Al llegar a la oficina principal de la compañía de Syn, Shahara se quedó asombrada por su tamaño. La estación espacial giraba lentamente en el centro de la galaxia, donde los grandes cargueros intergalácticos tenían los accesos a las rutas principales.
La estación disponía de más o menos una docena de postes que sobresalían hacia el espacio, donde atracaban los cargueros; después, estos se enganchaban a las compuertas estancas por donde entraban y salían los pasajeros y la carga.
Más allá se habían construido muelles más pequeños, donde las naves de menor tamaño podían aterrizar sobre plataformas con propulsores y así no molestar a las naves más grandes. La estación era de las mejores y muy moderna.
—Transportes Precisión —leyó Shahara en el logo que se veía en un costado de la estación—. Buen nombre.
—Gracias. Nuestro lema es: «Si nuestro servicio no le satisface, le matamos».
Ella le hizo una mueca por su sarcasmo, mientras Vik se reactivaba y bostezaba.
Al acercarse a uno de los muelles pequeños, Shahara se quedó admirando la línea del muelle y la cantidad de personal que había sólo en esa terminal.
—Este lugar debe de costar una pasta.
—Pero lo vale.
Ella soltó un leve silbido.
—¿Y cómo has podido costear algo así?
Syn atracó el caza suavemente.
—Después de que la zorra de mi ex se llevara todo lo que tenía, le pedí dinero prestado a Nykyrian para comprar un carguero usado. Comencé desde abajo, vigilé mis balances, y al cabo de años de mucho trabajo duro y buenas inversiones, he acumulado lo que ves.
Shahara lo miró entrecerrando los ojos con suspicacia.
—¿Y qué parte de eso lograste accediendo a los datos privados de tus competidores?
Finalmente, él la miró.
—Sólo fui a por ellos si ellos habían ido primero a por mí.
Ella le sostuvo la mirada sin acabar de creérselo.
—De verdad —insistió Syn y con la mano hizo el gesto ritadario del honor—. Admito sin problemas cualquier delito que realmente haya cometido. Pero no voy a admitir algo que no he hecho. —Su mirada se clavó en la suya—. He perdido muchos negocios por sus robos de información. Siempre que me parece que tengo un sistema a prueba de intrusiones, aparece algún bobo con mis códigos. Cuando los localizó, se lo hago pagar. —Activó los enganches del caza y apretó la palanca que abría la cubierta de la cabina—. Y por lo general les envío algún virus, sólo para divertirme, mientras reparo el daño que me hayan causado.
Shahara no pudo evitar sonreír; él parecía tan adorable…
—Si tú lo dices, tendré que creérmelo.
Syn salió del caza mientras Vik se volvía a transformar en pájaro.
Syn se detuvo un momento y la miró a ella.
—¿Vienes conmigo o soy demasiado corrupto para ti?
En vez de seguirlo, Shahara saltó por el otro lado de la nave.
—Te destrozarás las articulaciones haciendo eso.
—No me seas anciano —replicó ella, pero a su cabeza no le gustó el salto en absoluto. El dolor que le atravesaba el cráneo casi la hizo gemir.
«Debería haberlos matado cuando tuve la ocasión… No deberías haber saltado así, tonta».
Syn le sonrió con ironía.
—Apuesto a que, en este momento, tu cabeza te odia intensamente.
—Cierra el pico —soltó Shahara y luego añadió con cierta cautela—: gilipollas.
Él sonrió de medio lado mientras avanzaba delante por el muelle y entraba en el pasillo de la estación.
—Me encanta cómo me expresas tu cariño.
Ella puso los ojos en blanco y lo siguió, tocándose de vez en cuando el vendaje de la cabeza. Syn había hecho un buen trabajo, teniendo en cuenta lo poco con lo que había contado. Debía de haber sido un gran cirujano.
Miró a su alrededor. Toda la estación se veía limpia. Estaba pintada de blanco y el olor a antiséptico se le metió en la nariz. Doce cargueros de diferentes tamaños y estilos estaban atracados junto a dos pequeños cazas.
Estibadores y varios mecas estaban cargando una de las naves mientras otros llevaban un tanque de combustible hacia el carguero.
Todo funcionaba con tal eficiencia que Shahara se quedó sorprendida. Siempre que Caillen o Kasen volaban, tenían que dar mil vueltas para conseguir papeles, distribuidores de combustible y carga. Syn no había aparecido por allí en, al menos, una semana y todo el mundo seguía haciendo su trabajo sin problemas.
—Estoy impresionada —reconoció, colocándose junto a él—. Ladrón de información, médico, miembro de la Sentella y transportista. Eres un hombre muy versátil.
—Bueno, es fácil hacer muchas cosas cuando no tienes nada que te distraiga.
—¿Como por ejemplo?
—Rastreadoras con demasiada curiosidad que no paran de hacer preguntas.
Mientras salían del muelle, se les acercó una empleada uniformada.
—Frion Syn —lo saludó mientras abría un libro de registro computarizado—. ¿Qué quiere que haga con su caza?
Syn miró la nave por encima del hombro.
—Que alguien la recargue de carburante y la envíe al espacio-puerto principal de Rook.
—Sí, señor. —La empleada los dejó solos.
Shahara se quedó pasmada ante esas órdenes.
—¿Lo vas a devolver?
Él notó la duda en su voz.
«No te engañes, rata. Naciste ladrón y morirás ladrón. Nadie te verá nunca como nada más».
Debería haberlo aceptado hacía años, pero eso no evitó el dolor que sintió al notar la incredulidad de Shahara. Por alguna extraña razón, esperaba más de ella.
—No tengo motivo para quedármelo. No me pertenece.
Ella se preguntó por qué su tono parecía dolido.
—Ven, mi despacho está por aquí.
Mientras lo seguía por el corredor enmoquetado, Shahara se preguntó si realmente lo habría herido. A la derecha había ventanales que daban al espacio. Era un panorama que dejaba sin aliento, a pesar de que las luces interiores lo atenuaban.
Mientras caminaban, se cruzaron con varios empleados, pero nadie le dijo una palabra a Syn. Tan sólo inclinaron la cabeza saludándolo, mientras seguían a lo suyo.
Finalmente, él se detuvo y apretó los controles para abrir una puerta. Esta daba a un despacho que debía de tener cuatro veces el tamaño del piso de Shahara.
Contuvo el aliento cuando se encendió la luz y luego vio el paraíso.
—Vaya —exclamó.
Entró en el despacho y siguió con la boca abierta mientras observaba lo que la rodeaba; tuvo que reprimir el impulso de quitarse las botas para no profanar la inmaculada alfombra blanca.
A su derecha, había una pequeña cocina con una mesa de mármol negro y una silla negra acolchada. A la izquierda, tres grandes paneles de cristal con varios tipos de terminales y otros aparatos electrónicos que ella no supo reconocer. Una enorme carta estelar electrónica colgaba de la pared tras el panel más grande. Y, naturalmente, había valiosos objetos de arte por todas partes.
Además de un carísimo piano.
Delante, Shahara vio un enorme sillón tapizado que daba a una pared de sólido vidrio de acero. Estrellas y gases parpadeaban y se agitaban con diferentes colores en las profundidades del espacio, creando lo que parecía un jardín viviente. Se sintió como si estuviera en el espacio abierto y no en la estación.
Syn se quitó la mochila de la espalda.
—¿Tienes hambre?
Como respuesta, el estómago de Shahara rugió.
—Supongo que sí —concluyó él.
Dejó las mochilas junto a su escritorio y fue hacia la cocina.
—Este lugar es enorme —comentó ella, mientras se acercaba a la encimera de la cocina.
—Sin duda, le saca bastante ventaja al lugar donde me crie —respondió él. Se paró delante del procesador de comida y luego la hizo acercarse para que viera cómo funcionaba—. Hay una lista con varios menús… Elige el que quieras; basta con apretar el botón. —Tocó la pantalla; el nombre de un plato destelló un instante y luego la pantalla cambió—. Cuando pides una comida, la pantalla te muestra los ingredientes, para que puedas añadir o eliminar lo que quieras.
Shahara se quedó impresionada con el aparato.
—Vaya, esto sí que es tecnología punta.
—Bueno, yo no cocino mucho mejor que tú y esto resulta mucho más barato que contratar a un cocinero que esté siempre por aquí.
Ella le sonrió irónica.
—Nunca antes he tomado comida sintética, ¿qué tal es?
Syn la miró divertido.
—Teniendo en cuenta lo que me has dado esta mañana, ¿para qué lo preguntas?
No le faltaba razón.
Luego, él continuó:
—La mayoría de las veces no se nota la diferencia, pero no toques el pescado. Parece de goma.
—Entendido.
Le mostró dónde estaban los cubiertos y los manteles y luego la dejó para que jugara con el aparato.
—¿Quieres algo? —le preguntó ella cuando vio que él iba hacia el escritorio.
—No, gracias, no tengo hambre.
Shahara asintió y siguió jugando con los menús. Aquello era lo más estupendo que había visto nunca. Había comida de todo tipo de planetas y culturas.
«Qué no daría por tener esto en casa».
Claro que, seguramente, debía de costar más que todo su edificio, pero aun así…
Syn había comenzado a filtrar sus mensajes de voz.
Shahara los escuchó, pero en seguida se aburrió. Todos eran de clientes que querían contratar sus servicios o hablar sobre envíos con él, de comerciales tratando de conseguir citas, de pilotos en busca de empleo o de sus empleados planteándole diversos problemas.
Sacó la comida del pequeño receptáculo de la encimera, donde apareció, y lo llevó a la mesa. Mientras apartaba la solitaria silla, se dio cuenta de una cosa: todo en aquel despacho estaba pensado para una sola persona.
Todo.
Miró alrededor para asegurarse de que no era una conclusión precipitada, pero en seguida tuvo la confirmación: un sillón, una silla junto a la mesa de comer y una silla de oficina, en la que él se hallaba sentado en ese momento.
Syn estaba totalmente solo.
Shahara notó que se le encogía el corazón. Ya había pensado eso antes, pero hasta ese momento, en que comprendió todas las implicaciones del hecho, no se había dado cuenta de lo que realmente significaba.
Y era un significado estremecedor.
Nadie, en mensaje, le preguntaba cómo estaba o se molestaba en dejar algún comentario amistoso. Igual que la gente con la que se habían cruzado en el pasillo. Había estado ausente más de una semana, lo habían torturado, golpeado y casi matado y nadie le preguntaba dónde había estado. Nadie se preocupaba de si le había pasado algo.
«Te lo advierto, te morirás de hambre mucho antes de que alguien me eche de menos y piense en venir aquí a ver si estoy bien».
Recordó sus palabras. No bromeaba aquella noche en su apartamento.
A eso era a lo que se refería con lo de no tener distracciones. Nadie se molestaba en hablarle, ni en pasar un rato con él.
Estaba solo.
Y aunque Caillen era su amigo, no se veían muy a menudo ni pasaban ratos juntos.
Y pensar que ella llevaba años quejándose de que no podía tener ni cinco minutos de paz sin que alguno de sus hermanos la llamara o pasara por su casa…
Si alguna vez se marchaba sin decirle a alguno de ellos adónde iba y cuando volvería, se turnaban para echarle la bronca.
Syn no había conocido eso.
«Nadie me ha echado nunca de menos».
Excepto Vik, que en ese momento estaba junto al ordenador en el que Syn estaba trabajando. Qué triste era que el único que lo echara de menos fuera un robot que él mismo había creado en su infancia.
«Porque no tiene ningún otro amigo…».
Shahara se tragó un repentino nudo en la garganta. Debía de sentirse muy solo. Qué trágico que un hombre tan desprendido sólo pudiera dar a desconocidos.
—¿Qué haces en vacaciones? —le preguntó ella antes de pensarlo.
Syn detuvo la grabación y alzó la vista de las notas que estaba tomando.
—¿Qué?
Shahara carraspeó, sintiéndose un poco avergonzada.
—Sólo me preguntaba qué haría alguien con tanto dinero en las ocasiones especiales.
—Bebo —le contestó él secamente, con rostro inexpresivo.
Ella se mordisqueó el labio; miró la comida y se dio cuenta de que no tenía nada de hambre.
Dios, cómo le hubiera gustado acercarse y abrazarlo. Hacerle saber que no tenía por qué estar tan solo. Sería tan fácil y al mismo tiempo le resultaba tan difícil… Nunca sería capaz de darle ese consuelo.
Después de todo, no le correspondía hacerlo. Eran desconocidos atrapados en una situación desesperada. Ella no era nada para él.
Pero mientras lo observaba, se dio cuenta de que no quería no ser nada para él; quería ser como Caillen y poder llamarlo amigo.
Había visto lo suficiente para saber que era el mejor amigo que nadie pudiera tener.
Finalmente, acabaron las llamadas. Syn se volvió de espaldas y comenzó a escribir en un viejo teclado.
Shahara jugueteó con la comida del plato mientras volvía a observar la sala. Su mirada se detuvo en el piano. Debía de gustarle tocar, puesto que tenía dos. Pero eso también le resultaba muy incongruente.
¿Cuándo habría aprendido? ¿Quién le habría enseñado?
—¿Qué día era el cumpleaños de tu madre? —le preguntó él de repente.
Ella lo miró.
—¿Qué?
—El cumpleaños de tu madre. ¿Cuándo era?
Las defensas de Shahara se activaron.
—¿Y para qué quieres saberlo?
Él soltó un resoplido de absoluta irritación.
—Después de todas tus preguntas, ¿no me vas a contestar una tan sencilla? —Negó con la cabeza—. Estoy dejándole un mensaje cifrado a Caillen. Pensaba que la clave fuera algo que sólo él pudiera saber.
Ella lo miró con escepticismo.
—¿Me estás diciendo que el gran ladrón de información no puede encontrar una simple fecha de nacimiento?
Syn resopló de nuevo.
—Sí. Podría acceder a sus informes médicos, pero será mucho más rápido si me lo dices tú.
—25 del 3 del 8510.
—Gracias.
Shahara llevó el plato al fregadero, luego cogió su bebida y se acercó al escritorio.
—¿Qué estás haciendo?
—Nada.
Cuando miró la pantalla, se sorprendió.
—¿Es tu testamento?
Él oscureció la pantalla.
—No es nada.
Shahara dejó el vaso en la mesa, perpleja.
—¿Por qué vas a dejárselo todo a Caillen?
Syn fue a levantarse, pero ella lo cogió del brazo.
—¿Por qué?
—No tengo a nadie más —contestó, mientras se soltaba.
—¿Y Nykyrian?
—Él no necesita más dinero y Darling tampoco.
—¿Y qué hay de tu hijo?
—Ya tiene un fondo más que suficiente, créeme.
Con expresión impasible, se acercó a los ventanales y miró hacia la oscuridad. Shahara se preguntó cuán a menudo haría eso y algo en su interior le dijo que seguramente muy a menudo.
Sufría por él. Sufría buscando una manera de aliviar el dolor que sabía que debía de perseguirlo.
¿Cómo sería estar tan solo? ¿No tener a nadie con quien comentar los problemas? ¿Nadie con quien compartir los cumpleaños?
Syn había vivido así la mayor parte de su vida. Sí, tenía amigos, pero vivían vidas muy separadas.
Con la intención de reconfortarlo, fue a su lado.
—Háblame del asesinato de Kiara Zamir. ¿Cuál es tu implicación?
Él apretó la mandíbula.
—No te estoy acusando de hacerlo —añadió ella rápidamente—. Sólo quiero saber cómo es que te acusaron de ello.
Syn se relajó un poco.
—En realidad, es muy sencillo. Nos contrataron para protegerla. Debido a su pasado en la Liga, Nykyrian tiene muchos enemigos que tratan de matarlo. Uno de ellos aceptó el contrato para matar a Kiara y también a Kip como un extra.
—¿Kip?
—Es como llamo a Nykyrian. Teníamos a Kiara en un piso cuando uno de los asesinos y su equipo apareció buscándolos. Tuvimos que marcharnos antes de que su padre pudiera aprobar la nueva localización. No hace falta que te diga que el hombre reaccionó muy mal cuando supo que nos habíamos trasladado sin informarlo.
—¿Y adónde la llevasteis?
—A casa de Nykyrian. Donde están ahora; atrapados en una felicidad suicida. Estúpidos gilipollas.
Shahara no entendía cuál era el problema si tan sólo se trataba de eso.
—¿Y por qué Nykyrian no se la devuelve a su padre?
La mirada de él fue gélida.
—Nykyrian preferiría morir antes que eso. Están enamorados.
¿Podía ponerse más desprecio en esa frase?
—¿Y tú estás pillado en medio?
Syn asintió.
—Yo firmé el contrato y asumí la responsabilidad de proteger a la princesa. A ojos de su padre, soy tan culpable de raptarla como lo es Nykyrian.
—¿Y qué hay de la acusación de violación?
—Esa no la entiendo ni yo, pero supongo que para él somos tan miserables que, si la tenemos, sin duda somos tan animales como para violarla. Porque, seamos sinceros, somos escoria total.
A Shahara la cabreó que tuviera razón. Para los de alta alcurnia, ellos eran basura que estaban apenas un escalón por encima de los roedores.
—Pero seguro que podrás explicárselo.
Syn resopló.
—¿Alguna vez has tratado de razonar con un aristócrata? La misericordia y la comprensión no son cosas que suelan preocuparlos. Lo suyo es matar a la plebe.
Eso era desgraciadamente cierto.
—¿Y no te cabrea?
—Cada minuto que pasa, pero no puedo hacer nada. Es así. No puedo evitar que me persigan y me torturen porque conozco un secreto de otro aristócrata.
Su mirada la atravesó y ella apartó inmediatamente los ojos, avergonzada de lo mucho que se había equivocado al hacerle lo que le había hecho.
—Voy a llamar a Caillen —anunció Syn a media voz—. ¿Quieres hablar con él? —Pero antes de que Shahara pudiera responder, añadió—: Pensándolo bien, yo lo llamaré primero y luego puedes llamarlo tú. Si se entera de que estamos juntos le dará un ataque, y estoy demasiado cansado para aguantar sus tonterías.
Ella asintió, consciente de que tenía razón, y lo observó mientras hacía la llamada. Suspiró mientras el comunicador sonaba. Como de costumbre, su hermano no estaba en casa.
—Eh, Cai —dijo Syn, dejándole un mensaje—. Quería decirte que ya me he ocupado de la paga de esta semana y que te dejo un buen pellizco extra. Si necesitas más, coge de la caja y ya lo arreglaremos después. No quiero que hagas otro viaje por Solaras. Joder, chaval, piensa un poco. Cuídate y nos vemos pronto. —Cortó la transmisión—. ¿Quieres llamarlo?
Ella negó con la cabeza.
—Esperaré.
Si llamaba justo después de Syn, Caillen podría sospechar algo. Sobre todo si Kasen le había dicho que la última vez los había visto juntos.
Las cosas podían complicarse.
Syn suspiró profundamente.
—Estoy seguro de que debes de estar cansada, así que sígueme al dormitorio.
Se acercó a una puerta que quedaba junto a la cocina y apretó los controles.
De nuevo, Shahara se quedó boquiabierta. Una enorme cama de madera de ébano se hallaba junto a otra ventana con una vista sobrecogedora. La colcha y las almohadas eran de seda color crema y parecían suaves como una nube.
El cabezal tallado tenía el mismo dibujo geométrico que el tocador, asimismo de ébano, y la mesilla de noche. Había más cuadros en las paredes, originales, sin duda.
Syn entró en el cuarto y acto seguido abrió otra puerta que había a la izquierda.
—El cuarto de baño está aquí. Hay jabón y toallas limpias. No tengo nada que te puedas poner para dormir, pero si quieres lavar tu ropa, puedes coger una de mis camisas del armario.
Shahara asomó la cabeza en el baño y vio una lavadora y una secadora empotradas en la pared.
—¿Necesitas algo más?
«Sólo a ti», pensó ella, pero sabía que nunca podría decir eso en voz alta.
—Creo que ya está todo.
—Muy bien. Si me necesitas estaré fuera, revisando la información sobre los rits y sus actividades.
Y se marchó.
Shahara se sentó en la cama y se preguntó cuántas noches habría dormido Syn allí, solo, observando la silenciosa tranquilidad del espacio. ¿Eso lo relajaría? ¿O tan sólo lo haría sentirse más solitario?
—Oh, ¿y qué importa? —susurró—. Él tiene su vida y tú la tuya.
Y ambas nunca podrían discurrir juntas. Ella jamás soportaría que un hombre la tocara.
Entonces, ¿por qué no paraba de fantasear con estar con Syn?
Pero no iba a suceder.
—Al menos, tú tienes una familia —se dijo suspirando.
Sin embargo, en ese momento eso no era un gran consuelo.
• • •
Syn oyó a Shahara moverse por el dormitorio y se excitó tanto que podría haber clavado una pica de hierro con su erección. Ella había salido de la ducha hacía unos minutos y debía de estar rebuscando en el armario. La imagen de su cuerpo mojado y desnudo pasó ante sus ojos y soltó una maldición.
—No te despistes, rata —se riñó, mirando los informes del satélite—. Tienes mucha información que leer y no demasiado tiempo.
Aun así, su mente lo siguió torturando con imágenes de Shahara debajo de él, hasta que pensó que iba a perder la poca cordura que le quedaba.
¿Qué le pasaba? Ya había probado eso antes y ¡menudo resultado! Le habían destrozado el corazón.
Su pasado nunca lo dejaría en paz y lo alejaría para siempre de cualquier otra persona.
«Caillen no te ve así. Quizá ella tampoco».
Se quedó parado al pensar eso. Era cierto. Ni Kasen ni Caillen le habían echado nunca en cara su pasado. Lo trataban como amigo.
Y si ellos lo hacían, tal vez, sólo tal vez, Shahara podría hacerlo también.
—Basta —gruñó para sí—. No le des más vueltas. Estás siendo tonto.
Porque, a fin de cuentas, ellos no sabían tanto de él como Shahara. Sólo conocían una versión maquillada de su pasado.
Más aún, pensándolo bien, incluso ella conocía sólo una versión maquillada.
Aun así, no conseguía apagar la vocecita de su cabeza que le rogaba que se arriesgara una vez más.
• • •
Horas después, Shahara se despertó con el sonido de la música más maravillosa que jamás había oído. Como flotando a través del espacio, le llegaba una suave melodía seductora y relajante.
Entonces se dio cuenta de que no era un sueño. Abrió los ojos y alzó la cabeza para captar todos los tonos de la melodía. Estaba interpretada con tal pasión y maestría que se le hizo un nudo en la garganta.
Arrastrada por la curiosidad, se levantó de la cama y fue a investigar. La sala estaba a oscuras, excepto por dos velas eléctricas que parpadeaban junto al piano. Syn estaba sentado ante él y sus manos volaban sobre las teclas mientras tocaba con los ojos cerrados. Las sombras jugaban sobre su piel y lo hacían parecer incluso más peligroso de lo normal.
Se había quitado la camisa negra y llevaba una más suelta, de color crema, muy parecida a la que ella misma había elegido para dormir. A la luz de las velas, su aspecto era deslumbrante.
Shahara lo miró asombrada. ¿Dónde habría aprendido a tocar así?
De repente, él abrió los ojos y se sobresaltó. La música cesó.
—Oh, vaya —exclamó él—. Me has dado un susto de muerte. Pensaba que estabas durmiendo.
—Y lo estaba.
Cerró la tapa del piano.
—Perdona. Pensaba que había puesto un volumen que no te molestaría.
—No me ha molestado —le aseguró ella—. Sólo quería oír mejor. Es increíble.
Syn esbozó una sonrisa tímida.
—No tanto, pero gracias.
Sin pensar, Shahara se sentó a su lado.
—Siempre he querido tocar uno de estos. Mi tío tenía uno en su casa y cuando íbamos a visitarlo de niños, lo probaba.
Ahora daría cualquier cosa por tocar como Syn.
—¿Por qué no estudiaste?
Shahara lo miró con brusquedad.
—Perdona —se apresuró a decir él—. Una pregunta tonta.
—¿Y cómo aprendiste a tocar?
Syn se encogió de hombros.
—Demasiado tiempo libre. —Cogió una copa de vino y bebió un sorbo—. Aprendí solo.
Ella negó con la cabeza.
—Resulta algo raro en un…
—En una rata de cloaca, escoria, ladrón…
Shahara lo cortó con un gruñido.
—Iba a decir en un hombre como tú. ¿Qué te hizo querer tocar?
Él calló un instante, como si estuviera pensando algo de su pasado. Luego le respondió:
—Cuando yo era niño, había una mujer que vivía frente a nosotros. Daba clases todas las tardes y yo me sentaba en la escalera y los escuchaba tocar. Era lo más hermoso que había oído nunca, como un trozo de cielo. Mi padre odiaba la música, así que eso hacía que me pareciera aún mejor. Cuando comencé a trabajar para Kip, un día pasé delante de una tienda y vi en el escaparate el piano que tengo en mi apartamento. —Cerró los ojos y apretó los dientes, como si estuviera saboreando ese recuerdo—. Era lo más bonito que había visto nunca. Así que no lo pensé dos veces y lo compré. Me senté delante hasta que aprendí a tocarlo.
—Entonces, Mara no se lo llevó todo, ¿no?
Shahara vio el dolor destellar en las profundidades de sus ojos y lamentó habérselo causado sin pensar.
—En realidad me marché dejándolo allí, pero Kip… se lo compró y me lo devolvió. Dijo que sabía lo mucho que significaba para mí y que no iba a dejar que esa puta se lo vendiera a cualquier otro.
La descarnada emoción de su voz hizo que a Shahara se le formara un nudo en la garganta.
—¿Le quieres?
—Como a un hermano. Es la única persona que sé que me cubrirá las espaldas.
Y por eso estaba dispuesto a morir antes que llevar a Kiara a su casa con su padre y limpiar su nombre. Shahara lo comprendió entonces. No heriría a su amigo por nada del mundo.
Antes moriría…
La luz de las velas parpadeó sobre el vino color borgoña y destelló en los ojos de Syn. Este carraspeó y, de repente, ella se fijó en dónde estaba sentada.
¿Qué la había hecho acercarse tanto a él?
Aun así, no le pareció mal ni se sintió asustada. De alguna manera, le resultaba natural estar a su lado.
—¿Te importa? —le preguntó, con la mano sobre la tapa del piano.
—No, adelante.
Abrió la tapa y miró las teclas.
—Vamos —dijo él subiendo el volumen—. Tócalo todo lo que quieras.
La observó juguetear con las teclas y enlazar una melodía discontinua. Quizá fuera el vino, y había bebido mucho, o tal vez el aroma a lilas que emanaba del cabello de Shahara, o incluso sus pensamientos de antes, pero algo le enviaba oleada tras oleada de calor a la entrepierna. Y a cada minuto que ella permanecía sentada a su lado, vestida sólo con una de sus camisas, más difícil se le hacía seguir allí y no tocarla.
Se movió un poco, porque, de repente, los pantalones le apretaban demasiado.
Ella frunció el cejo al tocar un feo acorde.
Syn bebió un poco más de vino y dejó la copa al lado.
—Mira —dijo, señalando una tecla—. Esta es el do. —Le mostró cómo colocar los dedos e ir haciendo sonar una sencilla escala.
Shahara imitó sus movimientos y finalmente produjo algo armonioso.
—¡Lo tengo!
Cuando lo miró, con los ojos chispeantes, él se quedó sin aliento.
La luz de la vela parpadeaba en las doradas profundidades de los ojos de ella, arrancándoles una chispa de vitalidad desde lo más profundo de su alma. La fina camisa que llevaba estaba tensa sobre sus pezones erectos y los pechos le temblaban de excitación. Dios, qué hermosa era.
Lentamente, Shahara fue perdiendo la sonrisa. Se le aceleró la respiración y se humedeció los labios.
Syn se tensó, corría el riesgo de perder el control mientras observaba cómo la lengua de ella humedecía lo que él ansiaba con tanta desesperación.
¿Sería una invitación? La última vez que la había besado, Shahara se había asustado tanto que él no se atrevía a intentarlo de nuevo.
Pero mientras la contemplaba, un feroz deseo se apoderó de su ser y supo que moriría si tenía que marcharse insatisfecho.
Shahara abrió ligeramente la boca. Deseaba rogarle un beso, pero las palabras se le atascaban en la garganta. Y justo cuando estaba segura de que él no lo haría, Syn agachó la cabeza y se apoderó de sus labios.
Esa vez no sintió pánico. Él jugueteó suavemente con su boca mientras le sostenía la cabeza con una mano en la nuca. Gimió ante la sensación. ¡Cómo deseaba a aquel hombre!
Por primera vez desde Gaelin, Shahara quiso descubrir el placer que podía haber entre un hombre y una mujer.
Aunque la idea casi la paralizó de terror, sabía que Syn era el único en quien podía confiar. Él nunca le haría daño. Y supo que nunca se sentiría así con otro hombre.
Sólo él hacía que se sintiera segura.
Protegida.
«No volveré a tener una oportunidad igual».
Se apartó y lo miró fijamente a aquellos oscuros ojos que ocultaban un dolor insondable.
—Enséñame, Syn —susurró sobre sus labios—. Enséñame que no tiene por qué doler.
Los ojos de él reflejaron su sorpresa.
—¿Qué?
—Quiero que me hagas el amor.