Hauk gruñó rabioso al oír a los agentes disparar sobre la compuerta de entrada. Miró a Caillen.
—Para tu información, también hay pena de muerte para cualquiera que os ayude. Sólo para que lo sepáis.
—Te agradezco que me pongas al día, punk. —Caillen le hizo un extraño ruido con la lengua—. Y eso es nuevo para nosotros, ¿no es así?
Hauk suspiró profundamente.
—Te odio, Dagan, de verdad.
—Ya lo sé. —Caillen comenzó a conectar los interruptores situados sobre su cabeza—. Ahora pon morritos, nene, porque me vas a tener que besar el culo para salvar el tuyo.
Fain soltó un gruñido y se cubrió el rostro con la máscara.
—Encenderé los motores. Que los dioses estén con nosotros. Esto tiene toda la pinta de que va a ser un viaje muy corto.
Caillen lo miró con una sonrisita despreocupada. Desideria no se sentía así cuando él tomó los controles e inició la revisión preliminar.
—¿Quién quiere vivir eternamente?
La verdad, a ella no le hubiera importado tener una pequeña dosis de inmortalidad. La idea no le parecía nada mala.
Fain masculló algo cuando los motores rugieron al despertarse.
—Vale, pero nadie ha dicho que quisiera morir hoy.
A pesar del peligro y de su corazón desbocado, Desideria se rio ante eso. Los hombres normales estarían aterrorizados, pero Caillen, Hauk y Fain parecían disfrutar con el peligro inminente. Su actitud era contagiosa; despertó a la guerrera que era y se dispuso a luchar hasta el final.
—¿Dónde están las armas?
Los tres se volvieron hacia ella con una mirada sorprendida que la molestó.
—Sé luchar, chicos. Soy qillaq. —Entrecerró los ojos mirando a Caillen—. Puede que tú seas capaz de hacer volar cualquier cosa con alas, pero yo disparo con cualquier cosa que tenga un gatillo y pueda apuntar. Y sé usarlo para matar.
Él la miró rápidamente de arriba abajo, lo que le calentó todo el cuerpo. Le pareció muy femenina y deseable.
—Nena, no he dudado de ti ni un momento.
Fain hizo un gesto de cabeza hacia Hauk.
—Llévatela y no os hagáis daño. Tendré que matarte si no.
Desideria prefirió no hacer ningún comentario sobre la incoherencia de esa amenaza. Su hermano inclinó la cabeza hacia él, asintiendo, y se llevó a Desideria hacia la popa del transbordador.
Caillen se deslizó ágilmente de la silla del copiloto a la del piloto, mientras el disparo de un cañón de iones golpeaba la nave con fuerza suficiente para sacudirla. Para él, era igual que en los viejos tiempos: un despegue no era un despegue a no ser que fuera en medio de un ataque masivo de la seguridad del lugar. El acero a su alrededor gimió protestando, pero por suerte resistió. Sólo tenían unos cuantos segundos antes de que las autoridades entraran y los mataran.
Además, era casi imposible volar con un agujero gigante en la puerta de la nave, y él debería saberlo, puesto que lo había intentado en más de una ocasión.
La buena noticia era que lo había logrado.
Una vez.
«No pienses en eso».
Algunos recuerdos estaría bien expurgarlos.
Fain arqueó una ceja mientras se sentaba ante el ordenador de a bordo.
—¿Vas a hacer que vomite las tripas?
—Seguramente.
Otro fuerte impacto sacudió la nave.
—Bueno, eso sí que ha sido grosero.
Caillen activó otro mando de los que tenía sobre la cabeza, lo que generó un escudo de pulsos. Oyó maldecir y gemir a los soldados cuando salieron volando por los aires.
«Bien, cabrones. Espero que os deje marcas y os arruine la vida sexual al menos una semana».
Hizo una última revisión de sistemas y sintió que la sangre se le aceleraba en las venas. El transbordador estaba listo para el despegue.
Sólo faltaba la puerta del hangar, que seguía cerrada, mientras los refuerzos iban llegando por docenas para mantenerla bloqueada e impedirles salir.
—Eso no tiene muy buena pinta —dijo Hauk por el intercomunicador.
De repente, un disparo salió desde la nave hacia los agentes. Las autoridades corrieron a resguardarse al tiempo que estallaba una ráfaga de brillante color alrededor de ellos y contra las paredes del hangar.
Caillen se puso el auricular en la oreja y sonrió al ver la precisión de Desideria. Clavaba cada disparo, pero no apuntaba a los soldados. Lo hacía lo bastante cerca como para impedirles moverse y hacer que se apartaran de la salida, pero no tan cerca como para matarlos.
«Sigue así, nena».
Caillen respetaba su compasión, que decía mucho a su favor. Mientras ella los mantenía a raya, Hauk alcanzó la puerta del hangar con los cañones. El agujero que abrió no era muy grande, pero Caillen debería ser capaz de colarse por él.
A no ser que estornudara. El más mínimo error de cálculo los mataría más rápido que los agentes.
Desactivó los pesos gravitatorios y puso la impulsión a tope, mientras se dirigía hacia el agujero a toda velocidad; una celeridad de locos por la que era famoso.
Frunció el ceño al oír las furiosas voces por el canal de los agentes, que tenía abierto en el comunicador de la oreja.
—¿Tengo oxidado mi andarion o nos acaban de llamar culo de escarabajo pelotero?
Hauk rio por el intercom.
—Eres un idiota. Han dicho que van a lanzar cazas para perseguirnos.
—Ah, creo que prefiero que me llamen culo de escarabajo. Supongo que será mejor que nos larguemos, ¿no?
—No, quedémonos por aquí y los invitamos a tomar el té —replicó Fain con todo su sarcasmo.
Caillen activó los campos de fuerza de la nave.
—Agarraos fuerte, chavales. Nos vamos a toda leche, y seguiremos así hasta que escapemos o acabemos como una gran bola de fuego. Espero que todo el mundo se haya traído algo para la barbacoa. Por si acaso, más nos vale ir al paraíso con el estómago lleno.
—Estás enfermo, Dagan. —Fain se sentó en la silla del copiloto—. Sabes que no vamos a poder saltar a hipervelocidad. Te habrán bloqueado el impulsor.
—Él se rio de su tono seco y preocupado.
—Hombre de poca fe. No vas con un piloto del tres al cuarto, giakon. Estás con Dagan. No hay ni un solo agujero de gusano en este sector con el que no haya tenido contacto íntimo.
—¡Ya vienen! —advirtió Hauk.
Caillen vio los cazas esperándolos al otro lado de la puerta, con los cañones apuntando al transbordador. Cargó los escudos delanteros y se dirigió directo hacia sus perseguidores.
—Dales todo lo que tengas, Desideria, y prepárate para tirarles también los zapatos.
Ella rio como si estuviera tan encantada con la idea de entrar en combate como él. Junto con Hauk, roció de fuego todo el hangar y las patrullas que se acercaban.
Los cazas trataron de bloquearles la salida unos segundos, antes de darse cuenta de lo suicida que realmente era Caillen. Se estrellaría contra ellos antes que ceder. Se había lanzado directo sin parpadear o virar.
Que se jodieran. Si él iba a morir, ellos también.
Justo cuando estaban a punto de chocar, los cazas viraron bruscamente, apartándose de su camino.
Riendo por el subidón de adrenalina, Caillen salió del hangar con una inclinación ascendente en la que cualquier piloto normal hubiera perdido la conciencia.
Hauk gruñó en su oído mientras Fain ajustaba los niveles de carburante para darles a los motores todo el que necesitaban para sobrepasar la velocidad de huida. Pero no era fácil. Los cazas habían iniciado la persecución y no paraban de disparar sus cañones.
Oh, qué no hubiera dado Caillen por tener su nave o cualquier cosa más manejable que aquel trasto. Al menos, eso era lo que pensaba hasta que se fijó en la habilidad de Desideria.
Ojalá la hubiera tenido de socia todos esos años en vez de a Kasen, que ya estaría gritando que todos iban a morir. Ni un murmullo salía de la boca de aquella pequeña qill mientras recargaba y disparaba de nuevo.
Fain le mostró una imagen del cuadrante inferior izquierdo.
—Movimientos de cruceros por babor.
—Recibido. —Caillen dejó caer la nave y la hizo girar para salir de la línea de fuego.
—Un rayo tractor —advirtió Fain.
Él lo miró furioso.
—¿Me vas a pasar un informe cada vez que parpadeen?
—Me aseguro de que no se te escape nada.
Caillen le soltó un bufido.
—Lo único que se ha escapado aquí es la cordura.
Más naves fueron a por ellos. Caillen mantenía los ojos fijos en los escáneres mientras hacía múltiples cálculos en su mente y en el ordenador. Necesitaba unos cuanto minutos más para llegar a un agujero de gusano.
«Vamos, nena, no me falles ahora…».
• • •
Desideria se apartó al ver que los cañones se sobrecalentaban. El transbordador estaba diseñado para el transporte de pasajeros, no para que se empleara tanta capacidad de fuego, por lo que se estaba resintiendo. Las armas eran una mera precaución y no estaban pensadas para defender la nave durante más de lo que una patrulla de apoyo tardaría en llegar para salvarla.
Lo que daría por tener una patrulla así en ese momento…
Se inclinó hacia el lado Hauk para comprobar el estado de su arma y verificar su temor. Por desgracia, no se había equivocado. Su cañón ya estaba fuera de juego.
Los andarion continuaban persiguiéndolos.
Activó el comunicador de la oreja.
—Caillen, estamos en situación de sobrecalentamiento.
—Necesito un par de minutos.
Ella apretó el gatillo.
No pasó nada.
Con una mueca de preocupación, intercambió una mirada con Hauk.
—No tenemos un par de minutos, queridísimo.
—Entonces será mejor que te empieces a sacar los zapatos, cariño.
No tenía ninguna gracia. Sobre todo cuando veía a los andarion reuniendo una fuerza que la dejó parada. Pero un caza en concreto la preocupaba especialmente…
Oh, había esperado no volver a verlo.
—Nuestro asesino ha vuelto y parece muy decidido.
—Lo tengo.
Desideria aguantó la respiración mientras el transbordador bajaba en picado y viraba apartándose de sus perseguidores. También del asesino.
Hauk le tocó el hombro y señaló una oscura nube hacia la que se dirigían.
—Agujero de gusano.
El alivio la invadió. Si conseguían llegar allí, serían despedidos de ese sector y sólo dejarían un fantasma para los andarion y el asesino. No habría modo de rastrearlos.
Sólo faltaba un poco…
Casi.
Ya.
Contuvo la respiración y deseó poder salir a empujar. Pero lo único que podía hacer era imaginarse dentro.
Caillen soltó un hurra mientras se acercaban.
Pero justo cuando creían que ya estaban a salvo, una red se extendió ante ellos, cortándoles el paso. La fuerza del impacto los detuvo de golpe y los envió contra las cinchas del arnés. El cuero se les clavó en la piel y les magulló los hombros y las caderas.
Los habían atrapado.
—¡Rendíos!
Desideria no necesitó un traductor para entender eso.
Peor aún, el asesino se acercó y se aprovechó, de su inmovilidad para lanzarles unos torpedos. Los andarion abrieron fuego sobre él, pero demasiado tarde.
Ella vio la bomba acercándose directa hacia ellos.
«Estamos muertos…».
Ni siquiera Caillen o su mochila mágica podían obrar un milagro suficiente para salvarlos. Tragó aire y se preparó para el impacto.
Caillen maldijo en su oído.
—No mováis ni un párpado. Vamos a hacer un Nykyrian.
—¿Qué es…? —Desideria calló a media frase cuando el transbordador se quedó completamente a oscuras.
Un segundo estaba atada a la silla y, al siguiente, se hallaba en el centro de un puente de mando desconocido. La explosión del transbordador brilló con tanta intensidad por el ventanal del puente que la cegó temporalmente.
Hasta que oyó el grito del ingeniero que tenía a la derecha, que alertaba a la tripulación de que tenían intrusos.
Caillen, Hauk y Fain entraron en acción. Desideria se dio la vuelta y trató de desarmar al primer tripulante que se le acercó. Pero desarmar a un andarion era más fácil de decir que de hacer. No reaccionaban en absoluto al dolor.
¿Acaso no tenían el mismo sistema nervioso?
—El tripulante la levantó del suelo y la lanzó contra la pared. El impacto la dejó sin respiración, mientras el dolor le recorría todo el cuerpo. Ninguna de las peleas que había tenido en su vida la había preparado para aquello. Aunque le habían golpeado con palos y puños, nadie la había lanzado nunca volando por una habitación.
Trató de ponerse en pie, pero no pudo.
«Oh, dioses, estoy indefensa».
Esa sensación la horrorizó.
Aturdida, notó que el andarion la agarraba por detrás. Le rodeó el cuello con un brazo y empezó a asfixiarla hasta que los oídos comenzaron a pitarle y se le nubló la vista.
De repente, estuvo libre. Se volvió y vio a Caillen machacando al andarion con tal fuerza que no entendió cómo este seguía en pie. Era feroz e impresionante.
Fain silbó para llamar la atención de Caillen.
—¡Basta! Ya tenemos el control de la nave. Céntrate, chico, céntrate.
Él pareció calmarse, excepto por la salvaje mirada de sus ojos. Resultaba evidente que estaba más que dispuesto a continuar pegando. Pero de algún modo se contuvo.
Hauk y Fain acompañaron a los cuatro tripulantes hacia las cápsulas de huida a punta de pistola.
—Cai, coge los controles mientras vamos a tirar la basura.
Caillen le tendió una mano a Desideria para ayudarla a ponerse en pie.
—¿Estás muerta?
El humor en su voz suavizaba la seriedad de su mirada. Si no supiera que no podía ser, diría que estaba preocupado por ella.
—Casi, pero aún no. Gracias por la ayuda.
La mirada se le suavizó de un modo que hizo que ella notara un aleteo en el estómago. No sabía por qué, pero tenía la sensación de que la furia de Caillen era contra el andarion por haberla atacado…
—De nada. —Con una adorable y tímida inclinación de cabeza que no cuadraba en absoluto con su carácter, se volvió y se dirigió hacia los controles.
Sólo entonces Desideria se dio cuenta de que, en algún momento de la última hora, él se había quitado las lentillas y había recuperado sus ojos normales. Seguramente porque le limitaban la visión periférica durante la lucha y para volar.
Pero ¿cuándo se las había quitado?
¿Y por qué ver sus verdaderos ojos le producía un efecto tan peculiar? Tenía frío y calor a la vez. Como no quería pensar en eso, se dio un momento para controlar el dolor y para observar a Caillen sentarse ante los controles y comenzar a tocarlos como si hubiera nacido allí. Por mucho que odiara alimentar su ya inflado ego, realmente era un gran piloto. Tan hábil como decía ser; y que pudiera pilotar una nave con controles que no estaban identificados en su lengua materna o en universal, era aún más impresionante.
Antes de darse cuenta de que se había movido, se vio detrás de él, observando cómo volaban sus manos sobre los mandos y el ordenador de un modo que le produjo escalofríos. ¿Cómo podía procesar un lenguaje extraño con tanta facilidad?
Y eso la hizo pensar en los últimos días. Habían pasado tantas cosas desde que se habían conocido…
La mayoría horriblemente malas.
Y, sin embargo, Caillen había sido una especie de luz brillante en medio del infierno que había sido aquel viaje. ¿No era eso extraño?
En ese momento, su presencia era lo único que la hacía aferrarse a una vida que se había convertido en una pesadilla. El pánico crecía en su interior mientras trataba de asimilar lo que le estaba pasando y la velocidad a la que estaba yendo su vida.
Su madre estaba muerta y la culpaban a ella. Todos los gobiernos conocidos pretendían detenerlos y ejecutarlos. Humillación y muerte públicas.
«Mi vida se ha acabado y soy inocente…».
Caillen se quedó helado al notar una mano vacilante rozarle el cabello. Se volvió y vio a Desideria mirándolo con una expresión que era tanto vulnerable como sexy.
Él dejó escapar un suspiro de alivio.
—Oh, gracias a los dioses que eres tú. Me habría acabado de fastidiar el día tener a Hauk o a Fain acariciándome la cabeza en medio de toda esta mierda.
Ella rio.
—Eres un tonto.
—Eso me dicen a menudo. —Hizo una señal con la barbilla indicándole la silla de al lado—. ¿Me echas una mano?
—No soy piloto.
—Sólo necesito que teclees una secuencia conmigo para desbloquear los controles y así poder largarnos de aquí.
—No sé leer andarion —le recordó ella.
—No hace falta. Es una secuencia simple. Tocas lo mismo que yo en tu panel y bastará. O bien estallamos, aunque espero que tengas más ritmo que Hauk.
Desideria se sentó con una mueca, esperando que aquello fuera más una broma que una predicción; comenzaron a entrar juntos la secuencia. Ella no tenía ni idea de lo que estaba haciendo, pero la voz de Caillen, paciente y tranquila, la guio a cada paso e hizo que fuera tan sencillo como le había prometido.
Por suerte, no estallaron.
Justo cuando terminaban, regresaron Hauk y Fain. Un brillo de satisfacción en sus inquietantes ojos decía lo mucho que había disfrutado al echar a los andarion de la nave.
Hauk se colocó detrás de la silla donde estaba Desideria y revisó los parámetros. Luego miró a Caillen.
—Tenemos unos dos minutos antes de que los demás se den cuenta de que estamos vivos y a bordo de esta nave.
Caillen asintió e introdujo unas coordenadas.
—Ya sabéis el procedimiento. Atad fuerte lo que no queráis perder.
En cuanto lo dijo, inclinó la nave y la lanzó directa hacia el agujero de gusano. Eso alertó a los agentes, que comenzaron al instante la persecución.
Fain maldijo cuando abrieron fuego sobre ellos de nuevo.
—Podrías aprender a ser un poco sutil, Dagan.
Caillen resopló.
—La sutileza es para los que no tiene la habilidad y las pelotas de hacer lo audaz.
Fain le lanzó una mirada asesina.
—La sutileza es para los que tienen la suficiente cabeza como para no lanzar a toda una flota tras ellos.
Caillen bufó con desprecio.
—Ahora estoy en una nave de verdad, chicos. Olvidáis que esto es lo que hago para divertirme. No hay peligro.
Desideria le hubiera discutido eso, pero prefirió aferrarse a los brazos de la silla mientras él colaba la nave por el estrecho espacio entre dos cazas, que no dejaron de dispararles.
Se encendió una luz de alarma.
Fain maldijo por lo bajo.
—Vaya, ahora vas y rompes esta maldita nave, Dagan. ¿Es que no podemos dejarte hacer nada?
Él le contestó con un gesto obsceno.
Cuando Desideria ya pensaba que los volverían a atrapar, Caillen hizo un brusco viraje a la derecha y bajó en picado, lo que les permitió meterse directos en el agujero. Durante un breve instante, todo se volvió negro. Toda la energía desapareció y fueron disparados hacia delante con tanta fuerza que se aplastaron contra los asientos.
Cuando se fueron estabilizando, Caillen se volvió hacia ellos con una sonrisita de superioridad en la cara.
—Y vosotros dudando de mí… —Chasqueó la lengua varias veces.
—Cada minuto que respiras —masculló Fain. Le dio unas palmadas para apartarle las manos de los controles y se hizo con ellos—. Ahora, sal de en medio antes de que causes más daños irreparables a mi limitada cordura.
Caillen fue a protestar, pero Hauk lo cortó.
—Tenemos un par de horas hasta llegar a Sentella VII. ¿Por qué no os tomáis los dos un descanso?
Su hermano estuvo de acuerdo.
—Y de paso, te das también un baño.
—No apesto —replicó Caillen en tono ofendido.
Fain hizo una mueca mirándolo con desdén.
—Créeme, humano, apestas. ¿Cuándo fue la última vez que te lavaste?
Él metió las manos en los bolsillos traseros, mientras recuperaba su buen humor habitual.
—Sí, vale, es posible que me merezca ese comentario. Pero no hace falta que seas tan grosero.
—Pues si crees que esto es grosero…
—¡Basta! —los cortó Hauk, acabando con la discusión—. Dejemos esas actitudes para más tarde y tomémonos un momento para alegrarnos de estar vivos e intactos, cosa que, dadas las tendencias suicidas de Caillen y sus limitadas habilidades como piloto, es realmente sorprendente. ¿Sabéis? Hemos vivido un milagro.
Caillen se lo habría rebatido diciendo que su supervivencia era consecuencia de su capacidad y no de la intervención de ningún ser esotérico, pero al ver los ojos llenos de dolor de Desideria, decidió hacerle caso a Hauk. Lo cierto era que a ella le iría bien un descanso. Y también a él.
—De acuerdo. Estaremos en la cabina de la tripulación, por si queréis algo.
Hauk se sentó en la otra silla en cuanto Desideria se levantó. Caillen emprendió la marcha y Desideria lo siguió por el estrecho pasillo, diseñado de ese modo para obligar a cualquier atacante externo a ir en fila y limitarle así los movimientos. Llegaron a la pequeña cabina con literas, donde la tripulación descansaba si estaban en una patrulla larga.
La ducha no sería gran cosa, pero bastaría para un lavado rápido. Con suerte, alguno de los tripulantes andarion tendría afición al jabón. Incluso quizá al champú.
Caillen abrió la puerta de la cabina y dejó entrar a Desideria delante. Las luces se encendieron automáticamente mientras ella iba a un rincón donde había una pequeña mesa redonda y un par de sillas acolchadas junto a una pequeña unidad de frío y un armario despensero. Tres estrechos camastros, uno encima de otro, se alineaban en la pared de enfrente, junto a una pequeña ducha.
—¿Estás bien? —le preguntó Caillen.
Ella lo miró con ojos inquietos.
—No lo sé. Me noto rara…, como entumecida.
—Sí. Yo también. Han pasado muchas cosas y hemos tenido que asimilarlas en muy poco tiempo. La mente tiende a cerrarse sino puede con todo. —Por desgracia, ya les vendría el bajón más tarde a ambos, y entonces sería aún más difícil enfrentarse a todo ello.
Como cuando, de pequeño, murió su padre adoptivo.
Había estado totalmente normal durante tres días, mientras sobornaba a los médicos y ayudaba a sus hermanas a superarlo, pero después del funeral, cuando iban hacia la escuela, algo dentro de él se había quebrado. Había llorado hasta vomitar solo en un callejón.
Nadie lo sabía y así seguiría siendo. Le había costado horas ser capaz de salir de aquel callejón.
—No te preocupes, princesa. Estoy aquí si quieres hablar.
Desideria no respondió, mientras la realidad de su situación se le volvía a hacer patente. No tenían escapatoria. Ninguna esperanza. Todos sus sueños de futuro se habían desvanecido. Aquel podía ser perfectamente el último día de su vida…
El dolor y el temor la dejaron sin aliento.
—Aún no estoy preparada para morir.
—No morirás.
Qué fácil era decirlo. Pero ni siquiera la convicción de Caillen le podía hacer tragar esa mentira. La verdad era fría y dura. Y la tenía delante de la cara.
«Soy una muerta que camina».
La condenarían por aquellos asesinatos y no podría hacer nada.
Él le tendió una mano.
—Date una ducha y te sentirás mejor.
Ella se burló desdeñosa de su inútil optimismo.
—Una ducha no va a resolverme problema.
—No, pero te mejorará el humor. Te lo aseguro.
—Sí, claro. No va…
Él la silenció con un beso tan apasionado que le hizo arder la sangre. La cabeza le dio vueltas al notar el calor del cuerpo de Caillen contra el suyo, sus brazos rodeándole la cintura. Se sintió superada y confundida por unas emociones intensas y violentas.
Nunca nadie la había abrazado así.
Como si fuera algo muy valioso. Como si ella le importara.
Como si la amara…
En ese momento, algo en su interior estalló. Todas las emociones reprimidas la inundaron con una ferocidad tan intensa que la dejó sin aliento bajo su beso.
Pero lo que la mantenía centrada y le hacía conservar la cordura en medio de toda aquella locura era el sabor de sus labios. El olor de un hombre que había pasado por el infierno y había estado a su lado durante todo el camino.
Un hombre que la había protegido incluso cuando eran enemigos. Nunca nadie le había mostrado tanta consideración y amabilidad.
De un modo u otro su existencia estaba acabada. Aunque había vivido siempre con el único propósito de ser obediente y de hacer que su madre se sintiera orgullosa de ella, todo eso ya no servía de nada. De nada en absoluto.
Pero si tenía que morir, quería algo para sí misma. Algo que fuera únicamente suyo.
Quería a Caillen. Quería irse a la tumba con el recuerdo de sus caricias grabado en la piel. Saber cómo era estar con él, solos los dos, sin fingir y sin remordimientos.
Por primera vez en su vida, sintió que estaba tomando una decisión no por obligación o deber. La tomaba porque era algo que quería.
«Eres qillaq, estás sujeta a las leyes de tu gente».
Sí, y parte de esas leyes la obligaban a conocerse a sí misma.
Decidir su propio destino y no permitir que nadie mandara sobre su persona. Nunca. Su madre estaba muerta. Le correspondía a ella descubrir a los asesinos y llevarlos ante la justicia. Sólo ella podía hacerlo. Pero hasta que aterrizaran no había manera de perseguir a los traidores. Nada que hacer excepto estar con el único hombre que la había hecho sentirse humana.
Un hombre que accedía a una parte de ella a la que nadie había accedido nunca.
Caillen gruñó de placer cuando notó el cambio en el beso de Desideria y en su humor. Ella se le agarró y tomó el control de la situación de un modo con el que él sólo había podido soñar. Sus sentidos comenzaron a disparársele cuando le empezó a explorar la boca y a mordisquearle los labios.
«Oh, sí, nena…».
Eso era lo que había estado deseando desde el primer momento en que la vio. Cada una de sus hormonas estaba salivando, ansiando probar su cuerpo. Cuando ella se apartó para mirarlo, Caillen notó que se le endurecía aún más la polla. Esperó a que Desideria hablara, pero no lo hizo. En vez de eso, le abrió la camisa y le puso las manos sobre el pecho, rozándole la piel amoratada. Sus caricias lo hicieron estremecer de arriba abajo.
En un momento se sintió perdido y supo que no habría marcha atrás.
—No enciendas este fuego, Desideria, a no ser que pretendas llevarlo hasta el final.
Ella se inclinó y le mordisqueó la barbilla.
—Pretendo llevarlo hasta el final.
Él la besó rápidamente y luego abrió el grifo de la ducha.
Ella lo miró ceñuda.
—¿Qué estás haciendo?
—Por si acaso Fain tiene razón por primera vez en su vida, no quiero ofenderte con mi olor.
Desideria se rio mientras asentía.
—Como dirías tú, creo que me merezco ese comentario. Yo también hace días que no me lavo.
—Sí, pero tú hueles mucho mejor que yo. Créeme, mis hermanas me dejaron muy claro que los hombres apestan más que las mujeres.
—No sé. Yo pondría a mis hermanas entre las bestias más apestosas del universo. Lo cierto es que Cissy siempre dice que, si pudiéramos embotellar el sudor de Gwen, tendríamos una nueva arma biológica capaz de hacer caer ejércitos enteros con sólo una aspiración. Y lo cierto es que tengo que admitir que es bastante potente.
Se puso seria mientras Caillen se desnudaba y exponía más y más aquella apetitosa piel a su hambrienta mirada. De acuerdo, sus hermanas no estaban locas. Sin duda había algo que decir a favor de un hombre desnudo y Caillen era de una belleza exquisita. Desde la ancha y musculosa espalda al estómago plano y tenso sobre el que se podría hacer la colada, bajando por las largas y peludas piernas hasta los pies. Sí, estaba magullado y herido, pero eso no le restaba belleza.
Comenzó a alzar la mirada y el calor le estalló en la cara al ver una parte de él que era exclusivamente masculina. Dios santo, parecía totalmente cómodo en su desnudez. Lo que daría ella por tener esa misma confianza en su físico. Y se sentía tan fascinada como aterrorizada por su parte dura y masculina. Le resultaba totalmente ajena y desconocida y, al mismo tiempo, hermosa y tentadora.
Su ligera risa la tentó mientras la cogía y la acercaba a él.
—No te voy a morder, guapa, ni tampoco… al menos sin invitación.
Ella se estremeció mientras Caillen empezaba a abrirle la camisa y todas sus viejas inseguridades la golpeaban de repente. ¿Le resultaría atractiva?
—Nunca he estado con un hombre.
Él se quedó perplejo y sus agudos ojos la escrutaron.
—¿Cómo es posible?
—Aún no me he ganado ese derecho.
Caillen la miró ceñudo.
—Entonces, ¿por qué vas…?
Ella lo interrumpió poniéndole un dedo sobre los labios.
—No estamos en Qillaq. Creo que quiero probar vuestras costumbres durante un rato.
Él le mordisqueó la punta del dedo y disfrutó del sabor salado de su piel.
—¿Estás segura de esto? El sexo es una de las cosas que no se pueden deshacer. Lo último que quiero es que esto sea un error que te remuerda la conciencia.
Desideria lo miró asombrada.
—¿Siempre te preocupas tanto por tus amantes y sus sentimientos?
Caillen tragó saliva mientras esas palabras lo devolvían al día en que había encontrado a su hermana después de que la violaran. La había visto tan destrozada y dolorida, tan dañada tanto física como mentalmente… Ese momento se le había grabado para siempre en la mente y en el corazón. La forma en que Shahara se había aferrado a él y luego lo había insultado por ser hombre. El modo en que ella se había cortado el pelo y luego se había negado a dejar que nadie la tocara durante años. Todas las veces que había tenido miedo de salir de su apartamento. Incluso ahora, después de todo ese tiempo, Shay se erizaba si alguien se le acercaba por detrás sin que ella se diera cuenta. Y aún pocas veces lo abrazaba o lo tocaba.
Caillen nunca podría hacerle algo así a otro ser humano. Nunca destrozaría a una mujer hasta ese punto, sobre todo a una que significaba tanto para él como Desideria.
—No quiero ser algo que lamentes. Nunca.
Ella lo miró. Y en ese momento hizo un terrible descubrimiento.
Se estaba enamorando de un sinvergüenza lunático que vivía siempre a punto de morir. Uno con una sonrisa increíble y un ego irritante. Y darse cuenta de eso la dejó hecha polvo.
Amor. Una emoción estúpida. Nunca lo había entendido. No hasta ese mismo momento, al mirar los oscuros ojos de la única persona a la que le había confiado su seguridad. El único al que había cuidado, aunque no supiera hacerlo. Aquel hombre que era irritante, molesto y arrogante.
Y absolutamente maravilloso.
Sintió ganas de llorar por las fieras emociones que experimentaba. Parte de ella quería devorarlo. Otra parte, sólo abrazarse a él hasta que todo volviera a estar bien.
Incapaz de resistirlo, lo abrazó y dejó que el contacto con su cuerpo la calmara. Era tan agradable estar tan cerca de Caillen…
Él notó algo diferente en la forma en que ella lo abrazaba. Se le aferraba con el rostro hundido en su cuello. Sin moverse, sólo agarrándolo con todas sus fuerzas, como si temiera que la apartara.
¿Se le habría aflojado un tornillo? ¿Acaso toda la mierda de los últimos días la había quebrado finalmente?
Caillen no sabía por qué, pero esa idea lo enfureció. No podía soportar pensar que le pasara algo a aquella chica.
—¿Estás bien?
Desideria asintió y luego se apartó para quitarse el top.
Caillen notó que se le secaba la garganta al verle los pechos desnudos. Ya sabía que era hermosa, pero la abundancia que tenía delante era más de lo que había esperado. Oh, sí, aquellos pechos le llenarían la mano y lo dejarían completamente satisfecho. Gruñendo, agachó la cabeza para probar un trozo de cielo.
Ella se estremeció bajo el calor de su aliento sobre la piel desnuda. Y cada caricia de su lengua le enviaba una oleada de excitación por todo el cuerpo. Nunca en su vida había sentido nada igual. Su vergüenza desapareció bajo el asalto del deseo y la necesidad de complacerlo.
Antes de que se diera cuenta, Caillen ya la había desnudado por completo. Por un breve instante, Desideria sintió cierta timidez, pero él no le dejó tiempo para eso mientras la metía en la ducha. La apretó contra la pared mientras el agua caliente los mojaba.
Sólo Caillen podía ser tan hermoso, con el largo cabello negro pegado a la piel. Mordiéndose el labio, ella se lo retiró de la cara y sonrió al recordar lo que le había dicho cuando había tomado la medicina para hacérselo crecer.
—¿Se va a meter por medio?
Él esbozó aquella sonrisa juguetona que hacía que a ella se le contrajera el estómago y le palpitara otra parte del cuerpo.
—Sí —contestó Caillen—, pero por ti vale la pena.
Le acarició la mejilla con la suya y su barba incipiente le provocó escalofríos por todo el cuerpo.
Tragó aire con fuerza al tocarle las cicatrices de la espalda y la más profunda que tenía en el abdomen. El pájaro tatuado se mezclaba con ellas de una forma que despertó su curiosidad.
—¿Te hiciste el tatuaje para disimular las cicatrices?
Caillen se quedó parado ante la astuta pregunta, que nunca antes nadie le había hecho. Iba a mentirle, pero no quería una relación basada en mentiras.
—Sí. Siempre me han hecho sentirme cohibido.
—¿Por qué?
Él se pasó la mano por la peor cicatriz del lado izquierdo, donde parecía que alguien lo hubiera trinchado.
—A las mujeres les gustan los cuerpos perfectos, y he estado con las suficientes para saber que el número y la profundidad de las cicatrices puede enfriar la situación.
Desideria le pasó un dedo por la que él había reseguido.
—A mí no me importan en absoluto. Sólo demuestran que estás loco.
El calor en sus ojos la abrasó.
—Eso sí.
Vio que estaba cicatrizando la última herida que le habían hecho al dispararle. Y eso la hizo preguntarse por las demás.
—¿Cómo te las hiciste?
—Shahara siempre decía que yo sólo aprendía cagándola primero. Cada marca me sirve como recordatorio permanente de que lo que no te mata sólo requiere muchos puntos.
Trataba de mantener un tono animado, pero la verdad era que odiaba todo el destrozo que se había causado. El precio que su cuerpo había pagado por sus locuras. Pero no veía ni el menor rastro de desagrado en los hermosos ojos oscuros de Desideria.
Con un profundo ceño, ella resiguió con el dedo la cicatriz que él tenía en la frente.
—No puedo creer que tu hermana te tirara una palanca de hierro.
—Pues dijiste que me lo merecía.
—No era en serio.
Esas palabras lo enternecieron; le besó la punta de la nariz y le cogió la mano. Sin dejar de mirarse a los ojos, le guio la mano hasta que ella lo cubrió allí donde él más necesitaba que lo tocase.
Desideria contuvo el aliento mientras permitía que Caillen le enseñara cómo acariciarlo. Estaba asombrada de lo suave que era su piel sobre aquella dureza. Pero lo que más la entusiasmó fue la mirada de sus ojos mientras ella lo exploraba. Había en ellos tanta pasión y deseo, tanta ternura… Él le trazó círculos sobre los pechos, tentándola hasta que ella creyó estar a punto de derretirse. Nadie la había mirado nunca de ese modo, como si pudiera devorarla. La hacía sentirse poderosa y fuerte de un modo que nada antes lo había hecho.
Sus murmullos de placer le llenaban los oídos y la hacían atreverse cada vez más con las caricias. Llevó la mano hacia abajo y la apretó con fuerza.
Caillen se echó hacia atrás, siseando.
—Con cuidado, amor. Demasiado fuerte y ambos tendremos una decepción.
Desideria apretó el puño.
—Lo siento. No quería hacerte daño.
Él le besó la mano antes de volvérsela a poner sobre la polla.
—No pasa nada. Sólo tendrás que acariciármela hasta que se me pase el dolor. Un besito para curarla.
—Eres malo. —Desideria lo miró arrugando la nariz.
—Del todo.
Le enmarcó la cara entre las manos y la besó de nuevo mientras ella acariciaba con cuidado toda la longitud de la verga. Le resultaba tan extraño no sentir ningún tipo de vergüenza por su cuerpo. Toda su vida había tenido cuidado de cubrirse para que su madre y sus hermanas no la humillaran. Pero con Caillen se sentía hermosa. A él no parecía importarle que fuera más musculosa y grande que otras mujeres. En todo caso, parecía gustarle.
Él la fue duchando lentamente; le pasó las manos por fuera y por dentro. Cada movimiento y roce la hacían temblar. Era como si la electricidad le recorriera el cuerpo, y cuando él se arrodilló ante ella y sustituyó la mano por la boca, Desideria gritó de placer. En medio de una explosión de sensaciones, le hundió la mano en el fino cabello mientras él la provocaba y la saboreaba.
El pensamiento racional la abandonó. ¿Cómo podía estar sintiendo cosas tan increíbles? En todas sus fantasías, nunca se le había ocurrido eso. De repente, sintió que él cuerpo le estallaba en oleadas sucesivas de placer. Abrió los ojos mientras gritaba de nuevo.
Caillen la apretó contra sí y continuó saboreándola hasta que ella notó que su cuerpo volvía flotando a la tierra y recuperaba algún tipo de cordura.
Aún jadeante, lo miró asombrada.
—¿Qué me has hecho?
Él le mordisqueó el muslo.
—Eso, mi dulce niña, es un orgasmo.
No era de extrañar que la gente arriesgara la vida por ello. Por fin entendió por qué todo el mundo ansiaba el sexo. Era increíble.
Los ojos de Caillen se oscurecieron y su expresión se volvió seria. Le cogió la mano y le levantó una pierna hasta apoyársela en la cadera.
Desideria se notaba aún temblorosa y palpitante cuando él se deslizó profundamente en su interior. Tragó aire con fuerza ante la extraña sensación de tenerlo llenándola completamente. Un intenso dolor la atravesó, superando el placer durante varios segundos, hasta que Caillen comenzó a acariciarla con la mano.
El dolor desapareció mientras él la apoyaba contra la pared y la besaba. Ella lo rodeó con ambas piernas por la cintura y gozó de la sensación de tenerlo contra su cuerpo mientras la llenaba por dentro.
—Cómo me gustas —le susurró Caillen al oído.
Su respuesta acabó en un pequeño grito ahogado, mientras él empujaba con las caderas. Más placer la recorrió en tanto él empujaba lenta y cuidadosamente. La intimidad de ese momento la asombró de un modo que nunca se habría imaginado. Estaba desnuda con un hombre dentro de sí. No había nadie más en el universo aparte de ellos dos. Nada excepto la sensación de compartir sus cuerpos mientras el agua caliente caía sobre ellos desde arriba.
Caillen bajó la cabeza para mordisquearle los pechos, mientras seguía penetrándola. Desideria le abrazó la cabeza sintiendo emociones cada vez más confusas. Ya era una mujer en todo el sentido de la palabra. Y él, un fugitivo buscado, era su amante.
Esa palabra resonó en su mente y, por un instante, se sintió como si estuviera fuera de su cuerpo, mirándolos a ambos en aquel pequeño cubículo. Conectados. No sólo por un acto físico, sino por algo mucho más profundo. Mucho más trascendente.
Caillen hundió la cabeza en el cuello de Desideria mientras el agua caliente le salpicaba en la espalda. Notó que ella lo arañaba con suavidad y sintió escalofríos por todo el cuerpo. Nunca en toda su vida se había sentido así. No sabía qué tenía aquella chica que se le colaba por las defensas, pero le había permitido llegar a un lugar donde sólo ella podía hacerle daño.
No era sólo ser su primer hombre, había algo más.
Cómo lo hacía sentir… No como un perdedor o un jugador, sino como un héroe.
Menuda estupidez.
«Te traicionará. Tarde o temprano, todo el mundo lo hace».
No quería creer eso. Ni por un instante. Por primera vez en su vida podía ver más allá de la posibilidad de una traición.
Podía ver…
Toda una existencia así, perdido entre sus brazos.
«No seas estúpido. Ambos moriréis si os atrapan».
Pero ese era un «si» muy importante. En ese momento, lo que quería era asegurarse de que no ocurría nada para fastidiarles eso.
Que nada le hiciera daño a ella.
Desideria era lo más importante para él. Y con esa idea, notó que su cuerpo sobrepasaba el límite. Echó la cabeza hacia atrás y dejó que el orgasmo lo llevara hasta lo más alto.
Ella lo agarró con fuerza, su aliento cosquilleándole en la piel mientras le apretaba las piernas alrededor de la cintura. Sí, Caillen pensó que sin duda podía pasarse así la eternidad.
• • •
Dos horas más tarde, Caillen estaba tumbado desnudo en el frío suelo de la cabina de descanso de la tripulación, escuchando la respiración de Desideria, que dormía sobre su pecho. Estaba tan exhausto como ella y por primera vez en meses no estaba estresado, aunque debería estarlo. El aliento de Desideria le cosquilleaba en la piel mientras trataba de planear todo lo que tendría que hacer cuando aterrizaran.
Aún no tenía ni idea de cómo conseguir las pruebas que necesitaba para limpiar su nombre y descubrir quién estaba detrás del asesinato de su padre.
A no ser que encontrara al responsable y consiguiera que el cabrón hablara. Aunque eso era fácil de decir, pero no de hacer. Lo peor: había más asesinos de por libre que granos de arena en la playa. Encontrar a uno en concreto… Eso requería más suerte que habilidad.
Y luego también estaba el asunto de Desideria.
Sólo pensar en ella le aceleraba la respiración. Su olor lo rodeaba y lo único que él deseaba era quedarse así eternamente.
Eso lo aterrorizaba. No quería estar ligado a nadie. Eso aportaría demasiado drama y mierda a su vida, ya bastante complicada.
«Sí, pero ¿no sería maravilloso tener una relación como la de Shahara y Syn? ¿Como la de Nykyrian y Kiara?».
Quería convencerse de que no le importaba en absoluto, pero sabía la verdad. Le encantaría tener una mujer cuyo rostro se iluminara como hacía el de Desideria cada vez que lo miraba.
«Me pregunto si sabe que le pasa eso. ¿Podría ser que yo signifique algo para ella?».
Estaba demasiado acostumbrado a que las mujeres le dijeran que era un inútil y que no valía nada. Siempre querían sacarle los ojos por ofensas que no había tenido la intención de cometer. Como olvidarse de un cumpleaños cuando toda su vida se estaba cayendo a trozos.
Tener a una mujer que lo amara y que estuviera ahí cuando la necesitara…
«Deja de comportarte como una nena, estúpido. Ahora mismo tienes demasiadas cosas en las que pensar, y si os matan a ambos ya verás para qué te va a servir el amor».
Cierto, muy cierto.
«Mi padre ha muerto».
La realidad regresaba una y otra vez y le daba una patada en el estómago. No había tenido casi tiempo de conocer a su auténtico padre, pero había significado mucho para él. Aún no podía creer que no volvería a verlo. Que no volvería a oír el tono de exasperación en su voz cuando le decía las temidas palabras: «He hablado con Bogimir».
Quizá debería haberse esforzado más en ser un príncipe, en hacer que se sintiera orgulloso. Aquel hombre lo había querido y la verdad era que él también había llegado a quererlo.
«Debería habérselo dicho».
Caillen sabía mejor que nadie lo pasajera y frágil que era la vida. Siempre que su padre le había dicho que lo quería, él había visto esperanza en sus ojos, deseando que Caillen le dijera lo mismo.
«Soy tan gilipollas…».
¿Por qué no le había dicho que lo quería, al menos una vez? Le hubiera alegrado el día y a él no le costaba nada.
«No puedo creer que nunca lo hiciera».
La culpabilidad y el dolor lo abrumaban. Pero no había nada que pudiera hacer para rectificar el pasado. Era demasiado tarde.
Suspiró pensando que había muchas cosas en su vida que lamentaba.
Excepto estar con Desideria.
La miró, dormida sobre su pecho desnudo, y sonrió. Sí, de eso nunca se arrepentiría.
—Eh, Cai.
Frunció el ceño al oír el tono tenso de Hauk por el intercomunicador.
—¿Sí?
—Tenemos un pequeño problema por aquí. Creo que tendrías que venir al puente. Ya.
—¿Por qué?
—Oh, por nada, en realidad —contestó Fain—. Están a punto de atacarnos, eso es todo. Hemos pensado que querrías ver llegar el rayo de la muerte antes de que nos convierta en una ardiente bola de metal retorcido.