leagueTop14

Caillen soltó un rugido gutural.

—He subestimado su tecnología. Estos cabrones tienen un escáner facial y de retina que les ha informado de que no soy quien he dicho ser.

Desideria lo miró aterrorizada.

—¿Y qué hacemos?

La respuesta de él fue darle una patada al panel electrónico que tenían delante, con tanta fuerza que se abrió y dejó los cables al descubierto. Ella se moría de ganas de saber qué estaba haciendo, pero no quería distraerlo mientras se hallaban en una situación de crisis. Lo más importante era salir de allí lo más rápido posible.

Caillen maldijo, en un idioma que Desideria no pudo identificar, como si todo fuera inútil.

Ella comenzó abrir la puerta para salir corriendo, pero él la cogió del brazo y la detuvo.

—A pie estás muerta. Si quieres salir de esta, quédate conmigo.

Pero ¿confiaba lo suficiente en aquel hombre como para hacer eso? Caillen odiaba a su madre y tampoco parecía tener una gran opinión de ella misma.

¿Y si le estaba mintiendo?

Por lo que sabía, podía ser. Todo aquel montaje podría ser porque temía que lo mataran a él. Quizá a ella los andarion la dejasen libre para que se fuera a casa. Quizá aceptasen su inmunidad diplomática.

Pero ¿y si Caillen no mentía? ¿Y si la encerraban como había hecho su madre con su padre? Entonces estaría atrapada allí para siempre. O se la comerían viva.

Eso sería malo y además su madre moriría.

Pero no conocía a Caillen en absoluto. No tenía ni idea de su código moral ni sabía nada sobre él, excepto que lo habían criado como un plebeyo y que tenía una impresionante habilidad digna del mejor ladrón.

Y que era un criminal buscado por el gobierno andarion.

Nada de eso eran razones para fiarse.

Pero si tenía que elegir entre lo malo y lo peor, prefería quedarse con lo que ya conocía. Desideria era demasiado ignorante respecto a otras razas y culturas para discutir con Caillen sobre los andarion y sus costumbres. Por lo que ella sabía, hasta podían tener arañas voladoras alimentadas con pasteles y entrenadas para capturarla.

Esperando no estar actuando como una estúpida o dejándose engañar, cogió la pistola de él y se preparó para luchar.

Se oyeron fuertes sirenas que se acercaban, mientras Caillen seguía toqueteando los cables, deshaciendo conexiones y haciendo otras nuevas. Miró su pistola en la mano de Desideria.

—Te informo de que es mejor que no les dispares a los andarion con eso, sólo los cabrearía más.

Genial. ¿Y qué se suponía que tenía que hacer si no podía dispararles?

—Entonces, ¿qué…?

El vehículo salió disparado hacia delante a tres veces la velocidad normal. La inesperada sacudida la envió contra el asiento e hizo que se le cayera la pistola de la mano, mientras Caillen se hacía con el control del vehículo y lo lanzaba entre el tráfico a una velocidad espantosa y desorientadora.

Pero era bueno controlándolo y fue esquivando por los pelos a peatones, obstáculos y otros vehículos. Quizá no tuviera modales ni supiera comportarse en sociedad, pero cuando se trataba de manejarse con la electrónica, Desideria dudaba que hubiera alguien mejor.

Dos transportes de agentes se detuvieron delante de ellos, cortándoles las rutas de huida.

Sin reducir la velocidad lo más mínimo, Caillen hizo derrapar de lado su transporte y de modo consiguió meterlo entre los dos vehículos policiales, que comenzaron a disparar sobre ellos. Enderezó el vehículo y siguió adelante. La ventana trasera saltó en pedazos por los disparos y fragmentos de cristal volaron por todas partes.

Él empujó a Desideria hacia el suelo para protegerla, pero ella lo detuvo.

—Sé luchar.

Y vio respeto en los oscuros ojos de Caillen mientras este asentía. Él continuó conduciendo mientras ella hacía saltar los restos de la ventanilla y comenzaba a disparar para cubrirlos. El transporte derrapó de nuevo para evitar chocar contra un vehículo carguero que transportaba carburante, luego volvió a enderezarse y siguió adelante.

—Está llegando el apoyo aéreo —la informó él, mientras hacía algo con los cables que aumentó la velocidad el transporte aún más. Casi volaban.

Desideria se asomó a medias por la ventana trasera y disparó al hovercraft que los seguía. Los disparos rebotaron sobre el vehículo y sólo le quemaron un poco la pintura. Ni siquiera se molestaron en virar para esquivar los rayos. Volvió a meterse en el coche mientras maldecía sus armas.

—¿No tienes nada con un poco más de potencia?

Él se sacó una pequeña pistola de la bota y se la pasó.

¿Estaba bromeando? Pero si parecía una pistola de juguete.

Caillen sonrió divertido.

—Tiene retroceso de plasma. Ten cuidado.

Sí, podía hacerse daño disparándola, pero con un buen tiro debería derribar el hovercraft. Se asomó por una ventanilla lateral, pero Caillen tiró de ella hacia dentro antes de que pudiera disparar. Desideria comenzó a chillarle, hasta que se dio cuenta de que había evitado que se la llevara por delante un transporte de carga que pasó rugiendo. Si se hubiera retrasado un solo nanosegundo, ella habría quedado partida por la mitad. Notó que el estómago se le retorcía.

—Gracias.

Caillen inclinó la cabeza mientras el apoyo aéreo volvía a abrir fuego sobre ellos. Desideria se agachó y los rayos no la alcanzaron por poco, pero acribillaron el transporte. Su rabia tomó el control y se le despertó el ansia de sangre. Decidida a hacerles pagar por el asalto, se asomó por la ventana y se estabilizó. Entonces, abrió fuego. Los disparos chisporrotearon, destrozaron el vidrio del hovercraft y un aspa del rotor superior. Pero en vez de retroceder, cayeron hacia ellos tan de prisa que lo único que veía Desideria era su propia muerte.

—¡Cuidado! —gritó, mientras volvía al asiento del transporte y se agachaba para cubrirse.

Pero era demasiado tarde. El hovercraft se estrelló contra el suelo justo a su lado, se inclinó y alcanzó a su transporte con la parte de la cola, lanzándolos por la calle dando vueltas de campana.

A Desideria el estómago se le subió a la boca debido al mareo.

Notó dolor en todo el cuerpo mientras rodaba dentro del vehículo y se estrellaba contra Caillen y todo lo demás que había allí dentro.

«Voy a morir».

Lo sabía. No había forma de que pudieran sobrevivir a un choque así. Esperó que la oscuridad se la llevase, pero, sorprendentemente, conservó la conciencia.

Cuando acabaron de dar vueltas y derraparon hasta parar de golpe, se sentía totalmente desorientada. El estómago se le encogió con tal fuerza que creyó inminente la indignidad de vaciar su contenido. Pero de algún modo consiguió evitarlo mientras Caillen trataba de abrir la puerta, aplastada con los golpes. El coche estaba tan dañado que ella no veía que hubiera salida. Se habían quedado encerrados en una cápsula de metal retorcido.

—Agáchate.

Desideria no cuestionó su orden. En cuando se agachó, Caillen sacó una carga de taquiones, la enganchó a la puerta y luego la cubrió a ella con su cuerpo mientras la explosión abría un agujero en el lateral del transporte.

Él salió primero y luego la ayudó a salir.

Mientras corría alejándose, Desideria vio que estaba cubierta de sangre. La tenía en la ropa, en la piel y en el cabello. Se le paró el corazón, presa del pánico. ¿Dónde estaba herida? Le dolía todo el cuerpo, así que no sabría decirlo.

Tardó todo un minuto en darse cuenta de que no ella quien estaba herida.

El herido era Caillen.

Pero seguía sin bajar el ritmo. La condujo a un almacén abandonado, cerró la puerta a su espalda y selló la cerradura para que nadie pudiera entrar fácilmente. Con manos temblorosas, se quitó la mochila y se la pasó a ella.

—Sigue corriendo. Darling sabe dónde estamos. Enviará ayuda en cuanto pueda. Sigue escondiéndote hasta que te encuentren.

Desideria frunció el ceño al oír su tono tranquilo y la determinación fatal que había en su voz.

—¿Y tú qué?

Él hizo una mueca de dolor.

—Yo no voy a lograrlo.

Se abrió la chaqueta para mostrarle que los disparos del hovercraft no habían fallado. Tenía todo el costado izquierdo quemado por los rayos.

Por primera vez, Desideria vio miedo en los ojos de Caillen. Tenía las mejillas sucias y la sangre se le mezclaba con el sudor. En el mentón, le tironeaba un nervio y le salía sangre por la comisura de la boca.

Sacó su pistola de rayos de reserva y la sujetó con fuerza con una mano ensangrentada.

—Te cubriré mientras huyes.

Ella contempló la sangre que le caía por la mano y salpicaba el sucio suelo de hormigón.

—Caillen…

—No discutas. Estás perdiendo un tiempo muy valioso que necesitas para huir de aquí.

Aunque no quería hacerlo, asintió. Él tenía razón, tenía que irse. La vida de su madre dependía de ello. Le besó la magullada mejilla, se volvió y corrió en busca de una salida.

Caillen se quedó escuchando el sonido de los pasos que se alejaban, mientras él se apartaba de la puerta cojeando y se aseguraba de cubrir sus sangrientas pisadas. Buscó un lugar donde poder protegerse y llevarse por delante a unos cuantos de sus perseguidores antes de que lo mataran. Por alguna razón que no acababa de identificar, lo entristecía que ella lo hubiera dejado morir solo.

«Es una desconocida, ¿qué me importa?».

—Sin embargo, no podía apartar de su mente la imagen de su padre muriendo solo en aquel asqueroso callejón, como si fuera escoria.

Igual que estaba a punto de pasarle a él.

Que así fuera. A diferencia de su padre, él no iba a dejar que lo ejecutaran. Moriría peleando con todo lo que tenía y se llevaría por delante tantos andarion como pudiera.

«Mi padre murió protegiéndome…».

Sintió el dolor y la culpabilidad que siempre lo desgarraban cuando pensaba en eso. Cosa que trataba de evitar. Sabía la verdad. Su padre había sido un luchador y sólo se había rendido a sus perseguidores para darle a Caillen el tiempo suficiente para escapar y vivir.

Como lo estaba haciendo él por Desideria.

«Soy un idiota redomado».

No la conocía y, sin embargo, ahí estaba, ofreciendo su vida para que ella pudiera ponerse a salvo. Tampoco quería pensar en eso, así que devolvió su atención a la calle, donde, a través de la sucia ventana, vio que los agentes se estaban agrupando antes de empezar a buscarlo.

—Venid, cabrones. No seáis tímidos.

Se agachó y apoyó el brazo armado para poder disparar en cuanto entraran. Entonces, una mano le tocó el hombro.

Él se volvió, esperando ver a un agente.

Pero no lo era. En vez de eso, vio a un hermoso ángel que tenía sangre y suciedad por toda su oscura piel. Su cabello era una masa enredada y había una determinación en su mirada que decía que no iba a permitir ninguna discusión.

—No te puedo dejar aquí, Caillen. Nos metimos en esto juntos y saldremos juntos o moriremos.

Él se quedó parado ante su sinceridad.

—¿Y qué hay de tu madre?

—Tu amigo sabe que hay que vigilarla, y yo ya estaría muerta de no ser por ti. Ahora, muévete antes de que te dispare yo.

Caillen se burló de su orden.

—Eres una idiota.

—Eso parece. —Desideria se echó el brazo de él sobre los hombros y lo ayudó a moverse por el edificio oscuro y vacío—. ¿Alguna idea brillante para escapar de esta?

—La verdad es que no. Cada vez que intento pensar en algo, el dolor es lo único que se me aparece en la cabeza. Como si apartara todo lo demás.

Ella gruñó por lo bajo.

—Oh, esto es irritante. Odio cuando alguien me supera. No soporto perder.

Se detuvo al ver una trampilla abierta en el suelo. Ofrecía muy pocas posibilidades de esconderse, pero era lo único que tenían.

—Tengo una idea.

Caillen también vaciló verla.

—No funcionará —afirmó.

—¿Acaso me burlo yo de tus planes cuando son estúpidos? No. Pues ahora, a no ser que tengas una idea mejor, métete ahí dentro.

Él masculló para sí algo así como «muerte a las mujeres mandonas», mientras encendía una pequeña barra de luz y la tiraba dentro del pequeño espacio para poder ver. Sin hacerle caso, Desideria lo ayudó a bajar y luego fue a asegurarse de que no hubiera rastro de sangre que condujera directamente a ellos.

Los agentes estaban justo al otro lado de la pared, abriendo un agujero en la vieja puerta oxidada que Caillen había sellado. Sus sopletes electrónicos emitían un fuerte siseo y se gritaban entre sí. En cualquier momento estarían dentro y disparando…

«Por favor, que esto funcione».

Se metió en el agujero con Caillen y cerró la trampilla un segundo antes de que los agentes entraran en tromba para buscarlos. El vacío espacio donde ellos dos se encontraban estaba bañado de una luz azul por la barra, una luz mucho más tenue y opaca que la que había empleado en la cueva. La debía de haber elegido por esa razón.

Se acercó a Caillen, que se había desmayado sobre el sucio suelo cubierto de excrementos de roedores y arañas. Seguramente era lo mejor; no las arañas y esas cosas, sino estar inconsciente, dada la situación. Si los atrapaban, él no se enteraría.

Por desgracia, ella no tendría esa suerte.

Oyó a los andarion por encima, instalando su equipo y hablando entre ellos en tono enfadado, mientras trataban de localizarlos. Mierda, ¿por qué no tendría un traductor? Era frustrante no poder entender ni una palabra de lo que decían.

Se mordisqueó el labio al recordar que los espejos que Caillen había puesto en la cueva estaban en su mochila. ¿Servirían para bloquear los aparatos de rastreo?

Mejor eso que nada. Buscó los espejos y los sacó. Con el corazón golpeándole con fuerza, los acercó a la pequeña trampilla y colocó uno a cada lado antes de encenderlos.

«Por favor, qué sea esta la manera de colocarlos y activarlos».

Si no…

No quería pensar en eso. Volvió junto a Caillen para intentar detenerle la hemorragia. En su mochila había vendajes y todo tipo de cosas que ni siquiera se le ocurría para qué podían servir: artilugios, medicinas, armas. Todos estaban marcados, pero no podía leer ni una palabra de su estilizada escritura.

«¿Por qué no aprendí universal?».

Porque su madre pensaba que era una pérdida de tiempo. Otra razón más por la que no debería haberla escuchado.

Apretó una de las botellas con la mano mientras vacilaba pensando si debía darle o no un poco a Caillen. Mejor no: lo que había dentro, o si se pasaba en la dosis, podría matarlo.

Bueno. Tendría que parar la hemorragia haciendo presión.

Las voces de encima de ellos se hicieron más fuertes y más enfadadas. ¿Habrían encontrado la trampilla? ¿Estarían esperando refuerzos para entrar?

Desideria contuvo la respiración, presa de un temor nervioso, esperando que la descubrieran.

Su mirada recayó sobre Caillen. Su apuesto rostro estaba muy pálido y tenía la piel cubierta de sudor.

«¡No te desangres!».

Si moría, no tenía ni idea de cómo iba a salir de ahí.

Pero no era sólo eso. Estaba en deuda con él, y de no ser por ella, no estaría herido. Todo aquello era culpa suya. Caillen podía haber sido como otros nobles y no haberse involucrado en defenderla del ataque. O podía haber llamado a los de seguridad.

En vez de eso, había arriesgado su vida y la había salvado sin pensárselo dos veces. Algo que muy pocos harían. Una desconocida ternura la invadió, hasta que un ruido hizo que volviera a prestar atención a sus perseguidores.

Alguien estaba golpeando la trampilla.

«Ya vienen».

Agarró la pistola, dispuesta a luchar hasta el fin. No iban a llevarse a Caillen, no si ella podía evitarlo.

Sobre su cabeza, parecía que dos personas se estuvieran discutiendo. Pasaron unos minutos y las voces se alejaron hasta hacerse inaudibles.

¿Se habrían marchado?

¿O sería el mismo truco que habían intentado en la cueva con las sondas?

Miró a Caillen, que seguramente habría sabido la respuesta.

Fuera como fuese, tenía que atenderlo antes de que perdiera mucha más sangre. Dejó la pistola a un lado, le quitó la chaqueta y luego le levantó la camisa. Hizo una mueca involuntaria al ver su destrozado pecho. Nunca había visto nada más espantoso, y la sorprendía que siguiera con vida.

¿Cómo podía sobrevivir nadie a esas brutales heridas? Eso decía mucho de su deseo de vivir y de su capacidad para soportar el dolor. ¿Por qué cosas habría pasado en su vida para ser capaz de mantener de ese modo la calma durante la lucha? La habilidad que tenía no era innata. Era una de esas cosas que tenían que afinarse con años de experiencia; y ella lo sabía bien, ya que se había pasado toda su vida entrenando y sus habilidades no estaban ni de lejos tan desarrolladas.

Con todo el cuidado que pudo, sacó una venda de la gastada mochila y la apretó contra la herida que tenía peor aspecto, en medio de un complicado tatuaje que le cubría el costado izquierdo. Parecía ser algún extraño pájaro, cuya cabeza cubría el hombro de Caillen.

Este abrió los ojos mientras soltaba un feroz gemido y la cogía por la muñeca con tal fuerza que Desideria estuvo segura de que le dejaría un morado. Pero en cuanto él enfocó la vista, relajó la presión.

Le soltó la mano y la apartó.

«¿Aún están aquí?», le preguntó sin sonido.

Ella asintió.

Él señaló su mochila.

Desideria se la pasó y lo observó sacar varios objetos. Lo primero que hizo fue coger un palo de goma y ponérselo entre los dientes. Ella frunció el ceño y se preguntó para qué sería. ¿Algún tipo de analgésico?

Luego sacó un paquete grande de papel de aluminio, lo abrió y se esparció unos gránulos sobre las heridas. Mordió el palo con tal fuerza que ella lo oyó quebrarse. Por la rigidez de su cuerpo, supo que debía de dolerle y escocerle mucho, pero él no hizo ningún ruido.

Ella le cogió el paquete de aluminio y comenzó a aplicarle los gránulos por todas las heridas. Los músculos se le contraían cada vez que lo tocaba. Pobre hombre.

Pero era un gran soldado. Lo aguantó todo estoicamente.

Cuando hubo acabado, Desideria le dio una botella de agua y comenzó a vendarle el costado. Mientras lo hacía, él sacó un inyector y se chutó una dosis de analgésicos.

Luego se bebió el agua lentamente, esforzándose al máximo para no gritar a causa del dolor que lo recorría con cada latido.

No quería vomitar, pero tenía que mantenerse hidratado. Dioses, cómo le dolía.

Cerró los ojos, se concentró en la suavidad de las manos de Desideria mientras lo vendaba y dejó que eso lo calmara tanto como pudiera. Aún no podía creer que hubiera regresado a por él. La mayoría de la gente carecía de ese sentido del honor y la decencia.

Mierda, la mayoría de los «amigos» que había tenido durante su vida lo hubieran atado mientras estaba herido para robarle la cartera y luego lo habrían dejado para que lo encontraran los agentes.

Pero Desideria había regresado…

Como un ángel.

Ella le cogió la botella de agua para mojar un trapo con el que le limpió la cara. Notaba su mano tan fría y suave sobre la piel que, sin darse cuenta de lo que hacía, se la cogió y le besó los nudillos.

Desideria se quedó inmóvil ante la sensación de los labios de él. Nadie le había mostrado nunca tanta ternura. El ligero roce hizo que el estómago se le contrajera. Lo miró a los ojos, ya sin las lentillas de andarion, y por un momento se olvidó de todo excepto de la belleza de esos ojos, la sensación de su mano en la de él. Sin pensar, le tocó los suaves labios con la yema de los dedos. Era la única parte de Caillen que no era dura como una roca. Y antes de darse cuenta de lo que estaba haciendo, inclinó la cabeza para saborearlos.

Él tragó aire bruscamente ante el inesperado beso. Mierda, si no estuviera tan dolorido, se aprovecharía de ese fuego. Pero en ese momento casi no podía respirar. Aun así, el calor de ese beso lo abrasaba. Lo que a ella le faltaba en experiencia, lo había compensado con entusiasmo, y una oleada de placer lo recorrió, calmándole ligeramente el dolor.

Al menos durante unos segundos.

Desideria se apartó al recuperar la cordura y darse cuenta de lo que había hecho.

«Estoy besando a un hombre».

Y no se le permitía hacer eso. No todavía…

Su madre la mataría si se enteraba. Peor aún, tendría que espera un año más antes de poder tener un compañero. Los qillaq creían que si una mujer no podía controlar su deseo es que no era lo bastante madura como para tener un amante. Lo que acababa de hacer sería una vergüenza para su familia y para ella.

Notó que le ardía el rostro.

—Lo lamento.

La sonrisa petulante de Caillen era adorable por una vez.

—No lo hagas —le susurró—. Es lo mejor que me ha pasado en todo el mes. No tengas ningún reparo en volver a caer sobre mis labios cuando tengas ganas.

Ella lo miró negando con la cabeza.

—Eres terrible.

Él le cubrió la mejilla con la mano.

—Podrido hasta la médula.

Era devastadoramente encantador.

—¿Y a cuántas mujeres has seducido así, por cierto?

Caillen se encogió de hombros y luego hizo una mueca de dolor.

—No las cuento, porque no importan.

Eso la ofendió. ¡Qué cerdo tan insensible!

—¿Cómo puedes decir que no importan?

—Porque nunca han sido la que vale.

Esas palabras la dejaron parada. ¿Podría ser menos cerdo de lo que pensaba? ¿Sería posible que en realidad hubiera un caballero bajo todas aquellas capas de canalla sin corazón?

—¿Qué quieres decir?

—Mmm —suspiró él—. Los analgésicos están funcionando. Me siento de nuevo casi humano.

Desideria le hizo volver la cabeza hasta que la miró.

—No me has contestado.

—Fácil. —Ahora arrastraba las palabras—. Si hay alguna zorra egoísta a mano, voy directo hacia ella. Las mujeres sólo quieren usarme, poseerme o matarme. Ni una sola vez han querido quedarse conmigo.

Entonces cerró los ojos y volvió a perder el conocimiento.

Esas palabras y la emoción que había notado tras ellas habían tocado algo en lo más profundo de su ser. Le hizo preguntarse qué le habrían hecho las mujeres en la vida para que se sintiera así. Claro que su propia experiencia con las mujeres era similar. Las que la rodeaban habían sido egoístas, críticas, cortantes y celosas. Pensaban que machacando a los demás se elevaban. Se equivocaban, pero eso no parecía detenerlas.

Desideria no tenía ninguna experiencia con los hombres. Excepto con su padre, al que había querido como a nadie. Había sido la única persona en su vida que la había aceptado como era. Nunca la había juzgado o criticado.

Caillen no se parecía en nada a su padre, pero de algún modo se lo recordaba. La forma en que era de fiar y cariñoso, dispuesto a sacrificarse por los demás.

Frunció el ceño mirando el trapo ensangrentado que había junto a él.

«Estás hecha un lío».

¿Qué pasaría si él moría?

Se negó a pensar en eso y en el extraño dolor que le causaba pensarlo. No podía permitírselo. Así que comenzó a guardar cosas dentro de la mochila y entonces encontró un pequeño ordenador portátil.

¡¿Cómo?! ¿Por qué no lo habría usado? ¿O al menos mencionado que tenía uno?

Lo abrió para encenderlo, pero se lo pensó mejor. Si los andarion estaban escaneando la zona electrónicamente podrían localizar la señal. Seguramente por eso Caillen no lo había usado hasta el momento. Sabía demasiado sobre supervivencia como para permitirse no utilizar algo como aquello a no ser que hubiera una buena razón.

«Estoy completamente incomunicada».

Nunca antes había estado sola. A sus veintiséis años, su familia la había considerado una niña hasta hacía un par de semanas. Siempre había estado rodeada de guardias y criados, de sus hermanas y su tía. Le resultaba muy raro no poder llamarlas. O a nadie que le pudiera echar una mano. Su madre nunca había experimentado tampoco un aislamiento parecido.

Pero su padre sí. Perdido en un planeta extraño con seres desconocidos que lo veían como una entidad más débil que sólo merecía su desprecio y sus insultos.

Caillen le había asegurado que ella recibiría el mismo tratamiento de los andarion si los descubrían. Serían meros peones, sin esperanza ni forma de escapar. Miró alrededor, las desnudas paredes grises, mientras comenzaba a sentir pánico. ¿Cómo había soportado su padre ser prisionero durante todos aquellos años?

Era horrible. Por primera vez, comprendió realmente todo lo que él había perdido.

De repente, el comunicador de Caillen sonó.

¡Mierda! Eso podía hacer que los descubrieran. Con el corazón golpeándole con fuerza en el pecho, lo cogió y se quedó parada. Caillen lo había desactivado. Ella lo había visto hacerlo. Entonces, ¿cómo podía estar sonando?

¿Sería un truco?

¿Y si no lo era? Podía ser ayuda.

Quizá.

Confiando en estar haciendo lo mejor, contestó antes de que volviera a sonar.

—¿Quién es? —Era una voz masculina, brusca y con mucho acento.

—Desideria —susurró ella—. ¿Quién eres tú?

Se cortó la comunicación.

Ella hizo lo mismo al instante con el estómago encogido y se aseguró de que esa vez estuviera totalmente apagado.

Y entonces lo oyó… las pisadas de los andarion regresando al almacén en masa, y esa vez parecían mucho más animados.

«Acabo de revelar nuestra posición».

Iban a por ellos y era por su culpa. ¡Maldita fuera! ¿Por qué había contestado?