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Devyn se hallaba fuera de la cocina, observando a Alix y a Omari, que trataban de cocinar algo juntos. Manashe corría entre los dos, cogiendo lo que caía, y ellos se reían. Los ojos de Alix brillaban de tal modo que estaba radiante.

Y Omari…

Estaba relajado y alegre como Devyn no lo había visto en mucho tiempo. Sonaba música de fondo y, de vez en cuando, el chico le hacía dar una vuelta a Alix siguiendo el ritmo.

—¡E… espera! —exclamó ella, animada, mientras metía una cuchara en la cazuela—. Tienes que probar esto.

Le acercó la cuchara con la mano debajo por si se caía algo. Omari abrió la boca y probó el guiso. Gimió al saborearlo.

—¡Oh, Dios! ¿Quién ha logrado que sepa así, tú o yo?

—Seguro que uno de los dos. Lo hemos hecho bien y por mí puedes quedarte tú con toda la gloria.

Él cogió otra cuchara para comer más y un poco le resbaló por la barbilla.

Sonriendo, Alix cogió una servilleta y lo limpió; como haría una madre.

Algo se encogió dentro de Devyn al verlo. Lo que siempre había deseado darle a Omari…

Pero su hijo era demasiado mayor para una madre y, cuando miraba a Alix, Devyn veía mucho más que su bondad.

Veía un futuro del que quería que ella formara parte.

«Has perdido la cabeza».

Sí, así era, y por lo que menos esperaba. Por una mujer que era una extraña mezcla de capacidad e inseguridad. Y aún podía oler su dulce aroma, sentir su tacto en la piel.

¿Qué le había hecho? Y en tan poco tiempo.

Nunca había sido alguien que se dejara gobernar por sus emociones. Incluso con Clotilde, había tardado un año antes de sentir algo por ella.

Sin embargo, con Alix…

Quería estar a su lado. Abrazarla y protegerla. Le despertaba unos sentimientos que no sabía que tuviera.

Y cuando ella se volvió, lo vio y le sonrió, todo su cuerpo se encendió de nuevo, incluso después de haber pasado horas juntos haciendo el amor. Era como si cada terminación nerviosa estuviera en sintonía con su cuerpo. Como si cada parte de sí le rogara tenerla.

Omari se volvió y le sonrió también.

—Hola, papá, tienes que probar lo que acabamos de hacer. Es realmente bueno.

Manashe mostró su acuerdo con un ladrido.

Se acercó a ellos y Alix cogió otra cucharada de guiso para dársela, como antes había hecho con Omari. En cuanto lo probó, soltó un gruñido apreciativo.

—Está muy bueno. ¿Qué habéis hecho?

Ambos rieron.

Alix alzó orgullosamente la barbilla.

—Ni idea. Sólo le hemos ido añadiendo especias hasta que ha dejado de ser malo.

Su risa era contagiosa y, sin darse cuenta de lo que hacía, Devyn inclinó la cabeza y le atrapó los labios.

A Alix le dio vueltas la cabeza ante el inesperado beso. Le cubrió la mejilla con la mano mientras sus lenguas danzaban juntas. Nunca en su vida había pensado que se sentiría así. Segura en una nave con una tripulación que la hacía reír y divertirse, incluso mientras sus vidas corrían peligro… mientras todo se desmoronaba a su alrededor…

«Esto no puede estar sucediendo.

Es un sueño».

—Ejem, ¿queréis que os deje solos?

Devyn se apartó cuando la voz de Omari le llegó a través de su deseo.

—Perdona, Omari.

—No me pidas perdón. Mientras no trates de besarme a mí de ese modo, no pasa nada.

Devyn lo agarró por la nuca.

—Eres tan listillo…

El chico rio mientras se soltaba.

—He aprendido del mejor.

Nero y Sway se unieron a ellos y todos se sentaron a comer. Mientras charlaban y bromeaban, a Alix la invadió una extraña sensación. Como si una neblina lo cubriera todo. Ese momento de calma era tan surrealista que resultaba difícil de asimilar.

Toda su vida había estado plagada de insultos y humillaciones. Sin embargo, con Devyn y su «familia» había hallado un lugar al que quería pertenecer.

Pero el momento pasó demasiado rápido y Vik los avisó de que estaban entrando en Charisis.

Alix cruzó una mirada con Devyn y el alma se le cayó a los pies. Un mal presentimiento se apoderó de ella.

—Yo limpiaré todo esto mientras completáis el aterrizaje.

—Te ayudo, Alix —se ofreció Omari—. Es lo justo, ya que yo he empezado el lío.

Devyn asintió con la cabeza antes de salir con los otros hacia el puente.

—No estés tan triste, Alix. Todo saldrá bien —le dijo Omari.

Ella se detuvo mientras recogía el plato de Devyn.

—Me has contado que, durante un tiempo, temiste que tu padre te abandonara. ¿Cuánto tardaste en perder ese miedo?

El chico se puso serio.

—Lo perdí la noche en que Clotilde casi lo mata.

Qué cosa tan rara. ¿Cómo algo así podía haberlo librado de su miedo? En todo caso, Alix hubiera dicho que se lo habría aumentado.

—No lo entiendo.

Omari tensó la mandíbula.

—Esa noche estaba con mi abuelo. Habíamos ido juntos a un partido para que papá pudiera quedarse un rato a solas con Clotilde. Al salir, cuando papá llamó, vi la expresión del rostro de mi abuelo y supe que había pasado algo malo. No soy capaz de describirlo. Era como si estuviera mirando directamente al infierno. Íbamos conduciendo tranquilamente en medio del tráfico y, en cuanto él llamó, vi una faceta de mi abuelo que espero no volver a ver nunca. Llegamos a casa tan rápido que sigo creyendo que debimos de superar alguna clase de récord de velocidad en tierra.

El muchacho se quedó un momento en silencio, como si las imágenes de esa noche estuvieran pasando de nuevo por su cabeza. Su abuelo Syn aún estaba en perfecta forma y, aunque Omari sabía que era mayor, no lo parecía. Estaba en mejores condiciones físicas que la mayoría de los hombres con la mitad de años que él.

—Me dijo que esperara fuera, pero no le hice caso.

Había seguido a su abuelo y se había encontrado con Clotilde muerta en el recibidor.

Aterrorizado y con el estómago revuelto, se la había quedado mirando, paralizado por el horror de la muerte. Había salpicaduras de sangre en las paredes blancas y sobre la mesa de mármol, lo que mostraba lo brutal que había sido la pelea. Fotos y cuadros habían caído de las paredes y yacían en el suelo, hechos añicos. Se veían quemaduras de los rayos de las pistolas en los muebles, las paredes, el suelo y el techo.

Un gran ramo de flores, que había estado sobre la mesa del recibidor, se hallaba desparramado por el suelo junto al jarrón roto, con las flores empapadas en la sangre de Clotilde.

«Quédate conmigo, Devyn. ¡Maldita sea, hijo, no te atrevas a morirte! ¿Me oyes? ¡Quédate conmigo!».

Esas palabras habían apartado a Omari del grotesco cadáver de Clotilde y lo habían llevado hacia el salón, donde su abuelo estaba arrodillado junto a su padre, tratando de detener la sangre que le manaba del pecho. Vio el rastro que había dejado este al arrastrarse desde el recibidor hasta la mesita para coger el comunicador y llamarlos.

Y en ese instante fue como si retrocediera al día en que su familia fue masacrada por la Liga. Y oyó a su propia madre diciéndole que sobreviviera fuera como fuese.

«¡Devyn, mírame!».

Pero en vez de mirar a su abuelo, su padre lo había mirado a él entrando en la sala. El primer impulso de Omari había sido salir corriendo y ocultarse, como había tratado de hacer cuando mataron a su madre. Pero al cruzar la mirada con la de Devyn, vio que no podía hacerlo.

Sacudió la cabeza ante el dolor de esos recuerdos.

—Mi padre estaba en el suelo, tosiendo sangre. La piel ya se le estaba poniendo azulada. —Las lágrimas le llenaron los ojos mientras miraba a Alix—. Se estaba muriendo. Yo lo sabía. Aunque mi abuelo es uno de los mejores cirujanos del universo, no creí que pudiera salvarlo. Pero cuando miré a mi padre a los ojos, vi que se encendía en ellos un intenso fuego. —Una solitaria lágrima le cayó por la mejilla y el chico se la secó—. Me cogió la mano. Estaba tan débil, que pensé que iba a despedirse de mí…

Pero Devyn lo había acercado a él para poder susurrarle al oído: «No te preocupes, hijo, no te voy a dejar solo».

Era la misma promesa que le había hecho el día que lo salvó de la Liga.

—Luchó por volver de la muerte para mantenerme a salvo, para cumplir la promesa que me había hecho. Y entonces supe que nunca me abandonaría, que ni siquiera la muerte podría alejarlo de mí. Mi padre puede ser muchas cosas, pero no es un mentiroso ni un cobarde.

Alix no podía estar más de acuerdo y que no la hubiera matado por su pacto con Merjack lo convertía además en un auténtico héroe.

Y de ninguna manera iba a permitir que le hicieran daño.

Al menos eso esperaba.

• • •

Alix se quedó parada al ver a Devyn unirse a ellos en la puerta de desembarco. Aquel no era el hombre que bromeaba con Sway o que amaba a su hijo.

Era el capitán que ella había conocido a su llegada. Frío y letal.

Devyn le pasó un chip con archivos que había preparado.

Alix notó que se le secaba la garganta cuando él mantuvo la mano sobre la de ella un momento más de lo necesario. Le estaba entregando su vida…

—Como lo planeamos.

Ella asintió.

Devyn la observó marchar. Intercambió un gesto de asentimiento con Nero antes de sacar la pistola de rayos y dispararle a Omari. Rápidamente, cogió al chico antes de que cayera al suelo, mientras Sway lo miraba boquiabierto.

—¿Qué has hecho?

Devyn le entregó a Nero el cuerpo inmóvil de Omari.

—Llévatelo de aquí.

—Se va a cabrear con los dos.

—Lo sé, pero no puedo correr el riesgo. No consigue controlar sus poderes cuando está emocionalmente alterado y no voy a arriesgarme a que acabe con el cerebro hecho papilla por intentar ayudarme.

—Muy bien. Lo mantendré ocupado —dijo Nero y desapareció con Omari en brazos.

Sway negó con la cabeza.

—¿No estarás planeando dispararme a mí ahora?

Devyn enfundó la pistola.

—Depende. ¿Me vas a hacer cabrear?

—No intencionadamente.

—Entonces quizá te deje seguir consciente.

Vik inclinó la cabeza, tratando de computar todo lo que estaba ocurriendo.

—¿Y cuál es tu plan?

—Ya lo verás.

• • •

Alix temblaba mientras iba a reunirse con Whelms.

El medio hermano de Devyn. ¿Qué podía hacer que alguien se volviera contra su familia con tanta saña? Sobre todo contra alguien como Devyn.

«Este sí que se merecería a un padre como el que tuve que aguantar yo». Eso le enseñaría a apreciar a un padre que lo quería.

Como le había dicho, Whelms la estaba esperando en un pequeño café, donde se hallaba sentado, revisando su correo electrónico en un pequeño dispositivo de mano. Sus rasgos se volvieron pétreos al verla acercarse.

Alix enderezó la espalda y se detuvo junto a su mesa; él no la invitó a sentarse.

«Porque no valgo lo suficiente».

—¿Tienes pruebas para mí?

Ella le tendió el chip.

Whelms la miró con suspicacia antes de cogerlo y conectarlo a su portátil, mientras Alix seguía de pie.

Asqueada en todos los sentidos, vio cómo los ojos del hombre brillaban de satisfacción.

—¿Está todo lo que necesitas?

Él apagó su portátil.

—¿Son pruebas reales o falsas?

—Falsas. Lo cierto es que no está violando ninguna ley. La nave tiene licencia a través de la compañía de su padre y transporta carga legal.

«La misma compañía que te alimenta a ti, cerdo».

—Ya te he dicho que eso a Merjack no le importa.

—Pero yo creía que te importaría a ti.

Whelms la miró con una mueca.

—¿A mí? ¿Por qué?

«Porque es tu hermano». Aunque no era que se parecieran mucho. La única similitud que Alix veía era el peligroso brillo en los ojos. Aparte de eso…

Paden era un gilipollas.

—¿No forma parte de tu trabajo hacer cumplir la ley? Pensaba que aportar pruebas falsas contra un inocente iría en contra de tu sentido del deber.

Él la miró con rabia.

—No me sueltes sermones sobre la ley o mis obligaciones, esclava. Después de todo, no soy yo quien ha creado las pruebas falsas, sino tú.

—Porque no me has dejado elección.

El hombre esbozó una sonrisa sarcástica.

—Piensa lo que quieras que te deje dormir por las noches, chiquilla. —Se metió el chip en el bolsillo—. Ahora tus servicios ya no son necesarios.

—¿Qué pasa con mi familia?

—Eso es cosa de Merjack. —Se puso en pie y la señaló con un gesto de la barbilla, mientras se dirigía a los hombres que se hallaban sentados a la mesa contigua—. Arrestad a esta vagabunda.

Alix se quedó boquiabierta al oír la orden, que los agentes se levantaban ya para cumplir.

—¿Qué?

—Eres una esclava huida. Te vamos a detener.

¡No! El cabrón mentiroso…

«¿Qué voy a hacer?». Si la arrestaban como esclava no tendría ningún tipo de derechos ni forma de ayudar a su familia. Ningún control sobre su cuerpo.

Y mientras se le acercaban, el pánico se clavó en su corazón con garras de acero. Sin pensarlo dos veces, cogió la copa de Paden y se la tiró al primer agente que trató de sujetarla. Le soltó una patada al siguiente y luego salió corriendo como alma que lleva el diablo.

Cruzó la puerta del café y corrió por el pasillo hasta que vio a Devyn, que iba hacia ella con Sway detrás.

La cogió en sus brazos.

—¿Qué demonios pasa?

—Quiere arrestarme.

—¿Por qué?

—Por ser una esclava huida.

Él se quedó boquiabierto. A los esclavos huidos no sólo se los arrestaba, se los torturaba públicamente como advertencia para otros que pudieran estar pensando en abandonar a sus amos.

La cogió de la mano y echaron a correr, pero un grupo de agentes les cortó el paso.

—Entrega a la esclava —ordenó el capitán.

Devyn se volvió para correr hacia el café, pero se quedó inmóvil al encontrarse cara a cara con su hermano. Alix tenía razón: los rasgos de Paden eran inconfundibles.

Y entonces, este levantó una pistola de rayos y lo apuntó a la cabeza.

—Entrega a la esclava o entrega tu propia libertad.

Jadeando, Devyn miró a Sway, que estaba muy serio. El castigo por ayudar a escapar a un esclavo era convertirse en uno. O la entregaban o tanto él como Sway se convertirían asimismo en esclavos.

Y mientras miraba a su amigo, Devyn supo que sólo tenía una salida…