leagueTop21

Desideria se quedó tan perpleja que ni siquiera fue capaz de parpadear hasta que Chayden y Fain hubieron entrado corriendo en el puente.

El pirata se detuvo vacilante cuando vio lo que la tenía paralizada. Incluso con la máscara en el rostro, era evidente que había palidecido y que tenía los ojos llenos de pánico.

Caillen se puso en pie, sacó la pistola de rayos y apuntó a Chayden a la cabeza.

Fain frenó derrapando y los miró ceñudo a los dos.

—¿Qué ocurre?

Sin hacer caso de la pregunta, Chayden alzó las manos.

—Guau, colega. No es lo que piensas.

Con el pulgar, Caillen cambió el modo de su pistola de rayos de aturdir a matar. El láser de la mirilla no se movió de la frente de Chayden.

Desideria no había visto en toda su vida a nadie con una mano más firme. Caillen tenía una pose sexy y temible mientras miraba furioso al otro, buscando venganza por haber invadido la intimidad de ella.

—Mejor que no lo sea.

Desideria apartó la vista de la pantalla, que mostraba todos los detalles de la vida de su madre y la suya, además de las de sus hermanas, y la posó en Chayden.

Este se bajó la capucha y la máscara para que pudieran ver la sinceridad en su cara.

—No vas a creerme, ya sé que no, pero te juro por los dioses a los que adoro que es la verdad. Ella también era mi madre. —Hizo un gesto señalando los archivos—. Evidentemente, he estado reuniendo todo…

—¿Por qué? —preguntó Desideria, interrumpiéndolo—. ¿Por qué nos espiabas así?

Chayden no contestó hasta que Caillen apretó un poco el gatillo para hacerle saber que no tendría escrúpulos en quitarle la vida si la había traicionado.

—Tienes que responder, Chay. Ahora. Y nada de mentiras.

El otro hizo un gesto de nerviosismo.

—Quería sentirme ligado a mi familia aunque sólo fuera desde la distancia. Era una estupidez, lo sé. Pero cuando estás solo en el universo, buscas algo aunque no tenga demasiado sentido hacerlo.

Su agitación resultaba evidente en sus ojos cuando miró a Desideria.

—No tienes ni idea de lo aislado que te sientes cuando tu propia madre te odia por algo que no puedes evitar y no quiere saber nada de ti. No quieres reclamar su atención ni la del resto de tu familia, porque no sabes si te aceptarán, así que te mantienes a distancia y te imaginas cómo sería si tu familia pudiera ser normal, aunque sólo fuera por una fracción de segundo. —Miró la foto de su madre—. Cuando oí que había muerto y me di cuenta de que tú no eras quien la había matado, abrí los archivos para poder confeccionar una lista de sospechosos. Por desgracia, es larga; nadie debería tener tantos enemigos. Pero conociendo a nuestra madre, no me sorprende mucho.

Desideria se quedó sin respiración cuando todas esas explicaciones tan inesperadas la golpearon como puños. Aquello era, con mucho, lo último que esperaba oír de él.

No era posible que fuera su hermano…

¿O sí?

—Una trola —soltó Caillen—, no me creo ni una palabra.

Chayden inclinó la cabeza hacia el monitor.

—La foto de mi padre también está ahí. Ve pasando el archivo y Desideria lo reconocerá en cuanto lo vea.

Con la pistola aún apuntándolo, Caillen se apartó del ordenador para que Desideria pudiera ocupar su lugar y revisara los archivos. En cuanto comenzó a abrirlos, sus sospechas aumentaron. Chayden tenía catalogado todo lo referente a su familia. La verdad, resultaba inquietante y desconcertante… Le recordó el dosier que un asesino reuniría para emplear contra un objetivo. Incluso tenía los resultados de sus exámenes de la escuela y su reciente promoción. Artículos sobre su madre y transmisiones privadas entre esta y alguna de sus consejeras. Todo lo que necesitaba para matarlas a todas.

Tardó varios minutos en encontrar la fotografía de un hombre entre la gran cantidad que había. Pero como él había dicho, supo la verdad en cuanto lo vio. No había la más mínima duda.

¿Cómo no había notado antes el parecido? Pero la foto que más la afectó fue la que vino después…

Chayden había manipulado una foto de Desideria y sus hermanas para incluirse también él en ella. Sintió que la invadía una inmensa pena porque hubiera tenido que llegar a eso para tener una familia. No se lo mencionó ni a Caillen ni a los otros. No hacía falta avergonzarlo. Cerró el fichero.

Con el corazón latiéndole con fuerza, se volvió hacia Chayden y la verdad de su identidad la golpeó con tanta fuerza que se quedó sin aliento. Le bajó el brazo a Caillen para que dejara de apuntarle.

Miró sin dar crédito. Era su hermano, de padre y madre.

La cabeza le dio vueltas al tratar de unir esas nuevas piezas de su vida y aceptar quién era Chayden en realidad.

—No lo entiendo.

—Sí, sí lo entiendes. Soy un heredero varón. El primogénito y sólo medio qill. Madre no podía permitirse tenerme por allí por si ponía en cuestión su legitimidad o creaba confusión en la línea sucesoria.

Pero eso no lo convertía en heredero. Sólo su hija podía reinar.

De repente, se sintió estúpida. La hija de Chayden, de tener una, podría solicitar luchar por el trono. Otra «no» qillaq para avergonzar a su madre, y una que aún tendría menos sangre qillaq que ella…

Sí, eso tenía sentido. Sarra nunca permitiría que la hija de su hijo reinara. Y además no toleraba a los hombres. Sobre todo a los que eran tan fuertes como Chayden. Si ya cuando era niño mostraba algo de esa aura depredadora que emanaba de él, veía fácilmente a su madre desterrándolo por eso.

Aun así, no entendía cómo su hermano había acabado siendo un pirata renegado.

—¿Cómo te hiciste tavali?

La tristeza inundó sus ojos.

—De niño me escapé y me recogió uno de la orden. Fue lo más parecido a un padre que he tenido. Él me enseñó el negocio y yo lo continué tras su muerte.

—Pero ¿por qué te escapaste?

Él soltó una amarga carcajada con la que mostraba que esa pregunta era ridícula.

—Si hubieras visto alguna vez cómo tratan a los hombres desterrados, no lo preguntarías. Baste decir que era más fácil vivir en las calles que donde madre me había metido.

Eso podía creerlo. Dado lo que les habían hecho a sus hermanas y a ella, podía imaginarse lo mucho peor que habría sido su agujero. Pero eso aún no explicaba por qué estaba allí y sus acciones de las últimas horas.

—¿Por qué me estás ayudando?

Él se encogió de hombros.

—Eres mi hermana.

Como si eso significara algo.

—Pero no me conoces.

—No, y cuando me di cuenta de quién eras, estaba dispuesto a dejar que la Liga te atrapara. Para ser sincero, os he odiado a todas toda mi vida. Pero tú no eres como las otras, y eso es un cumplido. —Hizo un gesto señalando los monitores—. Sin embargo, este no es el momento de sacar todo esto. Necesitamos salir de aquí mientras aún conservamos todas las partes del cuerpo, sobre todo la cabeza.

Caillen se apartó más para permitirle que tomara los controles y Desideria le dejó paso.

Ella no dijo nada mientras procesaba toda esa nueva información. Sabía que tenía un hermano, pero nunca había esperado encontrárselo. Sobre todo de esa manera.

Tenía tantas preguntas, había tantas cosas que quería saber sobre él y su vida. Qué había hecho. Cómo había sobrevivido…

«Sí que es mi hermano».

Se parecía muchísimo a su padre. Hacía que la cabeza le diera vueltas.

Caillen frunció el ceño mientras Desideria seguía en silencio.

Parecía estar bajo una fuerte impresión y se la veía muy pálida.

—¿Estás bien?

—No estoy segura de nada.

—Sé cómo te sientes. Tienes el mismo aspecto de ir a vomitar que seguro que tuve yo cuando me dijeron que era un príncipe. Náuseas, ¿verdad?

Sí. Sin duda.

Y no sabía qué pensar de su hermano, que estaba arriesgando la vida por salvarla. Narcissa nunca haría algo así. La mayoría de los días la odiaba profundamente, y Gwen no era mucho mejor. Pero sabiendo la verdad, entendía por qué Chayden le había resultado tan familiar. Había algo en sus movimientos y en sus gestos que le recordaba a su padre.

La cadencia de su voz. El acento era diferente, pero la inflexión y el tono se parecían mucho.

«Es mi hermano».

La frase no paraba de repetírsele en la cabeza.

Fain pasó junto a ellos para sentarse, mientras que Hauk se quedó en la parte superior de la nave, cerca de los cañones, por si acaso, algo que se estaba convirtiendo en su nuevo mantra.

—Abrochaos el cinturón —advirtió Fain.

Desideria y Caillen lo hicieron, mientras Chayden aceleraba los motores; despegó y voló entre andanadas de fuego de los agentes exeterios, que ya habían llegado. Ella gruñó mientras la nave rodaba para alcanzar la estrecha abertura de las puertas del muelle.

—¿Sabes?, disfrutaba volando hasta que os conocí —comentó—. Ahora no estoy tan segura de querer volver a hacerlo nunca.

Caillen rio.

—Piensa que estás en una atracción de feria.

—Lo haría, pero en esas también vomito.

Fain le pasó una bolsa.

—Asegúrate de que lo metes dentro. Si fallas, que le caiga a Caillen y no a mí. Si no, me uniré a ti.

—Y yo os lanzaré a todos por la escotilla —masculló Chayden, mientras hacía ascender la nave—. Hatajo de nenazas.

Desideria negó con la cabeza ante su tono.

Hauk devolvía el fuego mientras Chayden bajaba en picado entre los perseguidores y lanzaba la nave al hiperespacio. A Desideria le daba vueltas la cabeza por el salvaje viaje y su reciente impresión; por la expresión en el rostro de Caillen, vio que este también estaba tratando de digerir ese nuevo giro del destino.

Pero debían olvidar a Chayden de momento, tenían un problema peor con la muerte de su tío.

Nadie creería que ellos no lo hubieran hecho también. ¿Quién podría limpiar sus nombres?

—¿Qué vamos a hacer? —le preguntó a Caillen.

—No tengo ni idea. Esto era lo mejor que se me había ocurrido. Pero en este momento… estoy vacío.

Chayden soltó un bufido.

—En circunstancias normales, me aprovecharía de ese comentario. Te salvas porque estoy ocupado con la experiencia cercana a la muerte que tengo ante mí.

Fain soltó una palabrota mientras se recostaba en su asiento. Abrió las noticias en el monitor y lo pasó a la pantalla grande para que todos pudieran verlas.

—Estaba buscando las órdenes de arresto o asesinato que debe de haber sobre nosotros y mirad lo que he encontrado.

Abrió el canal.

La presentadora era una chica menuda, de cabello castaño, con un brillo malicioso en los ojos que indicaba que disfrutaba un poco demasiado de su trabajo.

—Esto está llegando en directo, en este mismo instante… Vosotros sois los primeros en oírlo mientras está ocurriendo en Exeter. El príncipe Caillen ha sido visto hace sólo unos momentos saliendo del palacio de su padre, donde su tío, el emperador en funciones, ha sido hallado muerto junto con su principal consejero. Al parecer, su alteza está en un tour asesino mientras la Liga trata de identificar su siguiente posible objetivo para detenerlo antes de que vuelva a matar.

Desideria se quedó boquiabierta.

—¿Cómo pueden tenerlo tan rápido?

—Nada se mueve más de prisa que los medios. —Fain cambió a otro reportaje en otra frecuencia—. Realmente, parece que hayan contratado a un publicista para condenaros a ambos. Yo no podría conseguir tanta cobertura mediática ni aunque me pintara de rosa y saliera corriendo desnudo por el vestíbulo principal de la Liga con una bomba atada a la espalda.

Desideria se habría reído si la situación hubiera sido un poco menos peliaguda. Frunció el ceño mientras una mujer más o menos de su edad, vestida con las túnicas reales exeterias, salía ante los periodistas con una triste expresión en el rostro. Tras ella se hallaban varios miembros de la Guardia de la madre de Desideria, pero lo más impactante era la presencia de Kara…

¿Por qué estaba allí su tía? ¿Y con aquella extraña indumentaria? Kara parecía más de la gente de Caillen que de la suya. La expresión de la mujer más joven era amarga mientras se dirigía a los periodistas allí reunidos. La banda bajo su rostro la identificaba como Leran de Orczy.

—Con gran pesar, informo de las acciones de mi primo. Mi padre era un buen hombre y no merecía morir así más de lo que se lo merecía mi tío Evzen. Aunque sea lo último que haga, juro que lograré que se haga justicia y no descansaré hasta tener en la mano el corazón del príncipe Caillen. La Liga ha puesto precio a su cabeza y lo hemos aumentado con fondos exeterios. Quien acabe con sus asesinatos y su vida se convertirá en un hombre rico y tendrá mi eterna gratitud.

Perpleja, Desideria miró a Caillen, que estaba tan pálido como ella.

¿Había oído bien?

Él la miró a los ojos y ella vio la furia que ardía en su interior. Esa furia hizo que se le erizara el vello de la nuca. Era la mirada que el ángel de la muerte debía de tener cuando iba a reclamar el alma de alguna persona.

Sin decir nada, Caillen se soltó y se puso ante el teclado del ordenador, apartando a Fain. Aisló a Kara de entre la gente y amplió la foto.

—¿Alguien sabe quién es? —preguntó en un tono tan frío que a punto estuvo de dejarlos helados a todos.

—Es mi tía —contestó Desideria, confusa por su furia—. ¿Por qué?

Antes de que él pudiera responder, se le adelantó Chayden.

—Es la mujer que me contrató como tirador contra los qills.

Caillen notó que se le detenía el corazón, mientras aquella bomba inesperada le estallaba en plena cara.

—¿Qué?

El otro señaló la imagen.

—Vino a Tavali Norte el año pasado y nos pagó una bonita suma para que atacáramos a los qills usando una bandera de Trimutian.

Desideria se quedó horrorizada.

—¿Y por qué harías algo así?

—Porque era mucho dinero y yo soy un cabrón mercenario. Además de que me encantaba saquear tierras y naves qill. Una buen venganza, así que estuve bien dispuesto a hacerlo.

Caillen lo miró divertido.

—¿Y no le preguntaste por qué quería que hicieras eso?

—No me importaba demasiado. Sabía que era mi tía, pero no le dije nada, ya que ella no me reconoció a mí. Supuse que sus pagos estaban autorizados por mi madre para comenzar una guerra y así poder quedarse con los recursos trimutianos con el respaldo de la Liga.

Lo mismo que había pensado Caillen, pero entonces…

Allí había mucho más. Se volvió hacia el rostro que lo había perseguido en sus pesadillas durante años.

—Por cierto, esa es la puta que mató a mi padre cuando yo era niño.

Todos los ojos se volvieron hacia él.

—¿Qué? —exclamó Fain.

Caillen miró el frío rostro de la mujer. Sí, había envejecido, pero él tenía sus rasgos grabados a fuego en la memoria. ¿Cómo iba a olvidar a quien había destrozado su infancia, había arruinado a sus hermanas y había asesinado al único padre que había conocido de niño?

—Estaba en el callejón cuando lo mataron. Ella y el asesino se fueron juntos.

—¿Estás seguro? —preguntó Chayden.

Él asintió lentamente.

—No puede ser —replicó Desideria, frunciendo el ceño—. Kara no habría… —Su voz se fue apagando cuando la joven cogió la mano de su tía y la acercó, antes de responder a las preguntas de los periodistas.

—Mi madre y yo queremos comprometemos a honrar la labor de mi padre. Ya he hablado con mi prima Narcissa, que es la regente de Qillaq hasta la coronación de una nueva reina, y ella ha ofrecido a su mejor gente para ayudarnos a localizar a los asesinos de nuestros padres y llevarlos ante la justicia lo más rápido posible. Tengan sangre real o no, Desideria y Caillen pagarán por sus crímenes.

Desideria se quedó helada al darse cuenta de quién era realmente la mujer mayor.

—Esa no es Kara, es su gemela, Karissa. —La que se casó con un extraplanetario…

—¿Tu tía estaba casada con mi tío? —El tono de Caillen era grave y siniestro.

—Sí —confirmó Chayden—. No tenía ninguna foto de ella, ni nunca la tuve muy presente, pero lo recuerdo ahora.

Hauk les habló por el intercomunicador.

—¿Estáis pensando lo mismo que yo?

—Sí —contestó Fain con ironía—. Y estamos jodidos.

Caillen tardó un minuto en poder responder a esa pregunta. El montón de ideas que le daban vueltas en la cabeza lo estaban marcando.

—Karissa pagó para que me mataran de niño.

Hauk carraspeó.

—Sí, vamos por el mismo camino.

El ceño de Desideria se hizo más profundo.

—¿Por qué?

Caillen se paró a pensar un momento; se frotó la frente cuando todas las piezas encajaron y finalmente entendió toda una vida de extrañezas. Cosas que habían parecido coincidencias adquirían ahora un nuevo sentido para él.

—¿No lo ves? Si me quitaba de en medio, su hija estaría en la línea de sucesión para heredar el imperio de mi padre.

Desideria negó con la cabeza, incapaz aún de aceptarlo.

—Mírala. Es más joven que yo. No habría nacido todavía cuando te raptaron.

Chayden soltó una maldición.

—No esta, pero… —Buscó un archivo y puso en pantalla un obituario junto a la foto de Karissa. Miró a Caillen—. Tenía otra hija, una mayor. Murió en un accidente cuando era adolescente, cuando tú debías de tener unos tres años.

—No mucho después de que me raptaran.

Chayden asintió secamente.

—No sabía que Kara tuviera una hermana gemela. Lo único que había descubierto era que la reina tenía otra hermana que se había casado fuera. No había ningún registro de su nacimiento o de que fueran gemelas, porque las qills no creen que los nacimientos sean importantes. Sólo registran cuando alguien pasa a ser adulto, lo que no les ocurrió a la vez, debido a la ley qillaq. —Se dio una palmada en la frente—. No puedo creer que nunca se me ocurriera comprobar la identidad de las mujeres de las fotos.

Pero ¿quién podía culparlo? Como había dicho, si no se sabía que eran gemelas, informe lo diría.

Desideria dejó escapar un largo suspiro.

—No habría servido de nada aunque lo hubieras comprobado. Toda la historia de Karissa, igual que la tuya, debió de ser borrada en el momento en que dejó Qillaq para irse a Exeter. Por eso mismo nadie nos dijo nunca a qué planeta se había ido. Para nuestra gente eso es irrelevante.

La expresión de Chayden decía que se consideraba un completo imbécil por no haber visto antes todo eso.

—Como no sabía que tenía una hermana gemela, supuse que era Kara quien me había contratado en nombre de su hermana para iniciar una guerra. Pero ahora apostaría a que fue Karissa. Culpar a los trimutianos y luego dar el golpe cuando la reina está ocupada con la guerra… Qué estúpido soy… —Fue bajando la voz mientras fruncía las cejas enfurecido—. A no ser…

—¿A no ser qué? —preguntó Desideria.

—Estamos suponiendo que Karissa trabajaba sola con su hija. Pero ¿y si no fuera así?

Desideria se quedó helada al darse cuenta de toda la magnitud de la pesadilla, y la conversación que había oído volvió a perseguirla.

Chayden tenía razón. Cuanto más lo pensaba, más sentido tenía. ¿Por qué iba Karissa a conspirar sola?

—Kara y ella podían llevar años preparando este golpe. —Las implicaciones se le iban haciendo más claras mientras recordaba toda una vida de abusos por parte de su tía.

¿Y si esta no se hubiera ofrecido voluntaria para entrenarlas por pura bondad? ¿Y si se hubiera ofrecido para que no pudieran ocupar el puesto de su madre? Sí, era Narcissa la que había estado allí, pero Kara había preparado el escenario de esas muertes. Quizá su hermana sólo fuera su instrumento.

—¿Y si Karissa hubiera estado compinchada también con mi tía Kara?

¿Por qué no había pensado antes en eso?

Fain soltó un suave silbido.

—Gemelas gobernando un imperio dual. Juntas serían una fuerza impresionante. Nadie podría luchar contra ellas. Ni siquiera la Liga.

Chayden negó con la cabeza.

—Sobre todo con los recursos de Trimutian a su alcance. Si se hacían también con ese imperio, poseerían todo el sector Frezis.

Desideria se pasó los dedos por el pelo al ir comprendiendo la situación.

—Pero ¿cómo podemos demostrar todo esto? Nadie nos creerá nunca.

Antes de que le pudieran contestar, un disparo hizo que la nave se sacudiera.

Caillen salió volando y Chayden se irguió en su silla para responder al ataque de la nave que les disparaba.

—¿Cómo diablos nos encuentran siempre?

Fain miró a Desideria.

—¿Llevas chivato?

—¿Perdona?

—¿Tienes un chip localizador implantado en el cuerpo? —volvió a preguntar.

Caillen soltó una fea palabrota. Ella ni siquiera sabía de lo que le hablaban.

No era Desideria quien lo llevaba. Los qills no empleaban esa tecnología. En cambio, su gente…

—Ella no. Pero ¿os apostáis algo a que yo sí?

Fain lo miró sorprendido mientras se levantaba.

—Cuando te arrestaron.

Él asintió.

—Sabes que me chivataron. —Era el protocolo estándar—. Ni siquiera había pensado en ello. —Maldita fuera, debería haberlo hecho, pero nunca antes lo habían arrestado y durante las últimas semanas había tenido muchas más cosas en la cabeza.

Su padre. Los intentos de asesinato. Y luego los atributos exquisitos y extremadamente atractivos de Desideria. Todo eso se había combinado para mantener su pensamiento en otras cosas en vez de en la posibilidad de que llevara un chivato.

Chayden negó con la cabeza.

—Sí, pero mis inhibidores deberían bloquearlo e impedir que nos encontraran.

Caillen no estaba tan seguro.

—¿Cuáles llevas?

X-Qs. ¿Por qué?

Eran los mejores, pensó Caillen. Pero no eran perfectos.

—Si mi chip está en una frecuencia TR…

Chayden gruñó.

—Eso es. Por eso nos localizan.

Y también había sido como el asesino los había podido encontrar en la colonia andarion. Agh, qué estúpido había sido por no verlo antes. Por eso los habían seguido hasta allí. De no ser por los espejos, seguramente Desideria y él estarían muertos.

Y todo porque él era un imbécil.

—¿Tienes un escáner médico a bordo? —preguntó Caillen.

Chayden señaló la pared con un gesto de la barbilla.

—En el panel médico a tu espalda hay una bolsa donde debería haber uno.

Caillen fue hacia allí, mientras Chayden hacía todo lo posible por esquivar a su nuevo compañero y Hauk trataba de reducir a sus enemigos a basura espacial.

Desideria se acercó a Caillen para ayudarlo a buscar la bolsa con el escáner y así poder escapar de ese último incordio y, con suerte, evitar los siguientes. Qué maravilloso sería tener cinco minutos de paz sin nadie que intentara matarlos.

Él se paró un instante al ver su expresión compungida. ¿Cómo podía ser tan hermosa y tan vulnerable al mismo tiempo? Hacía que deseara protegerla. Llevarla lejos de todo aquello, abrazarla y hacerle el amor hasta que volviera a sonreír.

—Lo siento.

—¿El qué?

—Haberte metido en este lío.

Desideria le ofreció el tipo de sonrisa que hacía revivir su polla a pesar del peligro en que se hallaban.

—Fue mi tía quien lo hizo, no tú. De todas formas, habría ido detrás de ambos. La verdad, me alegro de haberte tirado a aquella cápsula y saltar sobre ti.

Caillen sonrió, se acercó más e inhaló el suave aroma de su cabello, mientras una imagen de ella desnuda debajo de él lo atormentaba como el recuerdo más precioso de su vida. Incluso en medio de todo aquel caos y a pesar de que podía morir en cualquier momento, la presencia de Desideria lo reconfortaba.

Era su aliento. Su mundo.

Y no quería perderla. En muy poco tiempo había llegado a significar mucho para él. Antes no lo había entendido, pero era innegable que ni siquiera podía pensar en que se marchara sin que un intenso dolor se le clavara en el pecho.

«Sabes que no puede quedarse contigo».

Se negó a pensar en eso. Le pasó el escáner que por fin había encontrado, debajo y no dentro de la bolsa que Chayden había mencionado.

—Busca el chip, milady.

Desideria cogió el aparato y se lo pasó por el cuerpo. Caillen esperó la señal que le dijera dónde lo tenía, pero no la oyó. Después de unos segundos de escanearlo de arriba abajo, ella se enderezó.

—No detecta nada.

Caillen frunció el ceño.

—Tiene que estar.

—Compruébalo tú mismo. —Le pasó el escáner.

Él miró las lecturas y trató de encontrar algo que Desideria pudiera haber pasado por alto, pero al final tuvo que admitir la verdad.

Tenía razón.

Debía de llevarlo ella, después de todo. Borró las lecturas y se lo pasó por el cuerpo.

También dio negativo.

«Es imposible…».

—No puede estar bien. —Miró a Chayden—. Tu escáner está estropeado.

El otro se irritó.

—Mi escáner no está estropeado.

—Pues tiene que estarlo, porque en ninguno de los dos ha localizado nada.

Chayden lo miró molesto.

—Al escáner no le pasa nada. Lo recalibré hace unos días.

—Guau, realmente no tienes vida, ¿verdad?

Chayden replicó con un gesto obsceno por encima del hombro, antes de hacer descender la nave en picado para esquivar el fuego.

—¿Te has revisado el culo?

Caillen puso los ojos en blanco ante la sugerencia.

—No va a estar ahí.

—Sí podría estar. —Chayden rio malicioso—. Piénsalo bien. ¿Cuál es el lugar donde un prisionero fugado no podría quitárselo y el único sitio donde podrían ponértelo sin que te enteraras? En la grasa del culo, amigo mío. Grasa-del-culo.

Caillen soltó un gruñido al darse cuenta de que el pirata tenía razón. ¿Qué mejor lugar que ese?

El culo. De hecho, la grasa serviría incluso para amplificar la señal.

Sí, tenía sentido.

Maldijo su suerte y le devolvió el escáner a Desideria, poniéndose de espaldas a ella. No sonó mientras se lo pasaba por los hombros y la columna, pero un segundo después, al acercarse a las nalgas, se oyó el sonido de localización del chip.

Increíble. Lo tenía justo en la parte más carnosa de la nalga izquierda. Claro. ¿Dónde si no iba a estar? Y, pensándolo bien, recordaba haberse despertado con el culo dolorido el día después de su arresto. En aquel momento, supuso que le habrían dado una patada o que lo habrían tirado al suelo con fuerza.

Debería haberlo supuesto.

Un puto chivato.

—¿Cuándo acabarán las humillaciones?

Fain resopló.

—Eh, alégrate de tener aquí a tu chica. Si no, tiraríamos tu carcasa por la escotilla antes que tener que escarbarte en la nalga.

Lo peor era que Caillen le creía.

Le pasó a Desideria un pequeño bisturí láser del botiquín y se encogió por dentro al pensar en lo que estaba a punto de hacerle.

—¿Te ves capaz?

—Mientras no nos alcance ningún disparo.

Caillen miró fijamente al piloto.

—Mantente firme, Chay.

—No puedo prometerte nada y no quiero responsabilidades por tu idiotez, su torpeza o cualquier herida que mi mala suerte, inusual ineptitud y/o permanente estupidez puedan causarte.

Una bonita limitación de responsabilidad legal. Cabrón de mierda. Debería haber sido abogado en vez de pirata.

—Te arrancaré la piel como me mutiles de por vida. Y si me muero, te rondaré y sobrecargaré tus circuitos eléctricos cuando más los necesites.

Dicho esto, volvió a mirar a Desideria, que tenía una expresión preocupada. Era la mujer más hermosa que había conocido. Nunca antes había confiado en nadie como lo estaba confiando en ella en ese momento. Con su vida.

—Por el amor de Dios, no estornudes, y si tienes algo contra mí por cualquier motivo, real o imaginario, te pido mil disculpas y juro que no volveré a hacerlo.

—No te preocupes, Caillen. Tendré cuidado.

Eso esperaba. Pero aquel malicioso brillo en sus ojos y aquella sonrisita en sus labios le hicieron preguntarse si se iba a tumbar como un gallo y se iba a levantar convertido en gallina.

«No seas tan paranoico. Puedes confiar en ella».

Se tumbó en el suelo, se desabrochó la bragueta y se bajó los pantalones hasta las caderas. Desideria cogió el bisturí con tal fuerza que se le pusieron los nudillos blancos. Estaba aterrorizada, y Caillen esperaba que eso significara que sentía al menos una fracción de lo que él sentía por ella.

Le guiñó un ojo para animarla.

—Pero luego me das un besito para curarlo, ¿eh, nena? Y me parecerá bien sea cual sea el resultado.

Desideria soltó un gruñido ante esas bromas. ¿Es que Caillen nunca se tomaba nada en serio? Pero bien pensado, lo adoraba justo por eso. Con el corazón latiéndole acelerado por los nervios, le bajó los pantalones lo suficiente como para poder alcanzar el lugar donde le habían insertado el chip, pero al mismo tiempo mantenerlo lo bastante vestido como para que no se sintiera avergonzado delante de los otros.

—¿Y qué tamaño tiene esa cosa?

Chayden hizo un sonido de fastidio.

—¿Sabes?, esa no es una pregunta que me guste oír que mi hermana pequeña le hace a un hombre. Sobre todo a uno al que considero mi amigo, mientras está tirado en mi suelo con el culo al aire.

Hauk y Fain se echaron a reír.

A Desideria en cambio no le hizo ninguna gracia.

—Recuerda, hermano: en este momento soy la única que tiene un arma en la mano.

Caillen miró a Chayden enfadado.

—En serio, Chay, ¿por qué no te concentras en la gente que está tratando de matarnos? Te lo agradecería, punk. —Luego la miró a ella—. Más o menos, el tamaño de la uña de tu meñique.

Fain rio de nuevo.

—Mierda, debería haber grabado esa respuesta para pasarla en todas las fiestas hasta el día de mi muerte.

Desideria no podía creer lo malos que estaban siendo, dada la gravedad de la situación.

Caillen miró enfadado al andarion antes de acabar de darle a ella sus instrucciones.

—No debería estar a más de unos pocos centímetros de profundidad. Si estuviese más adentro, no emitiría una señal lo bastante intensa para ser detectada.

Ella fue a hacerle una pequeña incisión en la piel, pero justo cuando acercaba el bisturí, la nave se sacudió de lado al recibir un impacto. Desideria soltó un grito mientras conseguía no cortar a Caillen sólo por los pelos. Un segundo más y le habría hecho daño.

«Podría matarlo con esto…».

Esa idea hizo que le temblaran las manos.

¿Cómo iba a poder hacerlo? Un desliz y…

Él le cubrió la mano con la suya y se volvió para mirarla. Sus ojos oscuros le transmitieron lo único que ella sabía que Caillen no daba con facilidad: su confianza.

—Lo puedes hacer, nena. Tengo fe en ti.

Esas palabras le pusieron un nudo en la garganta, porque ella sabía lo sinceras y poco frecuentes que eran. Y era una confianza que no tenía ninguna intención de traicionar.

Asintió y se acercó de nuevo. Si no le sacaba ese chip, todos ellos serían una diana ambulante.

Pero sobre todo podrían localizar a Caillen y acabar con él donde quisieran.

«Tengo que hacerlo».

Inspiró hondo e hizo una incisión.

Él se quedó rígido, pero no hizo ningún sonido mientras, con mucho cuidado, Desideria le extraía el chip del cuerpo. Parecía una alubia de plata ensangrentada. Como Caillen había dicho, tenía el tamaño de la uña de su meñique, y de la parte superior le salía un fino cable.

Fain le lanzó un pequeño paquete de coagulante esterilizado para la herida. Ella se lo aplicó y luego le dio una amable palmadita a Caillen en la intacta nalga derecha para no hacerle daño.

—Ya está, guapo.

Él hizo una mueca de desagrado, se subió los pantalones y se los abrochó.

—Bueno, después de esta experiencia antitestosterona, no me queda ya dignidad de la que preocuparme. ¿Alguien tiene un cojín sobre el que pueda sentarme? ¿Uno bien blandito? Y que además sea rosa pálido y con lazos, para acabarlo de redondear.

Cogió el chip que Desideria le ofrecía y lo aplastó con el tacón mientras ella iba a lavarse las manos.

Fain observó a Caillen con una sonrisilla de medio lado.

—Míralo por el lado bueno, drey; tú ya no tenías demasiada dignidad. Lo sé. He visto el trozo de chatarra que pilotas.

—Gracias, Fain. Tu apoyo personal significa mucho para mí.

Me alegro de poder contar con él.

—Agarraos fuerte —avisó Chayden, justo antes de virar bruscamente hacia la izquierda y lanzar a Caillen contra un panel de control.

Maldiciendo, Caillen se golpeó la pierna y la nalga heridas. El dolor lo recorrió con tal fuerza que por un momento pensó que iba a desmayarse. Pero en cuanto recuperó el aliento y miró hacia la derecha, el corazón dejó de latirle.

Desideria.

Estaba tirada en el suelo, con medio cuerpo dentro del cubículo del servicio.

«Por favor, que no le haya pasado nada. Por favor, que no le haya pasado nada».

Corrió hacia ella cojeando y, aterrorizado, la volvió con tanto cuidado como pudo. Estaba pálida, pero respiraba. Al instante, para alivio de Caillen, abrió los ojos y lo miró ceñuda.

—¿Estás bien? —le preguntó él.

Desideria asintió lentamente y luego se llevó la mano a la frente.

Él la abrazó con fuerza mientras la rabia iba creciendo en su interior.

—Bien —repuso—, porque voy a matar a ese cabrón de hermano tuyo.

Se levantó del suelo y rehízo el camino para llegar hasta Chayden y sacudirlo hasta que pidiera clemencia.

Pero ese plan se le fue de la cabeza en cuanto vio por dónde estaban volando. En conjunto, el tipo estaba haciendo un excelente trabajo, con la horda que había descendido mientras Desideria lo atendía a él. Había naves de la Liga por todas partes. Todas cargadas y armadas contra piratas.

Mierda.

Sin pensarlo, trató de tomar los mandos, pero Chayden le dio una palmada en las manos.

—Sienta ese culo. Yo me encargo de esto —dijo, apretando los dientes—. Y poneos los dos el cinturón.

Molesto por su reacción, Caillen hubiera querido darle un buen puñetazo, pero aquel no era el momento.

Desideria se sentó y lo llamó.

—Vamos, Caillen, no distraigas al piloto mientras está intentando salvarnos.

Él obedeció, pero lo irritaba profundamente tener que confiar su vida a la habilidad para pilotar de otra persona.

—Sí, ahora sabes cómo me siento —masculló Fain—. Es una mierda estar aquí detrás. Sin embargo, podría ser peor.

—¿Cómo?

—Podrías ser tú el piloto.

Caillen puso los ojos en blanco. Pero la verdad era que tenía que reconocerle el mérito a Chayden. Se metió entre aquel enjambre de naves y salió entre dos cruceros con el mínimo margen; fue un milagro que no se rozaran. Luego elevó la nave y salieron disparados en un ángulo de gran inclinación. Y justo cuando las alarmas empezaban a sonar porque habían conseguido marcarlos como objetivo y estaban a punto de saltar en pedazos, los metió en un agujero de gusano.

La nave se quedó primero a oscuras y luego salió disparada a gran velocidad, mientras aquella abertura natural los succionaba y lanzaba al otro extremo del universo.

Por el momento, volvían a estar a salvo.

Caillen soltó el aire.

—Creo que nos estamos quedando sin bazas y mi ropa interior no puede aguantar más sustos. Suerte que no llevo; si no, la tendría sucia. ¿Cuántas veces más pueden fallar al dispararnos?

Hauk rio por el intercomunicador.

—¿Colectiva o individualmente?

Chayden se relajó un poco en su silla.

—No sé vosotros, pero mi suerte siempre ha sido deficitaria.

Hauk cruzó la puerta y se unió a ellos en el puente.

—Y ahora, ¿cuál es el plan?

Desideria respondió antes de que Caillen pudiera abrir la boca.

—Tenemos que hablar con mis hermanas.

Él la miró, sorprendido ante esa locura. Entrar en su palacio era como entrar en el suyo; la única diferencia era que Caillen sabía qué tipo de seguridad había en Exeter y los huecos de la misma, y habría apostado que Desideria no tenía ni idea de algo equivalente en Qillaq.

—Vale, ¿por qué?

—Mis tías irán a por ellas. Aunque sean menores según nuestras leyes, aún pueden aspirar a la corona, sobre todo si Narcissa es la emperatriz regente. Mis hermanas serán el siguiente obstáculo y, por tanto, objetivo. Estoy segura de que por eso Kara no ha ocupado aún el trono. Está esperando a que el asesino las quite de en medio y luego arremeterá contra nosotros todavía con más argumentos. Y, créeme, un juicio qillaq no es algo por lo que quieras pasar.

Chayden apoyó su estupidez.

—Tiene razón en todo y más sobre nuestras hermanas. Si existe un complot de Karissa y Kara, son las próximas víctimas; y no tienen protección, igual que tu tío. Tenemos que ir con ellas lo antes posible. —Programó el rumbo para Qillaq—. Una vez estén a salvo, podremos arreglar todo esto.

—No sé —repuso Hauk—. En este momento estamos en el candelero. Quizá lo mejor sería mandar allí a algunos de la Sentella para protegerlas, pero retirarnos nosotros y dejar que esto se calme un poco antes de volver a asomar.

Desideria lo fulminó con la mirada.

—La Sentella no ha mantenido a salvo ni a mi madre, ni al padre de Caillen, ni a su tío, así que no puedes culparme si me falta un poco de fe en su labor. Además, eso no importa. Mis hermanas no se irían con ellos de ninguna manera. No confían en los extraplanetarios y lucharían hasta la muerte si intentaran sacarlas de su dormitorio.

Hauk la miró desdeñoso.

—¿Y qué te hace pensar que sí se irán contigo? Sobre todo si creen que has matado a tu madre.

Desideria calló un momento porque no había pensado en eso.

No había ninguna razón para que sus hermanas confiaran en ella. Ninguna en absoluto.

Pero eso no le importaba. Lo que le importaba era que estuvieran a salvo.

—Espero que entren en razón. —Hizo lo que pudo para que Hauk la entendiera—. De un modo u otro, tengo que intentarlo. Soy lo mejor que tienen para salir de esto vivas. Sin mí, son carne de cañón.

Fain soltó un bufido burlón.

—Bueno, quizá yo podría dejarlas inconscientes de un golpe y sacarlas de allí bien de prisa.

Desideria se horrorizó ante esa idea.

—No quiero que golpees a mis hermanas. —Dedicó a Hauk una mirada escrutadora—. ¿Serías capaz de quedarte al margen si tu familia estuviera en la línea de fuego?

El andarion miró a su hermano.

—Depende del día de la semana y del humor en que me encuentre.

Ella sabía que eso no era cierto.

Y el propio Hauk lo confirmó en unos segundos, después de soltar un suspiro de irritación.

—De acuerdo, en este momento somos la estupidez personificada. Volemos hacia una muerte segura para ayudar a una gente que sin duda tratará de matarnos y arrancarnos los ojos.

Fain rio.

—Me parece un trabajito típico nuestro.

—Sí, bueno, eso también.

Caillen se sentó y revisó toda la nueva información con la que contaban, para intentar idear un plan de acción razonable.

Salvar a las hermanas de Desideria. Limpiar los nombres de esta y el suyo.

«No morir».

Una lista fácil. Unas probabilidades casi inexistentes. ¿En qué demonios estaba pensando? Estaban jodidos. Todos los gobiernos del universo trataban de capturarlos o matarlos…

«Vamos, no te rindas. Has sobrevivido con peores probabilidades que estas».

Sí, claro.

Su mirada se posó en Desideria, que estaba sumida en sus propios pensamientos. Tenía una mancha en la mejilla izquierda, la ropa arrugada y parecía totalmente exhausta. Aun así, se comportaba con la voluntad de un guerrero y su presencia le daba fuerzas. Y, sobre todo, le daba un motivo para luchar hasta el final. No dejaría que muriera. Y menos por algo respecto a lo que era totalmente inocente.

Aunque él ya no tenía demasiadas posibilidades de limpiar su propio nombre, estaría con ella en aquello pasara lo que pasase y se aseguraría de que, finalmente, Desideria fuera reina.

Era lo que ella más quería, y Caillen haría todo lo que estuviera en su mano para ayudarla a cumplir ese sueño.

—Lo conseguiremos —le prometió.

Desideria le sonrió.

—Casi puedo creerlo cuando tú lo dices.

—¿Ah, sí?, pues píntame el culo de rosa —protestó Fain—, porque yo no me lo creo. Me parece que vamos directos a una prisión o a una tumba. Pero claro, ¿yo qué sé?

Hauk le dio un empujón.

—Deja de ser un gilipollas.

—Una tarea imposible. Además, así disfruto. —Fain se volvió para seguir revisando los informes de las noticias en busca de cualquier otra cosa que debieran saber.

El resto de ellos no hablaron mucho durante las horas siguientes. Estaban demasiado cansados y preocupados. Sabían que lo tenían todo en contra y eso los debilitaba.

Caillen trató de mantenerse centrado, pero una y otra vez su mirada recaía sobre Desideria. Quería llevarla al cubículo trasero y hacerle el amor. Pero no creía que ella lo agradeciera. Una cosa que había aprendido sobre las mujeres era que sus impulsos sexuales eran totalmente diferentes de los de los hombres.

No respondían bien cuando había otras cuestiones importantes presionándolas. A ellas les gustaba que las cortejaran y hubiera algo de romanticismo. Algo que en el momento presente era imposible.

Si le tocara un momento la piel allí mismo…

Pero Caillen estaba acostumbrado a anteponer las necesidades de los otros por encima de las suyas. Así que se dedicó a saborear su recuerdo. Y deseó que las cosas tuvieran un final mejor que el que veía acercarse.

Mientras se aproximaban a Qillaq, Chayden mantuvo la nave elevada, fuera de la atmósfera. Una de las ventajas que tenían, y que había averiguado durante el viaje, era que el planeta de Desideria no controlaba nada más allá de la parte más superior de su estratosfera. Sólo cuando algo entraba en su espacio oficial, sus fuerzas recibían una notificación y perseguían a los invasores.

«Eso sí que es un planeta aislacionista…».

Chayden conectó el piloto automático y preparó el Verkehr para teletransportarlos al palacio.

—Os enviaré abajo y me quedaré esperando para volver a subiros.

Caillen arqueó una ceja.

—Hagas lo que hagas, no te quedes dormido.

El otro bostezó.

—Ahora que lo mencionas, tengo bastante sueño.

Caillen lo miró mal.

—No eres nada gracioso.

—Oh, por favor. Soy la monda, pero tú eres incapaz de apreciarlo.

Sin hacer caso de sus bromas, él cogió a Desideria de la mano y miró a Hauk y Fain.

—Vosotros dos realmente habéis superado todos los récords.

—Créeme —resopló Fain—. Lo sabemos.

—Gracias. —El tono de Caillen estaba cargado de sinceridad—. Por todo.

Esa sinceridad pareció incomodar a Fain, que inclinó la cabeza antes de cubrirse el rostro con la máscara.

—Muy bien, princesa Grano. Guíanos al suicidio.

Desideria se sintió fortalecida con el calor de la mano de Caillen en la suya, mientras Chayden los teletransportaba desde la nave hasta el patio trasero del palacio, donde los altos muros de ladrillo los protegerían de las cámaras y los guardias. No estaban lejos del ring de entrenamiento donde había pasado la mayor parte de su vida.

Qué raro le resultaba estar de vuelta. Le habían pasado tantas cosas desde que se había marchado con la Guardia de su madre, que se sentía como una extraña en su propia casa. Una intrusa.

Indeseada. Ajena.

No era la misma persona que había salido de allí. Todo era diferente. Su fe en su madre y en su tía había desaparecido. Más que eso, tenía una nueva fuerza y una confianza en sí misma que no había tenido antes.

Y todo gracias a Caillen. Este le había mostrado que podía sobrevivir en casi cualquier entorno ajeno, incluso sin saber nada de la gente o de sus costumbres, y que era capaz de cuidar de sí misma dijeran lo que dijesen su madre o su tía. Era una mujer, no una niña.

Por primera vez en su vida, lo creía de verdad.

Pero en ese momento no tenía tiempo de pensar en eso. Tenía que salvar a sus hermanas, y la vida de aquellos tres hombres en los que había aprendido a confiar y a apreciar estaba en sus manos. Tenía que hacerlos entrar y salir antes de que los atacaran.

Soltó a Caillen y los guio al interior del ala este, donde deberían estar sus hermanas. A esa hora del día, solían encontrarse en sus habitaciones, descansando para la próxima sesión de entrenamiento, que comenzaría después de la comida. Con suerte, eso no habría cambiado.

Mientras los precedía por las habitaciones traseras del palacio, Desideria se estremeció. Los pasillos siempre habían sido fríos, pero nunca tan helados como parecían en ese momento. Era como si el palacio supiera que su madre estaba muerta y, a su propio modo, también la estuviera llorando.

Notaba los latidos del corazón en los oídos mientras se esforzaba por captar cualquier sonido que pudiera indicar que los habían detectado.

Por suerte, no tardaron mucho en alcanzar sus aposentos, y sin embargo, le pareció que tardaban una eternidad en llegar al cuarto de Gwen. Se veía luz por debajo de la oscura puerta de madera y dentro se oía a alguien tirando violentamente cosas.

Parecía que se estuviese librando toda una guerra en el interior.

«¡La están matando!».

Se le nubló la vista. Desideria abrió la puerta de golpe, preparada para luchar.

Pero dentro no había ningún ejército.

Se quedó inmóvil al ver a Narcissa, que también se había detenido a media pataleta ante su intrusión. En ese instante, parecía como si alguien hubiera pulsado el botón de pausa, mientras se miraban unos a otros sorprendidos. Desideria de pie en el umbral y Narcissa sosteniendo uno de los botes de arcilla que Gwen coleccionaba desde la infancia. Uno de los pocos que quedaban enteros después de lo que parecía una furiosa rabieta de Narcissa.

El terror reemplazó a la sorpresa en el rostro de Narcissa al ver a su hermana y a los tres hombres armados que tenía detrás, dispuestos a matar si era necesario.

—¿Qué estás haciendo aquí?

Desideria enfundó su pistola y entró en la habitación. Alzó las manos para que Narcissa no se asustara más aún y para que supiera que no le quería hacer ningún daño.

—He venido a salvaros a ti y a Gwen. Kara quiere mataros.

Su hermana los miró ceñuda.

—¿Qué?

—Es cierto —intervino Caillen—. Nos ha inculpado falsamente a todos. Estamos aquí para ayudaros y protegeros.

Los oscuros ojos de la chica mostraban una asombrada incredulidad. Era evidente que no sabía qué creer.

—¿Estás segura de que es Kara?

Desideria asintió.

—Piénsalo, Cissy. Siempre nos ha presionado para luchar, incluso hasta la muerte. Nos ha hecho ir más allá de nuestras capacidades y nunca ha lamentado las muertes. No creía que madre debiera estar en el poder. Lo sabes. La oí hablando con uno de sus conspiradores. Karissa y ella se han unido para poder gobernar los dos imperios conjuntamente… después de que todos nosotros estemos muertos.

Narcissa tragó saliva.

—¿Crees que ha matado a Gwen?

La pregunta hizo estremecerse a Desideria.

—¿Por qué dices eso?

—He venido aquí a hablar con ella y no está. —Hizo un gesto en dirección a los trozos de loza que había por el suelo—. Me he enfadado tanto con ella por ser tan estúpida que he perdido el control.

Eso era lo que pasaba cuando la furia era la única emoción que su gente permitía. La violencia surgía ante la menor ofensa.

En ese momento, Desideria recordó por qué Caillen y compañía eran un alivio para ella. Era tan agradable estar con gente que tenía emociones diferentes, la mayoría agradables y divertidas. Gente que podía bromear entre sí sin luchar a la mínima ocasión. Gente que no respondía a cualquier insulto con un puñetazo.

Caillen avanzó.

—¿Tienes idea de dónde puede estar?

Narcissa negó con la cabeza y miró a Desideria a los ojos.

—Si lo que dices es cierto, tenemos que encontrarla. En seguida. Puede estar en peligro.

Tenía razón, pero Desideria tenía un mal presentimiento sobre dónde se hallaba su hermana.

—¿Dónde está Kara?

—No la he visto desde la conferencia de prensa. Ha desaparecido mientras yo hablaba con los reporteros… No le habrá hecho daño a Gwen, ¿verdad?

Tendría sentido, pero no quería que su hermana fuera presa del pánico.

—La encontraremos.

Con una calma que realmente no sentía, Desideria revisó mentalmente los lugares donde su hermana podría estar. Resultaba mareante. El palacio era enorme, con más habitaciones de las que su pequeño grupo podría registrar antes de que los capturaran.

Pero si Gwen se hubiera sentido amenazada…

Sólo había un lugar adonde iría para estar a salvo.

—La cripta.

Narcissa hizo una mueca rara.

—¿Qué?

Desde los ocho años, Gwen se sentía atraída por las criptas, decía que las viejas tumbas la hacían sentirse segura. Por alguna razón que se había negado a explicar, creía que los espíritus de sus antepasados la vigilaban y protegían cuando estaba allí. Mientras que a Desideria le parecía que aquellos túneles oscuros y tristes eran inquietantes y húmedos, Gwen los consideraba un refugio solitario y apetecible. Seguramente porque era el único sitio al que Kara nunca iría. Su tía creía que las criptas estaban embrujadas, y le daban más miedo incluso que a Desideria.

—Sé que suena raro, pero es ahí donde Gwen va siempre cuando está mal. —Claro que a Narcissa siempre le había importado bien poco si Gwen necesitaba refugio o no.

—Eso es estúpido.

Desideria tuvo que obligarse a no perder la paciencia con su hermana.

Caillen no prestó atención a la joven.

—Tú nos guías, princesa.

Desideria asintió inclinando la cabeza y se acercó a una estantería que quedaba a la izquierda. Como en la mayoría de las habitaciones, detrás de la pared había un pasaje secreto que permitía que la familia real escapara, en el improbable caso de que sus enemigos entraran en palacio. De pequeñas, todas habían tenido que aprender dónde se hallaban los puntos de entrada; era una tarea a la que Narcissa se había resistido, pero con la que Desideria y Gwen habían disfrutado. Y, sobre todo, les había gustado explorar los túneles.

El que partía de la habitación de Gwen era el camino más rápido hasta la cripta, situada en el extremo más alejado de las tierras del palacio. Esa era la principal razón por la que Gwen había elegido aquella habitación.

Por las noches, a menudo dejaba la puerta del pasaje abierta, para que los espíritus fueran a visitarla.

«Sí, y todos creían que yo era la rara».

Como tampoco quería pensar en eso, empleó una de las barras de luz de Caillen para guiarlos por los serpenteantes pasajes oscuros. Aunque eran húmedos y deprimentes, al menos no había animales. Los portales de acceso al exterior estaban sellados a presión y eran indetectables hasta para las criaturas más pequeñas.

Desideria cerró los ojos y trató de recordar dónde prefería esconderse su hermana. La cripta norte contenía la tumba de su bisabuela. Como Gwen era a quien más se parecía, había escogido ese como su lugar especial.

No tardaron en llegar.

Desideria abrió la puerta de hierro de la gran cueva tallada directamente en la piedra para proporcionar un lugar de reposo eterno a los sarcófagos de mármol. La mayoría de las mujeres enterradas en la cripta estaban en nichos en las paredes. Sólo las heroínas de guerra, como su bisabuela, que los había mantenido independientes durante la Revuelta Ascardiana, podían tener una tumba individual. Era un honor al que aspiraban todas las reinas.

En la pared del fondo, en un hueco decorado con la insignia real y el escudo de armas, había una llama eterna que rendía homenaje a la vida y el reinado de Eleria.

La llama proyectaba una sombra danzarina por la estancia e iluminó algo que dejó a Desideria helada: Kara arrodillada e inclinada sobre una inmóvil Gwen. Su hermana yacía en medio de un charco de sangre y se la veía tan pálida que Desideria no dudó de que estaba muerta. Horrorizada, se quedó sin aliento.

Alguien la empujó por la espalda, obligándola a entrar en la sala. Cuando se volvió, vio a Narcissa cerrando la puerta en la cara de los hombres, antes de echar el cerrojo.

—¿Qué estás haciendo? —le preguntó Desideria enfadada.

Narcissa abrió el canal de la pulsera de comunicación que llevaba en la muñeca.

—Hay intrusos en la cripta norte dirigidos por Desideria. Creo que están tratando de matarnos a Gwen y a mí. ¡Que venga la guardia inmediatamente! ¡Socorro!

Desideria la miró ceñuda, mientras Kara se ponía en pie. Su tía se dispuso a atacar, pero Narcissa la apuntó con su pistola y disparó. Le acertó de lleno y la envió contra la pared.

Ahogando un grito, Gwen rodó sobre sí misma y trató de arrastrarse debajo de un sarcófago.

Desideria esquivó el rayo que le disparó Narcissa y fue a cubrir a Gwen con su propio cuerpo. Aunque era imposible negar lo que estaba pasando, una parte de ella aún no podía creerlo.

Seguramente había algo más.

«Por favor, Cissy, no seas el asesino…».

—¿Narcissa?

Su hermana la miró con desprecio.

—¿No creerías en serio que Kara era lo bastante lista como para planear todo eso, verdad, estúpida? Estúpidas las dos. El trono es mío, zorra, y no voy a compartirlo ni a luchar por él. Pero os mataré a ambas para conseguirlo.

Disparó de nuevo.

Desideria empleó un movimiento que había aprendido de Caillen: se tiró al suelo y el disparo falló por poco. Sacó su pistola e hizo fuego.

Narcissa se metió bajo la estatua de su diosa y continuó lanzándoles rayos.

Desideria se arrodilló al lado de Gwen y examinó sus heridas. El hombro y el costado le sangraban y le estaba saliendo un gran morado en la mejilla derecha.

—¿Estás bien?

Su hermana estaba acurrucada contra la base de piedra del sarcófago, como si quisiera fundirse con él.

—Herida, pero Kara me había curado lo peor.

Ella miró hacia donde su tía permanecía tendida en el suelo, inmóvil; de momento no había ayuda posible.

—¿Vas armada?

—No. Narcissa me ha desarmado antes de herirme. Casi no he podido escapar de ella.

Desideria apretó los dientes al darse cuenta de que, al tratar de salvar a su hermana, la había puesto en mayor peligro. Bueno. Podía encargarse de eso sola.

—Se ha acabado, Narcissa. Deja el arma.

Como esperaba, ella disparó más veces.

—Mi Guardia estará aquí de un momento a otro y tus amigos morirán o serán capturados. Una vez os mate a las dos, seré reina.

Desideria iba a preguntarle por qué, pero ya lo sabía. Era el modo qillaq: «Coge lo que quieras». Si alguien se interponía en tu camino, lo matabas. Si no eran lo bastante fuertes para derrotarte, merecían morir.

Incluso la familia.

Asqueada, le entraron ganas de llorar al ver la locura de Narcissa. Pero ya lo haría después, en ese momento tenía que defender a Gwen.

Se oyó un gemido procedente de Kara. No fue mucho, pero lo suficiente para que Narcissa mirara en su dirección.

Desideria aprovechó ese instante para saltarle encima. Enzarzadas, ambas hermanas rodaron sobre el frío suelo, golpeándose. Ella consiguió que Narcissa soltara la pistola, pero no antes de perder también la suya.

¡Mierda!

Oyó más disparos al otro lado de la puerta, en el pasillo.

Narcissa rio triunfal.

—Te he dicho que mi Guardia no me defraudaría.

Una furia, oscura y letal, se apoderó de Desideria y una nueva fuerza creció dentro de ella al pensar que estaban atacando a sus amigos. Le bastó para aturdir a su hermana, que quedó tendida en el suelo.

Pero mientras iba a coger las pistolas, Narcissa se le abalanzó desde atrás.

Desideria rodó por el suelo alejándose de ella, agarró las armas y acabó en cuclillas, con ambas pistolas apuntando al lugar del cuerpo de su hermana donde esta debería haber tenido el corazón.

—Quieta.

Narcissa se quedó inmóvil.

Sin apartar la vista de la traidora, Desideria fue hasta la puerta y la abrió.

Los hombres estaban al otro lado, intentando abrirla. Iba a preguntarles por la Guardia, pero las vio a todas ellas tendidas en el suelo, repartidas por el pasillo.

—¿Están muertas?

Caillen esbozó su familiar sonrisita burlona.

—Aturdidas. Pero no creas que no hemos pensado en matarlas. ¿Y tú qué?

—Seguro que no muerta. —Señaló a Narcissa con un gesto de la barbilla—. Mi hermana era la que estaba detrás de todo esto, como había pensado al principio, no mi tía.

Hauk chasqueó la lengua mientras avanzaba para apuntar a Narcissa con su arma. Por un instante, la chica pareció a punto de luchar contra él, pero como Hauk se alzaba ante ella literalmente como una torre, se lo pensó mejor. Hauk la esposó con las manos a la espalda mientras Caillen y Desideria iban a comprobar el estado de Gwen y Kara.

Para su absoluta sorpresa, Gwen le dio un fuerte abrazo, ante el que ella se quedó tiesa como un palo.

—Tú no mataste a madre, ¿verdad?

—Ya has oído a Narcissa. Yo no tuve nada que ver.

—Sólo quería asegurarme. —Volvió a abrazarla con fuerza—. Gracias, Des. Muchas gracias.

Caillen ayudó a Kara a ponerse en pie.

—¿Estás segura de que no debemos detener también a esta?

Desideria miró a Gwen.

—¿Y bien?

—Kara me ha salvado la vida. Si no me hubiera apartado de la línea de fuego de Narcissa, ahora estaría muerta.

Su tía alzó la barbilla como si estuviera mortalmente ofendida.

—A diferencia de Narcissa, yo me tomo en serio mis juramentos. Soy qillaq y nunca mataría a nadie a sangre fría. Sólo en un combate justo.

Su sobrina hizo una mueca de desprecio.

—Oh, cállate ya, puta santurrona. Estoy harta de tu…

Hauk la aturdió con su pistola.

Narcissa gritó antes de desplomarse en el suelo.

Hauk no se movió para cogerla. En vez de eso, enfundó el arma y miró directamente a Desideria sin el menor remordimiento.

—Mi madre siempre decía que, si no puedes mejorar el silencio, no deberías hablar.

Fain soltó un leve silbido.

—Has aturdido a una chica, hermano. Y luego has dejado que se estrellara contra el suelo. Mierda, y yo que pensaba que era duro.

Sin hacer caso a Fain, Caillen se apartó de Kara para acercarse a Desideria. Por su expresión, Desideria vio que estaba preocupado por ella. Sin decir nada, la abrazó y la besó con una pasión que encendió aquella parte de sí misma que más había añorado. Y le hizo ansiar mucho más. Cerró los ojos, aspiró el cálido olor de su piel y se permitió saborear ese momento de paz.

Todo había terminado.

Gwen y Kara no tenían nada que ver con el asesinato de su madre.

«Soy libre…».

Caillen se tensó levemente antes de apartarse y volver el rostro hacia la hermana y la tía de Desideria, que estaban arrodilladas reverentemente.

—Mi reina —dijo Kara—, te serviré con la misma lealtad con que serví a tu predecesora.

Gwen alzó la vista y le sonrió.

—Yo también. Larga vida a la reina Desideria.

Resultaba curioso que esas palabras no fueran tan importantes para ella como lo habrían sido antes. Lo cierto era que, a diferencia de a Caillen, a ella la dejaban totalmente fría.

Él le puso el brazo sobre los hombros.

—Ya has vuelto a tu lugar —le susurró al oído.

¿Por qué Desideria no lo sentía así?

Lo miró.

—Pero tú aún no te has librado. Karissa y su hija quieren tu cabeza.

—¿Karissa? —Kara los miró con el ceño fruncido—. ¿Mi hermana Karissa?

Desideria asintió.

—Mató al padre de Caillen y lo culpó a él de ello. Parece ser que, junto con su hija Leran, es quien está detrás de toda esta locura.

Kara se encogió.

—Debería haber sabido que esto acabaría pasando.

—¿Cómo? —preguntó Desideria.

—Sabía que Karissa nos odiaba, porque se la obligó a casarse por razones políticas. Consideraba ese matrimonio por debajo de ella y se ofendió porque tu madre ganó el trono. Me juró que viviría para ver a su hija como nuestra reina. —Miró entonces a Narcissa y suspiró—. Niña estúpida. También la habrían matado a ella, y habría sido Karissa quien reinara aquí. Nunca habría permitido que Narcissa se quedara con el trono.

Porque el marido extraplanetario de Karissa ya estaba muerto…

Eso limpiaría la línea de sucesión; Karissa podría regresar a Qillaq y reclamar su antiguo rango. El plan no había sido dividir y compartir el gobierno: Karissa lo quería todo para sí y para su hija. Y como Kara no podía luchar por el trono, con Desideria y sus hermanas fuera de juego, nadie podría haberla detenido. Fría y astuta.

Caillen suspiró.

—Era un plan brillante.

Kara suspiró.

—Cuando se pasan años planeándolos y ejecutándolos, suelen serlo.

Gwen negó con la cabeza mientras contemplaba a su hermana, que yacía inconsciente.

—Aún no entiendo cómo consiguieron que Narcissa las ayudara. ¿Por qué iba a traicionarnos?

—¿Recuerdas que hace cinco años fui a visitar a Karissa? —le preguntó Kara.

—Te llevaste a Cissy.

Ella asintió.

—Debieron de involucrarla en sus planes entonces, y luego se habrán mantenido en contacto.

Eso explicaba por qué la actitud de la joven se había vuelto tan fría por aquel entonces. Había comenzado a portarse mal con Gwen y con Desideria. No era que antes hubiera sido especialmente amable, pero había regresado muy cambiada de esa visita.

Qué trágico para todos.

Gwen le dedicó una agradable sonrisa a Caillen ante de volver a mirar a Desideria.

—Ahora podrás tener un consorte, mi reina.

Sí, pero en su interior Desideria sabía que él nunca aceptaría ser una mascota. No iba con su carácter y ella le quería demasiado para pedírselo.

«Podrías luchar contra él».

Caillen le ganaría y sería su igual.

Pero no podía ser. Desideria nunca le haría daño y, si no luchaba con todas sus fuerzas, anularían la pelea, según dictaban sus leyes.

Y ella sólo quería protegerlo.

—Si te quedas aquí, puedo ofrecerte asilo político —le dijo.

Él le acarició la mejilla con el pulgar y luego apartó la mano.

—Te lo agradezco, pero la Liga y sus asesinos seguirán detrás de mí para acabar esto. Se meterían en tus asuntos y podrían herir a alguna de vosotras en todo el jaleo. Tengo que limpiar mi nombre y hacer que Karissa pague por matar a mi padre y a mi tío. Se lo debo a ambos.

Y cuando hiciera eso, sería el emperador. Nunca podrían estar juntos.

El corazón de Desideria se hizo pedazos al enfrentarse a la fría realidad.

—¿Cómo vas a hacerlo? —preguntó Kara.

Él se encogió de hombros con una despreocupación que hizo que Desideria quisiera pegarle.

—No tengo la menor idea.

Como siempre, ya vería. El contrabandista nunca cambiaba.

—¿Cuándo nos vamos? —preguntó Desideria.

Caillen miró a Kara y a Gwen.

—Ahora eres reina, Desideria. Tu lugar está aquí y tu gente te necesita. Por fin lo he comprendido.

Aunque no le gustara nada, ella sabía que Caillen tenía razón. Tenía que quedarse.

Y él tenía que marcharse.

El dolor la dejó paralizada. Pero ella era qillaq, y los qillaq no mostraban sus emociones. Y menos aún cuando se trataba de un corazón roto.

—Entonces, supongo que esto es una despedida.

Él asintió.

—Siempre me puedes llamar cuando necesites gritarle a alguien.

—No se te da bien aguantar los gritos.

—Cierto, pero he aprendido a aguantar los tuyos.

Se le hizo un nudo en la garganta al oír su tono bromista. Iba a echar eso de menos por encima de todo lo demás.

«No me dejes, Caillen. No me dejes aquí, en este lugar frío con gente que no sabe cómo reír. Cómo amar».

No soportaba la idea de no verlo sonreír todos los días. O de no oírlo bromear con sus amigos y con ella.

«No puedo hacerlo sin ti».

Tenía esas palabras en la punta de la lengua. Quería decirlas. Rogarle que se quedara con ella y no se marchara.

Pero no podía. Él era de un mundo que Desideria no entendía. Uno en el que encontraba libertad e independencia.

Él y aquella mochila…

—Cuídate mucho, Caillen. —Se sintió orgullosa de sí misma porque no se le notara el dolor en la voz.

—Tú también. —Él le cogió la mano y le dio un tierno beso en los nudillos. Pero ella quería mucho más que eso.

Las lágrimas le formaron un nudo en la garganta al notar el calor de la mano de Caillen en la suya. La suavidad de aquellos labios que la habían calmado y hecho gozar. Nunca volvería a sentir ese calor.

Y cuando él la soltó, Desideria sintió que su mundo estallaba en pedazos. Perder su contacto era más de lo que podía soportar.

Sólo saber que Kara la estaba observándola, juzgándola, le impidió ir corriendo tras él y rogarle que se quedara, fueran cuales fuesen las leyes y sus consecuencias.

Lo contempló marcharse con los otros. Caillen se detuvo en la puerta y se volvió para mirarla. Desideria pudo ver el pesar en sus ojos oscuros, Las conflictivas emociones que le dijeron que él no estaba más contento que ella con la situación.

Con una última sonrisa, se marchó, y la agonía que Desideria sintió fue suficiente para hacerla caer de rodillas.

«Podrías abdicar».

Esas palabras le rondaban por la cabeza cuando se encontró con la severa expresión de Kara.

Abdicar no era algo que las qillaq hicieran. Su madre se sentiría muy decepcionada.

Y su padre también. Como reina, podía perdonar finalmente a este; limpiar su nombre para sus registros.

«Quiero a Caillen».

Pero la vida no iba de lo que uno quería. Iba de sobrevivir y de cumplir con el deber. Cuando eso entraba en conflicto con algo más, la obligación siempre ganaba.

Sólo los niños hacían lo que querían.

Los adultos estaban regidos por la obligación.

Resultaba curioso que se hubiera pasado toda la vida deseando ser adulta y, en ese momento, lo único que quisiera fuera ser una niña de nuevo. Poder seguir los dictados de su corazón.

Y el nombre de ese corazón era Caillen Dagan. Renegado. Contrabandista. Pirata. Príncipe.

Héroe.

Kara se acercó a ella.

—Dime, mi reina, ¿cuál es tu primera orden?

• • •

Con cada paso que daba alejándose de Desideria, Caillen sentía que una parte de sí mismo moría.

«Vuelve».

El impulso era tan fuerte que casi no podía resistirlo. Tenía que vengar a su padre y asegurarse de que la zorra que lo había matado pagara por sus crímenes. Independientemente de lo que ansiara su corazón, tenía una obligación que, en ese momento, estaba por encima de todo.

Además, él no cuadraba en aquel lugar. Desideria era reina de un mundo que nunca lo aceptaría, y él era…

Fugitivo. Sinvergüenza.

Sin ningún valor.

«Tu problema, Cai, es que te falta ambición. La verdad, ¿esto es todo lo que quieres en la vida? —La voz de Kasen resonó, alta y clara, en su cabeza—. No sé cómo puedes estar satisfecho haciendo un contrabando que casi no te da ni para comer. Estás echado a perder, hermanito».

Él era todo lo que a una reina se le decía que evitara. Todo lo que mancharía su reino. Sin embargo, su corazón pertenecía a Desideria y eso no lo podía negar. La única vez en su vida que había sentido que él valía algo había sido entre sus brazos.

Si pudiera volver…

«No».

Tenía una misión que completar y, cuando la acabara, sería emperador.

Esa idea lo hizo estremecer. Pero era lo único que su padre auténtico y Desideria le habían enseñado: nobleza obliga.

Hauk redujo el paso mientras se acercaban a la salida de la cripta.

—¿Estás seguro de que te quieres ir? El asilo político es difícil de rechazar.

—¿Te has vuelto gallina? —replicó Caillen.

El otro entrecerró los ojos ante la pregunta, carente de emoción.

—Tú sabrás. —Negó con la cabeza, suspirando—. Eres un idiota, Dagan. Lo único que digo es que, si yo tuviera a alguien que quisiera luchar a mi lado, no lo dejaría marchar. Pero ese soy yo, y nunca he tenido a nadie por quien valiera la pena luchar.

Maldito fuera si le daba la espalda de tenerlo.

Caillen estaba a punto de echársele al cuello cuando, de repente, su intercomunicador comenzó a vibrar. Iba a pasar de él y enfrentarse a Hauk, hasta que vio el identificador de llamada.

Era Darling.

Caillen estaba un poco cabreado con él por haberle mentido respecto a su padre, pero Darling era totalmente leal a su amigo, por mucho que lo irritara. Se llevó el comunicador a la oreja y lo activó.

—Dagan.

—Eh, drey, tenemos un pequeño problema.

Se le encogió el estómago. ¿Qué catástrofe tendrían encima?

—¿Tiene la Liga nuestra localización?

—No. —El tono de Darling era muy seco—. Seguramente, eso sería mejor.

La inquietud de Caillen se incrementó.

—Entonces, ¿qué?

—Mientras tu padre iba a convocar una conferencia de prensa, la madre de Desideria ha aprovechado la distracción y se ha escapado de mi custodia.

Caillen frunció el ceño mientras trataba de comprender qué le estaba diciendo Darling.

—Mi padre está muerto.

Darling tragó aire sonoramente.

—Hum… no exactamente.

—¿Cómo se está «no exactamente» muerto?

—No te cabrees. Por eso te envié a Hauk en vez de ir yo mismo. Queríamos descubrir a los traidores, así que hablé con vuestros padres y los convencí de que fingieran estar muertos el tiempo suficiente para que los traidores se mostraran. Las imágenes que viste de su supuesto asesinato fue algo que le pedí a Syn que hiciera. Todo animación digital.

Lo llamaría mentiroso, pero sabía lo muy hábil que era Syn con un ordenador. No había nada que no pudiera hacer.

Darling carraspeó antes de seguir hablando.

—Los convencí a los dos de que, si sus enemigos creían que estaban muertos, vosotros dos podríais ir por delante el tiempo suficiente para que encontráramos a quien estuviera detrás de todo esto. La madre de Desideria cedió antes que tu padre, por cierto. Dijo que le encantaría darle a su hija una oportunidad de demostrar de qué estaba hecha, aunque eso significara echaros a los lobos. A tu padre en cambio me costó mucho convencerlo. No quería verte perseguido o herido.

Sí, eso sonaba a su padre.

—Ambos han estado conmigo todo el tiempo. Sin embargo, tuve que ponerme duro con él para que siguiera escondido y a salvo mientras tú estabas bajo fuego. Créeme, ha sido toda una hazaña. Ese hombre se vuelve loco cuando se trata de ti.

Caillen miró a Hauk.

—¿Sabías que mi padre estaba vivo?

Su amigo se sonrojó.

Malditos fueran todos.

—¿Me habéis mentido?

Darling soltó un resoplido irritado.

—Dejemos la semántica por el momento. Eso no es lo importante.

Y una mierda…

—En lo que tienes que centrarte es en lograr nuestro objetivo —prosiguió Darling; el cabrón tenía suerte de no estar cerca o Caillen le habría dejado cojo—. Los traidores se han delatado. El problema es que tu padre se ha enterado de la muerte de tu tío…

—No ha sido culpa mía. Yo no sabía que tenía acceso a las noticias —dijo Maris sobre la voz de Darling.

Darling lo hizo callar.

—Tu padre quería llamar a la prensa para poder limpiar tu nombre antes de que alguien te mate por algo que no has hecho. Y mientras lo estaba encerrando en su habitación, la madre de Desideria se ha marchado. Quiere la sangre de su hermana y de su sobrina por su traición y no parará hasta que la consiga.

La preocupación de Caillen por la seguridad de su padre superaba su rabia y frustración por el engaño. La habitual calma previa a la batalla lo inundó.

—¿Dónde está mi padre?

—En el palacio de Nykyrian, bien vigilado. No se me ocurría un lugar más seguro.

Eso era cierto. Como la esposa y los hijos de Nykyrian estaban allí, el lugar era sin duda el edificio más blindado que existía.

—¿Y la madre de Desideria qué ha hecho exactamente?

—Se ha incautado de una nave en el hangar. Como estaba saliendo y no entrando, la seguridad no se ha dado cuenta de que la han cagado hasta que se ha ido. He conseguido piratear su plan de vuelo del ordenador y he visto que se dirige directamente a Exeter, sin duda para ejecutar a su hermana y su sobrina.

Oh, sí. Eso era malo. Y no tenía ninguna duda de que las especulaciones de Darling eran acertadas. Sarra no era famosa precisamente por su calma racional.

Iría a por sangre.

Caillen gruñó mientras no dejaba de pensar lo mismo.

—La matarán si sale de su escondite.

—Así es.

—Y si no fuera la madre de Desideria, le diría adiós muy buenas. Ese tipo de estupidez debería erradicarse del acervo genético. Pero fuera como fuese, era su madre y él no podía dejarla morir.

—¿Dónde estás? —le preguntó a Darling.

—En mi caza, detrás de ella. Espero llegar a tiempo de evitar que cometa un suicidio. Si no, tengo intención de caer luchando junto a su majestad.

¿Lo peor de todo? Sabía que Darling haría lo que decía.

Lo que significaba que todos iban directos a la horca.