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Desideria contuvo el aliento mientras las voces se acercaban más y más. Llevaban animales y por el ruido parecían muchos. Los oía relinchar y ladrar mientras los andarion registraban el local.

Tan rápido como pudo, sacó de la mochila el espray que Caillen había empleado antes y roció abundantemente la puerta y a sí mismos.

«Por favor, que no haya un eracle entre los animales».

Según Caillen, eso sería desastroso, y como aún no se había equivocado en nada referente a sus perseguidores…

Sí, un eracle en celo seguramente le acabaría de fastidiar el día.

Lo que menos le gustaba de todo aquello era su sensación de vulnerabilidad. Ella siempre se había enorgullecido de ser autosuficiente, de ser capaz de lidiar con lo que le echaran. Y lo era.

Pero aquello…

Aquello estaba fuera de su campo de experiencia y conocimientos. Se hallaba en medio de una cultura desconocida, con un desconocido inconsciente. No sabía cuáles eran las reglas ni tampoco el clima. Ni siquiera sabía qué se podía comer y cómo encontrarlo. De repente le resultó curioso que su tía le hubiera enseñado a luchar para sobrevivir, pero nunca cómo conseguir y usar los recursos que tenía a mano. No de la forma en que lo hacía Caillen.

Lo miró. Por alguna razón que no era capaz de explicar, su presencia la calmaba. Eso no tenía ningún sentido. Él estaba totalmente fuera de combate. No serviría de nada en una pelea o si tenía que salir corriendo, y sin embargo… Oía su sarcástica voz en su cabeza, dándole indicaciones de lo que necesitaban para sobrevivir y escapar.

«¿Qué me pasa?».

A ella le habían enseñado a no confiar en nadie. Ni siquiera en la familia. Y justo en ese momento, cuando tendría que prestar más atención a su formación, no oía las detalladas instrucciones de su tía.

Oía las de Caillen.

Sin pensar, le cogió la mano. Aunque la tenía sucia y callosa, le resultó hermosa… igual que el resto de él. Tenía largos dedos, con las uñas bien cortadas pero sin manicura, a diferencia de los otros nobles. Caillen tenía manos curtidas por el trabajo. Manos masculinas.

Y esas manos también la reconfortaban…

Algo golpeó con fuerza la puerta de la trampilla. Desideria se mordió el labio para no hacer ningún ruido mientras apretaba tanto la mano de Caillen como la pistola de rayos, esperando que entraran.

Otro golpe en la trampilla.

Un animal ladró y luego salió corriendo haciendo ruidos raros, como gemidos. Se oyó mucho alboroto y los andarion acabaron siguiendo a la criatura. A1 cabo de unos minutos, volvía a reinar el silencio.

De todas formas, Desideria seguía conteniendo la respiración y aferrando la pistola, mientras esperaba que volvieran de un momento a otro y descubrieran su escondrijo.

Las horas fueron pasando lentamente, acompañadas de los temerosos latidos de su corazón. Finalmente, se permitió relajarse y aceptar que estaban a salvo.

Al menos de momento.

Suspiró mientras apoyaba la cabeza contra la pared y dejaba la pistola. Tenía los músculos del brazo tensos y cansados tras haberla sujetado tanto rato. Enlazó los dedos con los de Caillen y se sentó en silencio mientras permitía que la aspereza de su piel la calmara aún más. Era agradable saber que no estaba completamente sola, aunque él estuviera inconsciente.

Gracias a los dioses porque los andarion se hubieran marchado. Ese momento de paz valía una fortuna.

«Que no se acabe…».

Ya había tenido suficiente excitación para un día o incluso para cincuenta mil. La verdad, no necesitaba más. Se sentía tan aliviada que podría echarse a llorar; miró a Caillen, que no se había movido desde hacía tanto rato que empezaba a preocuparse.

Antes, mientras dormía, emitía un leve ronquido.

Pero en ese momento nada.

¿Se habría muerto? ¿Respiraba? Un pánico inesperado fue apoderándose de ella mientras su mente imaginaba todo tipo de posibilidades.

«Por favor, que no esté muerto. Que no se haya desangrado».

Porque ella había estado distraída preocupándose, cuando tendría que haber estado cuidándolo…

Se acercó para ponerle la mano bajo la nariz y ver si notaba su aliento.

Gracias a los dioses seguía vivo. Sintió un alivio tan grande como cuando se habían ido los andarion. Y mientras él seguía durmiendo, Desideria no podía evitar notar lo apuesto, juvenil y relajado que se le veía bajo la tenue luz azul.

Estaba completamente fuera de combate y dependía totalmente de ella para su supervivencia…

Sí, y esa era una idea bastante aterradora.

«Caillen, estás bien jodido».

Desideria nunca había cuidado de nadie antes. Ni siquiera había tenido una mascota. La verdad, ahora le daba miedo matar al pobre hombre por ignorancia. Sabía un poco de medicina de campaña, pero no mucho y además sólo teoría. Nunca había tenido que ponerla en práctica. Únicamente formaba parte de sus lecciones.

«Vamos, Desideria, puedes hacerlo».

Su gente se enorgullecía de su habilidad para la supervivencia, pero para ellos, supervivencia era sólo sinónimo de lucha: ser capaz de protegerse.

Su mirada se dirigió a la mochila…

Allí había todo lo que una persona podía necesitar para sobrevivir en casi cualquier circunstancia. Sintió curiosidad por su contenido, así que se la acercó y abrió el gastado cuero. Se detuvo al percibir un inesperado olor a Caillen, cálido y muy masculino, que le aceleró el corazón. No sabía por qué le encantaba el olor de su piel, pero así era. La verdad era que lo que más le hubiera gustado habría sido hundir el rostro en su cuello y aspirar su aroma.

Apartó ese inquietante pensamiento y comenzó a sacar el contenido de la mochila para hacer un inventario, por si necesitaba algo antes de que él se despertara. Lo cierto era que llevaba las cosas más extrañas. Calcetines, gafas de sol, medicinas, alimentos deshidratados y agua.

«Profilácticos…».

Ni siquiera quería pensar en eso. Bueno, no era del todo verdad. Por alguna razón, tenía la extraña curiosidad de saber cómo sería Caillen desnudo. ¿Cómo sería rodearlo con los brazos y que la besara como un amante? ¿Que el cabello le cayera sobre la cara mientras se hallaba encima de ella, mirándola con aquella maliciosa sonrisa suya?

Seguramente sería maravilloso en esos menesteres.

«Oh, ¿qué me pasa?».

Narcissa diría que lo raro sería que no quisiera tener sexo con él. Eso la hizo sentirse un poco mejor.

Pero aun así…

Estaban en medio de una persecución. Sus enemigos podrían encontrarlos en cualquier momento, y por si eso no era razón suficiente para dejar de pensar en el cuerpo de Caillen, también estaba el pequeño asunto de que él era un gamberro merodeador que llevaba profilácticos en la mochila, en busca siempre de un polvo fácil. No era en absoluto su tipo de hombre. Ni por asomo. Ella quería a alguien que fuera leal y dulce. Alguien de quien pudiera estar segura de que estaría ahí cuando lo necesitara y que la apoyara sin hacerle sombra.

Alguien como su padre.

Esa idea se reforzó en su mente mientras seguía examinando el contenido de la mochila, que incluía una ingente cantidad de pequeños paquetes de condimentos.

¿De verdad un ser humano necesitaba tanta salsa o galletitas? ¿Seguro?

De repente se detuvo, porque en el fondo encontró lo más sorprendente de todo. Algo que nunca habría sospechado que un hombre como Caillen pudiera llevar.

Un pequeño marco para fotos y vídeos.

Qué raro.

Se acuclilló, lo encendió y esperó a que se cargaran las fotos. En la oscuridad, fue pasando las imágenes que tanto decían sobre el hombre que tenía al lado. Había una de una hermosa mujer pelirroja y un hombre alto y moreno a su lado. Parecían muy felices. El amor que se tenían era más que evidente y la dejó sin aliento.

Ambos iban vestidos de blanco para algún tipo de ceremonia que Desideria no reconoció. El hombre llevaba el cabello hasta los hombros, enmarcándole el rostro, atractivo y afeitado. Tenía la piel mucho más oscura que la de Caillen, más también que la suya propia, y sus ojos eran tan negros que no se podía decir dónde comenzaba el iris y terminaba la pupila. Llevaba dos aros en la oreja izquierda. La mujer iba ataviada con un vestido sin tirantes tan espectacular como ella, y que le caía en ligeras capas alrededor del esbelto cuerpo. Y flores blancas trenzadas en el largo cabello.

Apretó el botón de reproducir.

Al instante, se besaron.

—¡Eh, chicos, parad, parad! Vais a hacer que vomite. De verdad, estoy a punto de pringarme los zapatos, y como Shay ha tenido que hacer todo un despilfarro para comprarse los suyos, no quiero que me pegue.

Reconoció la voz de Caillen, bromeando. A juzgar por lo alto del tono, supuso que él era el que sujetaba la cámara.

—Syn, es mi hermana a la que le estás metiendo la lengua, y te voy a partir el culo si no te apartas de ella ya. Lo digo en serio. Me importa una mierda que estéis casados. Sigue siendo mi hermana y tú eres hombre muerto.

Syn, el hombre de la imagen, soltaba un bufido burlón mientras lo desafiaba con la mirada.

—La última vez no me ganaste, giakon. Si no recuerdo mal, fui yo quien te hizo morder el polvo.

La cámara botaba mostrando el cambio en el terreno, mientras Caillen corría hacia ellos.

La mujer se puso entre ambos y lo empujó. La cámara iba girando alrededor de su cuerpo, hasta que ella la puso derecha y obligó a su hermano a apartarse de Syn.

—Vuelve a tocar a mi marido, Cai, y te pintaré de rojo el estabilizador trasero. Ahora compórtate y demuéstrale a Syn que hice un buen trabajo educándote. —Riendo, la mujer cogía la cámara y la enfocaba hacia él.

Desideria se quedó sin aliento al ver no a un estirado aristócrata, sino a un hombre tan increíblemente atractivo que hasta costaba mirarlo. Vestido de etiqueta y recién afeitado, Caillen estaba absolutamente deslumbrante, aunque hirviera de furia. Sólo él podía mezclar todo ese atractivo y esa rabia al mismo tiempo.

—¿A que molesta, hermanito? —La mujer le acercaba tanto la cámara que Desideria casi podía ver el interior de su nariz.

Caillen recuperaba su buen humor, esbozaba su encantadora sonrisa y se apartaba de ella.

—Algún día te alegrarás de tener estas fotos.

—Lo dudo. Ya te he visto hacer el tonto muchas veces. ¿Para qué querría tenerlo para toda la eternidad?

Dos mujeres se acercaron y cogieron a Caillen por la cintura antes de que pudiera contestar.

—Eh, Shahara, déjamela —oyó decir a Syn fuera de plano—. Ponte ahí con tu hermano y tus hermanas y filmemos a todos los Dagan juntos. Será la única toma que tendrás de Kasen con vestido.

—¡Eh! —replicó la más gruesa de las dos chicas—. De esta me acordaré, Syn. ¿Qué estás diciendo?

—Está diciendo que nunca te vistes como una mujer —se burló Caillen—. Y es cierto. El peor día de mi vida fue cuando alcancé tu talla. Desde entonces, me has estado robando la ropa y deformándome todas las camisas.

Ella le pegó con fuerza en el brazo.

—Más te vale recordar que tampoco pego como una mujer y que sé dónde duermes. Shay y Tessa llorarán de pena cuando encuentren tus pedazos ensangrentados después de que me haya vengado.

—Oh, sí, claro. Como si fueras a matarme antes de que acabe de pagar la nave. No me lo creo. Te pasarías la vida sufriendo por esa deuda y sin mí te acabarían arrestando.

—Ya basta de tonterías. —Shahara alzó una mano con un gesto imperioso que milagrosamente hizo que dejaran de discutir. Luego se acercó a ellos y se puso entre Caillen y Kasen.

Desideria detuvo la imagen para mirar a Caillen y sus tres hermanas. No se parecían en absoluto; Pero el amor que se tenían era evidente. Él cogía a Shahara y a Kasen por la cintura y la tercera, Tessa, se agarraba a Shahara como si fuera un salvavidas.

Todos sonreían. Era un momento tan tierno que ella se sintió como una intrusa sólo por mirarlo. Y le hizo recordar dolorosamente que nunca había vivido algo así en toda su vida. Ni una sola vez sus hermanas la habían estrechado como Caillen hacía con las suyas. No compartían risas ni bromas. Sólo pullas sarcásticas y crueles.

Sus hermanas y ella hubieran luchado a muerte por palabras como las que Kasen y Caillen se habían dicho.

Le dolía el corazón al enfrentarse a la verdad de lo poco que se querían en su familia. Y mientras reseguía el contorno del sonriente rostro de Caillen en la pantalla, se preguntó si él sería como su padre…

Cuando Desideria era niña, las noches en que su madre no requería la presencia de su padre, este se escapaba de sus aposentos para ir a verla cuando todos los demás dormían. Juntos habían hecho excursiones nocturnas y muchas veces habían acampado bajo las estrellas.

Por puros celos, Narcissa se chivaba siempre que los descubría y su padre sufría un severo castigo. Pero por muy brutal que fuera la paliza, eso no hacía que dejara de ir a verla.

«Por ti vale la pena, mi pequeña rosa. Nadie te apartará de mí y nada me impedirá verte. Ni siquiera tu madre».

Aún podía notar el calor de sus abrazos. Incluso pasado tanto tiempo, había veces en que le parecía tenerlo al lado. Veces en las que le gustaba fingir que notaba su agradable presencia. Pero eso no era qillaq.

Miró a Caillen y el corazón le dio un vuelco al ver lo gravemente herido que estaba por protegerla. Tenía el convencimiento de que sería también así con su propia hija.

Esa idea le provocó una desconocida ternura. Hasta ese día, una parte de sí seguía furiosa con los dioses que le habían arrebatado la vida de su padre. Era tan injusto que hubiera muerto y la hubiera dejado sola, abandonada en un mundo donde nadie pensaría nunca más que ella valía la pena… Por mucho que lo intentara, no podía borrar el recuerdo de las críticas constantes de su madre y de su tía. Si hubiera podido tener unos cuantos años más a su padre, diciéndole que no era estúpida, gorda, fea e inútil…

Pero no podía hacer nada.

Él había muerto y ella estaba sola.

Su mirada volvió a Caillen y se preguntó cómo sería reírse con él como hacían sus hermanas. Cerró los ojos y se imaginó una boda para ellos similar a la de Syn y Shahara.

Una ceremonia de boda qillaq no tenía nada que ver. No había una pacífica unión de manos, ni se decía ante testigo lo mucho que representaban el uno para el otro los contrayentes. En su mundo, la mujer reclamaba al hombre en una pelea. Y si él la derrotaba, eran iguales. Si no, ella mandaba y él estaba obligado a obedecer sus órdenes. En teoría, el hombre tenía ventaja, pero Desideria tenía la sospecha de que los drogaban. Nadie se lo había dicho nunca; sin embargo, recordaba a su padre comentando una vez lo mal que se encontraba cuando tuvo que luchar con su madre. Era cruel e injusto.

«Yo nunca le haría eso a nadie».

Si no podía derrotar a un hombre de una forma limpia, no quería dominarlo.

«Por eso eres tal decepción para tu madre».

Esa idea le devolvió todas las dudas que tenía sobre sí misma y las enfadadas voces en su mente que había intentado acallar con todas sus fuerzas.

Apoyó la cabeza contra la pared, cerró los ojos y rezó una corta plegaria para que su madre estuviera a salvo y para que Caillen y ella pudieran salir vivos de aquel planeta.

«Aunque, en realidad, si Sarra no puede defenderse, merece morir».

Eso era ser bastante dura con su madre. Y, sin embargo, que Desideria pensara así la haría sentirse orgullosa.

En cambio, a ella la avergonzaba y no sabía por qué. En busca de consuelo, volvió a coger la mano de Caillen. Era un pequeño punto de contacto, pero obraba maravillas, en su alma. Y mientras estaba allí sentada, recordó todas aquellas noches en las que había soñado que un hombre la abrazaba.

Con los años, había intentado desterrar esos recuerdos. Pero habían vuelto, y una parte de sí que la asustaba ansiaba ese tipo de cálida intimidad.

Con Caillen. Quería que la mirara del mismo modo en que Syn había mirado a Shahara. Como si viviera y respirara para ella. Como si fuera todo su universo.

«¿Qué estoy diciendo?».

Estaba cansada, sí, era eso.

«Sacadme de aquí ya».

Porque si no…

A fin de cuentas, que se la comieran los andarion quizá no fuera tan malo.

• • •

Caillen se fue despertando lentamente y se encontró aún en el agujero en el que se habían metido para esconderse. Le dolía todo, pero no tanto como cuando se había desmayado. Ahora era un dolor sordo y constante, no la violenta agonía de antes.

Sólo la leve luz que surgía de la barra iluminaba el hoyo. Por un instante, pensó que estaba solo, pero luego oyó un leve ronquido.

Ese sonido le aceleró el pulso; vio a Desideria tumbada detrás de él, durmiendo. Estaba acurrucada contra su espalda, como un gatito, con una mano entre el cabello de él. Ese gesto lo enterneció e hizo que su cuerpo reviviera al imaginarla desnuda y besándolo. Oh, sí, no habría nada que le gustase más que hundir la nariz en la curva de su cuello y aspirar su olor hasta emborracharse, mientras se perdía en su interior.

No podía recordar la última vez que había deseado tanto a una mujer. Necesitaba toda su fuerza de voluntad para no inclinarse y besarla, pero eso la sobresaltaría y Caillen nunca, nunca tocaría a una mujer sin una invitación explicita. Su cuerpo era suyo y él no tenía ningún derecho a invadirla de modo.

Mierda.

Se movió un poco para aliviar parte del dolor que le provocaba su desbocada erección, que en ese momento superaba al del resto de su cuerpo.

Desideria se puso en pie de un salto y giró en redondo, como si esperara que la atacaran desde todas direcciones. Si no la hubiera visto tan aterrorizada, se habría reído de su susto. Pero no iba a ser tan cruel.

—Perdona. —La palabra le salió como un graznido por la reseca garganta—. No quería despertarte.

Ella se volvió hacia él, y el alivio y la ternura que Caillen vio en su rostro lo dejaron sin aliento. Ninguna mujer que no fueran sus hermanas lo había mirado nunca así.

—Estás despierto. —Sus palabras estaban llenas de alegría. Era como si hubiera creído que iba a morir.

Lo que lo llevaba a una pregunta importante.

—¿Cuánto tiempo he estado inconsciente? .

Desideria se frotó los ojos para acabarse de despertar, mientras se iba tranquilizando.

—Dos días.

Caillen se quedó atónito. ¿Era posible?

—¿Dos días? —repitió incrédulo.

—Sí. Estaba empezando a temer que no volvieras a despertarte.

Él seguía incrédulo. Tenía que estar equivocada. No podía ser cierto. De ningún modo podía haber estado inconsciente tanto tiempo y haber dejado que se apañara sola. Le sorprendió que siguiera viva.

Y más aún, que siguiera allí.

—¿Cómo?

Ella lo miró ceñuda.

—¿Cómo has estado inconsciente?

—No. ¿Cómo has sobrevivido?

Eso la hizo sonrojar mientras se tensaba, dispuesta a la pelea. La indignación encendió un ardiente fuego en sus ojos.

—No soy una inútil.

—No quería decir que lo seas ni de lejos, pero sé que casi no teníamos provisiones. ¿Dónde has encontrado comida?

Eso pareció calmar algo su furia.

—He racionado la comida entre nosotros y ya no te quedan ni galletas ni paquetes de salsa en la mochila; no están tan mal cuando los combinas. Tú no has podido comer, pero te he dado la mayoría del agua para que no te deshidrataras.

Eso lo dejó de piedra.

—¿Y por qué lo has hecho?

—Como ya te dije, estamos juntos en esto.

—Eso no ha sido muy qillaq de tu parte. Creía que erais más de joderle la supervivencia a cualquiera excepto a uno mismo.

Desideria apartó la vista para evitar la penetrante mirada de Caillen, porque esa verdad la avergonzaba. Sí que era su código. Se lo habían intentado inculcar desde que nació.

Pero no había sido el de su padre. Él le había enseñado otra cosa, y ella prefería escoger su lealtad a la traicionera manera de hacer de su madre.

—Te lo debo.

Caillen vio una sombra en su mirada. Un recuerdo vago causado por algo que él había dicho, pero no tenía ni idea de qué era ni de qué lo había provocado.

La verdad, estaba totalmente perplejo por el comportamiento y las palabras de Desideria. Eran tan poco característicos de su raza…

«Olvídalo».

Era evidente que para ella era un asunto doloroso y que no quería hablar de ello. Así que cambió de tema hacia algo más seguro.

—¿Han vuelto los andarion?

—Un par de veces. Puse tus artefactos de espejo en la puerta de la trampilla y lo rocié todo con tus feromonas. Creo que saben que estamos aquí, pero no acaban de dar con nuestra localización exacta.

Caillen fue a moverse, pero hizo una mueca cuando un latigazo de dolor le atravesó el pecho y el brazo. Miró hacia los espejos y vio que los había colocado correctamente, lo cual resultaba bastante impresionante. No siempre eran fáciles de manejar.

—Muy bien: los espejos ocultan la entrada incluso a la vista y bloquean todos los sistemas de detección, incluso los más avanzados.

—¿En serio?

Él asintió.

—Uno de los mejores juguetes de Darling.

Se preparó para más dolor y se incorporó, apoyándose en el brazo sano.

De repente, Desideria estaba allí, ayudándolo. Una extraña ternura lo embargó. Un sentimiento al que no estaba acostumbrado. Se apoyó contra la pared, mientras ella cogía el agua que tenía al lado. Quedaba sólo media botella.

Se la tendió como una ofrenda de paz.

—Esto es todo lo que queda, así que mejor que bebas poco a poco.

Caillen vaciló. Sí, estaba sediento, pero no iba a hacerle eso. No después de lo que ella había hecho por él.

—¿Cuándo has bebido por última vez?

—Hace unas horas.

Por el modo en que ella miraba hacia abajo y hacia la izquierda al hablar, vio claramente que estaba mintiendo.

—¿Por qué será que no te creo?

—¿Porque fue ayer?

La expresión de su rostro era adorable, con su sonrisa pícara y el cabello revuelto. Tuvo que contenerse para no besarla.

Porque con eso seguramente se ganaría un tortazo.

Le tendió el agua.

—Bebe.

Ella negó con la cabeza.

—Tú la necesitas más.

—No. Y no estoy siendo altruista, ni mucho menos. Si te desmayas por no beber, no podré cargar contigo. Necesito que estés bien para que puedas cargarme a mí cuando me caiga.

Desideria negó con la cabeza, riendo, cogió la botella y bebió muy despacio, como si aún la estuviera racionando.

Mientras lo hacía, Caillen cogió la mochila para buscar algo. Ella le vio sacar tres pastillas y ponérselas en la mano.

Tragó el agua y bajó la botella.

—¿Qué tomas?

—Una es para el dolor y las otras dos son un acelerante de curación que desearía haberme tomado antes de desmayarme.

Desideria le puso el tapón a la botella.

—Y a mí me gustaría que me hubieras enseñado dónde estaba el traductor, así habría entendido las etiquetas y a la gente que hablaba. —Señaló la mochila—. Hay un montón de cosas ahí que he tenido que suponer lo que eran.

Él se quedó helado mientras un escalofrío de temor lo recorría. Oh, mierda.

—¿Has encendido el ordenador en algún momento?

—No. No quería que descubrieran dónde estábamos.

Buena chica. Seguramente esa debía de ser la razón más importante de que siguieran respirando.

—Estoy bien seguro de que lo habrían hecho. —Soltó un largo suspiro de resignación antes de ponerse en pie.

Ella lo miró ceñuda.

—¿Qué estás haciendo?

Caillen se tomó un minuto para recuperar el aliento e ignorar el agudo dolor que lo atravesaba pidiéndole que se tumbara.

Pero no podía hacerlo. Tenía obligaciones que cumplir, y una pequeña inyección de adrenalina que le permitiría hacerlo.

«Agh, odio esos chutes. Pero el deber es el deber».

Esa era la historia de su vida.

Le sonrió con amabilidad.

—No has comido desde hace días y no nos queda nada. Voy a buscar provisiones.

Desideria lo miró boquiabierta.

—No puedes hacerlo. Te atraparán.

Eso le recordó que ella no lo conocía tanto. La única manera de que lo atraparan era que él lo permitiera.

—No, no me atraparán. Confía en mí, nena. Hay tres cosas en esta vida en las que soy excelente. Una, puedo pilotar cualquier cosa que vuele, con o sin alas. Dos, soy el mejor amante que se pueda imaginar, y tres, consigo provisiones incluso cuando parece que no las hay. Me pasé la infancia haciendo de todo para poder alimentar a mis hermanas y hablando con doctores despiadados para que ayudaran a mi hermana con sus problemas médicos. Cuando hay que emplear la sutileza, no hay nadie mejor.

Desideria resopló ante toda esa pedantería.

—Sí, creo recordar esa sutileza mientras nos perseguían los agentes. Ahí estuviste muy sutil, chaval. Admirable.

De acuerdo, no le faltaba razón, pero él no estaba dispuesto a ceder.

—Estábamos atrapados y no me los esperaba. Las cosas son diferentes ahora.

—Sí, casi no te tienes en pie.

—No es la primera vez que ocurre y ahora al menos estoy sobrio.

Ella lo miró con ironía.

—No tiene gracia.

—Espera unos minutos a que te vaya calando; luego te reirás.

—No eres tan encantador como crees.

—Claro que lo soy. De no ser así, mis hermanas me habrían matado hace mucho. Mira, tú esperas aquí y…

—No pienso quedarme aquí. —Había una nota de miedo en su tono.

Pero no era su marcha lo que debía temer. El hombre del saco estaba vivito y coleando y seguramente esperándolos al otro lado de la trampilla.

—Tendrás que hacerlo. No puedes pasar por andarion y no hablas su idioma. Yo sé de qué tener cuidado y cómo tratarlos. —Calló un momento y la miró con los ojos entrecerrados—. No te preocupes. Tú no me has abandonado y yo no te abandonaré.

Aún había cierta reserva en la expresión de ella.

—Casi no puedes tenerte en pie. ¿Estás seguro de que estás bien?

Él le guiñó un ojo.

—Soy un Dagan, nena. Somos supervivientes callejeros.

—Pensaba que eras un De Orczy.

Caillen hizo una mueca al oír eso.

—No me sueltes esa mierda que me vas a gafar.

Al menos eso consiguió cambiarle un poco el humor y la hizo reír.

Mientras resistía otra vez el impulso de besarla, sacó de la mochila el inyector y una botellita de adrenalina. Mejor no inyectársela delante de ella. Había cosas que no le gustaba compartir. Se dispuso a marcharse.

—Espera —lo llamó Desideria.

Caillen se volvió.

—¿Sí?

—Te quité las lentillas y los dientes mientras dormías. Me daba miedo que te hicieras daño.

Eso había sido buena idea. Aunque también era un poco inquietante que alguien lo hubiera estado tocando mientras estaba inconsciente.

—¿Dónde los has puesto?

Ella señaló el bolsillo exterior de la mochila.

Caillen los cogió y se los volvió a poner.

—Gracias.

Desideria inclinó la cabeza hacia él.

—Buena suerte.

—No la necesito.

Al menos eso esperaba. Pero no era necesario ponerla más nerviosa.

Ella lo miró salir de su escondrijo. Sus movimientos eran lentos y metódicos y carecían de su acostumbrada fluidez, aunque lo cierto era que si no se conocía la facilidad con que se movía normalmente, nunca se pensaría que estaba herido. Pero Desideria sabía que tenía dolor. Quiso decirle que estaba loco por hacer aquello, pero no quería hacer ningún sonido innecesario, por si los andarion andaban cerca.

—Buena suerte —susurró, esperando volver a verle. Porque en su cabeza rondaba una imagen de él herido y de ella muerta. Dios, esperaba que no fuera una premonición.

Caillen hizo una mueca de dolor y se tomó un momento para orientarse en medio del almacén. El aire helado le atravesó la chaqueta y lo hizo estremecer. Cómo le dolía todo. Lo último que quería era salir a buscar provisiones, sobre todo porque la cabeza lo estaba matando.

«Has superado heridas peores».

Cierto, muy cierto. Y al menos era de noche y aquel miniplaneta sólo tenía una luna. En vez de quejarse, tendría que dar gracias de que no fuera peor.

Se ajustó la mochila y comenzó a avanzar sin salir de las sombras.

Mientras caminaba por las silenciosas calles, reprogramó su tarjeta de débito a nombre de Fain Hauk, el hermano mayor de Dancer. Lo bueno del apellido Hauk es que era tan común entre los andarion que casi resultaba ridículo, y Fain, a diferencia de Dancer, también era un hombre muy frecuente. Aunque el Fain auténtico era famoso como criminal, el nombre en sí mismo era lo bastante corriente como para no despertar sospechas.

Y si lo confundían con el hermano de Dancer, el temor que despertaba su espantosa reputación por su crueldad debería ser suficiente para que nadie lo molestara con preguntas.

Se metió la tarjeta en el bolsillo trasero. Si se atreviera a conectar el ordenador, podría reprogramar también su reconocimiento facial, para que fuera acorde con el nombre, pero eso sería buscarse problemas. Tendría que arriesgarse y esperar que no se tomaran demasiadas molestias con la identificación. Si lo hacían…

«Por favor, hacedme este pequeño favor».

Con un poco de suerte, la oscuridad seguiría ocultándolo lo suficiente como para no tener que salir corriendo, machacado como estaba, o para verse obligado a emplear el chute de adrenalina. Sin embargo, mientras avanzaba vio una sombra que se movía a la vez que él.

Sí, sin duda lo estaba siguiendo.