Caillen estaba sentado con su padre en la sala de la cumbre, rodeado de nobles y oficiales y muerto de aburrimiento. La estancia era redonda, para que todos pudieran ver si alguno necesitaba bostezar, los muy sádicos; además con una tenue iluminación que parecía chuparle la energía hasta la médula. Sí, sin duda aquellas bombillas emitían algo que estaba afectándole al cerebro. Notaba cómo su C. I. bajaba al menos un punto por minuto.
Quizá más.
A ese paso, en cosa de una hora quedaría reducido a un vegetal.
Lo cierto era que eso explicaba muchas cosas sobre los líderes del momento… excepción hecha de su padre.
En el centro había una silla en la que se iban sentando sucesivamente los oficiales y representantes asistentes, para rogar la atención del consejo sobre asuntos concernientes a sus mundos.
«Dios, lo que daría porque a uno de esos senadores se le fuera la cabeza, sacara una pistola y matara a alguien».
Mierda, en ese momento, hasta aceptaría que lo matasen a él. Cualquier cosa con tal de salir de allí. Pero al menos había ayudado a su padre a conseguir un tratado con los krellin. Eso había complacido al hombre lo indecible.
—Somos un pequeño sistema y los derechos de nuestros cultivos…
Caillen se evadió otra vez para no tener que oír el gemido agudo y nasal de un gobernador que quería más dinero para su guardarropa. Oh, un momento, quería dinero para sus pobres.
Sí…, de eso iba su discurso.
Arqueó una ceja mientras miraba los dos millones de créditos en piedras preciosas que llevaba el hombre cosidos a la chaqueta y adornando su gruesa mano. ¿Todo aquello no ayudarían un poco a las finanzas de su país?
Y él sabía exactamente el valor de aquellas piedras. Valorarlas incluso a distancia era una habilidad que le había enseñado un amigo pirata y ladrón de joyas. Después de pasar años con Chayden, Caillen podía ponerle precio a una piedra más de prisa y con más exactitud que la mayoría de tasadores.
«¡Qué aburrido debo de estar para intentar adivinar el peso en quilates a simple vista! ¡Por favor, que alguien me pegue un tiro!».
El gobernador acabó con su petición y dejó que los altos oficiales decidieran su destino. Por desgracia, el líder de esos altos oficiales era su padre, lo que significaba que Caillen estaba atrapado en aquella sala hasta no sabía cuándo.
«Noto que se me va escapando la vida… Asesino, por favor, ataca».
Boggi carraspeó.
—Los siguientes son los qillaq, que están aquí para informar al consejo de sus intenciones respecto a los trimutianos.
Bueno, al menos tendría a aquella chavala de la Guardia para mirar. Eso lo ayudaría un poco, incluso aunque antes casi se le hubiese tirado a la yugular. Ahí había quedado su propósito de llevarla a su cama. Le había bajado bien rápido la erección.
Al menos por el momento. Aún quedaba la cena, y si jugaba bien sus cartas…
Postre.
Sí, se la podía imaginar dándole de comer lo que más necesitaba él para olvidar ese día de mierda. Y si lo que intuía de ella era cierto, le dibujaría una sonrisa en la cara que ni la Liga entera le podría borrar.
Su padre suspiró cuando un temor aprensivo recorrió la sala.
Era tan denso que casi se podía tocar.
Caillen frunció el ceño y se inclinó hacia él.
—¿Qué pasa? —le susurró.
Vio aparecer un tic en la mandíbula del hombre.
—Es debido a la manera en que negocian los qillaq. Resulta muy incómodo.
Caillen iba a pedirle que se lo explicara mejor cuando la puerta se abrió y entró la delegación qillaq. Por una fracción de segundo, toda la sangre abandonó su cerebro y se acumuló en una única parte de su anatomía, al ver a la reina y sus guardias femeninas entrar con vestidos tan escasos que casi no les cubrían nada.
Oh, sí, podía ver directamente el pubis de la reina y, sobre los pechos sólo llevaba una fina gasa que remarcaba que se había maquillado los pezones para que destacaran bajo la tela.
Caillen conocía muchos lugares del universo donde cualquiera que fuera así en público acabaría arrestado.
O en la cama de alguien.
Con boca pastosa, miró más allá de la reina a la joven con la que había hablado antes en el pasillo.
Ahora, el cabello le colgaba suelto por la espalda e iba vestida más formalmente que antes, con un top color borgoña sujeto al cuello y unos ajustados pantalones. Aun así, el top se abría entre los pechos, lo que hizo desear a Caillen que se hubiera vestido más como su reina.
«Oh, sí, dame un poco de eso…».
En un primer momento se dijo que, si los oficiales de las otras delegaciones se hubieran vestido así, se habría mantenido despierto, pero lo cierto era que mejor que no lo hubieran hecho. No era necesario hacer vomitar a nadie.
Por otra parte, aquellas mujeres le hicieron desear ser qillaq.
«Agárrame, que soy todo tuyo».
No protestaría si ella lo ataba a su cama y lo tenía ahí todo el tiempo que quisiera.
«Nena, ¿cómo te llamas?».
No iba a poder dormir hasta que lo supiera.
No iba a poder centrarse en nada hasta que conociera su olor.
Los hombres de la sala se removieron incómodos, mientras las mujeres hacían muecas de asco. Sí, los celos eran una putada. Boggi, que no iba a permitir que nada interfiriera en su idea del decoro, se aclaró la garganta.
—Reina Sarra, por favor, exponga su caso ante el consejo.
La mujer avanzó hacia la silla con un andar seductor que probablemente hiciera resollar a los miembros más viejos del consejo. Cuando se sentó, adoptó una postura explícita que hizo que Caillen tuviera ganas de reír; la pobre reina no tenía ni idea de que él estaba acostumbrado a negociar con mujeres más sexis, más guapas y más desnudas que ella en ese momento.
Si quería nublarle la mente, debería haber mandado a su pequeña guardia vestida como ella para que hablara en su lugar.
Dudaba que fuera capaz de recordar ni siquiera su nombre si la señorita Monada, que estaba allí detrás, estuviera desnuda. Vio la mueca divertida de Darling al otro lado de la sala. Había un desafío en su mirada y Caillen pensaba aceptarlo.
La reina carraspeó.
—Miembros del consejo, tengo un difícil asunto que plantear. Los trimutianos se hallan en nuestras fronteras y acosan sin cesar nuestro territorio. Hemos enviado controles, pero ellos no les hacen caso. Nuestro siguiente paso es declararles la guerra. Estoy aquí hoy, por orden de la Liga, para informaros a todos de nuestras intenciones.
El padre de Caillen frunció el ceño.
—¿Por qué habéis esperado tanto para decírnoslo? Podríais haber pedido ayuda para controlar a los trimutianos.
—Somos una nación soberana. Orgullosa. No buscamos ayuda cuando podemos solucionar nuestros asuntos por nosotros mismos.
«¿Qué era…?».
Caillen se obligó a callar, pero cuando el consejo comenzó a respaldar esa guerra, ya no pudo seguir haciéndolo. Vio a través de los planes de la mujer igual que veía a través de su ropa; no podía mantenerse al margen y dejar que una nación inocente fuera víctima de aquella zorra aprovechada.
—¿Decís que los trimutianos están en vuestras fronteras?
Ella le dirigió la mirada más feroz que había recibido nunca; una proeza impresionante, teniendo en cuenta a cuánta gente conseguía cabrear Caillen al cabo del día.
—No me gusta repetir las cosas.
—Eso lo respeto. Pero tengo curiosidad, majestad. ¿Podéis decirme cuánto tiempo llevan presionándoos?
—Casi un año.
«¿En serio?».
Caillen frunció el ceño mientras digería su respuesta. Le resultaba raro. La soberana estaba mintiendo y él lo sabía.
—¿Qué porción de su armada diríais que ha estado hostigando vuestra frontera?
—La mayor parte. Cada vez que nos damos la vuelta nos atacan. Se han refugiado en una de nuestras colonias y mantienen a sus habitantes como rehenes; nos exigen que paguemos o los matarán.
Ya… y una mierda.
Caillen miró alrededor, a los rostros de los senadores, que con sus furiosas miradas le decían que se callara. Pero no podía.
Nada de lo que Sarra estaba diciendo tenía sentido en el mundo de él. Una colonia de qillaq estaría preparada para la guerra y daría muchos problemas a cualquiera lo bastante tonto como para intentar convertirlos en rehenes. Habría habido tal baño de sangre que aún estarían pasándolo por las noticias.
—¿Durante un año?
—¿No es eso lo que he dicho?
Bonito tono el que usaba la reina y si no fuera porque su padre estaba sentado a su lado, Caillen lo elevaría aún más. Pero decidió mantenerse tranquilo y calmado.
—Lo es sin duda, majestad. Sin embargo, me resulta extraño que hayan estado en vuestras fronteras y ocupando una de vuestras colonias, cuando el grueso de su armada se encuentra en el sector Brimen, entrenando, y lo ha estado haciendo durante los últimos seis meses. Vigilan sus fronteras con una flota mínima, que ha estado muy ocupada con intermediarios y piratas. Por tanto, me sorprende que un grupo fantasma esté reteniendo a vuestra gente como rehenes. ¿Habéis considerado la posibilidad de que sean renegados y que no estén apoyados por los trimutianos?
Las mejillas de la reina enrojecieron al darse cuenta de que la había pillado mintiendo.
—¿Te atreves a cuestionarme?
El gobernador gondaro se aclaró la garganta secamente, mirándolo.
—Príncipe Caillen, aquí no especulamos. Sólo hablamos de hechos.
Lo ofendió el tono reprobatorio del gobernador, que implicaba que él era un idiota. Entrecerró los ojos y habló tan despacio que cualquier imbécil podría haberlo seguido.
—Le estoy dando hechos, senador. Compruébelos. El territorio trimutiano es el camino más corto desde Starken a Altaria. Los piratas lo llaman el Año Luz Dorado, porque durante los últimos tiempos ha sido el territorio de trabajo más fácil que han tenido en años. Por eso los trimutianos han enviado su armada a entrenar. Están tratando de dar con algún modo de atrapar a los piratas y expulsarlos de su sistema sin perder toda su flota.
»La mayor fuente de ingresos de Trimutian ha sido siempre el transporte de mercancías y sus cargueros son presa fácil. Sus colonias tienen abundantes recursos, así que no tiene sentido que vayan detrás del territorio qillaq, que sólo dispone de unas pocas materias primas, y que abran otro frente en su guerra; su armada ya tiene suficientes problemas con la plaga de piratas.
»Sin embargo, tiene mucho más sentido que los qillaq les declaren la guerra y los ataquen cuando son débiles, para así poder quedarse con sus recursos.
La reina se puso en pie al instante.
—¡Cómo se atreve!
Desideria apretó los labios mientras el príncipe de Exeter no perdía la calma ante su madre. No sucedía con frecuencia que alguien se enfrentara a la reina y la impresionaba que él fuera capaz de hacerlo. Era inteligente y valiente al decirlo que pensaba, cuando era evidente que los demás preferían que se callara.
Incluso ante la furia de Sarra, los ojos de aquel hombre seguían brillando divertidos, lo que indicaba que estaba acostumbrado al conflicto y que encontraba aquella escaramuza divertida.
Qué raro…
—No hay por qué enfadarse, majestad. Todos entendemos el deseo de ganancias. Y yo más que nadie. Respeto vuestro plan. Buena suerte a la hora de conseguir que lo apruebe la Liga.
—Ya tengo su respaldo.
Desideria se estremeció al ver que su madre exponía sus cartas. Sin duda, esa había sido la intención del príncipe Caillen.
Este esbozó una sonrisa maliciosa.
—Entonces será mejor que ataquéis rápido, porque en cuanto salga de aquí, voy a llamar a un amigo. Os aseguro que por mucho que os respalde la Liga, los trimutianos no serán tan débiles como hasta ahora, y cuando mi amigo se entere de todo esto, la Liga tampoco será tan complaciente.
La mirada de Sarra se desvió de él a su padre.
—¿Permitís que un niño hable por vos?
Para sorpresa de Desideria, el emperador no se dejó intimidar.
—Mi hijo no tiene nada de niño y posee más experiencia en combate que el comandante de mi ejército. Siempre sigo su consejo…, como deberíais hacer vos.
La expresión de furia infernal en el rostro de la mujer decía que ellos también tendrían que reforzar sus fronteras.
—No tengo nada más que hacer aquí —dijo la reina, marchándose furiosa de la sala.
Desideria se levantó a toda prisa, pero no antes de ver que el príncipe le guiñaba un ojo.
¡Oh, menudo estúpido! ¿Acaso no tenía idea de lo que acababa de hacer? Maldito idiota. Su madre no descansaría hasta verlo encadenado. Al final, sería Sarra quien reiría, no él.
Cuando los qillaq se hubieron marchado, todos los ojos se volvieron hacia Caillen, que de repente se sintió como si le hubiera crecido otra cabeza.
El gobernador gondaro hizo una mueca de desagrado.
—Después de esto, Sarra querrá nuestras cabezas. Ninguno de nosotros estará a salvo. ¿Por qué no habéis mantenido la boca cerrada? Mejor los trimutianos que nosotros.
—Pero ¿qué habéis hecho?
—¡Idiota! ¿Cómo ha podido hacer esto?
—Maldita sea, Evzen, ¿tenías que traerlo aquí?
Estupefacto ante su ataque, Caillen no entendió el resto de las protestas, que se fundieron en una cacofónica amalgama de insultos. Pero fue la mirada de decepción de su padre lo que lo afectó. Parecía avergonzado.
Y eso lo puso furioso.
Ya tenía suficiente. No más mierda de aquella. ¿Cómo se atrevían a atacarlo a él, un ladrón mentiroso y tramposo, por tener moral? Se suponía que eran ellos los que tenían que defender las leyes. Esa hipocresía lo ponía enfermo.
Se levantó, dejó caer sus túnicas al suelo y los miró desafiante.
—Deberíais avergonzaros. Todos. He conocido algunas de las formas de vida más rastreras del universo; seres que venderían a su propia madre y a sus hijos por dinero. Y tengo que decir que prefiero compartir vino aguado con ellos en un callejón del infierno, que sentarme aquí a escuchar cómo estáis dispuestos a meter a todo un sistema en una guerra sólo porque os da miedo enfrentaros a la soberana de un pequeño reino. ¿Qué clase de cobardes sois? Si esta es vuestra idea de la diplomacia, entonces ¿por qué os habéis molestado en firmar los tratados de la Liga? ¿Por qué no dejáis que los gobiernos vuelvan a la ley del más fuerte que imperaba antes de que la Liga tomara el poder? No es de extrañar que la Liga os maneje a su antojo. —Les dedicó una mirada de desdén—. Esto no es civilización. Es egoísmo y debería ser delito.
»Y con todo el ánimo de ofender, prefiero rodearme de criminales que de cualquiera de vosotros. Al menos ellos tienen un código moral, por muy retorcido que sea.
Salió de la sala asqueado y furioso dejándolos a todos allí para que lo condenaran.
Si iban a juzgarlo, que fuera por ser quien era. No por quien estaba tratando de ser. Y si la reina qillaq quería su cabeza, que se pusiera a la cola.
Mientras tanto, tenía sitios a los que ir, una vida que vivir y un universo que encender en llamas…