Syn siseó cuando Shahara le mordió la barbilla. Con fuerza.
—Después de ese último comentario, agradece que me haya contenido, colega. —Pero cuando lo miró, él pudo ver el miedo en sus ojos—. Sólo por curiosidad, ¿dónde dejaste el chip cuando lo escondiste hace todos esos años?
Él se frotó la barbilla para atenuar el dolor del mordisco.
—En un despacho del mismo pasillo donde estaba el de Merjack.
Ella lo miró boquiabierta.
—¿Qué?
Syn se encogió de hombros.
—Ya te lo dije. Era un niño asustado. Sólo tenía unos segundos para esconderlo antes de que me atraparan y supuse que ese era el mejor sitio.
Shahara se quedó anonadada. Qué suprema estupidez.
—No creerás realmente que el chip sigue allí, ¿verdad?
—No lo sé. Han pasado un par de décadas desde que lo dejé. Tendremos que esperar un milagro.
¿Un milagro? ¿Un puto, jodido, milagro?
¿Acaso estaba loco?
—Estás drogado, ¿no? Admítelo.
Él resopló.
—No he tocado las drogas desde que era adolescente y Nykyrian me amenazó de muerte si alguna vez volvía a hacerlo. Lo peor de que tu amigo sea un asesino es que cuando te amenaza de muerte sabes que no habla por hablar. Lo dice en serio.
A Shahara no le parecía nada divertido. Sobre todo teniendo en cuenta que sus vidas dependían de un milagro.
—¿Y en qué parte del despacho lo metiste?
—En una pequeña estatua.
Oh, aquello se ponía cada vez mejor. Se le cayó el alma a los pies mientras lo miraba con despectiva incredulidad. Estaban perdiendo el tiempo. Las probabilidades de que el chip siguiera.
O de que la estatua siguiera allí, eran…
Más les valdría pegarse un tiro ya y ahorrarles a los rits el coste de una carga de rayos.
—¿Sabes al menos de quién era el despacho?
—No. Por eso dibujé el mapa.
Shahara apretó los dientes.
—Te voy a matar. ¿Por qué nos molestamos siquiera? ¿Sabes cuántas probabilidades hay de que siga ahí?
—Nunca calculo probabilidades, cariño. Nunca lo he hecho.
Ella puso los ojos en blanco y tuvo ganas de sacudirlo.
—¿Y si la estatua ya no está allí?
—Estaremos jodidos.
Shahara soltó un resoplido largo e irritado.
—Eso es lo que me gusta de ti, presidiario. Siempre haces que las cosas sean interesantes. —Lo miró a los ojos, ceñuda—. ¿Y cómo conseguiste el mapa?
—Lo dibujé después de escapar de prisión.
—Entonces, yo tenía razón; tenías intención de limpiar tu nombre alguna vez.
Una extraña expresión atravesó el rostro de él un instante, antes de darse la vuelta y levantarse.
—¿Por qué has esperado, Syn?
Él gruñó, como si lo molestara el interrogatorio.
—Surgieron cosas. No he tenido el tiempo ni las ganas.
El cejo de Shahara se hizo más profundo. Aquello no tenía sentido. El Syn al que había comenzado a conocer no se habría mostrado tan indolente respecto a su libertad.
—¿Como qué?
Él suspiró mientras recordaba todas las razones que se había dado para no delatar a Merjack. Al final, todo se reducía a una cosa: ¿quién lo iba a creer? Era el hijo de Idirian Wade y Merjack el hombre que contaba con el crédito de haber acabado con su padre. Sheridan Wade era basura y si su tiempo en la prisión le había enseñado algo, era que la gente como él siempre pringaba, mientras que la gente como Merjack hacía pringar a todos los demás y salía airosa.
Si hubiera tratado de limpiar su nombre, seguramente lo habrían ejecutado por ello. Con la forma en que los medios de comunicación lo habían tergiversado todo, habrían dicho que se trataba de una acusación por venganza y lo habrían crucificado. La única razón por la que por fin quería dejar las cosas claras era porque la intachable reputación de Shahara como seax podía llegar a pesar más que su estigma.
Tal vez.
Pero no quería decirle eso a ella. Lo achacaría a pura paranoia, porque, en su mundo, la honestidad prevalecía, mientras que en el de él mataba a gente.
—Olvídalo.
Shahara hubiera maldecido, pero algo en su tono le dijo que lo mejor era hacerle caso. Al menos, esa vez.
Sin embargo, el misterio la atraía.
Quería entender sus razones. ¿Qué habría hecho que Syn siguiera huyendo cuando lo único que tenía que hacer era entregarles el chip a las autoridades?
Seguro que eso era más sencillo que aguantar a toda la gente que habían enviado tras él durante todos aquellos años.
Quizá, después de todo, no lo conociera tan bien.
• • •
Una vez duchados y vestidos, se reunieron con Vik y Nero en el puente de mando. El trisani no dijo nada, pero Shahara tuvo la sensación de que sabía exactamente qué habían estado haciendo.
—Nos estamos acercando a Ritadaria —le dijo a Syn—. Apuesto a que no creías que volverías.
—Al menos no con vida. ¿Y tú qué?
—Me pagan como buscador y rastreador, pero eso no significa que me guste estar aquí más que a ti. Trato de evitar este planeta lo máximo posible.
Shahara frunció el cejo.
—¿No temes que te arresten? —preguntó.
Nero resopló.
—No estaba cumpliendo condena en prisión, Dagan. Era un esclavo adquirido ilegalmente. Mi «dueño» —hizo una mueca de desprecio al decirlo— no tiene ningún derecho legal sobre mí. Y ya no soy un chaval que está descubriendo sus poderes. Soy un hombre adulto con una hacha que quiero hundir en la cabeza de cualquiera tan tonto como para ir a por mí. Desafío a esos cabrones a que intenten hacerme algo.
Un escalofrío recorrió la espalda de Shahara al darse cuenta de que Nero era un depredador, igual que Syn. Y esperaba no estar nunca en el bando contrario de ninguno de ellos.
Syn se sentó en la silla del copiloto para colaborar en el aterrizaje.
—De la gente para la que trabajas, ¿alguien sabe lo que eres? —le preguntó a Nero.
—No. Mato a cualquiera que se entera.
—Bien.
«Sí, pero no para los que has matado», pensó Shahara mientras se dirigía a su silla.
Vik, de nuevo en su forma de pájaro, fue a posarse a su lado.
—¿Qué haces? —le preguntó ella.
—Me quedo contigo… Eres la que parece estar un poco más cuerda.
Syn hizo un sonido irritado.
—Traidor.
Shahara se echó a reír y cogió a Vik sobre su regazo para el aterrizaje.
—No pasa nada, cariño. Yo te sujeto.
El meca formó dos brazos para darle un abrazo.
Ella no supo por qué, pero esa acción la enterneció.
—Gracias, Vik. Lo necesitaba.
Entonces, el robot se colocó en la silla, a su lado, y le apoyó la cabeza en el muslo.
Unos minutos después, aterrizaron en la ciudad principal de Ritadaria, a plena luz del día. Syn maldijo su suerte mientras apagaba los sistemas de la nave.
Shahara escaneó la seguridad que había en el muelle.
—¿Crees que los rastreadores de Merjack estarán aquí?
Él negó con la cabeza.
—Seguramente no. La prisión está en otro continente. Pero teniendo en cuenta lo famoso que era mi padre y cuánta gente lo recuerda aún, es fácil que alguien me reconozca; así fue como aquella maldita reportera me localizó. Su padre estaba ingresado en mi hospital y ella me vio en el pasillo. Ató cabos y luego fue a por mí. No quisiera que eso volviera a pasar.
Shahara tampoco.
Miró hacia los uniformes «prestados»; era evidente que no eran suyos.
—No vamos vestidos para pasar precisamente desapercibidos.
Él soltó una breve carcajada.
—En absoluto. La gente sin duda se fijará en nosotros.
Nero cruzó los brazos sobre el pecho.
—Os puedo escudar hasta una zona segura. Nadie os verá.
Syn vaciló antes de aceptar su oferta.
—¿Y cuánto esfuerzo tendrás que hacer para eso?
—Si no vais lejos, no será gran cosa.
Shahara miró por las ventanillas a los muchos asistentes y ocupantes del muelle. Era un espacio-puerto grande y con mucho ajetreo. Extraterrestres y humanos iban de un lado a otro, a punto de embarcar en alguna nave o bien desembarcando en la ciudad. Entre oficiales de aduanas, guardias de seguridad, mozos de cuerda y vendedores ambulantes, había mucha gente.
Eso no le gustó nada.
—¿No deberíamos quedarnos a bordo hasta que oscureciera?
Syn negó con la cabeza.
—Demasiado sospechoso. Tenemos que salir y encontrar algún buen escondite hasta que caiga la noche.
¡No más escondites! Shahara había tenido más que suficiente de supuestos lugares «seguros».
—¿Puedo hacer una sugerencia?
Los dos hombres la miraron, alzando las cejas.
—Busquemos algún sitio donde no haya muertos, insectos ni roedores. Bastará con cualquier espacio donde podamos caber los dos sin aplastarnos ningún órgano interno.
Syn se burló.
—¡Vaya con las exigencias! Si crees que es tan fácil, ¿por qué no propones tú un lugar?
—De acuerdo.
Él sonrió.
—Muy bien, entonces, ve delante.
—¿Queréis que os cubra? —preguntó Nero.
Syn miró a Shahara antes de responder:
—Sí, si no te importa. Tengamos cuidado. No tengo ganas de huir y luchar sería un suicidio. Lo que menos me apetece es alegrar a mis enemigos dejándome matar.
Shahara cogió la mochila del suelo.
—¿Te quedas con nosotros, Nero?
—Sólo hasta que os aparque en algún sitio, luego me largo.
A ella la sorprendió un poco, pero Syn parecía esperarlo.
—Tenemos que salir de aquí en seguida o la gente querrá saber a qué viene el retraso. —Syn sacó a Vik de la mochila—. Muy bien, colega. Te necesito en la calle para que explores. Si ves a los agentes venir hacia nosotros, me avisas.
—Sí, muy bonito. Pon al pobre meca delante para que busque a los agentes. Eres un mierda, jefe. —Y dicho esto, se transformó en pájaro.
Riendo ante su grosería, Shahara se encaminó hacia la puerta. Nero y Syn la seguían. Ella miró hacia atrás y un escalofrío le recorrió la espalda. No era muy frecuente que una mujer viera un hombre tan guapo, mucho menos a dos; la combinación de sus auras de poder masculino era realmente impresionante.
—¿Cómo funciona eso de escudarnos? —le preguntó a Nero.
—Te verán, pero nadie se fijará en ti. Es como un reflejo o un inhibidor. Se centrarán en cualquier otra cosa que no seáis vosotros dos. Os fundiréis con el entorno.
—Ese sí que es un buen poder.
—Sí, lo es.
Una vez ante la puerta, Shahara presionó los controles que bajaban la rampa.
—Muy bien, Syn, marchando un escondrijo. Pero recuerda que tendrás que soportar mi elección con la misma elegancia y sangre fría que yo he demostrado con los tuyos.
Él resopló.
—Qué bien, podré quejarme y lloriquear. Estoy impaciente.
Ella lo miró negando con la cabeza y salió la primera de la nave. Vik alzó el vuelo y en seguida los dejó atrás.
Cuando ya se hubieron alejado del muelle y se hallaban en la calle, Shahara se dio cuenta de a qué se refería Syn con lo de la luz del día. Aunque era hacia el mediodía, parecía el ocaso. Iba a proponer que se dirigieran al edificio de las oficinas donde en teoría estaba el chip, hasta que se dio cuenta de la mucha gente que circulaba por la calle. Parecía, literalmente, un mar de cuerpos.
Sin duda, el edificio también estaría hasta los topes.
—¿Cuánto tendremos que esperar para poder ir a buscar el chip?
Syn se encogió de hombros.
—No sé cuánto han cambiado las cosas, pero el primer distrito solía vaciarse después de las horas laborables.
Nero asintió.
—Tendréis que esperar unas seis o siete horas para estar seguros. Las calles se quedan totalmente vacías un par de horas después del cierre.
—En ese caso, ese es nuestro plan. —Syn miró entonces a Shahara—. ¿Adónde vamos?
Ella miró a un lado y otro de la calle, buscando un lugar donde pudieran estar durante todo ese rato sin llamar la atención de nadie.
Cientos de humanos y extraterrestres transitaban a su alrededor, mientras por la carretera se deslizaban lanzaderas, rovers y transportes.
Montones de tiendas, hoteles y restaurantes se alineaban a ambos lados de las calles, pero no podían pasarse todo ese rato comprando, ni tampoco comiendo.
Tal vez un hotel…
Esos lugares siempre pedían identificación y ellos no podrían mostrarla, porque a ambos los buscaba la autoridad local.
Quizá las alcantarillas no fueran tan mala idea, después de todo.
—¿Cómo se llama esta ciudad? —le preguntó a Syn finalmente.
—Shasra. ¿Por qué?
—Simple curiosidad. —De nuevo miró hacia los altos edificios que se alzaban por todas partes, en busca de un lugar prometedor.
Finalmente, Syn se irritó y le dijo:
—No tienes ni idea de esto, ¿sabes? No quiero ir nunca de compras contigo si tardas tanto en tomar una decisión. —Hizo un gesto hacia Nero—. Y no te olvides de que Scalera no puede mantener el escudo eternamente.
—No a no ser que quiera sangrar por la nariz y tener dolor de cabeza. Sin ánimo de ofender, preferiría evitarme eso.
Ella los miró, irritada ante su sarcasmo combinado.
—Muy bien. ¿Y cuál es tu brillante sugerencia?
Sin responderle, Syn la precedió hacia un hotel. Shahara alzó las cejas, sorprendida. ¿Qué estaría pensando? ¿Cómo podrían estar seguros allí?
Él se detuvo ante la puerta y miró a Nero.
—Desde aquí ya me encargo yo. Gracias por la ayuda, hermano.
Nero le tendió el brazo.
—Nunca dejas de sorprenderme.
—¿Por qué?
—Eres el único que sabe cómo humillarme, pero nunca lo haces. —Le estrechó el brazo a Syn y lo miró con gran respeto—. Mantente fuerte y libre.
—Tú también.
Se dieron un rápido abrazo y el trisani comenzó a irse, pero antes se dirigió a Shahara.
—Y tú ten cuidado también. Y recuerda que las mentiras que nos decimos para sobrevivir pocas veces nos traen la paz de espíritu.
Ella frunció el cejo mientras lo observaba alejarse.
—¿Qué ha querido decir con eso?
Syn se encogió de hombros.
—Debes de tener algo en la cabeza que te hace sentir culpable. A veces, puede leer el pensamiento y ver el futuro, así que no se puede decirlo que sabe o lo que no.
—¿Y qué te ha querido decir a ti?
—Sé lo que lo debilita y nunca he tratado de esclavizarlo usándolo. Nunca lo haría, pero a él aún le cuesta aceptar que yo sepa quién y qué es y no lo use en su contra.
Sí, eso era raro y Syn resultaba excepcional por ello.
—¿Así que de verdad nos vamos a quedar aquí?
—No hay lugar mejor. —Abrió la puerta, entró primero y luego la mantuvo abierta para ella.
Una vez en el elegante vestíbulo, Shahara pensó inmediatamente en su ropa sucia y falta de sofisticación. Gente rica y aristócratas rondaban por todas partes; algunos de ellos los miraban con desagrado al ver sus polvorientos uniformes. Todos iban vestidos de forma impecable, con ropa que pagaría las facturas de ella al menos durante seis meses.
O más.
«Nero, vuelve y escúdame de esta gente».
Odiaba la forma en que, tan sólo con sus miradas desdeñosas y sus expresiones de disgusto, podían hacer que se sintiera muy por debajo de ellos. Se atusó el cabello torpemente, tratando de alisárselo un poco.
Syn le cogió la mano y se la bajó. Su feroz mirada la dejó helada.
—No les prestes ninguna atención. Aquí, son ellos los que se equivocan; tú vales más que todos juntos. El valor no se calcula por el capital de una persona o sus ingresos, sino por su integridad y decencia. La única gente de esta sala que vale algo son los que no se preocupan por cómo vamos vestidos. Si miras, verás a los que importan. El resto pueden irse al infierno.
Ella esbozó una sonrisa temblorosa por su amabilidad y su consejo. Por eso lo amaba. Y él tenía razón. Había gente rica en el vestíbulo que no les prestaba ninguna atención y hasta un par les sonrió amistosamente.
Aun así, eso no bastaba para eliminar el desprecio de los otros, el dolor que le causaban al recordarle que no era lo bastante buena para estar entre ellos. Incluso el personal del hotel la miraba como si temieran que fuera a escupir en el suelo.
O a hacer algo peor.
Syn le puso la mano en el brazo y se dirigió con ella hacia el mostrador de recepción como si fuera el amo del lugar. Con la cabeza alta y la espalda erguida, lanzó alrededor una mirada desafiante que Shahara deseó poder tener.
Pero seguramente, él estaba habituado a esos ambientes. A diferencia de ella, ganaba dinero suficiente como para pagarse esos lujos. Incluso era muy posible que ganara más que los esnobs que los miraban y que pudiese comprar el hotel si quisiera.
Eso la ayudó a olvidar a los demás.
Mientras cruzaban el vestíbulo, Shahara se fijó en que Syn atraía las miradas de muchas mujeres. Notó un intenso calor en el pecho y tuvo el extraño deseo de comenzar a entrechocar cabezas de ricas.
Syn no pareció fijarse en ellas en absoluto mientras se detenía ante el mostrador.
La recepcionista lo miró de arriba abajo, alzando una altiva ceja, y pareció muy molesta por tener que tratar con ellos.
—¿Puedo ayudarles?
Syn le devolvió una mirada aún más altiva.
—Quisiera una habitación para esta noche.
La mujer soltó una leve carcajada, como si dudara de que pudiese pagarla.
—¿Y usted es?
Él le pasó una documentación.
La recepcionista la miró y al instante cambió de actitud.
—Lord Cruel, por favor, perdone mi grosería… De… debería haberle reconocido.
Shahara lo miró sorprendida al oír el nombre y tuvo que esforzarse para permanecer impasible.
¿Estaba haciéndose pasar por uno de los Cruel? ¿Acaso estaba loco? Suplantar a la realeza era…
«Muchacha, este hombre es un criminal perseguido». Que lo buscaran por un cargo más no importaba en absoluto.
La mujer sacó un escáner.
—Sólo necesito su huella, milord.
Syn colocó la mano sobre la pantalla blanca y Shahara contuvo el aliento, esperando que la alarma comenzara a sonar y los de seguridad acudieran corriendo.
Pero en vez de eso, el blanco rayo recorrió la palma de él y luego se encendió una lucecita verde.
El rostro de la recepcionista se animó aún más.
—Tenemos nuestra suite real disponible, milord. ¿Le parece adecuada?
Él soltó un suspiro irritado.
—Odio rebajarme a eso, pero si es lo mejor que tienen… Supongo que servirá para una noche. —Alzó la mano de Shahara y le besó los dedos—. Perdonad, milady, por no ofreceros algo mejor, pero ya sabéis cómo son estos establecimientos plebeyos. Horrorosos, la verdad. Pero mañana por la noche estaremos en mi palacio y os compensaré por esto.
Ella apretó los labios para no reírse de su forma de hablar, tan igual a la de la realeza. Su actuación era impresionante.
—Bueno —respondió con tono aburrido, uniéndose a la farsa—. Supongo que deben de tener camas. Nos arreglaremos y los dioses nos recompensarán por nuestro sufrimiento.
El hoyuelo de Syn apareció un momento al guiñarle un ojo.
—Nos aseguraremos de que disfruten de una buena cena, milord. Créame, es un honor tenerlo aquí y deseamos que tenga la mejor estancia. —La recepcionista miró más allá de ellos e hizo un gesto a uno de los botones—. Por favor, lleva a lord Cruel y a su acompañante a su suite.
Syn le pasó las mochilas al botones, que las cogió sin inmutarse.
—Por favor, milord, sígame.
—Todo va bien —le susurró Syn a Shahara al oído mientras avanzaban juntos—. Confía en mí.
Le cogió la mano, que ella le apretó con fuerza, suspirando temblorosa después de pasar ante un guardia de seguridad. En parte, seguía estando aterrorizada, pensando que los reconocerían y que los detendrían en cualquier momento.
Lo que estaban haciendo era de lo más peligroso. Pero Syn no parecía pensarlo mientras seguía al botones y prescindía del resto.
Mientras esperaban el ascensor, Shahara echó una mirada por el vestíbulo. Había varias tiendas de lujo al lado de los ascensores y la gente iba de acá para allá.
Miró varios escaparates y se fijó en un maravilloso vestido de un tono azul verdoso. Nunca había visto un color tan bonito ni una tela tan delicada. Parecía más suave que la seda. Quizá fuera un material extranjero… Lo más especial era que las finas fibras se entrecruzaban en el cuello y las mangas para crear un efecto como de telaraña. El vestido en sí era como una vaina que se ajustaba al cuerpo del maniquí.
Qué daría por tener un momento de paz para poder probárselo y sentir cómo sería llevar algo que no fuera de segunda mano.
Sin duda, sería increíble.
Aunque, ¿de qué le serviría eso? Seguramente no podría permitirse ni el hilo con que estaba cosido.
«Pero es tan bonito…».
Syn observó el rostro de Shahara mientras esta miraba con tristeza el vestido del escaparate que tenían cerca. Pensándolo bien, nunca la había visto con nada que no fuera ropa de trabajo.
Se merecía algo mejor. Durante toda su vida, había trabajado y luchado por su familia. ¿Y qué tenía como recompensa?
Tessa siempre andaba metida en líos y Kasen era de lo más desagradable.
En cuanto a Caillen…
Syn hizo una mueca de dolor. No quería pensar en él por el momento, porque hacerlo le recordaba por qué había decidido que nunca volvería a tratar de ser respetable.
Su pasado lo perseguiría eternamente. Algún gilipollas seguramente escribiría en su tumba: «Aquí yacen los restos del hijo de Idirian Wade. Hemos olvidado su nombre, pero ¿a quién le importa? Sólo era un ladrón de tres al cuarto».
Sí, más o menos eso.
Se abrieron las puertas del ascensor y tiró suavemente de la mano de Shahara para que ambos entraran. Ella siguió mirando el vestido hasta que las puertas se cerraron.
Syn desvió la vista. También él había tenido esa expresión de ansia toda su vida y sabía muy bien lo que era desear algo y no poder tenerlo.
Paz. Familia.
Y, sobre todo, alguien a quien amar.
Pero ninguna de esas cosas era compatible con el apellido Wade.
«Es lo que hay…».
Shahara miró al botones, que rápidamente desvió la vista de sus pechos a la pared. En cualquier otro momento, le habría hecho pagar esa indiscreción, pero aún se sentía intimidada por el elegante lugar.
Las puertas se abrieron en su planta y el botones los condujo por un amplio pasillo amarillo hasta la última habitación.
Syn pasó ante él y puso la mano sobre el cierre de la puerta, que la recepcionista había programado para que sólo respondiera a su tacto. Las grandes puertas de madera se abrieron con suavidad.
Shahara se quedó sin aliento al ver el interior. Nunca en su vida había contemplado algo más hermoso. Mármol verde con vetas doradas cubría el suelo y las paredes estaban pintadas de un agradable amarillo intenso, con zócalos de madera oscura.
Al entrar en la suite, los recibió un enorme jarrón con flores frescas, que aromatizaban el aire. El salón tenía sillas tapizadas en color crema a rayas y dos grandes sofás, uno de los cuales estaba colocado ante la chimenea.
Syn dio propina al botones, le cogió el equipaje y cerró la puerta.
Dejó las mochilas y cruzó la sala hasta donde se hallaba ella.
—¿Estás bien?
—Sí. —Shahara fue hacia las enormes ventanas que daban a la bulliciosa ciudad.
La vista era espectacular.
Se sentía como la princesa de un cuento de hadas. La gente que había nacido en ese mundo, ¿lo valoraría? ¿O les resultaría tan habitual y corriente como a ella el pan?
Qué pena si no eran conscientes de la suerte que tenían.
Syn la siguió con el cejo fruncido.
—Nunca te he visto tan callada. ¿No te habrás tragado la lengua?
Ella lo miró con cara de pocos amigos y se volvió para seguir contemplando la vista.
—Supongo que tú estás acostumbrado a sitios así.
Él se acercó también a la ventana.
—La verdad es que no. Cuando creces sin tener nada, nunca acabas de acostumbrarte a cosas así. Aún me maravilla poder estar dentro, después de todos los años que pasé mirando por la ventana, ansiando formar parte de este mundo.
—Colándote por las ventanas, ¿eso es lo que quieres decir?
Él sonrió y esa vez no había rabia en su semblante ni estaba a la defensiva.
—Eso también.
Shahara se cruzó de brazos y lo miró con curiosidad.
—Y, dime, ¿cómo es que hemos conseguido entrar aquí?
Él le pasó el documento de identificación, con su foto junto al nombre de Darling.
—Hicimos esta identificación hace años. Me permite entrar en sitios a los que nunca podría acceder con mi propia identidad.
—Tenéis una relación muy extraña.
Él volvió a guardarse el documento en el bolsillo.
—La verdad es que no. Darling trabaja para mí, ¿recuerdas? Hacemos un montón de cosas raras como esta.
—¿Y no temes que su familia lo descubra?
—A su hermano Ryn no le importaría y pagaría porque su tío decidiera enfrentárseme. Tengo unas ganas locas de encontrarme con ese cabrón.
La sinceridad de su tono y su expresión hicieron estremecer a Shahara. Pero entonces cayó en el porqué. El tío de Darling maltrataba a este. Más de una vez, había tenido que retener a Caillen porque estaba dispuesto a ir a matar a ese hombre.
—Lo cierto es que te pareces mucho a mi hermano, ¿lo sabías?
—Bueno, pues espero que él no sienta una atracción por ti como la que siento yo. Porque eso sería muy desagradable.
Shahara puso los ojos en blanco.
—Eres imposible.
Él no dijo nada mientras abría la ventana para que entrara Vik. Este se posó sobre el alféizar, adoptó su forma de meca y cerró la ventana.
—Odio este planeta. ¿Cuánto tiempo vamos a estar aquí?
—Esperemos que no mucho.
—Bien, porque echo de menos a mi tostadora y quiero volver con ella.
Syn alzó las manos.
—Prefiero no hablar de ese tema.
Shahara miró por la habitación y vio el bar.
—¿Quieres tomar algo?
—Sí. Me encantaría una copa de vino. —Cogió el comunicador del hotel—. Y estoy muerto de hambre. ¿Quieres algo?
—Comeré lo que tú pidas.
—¿Desde cuándo te has vuelto tan confiada?
Antes de que ella pudiera contestar, soltó una risita maliciosa.
—¿Qué? —preguntó Shahara, un poco recelosa. Algo le decía que Syn se estaba burlando de ella.
La sonrisa que él le dedicó era brillante y maravillosa.
—Había olvidado que tienes que comerte lo que cocinas. Supongo que cualquier otra cosa es para ti algo celestial.
—Ja, ja —replicó ella y tuvo ganas de tirarle algo a la cabeza.
Él se puso serio cuando alguien contestó y pidió la comida para ambos. Shahara escuchó el sonido de su profunda voz hablando en su lengua nativa. Era sorprendente cómo se podía adaptar a los diferentes entornos. Podía huir con proscritos, meterse en alcantarillas y hacer callar a los estirados nobles y a las recepcionistas groseras.
Pero, sobre todo, le había enseñado a una rastreadora a confiar, a pesar de que ella se había creído inmune a los encantos de cualquier hombre.
¿Cómo lo hacía?
Mientras servía las bebidas, Shahara vio que, después de pedir la comida, él se acercaba. Notó el calor de su cuerpo cuando se inclinó junto a ella para coger su copa. Estaba tan cerca que su aliento le rozaba la nuca, produciéndole escalofríos.
Su cálido olor masculino la envolvió como una agradable manta y su cuerpo reaccionó con una rapidez que la sorprendió.
¿Cómo podía seguir ardiendo por él cuando sólo hacía un rato que habían estado juntos en la cama?
¿Qué tenía aquel hombre que le despertaba esa lascivia?
Sabía de qué se trataba. Era todo él. Su humor, su inteligencia. El maravilloso hoyuelo que se le formaba cada vez que sonreía.
Syn dejó la copa y la hizo volverse.
—Conozco una manera incluso mejor de matar el rato —dijo con una voz ronca de deseo.
Ella trató de mantener un aire de indiferencia y lo miró alzando una ceja.
—¿De verdad?
Aquella pícara sonrisa suya le curvó los labios.
—Hum —contestó Syn y agachó la cabeza hasta besarla.
Shahara entreabrió los labios, permitiéndole el paso. Su suave aliento y el calor de su cuerpo la excitaron hasta casi la locura y se preguntó si alguna vez se hartaría de él. Algo en su interior le decía que incluso si estuviera con él durante doscientos años, nunca se cansaría.
—Eh, gente. —Vik corrió en su forma de meca hasta sus pies—. Creo que iré a patrullar o algo así. Porque no me va nada lo de voyeur… —Se transformó en pájaro, pero se estrelló contra la ventana cerrada y cayó al suelo—. Maldita sea, Syn. ¿Por qué has tenido que cerrarla?
Él rio mientras la abría y lo ayudaba a salir.
—No vuelvas sin avisar.
—No te preocupes. No me gustaría encontrarte desnudo y que se me quemaran los circuitos —replicó Vik y se marchó volando.
Syn cerró la ventana, regresó junto a Shahara y la abrazó.
De repente, ella no pudo reprimir una carcajada.
Él se apartó y la miró como si lo hubiera insultado.
—¿Qué?
Shahara sonrió.
—No puedo creer que estés preparado para otro asalto. Caillen siempre dice que necesita descansar todo un día después de tener sexo.
Syn resopló desdeñoso.
—Caillen es un blandengue. —Le cogió la mano y se la puso sobre el bulto de su entrepierna—. Te aseguro que yo estoy listo para responder al desafío.
Ella notó que se le secaba la boca y que enrojecía hasta las cejas. Antes de que pudiera moverse, él siguió besándola, pero le dejó la mano atrapada entre los dos, de forma que Shahara no pudo dejar de notar cómo la sangre de Syn fluía hacia la parte más íntima de su anatomía.
Ardió de deseo mientras se movía para encajarse mejor contra él, que gimió ante esa invitación.
Shahara era espectacular y no podía creerse que volviera a estar listo para hacerle el amor. Normalmente era como Caillen, también necesitaba un día de descanso.
Pero no con ella. Cada minuto que pasaba a su lado, lo que más deseaba era notar la seguridad de sus brazos, sentir su aliento cosquillearle el cuello mientras él tomaba posesión de su cuerpo.
Shahara se soltó la mano y le rodeó el cuello con los brazos. Syn se acercó más y se apretó contra ella, mientras continuaba saboreando su lengua.
—¿No deberíamos estar preparando nuestro siguiente paso? —dijo.
Shahara, con palabras que sonaron entrecortadas.
—Ya lo he hecho.
—¿Cuándo?
—Mientras estaba en mi casa. Cogí las identificaciones y todo lo demás que necesitamos.
—¿Y sabes dónde está la estatua?
—No, pero confío en que podamos hallar pistas en el despacho donde metí el chip. —Le puso un dedo sobre los labios—. Confía en mí, Shahara. Lo encontraré y tú podrás salir con bien de esto. No voy a dejar que nada te ocurra.
Cómo deseaba ella poderle hacer la misma promesa…
De repente, los interrumpió una llamada en la puerta.
—Servicio de habitaciones —dijo una voz al otro lado de la puerta.
Con un suave gruñido, Syn se apartó.
—¿Le abres tú?
—¿Yo? —Shahara negó con la cabeza—. No sé cómo se hace.
No he estado en un hotel en toda mi vida.
Él carraspeó de forma significativa.
—Vamos, yo no puedo abrir así. Ahí fuera hay un tío.
Ella bajó la vista hacia la zona que Syn le señalaba y se dio cuenta de que su erección era más que evidente. Riendo, cruzó los brazos sobre el pecho y le dedicó una mirada juguetona.
—Creo que le daría para un buen tema de conversación con sus colegas si lo hicieras.
Syn la fulminó con la mirada.
—Abre la puerta, déjale que entre la comida y firma en el registro que te entregue.
—¿Y la propina?
—La añaden en la cuenta.
Shahara esperó un minuto más, sólo para fastidiarlo.
—Muy bien —dijo finalmente—. Supongo que por esta vez te libras.
Al instante, él desapareció por una puerta para esconderse.
—¡Cobarde! —le soltó ella, burlándose.
Sonriendo, apretó el control para abrir. Un joven entró una gran bandeja con platos tapados con cubiertas de oro y plata. Dejó la bandeja sobre la mesa de mármol que había a la izquierda de la entrada y preguntó con educación:
—¿Desea algo más la señora?
Vaya, nunca nadie la había llamado señora antes. Y le gustó.
—Creo que eso es todo.
Él le tendió un pequeño registro computarizado y ella fue a firmar con su nombre; pero justo a tiempo pensó que eso era una estupidez y firmó con uno inventado.
El camarero le hizo una inclinación de cabeza y se marchó.
—Puedes salir —le dijo a Syn—. Ya se ha ido.
Mientras esperaba que él volviera, comenzó a levantar tapas. El estómago le rugió ante el maravilloso olor de la carne asada y la verdura. Haciéndosele la boca agua, cogió un trocito del bollo más suave que nunca había probado.
Era maravilloso.
Syn se le acercó por detrás, silencioso como un fantasma, y se apretó contra su espalda; Shahara pudo notar que la interrupción no lo había afectado en absoluto.
En ese momento se dio cuenta de que él siempre se movía así. Con agilidad y silencioso como un depredador. De no saber que así era, hubiera asegurado que tenía formación de asesino. Y teniendo en cuenta quién era su padre, su entrenamiento seguramente habría sido aún más duro.
Syn miró la comida y luego a ella.
—No sé qué hambre necesito saciar primero. Creo que preferiría tomar un bocado de ti.
Shahara le cogió la barbilla, riendo.
—Ocúpate primero de la comida. Te aseguro que yo no me enfriaré.
Él rio con ella, le dio un beso prometedor y le hizo una tentadora caricia entre las piernas antes de sentarse a la mesa.
Shahara fue a buscar las bebidas y se sentó a su lado.
Miró todos los cubiertos que el camarero les había llevado. Había tres tenedores diferentes, que sin duda eran para distintos platos. ¿Cuál debía usar? Era una tontería preocuparse por eso y lo sabía, pero después de lo que él había dicho sobre Mara, no quería que la considerara menos en ningún sentido.
Mientras intentaba colocar los guisantes en el tenedor de la misma elegante manera que lo hacía Syn, él le tocó la mano. Ella alzó la vista y se quedó cautivada por la ternura que vio en sus oscuros ojos.
Syn le cogió el tenedor y pinchó los guisantes.
—Hace mucho tiempo que dejaron de importarme estas tonterías. Los modales no te convierten en una persona decente, ni te hacen mejor humano. Come tranquila y que sepas que eres mucho más dama que cualquiera de las mujeres nobles que he conocido.
—Le devolvió el tenedor.
Ella tragó y lo observó por entre las pestañas, algo incómoda porque hubiera notado lo que estaba haciendo. Y por haber fracasado tan estrepitosamente en el asunto de la etiqueta.
Se le hizo un doloroso nudo en la garganta.
—Cuando era pequeña, solía sentarme en el mercado que había en la calle donde vivíamos y observaba comprar a la gente adinerada. Siempre eran tan elegantes y guapos… Me gustaba fingir que era uno de ellos. ¿Tú lo hiciste alguna vez?
—No. Yo solía fingir que era Vik. Lo enviaba a volar y me ponía un visor para ver y oír lo mismo que él. Ansiaba tanto su libertad que creo que me habría vuelto loco de no haberlo construido.
Shahara suspiró, recordando su propia infancia. Aunque mala, no había sido nada comparada con la de él.
—¿Ibais de un lado a otro?
—Constantemente. No podíamos tener nada que no cupiera en una mochila, para poder cogerla y largarnos cuando las autoridades se acercaban demasiado a mi padre. Ni siquiera puedo contar las veces que Digger nos hizo levantar en medio de la noche para huir.
Ella tragó con fuerza.
—Lo que yo más odiaba era esa sensación de pánico.
Él alzó una ceja.
—¿Vosotros también huíais?
—De los acreedores. Mi padre esperaba hasta un día o dos antes del desalojo y luego teníamos que salir corriendo antes de que lo arrestaran. Recuerdo que cuando tenía diez años, me dejé mi mochila por ayudar a Caillen.
Syn la miró al notar el dolor en su voz.
—¿Y qué tenías dentro?
—Cosas de niñas. Un diario, mi ropa, pero lo que más eché de menos fue mi muñeca Agatha. Era lo único nuevo que había tenido nunca. —Negó con la cabeza—. Ridículo, ¿no?
—No, no lo es. Los objetos son los indicadores de nuestra humanidad. Todo lo que tenemos significa algo para nosotros. Son recuerdos que nos devuelven a un momento concreto y nos hacen sentir de nuevo esa emoción. Vik, por ejemplo, me recuerda la necesidad de ser libre que yo tenía, pero también me recuerda las palizas que recibí mientras lo montaba. Una en concreto fue brutal, porque estaba —tan concentrado que no oí a mi padre llamarme.
—¿Por eso lo dejaste en Rook?
—Sí. No quería nada de mi pasado. Hasta que Mara me dejó no le pedí a Digger que me enviara la foto en la que estaba con Talia. Sólo entonces acepté que mi historia me ha hecho quien soy y lo que soy, para bien o para mal. Mi padre y la rabia que siempre sentiré contra él me han dado la capacidad de matar a quien va a por mí, pero mi hermana y Digger me hicieron humano. Sin ellos, sólo sería el hijo de mi padre. Pero gracias a Talia y a mi tío, nunca podre tratar mal a gente que es como ellos, por mucho que me cueste.
Shahara le cogió la mano.
—Eres un buen hombre, Syn.
Él se quedó helado al oír lo único que nunca nadie le había dicho. Como lo decía ella, quiso creerlo.
Pero en el fondo sabía la verdad.
—Sólo soy una mierda que trata de sobrevivir, Shahara.
Apartó la silla y se levantó para dejarla acabar de comer en paz. Sabía que no podía seguir ahí, mirándola. El dolor que se le clavaba en la entrepierna comenzaba a ser feroz, pero no era nada comparado con el que sentía en el pecho por querer que las cosas fueran diferentes.
Que él fuera diferente.
Tomó un largo trago de vino, se acercó al equipo de música y eligió una melodía suave.
En vez de distraerlo, eso sólo lo hizo ansiarla más.
«¿Qué estás haciendo, idiota? Deja de torturarte. Cuanto más estés con ella, más duro será dejarla».
Era cierto y también era cierto que iba a tener que dejarla. Él era un ladrón y Shahara una seax; incluso si era lo bastante tonto como para pensar en tener una relación con ella, esas dos cosas eran incompatibles. Shahara tendría que abandonar todo lo que valoraba para poder estar con él.
Y eso Syn no lo permitiría nunca.
Aun así, no se veía capaz de detener aquel momento. Era lo que él siempre había deseado: una hermosa mujer que le hiciera arder la sangre y un lugar cómodo y elegante que compartir con ella.
Además, Shahara se lo merecía. Syn aún se sentía culpable por haberla poseído sobre el frío suelo de la lanzadera. Había satisfecho su lujuria sin pensar en su comodidad. Eso había estado mal. Nunca debería haberla tratado así.
—¿Qué estás pensando?
Él alzó la vista, ceñudo.
—¿Qué?
—Pareces muy concentrado. Me preguntaba por qué.
Se acercó a ella y vio que había acabado de comer. Dejó la copa vacía en la mesa, junto a su plato, y le tendió las manos.
—Baila conmigo.
Shahara se echó atrás.
—No sé.
—Vamos —insistió él—. Puedes hacerlo.
Ella se mordió el labio, indecisa. Bailar no era su fuerte y como nunca lo había intentado, no quería hacer el ridículo.
—¿Estás seguro?
Syn asintió con la cabeza.
Shahara respiró hondo para darse valor, le dio la mano y dejó que la rodeara con los brazos.
—Limítate a seguir mis pasos.
Se inclinó y la besó suavemente en los labios mientras colocaba los brazos de ella alrededor de su cuello.
Saboreó la sensación de tenerla tan cerca. Shahara daba pasos torpes y no paraba de pisarlo, pero él trató de no reírse ni hacer ninguna mueca.
—Escucha la música y sigue el ritmo —le susurró al oído.
Al instante, ella mejoró. Sonriendo, Syn disfrutaba de la extraña sensación que lo embargaba. Quería darle eso, lo que Shahara nunca había tenido: un momento de ternura con un hombre. Ella se merecía a alguien que la apreciara y la mimara.
Si pudiera ser él…
—¿Bailabas así con Mara?
Syn se encogió ante la mención de su ex esposa y negó con la cabeza.
—¿Por qué?
—Nunca quise hacerlo.
Ella abrió la boca para hablar de nuevo, pero él se la cubrió con un dedo.
—Chist, amor. No quiero que me hagas más preguntas y no quiero que me vuelvas a mencionar ese nombre. Pertenece a una parte de mí que murió hace mucho y no quiero pensar en ella. Sólo quiero estar contigo.
Shahara se mordió el labio al notar que la invadía un intenso calor. Con un nudo en la garganta, lo miró y sonrió. Nadie le había dicho nunca nada igual.
—Gracias.
Syn respondió con una sonrisa. Luego le cogió la mano derecha y se la apretó con fuerza y le besó suavemente los dedos antes de llevársela al pecho.
Shahara apoyó la cabeza en él y miró sus manos entrelazadas. Syn la cogió con más fuerza por la cintura y apoyó la mejilla en su coronilla. Mil sentimientos diferentes la recorrieron al mismo tiempo y al único al que sabía ponerle nombre era al amor que la llenaba por dentro.
Qué no daría por estar así eternamente. Por oír su corazón bajo la mejilla mientras su aliento le revolvía el cabello y la música los rodeaba. Nunca antes había bailado con un hombre y se preguntó si con todos sería tan agradable.
En su interior sabía la respuesta. Sólo Syn podía despertarle esas emociones.
Y un día, demasiado pronto, la odiaría. De eso estaba segura.
Él dejó de bailar y le soltó la cinta que le sujetaba la trenza. Muy serio, se la deshizo y la peinó con los dedos.
—He querido hacer esto desde que te vi.
Ella sonrió mientras su cabello se desparramaba entre los dos.
—Te toca.
Shahara le soltó la coleta.
Cogidos de la mano, se acercaron al equipo y él marcó unas cuantas opciones. Las luces disminuyeron a un tenue resplandor.
—¿Qué estás haciendo?
Syn la apretó contra su pecho y la besó tiernamente.
—Quiero bañarte —susurró contra sus labios.
Un temblor de timidez la recorrió, pero no le hizo caso. No iba a dejar que su pudor fastidiara el momento. Significaba demasiado para ella.
—Me gustaría mucho.
Él fue a llenar la bañera y Shahara lo siguió al cuarto de baño, donde había una enorme bañera de mármol negro y dorado en la que cabrían una docena de personas. De niños, hubieran podido nadar dentro.
Syn eligió una entre la multitud de ornamentadas botellas de cristal que contenían burbujas aromáticas, colocadas a los pies de la bañera y vertió el contenido en el agua.
—Vuelvo en seguida.
Se dirigió hacia la puerta.
Shahara decidió que quizá le costaría menos desnudarse sin él delante, así que se quitó la ropa rápidamente y se ocultó bajo la montaña de burbujas que cubrían toda la bañera.
Syn volvió con sus copas y la botella de vino. Cuando la vio en la bañera, soltó un gruñido irritado.
—Eh… se suponía que debías esperarme.
Ella lo miró con un mohín.
—Perdona. Quería ver cómo te desnudabas.
Él dejó las copas en el borde de la bañera, a su lado.
—Y yo preferiría que me desnudaras tú.
Shahara sacó una mano, lo cogió por la cintura de los pantalones y lo hizo caer dentro del agua, sobre ella.
—Encantada.
—¡Shahara! —La irritación de su tono era inconfundible—. Me alegra que me quieras aquí, pero podrías haber salido de la bañera primero.
—¡Oh, no seas tan quejica!
—No lo soy —respondió él suspirando—. Pero esta es la única ropa que tengo y me has empapado hasta las botas.
Ella comenzó a reír al darse cuenta de lo que había hecho.
—Lo siento.
—Sin duda. —Con una mueca, tiró las botas al suelo, donde aterrizaron con un golpe húmedo.
Shahara le cogió la camisa, se la sacó por la cabeza y la tiró junto a las botas. Los pantalones y los calcetines la siguieron.
—Bien, ¿por dónde íbamos? —preguntó él, mientras se acercaba a ella a cuatro patas.
Riendo, Shahara se apretó contra el frío mármol. Syn colocó un brazo a cada lado y le dio un beso que la dejó con el corazón disparado. El agua la rodeaba de una forma cálida y sensual que sólo incrementaba el calor de los labios de él. Gimiendo de placer, le rodeó el cuello con los brazos y lo sujetó contra sí.
Cuando Syn comenzaba a hacerla cambiar de postura, ella le cogió las manos.
—Espera.
—¿Qué? —preguntó él curioso, arqueando una ceja.
Una sonrisa pícara se dibujó en el rostro de Shahara. Quería darle parte del placer que él le había dado. Se puso encima y lo arrinconó contra la pared de la bañera, donde ella había estado.
—Eres mío para jugar —dijo con una voz ronca y profunda.
—¿Qué quieres decir?
Shahara le abrió los brazos y se los colocó sobre el borde de la bañera.
—Ya me has oído, esclavo.
—Estás haciendo el tonto —se le oscurecieron los ojos—, pero me encanta.
—Bien. Ahora estate quieto y obedece.
—Sí, ama.
Syn se quedó maravillado al verla coger una esponja y jabón. Lo enjabonó a fondo, sin olvidar el cuello. Sus suaves manos lo recorrían de una manera que lo volvía loco. Necesitó de todo su control para mantener las manos donde ella se las había puesto. El único modo de lograrlo fue agarrándose con tanta fuerza que le dolieron los nudillos.
Mientras Shahara iba trazando círculos cada vez más bajos sobre su pecho y su abdomen, él pensó que iba a morir de deseo. Con una pícara carcajada, ella le pasó la esponja por el pene. Todo su cuerpo se sacudió de placer mientras Shahara lo acariciaba y jugueteaba con la sensible piel.
—Me estás matando, mujer —dijo él con los dientes apretados. Fue a cogerla.
—No. —Ella le apartó los brazos—. Eres mío, ¿recuerdas?
Syn apretó los dientes y volvió a poner los brazos en el borde de la bañera; decidió que aquello sí que iba a acabar con él.
Pero si tenía que morir, no se le ocurría una manera mejor.
Shahara volvió a enjabonarlo, pasándole los dedos por el pecho y la espalda. Cuando él estaba ya a punto de gritar, ella finalmente le bajó las manos por las piernas.
Syn respiró hondo para calmarse. Su atrevimiento lo sorprendía. Sobre todo porque hasta hacía muy poco, ella nunca había tocado a un hombre de una forma tan íntima. Y menos aún a uno al que tenía que perseguir.
Cuando terminó de bañarlo, él cogió la esponja.
—Me toca.
—No —dijo Shahara y lo empujó riendo—. Recuerda que eres mi esclavo. Ahora, pórtate bien y vuelve a tu sitio.
Y comenzó a enjabonarse a sí misma.
Syn se sintió arder mientras la observaba pasarse las manos por el cuerpo y tocarse los pechos llenos de espuma. Incapaz de resistirlo, cogió la copa y se bebió el vino de un trago. Se la volvió a llenar e intentó no mirarla, pero a pesar de sus esfuerzos, no lo logró.
Ella alzó una bien torneada pierna y se pasó la esponja por la pantorrilla, luego los muslos y luego por…
—Se acabó —atajó él—. No resisto más.
Shahara arqueó una tentadora ceja y lo miró maliciosa. Le cogió la copa de la mano y bebió un sorbo por donde él había bebido.
—Échate hacia atrás —le ordenó una vez más.
Syn la obedeció.
En vez de apartarse, Shahara se puso a horcajadas sobre él y dejó la copa. La calidez de su cuerpo sobre su estómago lo abrasó. Cuando fue a hundirle las manos en el mojado cabello, ella se alzó y luego bajó sobre su miembro. Un profundo gemido escapó de entre los labios de él.
Shahara disfrutó del tierno dolor que vio en su rostro. Nunca se había sentido tan poderosa, ni tan hermosa. Se inclinó hacia adelante, le apartó el mojado cabello de la cara y lo besó ferozmente.
Era tan agradable que casi no podía creer que fuera cierto.
Habían pasado por mucho en muy poco tiempo. Sin embargo, le daba la sensación de conocerlo desde siempre. Casi no recordaba su vida antes de conocerlo. Le parecía como una vaga pesadilla de soledad.
Y lo que menos quería era regresar a ella.
Pero ¿y si él no sentía lo mismo?
Nunca le había dicho que la amara, que le importara para algo más que…
Se le detuvo el corazón.
Ni siquiera había dicho que fueran amigos. ¿Podría ser que sólo la estuviera utilizando por el sexo?
No. No era como su hermano: un mujeriego siempre de caza.
No podía imaginárselo así con nadie más. Era demasiado reservado para eso.
Syn la miró con el cejo fruncido.
—¿Pasa algo?
—No.
Le sonrió y se negó a seguir pensando. No quería estropear ese rato con él. Y si sólo era un instante que el destino le había reservado, entonces lo último que quería era que terminara.
Si aquello era todo lo que iban a tener, entonces lo disfrutaría mientras durara.
Syn le tomó el seno derecho en la boca. Shahara echó la cabeza hacia atrás y gimió del placer que le daba su lengua al rozarle el pezón. Meció las caderas sobre él, hundiéndolo más en su interior.
De repente, él apoyó la espalda en la bañera, levantando ondas de agua que salpicaron el suelo por encima del borde.
Sus movimientos se hicieron más rápidos mientras se hundía más y más en ella. Shahara le clavó las uñas en la espalda, disfrutando de ese ritmo acelerado. Comenzó a sentir un latido ansioso al ritmo que él marcaba. Cuando pensó que estaba a punto de gritar que dejara de torturarla, su cuerpo estalló en oleadas de delicioso gozo.
—Shahara —gimió Syn un momento antes de que ella lo sintiera estremecerse.
Luego, jadeante, lo sujetó contra sí y le acarició los mojados mechones.
—Te amo, Syn.
Él salió de ella tan rápido que la dejó sintiéndose vacía.
—¿Qué?
Shahara tragó saliva con repentino nerviosismo, furiosa al darse cuenta de que a Syn no le había gustado esa estúpida declaración.
«¿Por qué lo he dicho? ¡Qué idiota soy!».
Deseaba que él le contestara con las mismas palabras, no que la mirara con tanto pánico en los ojos. Pero no era una cobarde y no iba a rectificar su declaración, porque era cierta.
—He dicho que te amo.
Syn la miró incrédulo. Nadie le había dicho eso desde la noche en que se le declaró a Mara. Y nunca había esperado oírlo en boca de otra mujer.
Sobre todo no de una seax.
Quiso decirle que él también la amaba, pero las palabras se le atragantaron dolorosamente en la garganta y, por más que se esforzó, no consiguió articularlas.
«¡Vamos, díselo!».
Su sentido común y su corazón lucharon entre sí mientras contemplaba la mirada expectante en el rostro de Shahara.
«Tengo que decir algo…».
Y antes de poder evitarlo, soltó lo primero que se le ocurrió:
—¡Eso es estupendo!
«Estúpido gilipollas. Qué cosa tan tonta de decir. Ella te dice que te ama y tú le sueltas: “¡Eso es estupendo!”. ¡Dioses! Ya puestos, le podrías decir que tiene el culo gordo y recibir la patada en los huevos que te mereces».
Vio en su cara una expresión dolida antes de que fuese reemplazada por la rabia.
—¿«Eso es estupendo»? —soltó—. ¿Es todo lo que tienes que decir?
«Díselo. Dile que la amas.
»No puedo. No puedo amarla. Destrozaría su carrera y a su familia.
»Déjala marchar para que pueda tener una vida.
»Tonterías. No eres tan altruista y lo sabes bien».
Y entonces supo por qué no podía decir esas palabras. Entendió la razón de su estupidez: tenía miedo.
Shahara no se había equivocado al decirle que lo asustaba que la gente se le acercara demasiado. Porque si confiaba en ella y lo traicionaba, eso lo mataría. No podría soportarlo otra vez.
«Lo siento mucho, Shahara…».
Enfadada, salió de la bañera y cogió la toalla.
—¿Sabes qué creo que significan las siglas C. I.? —le soltó furiosa—. ¡Completamente Insensible!
—¡Shahara, espera!
Salió detrás de ella.
—No te acerques a mí.
Syn la abrazó antes de que pudiera llegar a la puerta.
—No te pongas así. Me importas.
Shahara lo miró con una expresión aún más gélida.
—Pero no me amas.
—No —mintió él.
Ella apretó los dientes y luchó por soltarse. Los ojos se le llenaron de lágrimas y Syn se maldijo por ser tan cabrón.
Se merecía pasar la vida solo. Aislado.
«No puedo creer que esté lastimando a la única mujer que he amado de verdad…
»Es ella o tú, chaval, ella o tú».
Y a él ya le habían hecho suficiente daño en la vida. No podía dejar que Shahara lo destruyera completamente, como tampoco podía arrancarla de su vida y de su familia. Le tomó la cara entre las manos. El dolor le oprimía la garganta.
—Te necesito, Shahara, de verdad. Pero no puedo ofrecerte más que eso.
Ella se tensó cuando él la abrazó de nuevo y le puso la cabeza en el hombro. Su primer impulso fue darle una patada en los expuestos testículos, pero a pesar de su rabia, sabía que sus sentimientos no habían cambiado.
Aún lo amaba, tanto si él le correspondía como si no.
«¡Dios, soy patética!».
Cerró los ojos y maldijo al destino por su crueldad. Finalmente había hallado a un hombre en el que podía confiar y al que podía amar, pero él no sentía lo mismo por ella.
«Podría morirme».
Lo rodeó con los brazos y decidió que, por el momento, lo necesitaba, y si él la necesitaba a ella, entonces quizá llegara a amarla.
Quizá si tenía paciencia…
—No estoy enfadada.
Se sentía más dolida que otra cosa. Y, aunque sí sentía rabia, no era hacia él, era hacia Mara y hacia el universo entero, hacia todo lo que había atrapado a Syn hasta el punto de impedirle abrirse a ella.
Pero no estaba enfadada.
Él se apartó y la miró hasta estar seguro de que le había dicho la verdad. Cuando el fuego se apagó en las mejillas y los ojos de Shahara, cogió una toalla y se secó.
—Vamos. —Dejó la toalla y la tomó a ella de la mano—. Durmamos un poco mientras podamos.
Shahara lo siguió, pero Syn notaba su tristeza. Sería tan fácil hacerla feliz, pero las cicatrices de su padre eran demasiado profundas. Lo habían marcado desde su nacimiento y destruían todo lo que tocaba.
Tarde o temprano también destruiría, si no a ella, sí su relación. Porque tarde o temprano algún periodista curioso o algún agente aparecería y volvería a descubrirlo. Entonces irían a por ella, y eso a Shahara le costaría todo lo que tenía.
La considerarían culpable por estar con él, y eso haría que ella le odiara.
Suspirando, supo que moriría si ella lo detestaba. Era mejor que se separaran, más o menos a buenas, que tener que soportar que se volviera contra él como había hecho Mara. No quería volver a pasar por eso nunca más.
Shahara los tapó con las sábanas y Syn se acurrucó a su lado. Con tristeza, ella lo escuchó respirar mientras él ponía una pierna entre las suyas y le rodeaba la cintura con un brazo. Dejó la mano sobre sus pechos y Shahara suspiró ante esa postura tan posesiva.
¿Qué haría falta para ganarse su amor?
Y de hacerlo, ¿llegaría él a admitirlo?
Se quedó parada al darse cuenta de eso.
El Syn que conocía nunca admitiría amar. Era demasiado fuerte para ello. El amor significaba debilidad y él nunca volvería a permitirse esa vulnerabilidad. Por lo que ella sabía, sí la amaba, pero estaba demasiado a la defensiva como para decírselo.
«Te juro, Syn…».
Pero en vista de todo por lo que había pasado, no podía culparlo.
Oyó cómo su respiración se hacía regular y notó que la cogía sin fuerza. Se había dormido. Shahara apretó los labios, le apartó la mano de su pecho y se la miró. Tenía cicatrices en los nudillos y otra que le iba desde la muñeca hasta el codo.
Tanto dolor. Tanta lucha. ¿Podría creer alguna vez que alguien lo amara?
¿Que alguien quisiera quedarse con él?
No lo sabía. Pero de una forma u otra hallaría la respuesta a esas preguntas.
—No voy a rendirme sin luchar, chaval, y por mucho que creas que lo has pasado mal… esos oponentes no eran nada comparados conmigo.
Shahara Dagan no había fallado en una misión en toda su vida y no estaba dispuesta a fallar en esa, la más importante. De alguna manera, conseguiría liberarlo.
Y, sobre todo, lo haría suyo.