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PRÓLOGO

Ése de ahí es el peor cabrón del mundo.

Devyn Kell alzó la vista de golpe de los documentos al oír la voz grave y conocida que le llegaba del otro lado de la estancia.

No. No podía ser…

Apenas tuvo tiempo de ocultar su sonrisa al reconocer al recién llegado a través del grupo de soldados que los separaban en la cantina.

Adron Quiakides. Bravucón. Mujeriego. Chalado… y su mejor amigo desde que nació.

Sólo era unos cuantos años mayor que él, pero Adron tenía ya el cabello blanco, que le caía en una larga trenza a la espalda. A Adron le sentaba bien el uniforme de asesino de la Liga. Más negro que la oscuridad, se amoldaba a cada uno de sus músculos y contrastaba con su trenza blanca.

Llevaba unas gafas oscuras, pero Devyn conocía el color de sus ojos mejor que el de los suyos propios. De pequeños, él le había salvado el derecho, que Adron había estado a punto de perder después de una carrera por unos matorrales.

Devyn había ganado dicha carrera, pero Adron insistía en que sólo lo había conseguido porque él casi había perdido el ojo.

Como si perder un órgano pudiera hacer correr más despacio a cualquiera de ellos…

Llevaba casi seis meses sin ver a Adron, un tiempo récord y se alegraba sinceramente de que estuviera allí.

—¿Te refieres a Kell? —le preguntó Quills, el comandante de Devyn. Este casi se atragantó cuando vio que Adron le ponía al oficial un brazo sobre los hombros—. ¿Estás alucinando? —añadió Quills—. Es un puto médico. Sólo mis amígdalas le tienen miedo.

Adron chasqueó la lengua hacia el comandante, que no había hecho más que quejarse de Devyn Kell desde que este había sido asignado a esa unidad, hacía dos meses. El tipo tenía suerte de que Devyn hubiera aprendido a controlarse.

Al menos, la mayoría de los días.

Adron palmeó a Quills en la espalda con tal fuerza que este se tambaleó.

—Sí, eso es lo que él quiere que pienses —dijo Adron—, pero créeme, lo conozco bien. Su padre era el famoso ladrón y asesino C. I. Syn. Su madre la legendaria seax Shahara Dagan.

Devyn apretó la mandíbula con fuerza para no sacar su pistola de rayos y dispararle a su mejor amigo por revelar un secreto que él se había esforzado tanto en ocultar.

«Gilipollas».

Quills lo miró boquiabierto.

—¿Él… Kell es su hijo?

—Oh, sí. Y aún te diré más: desde pequeño, lo entrenaron los mejores asesinos de la Liga.

El oficial bufó incrédulo.

—¿Quieres decir que hay alguien mejor que tu padre?

Adron negó con la cabeza mientras apartaba a Quills.

—No, idiota. Fue mi padre quien lo entrenó. —Esbozó una sonrisa maliciosa—. Sólo para que lo sepas, mi padre es también su padrino. Así que más te vale ser muy amable con Dev. Todos nos lo tomamos de una forma muy personal cuando alguien no lo es.

Devyn se puso en pie cuando Adron se le acercó y permitió que este le diera un gran abrazo.

—Me alegro mucho de verte, aridos. Pero la verdad, un poco de discreción hubiera estado bien. Es algo que no cuadraría nada con tu carácter, pero habría estado bien.

Adron se echó a reír mientras lo soltaba.

—Vamos, Dev. Esos cabrones tienen que enterarse de lo que eres capaz de hacer. De quién eres en realidad. Si te consideran débil te pisotearán.

Auténtica filosofía de asesino, pero a Dev no le gustaba avasallar a la gente. Era demasiado tranquilo para eso.

Bueno… de nuevo, la mayoría de los días.

Miró alrededor y se fijó en que los soldados presentes les estaban prestando mucha atención.

Pero como había dicho Adron, ahora lo miraban con un respeto que nunca antes le habían mostrado.

—Ser un bravucón arrogante no me va.

Su amigo se tomó el insulto como si nada.

—Pues deberías probarlo. Es algo a lo que te vas acostumbrando, créeme.

Devyn rio con el hombre que para él era como un hermano mayor.

—¿Y qué te trae por aquí?

—Gente que matar. —El tono de Adron era totalmente neutro al hablar de su brutal trabajo—. De hecho, regresaba ya a la Liga cuando he oído que tu unidad rondaba por aquí. Sólo he pasado a saludarte.

—¿Quién era tu objetivo?

Adron se inclinó para que nadie más oyera a quién había matado.

—El emperador Abenbi.

Devyn se sorprendió.

—¿El líder probekein? —Abenbi había ordenado que violaran y matasen a la madre de Adron. Era una historia que ambos conocían bien, y a causa de ese episodio los padres de ambos se habían conocido—. ¿Algo personal?

—Era un encargo… —Un tic apareció en la mandíbula de Adron—. Y también era personal, por lo que le hizo a mi madre. En mi opinión, ya era hora, pero así ha sido legal, por lo que mi padre debería sentirse orgulloso.

—Siempre se siente orgulloso de ti, Adron.

Este no dijo nada.

—¿Cuánto tiempo vas a estar aquí? —le preguntó luego a Devyn.

—Estamos evacuando tropas de los puntos conflictivos y traemos provisiones para los civiles. Unos cuantos días más y nos marcharemos.

—Bien. No quiero tener que llevarle tu cadáver a tu madre.

—Sí, probablemente recibirías una paliza si lo hicieras.

—Probablemente. —Adron sonrió con cierta picardía—. De todo el universo, tu madre es lo único que de verdad me asusta; sobre todo cuando se trata de ti. No quiero ponerme nunca a malas con ella.

—Ja, ja. ¿Y tengo que recordarte que no fue mi madre la que gritó en la piscina cuando te tiraron dentro?

—Vale, muy bien. Ambos tenemos madres irracionales y de armas tomar. Bueno, tengo que largarme. En esta misión he tardado un poco más de lo que esperaba, y si no me registro… No quiero que me persigan y tener que acabar con algún estúpido asesino tan tonto como para ir a por mí. —Le dio un abrazo rápido a Devyn—. Ten cuidado, hermanito.

—Tú también, A. Nos vemos.

Adron se despidió con una inclinación de cabeza antes de irse hacia la puerta.

En cuanto se hubo marchado, Quills se le acercó.

—Eso de sus padres era sólo una trola, ¿verdad?

Devyn tuvo que controlarse para no poner los ojos en blanco. En su sangre corría veneno letal por ambos lados de la familia. Lo habían entrenado para sobrevivir y ya de niño había aprendido habilidades que aquel hombre no podía ni imaginar.

—No, señor.

—Entonces, si sus padres son Syn y Dagan, ¿por qué se llama Kell?

Porque era nieto de uno de los peores criminales que habían existido nunca y sus padres habían hecho todo lo posible para protegerlo de la gente que lo juzgaría y discriminaría basándose sólo en su nombre. El parentesco con ese loco ya había arruinado la vida a su padre en dos ocasiones antes de que Devyn naciera y a él le habían inculcado que debía mantenerlo siempre oculto.

Pero eso no era asunto del comandante Quills.

—Tendrá que preguntárselo a mi padre, señor. Yo no escogí mi nombre. Lo hicieron él y mi madre.

¡Dioses!, cómo odiaba tener que ser servil con aquellos estúpidos. De nuevo se preguntó por qué diablos se habría metido en el ejército.

«Para ayudar a la gente…».

Sí, pero cada vez le estaba resultando más difícil aguantar toda la mierda y encima agradecerles que se la hicieran tragar.

El comandante lo miró entrecerrando los ojos.

—¿Se está haciendo el listo conmigo, capitán?

Devyn adoptó una expresión sardónica. ¿Acaso no se daba cuenta de que la respuesta era un «sí» con mayúsculas?

Antes de que pudiera responder, el comunicador de Quills se activó.

—¿Comandante? Están atacando la carretera, a unos veinte kilómetros. Tenemos órdenes de retirarnos. Ahora.

Quills se marchó y dejó a Devyn con el teniente, que estaba sentado cerca de él. El joven estaba pálido y tenso y Devyn lo miró frunciendo el cejo.

—¿Se encuentra bien?

—Nunca he entrado en combate.

Pobre chaval. Ya aprendería.

—No se preocupe, teniente. Su entrenamiento se activará y en seguida estará bien.

—Y si no le tendré a usted aquí para arreglarme, ¿verdad, doctor?

—Sin duda.

El joven lo saludó con una inclinación de cabeza y se marchó.

Devyn cogió su mochila y su arma. No le gustaba el combate más que al novato, pero para eso se había alistado…

• • •

Aquello no era en absoluto para lo que se había alistado.

Devyn estaba furioso mientras, arrodillado en el suelo, atendía a un niño que yacía en medio de un revoltijo sangriento. No tendría más de diez años y una mina lo había destrozado cuando su ciudad había sido tomada por las tropas de la Liga, que trataban de eliminar a un grupo de rebeldes. Le faltaba un brazo, y la pierna izquierda nunca volvería a cumplir su utilidad. Suponiendo que no la perdiera.

—No quiero morir —gemía el niño—. Quiero que venga mi mamá.

Por desgracia, Devyn estaba bastante seguro de que su madre debía de estar entre los cadáveres que cubrían la carretera y el pueblo.

Le temblaban las manos mientras trataba de contener las diversas hemorragias.

—¿Cómo te llamas, chaval?

—Omari.

—¿Qué edad tienes?

—Nueve años —sollozó él, tratando de limpiarse la sangre de los ojos castaños. Su piel oscura estaba llena de heridas—. Mi cumpleaños es el mes que viene. No voy a morirme antes de mi cumpleaños, ¿verdad? Mi mamá me dijo que si me portaba bien, por fin podría tener un perrito y me he portado muy bien para poder tenerlo. No me quiero morir sin mi perrito.

A Devyn se le hizo un nudo en la garganta al ver el miedo del crío. Tenía que calmarlo.

—¿Vas al colegio, Omari?

Él negó con la cabeza.

—La Liga lo voló por los aires. Yo estaba enfermo en casa ese día, pero todos mis amigos murieron.

Volvió a sollozar, desesperado, mientras llamaba a su madre a voz en cuello. Un terrible grito que quedaba apagado por el sonido de los láseres, las pistolas de rayos y las bombas que estallaban alrededor.

Devyn tuvo que reprimir una palabrota. Se había unido a la Liga para proteger a la gente, para evitar que los depredadores les hicieran lo que les estaban haciendo sus propios soldados.

En su interior ardía una furia tan feroz y palpable que casi podía morderla.

—Kell, ¿qué diablos está haciendo?

Devyn miró a su comandante.

—Intento salvar una vida —tuvo que obligarse a acabar la frase—, señor.

Pero no pudo evitar que el desprecio y el veneno se reflejaran en su tono.

Quills lo lanzó al suelo de una patada.

—No es de los nuestros. Hay soldados desangrándose. Mueva el culo y ocúpese de ellos.

Devyn miró a los hombres caídos, pero ninguno estaba tan mal como Omari. Si no detenía la hemorragia, el niño no tendría ninguna oportunidad de sobrevivir.

—Iré en un minuto.

—Hará lo que yo le diga, soldado. Ahora, ¡muévase!

Él se negó a ceder.

—En un minuto.

Entonces, Quills cometió el peor error de su vida: lo apuntó con la pistola.

—O te mueves o te mato.

Devyn rio amargamente al recordar la frase favorita de su madre. Miró a su comandante con los ojos entrecerrados.

—«Nunca ofrezcas una elección que no deje al otro más salida que ir a por ti».

—¿Qué?

—¿Quiere que me mueva? —Devyn se puso en pie y le quitó a Quills la pistola de las manos antes de que este pudiera ni siquiera parpadear—. ¿Qué le parece esto?

—¡Arrestadle!

Los soldados de la Liga corrieron hacia él desde todas direcciones, pero a Devyn no le importaba. Lo único que le preocupaba era el niño que yacía a sus pies.

Omari.

No se había puesto un uniforme para matar inocentes. Para cortar los suministros de la ciudad y castigar a mineros que protestaban contra la crueldad de la Liga. Eso estaba mal y se negaba a formar parte de aquel sistema corrupto.

Con la culata de la pistola golpeó al primer hombre que llegó a él. Otro le disparó, pero él esquivó el rayo, que dio en otros dos soldados antes de que Devyn acabara con el que le apuntaba a la cabeza. Sacó los cuchillos y fue a por el siguiente que trataba de matarlo.

Se volvió y le clavó uno en el pecho, y al siguiente que se abalanzó sobre él, otro en el brazo y en el cuello.

Uno por uno, haciendo uso de lo que le habían enseñado sus padres y tíos, derribó a todos los soldados que fueron tan tontos como para atacarlo, hasta que se quedó solo.

Con una decisión sin fisuras, se acercó a su comandante, que se retorcía en el suelo.

—Debería haber escuchado lo que Adron le dijo. Soy el peor cabrón del mundo. Y usted… —le disparó para dejarlo inconsciente— es un mierda despreciable.

Quills tuvo la suerte de que Devyn tuviera la suficiente compasión como para no matarlo, cuando lo que realmente quería era acabar con aquel hijo de puta. Tanto su padre como su madre le hubieran cortado el cuello allí mismo, pero él no sería tan frío… Al menos no esa noche.

Se detuvo y miró a los hombres a los que había dejado fuera de combate. Al menos a los que no estaban muertos. Se tapaban las heridas, pero no hacían ningún intento de atacarlo.

Lo había dejado muy claro. Que fuera médico no quería decir que fuera un panoli.

Habían aprendido una lección muy importante sobre atacar a alguien a quien no consideraban una amenaza.

Entonces se dio cuenta de la realidad: al hacer lo que acababa de hacer, le había declarado la guerra a la Liga. No había marcha atrás. Lo perseguirían como a un animal, noche y día.

Pues que así fuera.

Después de todo, era un Wade de pies a cabeza. Y si algo se podía decir de los Wade era que se trataba de auténticos supervivientes.

Que los dioses tuviesen piedad de cualquiera tan tonto como para ir a por él, porque él no la tendría.

Se volvió y cogió a Omari en brazos.

—No te preocupes, chaval. Yo te protegeré. Nadie volverá a hacerte daño.

Porque mataría a cualquiera que se atreviera a amenazar a aquel niño.