La suave presión de los labios de Syn sobre los suyos anonadó a Shahara. El beso era tan ligero como una pluma rozándole la boca; le provocó un escalofrío que le recorrió la espalda.
El penetrante olor a cuero y hombre llenó sus sentidos. La rodeó con su calor y, por un momento, se perdió en la extraña sensación de aquellos labios contra los suyos, del torso que le apretaba íntimamente los senos, de la desconocida y dolorosa palpitación que le comenzó en la boca del estómago y le fue bajando.
Suspiró mientras en ella resurgía una necesidad profundamente enterrada. Ningún hombre la había besado con tanta ternura. La mayoría de ellos la agarraban con manos que raspaban y hacían daño. Y el último beso que había recibido había sido un asalto brutal que le dejó los labios sangrantes, magullados y doloridos durante semanas.
Ese no era el beso de Syn. Su boca, suave y tierna, era un claro contraste con la crueldad de la que ella lo sabía capaz.
Cerró los ojos y aspiró su aroma cálido y masculino mientras él le tanteaba suavemente la boca con la lengua y bailaba con la suya antes de mordisquearle tiernamente el labio inferior.
Syn cerró los ojos, mientras saboreaba el suculento terciopelo de aquella boca e inhalaba el puro aroma femenino. Nunca en su vida había probado nada tan maravilloso, tan adictivo.
Shahara era suave y dulce. Él le soltó las manos y le cubrió la mejilla con la suya. Luego se apartó de sus labios y le recorrió el pómulo con la boca.
Ella se estremeció cuando la patilla de él le rozó levemente la piel, antes de que siguiera descendiendo por su sensible cuello. La palpitación que sentía se intensificó mientras la recorrían pequeños estremecimientos.
El cálido aliento de él le cosquilleó la oreja cuando le comenzó a susurrar algo poético en un idioma que ella no entendía.
Sin darse cuenta, le rodeó los hombros con los brazos y acarició los fibrosos músculos que ondeaban bajo la fina seda de la camisa. Él continuó calmándola con su aterciopelada voz de barítono, hablándole en aquel extraño y melódico idioma. Acunándola, hipnotizándola.
Shahara no sabía que un hombre pudiera sujetarla sin hacerle daño y ese descubrimiento la asombró.
Syn se movió y ella notó» el duro bulto de su erección contra el muslo.
El pánico se apoderó de ella.
En ese instante, recordó por qué había ido allí. Syn no era un hombre tierno, y seguro que tampoco era amable.
Era un cruel asesino.
Con un siseo, le agarró la coleta y lo apartó.
—Vanna sitiara!
Le clavó las uñas debajo de la barbilla.
La maldición de él igualó a la suya, mientras ella le arañaba. En ese momento, a Shahara no le importaba si la mataba. Se negaba a yacer con un hombre buscado por violación y asesinato. Los hombres eran crueles y abusivos por naturaleza y ella moriría antes que someterse a uno.
Syn volvió a agarrarle las manos y se las mantuvo junto a la cabeza. Sus labios se curvaron en una feroz mueca mientras respiraba pesadamente.
Con valentía, Shahara lo miró con todo su odio.
—Si me violas, presidiario, te arrancaré el corazón del pecho y te lo haré tragar.
La furia desapareció de la expresión de él y sus ojos se nublaron extrañamente, como si algo de su pasado lo quebrase por dentro. A Shahara le pareció que miraba el rostro de una estatua carente de emociones o de vida.
—Nunca he violado a ninguna mujer y no tengo intención de empezar ahora.
Una gota de sangre se le desprendió del arañazo del cuello y le cayó a Shahara en la mejilla. Por un momento, él se quedó contemplando esa gota y luego volvió a mirarla a ella a los ojos.
—Voy a soltarte. Si me atacas de nuevo, será la última vez que cometas ese error.
El frío desafío de su voz la impresionó más que las palabras. No tuvo duda de que le haría lamentar cualquier otro ataque. Y, como Gaelin, disfrutaría torturándola. Se reiría mientras lo hacía.
Pero en algún momento bajaría la guardia. Entonces sería suyo y ella se lo haría pagar con creces.
Él le soltó las manos y se levantó.
Shahara se quedó tumbada un momento, observándolo con suspicacia.
Sin apartar la mirada de ella, Syn cogió la botella del suelo, agarrándola con tal fuerza que los nudillos se le marcaron en el cuero del guante.
—Vamos, tíramela —lo desafió Shahara.
Un destello de sorpresa cruzó el rostro de él antes de que recuperase su impasibilidad.
—Debería hacerlo. Maldición, si tuviera dos dedos de frente, te mataría y tiraría tu cuerpo en el basurero más cercano.
Ella levantó la barbilla, desafiante. Mejores oponentes lo habían intentado y habían fracasado.
—Entonces, ¿por qué no lo haces?
—Tengo que hacer un encargo.
Esa inesperada respuesta no resultaba muy tranquilizadora, pero pareció debilitar su engreimiento.
Syn se pasó la mano bajo la barbilla y maldijo cuando la apartó manchada de sangre. Le lanzó tal mirada que Shahara pensó que, a fin de cuentas, sí la iba a matar.
En vez de eso, Syn se volvió y se dirigió al cuarto de baño.
Ella se limpió la sangre de él de la mejilla y escuchó mientras el agua salpicaba el lavabo. Se levantó y se quedó parada, sin saber muy bien qué hacer.
¿Cómo iba a salir de aquel lío?
¿Pretendería matarla? ¿Y qué le haría antes de arrebatarle la vida? Varias posibilidades, todas ellas aterradoras, le cruzaron la mente y se estremeció.
Vacilante, fue hasta la puerta del baño, que él había dejado entreabierta. Lo vio delante del lavabo, limpiándose la sangre con una esponja mojada.
—¿Qué me vas a hacer?
Él detuvo la mano y la miró a través del espejo.
El odio de su mirada la estremeció.
—No lo sé —contestó finalmente—. Nunca nadie ha sido tan estúpido como para colarse en mi casa.
El insulto hizo que le hirviera la sangre.
—No soy estúpida —replicó ella.
El resoplido de incredulidad de él la hizo desear arrancarle el corazón.
—Colarte en mi casa no ha sido precisamente un acto de inteligencia. Por si no lo has notado, aquí no tengo línea telefónica ni un ordenador, ni ningún otro medio por el que puedas contactar con alguien de fuera. Y tampoco puedes atravesar el escáner que hay conectado en la puerta y las ventanas, a no ser que yo lo desactive. ¿Dónde te deja todo eso?
A Shahara se le encogió el estómago. Eso la dejaba a su merced y ambos lo sabían.
—No voy a ser tu juguete.
Él le recorrió el cuerpo con una mirada de desprecio, como si ella fuera lo más desagradable del mundo.
—No te hagas ilusiones.
Syn estrujó la esponja y la puso en el toallero para que se secara, luego sacó un tubo de crema medicinal y comenzó a aplicársela en los arañazos.
—Volveré por la mañana. Hasta entonces, haz como si estuvieras en tu casa. —Se volvió y la contempló con una mirada que la atravesó con una frialdad letal—. Pero te advierto que en esta vida sólo hay una cosa que valoro y es mi casa. Si dejas aunque sólo sea una mancha en el suelo, la limpiaré con tu pellejo.
A pesar de esa amenaza y de que ella sabía que la cumpliría, Shahara entrecerró los ojos. No mostrar nunca miedo. Esa era la primera lección que había aprendido de muy joven.
—No acepto órdenes de presidiarios.
Antes de que pudiera parpadear, él la había cogido por la muñeca y se la había acercado con fuerza de acero. Sus ojos ardían con un fuego negro y Shahara sintió un temor más intenso del que había sentido en mucho, mucho tiempo.
En ese momento, supo que aquel hombre era capaz de todo.
Él la cogió con más fuerza.
—Estropea algo y te lanzaré en medio de una pandilla de violadores tan rápido que no tendrás ni tiempo de protestar antes de que te corten la lengua.
Ella tragó saliva ante la amenaza, que dio en la diana de sus temores como ninguna otra cosa lo había hecho antes. Era su mayor miedo. Con el corazón desbocado, lo miró fijamente, tratando de disimular ante él lo mucho que sus palabras la aterrorizaban.
A pesar de su esfuerzo, tuvo la sensación de que él lo sabía.
Se soltó la muñeca. ¿Por qué estaría dispuesto a dejarla en su casa? Eso no tenía sentido.
—¿Y qué se supone que debo hacer mientras tú estás fuera?
—Pensar en formas de matarme mientras duermo.
Su tono desenfadado no la tranquilizó en absoluto.
—Ya tengo una larga lista en la cabeza.
Él se encogió de hombros.
—Debo advertirte que, si consigues matarme, nunca saldrás de aquí con vida. Te morirás de hambre mucho antes de que alguien me eche de menos y se le ocurra venir a ver si estoy bien.
Bueno, eso sí que era algo en lo que Shahara no había pensado.
—Como si no fuera a morirme de hambre igualmente si me dejas aquí sin comida —replicó sarcástica, pensando en los armarios vacíos de la cocina.
Sin decir nada, él cogió los guantes de la repisa, pasó delante de ella y apretó los controles para abrir el armario de su habitación.
Sacó una chaqueta negra de cuero y se la puso.
—Puedes usar mi cama. Yo dormiré en el sofá. Si eso hace que te sientas mejor, cierra la puerta del dormitorio.
Y salió del mismo.
Shahara se quedó pasmada. Un momento antes la estaba amenazando y al siguiente le estaba ofreciendo cierta seguridad.
¿Qué clase de presidiario era?
Antes de aclararse, oyó cerrarse la puerta principal tras él.
• • •
Syn se apoyó en la puerta cerrada y respiró hondo para controlar sus desbocadas emociones y hormonas. Hacía años que nadie conseguía alterarlo tanto. A un cínico estoico de nacimiento, que siempre había sido capaz de controlarse a sí mismo y sus emociones.
Pero algo en Shahara conseguía burlarse de su voluntad de hierro.
No sabía qué le estaba pasando. ¿Cómo podía estar tan furioso como para matarla, y después ir y besarla?
Sabía con seguridad que no era así, pero de otro modo hubiera pensado que ella había usado un potenciador de feromonas.
—Te estás atontando. —Si le quedara una sola neurona en el cerebro, la habría esposado a la cama en vez de dejarla que usara la casa para planear alguna forma de matarlo al regresar.
Pero también era cierto que sabía los motivos de esa estupidez en concreto. En primer lugar, era la querida hermana de Caillen y no quería traumatizarla demasiado y que su amigo nunca más volviera a dirigirle la palabra. En segundo lugar, le recordaba demasiado a Talia; ese miedo en los ojos al mirarlo, convencida de que la lanzaría al suelo y le arrancaría la ropa.
No había tenido edad suficiente para proteger a su hermana, algo que nunca había llegado a aceptar.
Y además, Syn nunca, nunca le haría daño a una mujer de esa forma. A nadie, en realidad. Él no era así.
Pero ¿qué iba a hacer con ella?
Suspiró, deseando tener una respuesta fácil. La dejaría sola unas cuantas horas. Quizá a la vuelta estuviera lo suficientemente calmada como para que pudiesen hablar sin que ella tratara de arrancarle la piel a tiras.
O tal vez debería decirle que era amigo de Caillen…
Sí, claro. Como si a Shahara fuera a importarle eso. Y teniendo en cuenta el tipo de gente con la que Caillen solía relacionarse sólo le daría un motivo más para tratar de llevarlo ante la justicia. Probablemente lo consideraría incluso un servicio a la comunidad.
No, sería mejor guardar en secreto su amistad con su hermano.
Por la mañana, seguramente estaría dispuesta a escucharlo. Por el momento, él tenía un cargamento y negocios legítimos en que pensar.
• • •
Shahara echó la cabeza hacia atrás y dejó que el agua caliente le cayera por el cuerpo. Hacía tanto tiempo desde la última vez que había disfrutado de una ducha caliente…
Era como el mismísimo paraíso.
En su apartamento, tenía suerte si conseguía tener agua templada aun en verano.
Debía de estar loca para ducharse cuando tendría que estar planeando la huida, pero mientras registraba la casa, la tentación había podido con ella. Además, Syn le había dicho que estaría fuera toda la noche, así que aún le quedaban horas para pensar cómo regresar a casa. Por unos pocos minutos, iba a darse un gusto.
Salió de la ducha sintiéndose mucho mejor y con la cabeza más clara. Cogió la larga y esponjosa toalla de la barra y se secó la cara. Ahogó un grito al darse cuenta de que el olor almizclado de la toalla era el de Syn.
Apretó los dientes, furiosa, y tiró la ofensiva toalla al suelo. Por muy bien que oliera o por muy guapo que fuera, era un presidiario con un pasado muy violento. No debía olvidarlo nunca.
Justo cuando se inclinaba para recoger su ropa interior del suelo, la puerta del baño se abrió.
Horrorizada, se incorporó y se encontró mirando un par de hermosos ojos, oscuros y muy abiertos.
Syn se quedó clavado en el sitio cuando todo el aire se le escapó del cuerpo como si le hubieran dado un puñetazo en el estómago. No se habría quedado más parado si hubiera abierto la puerta y se hubiera encontrado un enorme lorina esperando para devorarlo.
Aunque tenía que admitir que prefería con mucho encontrarse con el torneado trasero de Shahara.
Esta se hallaba desnuda, en todo su esplendor, la blanca piel brillante de gotitas de agua y el cabello color caoba pegado al cuerpo, dejando caer pequeñas cuentas de agua sobre el suelo. Un mechón especialmente atractivo se le rizaba alrededor del seno derecho.
«Oh, mierda…».
Como sospechaba, tenía unos músculos fuertes y bien torneados y sus pechos eran del tamaño justo para la mano de un hombre.
Sin intervención de su voluntad, la mirada se le clavó en el triángulo color caoba en la intersección de sus muslos y…
Notó que la lengua se le engrosaba y esperó que no le estuviera colgando hasta el suelo.
Sobre todo, esperó no estar babeando.
Shahara no podía moverse. Aquella mirada oscura y depredadora la había hipnotizado como la de una cobra. Y él estaba tan inmóvil que podría haber sido una estatua.
Pero no lo era.
Era un hombre de carne y hueso. Y, mientras ella lo miraba, una lenta mirada de admiración fue apareciendo en el rostro de él.
Shahara notó que le ardía la cara y consiguió recuperar la voz.
—¡Fuera de aquí! —gritó, mientras cogía el traje de combate del suelo y se lo ponía delante—. ¡Cómo te atreves! ¡Cabrón! —Corrió hacia él y lo empujó a la otra habitación—. ¡Sal y quédate fuera!
Antes de que Syn se hubiera recuperado del todo, ella le cerró la puerta en las narices.
Y pensar que había supuesto que se habría encerrado en el dormitorio. Sí… Eso le enseñaría a no suponer nada.
Esa visión había hecho mucho para compensarlo por la piel que ella le había arrancado antes. Sonrió al pensarlo.
Hasta que recordó que aún no había cogido su neceser del armario del cuarto de baño.
—Oh, mierda…
Puso los ojos en blanco mientras se planteaba entrar a buscarlo.
No, eso sería un error. Esa vez, Shahara podría matarlo.
—Mejor me olvido y no me preocupo más. —Porque tenía la sensación de que si la volvía a ver en ese momento, después de avergonzarla así, saldría perjudicado.
Más aún.
Mejor irse de allí con todas las partes de su anatomía intactas.
Por no hablar de lo que Caillen le haría si alguna vez se enteraba de lo que acababa de ver.
Sí, no solía retroceder, pero en ese caso…
No tenía alternativa.
• • •
Shahara echó humo al oír la profunda risa de Syn a través de la puerta y deseó vengarse.
Se puso el traje de combate con manos temblorosas. Las mejillas le ardían. ¿Cómo podía haber sido tan tonta? Él era un criminal despiadado y un mentiroso. Lo sabía. ¿Por qué se había duchado en la casa de un hombre así?
Por suerte, ya había salido de la ducha cuando él la vio. No quería ni pensar en lo que podría haberle hecho de tenerla atrapada en el cubículo de la ducha.
Una vez vestida, decidió que había llegado la hora de darle a Syn una buena lección sobre cómo tratar a las mujeres con el debido respeto. Abrió la puerta de golpe, dispuesta a luchar, y se quedó parada.
La habitación estaba vacía.
Ceñuda, miró hacia todos lados, pero no vio ni rastro de él.
Entró con cuidado en el dormitorio, esperando alguna clase de truco.
Un aroma cálido y dulce la recibió. Algo olía muy bien. Como llevaba dos días sin comer, el delicioso aroma hizo que le doliera el estómago. Al principio, pensó que se lo estaba imaginando, pero al cruzar la habitación vio tres paquetes.
Se acercó, abrió uno de ellos y sonrió al ver una fiambrera dentro. Mientras el estómago le rugía, la abrió y en su interior encontró un bistec, verduras y un panecillo.
Cerró los ojos ante el maravilloso aroma a carne con entusiasmo. Habían pasado más años de los que podía recordar desde que había comido algo así. Miró dentro de las otras dos bolsas y vio zumo, más pan, embutidos, quesos y unas cuantas chocolatinas y bolsas de golosinas.
¿Qué le pasaba a ese hombre?
No podía creer que un cruel asesino pudiera ser tan considerado como para llevarle comida. ¿Por qué estaría haciendo eso por ella?
Pero en ese momento tenía demasiada hambre para pensar, así que cogió la fiambrera y se sentó en el sofá. No tardó en engullir la deliciosa comida y luego guardó el resto en el armario.
Eso había estado muy bien. Hacía tanto que se había sentido tan llena que hasta había olvidado la sensación.
Pasó la mirada por la inmaculada mansión y frunció el cejo.
—Eres la criatura más rara que he conocido nunca.
La madera del suelo estaba pulida hasta relucir; seguro que se necesitaba un montón de horas a la semana para mantenerla así. Varias alfombras blancas y negras, de complicado diseño y gran esponjosidad, estaban colocadas entre los dos sillones de cuero negro y debajo de la mesa del comedor y las sillas. La vajilla era de ébano tallado a mano, un lujo que muy poca gente se podía permitir.
Había cuatro cuadros de Chinergov y, si Shahara no se equivocaba, eran originales, no copias; por todas partes se veían cosas caras. Pero lo más fascinante era el enorme piano blanco colocado ante las ventanas, a través de las que se disfrutaba una increíble vista de la ciudad.
Aquello sí que era estar en lo más alto de la escala.
Y junto al piano había un escritorio vacío. Syn no bromeaba. Allí no había ningún tipo de ordenador. Qué raro en un pirata tan famoso. Por lo general, estos vivían conectados a los sistemas de redes.
Debía de tenerlo en algún sitio fuera de la casa. Pero incluso eso parecía extraño en alguien con sus antecedentes.
Seguramente tenía un portátil que llevaba a todas partes.
Shahara negó con la cabeza mientras volvía a pasar la vista por el apartamento. Qué buen sitio para vivir. Ella sólo podía soñar con una vivienda así y, desde luego, nunca había imaginado que un sitio como ese pudiera ser el hogar de alguien con la brutal reputación de Syn. La mayoría de los lugares adonde había ido a buscar a sus objetivos eran agujeros mugrientos, llenos de ratas y olores asquerosos.
Aquel en cambio era como si perteneciera a un aristócrata. Nada estaba fuera de su sitio. Pudo entender por qué él había insistido en que no rompiera nada. Shahara también estaría orgullosa de poseer algo así.
Pero claro, ella no robaba a los demás.
Al pensar eso, fue a registrar el dormitorio en busca de sus armas. Tenían que estar por alguna parte.
Al cabo de una hora, no había encontrado nada. Nada bajo la cama de madera de ébano, nada en el armario lleno de ropa exclusiva hecha a mano. Nada.
Ni siquiera un poco de pelusa.
Miró la mesilla de noche. Aún no la había abierto, porque sabía que él no dejaría nada a la vista. Eso sería estúpido y aquel hombre no era estúpido en absoluto.
Debía de tenerlo todo dentro de la caja fuerte de la pared. Si tuviera un cierre Grimson, quizá ella pudiera hallar el código. O si tuviera sus herramientas para cerrojos…
Suspiró disgustada y cogió el libro sagrado de Syn y la alfombrilla de oración del suelo, donde él los había dejado. Aunque no respetaba su hipocresía, sí respetaba los objetos de su religión. Con cuidado, envolvió el libro con la tela y fue a dejarlo todo en la caja de oración.
Pero no vio ninguna.
La debía de tener en la mesilla de noche…
Fue hasta allá y abrió el cajón. Dentro había una mochila grande. Esperanzada, pensó que tal vez contuviera un ordenador.
Dejó el libro y la tela encima de la mesilla, sacó la mochila y la abrió. Pero el alivio le duró poco, porque dentro sólo encontró una muda, un cepillo de dientes y la caja de oración que buscaba.
Mierda…
Soltó un suspiro y, de repente, se quedó parada al darse cuenta del significado de su hallazgo. Era una mochila con lo imprescindible, por si tenía que salir de su casa a toda prisa. Así que, aunque Syn valoraba su hogar, estaba dispuesto a dejarlo todo atrás en un instante.
Qué forma tan triste de vivir.
«Por eso yo no soy una criminal».
La inquietaba la idea de la paranoia constante. No podía imaginarse viviendo así. Negó con la cabeza y sacó la pequeña caja roja de oración para meter dentro el libro y la tela.
Cuando levantó la tapa, se quedó atónita. Dentro de la caja vio los primeros objetos privados que encontraba de su captor.
Se puso la caja sobre el regazo y sacó un puñado de documentos y fotos. Con el cejo fruncido, miró la primera foto. Un Syn mucho más joven, posando en una imagen de estudio, junto a una mujer muy atractiva y con un niño de no más de cuatro años en brazos.
Era una típica foto familiar, cosa que la dejó perpleja.
¿Estaba casado?
¿Tenía un hijo?
En el archivo sobre él que había en la red no se hacía ninguna mención de eso, pero Shahara no podía negar lo que estaba viendo.
La mujer era muy hermosa y parecía de clase alta y arrogante. A Syn… también se veía sofisticado, pero en sus ojos relucía el peligroso brillo que sólo tenían quienes se habían criado en las calles.
Y mientras miraba la foto, una emoción rara y olvidada hizo que se le formase un nudo en la garganta.
Como no quería pensar en eso, pasó a la siguiente foto. En ella se veía a un muchacho moreno, de unos siete años, agarrado a una niña de once o doce. Ella rodeaba al niño con los brazos, como protegiéndolo, como dispuesta a pelear contra todo un ejército para defenderlo. Ambos estaban descalzos, sucios y con moretones, la ropa se veía desgastada y rota en algunas partes. Mientras observaba los ojos negros y el labio partido del niño, Shahara se dio cuenta de que era Syn de pequeño.
El corazón se le encogió al ver aquel rostro golpeado. Qué terrible. Apretó los dientes para mantener a raya sus emociones y se recordó que la pobreza y los malos tratos no excusaban el comportamiento criminal.
Ella había superado su infancia y se había vuelto mejor. Él también podría haberlo hecho.
Cuando iba a guardar de nuevo las fotos en la caja, se fijó que había algo escrito en la de los dos niños. Con letra de trazo masculino y grueso, alguien había escrito unas palabras que resultaban tan perturbadoras como el estado de los críos.
«Tus queridos hijos te echan de menos, querida. Envía dinero o yo los enviaré a ellos a ver a su madre y su familia durante tu próxima velada con la alta sociedad».
¿Qué querría decir? ¿Y cómo había conseguido Syn la foto que se debió de emplear para chantajear a su madre?
Y, sobre todo, ¿a qué clase de madre se podía amenazar con la visita de sus hijos? La sola idea le produjo náuseas.
Guardó las fotos y pasó a revisar los ordenados documentos que también había encontrado. El primero era el certificado de nacimiento de Paden Belask, en el que, en el lugar del padre, aparecía Sheridan Belask.
¿Un alias?
¿Por qué no estaba en la página de la recompensa? Pero allí no figuraba ningún alias, sólo C. I. Syn. Ni siquiera ponía a qué correspondía la «C» y la «I» lo que, aunque raro, seguramente significaba que Syn había modificado sus registros.
Observó el documento con más detalle. Por la fecha de nacimiento, supo que Syn no podía estar empleando ese certificado como suyo. El chico sólo tendría ahora dieciséis años.
Volvió a sacar la foto familiar y la puso junto al certificado de nacimiento. La moda de la ropa y la fecha del certificado coincidían.
Paden debía de ser el niño de la foto.
Y Sheridan Belask habría sido el nombre de Syn en algún momento, lo que, sin duda, convertía al niño de la foto en su hijo.
¿Y dónde estaría el chico en esos momentos?
¿Habría escondido Syn a su mujer y su hijo para que estuvieran a salvo de sus enemigos?
¿Estarían muertos?
«¿Los habrá matado Syn?».
Esa idea la dejó helada.
Hojeó los documentos, pero no vio certificado de matrimonio ni de divorcio.
¿Qué les habría pasado?
Miró el resto de los documentos con más atención. Había un título superior en Química por la Universidad de Ciencia de Derridia, también a nombre de Sheridan Belask; un logro impresionante, ya que sólo los más inteligentes y brillantes eran admitidos en esa universidad. También había cuatro documentos de identidad falsos y tarjetas de crédito y débito a diferentes nombres, además de varias hojas de informes escolares a nombre de Paden Belask.
Qué raro.
Cuando iba a guardar los documentos en la caja, se fijó en un papel que se había dejado en el fondo. Lo cogió y lo desdobló. Sobresaltada, lo leyó dos veces para asegurarse de que lo había leído correctamente.
Era un título de médico, expedido a nombre de Sheridan Belask para practicar la medicina humana, kiati y andarion por todo el universo Ichidian.
Tenía además un sello de cirujano…
—¿Es cirujano?
¿Cómo era posible? ¿Por qué si había tenido un oficio tan prestigioso y bien remunerado lo habría abandonado?
Tenía que ser una falsificación. Algún chanchullo en el que Syn estuviera trabajando. Eso sí tenía sentido.
Examinó el documento detalladamente, tratando de ver si era falso. De serlo, era una de las mejores falsificaciones que había visto nunca. Lo alzó hacia la luz. Las fibras naranja y azules se entrecruzaban formando el sello de la universidad. Sin duda era auténtico. Pero eso no tenía ningún sentido.
¿Por qué un cirujano con tres especialidades se dedicaría al asesinato y al robo?
¿Por qué iba a tener que hacerlo?
Perpleja, Shahara volvió a meter los papeles en la caja, consciente de que allí no encontraría la respuesta a sus preguntas. Aunque tampoco era que esa respuesta le importara.
Fueran cuales fuesen sus razones, Syn, o Sheridan Belask, o quienquiera que fuera, se había convertido en un criminal. El trabajo de ella era llevarlo ante las autoridades.
La vida de Tessa dependía de su capacidad para completar su misión. Y por mucha lástima que sintiera, eso no le impediría hacer lo que debía.
Pensando en eso, metió de nuevo la mochila en la mesilla de noche y abrió el cajón superior. Se quedó parada. Dentro había un gato lorina de peluche y, por su aspecto, se veía que alguien lo había querido mucho; una de las orejas tenía marcas como sí un niño lo hubiera mordisqueado con frecuencia. Junto a él, había un marco de fotos electrónico. Shahara lo encendió y fue pasando las fotos de Syn y de su esposa e hijo. Había algunas de las fiestas de cumpleaños de Paden y otras de la mujer en la casa; las fotos del hijo parecían bastante recientes…
Mostraban al chico en partidos deportivos y una en una ceremonia de graduación. Pero en ninguna de estas últimas aparecía Syn y todas estaban sacadas desde lejos.
Shahara volvió atrás, a las primeras fotos de él y su familia y se le hizo un nudo de añoranza en la garganta. Era la clase de familia que ella siempre había soñado tener. Un marido que la mirara de la forma en que Syn miraba a su esposa y su hijo, como si fuese capaz de vivir y morir por ellos. Se veía que los adoraba.
Sin duda un hombre con esa dedicación a su familia no podía ser tan malo.
¿O sí?
Cerró los ojos e imaginó la vida que siempre había querido tener. Ella en una buena casa, con un hombre decente que la amara y con niños jugando en el jardín, sin tener que arañar cada migaja que comían. Un mundo donde la gente no la persiguiera reclamándole dinero…
Pero ese no era su destino. Shahara no confiaba en que los hombres no le mintieran, la traicionaran y abusaran de ella. Y, para ser sinceros, en su oficio no era fácil que conociera a nadie que no fuera a ser un timador o un presidiario. Los únicos hombres con los que ella trataba eran la escoria del universo.
Aun así, eso no le impedía soñar. Miró las fotos y suspiró.
—Si yo tuviera una vida así, nunca la dejaría escapar.
Que Syn sí lo hubiera hecho decía mucho sobre él… Sólo un imbécil arrogante y egoísta podía abandonar a una familia como aquella.
• • •
Syn entró con cuidado en su apartamento. Recorrió la sala con la vista, casi esperando que Shahara lo estuviera aguardando junto a la puerta para atizarle con otra botella.
Pero la estancia estaba vacía. Estuvo tentado de mirar en el dormitorio, pero decidió que sería más seguro no acercarse a él. Además, verla durmiendo en su cama no era un recuerdo que quisiera tener. Ya había acumulado suficientes imágenes de ella como para torturarlo el resto de su vida.
Era una de las queridas hermanas de Caillen y su deber era tratarla como tal.
Bostezó mirando los sofás. Hacía días que no dormía y realmente necesitaba un buen rato de sueño.
Demasiado cansado para pensar, se tumbó en el diván que quedaba frente a la ventana. Con suerte, Shahara dormiría hasta tarde y él podría descansar lo suficiente para tratar con ella sin perder los estribos.
Y al cabo sólo de unas horas, Caillen estaría de vuelta.
Le había dejado un mensaje urgente pidiéndole que lo llamara. En cuanto su amigo regresara, le pasaría a su hermana. Mejor que se ocupara él de aquella obstinada mujer.
Lo único que Syn quería era dormir.
• • •
Shahara oyó el crujido del sofá bajo el peso de Syn. Se había despertado inmediatamente al oírlo entrar, pero se quedó tumbada en la cama, tratando de calmar los rápidos latidos de su corazón, temerosa de que, en cualquier momento, entrara en el dormitorio.
Con los nervios a punto de estallar, esperó hasta que creyó que iba a gritar de ansiedad. Pero no oyó pisadas que se acercaran al dormitorio.
Bajó de la cama y se encaminó en silencio hacia la puerta.
¿Estaría Syn durmiendo de verdad o sólo esperando otra oportunidad para pillarla desprevenida?
Atravesó el cuarto de baño y abrió la puerta del salón. Se detuvo en el umbral, apretando el helado pomo, dispuesta a cerrar de golpe y pasar el pestillo si él se movía.
No lo hizo.
Contempló cómo subía y bajaba el pecho de Syn y se dio cuenta de que estaba profundamente dormido. Respiró aliviada y soltó el pomo.
Contra su sentido común, que la instaba a regresar a la cama, salió a la sala. El sol del amanecer incidía sobre el sofá y Shahara pudo contemplar el perfil de los rasgos perfectos y relajados de Syn.
Se había soltado la coleta y los mechones oscuros y ligeramente ondulados le caían sobre las mejillas, suavizando los duros planos de su rostro.
Presidiario o no, era un hombre realmente atractivo. Tan devastador como el hermano de Shahara.
Syn se removió en el sofá y ella retrocedió, con el corazón golpeándole las costillas. Él no se despertó, pero su nueva postura mostró que aún llevaba la pistola de rayos colgando de la cadera.
Shahara sintió una chispa de esperanza. Aquella era su oportunidad. No podía dejarla escapar.
Sin pensarlo dos veces, cubrió la distancia que los separaba y le sacó la pistola de la funda.
Al instante, Syn se puso en pie.
—¿Qué diablos…? —La vio y se relajó—. Ah, eres tú. —Se pasó la mano por la cara.
Esa indiferencia enfureció a Shahara. ¿Cómo se atrevía a tratarla como si no fuera más que un bicho molesto?
Soltó el seguro de la pistola y le apuntó al pecho.
—Abre la puerta.
Él esbozó una media sonrisa, lo que mostró un maldito hoyuelo.
—Eso… —señaló la pistola que ella tenía en la mano— no te da ventaja. Si me matas, morirás.
Shahara apretó la dura culata de hueso y le apuntó a la cabeza.
—He dicho que abras la puerta, presidiario. No estoy jugando.
Syn suspiró como si ella lo aburriera.
—Vamos, dispárame. Tendrás que matarme, porque no tengo intención de dejarte salir de aquí cuando ambos sabemos que regresarás a la primera oportunidad que tengas. Además, si los ritadarios me ponen las manos encima, soy hombre muerto. Así que no te cortes y dispara.
Shahara lo miró incrédula.
¿Qué debía hacer?
—O dame la pistola y vuélvete a la cama —añadió él y le tendió la mano.
Ella se paró justo antes de hacerlo. No podía devolverle la pistola. Si le entregaba el arma, nunca saldría de allí.
Le daría a él todo el poder.
—Abre la puerta —repitió, aunque se sentía un poco estúpida.
—No.
Ella miró sus burlones ojos. Él sabía que la tenía atrapada. Si le devolvía la pistola, nunca la respetaría ni la liberaría.
Y si no volvía pronto a casa, Tessa moriría.
No tenía elección.
Bajó el cañón y disparó.
La sacudida del rayo lanzó a Syn al suelo. Se quedó sin aliento al golpearse con fuerza contra las tablas del mismo y el dolor le recorrió el brazo como una llama.
Cerró los ojos contra la palpitante agonía. Sangre caliente manaba entre los dedos de la mano con que se cubría la herida abierta.
Hija de…
Tragó aire entre los dientes mientras todo su cuerpo se estremecía de dolor.
Shahara se acercó a él como un lorina cazador. Se le plantó delante con los pies separados. Mantenía la mano tan firme y permanecía tan inmóvil como cualquier asesino que Syn hubiera conocido.
Le apuntó al corazón. No había piedad ni vacilación en ella.
—He dicho que abras la puerta, presidiario. O morirás.
Él la miró con fría mirada, incapaz de creer que hubiera permitido que lo engañara de esa forma. Pues si tenía que morir, que así fuera. Siempre había estado preparado para la posibilidad de la muerte. Demonios, había querido morir desde que perdió a Paden.
Pero no iba a hacerlo en una prisión ritadaria, a manos de sus interrogadores. Prefería llevarse sus secretos a la tumba.
Y si Shahara moría con él, Nykyrian tendría un rastreador menos a su espalda.
—Dispara —dijo con calma.
Ella entrecerró los ojos, lo agarró por el cuello de la camisa y se lo acercó a la cara.
Le apretó el frío cañón contra la mejilla.
—Es tu última oportunidad. Abre la puerta.
Él negó lentamente con la cabeza.
—Muy bien —gruñó la joven—. Entonces nos veremos en el infierno.