Shahara se despertó cuando alguien la tocó en el brazo. Instintivamente, sacó la pistola y le apuntó a la cabeza.
Syn le cogió la pistola por el cañón y la desarmó antes de que pudiera dispararle… otra vez.
—¿Estás bien?
Ella comenzó a enfrentársele, hasta que se dio cuenta de quién era. Al instante, se tranquilizó, agradeciendo no haberle disparado sin querer.
—Perdona.
Él le restó importancia sin ofenderse.
—No pasa nada. Yo hago lo mismo.
Le devolvió la pistola, que Shahara se metió en la cartuchera y bostezó.
—¿Dónde estamos?
—En Broma. Hace casi veinte minutos que hemos aterrizado.
Recogió la mochila de ella del suelo y se la pasó.
—¿Por qué no me has despertado antes?
—Parecía que necesitabas dormir, pero sólo nos quedan unas tres horas de oscuridad, así que tenemos que salir de aquí pronto.
Shahara se frotó los ojos y bostezó de nuevo.
—De acuerdo, capitán. Después de usted.
Él arqueó una ceja.
—¿Qué? ¿Nada de insultarme con lo de presidiario?
Ella se levantó y le puso la mano en la mejilla. Aunque el tono de él había sido tranquilo, había tenido la impresión de que sólo lo había dicho porque lo ofendía que ella lo llamara así.
—Te veo a ti, Syn, y sé lo que eres.
Él no dijo nada, pero su cuerpo se inflamó ante la sensación de su suave caricia.
«No seas idiota. Hubo un tiempo en que Mara también te acariciaba».
Y todo había sido una mentira. En cuanto hiciera algo que no le gustara, Shahara se volvería contra él como lo había hecho Kiara, después de que ellos hubieran arriesgado la vida para salvarla. Con un segundo de confesión, Syn había reducido su pasado a la basura.
«Igual que con Mara y con Paden.
»Igual que con Caillen».
La verdad de su existencia nunca lo dejaría libre. Sólo lo atrapaba más y más.
Y estaba harto.
Se apartó de ella, se puso unos guantes negros y le entregó a Shahara otro par igual.
Ella quiso gritar de frustración cuando vio cómo se le velaba la expresión. Había vuelto a meterse en sí mismo y no sabía por qué.
Decepcionada, cogió los guantes y se fijó en unos pequeños bultitos de plástico duro que cubrían la palma y los dedos. Pasó una yema por encima y miró a Syn desconcertada.
—Vamos a descender en rápel por la pared de mi edificio. Eso impedirá que resbales.
Ella notó que se le helaba la sangre.
—¿En rápel?
—Procura no mirar abajo.
El estómago se le encogió al pensarlo.
—Eres un cabrón sádico, ¿verdad?
—Viene con eso de ser un Wade —contestó Syn, tan bajo que no estuvo segura de haberlo oído bien.
Nunca en su vida había deseado tanto acercarse a alguien como lo deseaba en ese momento.
«Tú no eres tu pasado, Syn».
Pero aunque se lo dijera, él no lo aceptaría y Shahara lo sabía. Era la clase de hombre que sólo creía en los actos, no en las palabras.
Y ella iba a tener que traicionarlo.
Alejó ese pensamiento y lo siguió fuera de la lanzadera.
En unos minutos se hallaron caminando por una calle oscura y silenciosa. La luna se había ocultado entre unas nubes y el panorama sólo se mostraba a trozos, donde las farolas formaban pequeños charcos de luz color mantequilla que los guiaban.
Vik volaba por encima de ellos para explorar la zona por delante y por detrás.
El viento silbaba por los callejones entre los edificios con un aullido lúgubre. A Shahara se le puso la piel de gallina y deseó haber cogido una chaqueta. Apretó los dientes para que no le castañetearan y siguió a Syn.
—¿Qué hora es aquí? —preguntó y su voz sonó muy fuerte en el denso silencio.
—Sobre las tres de la madrugada.
—Esto es más bien inquietante, ¿no?
Syn se detuvo un instante y miró las desiertas calles de la ciudad. Luego se encogió de hombros.
—En realidad no. Siempre prefiero esta hora de la noche. Es tranquila. Incluso los peores depredadores suelen estar durmiendo o en casa a esta hora. —La miró de forma extraña—. Excepto los ladrones, que siempre trabajamos mejor en la oscuridad.
Se dirigió hacia un callejón, se subió a un contenedor de basuras y le tendió una mano. Ella se la cogió y Syn la levantó; ambos se acercaron al borde del contenedor. Un instante después, él sacó un gancho de abordaje de un paquete negro que debía de haberse atado al brazo mientras Shahara dormía y lanzó el extremo de la cuerda hacia el tejado del edificio; el gancho desapareció por encima del borde después de abrirse los garfios. Syn tiró de la cuerda para comprobar que estuviera bien fijada y Shahara notó que se le secaba la boca al ver sus músculos de acero ondear bajo el ajustado traje, como los de un gato.
Y antes de que pudiera siquiera parpadear, le pasó por la cabeza una imagen de él desnudo, lo que le hizo sentir un intenso deseo en un momento muy poco apropiado.
Syn se enrolló la cuerda en el torso y la miró.
—Vamos —dijo, mientras sacaba el grueso arnés que había usado para atarse la última vez que habían bajado juntos de un edificio—. Te ayudaré. Pero en cuanto lleguemos a nuestro destino, te las arreglarás sola.
—De acuerdo.
Shahara notó la seriedad de su tono. Aquel no era el mismo hombre con el que antes bromeaba. No había sido el mismo desde el enfrentamiento con Caillen y se preguntó cuánto tardaría en volver a ser el Syn que ella había aprendido a apreciar.
Entristecida al pensar eso, se acercó a él, que la abrazó de manera fría, mecánica.
Syn se quedó sin aliento al notar el calor del cuerpo de Shahara. Allí de pie, le resultaba difícil recuperar la razón, sobre todo porque toda la sangre de la cabeza se estaba dirigiendo al sur de su cuerpo.
«Nunca debería haberme acostado con ella».
Lo único que había conseguido era que se le abriera aún más el apetito y deseara cosas que no podía tener.
Los sueños eran mentiras producidas por los deseos inútiles. Y la última vez que había cometido el error de entregarse a una mujer, esta lo había apuñalado en el corazón. Había retorcido el puñal una vez dentro y lo había dejado sangrando.
Ojalá esas heridas mataran.
«Coge el mapa, el disco y sácala de tu vida».
Entonces podría volver a… el infierno.
Pero al menos, allí conocía las reglas y la mala opinión de la gente no lo hería.
—Agárrate fuerte.
Ella le obedeció y ambos subieron rápidamente/hacia el tejado.
Una vez allí, Syn la soltó.
—Tenemos que saltar sobre tres edificios hasta llegar a la azotea que buscamos.
—¿Crees que los rits estarán esperándonos?
Él recogió el gancho y se lo metió en la mochila.
—No lo sé. No logré encontrar una conexión de satélite decente para poder comprobarlo. Pero la buena noticia es que tampoco pueden pillarnos desprevenidos. —Se tocó el comunicador de la oreja—. ¿Vik? Informe.
—No veo nada, jefe. Parece despejado, pero no me atrevería a apostar.
—Sigue mirando y avísame cuando los localices. —Sacó su bastón y miró a Shahara—. Si tenemos suerte, lo que rara vez ocurre, se habrán hartado ya y habrán vuelto a casa. Aunque si tengo la suerte de siempre, habrá al menos dos personas vigilando mi edificio. Pero dudo que estén tan lejos y también dudo mucho que esperen que nos acerquemos por arriba; por eso estamos aquí. —Calló un momento y luego añadió—: Supongo que lo averiguaremos en seguida.
Shahara puso los ojos en blanco.
—Genial.
Le encantaba su optimismo. Era una de las cosas que más le gustaban de él.
Ella también sacó su bastón y lo extendió. Observó a Syn tomar carretilla y emplear la pértiga para saltar. Voló por el espacio como un bonito pájaro alzando el vuelo, como si para él fuera algo natural. Y lo más triste era que sí era algo natural para él.
Shahara se encontraba en su elemento luchando. Él, en cambio, se sentía así siendo uno con la oscuridad que lo rodeaba…
—Adelante —protestó ella—. Para ti es muy fácil. Pero si me caigo, te juro que te rondaré durante toda la eternidad.
Lo que sería justo, porque, en sus pensamientos, él ya la rondaba sin cesar.
Con el corazón en un puño, Shahara tomó carretilla y saltó con la pértiga al siguiente edificio. El corazón no le volvió a latir hasta que aterrizó sana y salva en el tejado.
Él negó con la cabeza al ver su expresión de pánico.
—¿Cómo me dijiste que te ganabas la vida? ¿Jugando con el ordenador?
Ella respiró hondo y pensó en qué parte del cuerpo plantarle el bastón extendido.
—Prefiero enfrentarme a mis enemigos en la calle. Abiertamente. —En ocasiones, también empleaba el sigilo, pero sólo era sigilosa hasta que alcanzaba su objetivo.
Luego se lanzaba a tope.
—Y yo prefiero vivir —contestó él y saltó al siguiente inmueble.
No tardaron en aterrizar en la azotea de su edificio, aunque a los nervios de Shahara les pareció una eternidad.
Syn fue hasta el otro extremo y salió a la cornisa. Con una indiferencia hacia el peligro que Shahara le envidió, miró abajo, a la calle, durante varios minutos; luego la miró a ella, que se mantenía a una respetuosa distancia del borde. Le hizo un gesto para que se acercara.
Shahara lo hizo con el corazón de nuevo en un puño, aunque la idea de mirar hacia abajo la ponía enferma.
—Veo a dos rastreadores —informó él—. ¿Tú qué ves?
Ella miró hacia la oscura calle y el alma se le cayó a los pies. Por un momento, estuvo a punto de vomitar, pero se tragó su pánico y se obligó a mirar con atención. Hasta que un trozo de papel voló por la calle no pudo ver a un hombre caminando.
—Allí —dijo él y señaló al hombre que Shahara había visto, caminando entre dos farolas—. Y allí.
Entonces ella vio a un hombre sentado en un banco, con aspecto de chiquillo de las calles. ¿Cómo era posible que se le hubiera pasado por alto?
—¿Por qué habrán elegido unos lugares tan evidentes?
—Porque sólo son señuelos.
Lo miró, alzando una ceja.
—¿Y dónde están los demás?
Syn se encogió de hombros.
—No sabría decírtelo. Podrían estar vigilándonos en este mismo momento.
Entonces, ¿cómo podía estar tan tranquilo?
—Y pensar que he rechazado la oportunidad de quedarme durmiendo tranquilamente en tu cama.
—Sí, ya te he dicho que te quedaras.
—La próxima vez te haré caso.
Él se puso el capuchón y luego aseguró dos cuerdas, que dejó caer por el costado del edificio.
—¿Vik? —Tocó el pequeño comunicador que les permitía mantenerse en contacto con el meca—. ¿Ves algo?
—No.
Syn miró a Shahara, esperando.
Ella se puso el capuchón y se metió la trenza dentro. Una gota de sudor le cayó entre los pechos al pensar en el siguiente paso.
Iba a descolgarse a casi cien metros del suelo. Un paso en falso y moriría.
Dolorosamente.
Syn, totalmente impasible, pasó de nuevo por encima del borde de la azotea y comenzó su descenso, rápido y sin temor. Shahara tragó con fuerza y observó el modo experto en que él se movía, bajando por el edificio, rozando apenas con las botas la barra de metal de cinco centímetros que separaba los ventanales de los diferentes pisos.
Bueno, no podía permitirle que la superara así. Se humedeció los secos labios y empezó a descender con mucho cuidado.
Cuando comenzó, mucho más despacio que él, el frío viento la azotó.
¿Cómo podía Syn ganarse así la vida? ¿Cómo podía nadie?
Un ligero error y…
Bueno, quien tuviera la desagradable tarea de limpiar después, podría usar una simple esponja para recoger sus restos.
Pensando en eso, miró hacia abajo y trató de imaginarse a sí misma en algún sitio seguro. Para su desconsuelo, el único sitio seguro que se le ocurrió fue entre los brazos de Syn.
Dios santo, ¿qué le estaba pasando? Nunca había tenido esos pensamientos. Nunca antes se le había despertado ninguna hormona.
Hasta que lo conoció o a él.
Algo en Syn había quebrado su indiferencia y había invadido sus pensamientos y su corazón de una forma que la aterrorizaba.
De repente, dos manos le agarraron las piernas.
—Ya casi estás —dijo Syn, mientras la guiaba para que aterrizara en el balcón donde él estaba.
Soltar la cuerda fue lo más fácil que Shahara había hecho nunca. Se frotó las manos en los costados, tratando de emplear la tela de los guantes para secarse la humedad.
Syn sacó varios discos pequeños de su mochila y los colocó en las esquinas de las ventanas.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó ella.
—Son filtros. Evitarán que los de fuera vean la luz mientras estamos dentro.
—Vaya, nunca había oído hablar de algo así.
—Eso es porque yo los invente y no tengo demasiado interés en compartirlos con otra gente.
—¿De verdad?
Syn calló un momento y se volvió hacia ella. Aunque Shahara no podía verle el rostro, estaba segura de que le estaba echando una mirada que superaría en frialdad al viento. Y, cuando habló, estuvo incluso más segura de ello.
—Puedo hacer muchas cosas que no tienen nada que ver con robar.
Ella cruzó los brazos sobre el pecho y lo miró con los ojos entrecerrados.
—¿Alguna vez he dicho que no pudieras? Tú, amigo mío, te pones muy a la defensiva cuando se trata de tu pasado.
—Pues ya verías si probaras con mi futuro.
Antes de que Shahara pudiera preguntarle a qué se refería, él abrió la puerta y entró. Después de entrar ella, volvió a cerrarla.
De repente, se quedó inmóvil, como si algo lo hubiera paralizado.
¿Serían los ritadarios?
Con el corazón saltándole en el pecho, Shahara trató de ver en la oscuridad, pero no pudo.
—¿Dónde está la luz?
Esta se encendió y ella se quedó boquiabierta mientras le sobrevenía una náusea.
«Oh, no…».
El inmaculado piso de Syn parecía un basurero. Los cuadros estaban arrancados de las paredes y rajados. Los sofás parecían haberse enfrentado a un enorme pájaro de presa y perdido la pelea.
Papeles; chips y discos cubrían el suelo por completo. Incluso la comida que habían dejado allí estaba arrancada de la unidad de frío y tirada en el suelo, donde se había podrido, «aromatizando» todo el lugar.
¿Cómo podían haber hecho algo así?
«Si hay algo que valoro, es mi casa».
Se estremeció al recordar las palabras de Syn. Lo miró y vio que no se había movido. Estaba clavado en su sitio, mirando el caos reinante.
Tragó saliva, con el dolor reflejado en el rostro.
—Mi mujer de la limpieza se va a cabrear de verdad.
Shahara decidió que reír esa gracia era la peor respuesta posible, así que cambió de táctica.
—Y apostaría a que te dice que deja el trabajo en cuanto vea esto —añadió.
Entonces, la fría fachada de Syn cambió a una expresión de furia total.
—Malditos sean —masculló con los dientes apretados, mientras se quitaba el capuchón. Se soltó la coleta y se pasó la mano por el pelo—. Espero que os pudráis en el infierno, cabrones de mierda.
Shahara no estaba muy segura de cómo reaccionar. Syn le recordaba un muelle demasiado tirante, que en cualquier instante podía soltarse. Tenía todos los músculos tensos, incluso los párpados; ella no sabía que estos se pudieran tensar.
Syn soltó un fuerte siseo y comenzó a dar patadas a los papeles.
De repente, se volvió a quedar inmóvil.
—No… dioses, no —susurró, como si se le acabara de ocurrir algo horrible.
Salió corriendo hacia el dormitorio.
Con cautela, Shahara lo siguió, temiendo lo que encontraría.
Él estaba ante la caja fuerte abierta y sacaba de ella chips y papeles.
—¿Dónde está? —gruñó, como si la caja fuerte le pudiese contestar.
—¿Qué estás buscando?
No le contestó. Se dejó caer de rodillas y comenzó a buscar frenéticamente por el suelo de la estancia.
A Shahara le dio un vuelco el corazón. Nunca lo había visto así. Después de todo lo que habían pasado, creía que nada conseguía alterarlo. Pero en ese momento estaba totalmente destrozado por lo que fuera que le faltaba.
—¿Han encontrado el mapa?
Cuando él la miró, ella se quedó sin aliento. Un odio primigenio y salvaje ardía en la tormentosa oscuridad de los ojos de Syn. Parecía un lorina salvaje a punto de atacar.
Shahara tragó saliva. ¿Cómo podía haber olvidado lo peligroso que era aquel hombre?
—¿Quieres el puto mapa? —masculló con rabia—. Pues quédatelo.
Fue corriendo hacia ella tan de prisa que Shahara pensó que la iba a atacar. En vez de eso, pasó a su lado y alzó el enorme tocador de ébano de un brutal empujón. El cristal se rompió y cayó al suelo hecho añicos.
Con el tocador tumbado, Syn dio una patada a una de las patas talladas y la hizo saltar. Y luego se la entregó a ella.
Shahara la miró y vio un trozo de papel doblado y un disco ocultos en el interior de un hueco abierto en la madera.
Él siguió rebuscando por el suelo.
De acuerdo… no era el mapa lo que lo había puesto en ese estado.
Se lo guardó en la mochila y se arrodilló junto a él.
—¿Qué estás buscando?
Syn se volvió de nuevo hacia ella, furioso.
—¡Lárgate! —le rugió—. ¡Desaparece de mi puta vista!
Su rabia la dejó perpleja, pero no podía culparlo. Lo que habían hecho en su casa era innecesario. Y la responsable era ella.
Después de todo, era quien les había dado su dirección a los rits.
«¿Cómo pudiste ser tan estúpida?».
Le había destrozado la vida; había logrado que lo persiguieran y lo golpearan.
Y, además, aquello.
Lo único que él valoraba de verdad: su casa.
Carraspeó y, con toda la dignidad de que fue capaz, Volvió a la sala. Se quitó el capuchón y suspiró al ver la absoluta destrucción que la rodeaba.
¿Qué había hecho?
Al principio, todo parecía tan sencillo… entregar a un presidiario evadido y salvar a su familia. ¿Podía ser más simple?
Pero no lo era. Había destruido a un hombre inocente.
No totalmente inocente, pero tampoco se merecía aquello. Nadie merecía que destrozasen su hogar de esa manera.
Una y otra vez, se le aparecía el cuerpo machacado de Syn, lo oía caer sobre el suelo de la prisión y veía su joven rostro magullado de la fotografía.
Había sufrido castigo más que suficiente por cualquier cosa que hubiese hecho. Sin duda no se merecía más.
En ese momento, se odió a sí misma por formar parte de todo aquello.
«Me ha salvado la vida, me ha quitado el miedo y yo le pago con una patada en los dientes».
Sacudió la cabeza para aclararse la vista y miró de nuevo el caos que la rodeaba; vio un trozo de una de las fotos que Syn guardaba en la caja de oración. Se arrodilló y lo recogió. Era su hermana. Aunque la parte donde él estaba faltaba, el rostro de Talia estaba completo. Quizá pudiera encontrar más trozos.
Comenzó a buscar entre los restos. Eso no lo compensaría por su pérdida, pero al menos le daría algo a lo que agarrarse.
Cuando ya había encontrado varios trozos, el fuerte sonido de algo rompiéndose llegó desde el dormitorio.
¿Qué demonios…?
Por un momento, pensó aterrorizada que un francotirador podía haber disparado y atravesado la ventana, pero al entrar en el cuarto vio a Syn ante un enorme agujero en el ventanal, por donde había tirado su silla de despacho. El viento entraba con fuerza, hinchando las cortinas hacia adentro. Los papeles revoloteaban y bailoteaban mientras miraba hacia la oscuridad, con el cabello azotando su hermoso rostro. Se lo veía feroz.
Letal.
Un hombre dispuesto a agarrar el universo y destruirlo.
Shahara recordó a los rits que había abajo y corrió hacia la ventana. Cuando miró, vio a cinco personas corriendo hacia el edificio.
—Vienen a por nosotros —le advirtió.
—Que vengan —replicó Syn en un tono tan siniestro como su postura.
—¿Qué? —exclamó incrédula.
Los mechones negros se movían contra su rostro; algunos se le enganchaban en las patillas.
Cuando lo miró, sus ojos eran de vidriosa obsidiana. Se le veía desamparado.
—No me importa lo que hagan. Estoy cansado de huir. Que se jodan. Vamos a luchar.
Shahara se quedó boquiabierta.
—Bueno, pues has escogido el mejor momento para ponerte así, ¿sabes, colega? Al menos podrías haberme consultado antes de decidir suicidarte. Sobre todo, porque en este momento mi vida está ligada a la tuya. Muchísimas gracias, gilipollas. —Con el corazón desbocado, lo Si así lo quieres, quédate aquí y muere. Yo, al menos, voy a tratar de sobrevivir.
Syn la observó marcharse. Se trató de convencer de que era eso lo que quería. Que se las apañara sola.
Pero incluso en medio de toda su furia, sabía que sola no llegaría muy lejos. Y por alguna razón estúpida y absurda le importaba que ella viviera o no.
«Déjala marchar».
No podía. Demasiado débil como para seguir luchando contra su conciencia, fue tras Shahara.
Ella oyó a un perseguidor descolgarse por la otra cuerda. Miró esperando lo peor y entonces vio a Syn tras ella.
Cuando él llegó a su altura, la cogió por la cintura y la hizo entrar en otro balcón.
—¿Qué estás haciendo?
—Salvarnos el pellejo.
Desde donde estaban, Syn lanzó un gancho de abordaje hasta la azotea.
Shahara se agarró a él con brazos y piernas y al instante salieron disparados hacia arriba.
Ella miró sus serios rasgos.
—Gracias por no decepcionarme.
Syn respondió con un gruñido mientras la ayudaba a pasar por el borde de la azotea. Una vez estuvieron arriba, a salvo, él miró alrededor. De repente, resonaron unas extrañas sacudidas rítmicas y el suelo tembló bajo sus pies.
Shahara frunció el cejo al notarlo.
Antes de que pudiera preguntar, Syn la cogió salvajemente por el brazo y la hizo agacharse detrás de la unidad de control atmosférico del edificio, cubriéndola con su cuerpo y, a pesar del peligro, ella se estremeció ante el contacto.
De pronto, una luz iluminó toda la azotea.
Shahara se quedó sin aliento y al instante supo de dónde procedía el sonido.
Habían enviado un vehículo robótico, un rover, tras ellos.