Con las piernas temblorosas, Shahara entró en la Corte de la Supervisora Trigon, situada en la Ciudad Central de Gondara. Era el más alto bastión de la ley y el orden en todo el universo Ichidian. Ahí era donde la ley de los mundos combinados se creaba y el único lugar donde una ley podía ser revocada o cambiada. La Supervisora era la juez suprema de un panel de seis jueces y su veredicto era inapelable.
Ni siquiera la Liga podía hacer caso omiso de sus decisiones. Era la voz de la ley y la última esperanza de Shahara para poder liberar a Syn de la prisión.
Siglos después de que la Liga hubiera roto las cadenas del tirano emperador Justiciale, sus líderes se habían reunido para garantizar la paz y la ley para todos, para asegurarse de que ningún otro señor de la guerra volviera nunca a proclamarse dictador. Nombraron a cinco jueces y les asignaron la tarea de erradicar la injusticia y el crimen de todos los planetas.
Como seax, Shahara era su soldado, con la obligación de localizar injusticias e informar de ellas, además de capturar a cualquier criminal buscado por el tribunal supremo.
Todos los seaxes juraban atender las denuncias de corrupción política y de violaciones de los derechos humanos, investigarlas e informar de sus descubrimientos a la Supervisora. Si encontraban pruebas, el tribunal de la Supervisora oía los testimonios y pronunciaba el veredicto.
La Supervisora tenía también la prerrogativa de revisar cualquier caso, en cualquier planeta, que pudiera parecer un fallo injusto y pronunciar un nuevo veredicto.
En su mundo, era la persona más poderosa. Y aunque Shahara no la conocía, ella formaba parte integral de aquel mundo.
Con una seguridad que no sentía, se acercó a la mesa del secretario.
Este era sólo un poco mayor que ella, pero ya tenía el cabello gris, lo que le daba una aire distinguido.
—¿En qué puedo ayudarle?
Shahara alzó la barbilla.
—Tengo que ver a la Supervisora.
—¿Nombre?
—Seax Shahara Dagan.
Él comprobó su agenda electrónica.
—Lo siento, seax Dagan. No tiene cita y la Señora de la Justicia tiene varias reuniones esta tarde. Me temo que no podrá verla hoy. ¿Le gustaría concertar una cita para la semana entrante? ¿La semana entrante? ¿Acaso el tipo estaba loco?
Para entonces, Syn ya estaría muerto y eso era algo que ella no pensaba permitir.
—No, no me gustaría.
Él bajó la mirada, despidiéndola.
Con una feroz determinación, Shahara pasó ante la mesa y se dirigió directa al despacho que había detrás.
—¡Espere! No puede…
Los dos guardias que flanqueaban la puerta fueron a sujetarla, pero ella esquivó al primero y lo envió contra el otro, haciéndoles perder el equilibrio. Se coló en el despacho y les cerró la puerta en la cara. Luego corrió el pestillo mientras la voz apagada del secretario continuaba protestando desde el otro lado.
Temblando de miedo, Shahara se volvió lentamente.
El despacho estaba bastante vacío, teniendo en cuenta la gran autoridad que tenía la Supervisora. Lo único que vio fueron dos sillones colocados ante un gran escritorio tallado, banderas de todos los mundos e imperios organizados alineadas en la pared izquierda, y un mapa electrónico con todos los planetas, colonias y puestos avanzados en la otra pared.
El despacho era enorme, sin duda para intimidar a cualquiera que entrara. Al menos, en ella sí tuvo ese efecto.
La Supervisora la miró desde su ordenador con un cejo de desconcierto.
—Perdona —dijo con voz amable pero altiva—. ¿Quién eres y cómo has entrado aquí?
Shahara respiró hondo para armarse de valor y se obligó a recorrer la larga distancia que la separaba de su mesa.
—Estoy aquí para subsanar una gran injusticia, Señora.
La Supervisora, de unos setenta años, aún conservaba un rostro que sólo podía describirse como hermoso y sereno.
De joven debía de haber sido muy bella; de mayor era muy digna.
—Todo el mundo que cruza esa puerta tiene la misma intención. —Suspiró cansada—. Hoy no tengo tiempo de escuchar tu historia. Concierta una cita con mi secretario y vuelve en mejor momento.
¿Mejor momento? Shahara se quedó perpleja ante sus palabras. No podía creer que provinieran de la persona en cuya justicia confiaban todos los mundos.
—¿No tiene tiempo para la justicia?
La mujer se echó a reír mientras se inclinaba hacia adelante, se apoyaba en los codos, juntaba las manos y apoyaba la barbilla en ellas.
—Para que te ofendan tanto mis palabras, debes de ser uno de mis seaxes».
—Sí. Soy la seax Shahara Dagan.
La sonrisa de la Supervisora era paternalista pero contrita.
—Bien, seax, la justicia lleva tiempo y tiempo es un lujo que no poseo.
Esas palabras le resultaron conocidas y removieron algo en su memoria. Mientras la mujer se volvía con un gesto que a Shahara le resultó muy familiar, una extraña sensación de déjà vu le puso los pelos de punta.
Reconocía la curva del mentón de la Supervisora, un mentón que había besado en numerosas ocasiones. Conocía el hoyuelo de su mejilla izquierda, cuando la atormentaba con sus bromas e ironías.
Se acercó y vio que los ojos de la Supervisora eran oscuros como el espacio exterior. Si le quedaba alguna duda, eso acabó de despejárselas.
—Oh, Dioses —murmuró sorprendida.
La mujer alzó la vista con expresión impaciente.
—¿Aún estás aquí?
—Usted es su madre… —soltó, demasiado perpleja como para pensarlo mejor.
La Supervisora alzó las cejas y la miró como si estuviera loca.
—Yo no tengo hijos.
Shahara negó con la cabeza, segura de la verdad.
—Sí, sí los tiene. Tiene un hijo llamado Sheridan Digger Wade y tuvo una hija llamada Talia. Y, si no me escucha, le juro que le diré a todo el mundo quién es usted exactamente y lo que les hizo a sus hijos.
El pánico destelló por una fracción de segundo en las profundidades color obsidiana de sus ojos, antes de que la mujer pudiera disimularlo.
—No sé de qué me estás hablando.
Volvieron a golpear la puerta. Sonaba como si estuvieran usando un ariete.
Shahara no le dio tregua.
—Señora, ¿está segura de que quiere que entren ahora?
La Supervisora vaciló un instante antes de apretar el botón del intercomunicador.
—No pasa nada, Bruin —le dijo a su secretario—. Deja a los guardias fuera hasta que yo te lo ordene.
—Sí, Señora de la Justicia.
Miró de nuevo a Shahara y, esta vez, ella supo que disponía de su total atención.
—Y ahora, ¿qué puedo hacer por ti, seax…? —Se detuvo un momento y cerró los ojos—. Perdona, he olvidado tu nombre.
—Dagan. Seax Shahara Dagan. Estoy aquí para conseguirle un juicio justo a su hijo.
El desagrado y el odio destellaron en lo más profundo de los ojos de la mujer, que hizo una mueca de desprecio.
—De tal palo, tal astilla. Estoy segura de que sea lo que sea de lo que se lo acusa, es más que culpable.
—No —la corrigió Shahara—. Sheridan es un hombre justo y bueno. No se parece en nada a su padre.
—No te creo. La maldad de Indy está en los genes.
—Y la mitad de los genes de Sheridan proceden de usted, Señora. Créame, Sheridan me ha salvado la vida más de una vez, cuando otra gente me hubiera dejado morir. No es el hijo de su padre. —Vaciló antes de añadir—: Pero sí el de usted.
Shahara vio algo en la mirada de la Supervisora… como si esas palabras hubieran hecho saltar una esquirla del hielo.
—¿Y qué pides para él?
—El Seax Traysen contactó conmigo en nombre de usted. Me pidió que escoltara a Sheridan… —Se le hacía muy raro usar ese nombre todo el rato, pero quería que la Supervisora no olvidara ni por un momento de quién hablaban— para conseguir pruebas de asesinato y corrupción en Ritadaria.
—¿El caso Merjack?
—Sí, Señora.
Ella miró la bandera en miniatura que tenía sobre la mesa.
—¿Y las encontraste?
—Sí… con ayuda de Sheridan.
—Muy bien, seax —dijo ella, asintiendo—. Pero ¿qué tiene que ver eso con un nuevo juicio para un criminal convicto? Un criminal que estoy segura de que se ha ganado su sentencia por traición y robo.
Shahara tuvo ganas de estrangularla por su terquedad, la misma terquedad que había heredado su hijo.
¿Qué haría falta para que viera que estaba equivocada? ¿Qué haría falta para que al menos su propia madre oyera su caso?
Mientras pensaba, fue mirando los certificados y honores que colgaban de la pared, detrás de la Supervisora. Al ir fijándose en las fechas de los diferentes cargos, tuvo una repentina inspiración.
—¿Cuánto tiempo hace que es usted Supervisora, Señora de la Justicia? ¿Veinte años?
—Veintitrés, para ser exactos. ¿Por qué?
Shahara notó que el estómago se le volvía pesado como una piedra. Era lo que había sospechado. Eso explicaba por qué Syn nunca había tratado de limpiar su nombre.
Hubiera significado enfrentarse a la mujer que le había dicho que, si volvía a verlo, lo haría encerrar. Hubiera significado enfrentarse a la mujer que había tratado de matarlo cuando era un bebé y que lo había abandonado dos veces a manos de un mundo que lo odiaba.
Esa dura realidad la hizo encogerse, pero al menos había comprendido por fin por qué Syn nunca había tratado de aclararlo todo.
Y, la verdad, no podía culparlo de esa decisión.
—¿Se da cuenta, Señora de la Justicia, de que su propio hijo lleva veinte años huyendo de rastreadores y asesinos porque prefiere que lo maten que pedirle nada a usted? Ni siquiera un juicio justo, que es lo menos que merece.
Shahara la miró de arriba abajo con toda su osadía y se fijó en que la mujer se tomaba sus palabras con calma.
—Por lo que parece —continuó—, tiene muchos más genes suyos que de su padre. Pero claro, quizá me equivoque. A diferencia de usted, Sheridan nunca permitiría que un hombre inocente muriera sin darle la oportunidad de explicarse. Al menos, se tomaría el tiempo de escucharlo atentamente antes de condenarlo a una muerte que no se merece. Y seguro que no condenaría a nadie por actos no cometidos por él y en los que no hubiera tenido nada que ver. En eso es increíblemente decente.
Notó que se le humedecían los ojos al pensar en Syn y en el hijo que seguía llamando suyo, a pesar de lo que Mara y Paden le habían hecho.
—Y debería saber que, a diferencia de usted, sigue manteniendo a su hijo, aunque él no sea su padre biológico… y su ex esposa, igual que usted, haya tratado varias veces de hacer que lo arrestaran o lo mataran, pero no por sus delitos, sino por los de su padre.
Pobre Syn. Las frías zorras que le habían tocado en la vida…
—De joven, salió de las alcantarillas donde usted lo había abandonado y fue a la facultad de Medicina por sus propios medios.
Trabajó como cirujano hasta que una reportera sacó a la luz su pasado. Ni siquiera entonces se convirtió en su padre. Creó una compañía de transporte y llevaba una vida respetable hasta que yo se la fastidié.
—¿Y qué pasa con Kiara Zamir? ¿Acaso no la violó y la mató?
—Kiara Zamir está viva y en perfecto estado de salud; lo verá si se molesta en comprobarlo. Sheridan la estaba protegiendo cuando el padre de ella se cabreó y, en vez de concederle el beneficio de la duda, emitió una orden de ejecución. El único crimen de Syn es no entregarle al presidente Zamir a su mejor amigo, el hombre del que Kiara se ha enamorado y que sigue protegiéndola. Sheridan moriría antes de traicionar a su amigo. De nuevo, eso no son acciones dignas de su padre, sino de un hombre decente. Aunque en este momento no sé de dónde ha sacado su decencia. Porque seguro que no es de su madre.
Se volvió para marcharse.
—¡Espera! —exclamó la Supervisora para detenerla.
Shahara se volvió hacia ella.
—¿Tienes pruebas de su inocencia?
Shahara cruzó la sala hasta quedar de nuevo delante de la mesa, se metió la mano en el bolsillo y sacó el chip.
—Esto prueba su inocencia de manera concluyente y también la culpabilidad de Merjack.
—¿Has revisado el chip?
—Sí, Señora de la Justicia.
La mujer se lo cogió de la mano y lo colocó en un contenedor estanco. Luego lo puso cuidadosamente ante ella y observó fijamente el chip que contenía todo el futuro de Syn.
Shahara contuvo el aliento, rogando porque ocurriera un milagro.
Al final, la Supervisora la miró.
—Puedo conseguirle un juicio justo, pero eso es todo. Si el tribunal lo considera culpable, no podré hacer nada para evitar su ejecución.
—Eso es todo lo que pido.
—Muy bien. ¿Dónde lo retienen?
—En Ritadaria.
La Supervisora inclinó el contenedor y el chip cayó hacia una esquina.
—Enviaré una escolta contigo para trasladarlo aquí, donde permanecerá encarcelado hasta su juicio.
—Gracias, Señora.
El silencio se hizo entre ellas. Shahara podía notar que la mujer quería decir algo más, pero la duda rondaba su mirada mientras seguía contemplando el chip.
—Dime una cosa, seax.
—¿Sí?
—¿De verdad es un hombre decente?
—Sí, Señora. No he conocido a ningún otro tan noble. Cada día que vive debería ser un orgullo para usted.
La Supervisora sonrió.
—¿Y puedo hacerle yo una pregunta dura?
—¿Por qué los abandoné?
Shahara negó con la cabeza.
—¿Por qué trató de matarlo cuando era un bebé?
El color desapareció de su rostro.
—¿Qué?
—Digger me contó que usted trató de matarlo cuando él era un bebé.
Ahora las mejillas se le enrojecieron de furia.
—Eso es mentira. Talia quería bañarlo y dejé que lo hiciera. Se le hundió en el agua y yo lo reviví, pero Indy no quiso creerme. Yo nunca hice daño a mis hijos.
—Pero los abandonó.
En los ojos de la Supervisora brillaron lágrimas contenidas.
—No tuve elección. De haberme quedado, Indy me habría matado. Yo seguía esperando poder convencer a mis padres de que lo aceptaran. Pasado un tiempo, fue siendo más fácil vivir sin ellos.
—¿Y cuando él fue a verle a los doce años?
—Me pilló por sorpresa y no supe qué hacer. Si alguien se hubiera enterado que había estado casada con Idirian Wade, lo habría perdido todo. Cuando vi a Sheridan me entró, el pánico y reaccioné mal. Cuando recuperé la cordura, él ya se había ido.
Shahara negó con la cabeza.
—¿Ve lo fácil que es juzgar erróneamente cuando no se conocen todos los datos?
—No me des lecciones, niña. No tienes ni idea de lo que he pasado durante estos años.
—Y usted no tiene ni idea de todo a lo que su hijo ha tenido que enfrentarse sólo por lo que usted le hizo.
La Supervisora no dijo nada mientras esas palabras flotaban entre ellas. Pasados unos segundos, volvió a levantar la vista.
—¿Y sabes qué ha sido de su hermana, Talia? ¿Está bien?
Shahara se quedó perpleja ante el desesperado anhelo que había en la voz de la mujer.
—No, Señora. Talia se suicidó hace mucho tiempo para escapar de su padre.
La mujer tragó aire.
—¿Y qué hay de ti, seax? ¿Por qué defiendes al hijo de Idirian Wade con tanto empeño?
Ella le respondió con la verdad que no podía ocultar:
—Porque lo amo. Profundamente.
—¿Y él lo sabe?
—Estoy segura de que lo duda. —Sobre todo, dada la forma en que se había visto obligada a actuar en el hotel, pero de haber mostrado la más mínima debilidad, Merjack los habría matado a los dos—. Pero pretendo asegurarme de que lo vuelva a creer de nuevo.
La Supervisora asintió.
—Todos cometemos errores que nos torturan durante el resto de nuestra vida. Por desgracia, el destino no siempre nos da una segunda oportunidad. Espero que tú consigas la tuya, Shahara.
—Gracias, Señora.
La Supervisora sonrió tristemente.
—Debe de ser un hombre realmente noble para inspirar la lealtad de una seax.
—Se comporta con nobleza y honor.
—Ahora vete, seax. Encárgate de ponerlo a salvo.
• • •
Con todo el cuerpo entumecido y un palpitante dolor en la cara, Syn se hallaba sentado en la esquina de su helada celda. Agitó sus cadenas hacia uno de los roedores que se había aproximado demasiado para su gusto.
En momentos como aquel, realmente maldecía su vista. Podía ver todas y cada una de las criaturas que se arrastraban y serpenteaban por el suelo y que lo miraban como una merienda o como un habitáculo.
Pero peor que los insectos y los roedores era el intenso frío, que hacía que su fracturada mandíbula le doliera horriblemente. No estaba seguro de cuándo se le había roto. Había recibido tantos golpes mientras Merjack lo interrogaba que no podía recordar cuál le había causado esa herida.
Si no le doliera tanto, se habría reído del pánico de Merjack mientras trataba de averiguar qué había hecho Shahara con el auténtico chip.
La verdad era que tenía que quitarse el sombrero ante ella. Los había traicionado a todos. Primero lo había entregado a él y luego se había escapado con el dinero de Merjack y con el chip.
Menuda pieza.
Cerró los ojos y dejó que la agonía de la traición le reconcomiera el alma.
«¿Cómo has podido hacerme esto?».
Hubiera dado su vida si ella se la hubiera pedido. Pero que se la arrebatara así…
Quería matarla.
Se abrió la puerta de la celda, acompañada de otra ráfaga de viento helador y Syn se preparó mentalmente para los golpes que vendrían. Quizá esa vez finalmente consiguieran matarlo.
Oyó los pasos que se acercaban y, aunque su instinto era luchar, no se movió. Ya no tenía el ánimo necesario. Sus días de lucha habían terminado. Lo único que deseaba era que acabara también su vida.
En vez de unas manos ásperas agarrándolo, algo increíblemente suave y cálido le cubrió los hombros. Anonadado, miró los ojos dorados que lo habían perseguido en todo instante desde que Merjack lo había capturado.
—Hola —lo saludó ella, sonriendo.
La furia nubló la mente de Syn. Trató de hablar, pero la mandíbula rota y el frío se lo impidieron. Sin prestar atención a su dolor, se lanzó hacia ella, con la intención de arrancarle su mentirosa lengua.
Shahara notó el odio en su mirada mientras la agredía.
—Syn, por favor, no lo hagas. Sólo conseguirás hacerte daño.
Mientras él trataba de nuevo de echarse sobre ella, Nero apareció para sujetarlo.
—Tranquilo, colega. No te gustará sufrir más.
Un hombre con el uniforme verde y dorado de la guardia de la Supervisora se puso ante ellos.
—¿C. I. Syn, nacido Sheridan Digger Wade?
Jadeando de dolor, él dejó de moverse y los miró a todos con suspicacia.
Como no respondía, el hombre miró a Shahara para confirmar su identidad antes de continuar.
—C. I. Syn, permanecerá bajo custodia de la Supervisora en espera de una investigación completa y el juicio de su caso.
Confundido, Syn miró al guardia. ¿Cómo?
—Fui a verla —le explicó Shahara como si le hubiera leído el pensamiento—. Ha accedido a escucharlo todo.
Oh, vaya jodida maravilla. Tendría suerte si su madre no acababa con él dos segundos después de su llegada.
El guardia que había hablado se arrodilló para soltarle las cadenas mientras Nero le pasaba su ropa a Shahara.
—Esperaremos fuera mientras lo vistes.
Ella miró a Syn, que aún no se había movido de su postura agazapada en el suelo.
Parecía tan vencido y dolido que Shahara casi se abogó con su sensación de culpa. Sus heridas eran peores que las de la última vez.
Era evidente que Merjack se había molestado un poquito con su engaño del chip.
No podía imaginarse cómo Syn conseguía respirar y mucho menos caminar.
—Vamos —dijo, cubriendo el espacio que los separaba—. Déjame que te vista…
—No necesito tu ayuda —soltó él con los dientes apretados, mientras la empujaba con una fuerza que, dado su estado, la sorprendió.
Quiso discutir, pero pensó que sería peor. Lo último que Syn necesitaba era un forcejeo que sólo acrecentaría sus heridas.
—Aquí tienes la ropa.
Syn se la arrancó de la mano y trató de vestirse solo, pero con un brazo roto y todas las otras brutales heridas, casi no podía moverse.
Era inútil; ni siquiera podía alzar los brazos lo suficiente como para ponerse la camisa.
Esa vez, cuando ella se acercó, no la apartó. Sin decir nada, Shahara lo vistió con cuidado de no hacerle más daño. Pero eso no era lo que realmente le dolía.
Podía soportar las heridas externas. Era la herida que ella le había infligido en el corazón lo que lo incapacitaba. Esa era la única que no podía superar.
«¿Cómo has podido…?».
Cuando acabó de vestirlo, le cogió el brazo sano y se lo echó sobre los hombros.
—Apóyate en mí, Syn y te sacaré de este infierno.
—Tú eres quien me ha metido aquí. Dos veces —gruñó a través de la mandíbula rota.
Cuando salieron de la celda, Nero se encargó de él y lo ayudó el resto del camino hasta el muelle.
En cuanto subieron a bordo de la lanzadera de la Supervisora y despegaron, uno de los escoltas le dio a Shahara un botiquín de primeros auxilios.
—No sé si será de gran ayuda, pero creo que hay cosas para calmarle el dolor.
—Muchas gracias. —Ella cogió el botiquín y rebuscó en él hasta encontrar unas pastillas—. ¿Necesitas agua?
Syn negó con la cabeza.
—Me… han… roto… la… mandíbula —consiguió pronunciar.
—Oh —susurró ella; sabía que no podría abrir la boca lo suficiente para tragarse las píldoras.
Por eso estaba tan callado.
Shahara bajó la vista, avergonzada, y dejó el bote de pastillas dentro del botiquín. De nuevo rebuscó algo que le aliviara el dolor.
No había nada.
—Lo siento, no hay ningún inyector ni ningún otro medicamento que te pueda dar.
Syn no dijo nada. Sólo apoyó la cabeza en la mampara de la nave y cerró los ojos.
Deseando ayudarlo como fuera, Shahara se levantó y fue a donde estaban los pilotos.
—¿Hay sitio donde poder tumbarlo hasta que lleguemos?
—Podríamos hacer un camastro en el suelo con las mantas de emergencia —respondió el hombre que le había dado el botiquín. Al ver el cejo en el rostro de ella, añadió pesaroso—: Lo siento, seax. Esta es una nave prisión, no un transporte de lujo. Es lo mejor que puedo ofrecerle.
Bueno, un camastro sería mejor que seguir tratando de mantenerse sentado.
—¿Dónde están las mantas?
El hombre los guio a Nero y a ella al compartimento almacén y los ayudó a sacarlas. Entre los dos hombres prepararon un lecho más o menos blando y ayudaron a Syn a tumbarse.
Shahara se sentó a su lado mientras los demás volvían a sus puestos. Observó a Syn tragar y se odió por habérselo entregado a Merjack. Si pudiera retroceder en el tiempo y cambiar las cosas…
Pero era imposible.
Lo mínimo que podía hacer era tratar de explicarse, sobre todo porque, por una vez, a él no le quedaba más remedio que escucharla.
—Sé que no me vas a creer —le acarició la amoratada mejilla—, pero nunca he querido hacerte daño.
Él la fulminó con la mirada y ella pudo leerle el pensamiento como si fuera el suyo.
—Tienes razón, te he entregado dos veces. Pero no es lo que piensas. La primera vez que nos encontramos, pensaba que eras culpable de todos esos crímenes. Luego, otro seax se puso en contacto conmigo, el alcaide Traysen, de tu prisión. Llevaba años investigando a Uriah Merjack y cuando se enteró de lo del chip, decidió no procesar al ministro por la violación de los derechos humanos en su prisión, sino esperar a poderlo acusar de asesinato. La única forma de demostrar eso era conseguir tu chip.
Le pasó la mano por la frente enfebrecida.
—Fue él quien le sugirió a Merjack que me contratara y luego Traysen me explicó cuál era mi auténtica tarea. Tuve miedo de explicarte mi misión porque no pensaba que me fueras a creer. Ahora que sé quién es tu madre, sé que no habrías confiado en mí. Eres demasiado terco para eso y no puedo culparte. —Suspiró y le apartó el sucio cabello de la frente—. No sabes cuántas veces me he arrepentido del trato que hice con Merjack.
Él la miró y había tanta tristeza en sus ojos, tanto sufrimiento, que los de ella se llenaron de lágrimas.
—Sé que crees que te he traicionado, pero es verdad que te amo, Syn. —Desesperada ante la posibilidad de perderlo para siempre, se apresuró a añadir—: Cuando te vi como realmente eres, ya era demasiado tarde. Todo había comenzado a rodar y yo no podía detenerlo. Esa última noche, iba a mentirle a Merjack y decirle que estabas muerto, para que no te siguiera persiguiendo. Luego, iba a entregaros a ti y el chip a la Supervisora.
La acusación en los ojos de Syn hablaba por sí sola: «¿Crees que eso hubiera sido mejor?».
Luego desvió la vista.
Shahara cerró los ojos y deseó poder comenzar de nuevo con él.
Pero era demasiado tarde.
Suspiró derrotada y, con los brazos caídos a los costados, fue a unirse a la escolta.
Syn la observó alejarse. Su corazón le rogó que la llamara, pero esa vez, no le hizo caso.
Había acabado con esa parte de sí mismo. La parte que era débil y que pensaba que necesitaba a alguien en su vida.
Ya nunca más le prestaría atención.
Lo único que quería era paz y soledad lejos de la gente que le mentía y engañaba. La única garantía que tenía en la vida era saber que él no se traicionaría jamás.
Respiró tan hondo como pudo, cerró los ojos y se juró no pensar más en Shahara.
Nero se acercó a él.
—Te ama, Syn. Si eso te sirve de consuelo.
Él puso los ojos en blanco y luego siseó ante el dolor que eso le causó.
El trisani se arrodilló junto a él y usó sus poderes para sanarlo. Syn maldijo cuando el dolor lo invadió, pero rápidamente desapareció. Lo último en curársele fue la mandíbula.
Miró a Nero a los ojos.
—Gracias.
—No hay de qué. ¿Debo ir ahora a buscar a Shahara?
—No, no la quiero cerca.
—Syn…
—No te canses, Scalera. Estoy harto de que me mientan. Ni siquiera sé qué creer en lo que a ella respecta.
—A mí no me puede mentir. Ya lo sabes.
—Pero yo no soy tú. Yo no tengo un detector de mentiras incorporado. Maldición, incluso el tuyo falla a veces.
Lo que Shahara y él habían tenido, fuera lo que fuese, había terminado.
No quería vivir así… Además de que aún no se habían acabado sus problemas. Lo iban a entregar a su madre para que lo sometiera a juicio…
Sí, como si eso fuera a salirle bien.
• • •
Las semanas pasaron lentamente mientras Shahara luchaba consigo misma sobre si debía o no visitar a Syn en su nueva prisión. No dudaba en absoluto de que él la odiaba.
Siempre la odiaría.
Incluso así, quería ver cómo le iba. Si podía hacer algo para ayudarlo.
Lo echaba tanto de menos que esa añoranza se convirtió en un auténtico dolor físico que le impedía comer o dormir. Le impedía hacer nada que no fuera sufrir por él.
Finalmente, no pudo aguantar más. Incluso si la golpeaba o la echaba de la celda, tenía que volver a verlo.
Intentarlo una última vez.
Y en ese momento estaba esperando en el ala de seguridad mínima, mientras los guardias registraban el paquete que le llevaba a Syn.
—Muy bien, seax Dagan —dijo al fin el guardia devolviéndole el paquete—. Puede entrar.
—Gracias. ¿En qué celda está?
—LD 204. —El guardia apretó el botón de apertura de las puertas, que daban a un estrecho corredor y, al fondo, a las celdas individuales. Era la hora de visita y todos los reclusos estaban en sus celdas.
Shahara respiró hondo para armarse de valor y recorrió la larga hilera de celdas. Cada puerta tenía una ventanita de cinco por cinco centímetros a la altura de los ojos, pero ella resistió la tentación de mirar dentro. No quería ver la angustia de los internos.
Había sido responsable de meter allí a demasiados de ellos y no podía evitar preguntarse a cuántos habría confinado siendo inocentes.
En cuanto llegó a la puerta correcta, los guardias abrieron el cerrojo. Mientras empujaba la puerta de acero, le temblaban las manos por el temor a la recepción que Syn le depararía.
Se hallaba sentado en el camastro, de espaldas a ella, y miraba por la ventana hacia el patio que había abajo. Su traje azul de prisionero le sentaba bien a su piel y cabello oscuros y la hizo desearlo.
Pero él no se lo tomaría bien en ese momento.
Syn no se movió en absoluto, lo que la hizo preguntarse en qué estaría pensando para parecer tan absorto.
Carraspeó antes de hablar:
—He oído que pronto saldrás de aquí.
Él se volvió de golpe.
Por un instante, Shahara pudo ver su alegría, pero su rostro en seguida se mostró impasible.
—¿Qué estás haciendo aquí?
Sin hacer caso de su pregunta, dejó el paquete en la mesita que había junto a la puerta.
Había olvidado lo guapo que estaba limpio y recién afeitado. Lo absolutamente devastador que era.
Y, sobre todo, había olvidado su feroz personalidad. Mientras viajaba con él, se había acostumbrado, pero en ese instante… en ese instante notaba con toda claridad su trasfondo letal.
—Tienes mucho mejor aspecto que la última vez que te vi.
Syn no respondió.
Shahara suspiró al ver su frialdad; cogió la silla de metal que había junto a la mesa y se sentó.
—He conseguido que la Supervisora te dé permiso para tu negocio desde aquí. Cuando llamé a Nykyrian para decírselo, estuvo más que dispuesto a pasármelo todo. También ha enviado un montón de papeles para que los firmes.
Esperó, pero él no dijo nada.
—Nykyrian también me ha dicho que te diga que ya está harto de un negocio que a duras penas entiende y que espera que muevas el culo y te ocupes tú de todo. Me ha dado un portátil y un montón de chips de registros y facturas de tu administrador. Por si no te has enterado, el padre de Kiara ha retirado todos los cargos contra ti y la Sentella.
De nuevo silencio.
«Bueno, ¿y qué esperas? “Ah, hola, Shahara, me alegro de verte. Entiendo por qué me entregaste para que me torturara alguien que sabías que quería matarme. Muchas gracias, cariño”».
No podía culparlo por su enfado.
¿Qué era lo que su madre siempre le decía? El amor es una flor frágil, que requiere muchos cuidados y trabajar duro. Y, al igual que una flor, si se maltrataba o se descuidaba, se marchitaba y moría.
Y una vez muerto, nada podía hacerlo revivir.
Aun así, no podía creer que el amor que Syn sentía por ella estuviera totalmente muerto. Se había alegrado de verla, aunque sólo hubiera sido durante un segundo.
Sin duda no habría tenido ni ese momento de alegría si de verdad la odiara.
Lo intentó de nuevo.
—La Supervisora me ha dicho que los jueces están a punto de soltarte con una amnistía en cuanto testifiques contra Merjack y su hijo. Supongo que estarás en casa dentro de unos días…
Esperó, pero él siguió sin decir nada.
Shahara suspiró al darse cuenta de la futilidad de sus intentos. Syn nunca la perdonaría.
Pues que así fuera. Ella no era de las que rogaba.
Con cada paso que la alejaba de la celda, se le rompía otro trozo de corazón. Todo había acabado entre ellos dos. Él nunca le daría otra oportunidad y no podía culparlo por ello.
Incapaz de soportar lo que había hecho, comenzó a llorar.
• • •
Con los ojos clavados en la silla donde Shahara se había sentado, Syn sacó el pequeño anillo que había comprado para ella y miró las brillantes piedras. Había tenido que sobornar a un guardia para recuperarlo.
Debería haberle dicho algo. Debería haberle agradecido al menos que hubiera conseguido que lo liberaran, que le hubiera llevado su trabajo.
Pero no estaba seguro de poder confiar en sí mismo. Si hablaba, podía incluso llegar a perdonarla.
Oh, a la mierda con el perdón. Él había recuperado su vida y ella también. Desde siempre había sabido que eran incompatibles.
¿De qué serviría intentarlo?
Pensando en eso, abrió el paquete que Shahara le había dejado en la mesa. Al coger el portátil, rozó con la mano un trozo de papel duro.
Cuando lo sacó, se quedó atónito.
Era una ampliación de la foto de Paden. Absolutamente anonadado, miró el rostro sonriente de su hijo.
Shahara debía de haber encontrado a alguien que reparara la foto y la pasara a un papel más grande. Y debajo de esa estaba la foto de Talia y él, tamaño billetera. Creía que esas fotos se habían perdido cuando le destrozaron la casa.
Notó una angustiosa opresión en el pecho mientras cogía las fotografías. Sólo ella podía saber lo importantes que esas fotos eran para él.
Era la única persona que lo había conocido bien.
Y él la había dejado marchar.