Desideria pensó seguir a Caillen, aunque él le hubiera dicho que se quedara allí. No le gustaba que la dejara atrás. ¿Y si él no regresaba? ¿O la encontraban los andarion mientras Caillen no estaba?
«Te entregas y confías en que no se te coman».
Sí, que se la comieran sería un palo. Y le resultaba curioso que mientras él estaba inconsciente ese temor no hubiese sido tan intenso como lo era ahora. En ese momento era palpable.
«¿Qué me pasa?».
Ella podría luchar contra los andarion por su cuenta. Incluso sería más fácil ahora que estaba sola, sin tener que proteger a alguien inconsciente. Apretó más la pistola que sostenía en la mano, mientras planeaba varias situaciones de huida y de lucha. La suerte siempre favorecía a los que estaban preparados y una cosa que su gente sabía hacer era planear una batalla.
Caillen le había dejado dos armas, pero se había llevado la mochila. Eso no le gustaba. En aquellos dos últimos días, había comenzado a confiar en esa bolsa tanto como él. Había algo extrañamente reconfortante en su contenido. No la sorprendía que hubiera arriesgado su vida para recuperarla.
«Me estoy volviendo loca».
¿Quién consideraría que valía la pena arriesgar la vida por una mochila?
Aparte de Caillen.
Y con cada segundo que pasaba, notaba que iba perdiendo poco a poco la cordura. Lo cierto era que el tiempo se alargaba hasta el punto de que tenía que levantarse y caminar arriba y abajo por el estrecho agujero. Era curioso que no le hubiera importado estar ahí cuando él se hallaba inconsciente. Incluso fuera de juego, su presencia tenía tal fuerza que la había aliviado y la había hecho ser paciente.
«Sí, vale, ahora sí que se me está yendo la cabeza».
Porque en lo único que podía pensar era en lo mucho que había disfrutado usando su cuerpo como almohada por la noche y resiguiéndole con el dedo la línea del mentón antes de dormir. Probablemente se enfadaría si supiera que había hecho eso. Pero le había resultado irresistible y le había hecho tener pensamientos que no debería tener respecto a hombre. Sobre todo porque no podría aparearse hasta al cabo de un año como mínimo.
Y eso si su madre no la degradaba totalmente a la posición de niña cuando volviera a casa.
«No pienses en eso».
Continuó recorriendo el pequeño espacio mientras esperaba. Le pareció que pasaban años antes de oír un sonido arriba. El corazón se le detuvo. Sacó la pistola de rayos, se preparó para luchar y apuntó para dispararle a quien estuviera a punto de saltar sobre ella. La oxidada cerradura fue abriéndose con dolorosa lentitud.
Finalmente, chirrió al abrirse del todo y Caillen apareció en el hueco. Sin ser consciente del susto que le había dado, bajó al escondite. No le preocupó que ella le estuviera apuntando a la cabeza con una pistola, como si eso fuera algo que le pasara todos los días. Cerró la trampilla.
Sonriendo, le dio una pequeña bolsa mientras ella enfundaba la pistola.
—¿Eres caníbal?
Desideria lo miró desconcertada ante esa peculiar pregunta.
—¿Perdona?
—¿Comes-carne-humana? —repitió él, separando cuidadosamente cada palabra.
—No-que-yo-sepa —le contestó ella, imitando su tono seco y su ritmo entrecortado.
—Ya me lo imaginaba. —Dejó la mochila en un rincón, luego sacó una barra de luz nueva, la quebró y la agitó. La dejó en el suelo y se volvió hacia Desideria—. ¿Sabes lo difícil que es encontrar carne no humana en este sitio? La verdad, la Liga tendría un ataque si viera lo que hay en el menú de esta roca.
A ella la conversación le habría hecho gracia de no ser por su aspecto. Tenía un corte encima del ojo y su ropa estaba aún más arrugada que antes.
¿Habría tenido que luchar? No lo creía y sin embargo…
—¿Estás sangrando?
Él se rascó la barbilla con el gesto de timidez más adorable que ella había visto nunca.
—Es superficial.
Oh, sí, su tono era totalmente defensivo.
—¿Qué ha pasado?
Caillen dejó escapar un cansado suspiro.
—¿Te creerás que un estúpido de mierda ha intentado atracarme? ¿A mí? Al principio pensaba que eran las autoridades, que habían tenido un golpe de suerte. Pero no. Era un imbécil que seguro que está teniendo un día peor que el nuestro.
—¿Y eso por qué?
—Hemos intercambiado nuestras tarjetas de identidad.
Desideria se sintió al mismo tiempo horrorizada y divertida por lo que Caillen había hecho. Si encontraban su tarjeta de identidad sabrían que estaban allí.
—¿Has perdido la cabeza?
—Sí. Pero eso nos sacará a los agentes de encima durante un rato y, con suerte, nuestro amigo el asesino de la nave también se despistará. Estarán persiguiendo a un carterista cada vez que este emplee la tarjeta, que espero que sean muchas; y si es bueno esquivándolos, nos puede hacer ganar un montón de tiempo. Y lo mejor de todo, le he cogido del bolsillo un buen puñado de billetes. Ese idiota ni siquiera se ha enterado. ¿Qué clase de ladrón no nota que le birlan la cartera, pregunto yo? Cuando eres tan malo, más te vale cambiar de trabajo.
Riendo, sacó un sándwich caliente de la bolsa y se lo tendió.
Ella podría haberlo besado por su amabilidad. El delicioso olor hizo que el estómago se le cerrara con tal fuerza que por un momento pensó que iba a vomitar. Se contuvo, cogió el sándwich con una calma que realmente no sentía y lo desenvolvió, aunque tuvo la tentación de comérselo con papel y todo.
—Si ves que empiezo a comerme los dedos, no me pares.
Él le dedicó una sonrisa cómplice mientras se comía el suyo.
Desideria mordió el sándwich y saboreó el delicioso sabor de la carne. Oh, sí, qué bueno, y le estaba agradecida en el alma por habérselo llevado.
—Gracias.
—De nada. —Caillen se tragó su bocado antes de volver a hablar—. Por cierto, sólo para que lo sepas, normalmente cobro por este servicio.
—¿Qué servicio?
—Darte de comer.
No supo por qué, pero eso la ofendió.
—¿Perdona?
Los oscuros ojos de él destellaron con un travieso calor mientras la recorría lentamente con la mirada, como si saboreara cada centímetro de su cuerpo. Por alguna razón que no sabría nombrar, Desideria notó una sensación rara en el estómago.
—Oh, sí, nena. Una comida para una hermosa mujer… al menos un beso a cambio. Es obligado. Pero como sé que tienes mucha hambre, lo dejaré correr. Pero la próxima vez… me lo tendrás que pagar.
El enfado de ella desapareció con sus bromas.
—No sé. Yo que tú, esperaría algo mejor.
—¿En serio? —preguntó él, abriendo mucho los ojos.
—Mmm… sí, que las vacas vuelen.
Caillen rio con ganas y siguió comiendo.
—En la bolsa hay más comida y bebida, para que lo sepas.
Con lo que he conseguido, podría alimentar hasta a mi hermana Kasen y, créeme, come como un torna obeso.
Eso sí que era impresionante. Se decía que un torna comía al día tres veces sus noventa kilos de peso.
Desideria guardó silencio mientras trataba de tragar, a pesar de sentir que se le había cerrado el estómago. Estaba famélica, pero su cuerpo se había acostumbrado tanto al hambre que intentaba rechazar lo que le ofrecía. Nunca se había sentido más desgraciada.
Pasaron varios minutos hasta que se relajó lo suficiente como para poder pensar en algo más. Miró a Caillen. Estaba sentado en un rincón, sobre el frío suelo, sin que eso pareciera molestarle. Llevaba desatados los cordones de la bota izquierda. Era una encantadora combinación de sinvergüenza y caballero.
Sin duda su hermana lo había educado bien.
Y eso la llevó a recordar a la mujer que había visto en el marco y que no había podido identificar. Sin saber por qué, notaba un amargo dolor cada vez que pensaba en por qué él guardaría la foto de esa mujer con las del resto de su familia y amigos.
Antes de que su cerebro pudiera refrenar su lengua, se encontró, en medio del silencio, haciéndole la pregunta que no quería hacer.
—¿Quién es la mujer de la última foto de tu marco?
Caillen se quedó a medio mordisco antes de fulminarla con la mirada. Esa reacción la hizo estremecer, y vio al asesino que llevaba dentro. Durante un nanosegundo, casi esperó que le saltara al cuello.
—¿Has tocado mis cosas?
—Han sido dos días muy largos.
Eso sólo pareció enfurecerlo más.
—¿Has tocado mis cosas?
Desideria suspiró irritada.
—¿Vas a seguir repitiendo esa pregunta?
La furia de su mirada se intensificó y el veneno en su voz era escalofriante.
—Odio que toquen mis cosas sin mi permiso. Me cabrea tanto que se me mete en la sangre como si fuera un marcador de ADN.
—Lo siento —dijo ella con sinceridad—. No sabía que fuera tan importante para ti.
Él resopló antes de tomar un trago de su bebida.
—Si hubieses crecido en un espacio de cincuenta metros cuadrados y tuvieras tres hermanas que meten las narices en todo diciendo que es por tu propio bien, valorarías mucho la intimidad. No puedo decir más claro lo mucho que me cabrea la idea de que alguien que no sea yo toque mis cosas sin mi permiso.
Era evidente que se lo habían hecho muchas veces y que eso lo había dejado muy amargado.
—He dicho que lo siento y es cierto; te prometo que no volveré a hacerlo, sabiendo lo mucho que te molesta. Y ahora dime quién es. He supuesto quiénes son tus hermanas y tu madre, pero ella no parece cuadrar por ningún lado.
La desconocida era mucho más alta que sus hermanas y más hermosa incluso que Shahara. Caillen sólo tenía una foto de ella, junto a un destartalado carguero que suponía que sería el de él. A pesar de la frialdad de sus ojos, la mujer parecía angelical y tan dulce que Desideria se había sentido invadida por unos injustificados celos.
Caillen tardó unos minutos en responder mientras miraba furioso al suelo, como si este también lo hubiera ofendido de algún modo. Resultaba evidente que aquella mujer aún le provocaba intensos y malos sentimientos; al menos, Desideria esperaba que fueran contra la mujer y no contra ella por haber metido las narices en sus cosas.
—Se llama Teratin.
Empleó el presente, lo que significaba que estaba viva, otra cosa que molestó a Desideria, aunque no debía.
«No puedes matarla, Desi».
Lo más curioso era que sí quería buscarla y darle un buen puñetazo. Pero no iba a dejar que Caillen se enterara.
—Es un nombre bonito.
—Sí, bueno, muchas cosas venenosas tienen nombres bonitos.
Era imposible pasar por alto las dagas que le salían de los ojos al decirlo. Odiaba a aquella mujer con toda su alma.
Ese grado de animosidad la sorprendió y en una parte de ella que haría que su madre se sintiera orgullosa, se alegró de que la odiara.
—Si no la aguantas, ¿por qué tienes una foto suya en tu visor?
El calor de su mirada era abrasador.
—Para recordarme que no debo confiar nunca en nadie. Que no importa lo que salga de la boca de una persona, por mucho que te diga que nunca te va a traicionar, cualquier cosa nimia, insignificante, puede hacer que se vuelva contra ti para siempre.
Desideria se compadeció del dolor que se adivinaba bajo su furioso discurso. Él había demostrado hasta el momento ser un hombre decente y honorable y a ella le costaba imaginar que nadie pudiera hacerle esa clase de daño.
¿Habría hecho algo para merecérselo?
—¿Qué te hizo? —le preguntó.
Caillen apartó la vista al despertársele antiguos recuerdos. Teratin le había parecido una buena persona cuando la conoció. Modesta, incluso dulce. Lo bastante tímida como para resultar encantadora. Poco sabía él que todo eso no era más que una fachada bien ensayada. Mierda, era tan fácil hablar con ella.
Una serpiente con una bonita piel. Maldito fuera por ser tan estúpido de caer en la trampa.
Notó que se le disparaba un músculo del mentón mientras bebía un poco de agua y trataba de contener las ganas que aún tenía de localizar a aquella zorra y matarla.
—Estuvimos más o menos saliendo durante tres años.
Desideria alzó la ceja derecha con una expresión que a Caillen le hubiera resultado divertida de no haber estado hablando de la Gran Bruja.
—Defíneme «más o menos».
Sí, esa era la cuestión. Una expresión, muchas definiciones. Era una pena que su percepción de la relación hubiera sido totalmente diferente de la de aquella zorra psicópata.
—Nos acostamos unas cuantas veces, salimos a cenar unas cuantas más y pasábamos ratos juntos si ella estaba en la ciudad. Nunca la busqué. Ni una vez. Pero ella venía a verme sin ningún motivo en concreto. Decía que le apetecía estar conmigo y a mí me daba lástima, porque no tenía a nadie más con quien estar; pensándolo ahora, debería haberme dado cuenta de que cualquiera que viaja de un planeta a otro sólo para pasar una tarde contigo es que está mal de la cabeza. Pero me gusta darles a los lunáticos el beneficio de la duda y si peco de algo en esta vida es de que a menudo creo que la gente es lo que parece sin cuestionármelo. Te juro que algún día aprenderé a ser un borde con los chalados y los tirados.
Algo más fácil de decir que de hacer. Sabía desconfiar de los aprovechados y los timadores, pero era un tonto con cualquier historia triste. Con los solitarios que no tenían a nadie. Con la gente que no gustaba a los otros. Cualquier perdedor podía contar con él.
Y muchos eran gente decente, pero siempre había un puñado que… estaban locos hasta un punto que desafiaba la comprensión humana.
Apretó la botella con fuerza mientras tomaba otro trago y trataba de controlar su rabia. Que los dioses ayudaran a Teratin si alguna vez se la encontraba, porque lo más seguro sería que la matara. Y disfrutaría haciéndolo.
Probablemente hasta lo celebraría, y eso era lo que más lo asustaba.
—No era nada serio. O eso pensaba yo. Un día, recibí un mensaje de voz muy hostil porque me había olvidado de su cumpleaños. No le había dado mayor importancia… En tres años nunca le había felicitado el cumpleaños antes. No sabía que tres era el número mágico para ella y que, si ese año en concreto no le decía nada, la Bruja Loca lanzaría la furia del infierno sobre mi cabeza. En ese tiempo recibía mierda de todas partes. A mi hermana Tessa la perseguían los prestamistas, que ya la habían enviado una vez al hospital. Kasen también estaba ingresada para intentar de nuevo que su enfermedad de la sangre no la matara, Shahara iba detrás de un objetivo y estaba desaparecida en combate y yo tenía miedo de que hubiera muerto y que encontráramos su cuerpo en algún sitio horroroso. Uno de mis trabajos habituales había dejado de serlo y otro me estaba poniendo contra la pared a base de regulaciones y requisitos de equipo que me estaba costando cumplir. En fin, estaba un poco preocupado por la familia y el trabajo, y cualquier humano normal y corriente lo habría entendido.
»Pero a ella se le fue la olla y, en cuanto me enteré, ya estaba llamando a las autoridades para que nos arrestasen a mi hermana Kasen y a mí. También había contactado con mis socios de negocios para intentar acabar con mi reputación como fuera. Incluso llamó a mi mejor amigo y trató de conseguir que me entregara. Nunca había visto nada igual. ¿Y todo por qué? ¿Por no felicitarle el cumpleaños? Mierda, pero si ni siquiera sé cuándo es el de Kasen y eso que he crecido con ella y la quiero; cualquiera que me conozca sabe eso. Que no te felicite el cumpleaños no quiere decir que no te quiera. Yo creo que hay que celebrar la vida de la gente que quieres todos los días, no sólo uno en particular. Resumiendo, que estaba hasta la nariz de mierda con un asunto y lo que menos necesitaba era otro grano en el culo. Y la señorita “Necesito Atención Porque No Tengo Amigos” tendría que enterarse de que el universo no giraba a su alrededor y de que, cuando la otra gente está colgando de un hilo, un amigo de verdad habría ayudado en vez de liarla más.
Desideria soltó un largo suspiro cuando él acabó con su diatriba. No lo culpaba. Tenía razón. Cualquier ser humano que le hiciera daño a otro o intentara buscarle la ruina por algo tan estúpido, era de lo más lamentable, y sentía que hubiera tenido que pasar por eso. Hacía que le entraran ganas de hacerle daño a esa mujer.
Igual que él, Desideria tampoco le daba mucha importancia a cosas como los cumpleaños. Pero eso la dejaba con una pregunta.
—¿Y juzgas a todas las mujeres por lo que ella te hizo?
Caillen negó con la cabeza.
—No. Juzgo a todas las personas por eso. He visto demasiadas tonterías por absolutamente nada. Quizá no hasta el extremo que lo llevó ella, pero sí lo suficiente para enseñarme a ser cauto con todos, especialmente cuando están tratando de jugar a la víctima. Teratin representa un recordatorio extremo de que, por mucho que creas que conoces a alguien, siempre puede acabar volviéndose contra ti por el motivo más absurdo. Ya sea hombre, mujer o cualquier otra cosa. Quiero decir, mierda. Feliz cumpleaños, cabrona. ¿Acaso no tenía a nadie más en su vida? La verdad, mis hermanas y mis amigos no me llaman el día de mi cumpleaños y a mí no me importa. Nunca se lo he tenido en cuenta. Y lamentaría que mi vida fuera tan tristemente aburrida como para cabrearme hasta ese punto porque algún medio amigo no me felicitara. ¿Qué problema hay?
Desideria reprimió una sonrisa. No porque aquello fuera gracioso, que más bien era trágico, sino porque aquel largo discurso le parecía tan raro en él que la divertía verlo así.
Sin duda tenía carácter.
Sin embargo, no quería ofenderlo, sobre todo en algo que le había dejado una cicatriz duradera y había cambiado la forma en que trataba a la gente. Le cabreaba que alguien pudiera ser tan innecesariamente cruel.
—Es evidente que para ella era algo importante. Pero estoy de acuerdo contigo. No tenía ningún derecho a hacerte todo eso.
—En absoluto. ¿Y sabes que hasta hoy, y hace ya cuatro años de todo esto, todavía no me ha dejado en paz? En cuanto puede, trata de dañar mi reputación o de interferir en mis negocios. Nunca he visto nada igual en mi vida y, créeme, he visto un montón de mierda.
Desideria estaba horrorizada.
—¿Lo dices en serio? ¿Cuatro años?
Él alzó las manos, indignado.
—Te lo digo con la mano en el pecho y te juro que yo no hice nada. Nada. Siempre fui muy amable con ella por muy rara que se pusiera, incluso cuando sus supuestos amigos la criticaban y se burlaban a sus espaldas. Supongo que debería haber hecho lo mismo que ellos. Entonces seguro que me habría querido para siempre.
Desideria le creyó. También había sido muy amable con ella, incluso después de que su madre hubiera intentado fastidiarlo y de que por su culpa le dispararan.
—Lo siento muchísimo, Caillen.
—No lo sientas. Es lo que hay. Es que no entiendo a la gente que es cruel sin ninguna justificación. Los que tratan de hacer trizas a otros por tonterías.
Echó la cabeza hacia atrás y cogió una bolsita con comida. Había algo casi infantil en su actitud, algo que contrarrestaba su ferocidad y poder. Cuanto más estaba con él, menos peligroso le parecía.
Raro, muy raro. Sabía que podía matarla y, sin embargo, le gustaba estar con él.
Se humedeció los labios, repentinamente secos cuando una oleada de deseo la atravesó.
—Admiro eso de ti. Creo que es fantástico que no entiendas esa clase de crueldad.
Caillen se quedó parado al darse cuenta de lo que Desideria le estaba diciendo. La tierna manera en que lo miró hizo que el corazón se le acelerara y que una parte de su anatomía volviera a la vida y quisiera algo un poco más íntimo que aquella charla.
—¿Me admiras?
Ella lo recorrió de arriba abajo con una juguetona mirada que a él le produjo escalofríos.
—Que no se te suba a la cabeza, porque como se te hinche un poco más, vamos a tener que buscar otro lugar donde escondernos.
Él se rio, y eso fue lo que más lo sorprendió. Nunca había sido capaz de reírse de la bruja Teratin hasta ese momento. Ni siquiera Shahara había podido animarlo en eso. Cada vez que surgía su nombre, Caillen se ponía furioso durante días. Sin embargo, Desideria había logrado lo imposible.
—¿Así que tú no eres otra mujer demente, dispuesta a arruinar la vida de un hombre por olvidarse de tu cumpleaños?
Ella cogía la comida con una elegancia que resultaba incongruente con su duro aspecto. Caillen no sabía por qué, pero en ese momento había algo en aquella mujer que la hacía parecer casi vulnerable. Algo que lo atraía y le hacía desear pasarle la mano por el pelo y probar sus húmedos labios antes de seguir probando otras partes de ella más suculentas.
Pero Desideria no se lo había pedido y él moriría antes que presionar a ninguna mujer. Sólo tomaba la iniciativa cuando lo reclamaban.
Y sin embargo, resultaba difícil estar allí, con ella tan cerca que le bastaría con extender la mano para tocarla. Ojalá tuviera la capacidad y el derecho de cruzar aquella distancia y poder besar sus espléndidos labios. Maldita fuera. Cuanto más tiempo pasaba a su lado, más la deseaba. Se estaba volviendo loco lentamente.
Desideria lo miró de nuevo y luego miró el espacio que tenía a su lado.
—Los cumpleaños no son muy importantes para mi gente.
—¿Porque lo que celebráis son los logros?
Ella asintió.
—Nacer forma parte del orden natural. ¿Por qué celebrar algo que les ocurre a todos y a todo?
Eso era duro, y lo hizo alegrarse de no ser qillaq. Aunque como adulto ya no le importaba demasiado, algunos de los mejores recuerdos de su infancia eran sus hermanas decorando su pequeña vivienda con carteles que habían hecho para él. De Shahara llevándole algún pastelillo siempre que podía. Por eso no se preocupaba cuando la gente se olvidaba de los cumpleaños.
• • •
—Tu gente es realmente rara.
Desideria lo miró arqueando una ceja.
—¿Y la tuya no?
—Oh, nunca he dicho que no lo fueran. Inventamos nuevas formas de ser unos completos gilipollas unos con otros.
Ella rio y luego volvió a ponerse seria.
—Pero no era tan malo. A diferencia de mis hermanas, cuando yo era pequeña, mi padre me hacía regalos a escondidas para mi cumpleaños y siempre se acordaba del día.
Él percibió el modo en que su voz se suavizaba al hablar de su padre. Era evidente que había querido a ese hombre.
—Qué amable por su parte.
—No lo sabes bien.
Desideria se quedó en silencio, porque de repente tuvo una extraña y surrealista experiencia. Estaba contándole historias de su pasado como si fuera un viejo amigo. Más que eso, se dio cuenta del dolor físico que debía de estar sufriendo a causa de sus heridas y, sin embargo, conseguía bromear y no replicarle. Nunca le hacía pagar a ella sus contrariedades.
Pobre niño. Y Desideria le agradecía su control. Significaba mucho para ella que estuviera siendo tan agradable cuando no tenía ninguna razón para serlo.
Se inclinó un poco y le enjugó la sangre de la magullada frente.
—¿Alguna vez te peleas sin sangrar?
—Todo el tiempo.
Ella tendió la mano para que viera el daño que se había hecho en su enfrentamiento con el ladrón.
—No desde que te conozco —lo corrigió.
Caillen le pasó una servilleta para que se limpiara la sangre de la mano.
—Sí, eres como un amuleto de la mala suerte.
Fingiendo indignación, Desideria le tiró la servilleta ensangrentada.
—Tienes que ser más amable conmigo. Recuerda que soy la que te ha curado las heridas.
—Hum. Si eres una fiel representante de tu género, me echarás luego sal en ellas y me darás una patada en los dientes mientras vas hacia la puerta.
Ella lo miró ceñuda; él no había hecho ese comentario en broma.
—¿Por qué dices eso?
Caillen se acabó el resto de comida.
—Muy sencillo. Las mujeres sólo quieren saltarme encima o cogerme el dinero. Fuera de la cama, no tienen una gran opinión de mí y muchas sólo buscan un rápido revolcón.
—Tus hermanas no son así. Ellas te quieren.
—Sí, pero creen que la cabeza no me rige del todo bien. Muchos días, aún quieren cortarme la carne.
Eso la sorprendió. Sin duda era el hombre más capaz que había conocido. ¿Por qué iban a tratarlo como a un niño?
—¿En serio?
—Sí, es lo más raro que hayas visto nunca. Al parecer creen que soy un niño hasta que alguna se mete en líos; entonces, soy al primero que llaman para que las saque del atolladero. Una locura, ¿no?
Desideria no quería darle la razón, pero la tenía. Era raro que lo trataran como a un niño y luego lo cargaran con tanta responsabilidad las mismas personas que se negaban a verlo como un adulto.
—¿Y cómo se ganan la vida tus hermanas?
Él se puso en pie y se estiró. La camisa, ajustada sobre el pecho, la distrajo de la pregunta al quedarse fascinada viendo cómo se le movían los músculos.
—Shahara es la mayor. Hasta hace un par de años era rastreadora. Ahora dirige una organización de caridad de su marido. Kasen es mi socia, y empleo ese término con toda la hostilidad y sarcasmo que se merece. Consiste sobre todo en que se pula mi parte de los beneficios haciéndome sentir culpable de su enfermedad.
—¿Y cuál es?
—Diabetes y una extraña alteración de la sangre. Se ha pasado la mayor parte de su vida entrando y saliendo de los hospitales y tiene que tener mucho cuidado con lo que toca ola podría matar, cosa que alguna vez se me ha pasado por la cabeza. Y la última es Tessa.
Soltó un largo suspiro, como si sólo pensar en su hermana le provocara una úlcera.
—¿Qué pasa con ella?
—La adoro, no me malinterpretes, pero siempre está metida en líos con prestamistas. No es que yo pueda decir mucho al res pecto. También tengo una fea tendencia a jugar. Pero paro antes de endeudarme. Ella no. Desde que tenía dieciséis años, todos hemos tenido que ir aportando algo para salvarle el culo. Una y otra vez. Pero se casó el año pasado y parece que ahora está mucho mejor. Trabaja de administrativa para la corporación de prensa de Ritadaria. —Se le acercó para ayudarla a acabarse la comida—. ¿Y tú qué? ¿Qué hacen tus hermanas?
—Sólo me quedan dos vivas. Y estas o entrenan o pelean o planean modos de hacerme quedar en ridículo delante de mi tía y de mi madre, por lo general durante los entrenamientos.
Caillen se quedó sorprendido de la forma tan apática en que lo dijo. Como si fuera tan normal que la atacaran que ya le diera igual.
—¿En serio?
Ella arrugó la nariz.
—Una pena, ¿verdad?
Sí que lo era. Pero se negó a decirlo en voz alta y herirla aún más, cuando resultaba evidente que ese tema la incomodaba.
Desideria negó con la cabeza.
—La verdad es que no sé por qué se molestan. La mayoría de los días, mi madre ya me odia por sí misma.
—¿Por qué?
Ella volvió a mirar el suelo, pero no antes de que él percibiera todo el dolor que ocultaba en su interior.
—Sólo soy medio qillaq.
Eso lo dejó parado. La gente de Desideria era tan aislacionista que era raro que criaran con otra gente. Debía de haber una jugosa historia detrás de su concepción.
—¿Ah, sí?
—Sí y por eso no tienen muy buena opinión de mí. Todos me consideran manchada por la sangre de mi padre.
—¿Qué era?
—Gondaro. Era un piloto abatido en combate. Se estrelló y lo hicieron prisionero.
Caillen hizo una mueca al pensar en la ironía de que Desideria hubiera seguido sus pasos y se hubiera estrellado ahí, llevándoselo a él de paso.
—Eso debió de ser duro para ambos.
—No tienes ni idea. Todo el mundo me mira como si fuera mutante. Como si no estuviera en mi sitio. No tienes ni idea de lo que es que te juzguen por una circunstancia de tu nacimiento sobre la que tú no puedes hacer nada.
—Oh, no es cierto —lo corrigió él—. A todos nos juzgan por cosas que no podemos evitar. Ya sea por la ropa que llevamos, por nuestro nacimiento, la clase social a la que pertenecemos o nuestro aspecto. Es como si la gente sólo buscara razones para odiarse unos a otros.
—Yo no hago eso.
Caillen soltó un bufido.
—Creo recordar la primera vez que me viste. Esos bonitos ojos castaños me estaban juzgando cuando me miraste.
Las mejillas de Desideria adquirieron un tono rojo intenso que le sentaba muy bien.
—Debería decir que intento no hacerlo. Pero es difícil.
—Sí que lo es.
Ella se quedó en silencio al darse cuenta de que Caillen no juzgaba a primera vista. O al menos parecía no hacerlo.
—¿Cómo lo consigues?
Él se encogió de hombros.
—La gente es sólo gente. Me han dado suficientes patadas en mi vida como para no querer devolverles el favor a los otros. Como has dicho, es difícil y yo no soy perfecto. Cuando te han estado machacando a palos toda tu vida, se desarrolla en ti una tendencia natural a ser el que dé el primer golpe. Pero yo intento luchar contra esa tendencia. Unas veces tengo más éxito que otras, y en casos como el de Teratin, me gustaría haber juzgado más. Me hubiera ahorrado un inmenso dolor.
Ella frunció el ceño al oírlo. Era como si estuviera hablando de otra persona.
—No parece que a ti te hayan golpeado con nada.
Era demasiado fuerte y orgulloso para eso.
Caillen le pasó otra bebida.
—Verás, esa es justamente la cuestión. No puedes mirar a alguien y saber por lo que ha pasado. Las cicatrices que más duelen nunca se ven en la superficie. Tú eres una princesa y todo el mundo supondrá que has tenido una vida de lujo, con criados pendientes de cada una de tus palabras.
—Nada más lejos de la realidad.
—Justo a eso es a lo que me refiero. Y esa es una de las cosas que odio de estar con mi verdadero padre. Su gente me ha convertido en alguien que no quiero ser.
Desideria se quedó perpleja al oírlo.
—¿En un príncipe?
—No. Eso no me importa. Pero cuando estoy con ellos, me convierten en un esnob que juzga a todo el mundo. Lo más triste es que no es a los pobres a los que juzgo según el criterio de los aristócratas, los juzgo a ellos.
De eso, Desideria entendía más de lo que le gustaría.
—Es extraño, ¿verdad? Los pobres odian a los ricos por tener una vida que ellos creen fácil y porque creen que han conseguido su dinero fastidiándolos a ellos. Los ricos creen que los pobres son unos paletos sin modales ni elegancia, que no están dispuestos a trabajar tanto como ellos para conseguir dinero. Ambos grupos ven a los otros como ladrones que quieren arrebatarles lo que han conseguido.
Él asintió.
—Tienes razón y eso es lo que me resulta más irónico… Nunca me la ha jugado nadie que fuera rico. Me han juzgado, pero no me la han jugado. Siempre ha sido la gente pobre o de clase media que he conocido los que han sido celosos o ruines. Si tengo dos créditos más que ellos, comienzan con lo de «le debe de ir muy bien» y entonces se sienten justificados para machacarme, porque creen que se me está subiendo a la cabeza y que tienen que bajarme los humos. En cambio, la gente con dinero tiene muchas otras cosas de las que preocuparse que de lo que yo tengo o no tengo comparado con ellos. Lo cierto es que personas como Darling, Nyk, Syn y el resto, los que están forrados de verdad, son los que realmente me han ayudado, mientras que todos mis amigos de clase trabajadora o me han abandonado o han tratado de sacarme lo poco que he tenido.
—La gente ve sus propios pecados en los demás.
—Supongo que sí.
Caillen se sentó más cerca de ella.
Desideria procuró seguir como si nada, pero su cercanía la estaba alterando tanto que le resultaba difícil pensar en nada que no fuera lo mucho que deseaba acurrucarse entre sus brazos.
—¿Y qué es lo peor que te ha pasado nunca?
Él se apartó.
—¿Caillen?
Ella vio el velo que volvía a caer sobre su rostro, ocultándolo, por lo que era evidente que había considerado la pregunta indiscreta.
—Tengo mucho entre lo que elegir y no quiero hablar de eso.
—Lo siento.
Caillen soltó un bufido.
—No lo hagas. Como dice mi colega Nyk, la vida nos convierte a todos en víctimas. —Tomó otro sorbo de su bebida—. ¿Y qué hay de tu padre? ¿Está en la nave con tu madre?
—No. Murió hace mucho.
Para su sorpresa, él la rodeó con los brazos y le dio un tierno apretón.
—Comprendo tu dolor. Es una mierda perder a alguien a quien quieres cuando eres demasiado pequeño para entender realmente por qué se ha ido.
—¿Crees que en algún momento se llega a entender?
Caillen pensó en eso.
—No. La muerte siempre es una mierda.
Sí, era cierto. Y ella no quería darle muchas vueltas en ese momento. En vez de eso, volvió a algo que él había dicho antes.
—¿De verdad crees que tengo unos ojos bonitos?
Caillen esbozó una pícara sonrisa.
—Nena, si no fuera porque me partirías la cara, te demostraría exactamente lo hermosa que creo que eres toda tú.
Desideria se sonrojó.
—No estoy acostumbrada a estar con alguien que dice las cosas tan directamente como tú. —O con alguien que la elogiara.
—Sí. Ya me dicen que soy único en mi clase.
—Pues no mienten.
Él le retiró el brazo de los hombros y se quedaron allí sentados, con las caderas casi rozándose. Ella tenía las piernas estiradas, mientras que Caillen tenía las rodillas levantadas y se las rodeaba con un brazo en una pose muy masculina.
Él le dedicó una media sonrisa que se reflejó en sus ojos.
—No eres como pensé la primera vez que te vi.
Desideria lo miró alzando las cejas.
—Pues creo que soy más lo que parezco que tú.
Caillen rio.
—Cierto. No soy un gran príncipe.
Ahí se equivocaba. Estaba más cerca de serlo que nadie que ella hubiera conocido antes. Y eso la hizo volver a pensar en lo que tenían que hacer.
—¿No deberíamos marcharnos y…?
—En este momento hay demasiada actividad. Yo esperaría al menos un par de horas más y luego lo intentamos.
Tenía sentido.
—¿Qué has descubierto mientras estabas fuera?
—A un montón de andarion.
Y lo cierto era que él parecía uno. Aunque, para ser sinceros, ella se estaba acostumbrando al largo cabello negro y a aquellos extraños ojos. Incluso los largos colmillos ya no le parecían tan terribles.
—¿Te duele si comes con esos colmillos?
—Sólo si me muerdo la mejilla.
Desideria se echó a reír.
Él se puso serio de golpe y regresó a su tema anterior.
—Y a ti, ¿qué es lo peor que te ha pasado nunca?
El corazón de ella se saltó un latido ante la inesperada pregunta. Entendió su actitud defensiva de antes. Pero en su caso no tenía nada que ocultar. Vivía con ese dolor todos los días.
—Ver a mi hermana morir en mis brazos.
El rostro de Caillen perdió el color y ahogó una exclamación.
—¿Qué pasó?
—Un accidente durante los entrenamientos. —Se le cerró la garganta con el acostumbrado nudo de tristeza—. Mi tía nos había estado presionando con una carrera de obstáculos. Shayla estaba pasando sobre una barrera de puntas de lanza mientras Narcissa peleaba contra ella y la cuerda se rompió. Aún puedo oírla gritar mientras caía ante mí. Intenté sujetarla, pero pesaba demasiado para mí. Se me resbaló y quedó empalada sin que yo pudiera hacer nada por evitarlo. Luego hice lo que pude por salvarla, pero las puntas le habían cortado la arteria femoral y se desangró en minutos.
Un músculo tironeó en el mentón de Caillen al ver su pena.
—Lo siento muchísimo.
Desideria parpadeó varias veces para reprimir las lágrimas. No lloraría delante de él. Estaba prohibido. Aun así, el dolor de perder a su hermana era muy intenso y daría lo que fuera por haber podido evitar su muerte. Por volver a revivir ese momento y cambiarlo. ¿Por qué la vida era tan injusta?
—¿Sabes que mi madre ni lloró? Cuando le explicamos la caída de Shayla, nos miró furiosa y nos dijo que eso era lo que pasaba cuando se era incompetente. Dijo que una auténtica guerrera hubiera sido capaz de salvarse y que, si yo hubiera sido más fuerte y más rápida, podría haberla ayudado. Añadió que había sido voluntad de los dioses y que Shayla había muerto por su propia debilidad. Pero yo no lo creo.
—¿Qué edad tenía? —preguntó Caillen.
—Dieciséis años.
Él soltó un silbido bajo.
—¿Y tú?
—Catorce.
Caillen hubiera querido darle una paliza a su madre por su crueldad. No sólo ante la muerte de su hija, sino por su frialdad al no consolar a Desideria, por decirle a una niña que había sido culpa suya que su hermana muriera ante ella… Menuda zorra. Eso estaba mal.
—¿Qué le pasó a tu otra hermana?
Eso también lo tendría para siempre grabado en la memoria. Incluso en ese momento, era como si se proyectara a cámara lenta en su cabeza.
—Narcissa la mató durante una pelea de prácticas. Estaban luchando con espadas y la de Narcissa le cortó en el cuello cuando se tropezó accidentalmente con una losa rota en el ring.
En retrospectiva, se preguntó si realmente habría sido un accidente. Si Narcissa estaba tratando de matar a su madre para poder gobernar, no sería tan raro que hubiera saboteado la losa y que luego la hubiera usado para matar a Bethali.
Caillen hizo una mueca.
—¿Qué edad tenía?
—Diecisiete años.
Unas profundas arrugas surcaron la frente de Caillen.
—¿Por qué estabais usando espadas de verdad en una pelea de entrenamiento?
Desideria no entendía su rabia.
—No se usan falsas en la guerra. ¿Por qué íbamos a usarlas para entrenar?
—Porque es estúpido emplear algo que puede matar a la persona con la que estás entrenando. Ni siquiera hacen eso en la Liga a esa edad y, créeme, esos cabrones no suelen andarse con chiquitas.
Sus palabras la ofendieron.
—No están entrenando a qillaq.
Quería mantener su bravuconada y defender a su gente. Pero la verdad era diferente.
—No —añadió cambiando de tono—. Entonces pensé que era absurdo que murieran por simples errores, y me cabrea que ya no estén conmigo. Me gusta pensar que cuando tenga una hija seré más cariñosa con ella y la protegeré mejor.
Pero vivía temiendo el día en que se despertaría siendo tan despiadada como su madre y su hermana.
Tan despiadada como su tía.
Y eso le despertó otro recuerdo que siempre hacía lo posible por guardarse para sí. Sin embargo, sentada allí con Caillen, se vio explicándolo antes de poder parar.
—¿Sabes que también tuve un hermano?
Él se quedó boquiabierto.
—¿En serio? ¿Y qué le pasó?
—No lo sé. Nació antes que yo y lo enviaron a alguna parte. Mi tía empleaba su desaparición para motivarnos. Decía que si ella o nuestra madre no estaban contentas con nosotras, también nos enviarían lejos.
Su mirada echaba fuego mientras todas esas amenazas y esos miedos por lo que habría sido de su hermano manaban de ella.
—Nunca le he dicho esto a nadie antes. No es que hablemos mucho, y compartir confidencias es la peor clase de suicidio social. Cualquier cosa que digas será usada contra ti en el peor momento posible.
—Entonces, ¿por qué me lo cuentas?
Ella negó con la cabeza mientras trataba de entenderse a sí misma.
—No lo sé. Es raro, ¿verdad?
—No mucho. Estamos en una situación delicada, metidos en un agujero, solos durante horas. La gente hace todo tipo de cosas raras cuando están bajo el fuego.
El modo en que lo decía… la hizo preguntarse qué experiencias le habrían hecho pensar así.
—¿Y qué es lo más raro que has hecho mientras te perseguían?
—¿Más raro o más estúpido?
—¿Hay diferencia?
Caillen sonrió.
—La verdad es que no. Lo más raro seguramente fue también lo más tonto de todo.
—¿Y qué fue?
—Le disparé a mi hermana.
Ella se quedó atónita.
—¿Qué? ¿A cuál? ¿Por qué?
Él se rio de su sorpresa.
—Relájate, guapa. Tenía que salvarle la vida a Kasen para poder ir a la cárcel por ella.
«Eso era noble. Estúpido, sin duda, pero noble».
—¿Y por qué lo hiciste?
—Ya te lo he dicho: estupidez. —Fingió un momento de inocencia antes de responderle—. Con su salud y su personalidad insoportable, sabía que allí no sobreviviría. Los otros presos le cortarían la cabeza en menos de tres minutos. Yo en cambio soy un poco más duro y puedo aguantar lo que me echen.
Aun así… Desideria no podía imaginarse que alguien la quisiera tanto como para arriesgar la vida y la libertad por protegerla.
—Eso fue muy altruista.
Él se encogió de hombros, restándole importancia.
—De donde yo vengo, es lo que hace la familia. —Miró su reloj y se puso en pie—. ¿Estás lista para salir ahí fuera?
—¿Crees que ya ha pasado el tiempo suficiente?
—Dios, eso espero. Si no, será un paseo muy corto. —Le guiñó un ojo.
Ella se levantó también.
—¿Qué plan tenemos?
—Mientras estaba fuera he localizado el muelle de la zona. En ese momento estaba bastante abarrotado, pero espero que ya no lo esté. En ese caso, deberíamos poder incautar una nave.
Incautar… Le encantó su elección de palabras.
—¿No estarás sugiriendo que robemos nada, verdad?
La expresión de Caillen se volvió traviesa.
—Robar es una palabra muy fea.
—Robar está mal.
Siguió mirándola burlón.
—Mira, princesa, la supervivencia no tiene moral. Haces lo que tienes que hacer o mueres.
Quizá, pero a ella la habían educado de otra manera.
—No estoy de acuerdo. La fuerza y el calibre de nuestro carácter se miden por nuestro código moral. La gente sólo demuestra realmente cómo es cuando tiene que enfrentarse a condiciones que no son habituales en su vida. Entonces es cuando la verdad sobre quién eres queda al descubierto, y yo no soy una ladrona.
—Ni yo, pero no veo nada malo en tomar prestado algo que vamos a necesitar durante un rato. Si no fuera porque se me comerían la cabeza, se lo pediría directamente. Pero tal como están las cosas, sólo me aseguraré de devolvérselo cuando estemos a salvo.
—Sí, seguro. —No pretendía ser tan borde, pero aquello realmente la ofendía.
Él se tensó y le dijo muy serio:
—¿Y ahora quién está juzgando a quién? Muy bien. Quédate aquí. Dales recuerdos a los andarion de mi parte. Yo prefiero volver con mi padre y asegurarme de que no lo matan.
Desideria le vio dirigirse a la trampilla y desconectar los espejos difusores. Una parte de ella quería aferrarse a su moralidad, pero a fin de cuentas sabía que él tenía razón. No podía quedarse allí y dejar que mataran a su madre.
Asqueada consigo misma y con lo que planeaban hacer, se levantó y lo siguió.
Caillen alzó una burlona ceja cuando la vio a su lado.
Ella le lanzó una mirada asesina.
—Ni una palabra o te juro que te arranco las tripas aquí mismo. Si mi madre no corriera peligro, nunca aceptaría hacer esto.
—El amor es el mayor corruptor que he conocido y la primera causa de perdición de la humanidad desde la creación.
Desideria no hizo ningún comentario mientras se mantenían en las sombras, avanzando por las calles desiertas. Se puso la capucha y se dio cuenta de que él se movía con mucha más facilidad que cuando había salido antes. Incluso así, ya era un milagro que pudiera moverse estando tan gravemente herido.
Por su parte, aún estaba dolorida del aterrizaje, y lo suyo no era nada comparado con cómo estaba Caillen.
Fueron recorriendo los callejones, fuera de la vista de la gente o de las cámaras de vigilancia. Él parecía tener una inquietante capacidad para detectarlas y mantenerse fuera de su alcance.
Desideria vaciló al ver otra cámara en la calle, demasiado cerca para su tranquilidad.
—Nos están vigilando.
—No. Tengo un bloqueador de señal. Para cuando se den cuenta de que estamos aquí, ya no lo estaremos. Lo único que ven es nieve.
—¿Y por eso las estás esquivando?
—Mejor prevenir que curar.
Seguramente tenía razón. Cuando se fueron acercando a los muelles de atraque, la cantidad de cámaras y de actividad se multiplicó exponencialmente. Pero al menos no había gente corriendo por allí. Los muelles parecían operar automáticamente. La maquinaria zumbaba y chirriaba mientras ellos se colaban dentro de un hangar.
Caillen se detuvo de golpe y Desideria se estrelló contra su espalda.
Lo miró ceñuda.
—¿Qué pasa?
Durante unos segundos él no contestó, mientras contemplaba fijamente una nave negra en el rincón del fondo. Por el estilo sabía que era un caza, un modelo antiguo. La pintura estaba levantada a raíz de lo que parecía una explosión. Aparte de eso, era igual a muchas otras de allí.
¿Por qué él se la había quedado mirando?
A no ser…
Tragó saliva mientras notaba que el miedo se iba apoderando de ella.
—¿Es la del asesino?
De nuevo, Caillen no respondió, al tiempo que se movía sigilosamente por la pared hacia el caza.
Frustrada, Desideria lo siguió, ansiando saber qué pasaba y por qué él estaba actuando de una manera tan rara.
Caillen agachó la cabeza mientras se acercaba a la entrada de la cabina. Justo cuando llegaban a la escalerilla del caza, la voz siniestra y profunda que ella había oído en el comunicador resonó en la oscuridad.
—Moveos y moriréis.