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Caillen se despertó con un intenso y palpitante dolor en la garganta y otro aún peor en la cabeza. Sí, estaba en el infierno. Tenía que estarlo para que doliera tanto.

—¿Se está despertando?

No reconoció el tono preocupado, que pertenecía a un hombre mayor.

Alguien le levantó un párpado y, sin miramientos, le enfocó directamente el ojo con una luz que hizo que su dolor de cabeza empeorara. Gruñó, hizo una mueca y apartó la cara.

Con suavidad, el médico le volvió de nuevo la cabeza y se la sujetó mientras continuaba comprobando la dilatación de la pupila. Por suerte, Caillen tenía los brazos atados, porque si no, el hombre hubiera acabado sangrando en el suelo y la luz estaría brillando en un orificio que los dioses nunca habían planeado que iluminara nada.

—Está consciente. —El médico bajó la voz mientras se apartaba de la cama y le daba a Caillen un descanso de la cruel luz—. ¿Sabes quién eres, hijo?

Él se humedeció los labios secos y carraspeó para aclararse la garganta dolorida antes de contestar con voz rota.

—Caillen. Dagan. —O mejor dicho, ese era él antes de que lo decapitaran.

¿Acaso los guardianes del cielo no sabían a quién les enviaban?

—¿Cuántos dedos ves aquí?

Tuvo que parpadear varias veces antes de conseguir enfocar los gruesos dedos del médico. Al menos, esperaba que eso fuera lo que estaba viendo…

Si no, aquel hombre sería muy popular entre las mujeres.

—Tres.

El médico se volvió hacia la derecha e hizo una profunda reverencia.

—Está despierto y alerta. Pero sigue débil por la asfixia y la subsiguiente reanimación.

¿Reanimación? ¿De una decapitación? ¿Qué demonios le habían hecho y por qué lo habrían hecho volver? ¿Más tortura?

«Ay, ¿qué habré hecho ahora?».

Un momento; eso sería demasiado largo de contar. La cuestión era qué le habrían pillado haciendo en ese momento…

Caillen frunció el ceño cuando un anciano salió de entre las sombras y se acercó a la cama. Afeitado y pulcro, tenía unas facciones de huesos finos y unos ojos azul intenso. Un aire de refinamiento parecía emanar de su persona. Sí, sin duda era un aristócrata. Y uno importante.

¿Por qué alguien de tan alto rango estaría allí para ver a un mierda de convicto plebeyo?

Al hombre le temblaron los labios y se le enturbiaron los ojos; eso preocupó a Caillen más que nada. ¿Estaría enfadado o molesto?

«Oh, mierda, no me digas que me he acostado con su esposa. O peor, con su hija».

Otra cosa que Darling siempre le reprochaba era que, algún día, su inquieto pene haría que lo mataran…

¿Sería ese el día?

—¿Me recuerdas? —preguntó el hombre, titubeante—. ¿Aunque sólo sea un poco?

¿Le debería dinero? Caillen rebuscó en su memoria, pero no recordó haberlo visto antes, en ningún lugar ni ningún momento.

—Hum… No. ¿Debería?

Al anciano le temblaron los labios mientras le cogía a Caillen la mano, que este tenía sujeta a una muñequera de cuero acolchado, atada al raíl de la cama, y le daba un frío apretón.

Caillen, totalmente perplejo, apartó la mano y cerró el puño.

Pero debido a las ataduras, no pudo moverla muy lejos.

—Eres mi hijo, Radek. ¿No lo recuerdas?

Aquel hombre alucinaba. Tenía que estar metiéndose algo serio para haber llegado a esa fantasía.

—Soy Caillen Dagan. Mi padre era un contrabandista.

—No. —La rabia que había bajo su tono defensivo era inconfundible—. Eres Kaden Radek Aluzahn de Orczy. —Pronunció cada uno de los nombres con cuidado, como si tratara de grabárselos a Caillen en la memoria—. Y eres mi hijo. Eras muy pequeño cuando te raptaron. Pagué el rescate que pedían. Todo. Seguí todas las instrucciones que me dieron, pero nunca te devolvieron. Mi equipo de seguridad supuso que te habrían matado. Incluso así, durante años busqué incansablemente algún rastro tuyo. Nunca encontré nada. Ni la más pequeña pista… Hasta ahora.

Anonadado, Caillen volvió la cabeza hacia el médico.

—Gilipolleces.

El médico negó con la cabeza.

—Eres un hombre con suerte. Cuando los funcionarios de la prisión metieron tu ADN en el sistema para ver si habías cometido algún crimen que estuviera por resolver, apareció el antiguo informe de tu secuestro, y el ADN estaba archivado junto a cabello que habían recogido cuando eras niño. Sin duda eres su hijo perdido.

«No, no, no, no».

—He venido en cuanto me notificaron que te habían encontrado —indicó el hombre.

El médico inclinó la cabeza con respeto antes de continuar.

—Su majestad llegó justo antes de que dieran la orden de decapitaros. Un segundo más y hubiera sido demasiado tarde.

Majestad… El título y el tratamiento traspasaron la niebla que llenaba la cabeza de Caillen. Si aquel tipo era un rey y él era su hijo… Eso lo convertía en…

Oh, sí, claro. Le estaban tomando el pelo a base de bien.

Aquello era una absoluta gilipollez.

—No soy ningún príncipe.

En absoluto. El destino no podía estar tan aburrido ese día.

No, aquello tenía que ser una broma de mierda de alguno de sus amigos.

—¿Quién os ha liado para hacer esto? ¿Nykyrian o Darling?

El médico sonrió.

—Sí sois un príncipe, alteza. Al llegar aquí, hemos comprobado varias veces vuestro ADN con el de vuestro padre y no hay ninguna duda. Sois el hijo del emperador Evzen. Su único hijo.

A Caillen le daba vueltas la cabeza. Quizá no reconociera al hombre, pero sí conocía el nombre de Reginahn Evzen Tyralehn de Orczy. Emperador de los sistemas Garvon y Exeter, cuyo nombre era sinónimo de poder y riqueza.

¿Sería posible?

No. Para nada. Sus hermanas y sus padres siempre le habían dicho que eran su familia. Si se lo hubieran encontrado, ¿no se lo habrían dicho? Y dado lo pobres que eran, ¿por qué su padre habría aceptado otra boca a la que…?

«Eres el hijo con el que siempre he soñado. Me alegro tanto de que formes parte de mi familia…». Esas palabras, que tan a menudo le decía su padre, adquirieron en ese momento un nuevo sentido. Toda su vida había supuesto que su padre estaba agradecido por la adición de un cromosoma Y a un hogar lleno de mujeres. Pero si lo había recogido…

«Lo he arriesgado todo para que conservaras la vida. No dejes que sea por nada. No lo permitas, después de todo lo que he sacrificado para tenerte con nosotros».

¿Sería a eso a lo que se referiría su padre cuando le dijo que un día lo entendería?

¿Sería por eso por lo que había sido tan tajante con lo de que nunca revelara su ADN? ¿Por lo que había sido tan paranoico con todo? Cuando se trataba de conspiraciones, su padre era tan fantasioso como psicótico. Pero si sabía quién era Caillen realmente…

Todo tenía sentido.

Se quedó sin aliento cuando la realidad se le hizo indiscutible.

«¡Joder! Soy un príncipe».

Menuda putada. Con todas las veces que había tenido que arañar cada crédito y ahí estaba ahora, pariente de uno de los hombres más ricos de los Nueve Sistemas.

«Sí, así es mi suerte».

El emperador volvió a cogerle la mano.

—¿No recuerdas nada de tu vida antes de que te raptaran?

—No. Lo siento. ¿Está seguro de que no se equivoca de persona?

El anciano le soltó la mano y sacó su cartera. La abrió y presionó sobre una foto.

Se veía a una hermosa mujer con ropas regias, sosteniendo a un bebé sin pelo que ni siquiera podía sentarse solo. Ella sonreía y agitaba la mano del crío. «Radek… di: “Hola, papá”». Pero lo que asombró a Caillen era lo mucho que aquella mujer se le parecía; tenían el mismo color de piel, los mismos ojos, nariz y labios. El mismo cabello oscuro…

Algo que nunca había compartido con sus hermanas o sus padres. Su padre le había contado que había sacado los rasgos de uno de sus bisabuelos, muerto antes de que él naciera.

Era evidente que eso también era una gran mentira. Vio el rostro de su auténtica madre y era imposible negarlo; era su madre.

A eso lo acompañó el recuerdo casi olvidado de su hermana Kasen cuando eran niños, diciéndole, una vez que se había enfadado, que a él lo habían encontrado en un cubo de la basura. Eso le había hecho ganarse a Kasen la peor paliza de su niñez. Caillen lo había achacado a las típicas pullas entre hermanos y a la reacción exagerada de unos padres estresados.

Pero si en realidad lo habían encontrado en la basura, eso explicaría por qué su padre se había puesto furioso con su hermana.

«Joder… Soy de la realeza».

Apabullado por esa nueva realidad, miró al padre que nunca había conocido y se preguntó por el resto de su maldita familia.

—¿Esta es mi madre?

El hombre asintió y la tristeza le veló la mirada. Era evidente que, incluso después de todo aquel tiempo, lo sucedido aún le hacía sufrir.

—Murió tratando de impedir tu secuestro. La encontré en tu habitación de juegos y… —Apretó los párpados como si tratara de borrar un recuerdo—. Ese día perdí todo lo que era importante para mí. Y me refiero a todo. ¿De qué sirve gobernar el mundo cuando ni siquiera puedes proteger a las personas que más quieres?

Caillen se fijó en la imagen sonriente de su madre desconocida. Su madre adoptiva había muerto cuando él era sólo un niño y, aunque Caillen había vivido con ella, apenas la recordaba. Y, desde luego, no tenía absolutamente ningún recuerdo de la mujer que le había dado la vida y que había muerto tratando de protegerlo. No sabía cuál de esas dos realidades lo entristecía más.

Su padre parpadeó para contener las lágrimas y tragó con fuerza.

—Yo amaba a tu madre, Radek. Era la belleza personificada. Nunca me he vuelto a casar. Ninguna otra mujer se le puede comparar en ningún sentido, y no quería mancillar su recuerdo contrayendo matrimonio con alguien sólo para cumplir una obligación, aunque fuera una obligación real. Y aún menos cuando ella dio la vida por nosotros. —Cerró la cartera y se la llevó al corazón—. Me gustaría que hubiera vivido para ver este momento. Para verte a ti. Te pareces tanto a ella que es como si os hubiera recuperado a los dos a la vez. No puedo creer que te haya encontrado después de todos estos años.

¿Qué debería contestar él a eso?

¿Gracias?

No, claro, menuda estupidez. Por primera vez en su vida, no supo qué decir.

Todo era tan surrealista… Cosas como esa no le pasaban a gente como él. Patadas en la entrepierna. Prisión. Clientes que lo entregaban a las autoridades. Recaudadores que le disparaban en la calle… Eso era lo que les pasaba a los contrabandistas de tercera generación.

No se despertaban de una ejecución para convertirse en príncipes. Simplemente, eso no pasaba.

Caillen trató de coger la cartera con la foto y notó las ataduras en las muñecas.

—¿Por qué estoy atado?

El médico se acercó para soltarlo.

—Lo siento, alteza. Sólo era una precaución. No queríamos que os despertarais y os hicierais daño.

Bueno… lo más seguro era que tuvieran miedo de que al despertarse los atacara.

En cuanto tuvo los brazos libres, Caillen se frotó las muñecas y miró a su padre.

—Esto no es ninguna trola extraña o una broma de mal gusto que me están gastando mis amigos, ¿verdad?

La sincera expresión de ofensa del hombre y su actitud eran totalmente auténticas.

—Nunca bromearía con algo así.

No, Caillen supuso que no. Sin embargo, era difícil aceptarlo. Todo lo que creía saber sobre sí mismo se ponía en cuestión. Era una sensación tan extraña como la de estar perdido. Todas las personas en quienes confiaba le habían mentido. Sus padres. Sus hermanas.

No era quien y lo que creía ser. Todo lo que le habían dicho sobre su familia y su pasado era mentira…

Todo.

De no ser por un extraño acontecimiento ocurrido en un momento de su vida que ni siquiera podía recordar, toda su infancia y su pasado habrían sido completamente diferentes. Él hubiera sido completamente diferente. No hubiera sufrido la pobreza, no habría tenido que esconderse.

No tendría ninguno de sus traumas de adolescente. No habría estado allí para ayudar a sus hermanas…

Era sobrecogedor pensar en sí mismo como en otra persona totalmente distinta.

Alguien a quien no conocía.

«Tengo padre…».

Caillen miró al médico antes de volver a mirar al emperador.

—¿Y esto qué significa exactamente?

Su padre sonrió.

—Significa que estás a punto de formar parte de un mundo totalmente nuevo, hijo mío. Que por fin vas a vivirla vida que te correspondía por nacimiento.

Caillen no estaba seguro de si eso sería bueno o malo. Por su experiencia, los cambios iban acompañados de un bicho peludo que solía llenarlo de mierda. Pocas veces el cambio era para mejor.

Pero al menos no estaba muerto. Todavía.

Un segundo más, según el médico, y lo habría estado.

«Soy un príncipe. —Esa idea no paraba de darle vueltas en la cabeza—. ¿Y pensaba que tenía enemigos antes? Chaval, aún no sabes lo que es tener enemigos».

Esa clase de riqueza volvía estúpida a la gente. Y, sobre todo, los hacía ruines. Furiosos. Celosos y crueles. Todo el mundo quería apropiarse de las cosas en vez de ganarlas. Y cuando no podían hacerlo, sólo querían escupir veneno y animosidad.

Sí, sin duda estaba maldito, y las cosas iban a ponerse feas.

Rápidamente.