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Syn la sujetó contra su pecho. Tan cerca que Shahara oía los latidos de su corazón y notaba la rigidez de su cuerpo.

Entonces se abrió otra puerta más allá de ellos y se oyeron unas voces femeninas susurrando en un idioma que sonaba muy parecido al que Syn empleaba a veces.

El perseguidor se detuvo.

—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó una de las mujeres, en un tono áspero e intimidante.

Al principio, Shahara pensó que se dirigía a ellos, pero entonces oyó responder al desconocido:

—He visto a un asesino esconderse aquí y lo estoy buscando.

—No en nuestro suelo, aquí no lo buscarás. Márchate.

Dos sacerdotisas pasaron ante su escondite sin verlos. Una tercera se paró junto a ellos y Syn extendió la mano para tocarla.

La mujer los miró y luego ahogó un grito. Pero en seguida cerró la boca y dio un paso más allá del recoveco, para poder ocultarlos con su propio cuerpo. Carraspeó.

—Ocupaos de que echen a este hombre a la calle y aseguraos de que nunca vuelva a mostrar tan poco respeto en nuestro templo.

Cuando la puerta se cerró tras él y las dos sacerdotisas, la que quedaba se volvió hacia ellos y le sonrió a Syn con ternura.

—Diosa mía, muchacho, sin duda los problemas son tus sirvientes.

Él la soltó y se irguió como un niño culpable ante una madre enfadada. Agachó la cabeza y Shahara arqueó las cejas, sorprendida.

Había visto a Syn furioso, dolido, arrepentido, pero la vergüenza era una nueva emoción, y se preguntó cómo era posible que la sacerdotisa se la hiciese sentir.

—Lo siento, Madre Anne. No debería haber entrado en el templo mientras me perseguían. No ha estado bien traerlos aquí. Pero no sabía adónde ir.

La sacerdotisa le acarició la mejilla.

—Nunca te disculpes por necesitar ayuda, muchacho. Todos la necesitamos en algún momento.

Aun así, la vergüenza brillaba en los oscuros ojos de Syn y Shahara tuvo ganas de consolarlo.

Miró a la sacerdotisa, con su túnica dorada que brillaba bajo la tenue luz como una llama de vela y parecía tan suave como una nube. La mujer tenía el porte de una reina; llevaba el cabello gris trenzado y luego enrollado en la coronilla.

Aunque debía de ser unos treinta años mayor que Shahara o más, tenía el vibrante aspecto de una adolescente. Sólo unas pocas arrugas se le marcaban en el amable rostro, unas arrugas que hablaban de años de risas y sonrisas.

No era raro que Syn pareciera tenerle tanta confianza. Resultaría difícil no confiar en alguien con unos ojos tan cálidos.

La penetrante mirada de Madre Anne cayó entonces sobre ella.

—¿Y a quién has traído contigo?

—Shahara —respondió esta.

La sacerdotisa sonrió y su sonrisa le iluminó el semblante.

—Eres tan hermosa como un ángel. Nunca dejes que nadie diga otra cosa. —Se volvió hacia Syn y le dirigió una mirada de reproche—. Desearía que hubieras venido en mejores circunstancias. Durante años, he deseado mostrarte lo que hacemos con todo el dinero que nos das.

Él parecía incómodo.

—No necesito comprobar qué haces. Sé que eres muy buena haciéndolo.

Ella los hizo salir del recoveco, luego juntó las manos bajo las brillantes mangas y los acompañó de vuelta al templo. Syn abrió una gruesa puerta de madera que daba a un patio maravilloso.

Shahara contempló el tranquilo jardín. Crecían flores por todas partes en una colorida abundancia que la sorprendió. Los pájaros cantaban suavemente mientras algunas campanitas se movían bajo el viento, lanzando agradables tintineos que pregonaban serenidad.

Incluso Vik estaba en silencio, posado sobre una rama, mientras los miraba con la cabeza inclinada.

En el centro del jardín había una fuente de agua cantarina y a unos pasos Shahara vio un enorme laberinto de setos, que ocupaba la mayor parte del lado izquierdo.

Madre Anne los llevó hacia allí.

—¿Sabes, Sheridan?, acabamos de abrir otro hogar con tu última donación; esta vez en Kildara. Y ahora tenemos casi trescientos niños abandonados viviendo aquí, en el Hogar Talia Wade.

Shahara se sorprendió al oírla. ¿Cuánto dinero les habría dado para que pudieran ocuparse de tantos niños?

Syn no dijo nada.

La sacerdotista le sonrió.

—Todas las noches hacemos que recen por ti, muchacho.

Él negó con la cabeza mientras una extraña emoción le rondaba los ojos.

—No por mí, Madre. Mi alma está perdida desde hace mucho. Haz que recen por Talia.

Madre Anne apretó los labios y Shahara vio que deseaba discutírselo, pero sabía que era una pérdida de tiempo. Así que caminaron más allá de la fuente, hasta el laberinto de brillantes setos verdes.

—¿Anne? —llamó una voz enfadada.

Syn se movió de prisa y arrastró a Shahara detrás de un alto seto, poniéndole un dedo en los labios para silenciarla.

—Sí, Gran Madre —respondió Madre Anne.

—Por favor, envía a Omera a la enfermería. Hay allí un paciente que necesita su especial habilidad.

—Sí, Gran Madre. Me ocuparé de ello al instante.

Madre Anne se acercó al escondite.

Syn negó con la cabeza.

—No puedo creer que siga viva.

La sacerdotisa apretó los labios.

—Sí y la vejez no la ha suavizado en absoluto. Si te pilla en nuestro santuario, esta vez pedirá tu sangre.

—Estoy seguro. —Miró a Shahara—. Tenemos que llegar a las catacumbas.

Ella abrió la boca mientras la recorría un estremecimiento de aprensión. Se imaginaba una cripta con huesos apilados y cuerpos putrefactos.

—¿Catacumbas? ¿Dónde entierran a los muertos? —preguntó.

Syn puso los ojos en blanco.

—No me digas que una feroz rastreadora, nada menos que una seax juramentada, se asusta de una pequeña tumba. No lo puedo creer, jo… —Miró a Madre Anne y se sonrojó—. Jolines —se corrigió—. ¿Hay algo que no te dé miedo?

—Tú para empezar —replicó Shahara—. Y no me dan miedo las tumbas, es sólo que no quiero ir.

La mirada en el rostro de él reveló lo que pensaba: «Escoge, yo o los rits». Bueno, en ese momento, Shahara comenzaba a decantarse por los ritadarios.

Madre Anne le sonrió tranquilizadora.

—No pasará nada, muchacha. Sheridan conoce el camino mejor que nadie.

¿Y se suponía que eso debía tranquilizarla?

También se fijó que él no decía nada a Madre Anne porque esta usara su verdadero nombre.

Muy interesante…

La sacerdotisa pasó junto a ella y le dio a Syn un suave beso en la frente.

—Que los dioses te acompañen, muchacho. Recuerda que siempre están ahí para ti.

Él asintió.

—Gracias, Madre Anne. Por todo.

Le hizo un gesto a Vik para que los siguiera y luego cogió a Shahara de la mano y entró con ella en el laberinto.

A cada paso que daban por los retorcidos senderos entre los setos, la aprensión de Shahara iba creciendo.

—Syn… lo cierto es que no me gusta nada estar cerca de los muertos. He enterrado a demasiados miembros de mi familia. No creo que pueda hacer esto.

Él se detuvo ante la entrada de mármol y, al notar el tono de su voz, se volvió hacia ella con una maldición quemándole la garganta, pero al verla, desapareció. Un evidente terror se reflejaba en las profundidades doradas de los ojos de Shahara con más intensidad que las llamas eternas que ardían a ambos lados de la puerta de entrada a las catacumbas.

—¿Tú no tienes miedo? —le preguntó ella, con una voz que se parecía mucho a la de una niña pequeña.

Él negó con la cabeza.

—Los muertos no te harán ningún daño, Shahara. Sólo los vivos pueden hacértelo.

—Pero Syn…

Él le soltó la mano y le apartó un mechón de la mejilla.

—Escúchame, te juro que no hay nada de lo que tener miedo. Yo vivía en las catacumbas y son el lugar más seguro de este planeta.

Esas palabras la sorprendieron tanto que olvidó su temor.

—¿Que tú hacías qué?

—De niño vivía aquí —contestó Vik al unirse a ellos y voló hasta la entrada. Abrió la boca y proyectó una luz para que pudieran ver en la oscuridad.

Syn le tendió la mano a Shahara.

—No pasará nada. Te lo prometo.

Ella se armó de valor y cogió la mano de él, dejando que la guiara hacia aquella pesadilla.

Una vez dentro, decidió que Syn tenía razón. No era tan malo. Hasta donde llegaba la luz, lo único que veía eran placas de bronce colocadas en paredes de mármol con vetas negras. Podría ser el larguísimo corredor de cualquier edificio gubernamental, no una tumba misteriosa.

Gracias a los dioses. Odiaba pensar en lo que le pasaba a la gente al morir. Sobre todo, odiaba la idea de que el muerto fuera de su familia.

Un completo silencio los rodeaba, roto tan sólo por algún que otro triste aullido del viento, el sonido de sus botas contra el suelo cerámico o el susurro metálico de las alas de Vik.

Para su eterno alivio, no se veían huesos ni cadáveres. Y, aparte del frío, no parecía en absoluto un lugar lleno de tumbas.

Syn le apretó la mano para tranquilizarla.

—Ya te he dicho que no había nada que temer.

—¿Adónde vamos? —preguntó ella, cambiando de tema para no tener que admitir que tenía razón.

—Hay una entrada secreta que nos dejará cerca del espacio-puerto. Se construyó hace cuatrocientos años, durante la Guerras Religiosas, cuando el templo hacía las funciones de puesto militar. Estaba pensada para permitir la huida de las sacerdotisas si atacaba el enemigo. Esperaremos hasta que se haga de noche, luego saldremos y buscaremos la forma de marchamos de este planeta.

Pasaron varios cruces con otros pasillos y Shahara resistió la tentación de mirar hacia ellos, por si acaso veía algo que la hiciera perder el valor; clavó la mirada en el suelo que tenía delante.

Syn fue siguiendo el camino sin titular.

—¿Cuántas sacerdotisas están enterradas aquí? —preguntó ella, al fijarse en las interminables hileras de placas.

—Un poco más de treinta y dos mil.

—¿Las has contado? —le preguntó sorprendida.

—De niño pasé mucho tiempo aquí.

Vik hizo un sonido de asentimiento y dijo:

—Solía fingir que eran las guardianas que lo cuidaban.

Él le lanzó una mirada asesina.

—Gracias, Vik. ¿Quieres humillarme un poco más?

—Bueno, tienes muchos otros momentos humillantes.

—Sí y por tu seguridad te recomiendo que los olvides.

Shahara negó con la cabeza al oír esas pullas.

—Os peleáis como un matrimonio.

Syn no respondió, porque habían llegado al final del pasillo. Se arrodilló y sacudió el polvo de una grieta casi imperceptible en el mármol.

—Parece que aún se podrá abrir. —Se sentó en el suelo—. ¿Te vas a quedar ahí de pie o qué?

Ella se sentó frente a él y cruzó los brazos sobre el pecho. Al apoyarse en la pared, notó frío en todo el cuerpo. Una ligera brisa que soplaba en el corredor calaba hasta los huesos.

—Hace bastante fresco aquí, ¿verdad?

Él esbozó una extraña media sonrisa antes de abrir los brazos y las piernas.

—Bueno, ya sabes lo que dicen sobre el calor corporal.

Ella consideró la sensatez de acurrucarse en el círculo que formaban sus brazos. Si fuera cualquier otro, le habría arrancado las entrañas sólo por proponerlo, pero después de lo que habían pasado juntos, notó que su cuerpo iba hacia el de él por sí solo.

Se tensó durante un instante.

—No te voy a hacer daño —dijo Syn con voz tranquilizadora—. Piensa que soy Caillen.

Sí, claro. Con Caillen nunca se había sentido tan bien. Y el calor que ahora experimentaba… sería muy desagradable que fuera su hermano quien se lo hiciera sentir.

Shahara se relajó contra su pecho y se dejó envolver por el aroma y el calor que de él emanaba. Syn apoyó los brazos en las rodillas y ella se encontró deseando que la rodeara con ellos, que la abrazara con fuerza.

Notó su aliento en la mejilla; le agitaba el cabello y le provocaba un cosquilleo en los brazos.

Syn observó cómo los senos de ella se tensaban bajo la fina tela de la camisa negra y se le hizo la boca agua; deseó saborear, aunque fuera por un instante, la cálida piel que había visto cuando la encontró desnuda. Tuvo que hacer un esfuerzo para no cubrirle el duro pezón con la mano.

No recordaba haber deseado nunca tanto a una mujer. Si ella quisiera cooperar, disfrutarían realmente de las horas de espera que tenían por delante.

En ese instante, supo que la iba a poseer. Que era imperativo que la tuviera.

Pero no allí, sobre aquel frío suelo, como animales satisfaciendo sus instintos primarios. Shahara se merecía algo mejor.

Primero tenía que hallar el modo de que confiara en él, de que aceptara voluntariamente sus caricias. Los hombres la aterrorizaban; lo había demostrado cuando él la había besado.

Pero en ese momento, sentía que no la asustaba.

Ella frunció el cejo al mirar la parte del brazo que la manga le dejaba al descubierto al subirse y vislumbrar una esquina del tatuaje que él tenía allí. Le subió más la manga y le pasó suavemente los dedos por la piel.

—Son palabras en ritadario, ¿verdad?

—Sí.

—¿Y qué dicen?

Syn vaciló un momento al recordar el origen de ese tatuaje, lo que significaba. Desde que huyó de la prisión, sólo Nykyrian, Digger y Mara habían visto todo el dibujo, sin contar a Merjack y sus guardias, claro, pero estos últimos no le habían prestado ninguna atención.

Sin duda, esos cabrones debían de ser analfabetos.

Mara nunca le había preguntado qué decía. Lo único que había hecho había sido insistirle en que se lo quitara, porque le desagradaba.

«Los hombres decentes no llevan tatuajes, Sheridan. ¿Qué te llevó a hacer algo tan vulgar? Creo que deberías quitártelo antes de que te lo vean los administradores del hospital. Imagínate qué dirían».

Pero él había conseguido ocultárselo a toda la gente «decente» del hospital donde trabajaba. Quizá debería quitárselo, pero le recordaba su pasado y hacía que no perdiera perspectiva.

Nykyrian nunca había hecho ningún comentario sobre las palabras, aunque las entendía. Quizá porque comprendía su significado profundo sin necesidad de que lo comentaran. Su amigo era inquietantemente astuto para esas cosas.

¿Syn?

Él inspiró hondo antes de contestarle:

—Dice… —apretó los dientes y soltó—: «Puta de nadie».

Ella arqueó una ceja.

—Vale… ¿Te importa explicarlo un poco más?

Syn la miró serio.

—Estaba en prisión, Shahara. Supongo que puedes imaginar por qué me lo hice.

Ella notó un cierto desafío bajo las neutras palabras. Se apoyó en su pierna y lo miró a los ojos; vio el dolor que había en ellos.

—¿Qué ocurrió?

Él apartó la vista.

Shahara lo cogió por la barbilla e hizo que la mirara.

—No pensaré mal de ti, Syn. Sé cómo es estar tan herido por dentro, que crees que nunca sanarás; luchar todos los días contra recuerdos que desearías borrar y no puedes.

—Tú ya me consideras escoria.

—No —respondió con sinceridad—. No es cierto.

Tal vez hubiera sido así al principio, pero rápidamente se estaba dando cuenta de que había mucho más en él de lo que ella sabía.

Syn suspiró mientras recordaba su pasado y la humillación que aún se apoderaba de él cuando bajaba la guardia. Había luchado tanto…, pero aun así no había sido suficiente.

—Durante la primera noche en prisión, me atacaron. Al igual que tú, no logré quitármelos de encima. Pero al día siguiente, los busqué uno a uno y los maté a los tres con un puñal que le robé a otro preso. A Orius, otro prisionero con la perpetua, le hizo tanta gracia que me «regaló» el tatuaje como advertencia para cualquiera que quisiera meterse conmigo. Me dijo que lo luciera siempre con orgullo.

A Shahara se le hizo un nudo en la garganta al oírlo.

—¿Qué edad tenías?

Él la miró inexpresivo y ella comprendió que debía de haber sido la primera vez que lo mandaron a prisión; se estremeció.

—Lo siento mucho. Nadie debería sufrir algo así y mucho menos un niño.

—Sí, bueno, no era la primera vez que me violaban. Sólo fue la última.

Su seco tono hizo que a Shahara se le cayera el alma a los pies.

—¿Qué?

Un tic se le disparó a Syn en el mentón.

—Ya sabes quién era mi padre, Shahara. ¿De verdad crees que sólo vendía a mi hermana?

Por un momento, ella se quedó sin aliento. Sinceramente, no se le había pasado por la cabeza que su padre pudiera ser tan cruel.

Pobre Syn.

Le cubrió la mejilla con la mano.

—¿Lo sabía Digger?

Él negó con la cabeza.

—Ni Talia ni yo se lo dijimos. No hubiera podido hacer nada. De haber tratado de impedido, mi padre lo habría matado.

A Shahara los ojos se le llenaron de lágrimas al darse cuenta del verdadero horror del pasado de Syn, que hacía que el suyo propio no fuera nada en comparación. Le puso una mano sobre el tatuaje, agachó la cabeza y se acurrucó contra él.

—Lo siento.

Syn se quedó parado ante su gesto y, sobre todo, lo sorprendió la sinceridad de su tono. El cuerpo le comenzó a arder.

—Nunca se lo he explicado a nadie. Sólo lo sabía Talia.

Y no tenía ni idea de por qué acababa de contárselo a ella.

Quizá porque Shahara había pasado por algo parecido. Al igual que él, sabía que ellos no habían hecho nada para causarlo. Algunas personas eran crueles y se cebaban en los otros sin más razón que la de infligirles daño.

Al final, y estaba agradecido por ello, a diferencia de su padre, él nunca había entendido cómo podía haber gente así y nunca había disfrutado haciéndole daño a nadie.

Cerró los ojos, apretó a Shahara contra su pecho y se dejó calmar por el dulce aroma del cabello de la mujer.

—¿Y tú qué? ¿Qué le hiciste a tu atacante?

—Lo maté. —Lo miró a los ojos—. Supongo que eso significa que yo tampoco soy la puta de nadie.

Él le sonrió de medio lado.

—Eso parece.

Shahara oyó los fuertes latidos del corazón de Syn. Era la primera vez desde Gaelin que había permitido que un hombre la abrazara.

Y lo cierto era que le gustaba.

Pero una parte de ella seguía temiendo lo que le pudiera hacer.

Una parte de ella que aún esperaba que se convirtiera en un monstruo.

—¿Cómo lo has hecho? —le preguntó, intentando apartarse esa idea de la mente.

—¿Hacer qué? —respondió él, ceñudo.

—¿Cómo has aprendido a confiar en alguien y tener intimidad después de lo que te pasó?

—¿Y quién dice que lo haya hecho?

Shahara frunció el cejo.

—Has estado casado. He supuesto que confiabas en ella.

—No le conté nada de mi pasado. Sabía que no lo podría soportar, y no me equivoqué. Se casó con un personaje que yo había creado, no con la persona que yo era o soy. Creía que era el hijo huérfano de un respetable hombre de negocios, que vivía de un fondo fiduciario que mi padre me había dejado y que mi niñez había sido corriente y aburrida. —Suspiró—. La infancia que quisiera haber tenido. Totalmente inventada para que nadie pudiese saber la verdad sobre mí.

—Pero estabas con ella. Yo, en cambio, no soporto que me toquen. La idea del sexo me aterroriza, aunque sé que no tiene por qué ser ni violento ni doloroso. Pero no consigo atreverme a hacer eso con nadie.

Él relajó su expresión.

—Creo que es diferente porque a mí no me ha atacado ninguna mujer… al menos hasta que apareciste tú. Nunca he asociado las dos cosas y, la verdad, tampoco soporto que me toque un hombre. Ni siquiera un apretón de manos. Hace que se me erice la piel. Y, como has dicho, no duele cuando estás con alguien con quien quieres estar. En realidad resulta muy placentero.

La miró a los ojos y quiso demostrarle lo que decía, pero ella aún no estaba preparada. Lo cierto era que él había tardado años en volver a disfrutar del sexo. Durante mucho tiempo lo había considerado sólo un instrumento, un acto que se podía intercambiar por algo.

Pero entonces había aparecido Mara y, por primera vez, había sido capaz de gozar de las relaciones. Había descubierto el placer de entregarse a ella, de asegurarse de que nunca dejara la cama sin varios orgasmos.

Hasta que se había enterado de su adulterio. Eso había sido lo que más lo había destrozado.

Pero no quería pensar en ello. Ya había pasado mucho tiempo… y aún le desgarraba el alma cada vez que lo recordaba. ¿Por qué él no había sido suficiente para ella? ¿Dónde había fallado para que necesitara buscarse a otro hombre que la satisficiera?

Apoyó la cabeza en la pared y cambió de tema para no pensar más en eso.

—¿Por qué no me cuentas alguna historia para pasar el rato?

—¿Qué? —preguntó ella, mirándolo de reojo.

—Caillen dice que solías inventarte historias que le contabas cuando se acostaba. Opina que eres la mejor.

Shahara soltó una pequeña carcajada al recordar cuántos cuentos le pedía su hermano.

«Por favor, Shay, ¡cuenta uno divertido!».

Añoraba esos días en que él hacía sombras en la pared para ilustrar sus relatos.

—Hace mucho tiempo que no pienso en eso. No creo que pueda volver a hacerlo.

—¿Y por qué lo dejaste?

Ella se encogió de hombros.

—Después de la muerte de mi padre, ya no hubo más cuentos que contar. Parecía algo demasiado trivial… Yo tenía preocupaciones más importantes, como, por ejemplo, alimentar a tres hermanos hambrientos.

Él alzó una mano y Shahara se tensó, pensando que la iba a tocar, pero en vez de eso, Syn se detuvo un momento y luego se rascó la barbilla antes de volver a apoyar la mano en la rodilla.

—Te he dicho que no voy a hacerte daño.

—Lo sé. Pero cuesta.

De repente, él le rozó la mejilla al apartarle un mechón.

—¿Me tienes miedo?

—Sí —contestó ella con sinceridad. Syn le puso la pistola en la mano, y Shahara lo miró ceñuda—. ¿Para qué es?

—Si te hago daño, puedes matarme.

Ella resopló.

—Eso es estúpido.

Trató de devolverle el arma, pero él no se lo permitió.

La miró a los ojos y le sostuvo la mirada. Esa vez no había nada burlón en sus ojos, ni parecían tan fríos.

—El miedo nunca es estúpido.

—Eso no es lo que has dicho antes.

Syn se echó a reír y ella se maravilló del agradable sonido que resonó a su alrededor.

—Bueno, tenía que meterte aquí dentro por tu propio bien. Y además, ha funcionado.

Shahara dejó la pistola a sus pies y se relajó, permitiéndole que le siguiera apartando el cabello del rostro. Sintió que la recorrían escalofríos y pensó en la fuerza de aquel hombre. Desde que todo había comenzado, había sido increíblemente valiente.

¿Qué podría asustarlo?

—¿De qué tienes miedo?

—De nada.

—¿De nada? —Eso no se lo acababa de creer—. Seguro que hay algo que te asusta.

Syn se humedeció los secos labios mientras, con la mirada, le recorría el pecho y luego las piernas, cruzadas frente a él. Por el modo en que se sentaba, con los muslos abiertos, parecía que estuviese invitándolo a acariciar la parte más íntima de su cuerpo.

Notó cómo el miembro se le endurecía hasta resultarle doloroso. ¡Qué no daría por pasarle las manos sobre los senos, por el duro vientre y hundirse directamente en…!

«Maldita sea, chaval, no te distraigas». Si no paraba, reventaría las costuras.

Carraspeó y se conformó con rozarle los labios con los dedos.

—Lo único a lo que no me he enfrentado es a la muerte, aunque después de todo lo que he pasado, probablemente sería un alivio. Aparte de eso, de verdad no hay nada que me asuste.

Shahara reflexionó sobre aquello mientras seguía relajada entre sus brazos.

¿Cómo sería no temer a nada? Sus múltiples temores la amargaban constantemente.

—Cuéntame tú una historia, Syn. Cuéntame cómo un niño de diez años sobrevive solo en un mundo como el nuestro.

Él se puso rígido y dejó quietas las manos.

—Esa es una historia que es mejor olvidar.

De repente, ella supo qué lo asustaba.

—Me has mentido. Sí tienes miedo. Tienes miedo de intimar con alguien, ¿no es cierto?

—Eso es ridículo. Tengo un montón de gente con la que somos íntimos.

—Dime el nombre de una sola persona en la que confíes. Una persona que lo sepa todo de ti.

Él respondió con el silencio.

—¿Y bien?

—Nykyrian.

Shahara negó con la cabeza.

—No. Acabas de contarme algo que él no sabe. ¿Cuántas cosas más le has ocultado?

Syn miró al suelo al reconocer que ella estaba en lo cierto.

—Tienes razón. Por regla general, no dejo que la gente se me acerque mucho.

—¿Y por qué?

—Porque cuando me miran no me ven. Sólo ven al hijo de mi padre.

Shahara tuvo que esforzarse para oírlo. Incluso a la tenue luz, pudo ver en sus ojos lo atormentado que estaba.

—Yo no te considero responsable de los crímenes de tu padre. Y quiero conocerte a ti. Quiero saber por qué tú, que tienes más motivos que nadie que yo haya conocido, no te has convertido en el animal que él era.

Syn le dedicó una curiosa mirada.

—Podría haber jurado que me acusabas justo de eso.

—Bueno, digo muchas cosas que no pienso y tú estás intentando cambiar de tema.

—Muy bien, vale —respondió, y el brillo de sus ojos se apagó—. ¿Quieres oír una historia? Pues te contaré una historia. —Tragó saliva con fuerza y miró hacia el techo—. Había una vez un niño que nació en un día de lluvia de unos padres que se odiaban. Le contaron que su madre era una buena chica que se había enamorado de un chico malo que le había destrozado la vida. Pero en realidad ella era igual de despiadada.

Su voz neutra atravesó a Shahara, que notó que él procuraba no referirse a ellos como sus padres. Era como si leyese algo de un libro o hablara de un desconocido.

—Un día, la madre trató de matar al bebé y el padre le dio tal paliza que ella se marchó.

Shahara se quedó de piedra al recordar lo que le había dicho Digger.

—¿Y cómo sabes eso?

—Mi padre me lo hacía tragar siempre que se enfadaba conmigo. «Cabrón inútil, debería haber dejado que tu madre te ahogara, en vez de salvarte».

Su voz seguía siendo neutra, pero ella sabía la amargura que tenía que estar sintiendo.

—Odias a tu madre, ¿no es cierto?

Él la miró, suspirando.

—No la conozco lo suficiente como para odiarla. El único recuerdo que tengo de ella es de cuando me echó de su puerta y amenazó con llamar a los agentes para que me detuvieran si alguna vez volvía por allí.

Shahara tuvo ganas de llorar ante la crueldad de esa madre.

—¿Y qué pasó después de que ejecutaran a tu padre?

Él respiró hondo.

—Ya sabes la respuesta. Me enviaron a prisión.

—Aún no entiendo cómo pudieron hacerte eso. ¿Acaso no veían que eras diferente de él?

Syn negó con la cabeza.

—En esos días, el hijo no era tan diferente de su padre. Lo único que conocía era la violencia. Cómo soportar el dolor y cómo infligirlo. Era un niño furioso y amargado, e iba contra cualquiera que fuese tan tonto como para cruzarse en su camino. Créeme. Ese pequeño cabrón acabó con tres pedófilos adultos sin ni siquiera pestañear. Les cortó el cuello y los apuñaló hasta que los tuvo muertos a sus pies. Fue tan violento y frío mientras los ejecutaba que ninguno de los otros prisioneros se atrevía siquiera a mirarlo después de eso.

Eso no era algo fácil de hacer y decía mucho de en lo que lo habían convertido.

Pero no cambiaba el hecho de que Syn no era despiadado ni cruel. Ella sabía que no lo era.

Como Digger había dicho, sólo los había atacado después de que ellos lo hubieran violado.

—Aquel niño no escuchaba a nadie, ni siquiera a los guardias, y como las palizas no conseguían hacer que se callara y no replicara, comenzaron a encerrarlo en aislamiento. Un día, cometieron el error de elegir una celda con cerrojo electrónico. Al niño lo habían entrenado muy bien y no tardó en desactivar el cerrojo y escapar de allí.

—Debe de haber sido tan duro estar solo…

—Podría haber sido peor.

—¿Peor? —preguntó ella, incrédula—. Dormías debajo de los contenedores de basura.

—Digger te ha contado eso, ¿eh?

Shahara asintió.

—Bueno, podría haber seguido en prisión, golpeado y violado. Así que, créeme, los contenedores no eran tan malos.

¿Cómo podía aceptar eso con tal calma? ¿Cómo podía no odiar a su madre por echarlo?

Parte de ella todavía odiaba a su padre por su descuido y su poca visión de futuro, y eso que el hombre nunca la había hecho pasar por nada parecido a lo de Syn.

—¿Y cómo acabaste aquí?

—Me metí de polizón en la primera nave que pude encontrar con una escotilla abierta. —Rio con amargura—. Supongo que primero debería haber comprobado su diario para saber adónde iba. Aunque tampoco importaba. Aquí había vivido con mi padre, así que no estaba acostumbrado a nada mejor.

Shahara se apoyó en la rodilla de él para poder verle mejor la cara.

—¿Y cuándo conociste a Madre Anne?

—¿Quién está contando la historia?

—Perdona, tú.

—Muy bien —respondió y volvió a apoyar la cabeza en la pared—. Cuando el niño llegó aquí, se dio cuenta de que sobrevivir solo no iba a ser fácil. Pero se parecía lo suficiente a su padre como para conseguirlo que necesitaba.

—¿Robaste?

—Todo lo que no estuviera clavado al suelo. Al niño no le importaba a quién robaba mientras lograra que no lo cogieran. Pero un día cometió el error de robarle la cartera a un hombre que podía correr más que él.

—¿Te atrapó?

—No, justo cuando estaba a punto de coger al niño, este se metió en un edificio vacío, lo cruzó corriendo y salió al espacio-puerto. Se metió entre las máquinas y los detritos hasta que encontró un túnel que conducía a la entrada de las catacumbas.

—¿El hombre no te encontró?

—No —contestó y cambió de sujeto—. Vagué por aquí durante horas hasta que me di cuenta de que, uno, estaba lleno de tumbas, y dos, el hombre no me estaba persiguiendo. Después de dormir aquí unas cuantas noches, caí en la cuenta de que nadie bajaba a este lugar. Sólo estábamos los muertos y yo.

—¿Así que lo convertiste en tu hogar?

—¿Qué puedo decir? —Le dedicó una sonrisa con hoyuelo—. Era el hogar más limpio y seguro que había tenido nunca.

Ella se estremeció al pensarlo.

—Aún no me has dicho cómo conociste a Madre Anne.

Él le acarició la mejilla con los dedos y su calor contrastó con el frío ambiente. Shahara cerró los ojos y se deleitó en su tacto, su olor.

—Un día, murió una de las sacerdotisas y la bajaron aquí. Me quedé escondido hasta que se fueron y después me dormí. Madre Anne y Madre Omera bajaron para ocuparse de los Ritos Finales.

Ella abrió los ojos, sorprendida.

—¿Y te encontraron?

Syn asintió.

—Su generosidad me cambió la vida. Me llevaron a sus habitaciones privadas; me lavaron y alimentaron. Fue la primera vez que dispuse de un lugar seguro donde estar, donde nadie trataba de hacerme daño.

Shahara hizo una mueca de dolor al pensarlo.

Él le bajó la mano al cuello y le pasó el dorso de los dedos por la fina piel, lo que provocó en ella curiosas reacciones. De nuevo comenzó a notar el pálpito del deseo.

—Las Madres me enseñaron a rezar y a perdonar. Me hicieron ver que hay gente que dedica su vida a ayudar a los demás y que ayudar a la gente no es ni estúpido ni de débiles. Que no todo el mundo utiliza a los otros.

—¿Por eso ahora eres devoto?

—Sí. Es lo mínimo que puedo hacer. Se lo debo todo.

—¿Así que te criaron en sus habitaciones?

—No del todo.

Le pasó la mano por el mentón, enviándole oleadas de placer. Luego le recorrió la curva de los labios y los párpados cerrados antes de bajar por el cuello. Shahara dejó escapar un suspiro de placer.

Cuando Syn continuó hablando, su voz era algo así como una octava más grave:

—La Gran Madre me encontró y se puso furiosa. No se permitía que los hombres pronunciaran los sagrados votos y ella consideró mi presencia como una profanación del templo.

—¿Y qué hiciste?

—Me volví a las catacumbas.

Shahara se estremeció.

—¿En serio?

—No tenía elección. Pero esa vez, al menos tenía mantas y una almohada. Las Madres me traían una comida caliente por las noches y me ayudaron a entrar en la escuela local.

Ella se distrajo con sus caricias mientras él le pasaba los dedos por los labios y bajo el cabello.

—¿Empleaste tu nombre auténtico?

—En absoluto. Dejé de usar el apellido Wade el día en que ejecutaron a mi padre.

Ella aún no sabía qué representaban las siglas C. I.

—¿Fueron las Madres las que te llamaron Syn?

Él se echó a reír y sus labios se acercaron peligrosamente a los suyos.

—No. Siempre se han negado a usar ese nombre, por razones obvias.

—Entonces, ¿de dónde te viene?

—Dado mi origen y mi ocupación juvenil, parecía el único apropiado.

Ella negó con la cabeza.

—Tú vales mucho más que eso.

Syn fue a besarla.

Por mucho que Shahara deseara ese beso, no quería distraerlo mientras le estaba explicando parte de su pasado y se echó hacia atrás.

—Entonces, ¿qué representan realmente las siglas C. I.?

La decepción brilló en los ojos de él y se apartó con un suspiro.

—Completamente Idiota.

Ella puso los ojos en blanco.

—¿Por qué no quieres decírmelo?

—Me da vergüenza.

Shahara cruzó los brazos sobre el pecho, se recostó y lo miró por entre los párpados medio cerrados.

—No puede ser peor que Gildagard.

Syn frunció el cejo.

—¿Gildagard? ¿Qué demonios es eso?

Ella resopló desdeñosa.

—Mi nombre auténtico, tontaina. Por mi abuela materna —explicó con una sonrisa—. A mi padre no le gustaba nada ese nombre, así que comenzó a llamarme Shahara cuando era casi un bebé.

La risa de Syn la acarició.

—Gildagard Dagan. Tengo que admitir que suena bastante mal.

Era cierto, pero no pensaba admitirlo delante de él.

—Ahora que te he confesado mi mayor vergüenza…

Syn negó con la cabeza.

—Antes preferiría entregarme a los rits.

—¿Tan malo es?

—Muy malo.

Y Shahara supo que no conseguiría que se lo dijera. Así que cambió de tema:

—De acuerdo, si las Madres se estaban encargando de ti, ¿por qué volviste a robar información?

—¿Cuántas preguntas piensas hacerme?

Ella se encogió de hombros.

—¿Cuántas horas has dicho que íbamos a…?

—Dios santo, mujer. ¿Nadie te ha dicho que los hombres tienen una cantidad de palabras que pueden decir al día y que si no paro de hablar me estallará la lengua?

Shahara resopló.

—¿Le has copiado la frase a Caillen o él te la ha copiado a ti?

Syn le sonrió de un modo que le hizo sentir una oleada de excitación.

—Es universal.

Ella hizo el pequeño mohín que empleaba con Caillen, para conseguir que este hiciera lo que quería.

Por favor, acaba de contarme tu historia.

Él le besó la punta de la nariz y luego se apartó a una distancia segura.

—La escuela era cara y las Madres se estaban apropiando indebidamente de fondos para mí. Comencé a temer que las cogieran y las castigaran. Así que decidí emplear el único «regalo» que me hizo mi padre.

—Robar información para grandes empresas.

Syn asintió.

—Deberías avergonzarte.

—Lo sé. Pero si conocieras a la Gran Madre, entenderías por qué empecé a hacerlo. Si hubiera pillado a Anne y a Omera las habría enviado a prisión sin pensarlo dos veces. Y por mi experiencia personal, te aseguro que no hubieran sobrevivido allí ni cinco minutos.

—Pero tú sí.

—¿Qué puedo decir? Soy un cabrón duro de pelar.

Sí, lo era.

Tal vez fuera por su historia o quizá por su cercanía, Shahara no supo de dónde venía su atrevimiento, pero de repente, antes de poder contenerse, le acarició la mejilla, en la que aún se le veía una cierta decoloración por los morados.

Él le mordisqueó juguetonamente los dedos.

Avergonzada, ella apartó la mano y pensó en cómo distraerse.

—¿Y cómo conociste a Nykyrian Quiakides?

Syn le cogió la mano de nuevo y jugueteó con sus dedos. El movimiento circular de su pulgar sobre su piel le enviaba oí das eléctricas por el brazo y hasta el centro del cuerpo.

—Él estaba herido después de una misión que había ido mal y yo le robé la cartera. Iba a matarme cuando se dio cuenta de que sólo era una rata de cloaca hambrienta; entonces me tiró su cartera y me dijo que parecía que yo la necesitaba más que él.

Shahara frunció las cejas al oírlo. Nykyrian era un asesino de la Liga, gente nada famosa por ese tipo de compasión. Todos ellos eran asesinos que mataban sin arrepentimiento ni vacilación.

—Otra vez estás bromeando, ¿verdad?

—No. Lo juro. Él sabía que se estaba muriendo a causa de sus heridas, y yo iba a marcharme, pero no pude. No después de que se hubiera portado así conmigo; las Madres me habían enseñado a no volver la espalda a la gente, sobre todo a los que me ayudaban. Sin pensarlo dos veces, lo llevé a las catacumbas conmigo y le curé las heridas.

—¿A un asesino?

Syn asintió.

—Como le salvé la vida, me pagó la escuela.

—¿Por la bondad de su corazón?

—Sí y no. También trabajé para él.

—¿Y qué hacías?

—Lo ayudaba a obtener información sobre sus objetivos. Le proporcioné unos cuantos trastos que lo ayudaban a rastrear y luchar. Todo legal. —Se llevó la mano de ella a la boca y comenzó a mordisquearle la yema del índice. Le pasaba la lengua desvergonzadamente sobre la piel y eso hacía cosas terribles con la voluntad de Shahara—. Y me pagaba un buen salario.

—Que te sacó de las calles.

Syn asintió.

—Háblame de Sheridan Belask. ¿Cómo encaja en todo esto?

Él se puso rígido. Sus ojos recuperaron su habitual frialdad y le apartó la mano.

—¿Qué? —preguntó.

Shahara se sintió avergonzada.

—Vi tu título de cirujano.

La rabia que brillaba en sus ojos se reflejó en su respiración.

—¿Por qué registraste mis cosas? —Y antes de que ella pudiera decir nada, contestó en su lugar—: Una pregunta tonta. Estabas buscando un arma.

Shahara asintió.

—¿Cómo te convertiste en Sheridan Belask?

En ese momento, algo extraño pasó entre ellos, un calor compartido que ella no supo definir. Se dio cuenta de que, probablemente, era la única persona a la que él le había contado esa parte de su vida.

Y eso la hizo sentirse tan…

No sabía cuál era la palabra. Lo único que sabía era que, a pesar de cómo habían acabado juntos y de lo que pudiera pasar en los días siguientes, se alegraba de estar allí con él en ese momento.

Syn volvió a cogerle la mano, le rozó los dedos con los labios y luego se los mordisqueó suavemente.

—Siempre me había interesado la química y la biología, así que comencé a ir a algunos cursos. Un día, uno de mis profesores me sugirió que estudiase Medicina.

—Y te convertiste en médico.

—Bueno, no fue tan fácil. —Respiró hondo y cambió la mano de ella por la trenza.

Shahara lo observó frotársela contra la palma de la mano y luego enrollársela en los dedos.

—Sabía que no quería ser un ladrón informático el resto de mi vida. Para empezar, de alguna manera, los rits siempre acababan enterándose de mis actividades y no podía dejar de huir. Y, luego, los ladrones tienen una esperanza de vida muy corta. Así que, al cabo de un tiempo, comencé a pensar en lo que me había dicho el profesor.

Le pasó la punta de la trenza por la nariz.

—Me empezó a parecer una gran oportunidad. Durante toda mi vida, lo único que había ansiado era ser respetable.

—Y a los médicos siempre se los respeta.

—Exacto.

Ahora se llevó la trenza a la cara y se pasó la punta por la mejilla. Si Shahara no supiera que no podía ser, diría que la estaba saboreando.

—¿Y cómo entraste en la facultad? ¿No se requiere un certificado de nacimiento e informes?

—Nykyrian se encargó de falsificar todo lo necesario. Empleó sus contactos en la Liga para darme una nueva identidad.

—Ah. ¿Y qué pasó para que dejaras todo eso atrás?

Él dejó caer la trenza.

—Me descubrieron.

—¿Quién?

—Eso no importa.

Y aunque ella deseaba saber la respuesta, su tono de voz le dijo que ya no le iba a confiar nada más. Había superado su límite de palabras.

Shahara iba a bromear diciéndole que la lengua no le había estallado, pero lo pensó mejor.

Además, Syn replicaría con alguna otra salida de listillo.

Aunque seguramente era más de lo que le había explicado nunca a nadie, aún la dejó sintiéndose lejos de él. Se preguntó qué haría falta para romper sus defensas, para hacer que volviera a confiar de nuevo.

A pesar de que confiar en ella seguramente era lo peor que podía hacer.

—Ahora que te he lanzado encima mi sórdido pasado, quiero que me contestes a una pregunta.

Shahara alzó las cejas.

—De acuerdo.

—¿Cómo es que la hija de un contrabandista del tres al cuarto acaba siendo una seax? Pensaba que los seax mantenían una estricta vigilancia del linaje.

—Es cierto. Pero mi tío por parte de madre era un seax y me señaló a mí para serlo cuando yo era muy pequeña.

—¿Por qué no a Caillen?

Ella se calló justo a punto de ir a confiarle un secreto sobre el nacimiento de Caillen que ni siquiera este sabía. Aunque Syn le hubiera contado mucho sobre sí mismo, no se sentía capaz de decirle que su hermano era un niño al que sus padres encontraron y adoptaron. Él no tenía recuerdo de eso y a su familia nunca le había importado que no fuera de su misma sangre.

Excepto en el asunto de la formación como seax.

Así que le contó a Syn una verdad alternativa.

—No creyó que Caillen tuviera espíritu guerrero.

Él se rio.

—No. Supongo que no lo tiene. Es lo que podríamos decir un piloto de bajos vuelos, a ras de cama.

Ella se rio con él.

—En efecto. Debería haberlo capado cuando llegó a la pubertad. Ha sido insoportable desde el momento en que descubrió que las chicas servían para algo más que para tirarles piedras.

—Darling lo apoda «putillo».

—Nuestro apodo no es muy diferente…

Él fue a tocarla de nuevo, pero algo lo hizo parar.

—¿Y qué te decidió a convertirte en rastreadora?

Shahara pensó en su infancia y suspiró.

—Creo que en parte lo hice para fastidiar a mi padre; que siempre había odiado a los rastreadores. Decía que se daban demasiados aires para su gusto. Y, además, de todos los trabajos a los que podía acceder después de su muerte, ese no sólo me permitía mantener mi juramento de seax, sino que además era el que se pagaba mejor. Por otra parte, no me ligaba a ningún horario, lo que me permitía estar en casa cuando Tessa y Kasen me necesitaban.

Él asintió.

—Antes envidiaba la forma en que los cuatro os unisteis para sobrevivir. Pero después de las deudas de juego que ha tenido Tessa en los últimos años, me he dado cuenta de lo afortunado que soy al no tener que cuidar de nadie.

A Shahara la molestaba un poco que él supiera tanto sobre su familia. Le daba una terrible desventaja.

—Debo admitir que ha habido un par de veces en que he pensado seriamente en largarme y dejarlos. Era muy joven cuando me cayó encima toda esa responsabilidad, pero sabía que si nos poníamos en manos del gobierno como huérfanos, nos separarían y no soportaba la idea de que abusaran de ellos como de mí. Por no hablar de que no podía vivir sin mis hermanos. Por otra parte, Caillen se las hubiera arreglado bien sin nosotras, pero no creo que Kasen o Tessa hubieran sobrevivido estando solas.

—No, ni siquiera ahora podrían hacerlo.

Eso era cierto.

—Creo que lo que más me costó fue ver a Caillen dejar la escuela para ayudarme. Era muy listo y sacaba muy buenas notas; sé que podría haber ido a la universidad y haber hecho algo importante con su vida. En vez de eso, ahora es un contrabandista de poca monta, como nuestro padre.

—No es de poca monta. Es uno de los mejores pilotos que tengo.

Shahara sonrió.

—Gracias.

Él inclinó la cabeza hacia ella.

—Personalmente, creo que deberías haber hecho que Kasen se pusiera las pilas y trabajara en algo.

—Eso es un poco exagerado —replicó, ceñuda—. ¿Sabes?, le caes muy bien.

—Sí, bueno, teniendo en cuenta que soy una de las poquísimas personas que la aguanta más de tres segundos, eso no es decir mucho.

El cejo de Shahara se hizo más pronunciado.

—Lo ha pasado mal, sobre todo con lo del asma y la diabetes. No puede hacer gran cosa y debe tener cuidado de no cansarse demasiado. ¿Quién puede culparla por ser un poco difícil?

—¿Difícil? —soltó Syn, conteniendo una carcajada—. Cogió la última paga de Caillen y se la gastó entera en un vestido y unos zapatos nuevos.

Ella se quedó boquiabierta.

—Dime que no es cierto.

—Lo hizo. Pensé que Caillen iba a matarla y casi estuve a punto de ayudarlo.

Shahara se frotó los ojos al notar que le comenzaba un sordo dolor en las sienes. Kasen no iba a crecer nunca. Y Tessa tampoco lo haría.

—Supongo que es culpa mía. Tessa tenía diez años y Kasen sólo ocho cuando murió nuestro padre. Tenía tanto miedo de que se vieran obligadas a crecer tan rápido como tuve que hacerlo yo, que lo compensé demasiado y no les permití que asumieran ninguna responsabilidad.

Soltó un suspiro de cansancio.

Él le alzó la barbilla con la mano para que lo mirara.

—No deberías disculparte por querer a alguien demasiado.

—No, pero me temo que les he arruinado la vida.

—Tampoco deberías sentirte responsable de sus fallos. Es problema de ellas, no tuyo.

Shahara esbozó una tímida sonrisa mientras pensaba en lo que le había dicho. Quizá fuera hora de que dejara de sacarles las castañas siempre del fuego a sus hermanas y les permitiera darse algún que otro batacazo.

Durante varios segundos, permanecieron en silencio.

Hasta que Vik alzó el vuelo y zumbó sobre ellos.

—Oigo pasos y vienen directos hacia aquí.