leagueTop6

Área de entrenamiento Regio Qillaq

–¡Cúbrete la espalda!

Mientras rodeaba a su hermana mayor en el ring de tierra, dentro del enorme estadio, Desideria Denarii se agachó justo a tiempo de evitar que un tajo de la espada le separara la cabeza del cuerpo. Respondió al golpe con otro semejante, haciendo que su contrincante saltara hacia atrás y se colocara en posición defensiva.

Eso cabreó a Narcissa de verdad. Gritando, se lanzó contra Desideria con todas sus fuerzas. Pero su rabioso ataque le hizo perder el equilibrio y su hermana la desarmó con un golpe. Se enfureció aún más al ver que su espada volaba a unos tres metros de ella.

Aterrizó sobre la tierra con un fuerte estruendo metálico.

Narcissa echó la cabeza hacia atrás y, con su negra melena suelta sobre los hombros, lanzó un feroz grito de guerra y cargó contra Desideria. Esta se contuvo justo a tiempo para no atravesarle el corazón a su hermana; eso era lo que le habían enseñado a hacer cuando alguien la atacaba y era lo bastante estúpido como para dejarle espacio. Sin embargo, por mucho que ese fuera su código guerrero, se negaba a matar a Narcissa durante una pelea de entrenamiento.

Aunque significara pasar hambre durante días.

Ya había enterrado a dos hermanas por fallos durante el entrenamiento. No tenía ninguna intención de enterrar a una tercera.

En vez de matarla, permitió que Narcissa la tirara al suelo y la golpeara en la cara una y otra vez. Finalmente, Desideria la lanzó hacia atrás de una patada y se puso en pie de un salto, avanzando para vengarse.

—¡Basta!

Ambas se quedaron inmóviles al oír el grito de su entrenadora. Con más de un metro ochenta de altura, Kara era una soldado bien entrenada. Llevaba el cabello, negro como el de Narcissa, corto y echado hacia atrás y, como todas las demás mujeres de su familia, tenía rasgos exóticos y los ojos negros.

Musculosa y curvilínea, Kara y su gemela habían sido miembros de la Guardia Principal de la reina, hermana mayor y madre de Desideria. Una vez esta y sus cuatro hermanas habían llegado a la edad de comenzar su entrenamiento, Kara se licenció honrosamente de la Guardia para ser su instructora personal.

Desde entonces, había sido despiadada con ellas.

Matar o morir, ese era el lema de su vida, que se esforzaba por grabar en sus sobrinas.

—Narcissa, ve a ducharte. Más tarde hablaremos de tu rabia.

La joven hizo una mueca de desdén mientras se limpiaba la sangre de la nariz, mirando furiosa a Desideria. Sin decir nada, cruzó el ring hacia la escalera que la llevaría a la zona de duchas.

Luego Kara se volvió hacia Desideria con el ceño profunda y ferozmente fruncido.

—Tú… Su sobrina suspiró resignada, sin prestar atención al labio que le sangraba ni a la hinchazón del ojo.

—Castigo. Ya lo sé.

Bueno, como mínimo perdería el peso extra que su madre siempre le decía que tenía. No de la forma que hubiera querido hacerlo, pero…

Su tía la miró furiosa.

—¿Por qué no has atacado cuando podías?

«Porque Cissy puede que me ponga de los nervios, pero a fin de cuentas sigue siendo mi hermana mayor y la quiero. Nunca le haría daño de verdad y mucho menos la mataría».

Desideria sabía que no debía decir nada de todo eso. Kara nunca lo entendería.

Era una qillaq y ellos no tenían esas debilidades.

Como no le contestó al instante, su tía la agarró por la camisa y tiró de ella hasta tenerla nariz contra nariz, un logro impresionante, ya que Desideria era casi un palmo más baja. La fuerza del empujón hizo que a Desideria se le soltara la trenza y el pelo le colgara suelto por la espalda.

—Nada de piedad. Nunca. Sin importar quién sea. Cuando luchas, en cualquier lucha, tu oponente es tu enemigo. ¿Me entiendes?

Desideria asintió.

Kara la sacudió.

—¿ME ENTIENDES?

—Sí.

La mujer la soltó de golpe y ella se tambaleó hasta caer al suelo.

—Inútil despojo. Igual que el mestizo de tu padre.

Esas palabras hirieron a Desideria en lo más hondo y, antes de poder controlarse, atacó. Riéndose de su audacia, su tía esquivó la embestida y desenvainó la espada para enfrentarse a ella.

La joven vaciló un momento al darse cuenta de lo que había hecho. Pero era demasiado tarde. No podía retirarse. Un desafío siempre tenía que acabar en pelea. No enfrentarse sería una derrota oficial y pública.

Fiel al carácter de su gente, Kara la atacó despiadadamente, tratando de matarla.

Pero Desideria no quería herir a su tía más de lo que quería matar a su hermana.

«Es la mancha de la sangre de tu padre».

Esa acusación se la habían hecho todos los que la rodeaban. Y era cierta. A diferencia de sus hermanas, ella sólo era medio qillaq, lo que, a ojos de los demás, la hacía ser inferior.

«Eres una rosa delicada; lo más precioso que tengo».

Aún podía oír las últimas palabras de su padre. En su lengua «Desideria» quería decir «rosa delicada»; su padre había convencido a su madre de llamarla así, aunque había tenido que mentir sobre el significado para conseguirlo. Su madre pensaba que quería decir «guerrero fuerte».

Su nombre era la burla privada de su padre contra la feroz gente de la madre de Desideria, que lo había esclavizado.

Había muerto en circunstancias poco claras. Nadie podía pronunciar su nombre y a ella le habían prohibido llorarlo.

Aún quería venganza por eso. Pero en ese momento, mientras luchaba contra su tía, no se sentía gondara, sino que sentía el ardor de la gente de su madre y quería oír a Kara pidiéndole piedad por haber insultado a su querido padre.

Escarbó en su interior en busca de todos los recursos que había aprendido entrenando; blandió la espada y la puso horizontal, parando así la hoja de Kara. Luego, con un hábil movimiento, la desarmó, le cogió la espada con la mano izquierda y apuntó con ambas armas a la garganta de su tía mientras la rodeaba.

No había nada que Kara pudiera hacer sin que le rebanara el cuello.

—¿Te rindes?

La mujer entrecerró sus oscuros ojos.

—Sólo porque es un ejercicio de entrenamiento y tú aún tienes que recibir tu castigo.

«Claro».

Pero Desideria había ganado la pelea y eso era lo más importante.

—Puedes castigarme, pero ambas sabemos la verdad. Ya no soy tu alumna.

No después de haberla derrotado. Eso la convertía en una maestra, por lo que merecía el respeto de su tía.

Con sangre mezclada o sin ella.

Kara inclinó la cabeza ante ella y le tendió la mano para que le entregara la espada.

Desideria se lo pensó. No iba a ser tan sencillo. No esa vez. Se aseguró de mantener el rostro inexpresivo mientras partía la hoja en dos sobre el muslo antes de devolverle sólo la empuñadura.

Las mejillas de su tía se tornaron color escarlata a causa de la furia, que, sin duda, estaba alcanzando un nivel muy peligroso. La espada había sido un regalo de la madre de Kara para festejar su propio paso de pupila a maestra. Pero eso era lo que ocurría si uno perdía. El vencedor podía elegir entre romper la espada o devolverla intacta. Partirla era el castigo peor y algo muy personal. Pero su tía había insultado a su padre y ella sería implacable.

A la mierda el sentimentalismo.

«Mi padre era un buen hombre».

Lucharía hasta la muerte por defender su honor.

Enfundó su espada de entrenamiento y se dirigió a las duchas, mientras su tía se marchaba en dirección opuesta. Sin duda planeando cómo acabar con ella.

«O mejor, mi castigo».

Suspiró resignada ante lo que no tardaría en caerle encima.

Al llegar a la puerta de los vestuarios, vio a su madre salir de entre las sombras de la grada. Eso la hizo tragar aire. Su madre no solía asistir al entrenamiento de sus hijas, excepto para decirles lo decepcionada que estaba y que la habilidad de todas ellas quedaba muy por detrás de la de sus hermanas y la suya propia a su edad.

La reina Sarra era como una versión más mayor de Desideria: el mismo cabello oscuro, el mismo tono moreno de piel y los mismos ojos negros; parecía más su hermana mayor que su madre. Con aquel cuerpo fibroso y musculado, fruto de las muchas horas de práctica marcial, podía pasar por una mujer al principio de la treintena.

Sarra era feroz y firme, y no tenía rey que gobernara junto a ella; la ley de su pueblo decía que ninguna mujer podía casarse con un hombre que no pudiera vencerla en la batalla, y ninguno lo había logrado.

Ninguna mujer, tampoco.

Pero eso no significaba que su madre viviera sola. De hecho, sus tres compañeros se hallaban a un par de pasos detrás de ella, e, igual que el padre de Desideria, todos habían sido vencidos en una pelea. En el caso de su padre, había sido un piloto que se había estrellado en aquella tierra y se había perdido. Lo había detenido una patrulla fronteriza y posteriormente fue convertido en esclavo.

Los otros tres compañeros de su madre eran qillaq y, como tales, habían sido entrenados como guerreros desde la cuna, lo mismo que las mujeres qillaq. Pero por su belleza perfecta, habían sido subastados en vez de enviarlos a luchar, donde podían recibir una herida que los deformara. La única vez que se les había permitido hacerlo, había sido cuando su madre los había reclamado.

Sólo una pelea para ver si eran merecedores de ser reyes. Todos habían fracasado. Y habían acabado siendo tan sólo mascotas mimadas a merced de los caprichos de su reina.

Los ojos de Sarra brillaban con un orgullo que Desideria nunca le había visto antes.

—Kara amaba esa espada más que a nada.

Desideria se aseguró de que el remordimiento que le hacían sentir esas palabras no se notara ni en su actitud ni en su expresión.

—Entonces debería haber luchado mejor para conservarla.

Su madre rio.

—Sigue pensando así y puede que algún día llegues a ser mi sucesora, con sangre mezclada o sin ella.

Desideria apretó los labios para no decir nada que pudiera hacer que la desterraran. Después de todo, su madre había elegido dormir con su padre y se había permitido quedarse embarazada de él. Si alguien tenía la culpa de su sangre manchada era ella.

Pero seguro que no querría oír eso.

—Has hecho que me sienta orgullosa, Desideria. Y como ya no eres una niña ni una alumna, quiero ofrecerte el antiguo cargo de Kara en mi Guardia.

Esas palabras la pillaron totalmente por sorpresa. No era de extrañar, puesto que estaba más acostumbrada a que su madre la reprendiera que a que la elogiara.

—¿Cómo dices?

—Ya me has oído, y sabes lo poco que me gusta repetir las cosas.

Desideria estuvo a punto de abrazarla, pero se contuvo a tiempo. Eso no hubiera sido bien recibido. Las únicas emociones que se les permitía mostrar a los qillaq eran furia, y nunca durante un combate, y de vez en cuando, humor. Aparte de eso, tenían que mostrarse siempre serios y severos.

Desideria carraspeó e inclinó la cabeza hacia su madre.

—Acepto tu oferta, mi reina, y me honra que tengas tan buena opinión de mí como para hacérmela.

Narcissa ahogó un grito a su espalda; seguramente acababa de salir de los vestuarios.

Desideria se volvió y vio a su hermana ir hacia ellas con una mueca de desprecio.

—¿Y yo qué? Soy mayor. Madre, si alguien merece un puesto en tu Guardia, sin duda soy yo.

La mujer la miró con ojos fríos y vacíos.

—Todavía eres una alumna. Nunca has vencido a tu tía y, por tanto, no mereces estar en mi Guardia.

—Pero…

Su madre levantó la mano en un rápido gesto para cortarla.

—Ya me has oído, niña. —Esa palabra fue como una bofetada y un modo de decirle que no la veía aún como adulta, sino como una cría que necesitaba más instrucción y disciplina—. Ahora, ve a tu puesto.

La mirada de Narcissa era feroz y le prometía venganza a Desideria. Furiosa, la joven dio media vuelta y se alejó.

Desideria supo que acababa de ganarse una feroz enemiga; no era eso lo que había querido. Pero a su madre no le importaba. Al contrario, fomentaría ese resentimiento entre ambas y disfrutaría con él.

—Preséntate por la mañana a buscar el uniforme. Me aseguraré de que Coryn te ponga en la patrulla principal, así que prepárate para partir con nosotros.

A pesar de la furia de su hermana, eso hizo que Desideria quisiera saltar de alegría. Nunca antes había salido del planeta. De niña había pasado horas escuchado a su padre hablarle de todos los lugares que había visitado antes de que lo capturaran y de todas las cosas increíbles que había visto y hecho.

Por fin vería algunas de ellas. No podía esperar.

Mantuvo una aparente calma y esbozó una tensa sonrisa en dirección a su madre.

—Muchas gracias, mi reina.

Esta le tendió la mano.

Desideria se inclinó y le besó el anillo, antes de hacerle una profunda reverencia y marcharse. No se permitió mostrar alegría hasta llegar a los vestuarios.

En cuanto cerró la puerta, su criada y mejor amiga, Tanith, se le echó encima.

—¡Oh, Dios mío! ¡No puedo creer lo que has hecho! Has aplastado a esa zorra y has hecho que se tragara todos los años de insultos. ¡Felicidades! —Chillando, Tanith cogió a Desideria de los brazos y brincó de alegría.

—Chist —susurró Desideria, negándose a saltar con la joven, aunque realmente le hubiera gustado—. Te van a oír.

En ese caso, ambas serían castigadas y, como Desideria ya se había ganado el rango de adulta, el castigo sería mucho peor que antes.

Tanith se calmó.

—Lo siento. ¡Me alegro por ti! Aunque Narcissa… Yo que tú no bebería de una copa cerca de ella durante una buena temporada. Después delo que ha pasado, podría hacerte cualquier cosa.

—Lo sé, créeme.

Y su otra hermana, Gwenela, también se enfadaría cuando se enterara. Ellas aún seguirían entrenando y Desideria, que era la más pequeña, ya no. Cómo se atrevía a ser la primera en ganarse el estatus de adulta…

Ambas irían a por su cabeza.

—No puedo creer que haya ganado.

Tanith sonrió de oreja a oreja.

—Yo sí. A pesar de lo que dicen, eres diez veces mejor luchadora que los endogámicos.

Desideria se encogió al oír un insulto que a Tanith le hubiera costado la ejecución, de haberla oído alguien.

—Es cierto y tú lo sabes. Tu padre era un héroe y un buen hombre… No como los otros. Lo único que hacen es pasarse el día sentados, quejándose, esperando que alguien les limpie el culo.

Por eso Desideria quería tanto a Tanith. Opinaba como ella: su padre no se había suicidado como un cobarde. No iba con su carácter, como tampoco con el de ella. Aunque era cierto que las otras gentes eran más débiles que los qillaq, él poseía el corazón de un guerrero y la fuerza de un ciborg. Su espíritu valeroso fluía también por ella.

«Haré que mi madre se sienta orgullosa».

Les demostraría a todos lo que valía su sangre y limpiaría el nombre de su padre. Aunque fuera lo último que hiciera.

• • •

—¿Qué quieres decir con que el asesinato ha fallado?

—El príncipe reencontrado tiene habilidades con las que no contábamos. Es desafortunado, no incompetente, y no exagero al decir lo bien entrenado que está.

—¿Cómo ha podido sobrevivir todos estos años? Era sólo un bebé cuando lo raptamos. Aún no puedo creer que haya regresado, después de todo lo que hicimos para asegurarnos de que eso no ocurriera.

—Lo sé. Tanto él como Evzen son los cabrones con más suerte que existen. Cada vez que creemos tenerlos, se nos escapan.

—Estoy de acuerdo contigo y pienso asegurarme de que la próxima vez…

—No. Tenemos que volver a pensar el plan. Cuando golpeemos de nuevo, debe ser contra un objetivo claro. Y, sobre todo, debe ser mortal.

—¿Y qué hay de nuestro otro problema?

—Para eso también tengo un plan perfecto. ¿Estás seguro de que te puedes encargar de tu parte del asunto?

—Totalmente seguro. ¿Y tú?

—Lo tengo todo controlado. Pero debemos hacerlo durante la cumbre.

—¿Tienes la certeza de poder burlar la seguridad?

—No me insultes con esa estúpida pregunta. Claro que puedo. Dos semanas y estaremos viviendo la vida que nos corresponde. Ellos no serán más que un mal recuerdo del que nos reiremos.

—¿Y Desideria?

—Sólo otra fatalidad. Su nombre será borrado igual que el de su padre. Luego seremos los únicos que quedaremos a los que valga la pena recordar.