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Shahara no podía respirar mientras esperaba el tiro que acabaría con sus vidas.

Pero este no llegó.

El rit los miró con el cejo fruncido, algo que resultaba bastante sobrecogedor, debido a la máscara negra que intensificaba sus despiadados ojos gris acero.

—¿Wade?

Syn contestó.

—¿Scalera?

Una lenta sonrisa se fue formando en el apuesto semblante del otro. El punto del láser desapareció de la frente de Syn y el llamado Scalera negó con la cabeza.

—Tenías que ser tú quien estuviera metido hasta el cuello en esta mierda.

—Que te jodan.

Shahara no tenía ni idea de qué estaba pasando, pero cuando más hombres fueron hacia allí, Scalera los cubrió abriendo fuego.

—Lárgate, Wade.

Syn no dudó; la cogió del brazo y obedeció sin dejar de disparar a todo lo que se movía.

—Esto es un suicidio —protestó ella mientras disparaba también.

Pero mientras corrían, se dio cuenta de que Scalera era un trisani y además uno muy poderoso, porque lanzaba a sus atacantes al suelo con sólo un gesto de la mano y empleaba su telequinesia para cubrirlos.

Hizo que algunos de los rits se dispararan entre sí, mientras lanzaba a otros contra las paredes, los transportes y otros objetos.

Cómo le gustaría tener ese poder durante cinco segundos…

Cuando corrían hacia su lanzadera, Scalera se teletransportó para cortarles el paso y detenerlos. Su largo abrigo de cuero se agitaba sobre su cuerpo con elegancia.

—La nave está tomada. —Señaló hacia la izquierda con un gesto de la cabeza—. Ve al Hangar Ocho. Podemos requisar otra.

Syn parecía tan dubitativo como Shahara, pero hizo lo que le proponía Scalera. Cuando un guardia trató de oponérseles, el trisani alzó una mano y lo tiró al suelo.

Corrieron hasta que Syn se detuvo delante de una nave verde.

—Vik, ven aquí ahora mismo.

Apretó los controles para bajar la rampa, mientras Shahara y Scalera lo cubrían disparando.

Vik voló sobre su cabeza.

—Vienen refuerzos. Sacos de huesos, o movéis el culo o lo perdéis.

Syn corrió delante y Shahara y Scalera lo siguieron. El trisani recogió la rampa mientras él corría al puente para iniciar la secuencia de lanzamiento.

Shahara aún no muy convencida de que pudiesen confiar en Scalera, fue a ayudar a Syn.

Se sentó en el asiento del oficial de derrota mientras él encendía los motores y hacía una comprobación preliminar.

—Nero —dijo en el intercomunicador—. Necesito cobertura a las cuatro en punto y será mejor que uses tus poderes para abrir la compuerta del hangar o este va a ser un viaje muy corto.

Shahara observó cómo las puertas del hangar se abrían lentamente. Era evidente que estaban cerradas y que se resistían a los esfuerzos de Scalera. Syn no esperó a que se abrieran del todo.

Apretó la palanca de inyección y dio potencia a los motores.

La nave saltó hacia adelante a una velocidad que aplastó a Shahara contra su asiento. A diferencia de ella, la nave no era consciente de que estaban a punto de chocar contra una pared y estallar en llamas.

Syn frunció profundamente el cejo.

—Hazlo o muere, chaval. Hazlo o muere.

Nada se movía. A Shahara se le cayó el alma a los pies al darse cuenta de que se iban a estrellar contra las puertas cerradas.

Se preparó para el golpe.

Sin embargo, Syn no redujo la velocidad. Fue hacia adelante sin vacilar.

Ella contuvo un grito.

Pero justo al llegar a las puertas, estas se abrieron de golpe y sólo la parte baja de la nave las rozó. El ruido del metal contra el metal resultó doloroso, pero al menos no era fatal. Salieron al otro lado y se lanzaron a la atmósfera.

Apoyó la cabeza en el asiento y respiró hondo, aliviada.

—Te odio profundamente, presidiario.

Vik resopló.

—He perdido casi todo el aceite, jefe.

Syn los miró irónico.

—Dejad de protestar. Lo hemos conseguido. —Y añadió en voz baja—: De acuerdo que ha sido por los pelos, pero aún no nos hemos matado.

Scalera se reunió con ellos y se desplomó sobre la silla del artillero, pálido.

Syn lo miró.

—¿Estás bien?

El otro asintió débilmente, respirando entre jadeos.

Lo malo para los trisani era que usar sus poderes psíquicos los agotaba físicamente. Si se excedían usándolos, podían incluso caer en coma, sufrir daños cerebrales o morir.

Su alborotada melena castaño claro tenía mechas negras y le caía enmarcando un rostro angelical. Cada facción parecía haber sido esculpida por un maestro, pero aun así no había nada tierno en él. Tenía una gracia masculina dura e implacable.

Una corta barba le cubría el rostro y le daba un aire aún más áspero. Era evidente que vivía del mismo modo que Syn.

Gracias a su ingenio, fuerza y brutalidad.

Nero pasó un largo brazo sobre la silla y posó la mano cerca del hombro de Syn.

—Tengo que estar loco para cubrirte, Sher. Mierda, ¿por qué tenías que ser tú?

—Cuestión de suerte, supongo.

El otro hizo un sonido de burla.

—Y, por cierto, ¿cuándo te cambiaste de nombre?

—Hace algún tiempo. —Syn introdujo el rumbo y los presentó sin mirarlos—. Shahara Dagan, este es Nero Scalera. Nero, Shahara.

Una fina ceja se arqueó.

—¿Como la seax Dagan?

Syn viró y puso la nave en hipervelocidad.

—La misma.

Nero tragó aire.

—Estoy impresionado. No sabía que los seaxes se codearan con gente como nosotros.

Syn soltó un resoplido.

—Todo el mundo baja a la Tierra a veces.

A Shahara eso no le hizo gracia. Tenía que reconocérselo a Nero: se estaba recuperando muy bien del gasto de poder que lo había dejado hecho polvo hacía sólo unos minutos.

—¿De qué os conocéis? —preguntó.

El trisani inclinó la cabeza hacia Syn.

—Este cabrón me salvó la vida.

—¿Cuándo?

Syn contestó mientras programaba el piloto automático.

—Estábamos juntos en prisión.

Eso era interesante.

—¿La primera o la segunda vez?

Nero lo miró alzando las cejas.

—¿Volviste?

—No por gusto.

El otro soltó un silbido.

—Joder, Wade. Siempre has tenido mala suerte.

Syn lo miró serio.

—¡Dímelo a mí!

—¿Y cómo pasó?

—Me pillaron pirateando información, ¿cómo sino? Era un crío estúpido tratando de comer. —Giró la silla para mirarlo—. Y tú ¿qué? ¿Cómo has acabado trabajando para el enemigo?

—Como acabas de decir: hay que comer y me harté de clientes que intentaban sacármelo todo, o incluso matarme.

Syn lo saludó militarmente en broma.

—Sé de qué hablas. Mi situación actual viene por un puto cliente que me quiere joder, cuando lo único que hice fue salvar la vida de su hija.

Nero se pasó la mano enguantada por la barbilla mientras esbozaba una sonrisa encantadora.

—La gente es una mierda.

Syn miró a Shahara, sin decir nada. Entonces se levantó de la silla y fue a echarle una ojeada a Nero. Sacó una pequeña linterna y le iluminó los ojos para comprobar la dilatación de las pupilas.

—¿Se te ha fundido algo?

Él negó con la cabeza y se apartó de las manos de Syn.

—Ni siquiera me ha sangrado la nariz. Estoy bien.

—Bien. ¿Puedes tomar el timón mientras voy a lavarme?

El otro lo miró ceñudo.

—¿Qué pasa? ¿Te has meado en los pantalones o algo así?

—Algo así. Necesito un momento a solas para recomponerme.

Algo pasó entre los dos que Shahara no supo interpretar.

Nero se puso en pie.

—Claro, ya me encargo. Tómate el tiempo que necesites.

Syn ni siquiera la miró mientras la dejaba sola con el trisani, que se sentó en la silla del capitán.

Observó a Vik cambiar a su forma de meca y conectarse al ordenador. El robot no dijo nada mientras al parecer se disponía a dormir una siesta.

—Syn y tú parecéis muy unidos —le comentó a Nero mientras este comprobaba las lecturas.

—Lo estábamos.

—¿Y qué pasó?

Él giró la silla para mirarla.

—En realidad, nada. Nos perseguían a ambos, así que tuvimos que separarnos para tener más posibilidades de sobrevivir. Él se fue por su lado y yo por el mío.

Shahara tuvo la sensación de que había más que eso, pero Nero no parecía dispuesto a dar más detalles.

—¿Qué edad tenías tú cuando estuvisteis juntos en prisión?

—Diecinueve.

Ella arqueó las cejas, sorprendida. Eso significaba casi diez años mayor que Syn, pero no le habría echado más de veintipocos.

—No pareces tan mayor.

Él se encogió de hombros.

—Los trisani no envejecemos como las otras razas. Es uno de nuestros mejores dones.

Sin duda. A Shahara no le hubiera importado tener ese gen.

—¿Y qué hiciste para acabar en prisión?

Una sombra le cruzó el rostro. Los aparatos electrónicos que lo rodeaban sisearon y saltaron como si Nero tuviera una subida de poder que los afectara.

—Soy un macho trisani de pura sangre que sobrevivió a su infancia. ¿Tienes alguna idea de lo que la gente nos hace?

Los machos trisani tenían más poderes que las hembras. El único problema era que esos poderes tenían tendencia a acabar con ellos antes de que fueran lo bastante mayores como para saber controlarlos. Y por si eso no fuera ya bastante malo, toda su raza había sido cazada hasta el punto de hallarse al borde de la extinción. Las otras culturas y seres o bien los temían por lo que podían hacer o bien querían controlar ese poder en su propio provecho.

Aunque los trisani eran una especie pacífica, toda su historia estaba marcada por el derramamiento de sangre y la brutalidad.

—¿Te esclavizaron?

Se le disparó un tic en el mentón.

—Me vendieron al alcaide cuando tenía cinco años, después de matar a mis padres y a mi hermana. Me tenía en la prisión para poder emplear mis poderes en su beneficio. Yo no tendría que haber estado allí y Syn tampoco.

Entonces, Shahara recordó algo a lo que él había aludido con Syn.

—¿Y cuánto tiempo llevas ocultando tus poderes?

—El suficiente como para seguir siendo libre y no tener que huir un día tras otro. Sólo los empleo cuando no tengo más remedio.

Pero sin embargo los había usado esa noche… Y no para su propia supervivencia, sino para la de ellos.

Pero lo más increíble era que a Shahara no le daba la impresión de que Nero fuera especialmente altruista.

—¿Por qué te has expuesto por salvarnos?

Él miró en la dirección por la que Syn se había ido.

—Sheridan podría haber escapado de prisión solo, pero sabiendo lo que me hacían se negó a dejarme allí. —Hizo una mueca, como si el dolor fuera mayor de lo que podía soportar—. No tienes ni idea de lo que ese niño hizo para salvarme. Pero yo sí y es una deuda que nunca le podré pagar.

Había un extraño tono en su voz.

—¿Qué?

De nuevo el tic en el mentón, mientras la vergüenza le oscurecía los ojos.

—Vendió lo único que podía vender.

Shahara frunció el cejo.

—¿Sus habilidades?

—Sí.

Ella ahogó un grito al darse cuenta de a qué se refería. Syn no había vendido su habilidad con los ordenadores… se había vendido a sí mismo para liberarlo.

Se sintió horrorizada.

—¿Y por qué hizo eso?

—Y yo qué sé. Sacarme de allí casi le costó la vida. Y, para ser sincero, si él hubiera sido cualquier otro, yo hubiera preferido quedarme en esa prisión que escapar.

—¿A qué te refieres?

—Soy trisani. Lo único peor que un alcaide que me mantenía drogado y me empleaba contra mi voluntad es pertenecer a un criminal. Sabía que Sheridan me dejaría libre en cuanto saliéramos de allí. Cumplió su palabra: me liberó y nunca trató de utilizarme. No hay mucho que yo no haría por él.

Ella sentía lo mismo.

—Es un buen hombre.

—Sí y en este mundo eso es muy raro. —Nero indicó la puerta con la barbilla—. Por cierto, en este momento está hecho polvo. No sé qué relación tenéis, pero si sientes algo por él, quizá tendrías que ir a ver cómo está.

—Ha dicho que quería estar solo.

Nero soltó una carcajada burlona.

—Mucha gente dice eso cuando no es cierto. Emocionalmente, está herido como nunca lo había visto y, créeme, lo he visto herido. Tiene algo dentro que lo está destrozando, pero aunque noto el dolor, no puedo descubrir la causa.

Preocupada por Syn, Shahara fue a buscarlo. Tardó unos minutos en encontrarlo en la zona de descanso de la tripulación.

Se quedó de piedra al ver que sólo llevaba una toalla húmeda enrollada en la cintura. Tenía el cabello mojado, como si se hubiera duchado. Pero lo que más la preocupó fue la herida que tenía en el hombro.

—¿Te han dado?

Él no la miró mientras se curaba la herida.

—Un par de quemadas. Sobreviviré.

¿Cómo podía ser tan displicente? ¿Y cómo no había notado ella que lo habían herido durante la huida?

Angustiada, cubrió la distancia que los separaba. Él comenzó a apartarse, pero Shahara lo cogió del brazo y no se lo permitió.

—¿Qué ha pasado en tu apartamento?

Él la miró como burlándose.

—¿Estás ciega? Lo han destrozado.

Ella tuvo que tragarse una réplica sarcástica. Pero si algo sabía de él era que estaba acostumbrado a usar el sarcasmo como defensa y para ocultar sus verdaderos sentimientos.

—No me refiero a eso. Estabas buscando algo. ¿Qué era?

Syn no esperaba en absoluto la intensa emoción que lo invadió ante esa sencilla pregunta. Le abrió una herida en el corazón que lo dejó deshecho y sangrante.

Pero eso era algo que nunca compartiría con nadie.

—Nada —contestó y pasó junto a ella.

Sin embargo Shahara no se dio por vencida.

—No me mientas. Te conozco. Se llevaron algo que tenía mucho valor para ti. —Sacó un puñado de papelitos del bolsillo y se los tendió—. Encontré esto entre los destrozos.

El dolor lo dejó sin habla al ver el rostro magullado de Talia mirándolo. Esa sola imagen lo trasladó al instante a su infancia. De vuelta al horror y el dolor que había vivido todos los días de su vida.

Le temblaba la mano al tomar el último vínculo con una hermana que lo había significado todo para él.

—Intenté salvarla, ¿sabes?

Shahara notó el dolor en su voz y le llegó al alma.

—Lo que le ocurrió no fue culpa tuya.

Syn no la creyó, como nunca lo había creído.

—Si hubiera llegado antes a casa… Se suponía que debía volver directamente… —Se detuvo mientras contenía las lágrimas—. Pero no lo hice; me detuve en el parque y… Fui tan estúpido y egoísta… Sólo quería pasar unos minutos sin que nadie me gritara o me golpeara. Unos minutos sentado al sol para sentirme como si fuera normal. Soy tan imbécil… Si hubiera ido a casa…

Ella lo abrazó con fuerza. ¿Cómo podía considerarse egoísta?

Un niño no tendría que sufrir tanto.

Y tampoco aquel hombre. Él, que daba tanto a los demás… Ponía a todo el mundo antes que él. Era una gran pena que nadie hubiera hecho lo mismo a la inversa.

Si pudiera borrarle ese dolor…

Syn permitió que la suavidad de la piel de Shahara lo tranquilizara incluso mientras seguía con sus amargos recuerdos.

—Sólo eras un niño.

Él negó con la cabeza mientras ella le acariciaba la mejilla con el pulgar; una oleada de placer lo invadió a pesar del dolor que lo destrozaba.

—Nunca fui un niño, igual que tú. Talia era mi responsabilidad y mientras yo estaba sentado en un banco, contemplando a un grupo de niños jugar a la pelota, ella se estaba cortando las venas.

Las lágrimas se le derramaron al recordar ese día con tanta claridad.

«¿Por qué me dejaste, Talia…?».

En una vida marcada por las traiciones, la de su hermana era la que más le había dolido.

Cerró los ojos y aspiró el aroma de la piel de Shahara. Pero ni siquiera eso pudo calmarlo.

—Cogí una flor en el parque y la llevé a casa para regalársela, esperando que eso la hiciera sonreír. Cuando abrí la puerta para dársela, la encontré en la cama, cubierta de sangre.

Al verla tumbada de una forma extraña sobre la cama, su visión se había vuelto en blanco y negro, excepto por el rojo de la sangre, que aún lo acosaba y destacaba con fuerza sobre los otros colores.

Había dejado caer la margarita al suelo y había gritado: «¡No!». Un grito de agonía que había surgido desde lo más profundo y oscuro de su joven ser, mientras corría hacia la cama y trataba de despertarla.

Pero sabía que era inútil.

Ella lo había dejado solo en un mundo que lo odiaba tanto como la había odiado a ella.

Resbaló sobre la sangre que cubría el suelo y se arrastró a cuatro patas mientras sollozaba y le rogaba que viviera; le rogaba que abriera los ojos y le dijera que él no era tan malo. Llorando desesperado, le había cogido la mano y se la había llevado a la cara. «¿Por qué me has dejado, Talia? ¿Por qué?». Pero en su corazón sabía muy bien la respuesta.

Por la misma razón que Mara lo había dejado también: no era lo bastante bueno.

En ese momento, Shahara lo estrechaba contra sí mientras él la apretaba con fuerza.

—Todo va bien, Syn. Estás conmigo.

Pero él no lo creía. Nadie estaba a su lado o quería estarlo. Nunca había sido así. Se apartó y le devolvió los trozos de fotos.

—Gracias por recoger eso, pero no es lo que buscaba.

Entonces dime qué es. Habla conmigo, Syn, por favor.

Él quiso decirle que se fuera al cuerno. Pero ella le tomó el rostro entre las manos. Fue un gesto tan tierno… Nadie lo había consolado nunca así.

Ni siquiera Mara.

Y ante eso se sintió impotente. Sin poder evitarlo, respondió:

—Buscaba una nota.

Shahara lo miró confusa.

—¿Una nota?

Syn cerró los ojos, sintiendo cada vez más dolor. Incluso en ese momento, podía ver el rostro alegre y brillante de Paden corriendo a recibirlo la noche anterior al día en que aquella reportera había destrozado la perfecta mentira que era su vida. Había cogido al niño en brazos y había reído mientras lo abrazaba con fuerza, agradecido de que alguien le diera un amor tan puro y perfecto.

Paden había saltado en sus brazos. «¡Papá! ¡Papá! ¡Mira lo que he hecho!». Le puso un papel en la cara, tan cerca que al principio lo único que Syn había podido ver había sido un brillante color azul.

Riendo, había besado a su hijo en la mejilla y había alejado el dibujo hasta poder verlo. Eran ellos dos ante el hospital, con un arcoíris encima. Y en el arcoíris, Paden había escrito las palabras: «Te quiero, papá».

Nunca nada había significado tanto para él como esas palabras que su hijo había escrito con el corazón. Ese instante de pura alegría al saber que, después de todo lo que había pasado, había una persona que lo amaba de verdad. Una persona que lo veía como él quería ser.

Aún podía sentir sus bracitos alrededor del cuello y a Paden besándolo en la mejilla y apoyando la cabeza en su hombro.

Un momento perfecto e inmaculado…

Dioses, si pudiera recuperar eso aunque sólo fuera un instante…

Pero lo había perdido junto con el amor y el respeto que su hijo le había tenido.

«¡Aléjate de mí, cabrón mentiroso, no quiero nada de ti! Doy gracias a los dioses de que no seas mi verdadero padre. Me das asco. No quiero volver a verte».

Eso había sido lo último que Paden le había dicho.

Pero ni siquiera esas terribles palabras podían borrar aquel precioso momento… o el dibujo que había guardado todos aquellos años en un tubo a prueba de agua, cosido a su mochila.

Era el último recuerdo de la vida que tan desesperadamente había deseado. Una vida por la que había luchado tanto y que añoraba cada segundo en el infierno solitario en que se había convertido su presente.

De algún modo, ellos lo habían encontrado y ahora lo había perdido, igual que el amor de su hijo.

«No debería haberlo guardado».

—¿Syn?

Contempló el par de ojos dorados que lo miraban suspicaces.

¿Acaso nadie podía verlo a él realmente?

—Sólo era una nota estúpida. Nada más.

Shahara no le creyó; había demasiado dolor en sus ojos. Le apartó el cabello de la frente e incluso sin que él se lo dijera supo de qué debía de tratarse.

—Era de Paden, ¿verdad?

Él se apartó.

—Háblame, Syn.

—Sí, era de Paden. Y ahora, ¿puedes dejarme en paz?

Fue a coger su ropa.

Ella sintió un intenso dolor al saber que su sensible alma había sido dañada por todos los que lo rodeaban. ¿Y que era lo que más valor tenía para él?

Una nota escrita por un niño al que amaba. Un niño al que seguía amando y cuidando aunque el propio niño lo rechazaba.

No era justo.

¿Cómo podía haberlo abandonado nadie? ¿Qué clase de estúpida habría sido Mara para apartar a un hombre capaz de darle tanto amor y devoción, a todas luces inmerecido?

Y en ese instante se dio cuenta de algo espantoso.

Lo amaba. Aquel hombre, aquel extraño, no sólo se le había metido en el corazón, sino hasta en su misma alma. Cuanto más sabía de él, más lo quería. Y más deseaba consolarlo…

La vida le había dado las peores cartas y Syn había conseguido sobrevivir sin perder la decencia. Shahara no sabía cómo se las habría arreglado para conservar lo que tantos otros, incluida ella misma, habían perdido.

No había dos como él y eso era lo que más la atraía.

Desde su infancia, ella nunca se había permitido pensar en el futuro, esperar poder tener a alguien. Había perdido toda esperanza de amar, aparte del amor que le tenía a sus hermanos, por quienes daría la vida con tal de mantenerlos a salvo.

Pero ahora había encontrado a ese alguien.

Amaba a Syn. Quería pasar cada instante con él y sólo con él. No había forma de cambiar su pasado, pero ella podía asegurarse de que no tuviera más vacaciones solitarias, de que su futuro incluyera a alguien con quien hablar, alguien en quien pudiera confiar.

Y esa persona sería ella.

«Se merece a alguien mejor que tú».

Eso era cierto, pero los que eran mejores no apreciaban la belleza que se ocultaba en el maltrecho corazón de Syn. No valoraban la rareza que él era.

Y, sobre todo, no lo podían proteger de un mundo hostil y frío. Pero Shahara en cambio podía asegurarse de que nadie volviera a hacerle daño.

Nunca.

«Tienes un juramento que respetar. Es un criminal buscado».

Incluso sin las órdenes de busca y captura de Merjack y Zamit, le perseguían en treinta y cinco sistemas más.

Estar con él le costaría todo.

No, eso no era cierto. No todo, porque estar sin él le costaría el corazón.

Entonces hizo algo que no había hecho nunca. Dejó de lado el sentido común y lo besó. Al infierno con su juramento. Nada de eso le importaba ya.

Sólo le importaba él. Y se encargaría de que nadie volviera a herirlo.

A Syn le rodó la cabeza ante ese inesperado contacto. Notó los labios de ella ligeros como una pluma, sobre los suyos. Instintivamente, la atrajo hacia sí, hasta que sus pechos se tocaron.

Sabía tan bien y se sentía tan bien a su lado… Lo único que Syn quería era pasar el resto de su vida abrazándola así. Pero eso nunca sería posible. El destino había conspirado en su contra desde el momento de su concepción y, tal como iban las cosas, no parecía dispuesto a darle un respiro.

Aun así, disponía de ese momento. Ese instante era suyo. ¿Cómo podía despreciarlo?

La apartó y la miró a los ojos, oscurecidos por la pasión. Su mirada de deseo lo dejó sin aliento. No había ninguna acusación en ella, ninguna contención.

Era una mirada abierta e invitadora.

¿Cómo podía desearlo después de todo lo que sabía? Era increíble. Nunca antes en toda su vida había hecho el amor con una mujer que supiera tanto de él. Y, desde luego, ninguna de ellas conocía su pasado, su verdadera identidad.

Pero Shahara lo sabía todo. Conocía los horrores que había sufrido y las cicatrices que estos le habían dejado. Eso lo hacía sentirse vulnerable y asustado.

Ella le pasó las manos por la piel desnuda. Mientras le acariciaba los músculos del pecho, sintió escalofríos.

Con una sonrisa pícara, Shahara se inclinó y le lamió el hueco del cuello.

Syn gruñó de puro placer y todo su cuerpo se tensó, ardiente. Se olvidó de todo excepto de la alegría de aquellos labios sobre su cuello, o de aquellas manos que lo acariciaban.

Shahara sintió un momento de timidez cuando él le sacó el top por la cabeza, pero desapareció al primer beso. Le producía placer allí donde la tocara, en los brazos, en los pechos; lo experimentaba en el ansia palpitante que sentía entre las piernas.

Ella le arrancó la toalla, con la urgente necesidad de volver a sentirlo en su interior.

Con insaciable ansia, le tiró del labio con los dientes, deseando devorarlo.

—Te deseo, Syn —le susurró.

Quería decirle que lo amaba, pero él no lo hubiera aceptado. Estaba demasiado maltrecho como para creer en algo tan fácil como unas simples palabras. Aquello era algo que a un hombre como él había que demostrarle.

Se tumbó en el suelo con ella y le quitó el resto de la ropa. Shahara se mordió el labio, asombrada de no tenerle miedo. Asombrada de aceptar sus caricias cuando no había podido hacerlo con nadie más.

Syn la tranquilizaba. Acallaba sus dudas y sus inseguridades. Con él, se sentía finalmente completa. Era la mujer que siempre había querido ser. Una que podía recibir caricias sin temor. Y, sobre todo, podía confiar en él. Cuando todo lo demás se estaba desmoronando a su alrededor, cuando sus enemigos la habían rodeado, Syn se había quedado a su lado para protegerla y ayudarla.

Con los ojos húmedos, le tocó la nueva herida del hombro. Una herida que había recibido por ella…

Él era todo lo que siempre había deseado, aunque con un envoltorio tan masculino que debería hacer que se alejase, asustada.

Pero era Syn. Siempre con nuevas sorpresas. Siempre cargado de fuerza e integridad.

Y, sobre todo, lealtad.

Se estiró y lo besó en los labios.

Él tembló ante las intensas emociones que aquel simple beso le había despertado. Dioses, cómo deseaba creer en ella, pero ¿cómo podría? Había sufrido tantas heridas de aquellos en quienes había confiado…

¿Acaso Shahara sería diferente?

«No soy capaz de comenzar de nuevo».

Ya lo había hecho demasiadas veces. Estaba cansado. Profundamente cansado.

Pero al mirar aquellos ojos que se le clavaban en el alma, su corazón se negó a escucharla. Quería creer en ella y no atendía a razones.

—Abrázame —le susurró al oído.

Shahara lo rodeó con los brazos y él cerró los ojos para saborear esa sensación.

Era un momento perfecto.

Desnudo en el suelo, a su lado, con su aliento cosquilleándole el cuello, y sus brazos apretándolo contra sí, aquello era el paraíso.

Si pudiera durar…

Ella le cubrió una mejilla con la mano y le sonrió.

—No voy a hacerte daño, Syn. No soy como los demás. Estaré a tu lado. Siempre.

«Sí, seguro».

Pero se tragó su sarcasmo. Era un mecanismo de defensa y no quería hacerle ningún daño a Shahara. En ese momento, ella lo decía de corazón.

Aún quedaba por ver si seguiría diciéndolo en el futuro. Pero por el momento, él lo aceptaría y agradecería que al menos sintiera eso en ese instante.

La besó, le abrió las piernas con las rodillas y se hundió lentamente en su calor.

Shahara echó la cabeza hacia atrás y gimió ante el dulce placer que la invadió. Nunca en toda su vida había sentido algo tan maravilloso. El peso de Syn sobre ella, la sensación de él al moverse, llenándola.

Sentía ganas de gritar su amor, pero se contuvo por temor a su reacción. Era demasiado pronto para decirle algo que él sólo podría rechazar.

No, tendría que mantenerlo en secreto por el momento, pero pronto se lo diría.

Syn acercó el rostro a su cuello y aspiró su dulce aroma femenino. Con ella rodeándolo con las piernas y los brazos, supo lo que era la verdadera paz. Sus demonios y dudas habían desaparecido y su lugar lo habían ocupado emociones que ni siquiera era capaz de comenzar a definir.

Shahara gemía con cada embate de su cuerpo, avivando las llamas que lo consumían.

De repente, lo agarró con más fuerza y gritó de placer. Syn soltó una profunda carcajada gutural mientras se reunía con ella en el paraíso.

Satisfecho, no quería moverse. Quería quedarse allí durante toda la eternidad.

Ojalá pudiera.

—Syn, me estás aplastando.

Con un mohín, él la miró.

—No quiero moverme.

Shahara le sonrió.

—Y a mí me gustaría que siguieras donde estás, pero pesas como una tonelada y media y este suelo es muy duro.

Él resopló.

—Perdona, pero sólo peso una tonelada.

Rodó de espaldas y la arrastró consigo, donde podía ver el brillo de sus ojos al mirarlo.

Shahara se maravilló de lo apuesto que era. Y de nuevo se preguntó cómo era posible que su esposa hubiera abandonado a un hombre así. ¿En qué habría estado pensando esa mujer?

Y entonces, se le ocurrió una idea que la aterrorizó. ¿Cuánto habría significado su esposa para él?

¿La habría amado tanto como su padre había amado a su madre? Incluso después de la muerte de esta, su padre nunca había mirado a otra. Una vez le había dicho que los dioses sólo habían creado a una auténtica mujer y que él había tenido la gran suerte de encontrarla.

—¿Amabas a tu esposa? —le soltó, antes de poder contenerse.

—No.

Shahara frunció el cejo ante su absoluta falta de vacilación y la seguridad en su voz.

—Entonces, ¿por qué te casaste con ella?

—Estaba enamorado de la idea de ella.

—No lo entiendo.

Syn suspiró mientras jugueteaba con el cabello de Shahara.

—Acababa de completar mi residencia cuando Mara entró en la sala de urgencias con una amiga que se había herido en el trabajo.

—¿Qué clase de trabajo?

—¿Acaso importa?

—Me gustaría saberlo.

Él se rozó los labios con su cabello antes de contestar:

—Ella trabajaba en una galería de arte y su amiga se había hecho daño moviendo unos cuadros. Se había hecho un corte profundo y necesitaba puntos.

—¿Por eso te interesa tanto el arte? ¿Por tu esposa?

—No por ella. Mara sólo me enseñó y me acercó a él. Como nunca antes había tenido nada hermoso en mi vida, me gustaba pasar rato en las galerías. Cuando me dejó, fue lo único con lo que me quedé. Y de nuevo no por ella, sino porque eso no me lo podía quitar. Todo lo que me gustaba, siempre había algún gilipollas que me lo estropeaba. Esa zorra ya me robó demasiado. Me negué a dejar que manchara también lo que me consolaba.

Shahara lo entendió. Una persona tenía que ser muy fuerte para impedir que los demás le fastidiaran aquello con lo que disfrutaba.

Y luego pensó en el día en que Syn conoció a su esposa; como médico, debía de ver a un montón de mujeres.

—¿Qué hizo que le pidieras para salir?

Los ojos de él adquirieron un aire soñador.

—Parecía pura y frágil. Muy femenina, suave. Nunca había conocido a nadie así. Todas las mujeres con las que había estado hasta entonces eran duras y sarcásticas. De las que primero abofetean a un hombre antes de besarlo.

«Como yo».

Shahara notó un nudo en la garganta.

—Pero ella no —continuó Syn—. Estaba tan protegida y era tan inocente, que supe al instante que nunca había pasado miedo ni hambre. Ningún demonio la perseguía. Tenía un pasado que yo envidiaba. Y pensé que quizá, estando con ella, yo pudiese que mi propio pasado era diferente.

—Y ella te amaba. —A Shahara se le quebró la voz.

—No. Quería el prestigio de estar casada con un médico. Por alguna razón que nunca llegué a entender, se avergonzaba de sus padres y de que pertenecieran a la plebe. Su padre era un comercial y su madre una técnica informática. —Rio amargamente—. Irónico, ¿verdad? Yo hubiera matado por tener unos padres como los suyos y ella sólo quería olvidar su existencia porque deseaba algo mejor.

Aunque su voz era neutra, Shahara no conseguía evitar pensar que su ex esposa aún le importaba. Al hablar de ella, su mirada desmentía esa indiferencia.

—¿Cuánto tiempo estuvisteis casados?

—Seis largos años.

Perpleja, se apoyó en un codo para mirarlo.

—Si eras tan infeliz, ¿por qué te quedaste?

—Porque Mara era respetable. Nuestra vida juntos era respetable y eso era lo que yo siempre había querido. ¿Y qué si era la mujer más pretenciosa que jamás ha existido? Al menos era una dama. En público, era la persona más encantadora y elegante que puedas imaginar. Dominaba perfectamente la etiqueta. Diablos, pero si hasta sabía qué cubierto emplear para cada plato.

«A diferencia de mí».

A Shahara se le partió el corazón al oír eso. Lo admitiera o no, Syn aún ansiaba esa vida. Lo veía en sus ojos. Lo oía en su voz.

Ella nunca podría ser esa clase de mujer. Y ambos lo sabían.

Él nunca podría ser feliz a su lado.

Se quiso morir. ¿Cómo podía haber sido tan tonta como para no darse cuenta antes?

—¿Qué pasa? —le preguntó él, frunciendo el cejo.

—Nada. —Carraspeó y cambió de tema—. ¿Te gustaría poder volver a eso?

—No. No con ella. Me gustaría volver a ejercer de médico. Y vendería mi alma por recuperar a mi hijo. Pero el resto… Qué diablos, supongo que me he vendido por mucho menos durante estos años.

Shahara se volvió a incorporar para mirarlo.

—Mara era idiota, Syn. Si no podía ver lo maravilloso que eres, no te merece y me alegro de que te hayas librado de ella.

Él se quedó sin aliento ante la convicción con que había hablado.

Por un instante, casi la creyó.

«No seas estúpido».

Los sueños eran para los tontos y las mujeres decentes y honestas no querían involucrase con basura como él. Al menos, no durante mucho tiempo.

Ya no quería engañarse más, así que se apartó con un suspiro.

—Tengo que lavarme. No tardaremos mucho en llegar a Ritadaria.

—¿Crees que vamos a encontrar ese chip?

—No. Lo que creo es que vamos a morir.