qué te refieres?
Su hermana se le acercó y la miró fijamente.
—Ya sabes a qué me refiero. No sales con hombres y seguro que aún menos con gente como Syn; tú los cazas. —La miró con más intensidad—. Si le has hecho algo, te juro que te haré pedazos.
Shahara se quedó boquiabierta al oír su amenaza.
—¿Lo escogerías a él antes que a mí después de todo lo que yo he hecho por ti?
—Te quiero mucho. Pero Cai y yo nos estaríamos pudriendo en prisión si no fuera por él. Hasta se culpó en mi lugar cuando me pillaron robando archivos y luego cubrió mi rastro para que no me arrestaran.
—¿Que hiciste qué?
—No te atrevas a enfadarte conmigo. —La apuntó a la cara con un dedo huesudo—. Ya estoy harta de tus sermones sobre moral. Tessa necesitaba dinero y tú no lo tenías, como de costumbre. Hice lo que tenía que hacer para ayudar. Además, ya se encargó Syn de abroncarme lo suficiente por ello. No necesito más sermones. —Se rascó la nariz—. Como Caillen, a veces me canso de coger dinero prestado de Syn para tapar agujeros. Aunque él no diga nada, no me gusta hacerlo. —Soltó una carcajada—. Aunque voy a dejar los robos informáticos. Se me da fatal y no quiero meter a Syn en más líos.
Shahara parpadeó anonadada. No podía ser cierto lo que estaba oyendo.
¿Habría pagado Syn el hospital debido a su amistad con Caillen? La verdad, no podía imaginarse que nadie fuera tan amable. A no ser que estuviera sacando algo de todo aquello.
—¿Por qué os ayuda? ¿Qué hacéis Caillen y tú por él?
Kasen se encogió de hombros.
—La verdad es que nada. Syn nunca nos ha pedido que le devolviéramos el dinero o que hiciéramos algo por él; ahora que lo pienso, nunca le pide nada a nadie. Caillen le hace unos cuantos transportes de vez en cuando, pero Syn siempre le paga. La verdad es que creo que tiene tanto dinero que no sabe qué hacer con él.
Otra idea inquietante se le ocurrió a Shahara.
—¿Te acuestas con él?
Kasen resopló de nuevo.
—Oh, por favor, ya me gustaría. Es guapísimo y está más bueno que el pan. Daría lo que fuera por probar a ese Syn. Pero él nunca se ha interesado por mí y la última vez que le tiré los tejos, Caillen casi me arranca el brazo. Lección aprendida. Syn está prohibido.
Shahara se mordió el labio con nerviosismo mientras asimilaba esa última parte.
¿Qué había hecho?
«Has hecho arrestar al mejor amigo de tu hermano, ¡idiota!».
Tenía la desagradable sensación de haber cometido un terrible error. Primero, por entregarlo. Segundo, por firmar un pacto con el diablo para ayudar a su familia.
Si la mitad de lo que decía Kasen era cierto, Caillen nunca le perdonaría lo que le había hecho a su amigo. Un amigo que llevaba años ayudándolos…
¿Qué podía hacer? No quería que Caillen la odiara. Ni Kasen.
Eran su familia.
La única familia que había tenido. No podía hacerles daño, igual que una madre no podía hacer ningún mal a sus hijos.
«Vaya forma de pagarle a un hombre su ayuda. Soy una mierda».
No paraba de darle vueltas al asunto y de repente tuvo la necesidad de estar sola. Debía pensar muy bien todo aquello. Buscar alguna manera de arreglar el lío que había organizado.
Tiró el paño de cocina al fregadero.
—Tengo que hacer unos recados. Si te vas antes de que yo vuelva, cierra la puerta.
—De paso, compra más frigueles.
Shahara casi ni la oyó a través del zumbido que tenía en los oídos. No podía aceptar la misión. Como fuese, tenía que conseguir que la libraran de su contrato de un millón de créditos.
• • •
De librarse, nada. Merjack era un cabrón de primera e insistía en que cumpliera el contrato de recuperar el chip o perdería su licencia.
Y si la perdía, ¿dónde la dejaría eso?
En la alcantarilla, con el resto de las ratas.
Asqueada, Shahara miró la fachada de la peor prisión de todo el universo Ichidian. Dentro aquellas paredes de siete metros de alto, pintadas de blanco, se hallaban los criminales más peligrosos que existían.
Nunca en su vida se había sentido más asustada. Aún no podía creer que estuviera haciendo aquello. ¿En que estaría pensando cuando firmó el contrato?
En la vida de Tessa.
Y en el dinero, por supuesto. Pero en ese momento, mirando el campo de fuerza que rodeaba los altos muros, el dinero ya no le parecía tan importante. Sobre todo porque se iba a jugar la vida.
Un solo error y estaba segura de que Merjack la arrojaría a la celda de Syn.
O peor aún, Syn le cortaría el cuello.
Suspiró pesadamente.
—Maldita sea, Caillen —susurró para sí—. Ojalá escogieras mejor a tus amigos.
Con un nudo en la garganta, recorrió la fría pasarela gris, donde seis guardias armados la miraron suspicaces.
«Tranquila, chica. Ningún movimiento súbito».
Hombres como aquellos eran como animales. Atacaban cuando olían la debilidad.
Con una sonrisa desdeñosa, se acercó al punto de registro, donde escaneaban a la gente para ver si llevaban armas y comprobaban sus credenciales. Shahara tenía que mantener la calma si quería superar la misión.
«Estarás totalmente sola. Nadie reconocerá que estás trabajando para nosotros. Serás una fugitiva igual que Syn hasta que regreses con él y el chip. Sólo entonces habrás acabado con este asunto. No falles».
Porque si fallaba, la ejecutarían también a ella. Un incentivo muy potente.
Cerró los ojos y deseó no haber oído nunca el nombre de C. I. Syn.
—¿Papeles? —preguntó el guardia.
Ella se los entregó. Había tardado cuatro días en conseguir las credenciales falsas que necesitaba para sacar a Syn de la prisión. Y con cada día que pasaba crecía el miedo por su vida. Sobre todo si Caillen se enteraba de todo alguna vez.
Si al menos con eso Tessa aprendiera la lección sobre el juego y sus planes para hacerse rica de forma rápida…
Como si eso fuera a suceder.
«Gracias, papá, por esa enseñanza».
Una vez los guardias le permitieron el paso, se dirigió al despacho del ayudante del alcaide y apretó el timbre para entrar.
—¿Sí? —contestó una voz áspera e irritada por el interfono.
—He venido a trasladar a un prisionero.
Se oyó un chasquido y la puerta de acero gris se deslizó hacia un lado. La hora de la verdad. Sólo un paso más y ya no habría vuelta atrás. Con el corazón golpeándole el pecho, entró en un despacho verde moho.
No había cuadros en las paredes, seguramente para evitar que algún prisionero los rompiera y empleara el vidrio o el marco como arma. Dos escritorios de acero marrón estaban situados junto a otro más grande, que debía de ser para el oficial al mando. Todos estaban clavados al suelo.
En ese momento sólo había un hombre en el despacho. Un tipo pequeñajo y grasiento que alzó la vista desde el primero de los dos escritorios pequeños.
—¿Papeles? —Extendió una endeble mano.
Shahara se acercó a la mesa y le entregó el disco que contenía las falsificaciones.
Él lo insertó en su lector y miró las órdenes durante un instante, luego volvió a mirarla a ella.
—Son para trasladar a Syn.
«Mantén la compostura, chica. No muevas ni un músculo que no debas».
—Sí, lo sé. En Gouran lo buscan por la violación y el asesinato de la princesa Kiara Zamir. Estoy aquí para escoltarlo allí para el juicio.
El hombrecillo se subió las gafas por el puente de la nariz y arrugó la frente.
—Al ministro Merjack no le gustará nada esto. Creo que antes de entregarte a C. I. Syn, deberíamos esperar a que vuelva mañana.
Shahara se encogió de hombros.
—De acuerdo. Puedes llamar al presidente Zamir y decirle que has autorizado el retraso. Estoy segura de que será muy comprensivo. Después de todo, era su única hija.
El hombre tragó saliva y los ojos se le abrieron de temor al oír la mención del presidente y comandante militar conocido por su brutalidad, del que se rumoreaba que había destripado a un hombre sólo por mirar embobado a su hija durante una cena.
—No… no queremos que se moleste…
—¿Sabes?, yo desde luego no quisiera que estuviera molesto conmigo. Pero tú estás aquí al mando. ¿Cómo me has dicho que se escribe tu nombre?
Él removió varios papeles sobre su escritorio como si se lo estuviera pensando y finalmente cogió su comunicador.
—Alcaide Traysen, tengo aquí a la seax Dagan que está esperando para trasladar a Syn a Gouran. Necesito su aprobación, señor.
—Ahora mismo voy.
Shahara respiró aliviada. Por el momento, todo iba según lo planeado. Unos minutos más y se habría marchado de allí sana y salva.
Pero qué largo se le estaba haciendo cada segundo…
Cuando apareció Traysen, ella se recordó no demostrar que se conocían.
Él le lanzó una fría mirada de advertencia.
Sin saludarse, Shahara lo siguió por una serie de pasillos cerrados y vigilados hasta que llegaron a la zona de las celdas.
Al mirar las instalaciones, Shahara no pudo evitar sentir repulsión ante cómo tenían a los prisioneros. Cuanto más se adentraban en la instalación, peores eran las condiciones de las celdas, literalmente agujeros excavados en el cemento. Agujeros en los que apenas cabía un niño y mucho menos los hombres y las mujeres a quienes se obligaba a vivir dentro.
Hedores inidentificables la asaltaron hasta que casi fue incapaz de respirar. Los excrementos humanos no sólo cubrían el suelo de las celdas, sino también los pasillos.
Muy poca luz llegaba a los prisioneros, que gemían pidiendo misericordia o la muerte al pasar ellos.
La seax que había en ella se rebeló ante las condiciones infrahumanas y se juró encargarse de que el Consejo Supervisor fuera informado de aquella transgresión. Nadie, fueran cuales fuesen sus delitos, debía vivir como vivía aquella gente.
¿Cómo era posible que Traysen trabajase allí día tras día y no hubiera informado de ello?
—Merjack me ordenó que mantuviera encerrado a Syn en solitario. —Abrió una puerta acorazada que llevaba a un área subterránea. Un viento helador y cortante subió por la escalera—. Te lo advierto, es un hijo de perra muy duro.
—¿Merjack?
El alcaide negó con la cabeza.
—Syn. Nunca he visto a nadie como él en toda mi vida y eso que pensaba que ya lo había visto todo. No estoy muy seguro de que una cosita como tú pueda encargarse de él.
—Me he encargado de peores —respondió Shahara con una confianza que no sentía.
La última vez que se enfrentaron, no le había ido muy bien. Esperaba tener más suerte en esta ocasión.
Pero en ese momento ni siquiera estaba segura de que Syn no la mataría en cuanto la viera. ¿Podría culparlo? Le costaba mucho imaginarse al inmaculado Syn viviendo en un lugar tan asqueroso como ese…
Las celdas a las que la condujo Traysen estaban hechas de titanio en vez de piedra. Paredes claras de vidrio de acero sellaban la parte frontal de las mismas y permitían ver dentro, pero no se oía ningún sonido. Los prisioneros, hombres y mujeres, estaban desnudos y encadenados al suelo con estacas de titanio o bien sujetos a las paredes o al techo.
A Shahara se le retorció el estómago de espanto. Dada su desnudez y la gélida temperatura, no entendía cómo era que no morían congelados.
Cuando se acercaron a la celda de Syn, tuvo que contener las náuseas. Tenía las manos encadenadas juntas sobre la cabeza, mientras otras cadenas lo mantenían suspendido del techo a unos tres palmos del suelo. Más cadenas le sujetaban los pies para impedirle dar patadas.
Tenía todos los músculos del torso tensados al máximo a causa de aquella postura antinatural. Debía de estar matándolo.
Morados y laceraciones cubrían cada centímetro de su cuerpo y su largo cabello enmarañado le ocultaba el rostro.
Shahara se mordió el labio mientras la culpabilidad le remordía la conciencia.
Aquello era culpa suya. ¿Cómo podía haber sido tan estúpida?
Lo habían machacado. Sólo podía imaginarse el dolor que debía de estar padeciendo.
—¿Cuánto tiempo lleva así?
—Unas horas. Soltad el gancho de sujeción —dijo Traysen a través de su comunicador manual—, y enviadme refuerzos… —La miró a ella antes de añadir—: Muchos refuerzos.
En vez de bajarlo lentamente, lo dejaron caer como un saco y Shahara hizo una mueca de dolor.
Syn se quedó en el suelo, inmóvil y, por un momento, a ella se le detuvo el corazón. No parecía estar vivo. ¿Lo habrían matado?
Ocho agentes se unieron a ellos un instante antes de que levantaran la estrecha puerta de cristal. Lentamente, los guardias fueron entrando en la celda.
Cuando cogieron las cadenas de Syn, este saltó de repente y los atacó. Con la cadena enrollada en el puño, tumbó al primer guardia que se acercó a él y luego fue a por el segundo. Durante varios minutos, luchó con todas sus fuerzas. Pero con las manos y los pies encadenados, no tenía suficiente movilidad como para acabar con todos. Los guardias lo golpearon con las porras y volvieron a tirarlo al suelo.
Shahara se clavó las uñas en las palmas de las manos para no gritar que se detuvieran.
Si lo hubiera hecho, les hubiera costado la vida a ambos.
«Tranquila. No pierdas la calma».
Aun así, no podía soportar ver cómo golpeaban a un hombre indefenso sin hacer nada. ¿Cómo conseguía Traysen ser tan indiferente?
Finalmente, los agentes soltaron las cadenas de Syn y le pusieron unos pantalones. Al notarse las piernas libres, él volvió a pelear con fuerza y determinación. Mientras luchaba con los guardias, se dio contra el vidrio y Shahara pudo ver las nuevas marcas de los azotes que le cruzaban la espalda. La carne viva y la sangre…
Sintió que la bilis le subía por la garganta.
Cuando lo hicieron volverse para soltarle las manos y sujetárselas detrás con unas esposas, Shahara apenas pudo contener un grito. Syn tenía el rostro cubierto de moratones y sangre. Le habían pegado tanto que casi no podía abrir el ojo izquierdo, pero cuando la vio allí, se lanzó hacia ella.
—Varisha, espolin krava!
Traysen la escudó con su cuerpo. Shahara no conocía el idioma que Syn había empleado, pero estaba segura de que no le estaba diciendo «Hola, ¿cómo te va? Me alegro de volver a verte».
Los agentes lo golpearon con las porras hasta que él dejó de moverse.
—Llevadlo a mi nave —ordenó ella, tratando de actuar como si nada de aquello la molestara. Sin embargo, por dentro moría un poco cada vez que le golpeaban y su conciencia la arañaba con garras de acero.
Uno de los guardias lo agarró por los pies y otro por debajo de los hombros.
—Toma. —Traysen le pasó una pequeña pistola inyectora.
—¿Qué es?
—Te ayudará a revivirlo cuando llegues a donde vas.
—¿Es adrenalina?
—No, es seranac.
Ella arqueó una ceja. Seranac era una sustancia muy potente, que actuaba sobre el hipocampo y el córtex frontal. Se empleaba para los interrogatorios, porque accedía directamente a la memoria y anulaba la capacidad de la gente de separar el pasado del presente. También provocaba alucinaciones, y como la persona perdía la capacidad de distinguirlas, podía quedar atrapada en el pasado creyendo que se trataba del momento actual. Contenía asimismo un estimulante, y, en resumen, era una droga muy peligrosa.
Normalmente la persona a la que se le administraba estaba atada.
—¿No tienes algo un poco más seguro?
—Aquí no y es mucho más seguro que la adrenalina; ¿te lo puedes imaginar con adrenalina? —Se estremeció e hizo un gesto con la barbilla indicando la pistola inyectora—. Es lo único que tengo que puede revivirlo. Pero no te preocupes. La dosis es pequeña. El efecto no durará más de unos minutos, lo suficiente para meterlo en algún lugar; luego volverá a estar inconsciente.
No le faltaba razón en cuanto a la adrenalina. Asintiendo, Shahara se metió la pistola inyectora en el bolsillo y siguió a los guardias.
El camino para salir de la instalación le pareció inacabable. A cada minuto, casi esperaba que alguien corriera hacia ellos y exigiera la cabeza de ambos.
Por suerte, no ocurrió así y finalmente llegaron al muelle de aterrizaje.
Los guardias tiraron a Syn en la parte trasera del caza de Shahara. Uno de ellos se tomó un momento para dar un par de golpes más al inconsciente Syn antes de marcharse.
—Esto es por cortarme, perro asqueroso —gruñó el tipo.
Al volverse hacia ella, Shahara le vio un largo corte en el mentón, que Syn debía de haberle hecho, mientras estaba atado.
«Cuando se despierte, te va a matar».
Con mano temblorosa, Shahara cogió su copia de las órdenes de traslado falsas y subió a la nave.
Casi esperaba que Syn se lanzara contra ella de nuevo, pero él seguía inconsciente. Suspiró aliviada y esperó que siguiera así hasta que pudiera llevarlo a su casa y ocuparse de sus heridas. Lo último que necesitaba ninguno de ellos era una pelea, algo que sólo empeoraría su estado.
Meneó la cabeza, lamentándose.
¿Cómo había llegado a esa situación? ¿Cómo había entregado a aquel hombre a semejantes bestias?
Incluso siendo un presidiario, no se merecía eso.
Su madre se sentiría tan decepcionada… Y, a decir verdad, Shahara también estaba muy decepcionada de sí misma.
Pero peor que la culpa era la cuestión de qué haría Syn cuando se despertara y se encontrara de vuelta en su casa.
¿Qué clase de venganza buscaría?
Bueno, supuso que se había enfrentado a cosas peores, pero algo en su interior se lo negaba. Nunca había luchado contra nadie que pudiera soportar una paliza como aquella.
Con el corazón lleno de temor, programó las coordenadas y despegó.
Sólo tardó un par de horas en llegar a su casa.
Quitarle las esposas a Syn y sacarlo de la nave no iba a ser fácil.
—Ah, ¿no podías ser más alto?
Mientras lo sujetaba para bajarlo, se dio cuenta de que estaba ardiendo de fiebre.
Genial, realmente genial. Trató de sacar su enorme corpachón del asiento trasero, pero era inútil.
Tendría que emplear la droga, aunque algo le decía que eso sería una estupidez.
Pero si no lo hacía, tendría que dejarlo en la nave, lo que podía provocar que cualquiera de sus vecinos metomentodo le enviara a los agentes.
—Aguanta.
Sacó el inyector del bolsillo y se lo clavó en el brazo. Quizá, con un poco de suerte, tuviera buenos recuerdos de su infancia.
«No con tu suerte, chica».
La droga tardó varios minutos en despabilarlo.
Syn parpadeó e intentó abrir los hinchados ojos tanto como pudo.
—¿Talia? —susurró como un niño asustado.
—Puf, ya está alucinando.
Eso no le convenía nada. Esperaba que no estuviera teniendo un sueño violento, al menos no hasta que pudiera meterlo dentro y ponerse a una distancia prudencial.
Su estado semiconsciente hizo que fuera más fácil sacarlo de la nave. Syn se apoyó pesadamente en ella y Shahara echó una mirada hacia las casas de alrededor, esperando que nadie los viera y llamara a los agentes.
Porque ¿cómo iba a poder explicar aquello?
Con un suspiro, lo arrastró hacia su cochambroso piso.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó él con un susurro temeroso, mientras se apoyaba en ella—. Ya sabes que nos encontrará. Si huimos, sólo se pondrá más furioso. Quizá deberíamos esperar a que volviera. Si está borracho, podremos escondernos y no nos verá.
—Sí —dijo, mientras lo metía en su casa y lo llevaba a la cama—. ¿Por qué no te tumbas aquí y esperas? —Apartó la sábana y lo ayudó a acostarse.
Él se acurrucó como un niño.
Shahara fue a la cocina, donde cogió un cuenco con agua tibia y una esponja limpia.
Cuando regresó junto a la cama, Syn se había puesto boca arriba y parecía estar dormido. Probablemente sería lo mejor. Tenían un largo viaje por delante y no mucho tiempo para realizarlo.
Con tanto cuidado como pudo, le lavó la sangre seca que tenía en la sensual y carnosa boca, en el mentón de acero, en la nariz aguileña.
Se le había formado un gran hematoma sobre el ojo izquierdo que le impedía abrirlo. Mientras continuaba lavándolo, le vio otro morado en la frente, que parecía como si alguien le hubiera golpeado la cabeza contra la pared.
Muchas veces.
—La verdad es que te han dejado hecho un asco —susurró, mientras le pasaba la esponja por la zona del cuello.
En él se podían distinguir perfectamente las marcas de los dedos de alguien que había pretendido estrangularlo.
—Vaya, no soy la única a quien sacas lo peor que lleva dentro. ¿Qué pasa? ¿Pones de los nervios a todos los que conoces?
Pero bromas aparte, no podía entender su estado.
¿Por qué lo habían golpeado así? No era la clase de castigo que se aplicaba por rebeldía. Lo habían interrogado a fondo y de una forma brutal. A juzgar por los cortes y los hematomas, parecía que hubiesen empleado todo método conocido para causarle el mayor daño y dolor posible.
¿Por qué Merjack, ministro de Justicia del Imperio ritadario, haría una cosa así?
¿Qué habría en ese chip que valiera la vida de un hombre? Merjack había dicho que era un asunto de seguridad internacional…
Eso era ridículo.
Syn alzó la mano y le cubrió la mejilla con ternura. Shahara se detuvo y lo miró a los ojos, asombrada ante la delicadeza de sus dedos sobre su piel.
En las profundidades de sus ojos brillaba tal cariño y deseo de protegerla, que la dejó sin aliento.
—Lo siento, Talia —dijo él, con una voz tan baja que ella no estuvo segura de haberlo oído—. He hecho todo lo que he podido. Te juro que me aseguraré de que nadie vuelva a hacerte daño. Cuando sea mayor, me iré contigo de aquí. Te lo juro. Entonces estarás a salvo. Pero, por favor, no llores.
A Shahara el corazón le dio un vuelco al darse cuenta de que él la creía otra persona, quizá su hermana, por lo que decía.
—No volveré a llorar —le dijo.
Syn pareció consolarse con sus palabras. Con un profundo suspiro, volvió a perder la conciencia.
Ella agradeció ese respiro; le quitó los pantalones y comenzó a limpiarle la sangre y la mugre del cuerpo.
Sus fuertes pectorales se tensaban y flexionaban bajo sus manos. Unos bíceps y tríceps bien definidos denotaban una gran fuerza, al igual que los tensos músculos del antebrazo y los tendones de las manos, largas y delgadas.
Tenía anchos hombros, unos marcados abdominales y unas caderas estrechas. En el lado izquierdo del abdomen, justo bajo el ombligo, Shahara le vio una vieja cicatriz de cuchillo o daga. Se encogió al pensar lo mucho que una herida así debió de dolerle.
Con mucho cuidado, lo puso de lado y le lavó la sangre de la espalda. Apretó los dientes con una rabia inesperada, al ver que no podía ni empezar a contar las marcas de latigazos que le habían dado.
Las sábanas de la cama se le estaban manchando. Aunque eso no importaba. Dado el estado de Syn, esa era una preocupación muy mezquina.
Deseó poder permitirse comprar fredavine para untárselo sobre los cortes rojos e hinchados; lo hubiera ayudado a sanar y atenuar el dolor. ¿En qué estaría pensando Merjack? Después de tal paliza, tardaría semanas en poder moverse.
Eso suponiendo que no muriera…
Pensando en eso, comenzó a lavarle la sangre del pelo. Nunca había visto un cabello tan negro y su suavidad la sorprendió. Era lo único suave en él. El resto de su cuerpo parecía de acero.
Con cuidado, volvió a ponerlo boca arriba y enjuagó la esponja.
Al volverse de nuevo hacia él, su mirada se fue directa a…
El rostro le comenzó a arder. Había estado haciendo lo posible por no mirar, pero una vez lo hubo hecho, era lo único que veía.
Soltó un suspiro de admiración. Syn estaba bien formado de pies a cabeza.
«¡Para ya!».
¿Qué le pasaba? No tenía ningún interés en la anatomía masculina y menos aún en aquello.
Cogió la sábana y lo cubrió, antes de seguir limpiando otras partes del cuerpo más seguras.
Le pasó la esponja por el vello de las piernas y no pudo dejar de notar los bien torneados músculos. Incluso tumbado, indicaban agilidad y velocidad. Como los de un corredor de maratón.
Era un hombre muy fuerte y, sin embargo, Shahara notó en él una profunda vulnerabilidad; estaba segura de que se avergonzaría si supiera lo que acababa de decirle a Shahara, su enemiga. Ese era el papel que ella se había asignado, pero en alguna parte de su ser, ella misma lo rechazaba.
«¿Y que te importa eso?».
Sí que le importaba. Por razones que ni podía adivinar, no quería que él la odiara.
«Estoy loca…».
Devolvió la esponja y el cuenco de agua a la cocina y abrió el sobre que el ayudante del alcaide le había dado con los efectos personales de Syn. Dentro había una medalla religiosa de plata que se usaba para proteger a los niños.
Mientras se preguntaba si sería de él o de su hijo, volvió a la cama y se la colgó al cuello.
Cuando se apartaba, Syn la agarró por la muñeca. Shahara se asustó al notar la fuerte presión, sorprendida de que pudiera tener tanta fuerza en su estado.
—¿Qué estás haciendo aquí? ¿Has venido a regodearte?
Shahara se estremeció al percibir el profundo odio de su voz.
—Nunca haría algo así.
Observó cómo su furia desaparecería.
—¿Por qué me traicionaste? —le preguntó él entonces y su voz era casi un ruego.
—Necesitaba el dinero para mi hermana.
La mirada de Syn se ensombreció y le apretó la muñeca con fuerza brutal.
—Te di todo lo que querías, todo lo que me pediste, ¿y así me lo agradeces? Maldita zorra… ¿Alguna vez os he hecho algo malo a Paden o a ti? ¡Dime!
Shahara se dio cuenta de que no le estaba hablando a ella. Syn aún se hallaba atrapado por los demonios que lo torturaban.
Le apretó la muñeca hasta que ella soltó un grito de dolor.
—Syn, por favor. Te vas a hacer daño. Túmbate y duerme.
De algún modo, él oyó su ruego y se tumbó.
—¿Por qué me quitaste a mi hijo? —susurró débilmente—. Él es todo lo que tengo. El único que me quería y tú has hecho que me odie. ¿Cómo has podido hacerme eso después de todo lo que te di?
No soy mi padre. Nunca le haría daño a Paden. Jamás te haría daño a ti. No soy mi padre…
Echó las sábanas a un lado y trató de levantarse.
—¡Syn! Necesitas descansar.
Él negó con la cabeza.
—Tengo que ver a Nykyrian. Debo advertirle.
Nykyrian… Era la otra persona que había en la lista del contrato gouran por violar y asesinar a Kiara Zamir.
—¿Advertirle de qué?
—Kiara lo está utilizando. Hará que lo maten. Estúpido. Ella no lo ama. Le está mintiendo. ¿Por qué no me hace caso?
—¿La mataste para protegerlo?
Él la miró.
—¿Quién eres?
—¿Mataste a Kiara Zamir?
Syn no respondió y trató de incorporarse.
Shahara lo retuvo.
—No puedes levantarte. Tienes que quedarte aquí.
Él miró a su alrededor.
—¿Dónde estoy?
—¿Dónde crees que estás?
—Quiero que vuelva mi hermana. —La angustia de su voz hizo que a Shahara se le hiciera un nudo en la garganta—. ¿Por qué tuvo que dejarme? —Adoptó un tono grave, como si estuviera imitando a alguien—. Ya no soportaba mirarme.
Finalmente, cerró los ojos.
Ella suspiró aliviada y confió en que Syn no sufriera otro episodio así.
«Gracias por la droga, Traysen…».
Se quedó toda la noche en vela, limpiándolo con gel antiinflamatorio y tratando de bajarle la fiebre. Durante su solitaria vigilia, fue dándole vueltas a lo que él había dicho.
¿Quién era aquel hombre? Tenía tantos secretos, tantos demonios que, en comparación, los suyos no parecían gran cosa. ¿Por qué su esposa le había quitado a su hijo?
Eso explicaba por qué Syn no estaba en las fotos más recientes.
Debía de observar a su familia desde lejos. Lo que significaba que aún los quería.
«No puedo creer hasta qué punto lo he fastidiado todo…».
Cerró los ojos y deseó poder borrar todo el dolor que le había causado. Era evidente que ya tenía mucho que soportar sin toda la desgracia que ella le había añadido.
Se estiró para relajar los músculos de la espalda. Finalmente había hecho lo que tenía que hacer y ya no había vuelta atrás. Lo que podía hacer a partir de ahí era intentar que él no sufriera más de lo necesario.
Como seax, se lo debía.
Justo antes del amanecer, la fiebre le bajó y Shahara lo cubrió con una gruesa manta y fue a tumbarse en el sofá.
En cuanto cerró los ojos, se quedó dormida.
• • •
Shahara se despertó sobresaltada. Recorrió su casa con la vista y trató de averiguar qué la había despertado. Cuando vio la cama vacía, tuvo un momento de pánico.
¿Dónde estaba Syn?
Como respondiéndole, la puerta del cuarto de baño se abrió y él se apoyó pesadamente contra la puerta en toda su esplendorosa desnudez. Incluso debilitado, llenaba la estancia con un aura de puro poder masculino.
Mientras se dirigía hacia la cama, todos los músculos del cuerpo ondearon. Shahara no había visto nunca un hombre con un cuerpo mejor y si las cosas fueran diferentes…
«Sí, claro. No harías nada…».
Syn tenía las mejillas cubiertas de una barba incipiente y los cortes de las mejillas y los labios estropeaban la belleza que ella sabía que poseía.
Le recorrió el cuerpo con la mirada y no pudo evitar estremecerse. Era imponente; tenía que darle la razón a Kasen. Incluso machacado y sin afeitar era espectacular.
Por la expresión de su rostro, vio el mucho dolor que sentía, pero cuando fue a ofrecerle su ayuda, él la recibió con un feroz gruñido.
Shahara dio un paso atrás al darse cuenta de que estaba lúcido y furioso.
—¿Qué estás haciendo aquí? —le preguntó.
Ella no hizo caso de su pregunta.
—Tienes que volver a la cama y descansar.
Aunque aún tenía los ojos hinchados, Shahara alcanzó a ver su mirada asesina fija en ella.
—¿Por qué? ¿Para que me cure y puedas devolverme a los ritadarios?
Shahara notó que se le había formado un nudo en la garganta y recurrió a la mentira que había preparado.
—Lo siento. Fue un error. Pero, como puedes ver, lo he reparado.
—Tienes mi eterna gratitud. —El sarcasmo de su voz fue como una cuchilla cortante.
Se lo merecía. Después de todo, ¿cómo se sentiría ella si estuviera en su lugar?
Al menos, no se le había echado al cuello, lo que ya era algo.
—¿Quieres comer o beber? —Shahara fue hacia la cocina.
Él soltó algo que ella supuso que era un bufido enfadado, antes de coger la manta de la cama y cojear hacia el sofá.
—Sí, necesito beber algo tan potente que me emborrache de golpe y un analgésico para acompañar.
Se envolvió en la manta y se sentó, luego se pasó la mano por la cara.
Soltó una palabrota cuando se rozó los hinchados labios.
Maldito fuera Merjack. Lo iba a matar.
Pensando eso, miró a Shahara, que le devolvió la mirada, nerviosa.
«Sí, chica, así de nerviosa debes estar».
También debería matarla a ella. Pero por el momento necesitaba toda su fuerza sólo para moverse. Había olvidado lo mucho que dolía una paliza.
Respiró hondo y un intenso dolor le recorrió el pecho.
«Ya sabes que no tienes que respirar así, idiota».
¿Cómo diablos había llegado a olvidar ese dolor?
Shahara lo observaba cautelosa, aún no muy segura de que estuviese fuera de peligro. De nuevo, él le lanzó una mirada sombría y escrutadora mientras se pasaba los dedos por el espeso cabello negro. Curiosamente, a ella le cosquillearon los dedos con el recuerdo de la suavidad de ese cabello.
—¿Por qué me has liberado? —le preguntó Syn finalmente.
—Ayudaste a mi hermana. Gracias, por cierto.
Bien, él parecía aceptar esa explicación. Al cabo de un largo momento, la volvió a mirar.
—¿Y cómo lo has hecho?
Fascinada por el movimiento de sus músculos de acero, Shahara tardó un momento en entender la pregunta.
—¿Hacer qué?
—Sacarme de allí.
Ella cogió un cepillo y se lo pasó; al hacerlo, el leve roce de sus dedos le provocó un extraño cosquilleo en el estómago.
Lo atribuyó a que nunca antes había estado en su piso conversando con un hombre desnudo. Dio un paso atrás y carraspeó.
—Falsifiqué unos permisos de traslado.
La expresión en el rostro de Syn hizo que Shahara se encogiera.
—¿Qué nombre empleaste para hacerlo?
—El mío.
La maldición que soltó la hizo sonrojar. Syn se levantó al instante, pero tuvo que volverse a sentar, gruñendo.
Ella puso distancia entre ambos.
—¿Cuánto llevo aquí? —le preguntó, apretando los dientes.
—¿Cuántas preguntas vas a hacer?
Incluso desde esa distancia, Shahara notaba el calor de su mirada.
—Si has empleado tu nombre auténtico en los permisos, ¿cuánto crees que tardarán los ritadarios en llamar a tu puerta para preguntarte dónde estoy? Merjack no va a dejar que me largue tan alegremente.
—¡Oh, Dios mío! —exclamó ella.
Ni siquiera había pensado en eso. Qué despiste. Si no tenía cuidado, mostraría su juego y la pillarían seguro.
Syn puso los ojos en blanco.
—Vamos, mujer, ¿no podías haberlo pensado un poco mejor?
—Bueno, perdona. En general no suelo sacar a la gente de la cárcel. Normalmente, soy yo quien la mete ahí.
Con una mueca de dolor, él se levantó del sofá.
—Tenemos que largarnos de aquí antes de que nos encuentren.
—¿E ir adónde?
—Donde sea.
Ella se quedó pasmada ante sus palabras.
—No quiero dejar mi casa. Tengo cosas aquí de las que encargarme. Gente que cuidar.
Él la cogió por el brazo con una mirada que se le grabó a fuego.
—Bueno, entonces, ¿cómo te propones cuidar de ellos desde un agujero parecido al que me encontraste? —La miró de arriba abajo con una sonrisa maliciosa que Shahara sentía que comenzaba a odiar—. Y créeme, cariño, acostumbran a ser mucho peores con las mujeres de lo que lo han sido conmigo… Los guardias no suelen violar a los hombres. Pero seguro que se lo pasarán en grande con una cosita como tú.
Ella sintió que se le revolvía el estómago y, por un momento, pensó que iba a vomitar.
Syn hizo una mueca de intenso dolor.
—¡Tenemos que salir de aquí ahora mismo!
Ella corrió a la mesilla de noche, de donde cogió sus armas y su traje de caza.
—Vamos.
—Hay un pequeño problema. —Syn dejó caer la manta y se quedó completamente desnudo en medio de la sala—. Necesito algo que ponerme.
De nuevo, el calor inundó las mejillas de Shahara. ¿Cómo podía haberse olvidado tan rápido de que estaba desnudo?
Pasó a su lado, rebuscó en el armario y sacó unas prendas de Caillen que su hermano tenía allí para cuando se quedaba a pasar la noche. Se las dio a Syn, pasó a la sala y corrió la sábana que la separaba del dormitorio para darle algo de intimidad, mientras ella esperaba en el sofá.
—Maldita sea, Caillen —lo oyó decir al cabo de unos minutos—. Debes de usar el mismo número de zapato que tu hermana.
Soltó un feroz gruñido y ella no pudo evitar reír. Pobre Caillen.
—Si no me matan mis heridas, lo harán estas botas.
Justo cuando él apartaba la sábana, llamaron a la puerta.
Shahara se quedó helada.
—Oh, Dios, ya están aquí…
Syn cogió la pistola de ella.
De repente, una voz conocida sonó al otro lado de la puerta.
—¿Shay? ¿Estás en casa?
Una sensación de alivio la recorrió al reconocer la voz de su hermana. Abrió la puerta y metió a Kasen dentro.
—¿Qué pasa?
—Acabo de oír en el comunicador de Caillen que el gobierno ritadario está enviando agentes aquí en tu busca. Y quería… —Se quedó callada al mirar más allá de Shahara y ver que Syn estaba junto al sofá—. Oh.
—Tenemos que irnos. —Syn le dio a Shahara la pistola—. ¿Sabes si ya han pasado por mi casa?
Kasen se encogió de hombros.
—Parecía que sí, pero no estoy segura.
Él lanzó un grave gruñido.
—Creo que sé de un lugar donde no nos encontrarán.
Kasen los miró ceñuda.
—¿Adónde vais?
Syn le dedicó una sonrisa sincera y encantadora.
—Tú, mi curiosa amiga, vas a ir a casa a esperar a Caillen mientras yo llevo a Shahara a una zona segura.
La joven resopló un poco molesta.
—¿A dónde vais?
—Si te lo dijera, ya no sería seguro.
—Sí, pero…
Syn perdió la paciencia.
—No hay tiempo para explicaciones. Vete a casa, Kasen. Ya.
Shahara alzó una ceja al oír el fiero tono que había empleado, y por primera en su vida, vio a su hermana obedecer.
Luego, Syn salió con ella del piso y juntos rodearon del edificio.
Shahara trató de zafarse.
—Podrías soltarme el brazo. No es que me vaya a escapar ni nada de eso.
—Perdona. —La soltó.
Un momento después, ella volvió a notar dolor cuando él la agarró de nuevo.
—¿Qué demonios…?
—Chist. —La hizo agacharse junto a un seto—. Apóyate contra la pared.
Shahara obedeció sin rechistar.
Estaba a punto de preguntarle qué pasaba cuando vio a los agentes ritadarios.
El corazón le latió con fuerza. Los habían encontrado. Y, peor aún, habían bloqueado la entrada al muelle que compartía con dos de sus vecinos.
La garganta se le quedó seca.
«Nos han atrapado».