–Deberías decirle a Desideria que nuestra madre sigue viva.
Caillen arqueó una ceja al oír a Chayden.
—Tú dedícate a pilotar y no te preocupes de eso. Necesitamos darnos toda la prisa posible.
—Sí, pero…
—Chay, ¿de qué serviría decirle que su madre está viva si Sarra consigue que la maten en una hora? Llámame paleto, pero me parece cruel decirle: «¿Sabes qué?, tu madre está viva. Oh, espera. Estaba viva. Ahora vuelve a estar muerta, porque, imbéciles de nosotros, no la hemos podido salvar. Perdona, cariño. Espero que no te importe que te esté sacudiendo las emociones de un lado al otro y pateándotelas. Y ya puestos, ¿tienes algún cachorrito al que pueda soltarle también una patada?».
—No le falta razón.
Chayden miró mal a Fain por ese comentario.
—Hazlo callar, Hauk. —Luego miró a Caillen—. Vale, pero cuando mi hermana quiera tu cabeza porque se te pasó por alto contarle todo esto, recuerda que soy yo quien trató de salvarte el pellejo.
—Y yo aquí pensando jodidas metáforas.
Caillen centró toda su atención en alcanzar a Darling. Sinceramente, no quería darle más malas noticias a Desideria. Quería poder decirle que su madre estaba sana y salva. Ver la alegría y el alivio en su rostro, no la tristeza.
«No puedo creer que esté yendo a salvar la vida de una mujer que detesto».
Dejar que aquella zorra muriera sería un servicio público.
Pero la felicidad de Desideria era más importante para él que eso.
Fain soltó una palabrota.
—¿Qué pasa?
—Un nido de avispas. —Pasó la imagen a la pantalla principal para que todos vieran lo que estaba mirando.
Caillen hizo una mueca al ver a un ejército de considerables dimensiones dirigirse directo hacia ellos.
—¿Cazas de la Liga?
—No puedo verles las marcas. Pero creo que no. No nos están disparando.
Chayden saludó a los recién llegados.
Nadie habló o respiró mientras esperaban la respuesta. Al principio sólo consiguieron ruido de estática.
Hasta que una suave voz rompió el silencio.
—Estamos aquí para ayudar.
Caillen ahogó un grito al oírlo que menos esperaba.
Luego, el rostro de Desideria apareció en la pantalla.
Sorprendido, él le lanzó una mirada maliciosa.
—¿Qué estás haciendo, cariño?
La sonrisa de ella lo reconfortó.
—Te estoy salvando. No puedes meterte ahí tú solo. Quiero decir, sí puedes, pero no quiero que te hagan daño. Después de que te fueras, se me ha ocurrido pensar que tengo un ejército a mi disposición. Así que aquí estamos, ayudándote hasta que limpies tu nombre.
Él la miró negando con la cabeza.
—¿No tienes un planeta que gobernar?
—No le pasará nada por unas horas. Con Narcissa detenida, no hay ninguna amenaza inminente.
Chayden cortó la voz.
—Será mejor que se lo digas.
Tenía razón.
Por esa vez.
—Pasa la transmisión a la sala de las literas.
Caillen se soltó del asiento y se marchó del puente para hablar con Desideria a solas. Lo cierto era que había un montón de cosas que quería comentar con ella. Pero aquel no era ni el momento ni el lugar.
Lo más importante era la ternura que sentía por una mujer que lo dejaba todo para ir en su ayuda. Porque ella no sabía nada sobre su madre, ni que su nombre estaba limpio porque su padre seguía vivo.
Ella no tenía ninguna razón para estar allí.
Excepto para mantenerlo a él a salvo, como le había dicho.
Y esa vez, Caillen ya supo qué nombre darle a los confusos sentimientos que bullían en su interior respecto a Desideria. La amaba. La amaba de un modo como nunca habría creído posible amar. Confiaba en ella y daría su vida para que estuviera a salvo.
Esas ideas le rondaban la cabeza cuando encendió el comunicador en la sala de las literas y vio de nuevo su hermoso rostro. Oh, sí, aquello era todo lo que necesitaba.
«No, lo que realmente necesitas es tenerla desnuda en la cama».
Eso sí…
—Eh, guapa. Tengo noticias para ti. ¿Estás sola?
Ella le lanzó una mirada divertida.
—Sólo hay sitio para uno en este caza.
Él alzó una ceja ante su tono.
—No sabía que supieras pilotar. Te lo has estado guardando.
Desideria sonrió.
—Sólo cazas qillaq. No sé nada de otras naves.
Sí y no. Volar era volar. Pero entendía su reserva, sobre todo si no podía leer el idioma de los mandos y los controles. Eso representaba un viaje sólo de ida al hospital. O a la morgue.
Y mientras la miraba, se dio cuenta de lo mucho que le gustaba estar cerca de ella. Incluso si lo volvía loco.
—¿Te vas a pasar el rato mirándome?
Él sonrió ante la pregunta.
—Quizá.
—No es muy productivo.
—Pero sí entretenido. Al menos desde mi perspectiva.
Ella negó con la cabeza, que llevaba cubierta con un casco de vuelo. Caillen tenía que admitir que prefería su estilo, de cara descubierta, al de los cascos cerrados de la Liga o la Sentella. De esta forma podía disfrutar mirándola.
—Vale —dijo Desideria alargando la palabra—. Si te corto es porque tengo que a mi gente…
—De eso es de lo que quería hablarte.
Ella lo miró frunciendo el ceño.
—No estoy segura de que me guste tu tono de voz.
—Eso es porque no estoy seguro de cómo te vas a tomar esta noticia.
La vio hacer una mueca de disgusto.
—¿Más malas noticias?
—Desde mi punto de vista, sin duda. Desde el tuyo, seguramente no tanto.
Los ojos de Desideria se ensombrecieron de furia.
—Deja de jugar, Caillen. Suéltalo de una vez.
—Tu madre está viva.
Esta vez, ella alzó las dos cejas al mismo tiempo.
—¿Perdona?
—Estaba escondida para que los traidores se delataran. Ahora que ya se sabe quiénes son, va directa a por ellos para matarlos.
—¿Está loca?
Caillen se echó a reír, contento de que lo viera igual que él.
—No digo nada al respecto porque es tu madre.
—¿Va sola?
—Darling debería alcanzarla a tiempo…, con suerte.
Desideria soltó una palabrota que lo sorprendió.
—No hay manera de teletransportarse allí, ¿no?
—No si quieres seguir entera cuando llegues. La distancia es demasiado grande y hay excesivas interferencias.
—¿Darling sabe luchar?
—Oh, sí. No dejes que su apariencia diplomática te engañe. Es un luchador tan hábil y feroz como cualquier asesino de la Liga. Más hábil que muchos. Algo que yo también tiendo a olvidar hasta que lo veo en acción. Puede que sea más bajo que algunos de nosotros, pero puede patearte el culo como el mejor.
—Si la alcanza a tiempo.
—Sí.
La repentina tristeza en los ojos de Desideria fue para Caillen como un puñetazo en el estómago.
—¿Cuándo has sabido que estaba viva? —preguntó ella.
—Hace unos minutos. Íbamos a interceptarlos a ella y a Darling cuando has aparecido.
La incredulidad se reflejó en el rostro de Desideria.
—¿Ibas a proteger a mi madre aunque la odias?
—Sólo por ti, nena. Nada ni nadie más podrían motivarme para lanzarme a esta aventura suicida, te lo prometo.
Desideria tragó saliva al oír esas palabras que le llenaban el corazón. Nunca lo había amado más que en ese momento.
—Gracias.
Él se besó la punta de los dedos y luego los movió hacía ella en un gesto de respeto y cariño.
—Hazme un favor.
—Claro.
—Cuando comience la pelea, quédate atrás. Ya sé que va en contra de todo lo que eres. Pero hazlo por mí, quédate atrás.
Bueno… había perdido la cabeza si creía que Desideria lo iba a enviar a luchar y ella quedarse atrás mientras él se jugaba la vida.
—¿Y si yo te pidiera lo mismo?
—Ya, pero…
—Nada de peros, Caillen. No puedo soportar la idea de que te hieran, estando además ya herido. No es justo que me pidas que me abstenga de luchar cuando tú no estás dispuesto a hacer lo mismo por mí.
—No me gusta nada cuando tienes razón.
Desideria sonrió.
—Lo sé. Me pasa lo mismo contigo.
—¿Y no crees que deberíamos mandar todo esto a la porra e irnos a tomar un café? ¿O tal vez preferirías un revolcón en la cama?
Ella puso los ojos en blanco.
—Eres terrible.
—Cierto. —Respiró hondo—. De acuerdo, adoptamos entonces el plan B: a ambos nos patean el culo. Luego nos vamos cojeando a la cama, donde yo le doy un besito a tu trasero y tú al mío. Sí. Eso también va bien.
Desideria se echó a reír.
—¿Qué voy a hacer contigo?
—Mientras tenga que ver con estar los dos desnudos, lo que quieras.
Sí, era adorable de un modo totalmente irritante.
—Voy a cortar la transmisión ya.
—No.
Desideria vaciló al oír su tono serio.
—Dame una razón para no hacerlo.
—Porque cuando te miro puedo ver el infinito.
Ella frunció el ceño, queriendo entender qué le estaba diciendo.
—¿Qué quieres decir con eso?
—Te amo, Desideria.
¿Y se lo decía ahora? Ella tragó aire bruscamente al oír las palabras que nunca había esperado oír.
—Por eso antes he dicho «hum». No me salían estas palabras delante de gente.
—¿Por qué me estás diciendo esto ahora?
—No tengo ni idea. Sé que no podemos estar juntos. Tu destino y el mío son completamente diferentes. Pero por si algo le pasa a uno de los dos, quería que supieras lo que siento. Nunca había pensado que conocería a alguien que me volviera tan loco como tú. Alguien que significara tanto para mí.
Ella sabía exactamente lo que quería decir, porque a ella le pasaba lo mismo con él.
—Yo también te amo.
Caillen se quedó parado al oír esas preciosas palabras.
—¿De verdad?
Desideria asintió.
—¿Por qué si no iba a estar aquí?
—Porque vives para pelear.
—La verdad es que no. No me gusta nada hacerlo. Pero no se lo digas a nadie.
—Nunca te traicionaría.
Ella puso la mano en la cámara.
—Te odio por no haberme dicho esto cuando estábamos juntos.
—Sí, soy un idiota.
—No lo eres… tanto.
Él le sonrió burlón.
—Buen vuelo.
—También para ti. Te veo en Exeter. —Y Desideria cortó la transmisión.
Caillen se quedó sin moverse durante varios minutos, mientras iba asimilando la realidad de lo que había pasado.
Se había comprometido. Una declaración. Nunca en su vida había confesado su amor por nadie que no fuera su familia. Ni siquiera a su propio padre. No era lo que él hacía, y sin embargo, quería decírselo a ella una y otra vez.
«Soy un tonto sensiblero».
Demasiados años con sus hermanas lo habían corrompido. Toda su vida se había enorgullecido de ser capaz de manipular a cualquier mujer del universo.
Hasta conocer a Desideria.
Ella lo controlaba completamente. No había nada que no estuviera dispuesto a hacer por ella; vendería su alma sólo para hacerla sonreír.
Entonces, ¿por qué su relación tenía que ser imposible?
No quería pensar en ello, así que volvió al puente, donde Chayden y Fain estaban discutiendo sobre el mejor plan de acción. Normalmente se hubiera unido a ellos, pero en ese momento sus pensamientos estaban en el ejército que los seguía y en la mujer que se lo había traído.
«Si pudiera pasar al menos un día más a solas con ella…».
* * *
Cuando llegaron a Exeter, Caillen estaba yendo de arriba abajo por la sala mentalmente. Había tratado varias veces de conectar con Darling, pero él no le había contestado. Eso podía ser bueno.
O muy malo.
Él fue el primero en bajar de la nave. No quería esperar a Desideria, Hauk, Fain o Chayden. Quería ir directo al palacio de Exeter. Con suerte, podría detener todo aquello antes de que Desideria aterrizara. Con lo que ella estaría a salvo y él cuerdo.
Pero en cuanto salió del hangar más cercano al palacio de su padre, supo que no iba a ser tan sencillo. Había llamas que se alzaban en espiral desde los restos de la entrada principal. Los soldados estaban movilizados; sin embargo, nadie parecía estar al mando. En pocas palabras, era una caótica zona de guerra en la que todos iban de un lado a otro como esperando que alguien les dijera lo que debían hacer. A tal punto que ni siquiera lo reconocieron.
El alma se le cayó a los pies.
¿Qué demonios había pasado? Había soldados sangrando por las calles, bomberos tratando de controlar las llamas en el cuadrante norte del palacio y civiles llorando y corriendo de aquí para allá mientras los médicos intentaban atender a los heridos.
Caillen encendió su comunicador de muñeca y activó el localizador para dar con Darling.
—Vamos, chaval, ojalá lleves el uniforme de la Sentella.
Todos sus trajes iban equipados con un chip que les permitía localizar a los camaradas caídos. Sólo a la Sentella y a los aceptados por Nykyrian se les confiaba la frecuencia de localización.
Por suerte, Caillen era uno de los pocos afortunados.
Durante un puñado de segundos, no vio nada. Pero al torcer la esquina, apareció un pequeño y débil punto que indicaba la localización de Darling. Lo fue siguiendo rápidamente y lo condujo hacia el despacho de su padre en el palacio.
Al llegar al corredor principal, vio a alguien conocido en una camilla.
Maris.
El corazón le latía con fuerza mientras iba hacia él. Su amigo llevaba puesta una mascarilla de oxígeno y estaba cubierto de sangre. Abrió mucho los ojos al reconocer a Caillen.
—¿Qué ha pasado?
Maris se bajó la mascarilla.
—Hemos llegado justo después de la reina. Ha entrado con su Guardia… Ha sido un baño de sangre. Poco después de que empezara la lucha, Darling me ha sacado por la puerta de un empujón y, antes de que me pudiera mover, algo ha estallado y lo ha destrozado todo.
—¿Dónde está Darling?
—Estaba luchando junto a la Guardia de la reina. Luego he perdido la conciencia y cuando me he despertado ya no estaba. No lo he vuelto a ver.
Caillen se tragó una palabrota mientras volvía a subirle la mascarilla a su amigo.
—Más vale que te recuperes, Maris. No hagas que me tenga que comprar un traje para tu funeral.
El otro rio y luego hizo una mueca de dolor.
—Encuentra a Darling. Dime que está bien.
Caillen asintió con la cabeza y luego volvió a seguir el rastro de su localizador. Al acercarse al estudio, los daños eran más importantes. El alabastro tenía marcas negras de rayos de pistola. El mobiliario estaba destrozado, y vio que el fuego había chamuscado parte de las paredes y el techo. Una docena de investigadores se hallaban en el estudio, tomando notas e intercambiando opiniones.
Su localizador lo llevó más allá, hasta el patio donde había cuerpos tendidos por todos lados. Allí era donde identificaban y colocaban a los muertos hasta poderlos transportar a la morgue.
Caillen notó que el dolor y la culpa le formaban un nudo en la garganta. Darling era su mejor amigo. La única persona en la que siempre podía confiar cuando necesitaba algo. Habían pasado juntos por el infierno más veces de las que podía recordar.
¿Cómo podía estar muerto?
El punto comenzó a moverse. Por un segundo, se le despertó la esperanza, pero luego…
«Deben de estar trasladando su cuerpo a otro lugar».
Era la explicación más lógica.
Con el corazón en un puño, cruzó la distancia que lo separaba de la mayor pila de cadáveres. La visión le retorció el estómago.
Darling estaba allí, en algún lado.
—Ya era hora de que movieras ese culo gordo y aparecieras por aquí.
Le costó dos segundos recuperar el aliento al oír el refinado acento hablando con su jerga. Una dicotomía sólo posible en un aristócrata que conocía.
Darling.
Vio la larga sombra apoyada en una pared. Con el traje completo dela Sentella, nada externo traicionaba la identidad de Darling.
—Se te ha estropeado el distorsionador de voz.
—Lo sé. Por eso no he dicho nada mientras los agentes estaban cerca. Dudo que me reconocieran, pero más me vale no arriesgarme.
Caillen miró los cuerpos que tenía alrededor.
—¿Qué ha pasado?
—La reina qill es una jodida idiota.
Caillen se quedó parado al oír a Darling emplear una palabrota que nunca había usado antes.
—Alguien está un poco cabreado.
—Alguien está muy cabreado y sangrando.
Eso era lo bueno y lo malo de los uniformes de la Sentella. Estaban diseñados para ocultar las heridas. La única persona que sabía que el portador estaba herido era el propio portador. Eso había contribuido a crear el rumor de que los miembros de la Sentella eran inmortales e invencibles.
—¿Necesitas un médico?
—Sí. ¿Conoces alguno que pueda tratarme sin quitarme el casco?
Como todos estaban perseguidos por la justicia, mostrar su identidad era una gran estupidez.
—Hauk está conmigo.
—Qué pena que no esté Syn.
Syn había sido médico de verdad. Pero aunque Hauk no tenía formación oficial, era casi tan bueno como cualquier especialista que Caillen hubiese conocido.
Quiso acompañar a Darling a un banco.
—Tienes que sentarte.
Su amigo se apartó de él.
—Mierda, no. No quiero que ninguno de esos palurdos piense que estoy herido. Se echarían en seguida sobre mí.
Para conseguir la enorme recompensa que daban por su cabeza.
Eso era algo que Caillen entendía perfectamente.
—Vamos, te acompañaré hasta él.
Darling resopló.
—Tienes mucho valor mostrándote por aquí al descubierto. Aún creen que mataste a tu padre.
—Sí, pero no me prestan ninguna atención.
—Sólo hace falta que lo haga uno y estarás bien fastidiado. Sin ofender, pero ya he superado mi cuota de estupidez por un día y la verdad es que en este momento no podría soportar otra pelea. Así que me quedaré aquí sangrando hasta que Hauk venga a buscarme.
—Lo que quieras —repuso Caillen, mientras miraba el número de soldados que habían caído con evidentes heridas—. ¿Cuánto de esto es obra vuestra?
—La mayoría. Los agentes no tienen ni idea de lo que ha ocurrido. Sin embargo, la bomba que ha hecho estallar Karissa se ha llevado por delante a la mitad del personal del palacio; de ahí los cuerpos que nos rodean. En cuanto oyó que Sarra venía a por ella, hizo que su hija declarara la guerra a los qill y convocaron a todos los soldados que pudieron. Tengo que reconocérselo a Sarra; ella y su gente atravesaron sus líneas de un modo que cualquier equipo de asesinos de la Liga envidiaría.
—¿Cuántos te has llevado por delante?
—No los suficientes; de ahí las heridas.
Caillen se rio ante su tono burlón.
—¿Y dónde están ahora las mujeres?
—Ahí es donde la cosa se pone interesante.
—¿Interesante cómo?
—Yo estaba luchando codo a codo con cuatro miembros de la Guardia de la reina cuando esas zorras se han vuelto contra mí.
Caillen frunció el ceño, sin estar seguro de haber oído bien.
—¿Qué?
Darling asintió.
—Han matado a las tres que estaban de parte de Sarra y luego la han capturado a ella antes de que se diera cuenta de lo que estaba pasando. Mientras se abrían paso hacia el fondo y corrían a cubrirse, he sabido exactamente lo que Karissa había planeado: matarnos a todos y ganar tiempo para escapar. He sacado a Maris de un empujón y he tratado de salvar a los hombres que estaban heridos.
—Tú más que nadie sabes cómo funcionan los explosivos. No corras hacia ellos, colega.
—Sí, y sabía que el despacho de tu padre sería una trampa mortal. Lo mismo que evita que una bomba lo destroce desde fuera, sirve para contener una explosión dentro.
Cierto, y a Caillen no le gustaba que su amigo se suicidara.
—¿Por qué no has salido antes de la explosión?
—Porque ha sacado a seis hombres y les ha salvado la vida.
Caillen se volvió y vio a Hauk acercándose a ellos.
—He encontrado a uno de los rescatados mientras venía hacia aquí y me ha dicho que le debe la vida a la Sentella. —Hauk negó con la cabeza mirando a Darling—. ¿Estás malherido?
—Lo suficiente para que me duela al respirar. Pero he estado peor. —Volvió a la conversación anterior—. No tengo ni idea de adónde han ido las mujeres. Pero les daría un sobresaliente en Teoría del Caos. Han cubierto bien su rastro. Nadie va a perseguirlas durante un rato.
Caillen soltó un cansado suspiro. ¿Acaso aquello no acabaría nunca?
—Hauk, sácalo de aquí y ponle un parche.
Darling respiró.
El andarion vaciló un momento antes de hacerle caso.
—¿Qué vas a hacer tú? —le preguntó a Caillen.
—Seguirlas.
—Me reiría de tu arrogancia, pero aparte de tu hermana, eres la única persona que conozco capaz de sacar la partícula correcta de la energía oscura. —Y teniendo en cuenta que la energía oscura constituía el setenta por ciento del universo, eso era decir mucho—. Buena suerte, Cai.
—Igualmente.
Darling no dejaría que Hauk le ayudase mientras hubiera agentes cerca, pero sus movimientos lentos y metódicos confirmaban que estaba sufriendo mucho. Caillen lo admiró por seguir adelante a pesar de todo.
—Sigue habiendo un caos total. Están tratando de buscar entre los cadáveres.
Caillen se quedó helado al oír una voz grave y profunda que lo había perseguido en sus pesadillas. Lo recorrió un escalofrío mientras paseaba la mirada entre la gente que lo rodeaba para localizar a quien había hablado.
Aquel miserable tenía que estar en alguna parte.
—Comprobaré que se hace y te llamaré lo antes posible.
La mirada de Caillen cayó sobre un hombre delgado y algo calvo, que se hallaba a unos cuantos pasos a la derecha. Aunque había envejecido mucho, los rasgos eran los mismos. Incluso en ese momento, podía verlo pateando a su padre y matándolo de un disparo.
Una roja nube de rabia lo cubrió por completo. Antes de darse cuenta de lo que estaba haciendo, ya había recorrido la distancia que los separaba y había inmovilizado al cabrón contra la pared, cogiéndolo del cuello.
El hombre abrió mucho los ojos al reconocerlo, mientras trataba de respirar con el brazo de Caillen en el cuello, asfixiándolo.
—Sólo estás vivo porque sé que sabes dónde está mi tía. Si no me lo dices ahora mismo, me dejaré llevar por la necesidad que tengo de cortarte en pedazos.
El miedo en sus ojos era inconfundible.
—No sé de qué estás hablando.
Caillen le apretó más el cuello.
—Estaba allí, escondido, cuando mataste a mi padre en aquel callejón.
El hombre palideció.
—¿Qué?
—Vi y oí todo lo que dijisteis Karissa y tú. Y te equivocabas. La basura no se quemó. Crecí para convertirme en un hombre cabreado de verdad que está a punto de matarte.
El otro comenzó a resollar por la presión.
Caillen aflojó un poco. No podía matarlo aún. No hasta que le diera la información que necesitaba.
—Dime dónde está.
—Me esperan en el muelle este.
—¿Y la reina qillaq?
—La llevan con ellas como rehén.
—¿Cai?
Miró de reojo y vio a Fain unirse a él.
—Justo a tiempo.
—¿Para qué?
Caillen le pasó el hombre.
—Sujétalo y vigílalo. No lo dejes llamar ni enviar mensajes.
—¿Por qué?
—Porque si me ha mentido, volveré en unos minutos para matarlo.
Antes de que Fain pudiera decir nada más, Caillen se fue hacía el hangar. No tardó en llegar allí, sobre todo porque corrió todo el camino.
Alcanzó el muelle este, donde habían aterrizado. Estaba casi vacío. Había varios grandes cargueros y una docena de transbordadores, pero fue una nave con emblema diplomático la que despertó su interés.
Una mala elección, pero adecuada al ego de su tía.
La sangre se le calentó mientras iba directo hacia el vehículo. Pero después de dos pasos, se pensó la locura de cargar directamente y enfrentarse a ellas él solo.
«No dejes que tu furia te guíe».
Porque cuando lo hacía, lo acercaba a la tumba.
Debía dejar que la calma previa a la batalla tomara el control. Sin embargo, por alguna razón, la había perdido. Lo único que veía era a su padre muriendo. A su familia tratando de sobrevivir sin padres. ¿Y todo por qué? Por pura e inútil avaricia.
«Relájate».
Algo mucho más fácil de decir que de hacer. Cerró los ojos y pensó en Desideria. En cuanto lo hizo, su furia se disipó. Encontró la paz que necesitaba.
Esta vez, se acercó a la nave desde atrás, entre las sombras que lo habían criado. Incluso si estaban escaneando el entorno, no lo detectarían. La compuerta principal estaba cerrada, lo que le impediría la entrada sin permiso a la mayoría de la gente. Pero lo mejor de ser un contrabandista era que se conocían las naves de arriba abajo. Caillen conocía todos los puntos de acceso por donde se podía entrar o sacar la carga, ante las narices de los mejores agentes.
Aunque era una nave diplomática, tenía una pequeña escotilla que permitía que se cargaran en ella las provisiones sin tener que molestar a sus aristocráticos pasajeros. Estaba situada en la parte trasera, bajo el ala izquierda, y era un lugar perfecto para colarse a bordo.
Se aseguró de que no lo vieran, corrió rápidamente hasta allí y la abrió. No tardó en colarse y cerrar la compuerta. Sacó la pistola, fue hasta la puerta interior y escuchó. Reinaba tal silencio que podía oír hasta los latidos de su corazón.
Pero al seguir avanzando por el pasillo, empezó a llegarle una conversación.
—Deberíamos dejarle.
—No te atrevas a despegar. Estará aquí en cualquier momento.
—¿Qué te pasa, madre? Se supone que eres qillaq. ¿Por qué arriesgas tu seguridad por un hombre?
—Siéntate, pequeña ingrata. De no ser por mí, tu padre te habría casado hace años por intereses políticos. Igual que tú hiciste conmigo.
Evidentemente, esa última frase iba dirigida a Sarra, lo que significaba que esta estaba viva.
Eso era una buena señal.
Al menos para Desideria.
—Madre, eres imposible. ¡Tenemos que irnos ya!
Caillen se metió en la sala de literas. Con el mayor silencio posible, fue hasta la consola de la tripulación y entró en el ordenador de a bordo para acceder al sistema de vídeo y vigilar el puente.
Su tía se hallaba sentada en la silla del capitán, mientras que su hija estaba a su izquierda. Dos pilotos se encontraban en los asientos delanteros y la madre de Desideria, atada y amordazada, en el asiento que quedaba detrás del de Karissa.
Cerró y selló la puerta de la sala de literas y abrió un canal de audio.
—Buena jugada, señoras. Pero no les servirá de nada.
Su tía ahogó un grito y su prima se puso en pie de golpe y sacó un arma.
—¿Dónde estás?
—Lo suficientemente cerca para ser tu hemorroide más molesta.
Karissa les hizo un gesto a los dos pilotos para que lo fueran a buscar. Caillen cerró las puertas de acceso del puente, de forma que lo único que podían hacer era golpear sin respuesta el portal. Su furia lo divertía.
Leran corrió a la consola para encender los motores, pero vio que él tenía el control completo de la nave, no ellas. Y no podían hacer nada para recuperarlo.
A no ser que fueran Syn, lo que, por suerte, no eran.
«Jodeos, zorras».
Karissa carraspeó.
—Mira, no tenemos por qué ser enemigos. Si quieres, podemos dividirnos…
—Lo único que nos dividiremos será tu cráneo. No soy tan tonto como para tragarme ninguna mentira que salga de tu boca.
La mujer puso entonces la pistola en la cabeza de la reina.
—Ríndete o la mataremos.
—Mátala. No me importa. Tú eres la única a la que quiero y me da igual cuántos cadáveres tenga que dejar por el camino para llegar a ti.
Su tía miró alrededor sin dar crédito.
—¿De verdad soy la única que quieres?
—Sí.
Ella bajó la pistola.
—Entonces, ¿no te importa si mato a mi sobrina Desideria?
A Caillen se le paró el corazón. No se atrevió a decir nada que pudiera traicionarlo.
Karissa alzó un control remoto en la mano derecha.
—Lo único que tengo que hacer es apretar este botón y le cortarán el cuello. Esa estúpida cría se halla rodeada de mi gente, que están más que dispuestos a matarla si yo lo ordeno. ¿De verdad crees que he planeado todo esto yo sola?
Caillen trató de aislar la frecuencia del control remoto, pero no pudo. Quien lo hubiera diseñado era muy hábil, y eso hizo que perdiera los estribos.
No podía hacer nada.
Su tía hizo una mueca de satisfacción.
—Si estás tratando de inhibir la señal, no te molestes. Nunca la encontrarás. Ahora, sé un buen chico y ríndete, si no, verás a Desideria muerta en cosa de un minuto… quizá dos.
Caillen sabía que lo haría. Ya había matado a su familia. ¿Qué sería para Karissa una sobrina más?
Pero esa sobrina lo era todo para él.
«¿Qué voy a hacer?».
Al final, sabía que no tenía elección. No podía permitir que ella muriera.
—Muy bien. No lo aprietes.
Karissa rio.
—Como un hombre. Débil hasta el final.
Sí, ya le gustaría a él mostrarle lo débil que era. Pero no podía dejar que mataran a Desideria por su ego.
—Desbloquea la nave y luego tienes diez segundos para venir aquí. Un segundo más y mi sobrina sólo será un mal recuerdo.
Aunque lo fastidiaba sobremanera, hizo exactamente lo que le decía. En cuanto reprogramó el ordenador, corrió al puente, donde Karissa lo esperaba con una pistola, con la que le apuntó a la cabeza.
—¿Por qué no te mueres? Has sido un grano en el culo desde que naciste.
Él le lanzó una fría mirada.
—Sí, bueno, tú tampoco es que hayas sido la luz de mi sistema solar, zorra.
—Patético estúpido enamorado. Pero está bien. Podemos seguir con el plan original. Tú mataste a la reina qillaq y luego nosotras te matamos a ti mientras huías de la escena del crimen.
—Nadie creerá eso.
—Seguro que sí. Las personas son como ovejas. Se creen cualquier mentira que les digas, sobre todo cuando la dicen los medios. Después de todo, las noticias nunca mienten.
Lo peor era que Caillen estaba de acuerdo con ella. La mayor parte del tiempo era así.
—De rodillas.
Él se negó.
—No me arrodillo ante nadie. Moriré exactamente como he vivido. De pie. —Desafiante hasta el final.
—Muy bien. —Su tía cambió la pistola del modo aturdir al de matar, un instante antes de que el rayo láser le enfocara la frente.
Caillen la miró furioso mientras esperaba el disparo que acabaría con su vida.
Pero un segundo después, otro punto láser apareció en la frente de Karissa. Ceñuda, esta pareció sorprenderse de su aparición tanto como él.
—Sólo yo puedo dispararle —dijo alguien.
Caillen se quedó boquiabierto al reconocer la voz de Desideria saliendo de la boca del piloto.
No, no podía ser.
¿O sí?
Era evidente que el piloto era una mujer, pero el traje no permitía ver la identidad de quien lo llevaba.
Perpleja, su tía dio un paso atrás y apuntó a Desideria. Leran hizo ademán de ir a atacarla, pero el otro piloto se le echó encima.
Karissa fue a disparar, pero Caillen saltó sobre esta antes de que pudiera darle a Desideria. Algo no muy astuto, ya que el rayo le dio de lleno en el pecho a él. Incluso así, se negó a caer. No iba a dejar que le hicieran daño a ella.
Desideria corrió hacia él al verlo luchar con su tía por la pistola, pero en cuanto llegó, vio que Karissa no había fallado el tiro. La sangre cubría el pecho y el abdomen de Caillen mientras luchaba contra la mujer con todas sus fuerzas.
La furia y el terror se unieron en su interior en una combinación mortífera. Toda la rabia de su vida se acumuló: la traición de su tía, el miedo de que Caillen muriera.
Antes de saber qué hacía, agarró a Karissa por el cuello y se lo partió con un sonido que la atravesó de arriba abajo.
Durante un minuto completo después de que la mujer cayera al suelo, nadie se movió.
Horrorizada por lo que había hecho, Desideria se sintió mareada, como si le hubieran arrancado algo del cuerpo.
«He matado a una persona».
Peor, había matado a su propia tía.
—¡Madre! —El grito de Leran finalmente rompió el silencio. Corrió hacia su madre y se dejó caer de rodillas—. Madre…, por favor, háblame. —La estrechó contra su pecho y le rogó que viviera.
Caillen se tambaleó hacia atrás.
—¿Cai? —Desideria fue hacia él, mientras Kara cruzaba el puente para soltar a su hermana.
Las atractivas facciones de Caillen estaban pálidas y deformadas por el dolor.
—Juro que nunca había arriesgado la vida por ninguna mujer que no fueran mis hermanas. ¿Qué tienes tú, cariño, que hace que me vuelva idiota cuando alguien te amenaza?
Se le doblaron las rodillas.
Desideria lo cogió y lo ayudó a tumbarse en el suelo para no empeorar su herida. Le abrió la camisa y luego ahogó un grito al verle el pecho. El rayo le había abierto el costado izquierdo.
—¡Tú, maldita puta! —Leran soltó a su madre y corrió hacia Desideria.
Sin pensárselo dos veces, Desideria se puso en pie, cogió a su prima y la lanzó contra el suelo con tal fuerza que toda la nave tembló.
—Has matado a tu propio padre, pedazo de mierda. La próxima vez que te acerques a mí, será mejor que traigas una bolsa de cadáveres, porque la vas a necesitar.
Tanto su madre como Kara la miraron sorprendidas al oírla.
Desideria abofeteó a Leran y luego volvió con Caillen.
—Quédate conmigo, cariño.
Él tragó saliva soportando el dolor, mientras ella pedía evacuación médica.
Cortó la comunicación y luego lo apretó contra su pecho, mientras su prima reclamaba venganza.
—Oh, cierra el pico, niña quejica. —Sarra cogió la pistola de la mano de Kara, la puso en modo aturdidor y le disparó a su sobrina.
Kara pareció sorprenderse.
—¿No la has matado?
—Oh, no. Quiero tener el placer de verla en prisión, de torturarla hasta que pida una clemencia que no tengo intención de ofrecerle.
Desideria no les prestó atención mientras se centraba en lo que realmente le importaba. Estaba cubierta de la sangre de Caillen y trataba de detener la hemorragia.
—¿Dónde tienes la mochila?
—Estaba tan ocupado tratando de acabar con esto antes de que tú llegaras aquí que la he olvidado.
Ella notó que las lágrimas le llenaban los ojos.
—Debería haberte explicado nuestro plan. Pero no sabía en quién confiar de nuestras tropas y temía que algún traidor avisara a Karissa. —Pero en ese momento deseaba haberse arriesgado. Preferiría ser ella la que estuviera en el suelo—. Si hubiera sabido que ibas a hacer algo tan estúpido…
Él sonrió y luego hizo una mueca de dolor.
—Sólo soy estúpido por ti.
Y había dado su vida para mantenerla a salvo.
—Te amo, Caillen. No te atrevas a morirte. Porque si no, te perseguiré hasta el infierno para machacarte.
—Sólo un cabrón inútil como yo encontraría eso enternecedor.
—No eres un cabrón, ni tampoco inútil. Lo eres todo para mí. —Volvió a activar el comunicador—. ¿Dónde diablos están los médicos?
Caillen adoró el tono de preocupación de su voz. Si tenía que morir, se alegraba de hacerlo en sus brazos. No se le ocurría una mejor manera de entrar en la eternidad que mirando a aquellos hermosos ojos que le habían devuelto el alma.
Por ella, luchó por vivir como nunca antes lo había hecho. Había esperado demasiado tiempo a alguien como Desideria para rendirse tan fácilmente.
Ella no lo soltó hasta que llegaron los médicos. Sólo entonces se apartó para que pudieran hacer su trabajo.
Caillen no dejó de mirarla ni un momento. Ni siquiera cuando le pusieron una mascarilla de oxígeno.
Desideria ahogó un sollozo al verlo en la camilla. Estaba tan pálido y débil…
Incluso así, él le guiñó un ojo. Y cuando habló, sus palabras quedaron atenuadas por la mascarilla, pero aún se entendieron.
—No me voy a morir, encanto. Tengo muchas pupitas para que me las beses, y me debes uno bien grande por el agujero en el pecho.
Ella rio entre las lágrimas que le cerraban la garganta.
—No me haces ninguna gracia. —Se apartó para dejarles más espacio—. Te seguiré hasta el hospital y avisaré a tus hermanas y tu padre.
Los médicos se lo llevaron. Desideria fue a avanzar, pero su madre le cortó el paso.
Alguna emoción que ella no pudo identificar oscurecía los ojos de Sarra cuando se miraron. Era como si su madre estuviera mirando a una desconocida y no supiera qué pensar de ella.
—¿Qué te ha pasado?
Desideria no estaba segura de cómo contestar a eso. La habían perseguido, golpeado, le habían disparado.
Y había aprendido a amar de un modo que nunca había creído posible.
—No tengo tiempo para esto. —Pasó junto a su madre y fue hacia la puerta.
—No tienes mi permiso para marcharte.
Esas palabras y el tono hostil de su voz cayeron sobre Desideria como una bomba ácida. Sus días de sumisión habían terminado. Podía sobre al rato que había sido reina, pero en el fondo sabía la verdad.
Caillen le había dado ese regalo.
Se volvió para devolver la mirada hostil de Sarra con otra igual.
—Ya no soy un miembro de tu Guardia, madre. ¿Recuerdas?, tú me echaste.
—Déjala ir, Sarra —dijo Kara—. De todas formas, sólo es medio qillaq.
Desideria alzó la barbilla, porque esas palabas sólo habían aumentado su furia.
—Y estoy muy orgullosa de ello. —Miró a su tía con los ojos entrecerrados—. Mi padre no fue un traidor. Era un hombre bueno, y le cortaré el cuello a cualquiera que diga lo contrario. También deberías recordar, Kara, que una vez no te arrebaté la vida y otra te la salvé. Ya no soy una niña y no permitiré que ninguna de vosotras me vuelva a tratar como tal. No controláis mi futuro, lo controlo yo.
Su madre se quitó la cadena de oro que siempre llevaba al cuello, una cadena que mantenía sobre el corazón. Al sacársela, Desideria vio que llevaba un anillo colgando. Una piedra púrpura con un escudo de armas grabado brilló bajo la luz. Sarra la miró un momento antes de ofrecérsela.
Desideria frunció el ceño, sin saber si debía cogerla.
—¿Qué es?
Su madre le cogió la mano, le puso el anillo en la palma y le cerró los dedos encima.
—Era el anillo insignia de tu padre. Era un príncipe en su mundo, pero prefirió quedarse conmigo aun sabiendo que nunca lo respetarían, aun sabiendo que no volvería a ver a su familia. —Los ojos se le llenaron de lágrimas y su hija la miró totalmente anonadada—. Tienes razón, Desideria, no traicionó a nuestra gente, pero me traicionó a mí. Me juró que volvería, pero en vez de eso, murió en un estúpido accidente cuando se rompió la tubería de fuel de su nave.
Ella se quedó sin respiración al darse cuenta de que su madre le había mentido sobre la muerte de su padre.
—¿No estaba luchando?
Sarra negó con la cabeza.
—Mi hijo se escapó del campo de entrenamiento donde se hallaba. Estaba solo y yo me sentía aterrorizada por lo que le pudiera pasar. Tu padre fue a buscarlo para traérmelo. Me juró que lo encontraría, y yo sabía que él era el único que podía hacerlo, así que le dejé ir.
—¿Y por qué me has mentido todo este tiempo?
—Eras demasiado joven para entenderlo y no quería que ni tú ni nadie me hiciera preguntas, cuando la mera idea de su muerte era más de lo que yo podía soportar. Eres la única que lo quería tanto como yo, y no quería que lo odiaras por dejarnos. Prefería que me odiaras a mí y que guardaras su recuerdo. Él se lo merece mucho más que yo.
Desideria estaba horrorizada ante la absurda lógica de su madre.
—Permitiste que todos dijeran que era un cobarde. ¿Es eso amor?
Sarra se encogió como si esa pregunta hubiera sido un golpe.
—No soy perfecta, pero pensé que si la gente lo insultaba, eso me haría fuerte.
Eso debía de ser lo más retorcido y desagradable que había oído nunca. Y pensar que permitían a aquella mujer gobernar el planeta…
—No entiendo por qué me estás contando esto ahora.
Su madre miró a Kara antes de contestarle.
—De joven era una estúpida. Puse el deber por delante de la familia. ¿Y qué conseguí con ello? Una hija que ha intentado matarme. Un hijo al que no volveré a ver. Dos hermanas que me desprecian, una hasta tal punto que estaba planeando volarme la cabeza, y la única persona que me amó murió porque me faltó valentía para oponerme a una ley que sabía que era absurda y dejar a mi hijo donde debía estar, a mi lado. Chayden nunca debería haber corrido peligro y tu padre tendría que haber sido el rey que había nacido para ser.
Le puso a Desideria una mano en la mejilla.
—He pensado mucho desde que te fuiste y he estado preocupada por ti en todo momento. Quería ver cómo te iría sola y has superado todas mis expectativas. Nunca he estado más orgullosa de ti. —Suspiró profundamente—. Lo único que me dejó mi madre fue la responsabilidad. Lo que yo quiero darte es la libertad que necesitas para no cometer mis errores. Eres la hija de tu padre. Sólo él me apoyó siempre. Y ahora tú. —Dejó caer la mano—. Ve con tu príncipe, hija. Quédate con él.
—Si lo hace, estará renunciando a su lugar en la línea de sucesión —dijo Kara.
Sarra hizo una mueca de desdén.
—¿Y qué si lo hace? Lo único que a mí me ha reportado ser reina es tristeza. —Se volvió hacia Desideria—. Tú te has rebelado por él cuando hace unos minutos he intentado detenerte. Nunca dejes de hacerlo. —Se apartó para dejarla pasar—. Considérate desheredada.
Desideria notó que comenzaban a caerle las lágrimas. Por primera vez en su vida, no trató de contenerlas.
—Te quiero, madre.
La cogió de la mano y la llevó hacia la puerta.
—¿Qué estás haciendo? —le preguntó la mujer, frunciendo el ceño.
—Tengo una sorpresa para ti.
Sarra se resistía un poco, arrastrando los pies.
—No sé si hoy podré soportar más sorpresas.
Desideria sonrió.
—Confía en mí, esta te va a gustar. —Miró hacia atrás, a Kara—. ¿Podrás ocuparte de Leran y del cuerpo de Karissa?
—No me insultes con esa estúpida pregunta.
Desideria le hubiera replicado con un insulto, pero no valía la pena y no quería perder más tiempo, cuando podía estar con Caillen.
Llevó a su madre fuera del hangar y detuvo un transporte mientras llamaba a la familia de Caillen y les explicaba lo sucedido.
No tardaron en llegar al hospital. Pero con la explosión que Karissa había causado, había un caos total. Fain y Hauk estaban en la abarrotada sala de espera. Al menos, ellos no parecían estar heridos.
En cuanto las vieron, se pusieron en pie y les cedieron el asiento. Desideria miró su ropa ensangrentada, pero la sangre no parecía ser de ellos.
—¿Estáis heridos?
Hauk negó con la cabeza.
—No. Estamos bien.
—¿Cómo os habéis enterado de lo de Caillen?
Ellos intercambiaron una mirada de confusión.
—¿Qué le pasa a Caillen?
—Está gravemente herido. ¿No estáis aquí por él?
Hauk soltó una maldición.
—No. Estamos por Darling. Ha resultado malherido protegiéndola a ella. —Hizo un gesto de enfado hacia su madre—. Porque ella no quiso escuchar a nadie.
Sarra lo miró furiosa.
—¿Cómo te atreves a emplear ese tono conmigo?
—Señora, si alguno de mis amigos muere debido a usted, va a tener que preocuparse de mucho más que de mi tono. Eso téngalo por seguro.
Desideria se interpuso entre ellos.
—No discutamos ahora.
Sarra alzó la barbilla con ademan regio y se sentó mientras continuaba mirando a los dos hermanos Hauk con desdén y comentaba que no le parecían gran cosa.
Antes de que pudiera decir nada más, Chayden se acercó a ellos con una bandeja con bebida. El corazón de Desideria se desbocó, pensando en cómo podría reaccionar su madre.
«Deberías haber pensado en eso antes».
Sí, debería.
—Se les ha acabado la leche, así que tendréis que ser fuertes y beber esto… —Dejó la frase a medias al ver a Desideria y una lenta sonrisa le curvó los labios—. Hola, hermana. ¿Dónde está Dagan?
Las cuerdas vocales de Desideria se atascaron mientras pensaba frenéticamente qué hacer. Cómo decírselo a Sarra.
Sin que se le ocurriera nada mejor, se apartó para que Chayden pudiera ver a su madre. Fain le cogió la bandeja de las manos para que no derramara las bebidas sobre ellos o sobre sí mismo.
Se hizo el silencio mientras la mujer se ponía lentamente en pie.
La expresión del rostro de Chayden decía que no sabía si abrazarla o matarla. Su madre, en cambio, permanecía totalmente inexpresiva. Desideria no tenía ni idea de lo que estaba pensando o de cómo reaccionaría.
Hasta que se acercó a Chayden y lo estrechó en un fuerte abrazo.
Él se quedó quieto, con los brazos separados, aún sin tocarla.
Su mirada de confusión se posó primero en los Hauk y después en Desideria.
Su madre seguía abrazándolo y se mecía levemente de un lado al otro.
—Te pareces tanto a tu padre que por un instante he pensado estar viéndolo de nuevo.
Decir eso fue un error. Chayden casi la apartó de un empujón.
—No me vengas nunca con esa mierda. —Volvió su furiosa mirada hacia Desideria—. No tenías ningún derecho a traerla aquí sin preguntármelo primero.
—He pensado que te gustaría.
—Tanto como que me arranquen las uñas… cosa que me hicieron un par de veces cuando estaba en el campo de internamiento de Qillaq.
Su madre se puso pálida.
—¿Qué?
—Oh, no me vengas con esas. ¿Crees que me largué porque todo era de color de rosa? Seguro que no eres tan estúpida.
—Dio otro paso atrás—. Me marcho de aquí. Hauk, llámame después para decirme cómo está Darling. —Se volvió y fue hacia la puerta.
Su madre corrió tras él.
Desideria se dispuso a seguirlos, pero Fain la cogió por el brazo.
—Déjalos que se arreglen entre ellos.
—Sí, pero…
—Sin peros, princesa. Te lo dice un repudiado por su familia. Chayden tiene que enfrentarse a la situación. Es duro volver a aceptar a alguien en tu vida después de que te haya echado a la calle.
Como ella no tenía ninguna experiencia en una situación como la de su hermano, asintió ante lo que decía Fain. Pero cuando su madre ya llevaba fuera más de veinte minutos, empezó a preocuparse de nuevo.
—No crees que la haya matado, ¿verdad?
Hauk tiró su taza en la papelera.
—Yo estaba empezando a pensar lo mismo. Vamos a ver dónde están.
Cruzaron la sala y atravesaron las puertas electrónicas. Al principio, Desideria no los vio, pero cuando uno de los transportes se marchó, los distinguió al lado del edificio. Su madre parecía ser la que hablaba, mientras que Chayden la escuchaba con una expresión imposible de descifrar. La única pista era un tic en el mentón.
Su madre se volvió, miró a Desideria y luego le dijo algo más a Chayden.
Este asintió y se marchó.
Sarra cruzó los brazos sobre el pecho y se dirigió hacia donde estaban Hauk y Desideria.
—¿Va todo bien? —preguntó Desideria cuando su madre se reunió con ellos.
—Bien sería decir mucho, pero está dispuesto a hablar conmigo dentro de unos días, así que no todo es malo. ¿Cómo lo has encontrado?
Ella se encogió de hombros.
—Es amigo de Caillen.
Sarra negó con la cabeza.
—Así que le debo que haya mantenido con vida a mi hija, que me haya salvado el trono y ahora también tener una segunda oportunidad con mi hijo… ¿Qué otros milagros es capaz de hacer?
Hauk soltó una resonante carcajada.
—Créame, Dagan no es ningún santo.
Eso sin duda era cierto.
—No, pero es un héroe de guerra. Ha salvado dos tronos…
Fain llegó corriendo.
—Dagan ha salido del quirófano y pregunta por ti.
Desideria salió corriendo y buscó a una enfermera que la acompañara a la habitación de Caillen. Esta, estéril y fría, no era mayor que su pequeño dormitorio. Él yacía en la cama, conectado a más monitores de los que ella había visto nunca. Lo cubría una manta blanca.
—No lo altere —le advirtió la enfermera a Desideria—. Tiene que mantener la presión sanguínea baja.
Ella asintió con un gesto antes de entrar del todo en la habitación. Aunque llevaba una mascarilla de oxígeno, Caillen sonrió.
—Eh, guapa.
Aliviada al verlo vivo y despierto, Desideria le cogió la mano.
—¿Cómo te encuentras?
—Como si me hubieran pasado la pierna por un rallador, me hubieran rajado el culo y luego disparado en el pecho. —Frunció el ceño al verle el anillo en el dedo—. ¿Te has casado mientras yo estaba fuera de juego?
—Era de mi padre. Me lo ha dado mi madre.
—¿De verdad?
Ella asintió.
—Creo que está empezando a aceptar las cosas.
—Ah, Dios, estoy muerto, ¿no?
Desideria soltó un resoplido irritado.
—Deja de ser tan melodramático, nenaza.
—Dejaré de serlo si me prometes que no…
—Que no ¿qué?
—Que no dejarás de quererme. —Su tono de voz hizo que a Desideria se le llenaran los ojos de lágrimas. Había percibido temor y una gran vulnerabilidad.
—No te preocupes, Cai. No hay manera de que pueda vivir sin ti.
Él se apartó la máscara y le besó la mano.
—Eso te lo haré cumplir.
—¿Y es la única cosa que me harás cumplir?
Él rio malicioso.
—No. Aún hay pupitas que besar.
—Bueno, en ese caso… será mejor que empiece por los labios.
A Caillen le dio vueltas la cabeza en cuanto Desideria lo besó. Entre todas las cosas que le habían pasado en la vida, nunca había esperado conocer a alguien como ella. Nunca había esperado sentirse tan vivo cuando se hallaba a un paso de la muerte. Pero mientras saboreaba el beso, por primera vez en su vida miró el futuro con esperanza.
Tenía un objetivo. Hacer que se quedara con él hasta el día en que la muerte los separara. Nunca nadie volvería a interponerse entre ellos.
—Cásate conmigo, Desideria.
Ella le rozó la mejilla con la nariz antes de susurrarle al oído.
—Sin duda.