Las sondas eran pequeños artefactos de rastreo que detectaban organismos vivos e informaban a las fuerzas de búsqueda. Desideria no tenía ninguna duda de que Caillen y ella eran el objetivo de aquella. Si captaba aunque fuera el menor rastro de su presencia, los andarion los encontrarían en nada.
«Muévete despacio —le indicó Caillen, articulando las palabras sin sonido—. Pégate a la pared».
Ella hizo exactamente lo que le decía. Se concentró en sus latidos para no caer en el pánico. Cualquier sonido podría ser detectado…
Incluso su respiración.
El tiempo se estiró como un caracol artrítico, hasta que finalmente la sonda se retiró.
Desideria fue a moverse, pero con un leve movimiento, Caillen le indicó que no.
Y suerte que lo hizo, porque otra sonda salió del suelo y revisó el lugar durante unos minutos más. Sólo después de que esta se alejara, Caillen se acercó muy lentamente a Desideria y se puso entre ella y la salida. Estaba tan cerca que Desideria podía notar el calor de su cuerpo.
—¿Estamos a salvo? —le susurró al oído.
—Lo sabremos en unos minutos. —Su respiración le hacía cosquillas en la mejilla y le calmó bastante los nervios.
Se quedaron juntos, esperando. Y a ella no se le pasó por alto que él estaba protegiéndola con el cuerpo. Aunque no podría haber dicho si lo hacía por costumbre o a propósito. Sí, claro que podía cuidar de sí misma, pero la reacción de Caillen le pareció agradable e inesperada. Y, sobre todo, curiosamente enternecedora.
Él bajó la vista para asegurarse de que ella no era presa del pánico.
Y no lo era. Tenía los labios ligeramente abiertos mientras miraba más allá de su cuerpo, hacia la entrada. Pero eso no fue lo que le interesó, sino el profundo canal entre los pechos. Llevaba un top tan ajustado que parecía que a la mínima se le iban a salir.
«Estornuda, nena, estornuda».
Por desgracia, no lo hizo. Mierda. A Caillen le habría gustado que le pasara algo bueno después de toda la mierda que le había caído encima ese día. Incluso si eso significaba que los andarion los encontraran y tuviera que luchar para salir de allí.
Algunas cosas valían la pena.
Y tenía la sensación de que ver a aquella mujer desnuda era una de esas cosas.
«Sólo un poquito…».
Desideria se puso tensa al darse cuenta de que Caillen tenía la cabeza prácticamente hundida en su pelo.
—¿Me estás oliendo?
Su risa, grave y cálida, hizo que la recorriera un escalofrío.
—Preferiría decir que estoy admirando tu aroma, pero supongo que sí, te estoy oliendo y hueles muy bien.
En circunstancias normales, eso la habría intimidado. Sin embargo, lo cierto era que su gesto la había excitado. O quizá fuera más exacto decir que lo que la excitaba era la presencia de él. Incluso disfrazado de criatura fantasma resultaba sexy. Sólo Caillen podía lograr algo así. Y ella tenía una extraña curiosidad: qué sentiría si aquellos colmillos le rozaban la piel.
Como si pudiera leerle el pensamiento, él acercó más la cabeza a la de ella. Antes de que pudiera entrar en contacto con sus labios, se oyó una potente voz fuera.
Desideria escuchó atentamente. Nada le resultaba ni remotamente familiar.
—¿Qué están diciendo? —le preguntó en un susurro al oído.
Él le puso un dedo en los labios mientras escuchaba. Ese contacto la hizo estremecer y preguntarse cómo habría sido besarlo.
«No debería sentirme atraída por él».
Pero se sentía…
Caillen no se movió hasta que la voz se hubo alejado y ya no podían oírla, Cuando habló, le susurró al oído, produciéndole nuevos escalofríos.
—Van a traer animales de búsqueda. Pueden captarnos a pesar de los espejos. Tenemos que salir de aquí.
—¿Y adónde vamos?
—A donde haya algo que pueda ocultar nuestro olor. —Se alejó para coger la mochila—. Necesitamos una historia convincente por si nos cruzamos con los nativos. Usaré el nombre de Dancer Hauk. Llámame Hauk cuando haya más gente.
Ella hizo una mueca ante su elección. ¡Qué nombre tan estúpido! Sin duda, eso haría que los pillaran antes que su aspecto.
—¿Dancer Hauk?
Él alzó las manos como si se rindiera.
—Créeme, el nombre es de lo más raro, pero existe una persona con ese nombre y es andarion. Con un poco de suerte, habrán oído el nombre pero no lo habrán visto. Y si tenemos mucha suerte, habrán oído hablar de su temible reputación, lo que sin duda nos dará cierto prestigio. —Se colgó la mochila al hombro—. Si lo conocen en persona, bueno… ya nos ocuparemos de eso. Esperemos que en algún momento de hoy tengamos un descanso.
Desideria se quedó boquiabierta por el modo en que él se movía en la oscuridad. Ágil, con los movimientos fluidos de un bailarín; cogió la barra de luz y la apagó antes de metérsela en el bolsillo. Era evidente que aquel era su hábitat habitual: teniéndose que ocultar del enemigo… y no viajando a bordo de una nave llena de aristócratas.
En un momento, eliminó todo rastro de su presencia, luego usó un espray que, supuso ella, disimularía su olor. En la entrada, Caillen recogió sus espejos y los volvió a meter en la mochila; luego la guio hacia los bosques. Roció más espray, pero ella no pudo ver que saliera nada del bote.
—¿Qué es eso? —preguntó.
—Aquibrade.
Lo dijo como si tuviera que saber qué era.
—¿Y para qué sirve?
—Son feromonas de eracle.
Le empezaba a doler la cabeza de tanto vocabulario desconocido.
—¿Qué es un eracle?
—Uno de los animales más feos que podrás ver. Pero secretan un olor que, si lo inhala otro animal, le fastidia las glándulas olfativas durante días. Un husmeo y no serán capaces de encontrarnos.
—¿Podríamos echárnoslo por encima?
Él le dedicó una sonrisa encantadora.
—Podríamos, pero si por casualidad nos encontráramos con un eracle, trataría de aparearse con nosotros. Y, la verdad, esto se podría poner feo muy rápido.
Sí, pero podría no ser ningún problema para ellos.
—¿Hay aquí animales de esos?
—No tengo ni idea. —Le pasó la botella—. Si quieres arriesgarte, estoy dispuesto a filmarlo y ganar un montón de dinero colgándolo en la red.
Desideria lo miró enfadada.
—No eres nada gracioso.
—Ni lo intento. Sólo soy un empresario oportunista en el sentido más puro de la palabra.
Ella se mofó de su tono ligero, mientras se aseguraba de que su voz fuera un simple susurro.
—¿Cuántas hermanas dices que tienes?
—Tres. ¿Por qué?
—¿Cómo te han dejado vivir tanto tiempo?
Él se señaló la cicatriz de la ceja.
—Te aseguro que no es que no hayan intentado matarme. Pero soy resistente.
Lo siguió por encima de un árbol.
—Al parecer.
Caillen se metió algo en la oreja y la guio a través de las densas matas, hacia el interior del bosque.
Ella hizo un gesto, señalándole la oreja.
—¿Qué es eso?
—Un amplificador de sonido, así que no me grites. Me quedaría sin tímpano.
Lo que no sería nada bueno. Lo último que Desideria quería era que él cayera, porque ella no podía mostrar la cara en ese planeta sin que la encarcelaran o se la comieran. Esa idea la hizo envolverse mejor en su capa, mientras se apresuraba para mantenerse junto a Caillen.
—¿Es eso lo que intentabas decirme con todos esos gestos de antes?
Mientras sujetaba una rama baja, se detuvo para dejarla pasar delante.
—¿No conoces el lenguaje de signos de la Liga?
—Nunca he oído hablar de él.
Caillen negó con la cabeza mientras volvía a ponerse delante.
—Es un lenguaje de manos que los soldados y los asesinos emplean para comunicarse durante las misiones.
Eso explicaba por qué ella nunca lo había visto antes, pero no por qué lo conocía él.
—¿Has trabajado para la Liga?
Rio en voz alta, pero luego bajó la voz rápidamente.
—No. Lo aprendí para saber qué estaban diciendo cuando trataban de capturarme.
Eso sí era interesante. ¿Qué clase de criminal era?
—¿Qué hacías antes de que te encontrara tu padre?
—Sobrevivía, princesa. La mayoría de los días por los pelos.
Desideria abrió la boca para pedirle detalles, pero antes de que pudiera hacerlo él señaló hacia arriba. Ella levantó la vista y vio acercarse el hovercraft.
¿Por qué no se cansaban?
Pero aquello no era lo que más la preocupó, sino un rayo naranja que atravesó las nubes y alcanzó la nave. Vio horrorizada cómo esta se desintegraba y luego llovían restos ardientes alrededor de donde estaban.
Oh, Dios santo. El asesino había encontrado la zona donde se habían estrellado y se acercaba para acabar con ellos.
Caillen la cogió por el brazo y la guio hacia un pequeño hueco en un árbol grande. Se apretó contra ella mientras la zona de alrededor recibía una ducha de fuego.
—Parece que nuestro amigo ha decidido unirse a la fiesta.
Desideria hizo una mueca mientras una parte de la corteza del árbol se le clavaba en la espalda.
—¿Crees que se ofendería mucho si le retiráramos la invitación?
—Bueno, como el regalo de bienvenida que nos ha hecho ha sido un hovercraft andarion hecho trizas, diría que se sentiría realmente rechazado. Probablemente nos querría hacer daño.
Ella puso los ojos en blanco al oír su sarcasmo.
—¿Tienes algún arma en la mochila?
—Ni una.
Desideria se quedó parada. Iba tan preparado para todo lo demás… ¿Qué clase de lunático no tendría al menos un arma a mano?
Caillen le guiñó un ojo y luego se bajó la cremallera de la chaqueta para mostrarle el arsenal que llevaba atado al cuerpo.
Eso también la sorprendió, sobre todo dada la proximidad en la que habían estado durante las últimas horas.
—¿Cómo es que no las he notado?
—Estoy acostumbrado a llevarlas. Y no servirían de mucho si cualquier frotteur o carterista notara que las llevo.
Otra palabra que no entendía.
—¿Frotteur?
—Alguien que siente placer sexual frotándose contra otra persona. —Chasqueó la lengua—. Frottise es la versión femenina. No te cortes si quieres practicarlo conmigo en algún momento. Te prometo que no me importará lo más mínimo.
¿Cómo podía siquiera pensar en el sexo cuando les estaban disparando? Aquel hombre era un auténtico demente.
—Para haberte criado en las calles, tienes un vocabulario increíble.
—Tengo que agradecérselo a mi hermana Tessa. A diferencia de mis otras dos hermanas y de mí, le gustaba insultar a la gente de forma que no se dieran cuenta de que estaba siendo cruel. De ahí la frase favorita de Kasen: «Te voy a partir el culo a lo Tess y a insultarte con un nombre que tendrás que mirar en el diccionario para sentirte ofendido».
Desideria rio a pesar del peligro.
—Tus hermanas parecen… interesantes.
—Es una forma amable de decir que están como cabras. Pero está bien. La cordura hace tiempo que me dijo adiós.
El caza pasó de nuevo sobre ellos. El ruido del motor era tan fuerte que Caillen se sacó el amplificador de la oreja y tragó aire con fuerza. ¡Vaya con lo de no captar sonidos!
Desideria miró hacia el caza, que abrió fuego de nuevo sobre el suelo, como si el piloto supiera dónde se encontraban.
—¿Por casualidad no tendrás nada para abatir esa cosa, verdad?
—Podría probar con tu teoría del zapato, pero dudo que sirviera para algo más que para caernos de cabeza y provocarnos una contusión. Y creo que ya llevamos suficientes lesiones de cabeza por hoy. Lo que tengo no es lo bastante potente. Sin embargo, le puedo saltar un ojo si se acerca mucho.
—¿Qué pasa contigo y eso de saltar ojos?
—Otra cosa que aprendí de mis hermanas. Nunca peleaban limpio, sobre todo Tessa. —Se llevó la mano a la mitad del pecho—. Y eso que sólo me llega hasta aquí. Una pequeñaja con muy mala leche. Me recuerda a ti.
—Creo que me siento insultada.
—Pues no lo hagas. Admiro a las mujeres fuertes… casi siempre. —Soltó varias palabrotas cuando el caza lanzó una bomba de humo al suelo—. No respires.
Ella lo hizo sin cuestionárselo, mientras Caillen sacaba dos mascarillas de la mochila y le daba una. Tosiendo, Desideria se cubrió la cara. Aun así, le ardían los ojos.
—¿Cómo saben que estamos aquí?
—No creo que lo sepan. El piloto está describiendo un círculo demasiado amplio. Los cabrones sólo esperan tener suerte.
—Ajustó el GPS que llevaba en la muñeca—. Debemos salir de aquí antes de que nos localice.
—¿Y tenemos que ir muy lejos?
Caillen tosió dos veces antes de contestar.
—La población más próxima es grande y tiene suburbios alrededor, así que no podrá sobrevolarlos. Tarde o temprano llegará otra patrulla andarion y se enfrentará a él. —Le tendió el brazo para que viera las fotos de satélite de la ciudad más cercana en su cronómetro.
Las casas, que no parecían tener cimientos, eran muy avanzadas para pertenecer a una colonia.
—¿Estás seguro de dónde estamos?
—Sí. Creo que en esta ciudad viven el gobernador y los políticos locales. Lo que no es bueno si nos atrapan, pero si podemos llegar hasta allí y dormir un rato, todo debería ir mejor por la mañana.
¿De repente decidía ser optimista? Eso casi la asustaba más que el asesino bombardeando el bosque. Señaló el caza, que los sobrevolaba de nuevo.
—¿Y qué hay de nuestro amigo?
—En cuanto lleguemos a la ciudad tendrá que aterrizar y entonces se encontrará con los mismos problemas con las autoridades que nosotros.
—Espero que tengas razón.
—Yo también. Y si me equivoco… no pasa nada. Sólo existe un asesino al que creo que no puedo vencer, y Nyk no está aquí. El resto son puro entrenamiento.
Ella puso los ojos en blanco ante la petulancia de sus palabras.
—Eres tan arrogante…
—No tanto. Sé que soy el mejor peleando. Así de simple.
«Sí, claro».
—Estoy segura de que has perdido algunos asaltos.
—Sólo cuando estaba tratando de ganar únicamente por juego. Nunca he perdido una pelea o una batalla contra un enemigo cuando contaba. Nunca. —Dicho eso, se apartó de donde estaban cubiertos, como si desafiara al caza a que le disparara.
Desideria lo contempló en un silencio perplejo, mientras él comprobaba su seguridad. Cuando estuvo convencido de que el caza no podía verlo, le hizo un gesto a ella para que se acercara. Desideria había dado sólo cuatro pasos cuando oyó otros motores que iban hacia ellos. Miró hacia arriba y se dio cuenta de que unas naves andarion perseguían a su «amigo».
Nunca había visto nada mejor, pero eso hizo que Caillen acelerara el paso.
—Tenemos que poner toda la distancia posible entre nosotros y ellos mientras están distraídos.
Desideria no podía estar más de acuerdo.
Corrieron durante tanto rato que al final ella perdió la noción de cuánto terreno habían cubierto. Le dolían los pulmones y las piernas empezaban a protestarle. Pero Caillen seguía corriendo con una resistencia que era tan frustrante como asombrosa.
«No puedo creer que no sea capaz de mantener su ritmo».
Pero el orgullo no le permitía ir más despacio. Por todos los dioses, iba a seguir corriendo hasta morir. Y en ese momento, parecía que eso era lo que iba a pasar.
¿Cómo podía él seguir corriendo así con la pierna vendada? Ella notaba sus propias heridas latiéndole y doliendo hasta tal punto que temió que acabaría vomitando. Lo único que quería era tumbarse. Sólo un minuto.
Y Caillen seguía corriendo.
«Agh, le mataría…».
Estaba tentada de pegarle un tiro sólo para que se detuviera.
Caillen rechinó los dientes; a cada paso lo recorría una fuerte sacudida de dolor. Maldita fuera su pierna. Quería gritar de lo mucho que le dolía, pero estaba acostumbrado. Había sentido dolores peores. Aunque, en ese momento, le costaba recordar una vez en su vida en que hubiera sido así. De todas formas, seguro que era verdad.
Lo único que lo hacía seguir adelante era saber que su padre y Desideria morirían si él se rendía.
Miró hacia atrás para ver cómo iba ella.
Lo seguía a poca distancia, pero estaba muy pálida, con las facciones contraídas. Mierda. Parecía a punto de vomitar. Redujo un poco el paso para que lo alcanzara.
—¿Estás bien?
A ella le brillaron los ojos de orgullo mientras jadeaba, tragando aire.
—Claro.
La indignación y el desafío de esa palabra hicieron sonreír a Caillen. Se puso a cubierto para que la nave no pudiera verlos si pasaba por allí.
—Paremos un momento para recuperar el aliento.
—Si te hace falta…
Caillen se tensó cuando su orgullo masculino se rebeló y le pidió que se lo hiciera pagar. Sí… el machito que había en él estaba deseando correr hasta que ella vomitara. Pero no iba a ser tan cruel.
No por el momento.
Sacó una botella de agua y se la pasó. La gratitud y el alivio que se reflejó en sus ojos fueron inconfundibles. Por un instante, lo miró como si fuera un héroe, y hubo algo en esa mirada que hizo que el estómago y la polla se le tensaran. Ninguna mujer, excepto sus hermanas, había hecho que se enterneciera así.
—Gracias —dijo ella mientras cogía la botella. Los dedos le temblaban al tratar de abrirla.
—Dame. —Tendió la mano para que se la devolviera.
Desideria vaciló un momento antes de hacerlo. Él vio que no era frecuente que dejara que alguien la ayudara.
Abrió la botella y esa vez, cuando ella la cogió, su mano rozó la suya en una leve caricia. Por una fracción de segundo, Caillen deseó cogerle esa mano, besarle los suaves nudillos y decirle que todo saldría bien.
«Estoy loco».
Sentía un dolor insoportable, los estaban persiguiendo y en lo único que podía pensar era en lo adorable que estaba ella con la piel brillante de sudor. En lo graciosa que estaba con las manchas de suciedad y el cabello revuelto.
Sí, debía de haberse golpeado la cabeza más fuerte de lo que creía. Las mujeres nunca le habían dado más que problemas.
Apartó esos pensamientos, cogió la otra botella que había abierto antes y se la acabó.
Desideria bebía lentamente mientras Caillen se tragaba su agua tan rápido que la sorprendió que no le sentara mal. Luego él sacó un trapo de la mochila y se secó el sudor de la frente. Ella no supo por qué, pero de repente tuvo ganas de hacerlo en su lugar.
—¿Crees que nos queda mucho? —preguntó, tratando de pensar en otra cosa.
—Unos cuantos kilómetros.
Tuvo que contener un gemido de protesta.
«Puedes hacerlo».
Al menos, eso esperaba.
—¿Crees que los andarion habrán atrapado a nuestro asesino?
Caillen se encogió de hombros.
—Eso espero, pero con mi suerte, seguro que ese cabrón aparecerá a nuestra espalda cuando menos lo esperemos.
Desideria bebió un poco más de agua.
—¿De verdad tienes tan mala suerte?
Él soltó una carcajada sarcástica.
—Mi mala suerte es legendaria. Es tan mala que si tuviera que hacer un análisis de su regularidad, dirías que es imposible. Y, sin embargo, me suelta mierda siempre que puede. Una anomalía estadística y todo eso.
Ella negó con la cabeza mientras Caillen comenzaba a avanzar de nuevo a un paso mucho más lento. Continuó delante a través de un trozo de bosque bastante espeso. No hablaron mucho durante las siguientes horas, mientras se dirigían al barrio elegante que había localizado en el mapa.
Ya estaba oscureciendo cuando comenzaron a ver las primeras casas. A Desideria le dolía todo y estaba agotada y hambrienta. Con la herida que tenía en la pierna, él debía de estar peor, pero no decía nada.
Se detuvo ante el patio de una casa cuya parte trasera quedaba oculta de la carretera y los vecinos por un enorme seto. No se veía ninguna luz en el interior y parecía vacía. Pero sólo había una forma segura de saberlo.
Uno de ellos tendría que entrar.
Caillen le guiñó un ojo.
—Anímate, princesa. Pronto podremos descansar. Yo voy primero. Si consigo entrar sin que me cojan, te haré una señal.
Ella asintió, aunque no le gustaba la idea de entrar en una casa como ladrones. En cualquier otro momento se habría negado, pero era un caso especial y, a veces, para proteger a los seres queridos había que hacer cosas que no se harían en circunstancias normales. Su madre lo entendía bien.
Caillen se detuvo junto al seto y dudó un momento al ver el agotamiento en los ojos de Desideria. Durante la última hora, había estado temiendo que se desplomara y él tuviera que llevarla en brazos, pero había mantenido su ritmo y no se había quejado. Si alguna vez había habido una mujer que pudiera estar a su lado, esa era ella. Pero sabía que no debía cometer ese error. En el mundo de la chica, los hombres eran una propiedad y a él nadie lo poseería.
Le dio otra botella de agua y le apretó la mano para reconfortarla. Luego se coló hasta el otro lado del seto y entró al patio, cerca del cobertizo de la casa. Este tendría unos cuarenta metros cuadrados y parecía el típico lugar para guardar trastos. Aunque la casa parecía desocupada, Caillen no estaba dispuesto a arriesgarse. Incluso vacía, podía tener todo tipo de sistemas de seguridad, y en ese momento estaba demasiado cansado para intentar desactivar ningún circuito. Sólo quería tumbarse un rato y reposar.
Con la esperanza de que el cobertizo no estuviera vigilado por ninguna cámara ni tuviera alarmas, dejó el refugio del seto y corrió hacia la puerta. Trajinó con el cierre electrónico y se metió dentro.
Por suerte, estaba vacío excepto por unas cuantas herramientas y una pila de sacos de semillas. Por desgracia, estaba tan vacío que no les ofrecía ningún tipo de escondite si alguien entraba. Mierda. Miró alrededor y finalmente vio un altillo que les proporcionaría un poco de amparo.
Agradecido, fue a la puerta y le hizo un gesto a Desideria para que avanzara.
Ella acababa de dejar la protección de los árboles cuando una luz barrió el patio.
Caillen soltó una palabrota.
Desideria se tiró al suelo y se aplastó lo máximo posible. Durante varios segundos, ninguno de los dos se movió, mientras esperaban a ver si los habían descubierto.
Pero la luz no regresó.
Él escuchó a través de su amplificador y no oyó nada. Cuando supuso que era seguro, volvió a hacerle un gesto a ella para que avanzara.
Desideria se puso en pie de un salto y corrió tan rápido que él casi ni la vio antes de que se le echara encima. El impacto de su cuerpo los envió a los dos contra el suelo del cobertizo. Eso le dio a Caillen una nueva pista de lo que le costaría vencerla en una pelea. Quizá fuera menuda, pero era fuerte y compacta.
Se quedó tumbado boca arriba, mirándola.
—¿Sabes que esto sería mucho mejor si ambos estuviéramos desnudos?
Ella arrugó la nariz.
—Eres un cerdo.
—No mucho, princesa. Sólo un hombre. Si alguna vez hubieras estado cerca de alguno de verdad y no esos cachorritos a los que miman vuestras mujeres, lo entenderías mejor. ¿Ves lo que os habéis perdido con ese baño de estrógenos?
Ella le soltó un bufido.
—Pues resulta que me gusta esa pérdida.
Él arqueó una ceja burlona.
—¿Es por eso por lo que todavía no has salido de encima de mí?
Desideria se horrorizó al darse cuenta de que, en efecto, no se había movido. Estaba tendida sobre el cuerpo de él, duro y musculoso. Y, la verdad, resultaba agradable. Muy agradable. Sonrojándose, casi saltó hacia un lado.
—Ah, y ahora eso ha sido muy grosero —protestó él—. Sabes que me he bañado y todo eso. Hace bastantes horas, pero aun así…
Se puso en pie e hizo una mueca de dolor como si se hubiera dado un golpe en la pierna; luego fue cojeando a cerrar la puerta.
Aunque ella lo compadecía por ese nuevo dolor, no le dijo nada; miró el vacío interior de su refugio.
—¿Crees que aquí estaremos seguros?
—No mucho, porque los dueños pueden aparecer en cualquier momento. —Señaló el altillo—. Aunque ahí no estaremos muy mal. Seguramente podremos ocultarnos hasta la mañana.
—¿Crees que la casa está habitada?
Él hizo un gesto hacia la pila de sacos que había en un rincón del cobertizo.
—Sí, parece que han estado utilizando eso. Por no mencionar que no hay ni roedores ni telarañas. Alguien lo mantiene limpio.
«Vaya».
Caillen indicó el altillo con la barbilla.
—Te ayudaré a subir.
En parte, Desideria estuvo encantada con el ofrecimiento, pero su orgullo no le permitía mostrarse débil. Si él se podía mover y actuar como si no sintiera dolor, ella también.
—Gracias, pero no necesito ayuda.
Caillen la vio saltar, coger la cuerda y subir hasta la pequeña abertura; luego se metió por ella y él ya no la vio más. Bueno, él no iba a ser menos. Lanzó su gancho de abordaje hacia las vigas y dejó que lo subiera desde el suelo hasta el altillo, donde se dejó caer.
Ella chasqueó la lengua.
—Fanfarrón.
Él rio mientras recogía el gancho.
—Si lo tienes, nena, presume de ello.
Desideria apretó los labios para no sonreír. Lo que menos necesitaba aquel hombre era que lo animaran. Pero tenía que admitir que era adorable cuando se ponía insoportable.
«Debo de estar alucinando de cansancio».
Sólo eso explicaría esa extravagante idea.
Caillen se quitó la mochila de la espalda, la dejó en el suelo y sacó un pequeño paquete de metal con comida deshidratada.
—No es que tenga un gran sabor, pero nos sacará del apuro.
—Tengo demasiada hambre para notar ningún sabor.
—Bien, eso ayudará. —Le pasó un pequeño brik de aluminio con vino—. Guárdalo para el final, te servirá para quitarte el sabor de lo otro.
Ella arqueó una ceja al oír su serio tono.
—Has hecho esto muchas veces, ¿verdad?
Al ver que no respondía, se dio cuenta de que tenía la costumbre de no hacerlo cuando le preguntaba algo de su pasado. Había algo en esa época que realmente le molestaba, porque había hablado de sus hermanas y de nada más.
¿Qué habría pasado que estaba ocultando?
Se lo preguntaría, pero sabía que no serviría de nada. Así que abrió el paquete y tomó un pequeño bocado. Sin poder evitarlo, se estremeció.
—Sí —susurró él—. Los soldados lo llaman cariñosamente M. M.
—¿M. M.?
—Mierda masticada. Y para divertirse más, lo dicen tres veces muy de prisa.
Ella rio.
—Te acusaría de mentir, pero dudo que sea mentira.
—No tengo tanta imaginación como para inventarme eso.
Él cogió un poco y se lo tragó sin la mueca de asco que ella no pudo evitar con sólo pensar en probarlo de nuevo.
De repente, el comunicador de Caillen comenzó a zumbar.
Intercambiaron una mirada de alegre pasmo.
Él lo sacó en seguida de la mochila, se lo colocó en la oreja y respondió:
—Dagan.
—Gracias a los dioses, chico. ¿Dónde te has metido?
Caillen sonrió al oír la exclamación de Darling.
—Diría que no te lo ibas a creer, pero tú sí lo harás. Estamos en una colonia andarion.
—¿Estamos?
—La princesa qill y yo. Nos atacaron y…
—No digas nada más. Sólo tenemos un instante antes de que nos localicen. Su gente cree que la has raptado. En este momento, las autoridades tienen órdenes de disparar a matar si te ven.
Caillen apretó los dientes mientras comenzaba a hervir de furia. Oh, sí, su madre era una zorra mayúscula.
—Protege a mi padre y a su madre. Los asesinos que van a por nosotros también van a por ellos. Las guardias de su madre son traidoras.
—¿Estás seguro?
—Totalmente.
Darling soltó una palabrota.
—Nadie se lo va a creer.
—Lo sé. Protege a su madre hasta que tengamos pruebas.
—Lo haré. Buen viaje, hermano. —Darling cortó la comunicación.
Caillen se hubiera ofendido por la brusquedad, pero sabía que era para protegerlo, Desideria tenía un brillo expectante en los ojos.
—¿Qué ha dicho?
—Tu madre está pidiendo mi cabeza. Ha ordenado disparar a matar. Al parecer, te he raptado.
Ella lo miró ceñuda.
—¿Y por qué…?
—Los traidores pueden matarnos y luego decir que yo te maté a ti y ellos a mí mientras trataban de arrestarme. Es el modo perfecto de silenciarnos a ambos a la vez y tener el camino libre para matar a tu madre.
Desideria soltó un gruñido de frustración mientras él guardaba su comunicador.
—¿Qué estás haciendo? —le preguntó—. ¿Por qué has apagado el comunicador?
—Si lo dejo encendido y averiguan mi número de identificación, podrán localizarnos. No quiero ninguna sorpresa, así que, hasta que lo necesite, se queda apagado.
Aquello tenía sentido y Desideria agradeció que supiera todas esas cosas. Era curioso, ella siempre había considerado que tenía una amplia educación, pero como su padre le había dicho, había muchas cosas que su gente desconocía. Por suerte, la experiencia de Caillen compensaba sus carencias.
—Gracias.
—¿Por qué?
—Por decirle a quien fuera con quien estuvieras hablando que proteja a mi madre. Tienes todos los motivos para odiarla y quererla muerta, pero lo que has hecho es muy considerado y te lo agradezco.
Caillen le quitó importancia.
—Oh, no te preocupes, princesa. Mis razones son totalmente egoístas. Quiero que viva y que no le pase nada, que ni siquiera se rompa una uña hasta que tenga la oportunidad de estrangularla personalmente.
—Sabes que no te dejaré hacerlo.
Él le pasó una calibradora mirada por todo el cuerpo.
—Entonces, será mejor que empieces a practicar, guapa, porque no eres lo bastante grande para detenerme.
A Desideria eso le sentó como una cuchillada en la espalda y la cabreó.
—Te aseguro que soy muy capaz de encargarme de ti.
La extraña mirada de Caillen siguió burlándose de ella.
—Cree lo que le siente bien a tu ego, nena.
Desideria hizo una mueca ante su tono desdeñoso. En ese momento le hubiera borrado aquella mirada de la cara a golpes. Si fuera una décima parte del soldado que su ego creía ser, no se hallarían en esa situación. Pero a fin de cuentas, las guardias de su madre lo habrían matado si ella no lo hubiera metido en la cápsula.
Pensándolo bien, aún no se lo había agradecido.
Sí… y eso aún la cabreó más.
—Eres insufrible.
—Al menos a mí no me parió esa zorra.
Ella apretó los puños para no empezar una pelea en aquel estrecho espacio. Oh, cómo le gustaría poder librarse de él o darle la paliza que se merecía. Pero eso podría hacer que los atraparan, y no valía la pena arriesgar la vida o la libertad por borrarle aquella mueca de satisfacción de la cara, aunque le costaba recordarlo mientras él se tragaba aquella mierda de comida de un modo que la ponía de los nervios.
«Espero que te atragantes, cerdo arrogante».
¿Cómo había podido pensar, aunque sólo fuera durante un nanosegundo, que aquel tipo era decente o atractivo o algo más que un repugnante patán?
Incapaz de soportarlo, Desideria se tumbó en el suelo y le dio la espalda para no tener que mirarlo ni un momento más.
Caillen estaba curiosamente divertido por su furiosa respuesta al insulto a su madre. Sin duda sabía que aquella mujer era una mala zorra. ¿Por qué no era ella misma la que quería estrangularla?
«Es su madre».
Pasara lo que pasase, la gente tendía a ser muy indulgente con la persona que la había parido. Probablemente él también lo habría sido si alguna vez hubiera tenido una madre.
Y, mientras masticaba, trató de recordar el rostro de su madre adoptiva. Pero lo único que pudo recordar fue a Shahara exhausta por tener que cuidar de Kasen, de Tessa, de él y de su madre.
Y a su hermana llorando con él en brazos la noche en que su madre murió. Él era demasiado pequeño para comprenderlo realmente. Su padre se había pasado días bebiendo. Mientras tanto, Shahara, que apenas era una niña también, había tenido que hacerse cargo de todos los arreglos para el entierro.
Aunque viviera mil años, nunca olvidaría el joven rostro de su hermana y la triste valentía de sus ojos mientras escogía la ropa con que enterrarían a su madre.
«Me gustaría tener algo bonito para ella. Se merece algo bonito, aunque sólo sea por una vez».
La vida había sido tan brutal con ellos. Pero con Shahara había sido aún más cruel.
«Porque no supe protegerla».
El dolor de aquella única noche en que la dejó ir sola al mercado aún lo perseguía. Sí, él sólo era un niño y se había pasado todo el día trabajando en el hangar, reparando equipos pesados; lo único que quería era sentarse unos minutos sin nadie que le gritara que era estúpido y lento.
Si hubiera encontrado las fuerzas para ir al mercado con ella…
«Soy un gilipollas».
Nunca se perdonaría lo que le habían hecho a la única persona en su vida en la que siempre había podido confiar. La única persona que le había dicho que él valía la pena.
Le había fallado tanto…
Su mirada cayó sobre la tensa espalda de Desideria. Otra mujer cuya seguridad dependía de él. Los andarion no serían más amables de lo que lo había sido el agresor de Shahara. La qillaq no tenía ni idea de lo brutal que podía ser la vida. Creía saberlo, pero nunca había visto a alguien fuerte roto a base de pura brutalidad. Aquella mirada de tristeza y dolor que nunca desaparecía. El miedo que permanecía después para siempre. Shahara nunca se había recuperado completamente de la agresión. Al menos no hasta que conoció a Syn. No sabía lo que su cuñado había hecho, pero de algún modo había conseguido alejar esa sombra de la mirada de su hermana.
Por eso moriría por ese hombre, aunque seguía sin gustarle la idea de que Shahara se hubiera casado con él. Sobre todo porque vivía con el constante temor de que Syn le hiciera daño accidental o intencionadamente. No quería volver a verla como la había visto los dos primeros años después de la violación. Derrotada y temerosa de todos y de todo; se había apoyado en él cuando Caillen todavía no era más que un chaval larguirucho que necesitaba que alguien lo cuidara. Había sido una época en que Kasen se había portado peor que nunca y Tessa, en vez de ayudar, se había retraído en sí misma y había reaccionado como si hubiera sido ella la que había sido agredida brutalmente.
«Caillen, no puedo hacer nada sola. Alguien debe sostenerme. ¡Ayúdame, Cai! No quiero que me hagan daño».
Tessa reclamaba toda la atención y se negaba a hacer nada por sí misma. Aquellos años habían sido muy duros para Caillen. Las tres se habían apoyado demasiado en él, que aún no estaba seguro de cómo había logrado que las cosas funcionaran más o menos.
Sin embargo, ahí estaba…
Aún fastidiando las cosas.
Y antes de darse cuenta de lo que estaba haciendo, tendió la mano para tocar el cabello de Desideria, desparramado en el suelo entre los dos. Sus oscuros mechones lo tentaban burlándose de él. Su maldición siempre había sido sentirse atraído por las mujeres. Le encantaba cómo olían y la sensación de que alguien lo abrazara. Su madre había estado demasiado enferma como para hacerlo cuando era pequeño y Shahara no lo había hecho más después de la agresión. Lo peor fue el modo en que lo miró durante el par de años siguientes, como si temiera que también él fuera a atacarla. Eso era lo que más daño le había hecho.
En cuanto a Tessa y Kasen, ellas nunca le habían mostrado así su afecto. Por tanto, Caillen se había visto obligado a buscar el afecto en desconocidas a las que en realidad no les importaba nada. La gente era cruel por naturaleza y él había visto su lado más feo más veces de las que le correspondían.
No tenía ninguna duda de que Desideria lo entregaría para salvar su propio culo. Todas la vidas tenían un precio colgando y el suyo solía ser bastante bajo.
Aun así, una parte de él no quería reconocer que deseaba lo que Shahara y Syn tenían. Que una persona le guardara la espalda y lo protegiera pasara lo que pasase. Era una parte de sí que odiaba y que, sin embargo, seguía ahí necesitada, dolida, esperando.
«¿Por qué te quejas? ¿Tienes heridas? ¿Y qué? Todo el mundo es un veterano de algún jodido universo».
No era diferente de los demás. Y allí tumbado, enrollándose un mechón de Desideria en el dedo mientras ella seguía rígida, se preguntó con qué cicatrices cargaría aquella muchacha. ¿Quién le habría jodido la vida y le habría hecho daño?
Después de todo, su madre era una gran zorra que parecía carecer de la más mínima decencia humana. Que la hubiera puesto a servir en la Guardia, donde las otras la trataban con desprecio, decía que la consideraba una mierda. ¿Qué clase de madre pondría a sus hijos en una situación como esa?
La verdad, su lealtad hacia esa víbora era admirable. Y antes de darse cuenta de lo que estaba haciendo, se le escaparon unas palabras.
—Lo siento.
Guau, eso era algo que nunca hacía. Una disculpa significaba debilidad y él era todo menos débil.
Caillen no lo hubiera creído posible, pero de alguna manera ella consiguió tensarse aún más.
—No, no es cierto. Lo has dicho poco convencido.
—Sí, pero lamento haberte ofendido.
—¿Por qué? —preguntó Desideria con tono crispado.
Él le contestó la verdad.
—No tengo ni idea.
—Sigo sin hablarte.
Caillen sonrió ante lo ridículo de ese comentario. Daba igual. Seguramente la podría camelar para que lo perdonara, pero no tenía ganas. Estaba demasiado dolorido para intentarlo siquiera.
Ese día había habido tantas cosas jodidas que ni siquiera podía empezar a catalogarlas. Pero estaba tan agotado que no le importaba nada que no fuera dormir un poco.
Se frotó los ojos, se tumbó sobre el frío suelo y trató de no pensar en ella. Por desgracia, el dulce aroma de su piel se le metía en la nariz y lo excitaba tanto que sólo podía concentrarse en lo cerca que la tenía y en lo fácil que sería deslizarle la mano entre los pechos y acariciar su piel, que adivinaba increíblemente suave y sabrosa. Si lo montaba con sólo la mitad de pasión que ponía en todo lo demás, sería una amante increíble.
«Estoy en el infierno».
No era cierto. Había estado en el infierno y aquello no lo era.
Aunque se parecía bastante.
«Piensa en mañana».
Tenían mucho que hacer para poder salir de aquel planeta y regresar al Arimanda. Al menos sabía que Darling cuidaría de su padre incluso si tenía de desvelar su identidad de la Sentella para hacerlo. Mientras su amigo estuviera a bordo, nadie podría llegar a Evzen.
Y mientras repasaba mentalmente todas las dificultades técnicas de lo que tendrían que hacer por la mañana, se quedó dormido.
• • •
Desideria se despertó al oír un ligero ronquido y un peso cálido rodeándola por completo. Era como estar envuelta en una dura y pesada manta. No supo qué era hasta que percibió el olor de Caillen y se dio cuenta de que tenía su bíceps izquierdo como almohada. Por un breve instante, se permitió disfrutar de la novedad de despertarse en los brazos de alguien. Le gustaba su olor y la sensación de su cuerpo rodeándola…
Hasta que notó algo raro presionándole la cadera. ¿Era…?
«¡Oh, dioses!».
Horrorizada ante la intimidad de lo que era, se apartó de golpe con un leve chillido. Él se despertó al instante, dispuesto a luchar. De la nada, un puñal apareció en su mano, mientras buscaba al enemigo.
Por fin la miró a ella, que lo contemplaba con el ceño fruncido.
Desideria se estremeció al ver su nueva y siniestra apariencia. Como había dicho, el cabello le había crecido hasta más debajo de los hombros y se le había puesto de color negro azabache, lo que hacía aún más inquietantes sus ojos de andarion. No se parecía en absoluto al sinvergüenza que conocía…
Hasta que él sonrió de medio lado.
Sí, hubiera reconocido aquella sonrisa ladeada en cualquier parte.
—Eres todo un fenómeno de la naturaleza. ¿Lo sabes?
Su risa fue tan oscura como su aura.
—Sí, pero vas a agradecerme que tenga esta pinta cuando nos encontremos con los nativos.
Desideria no estaba tan segura.
Caillen se estiró, bostezando, y luego se rascó el mentón con un gesto que ella estaba comenzando a conocer bien.
Le hizo un gesto con la barbilla señalándole la mano.
—¿Siempre te despiertas con un cuchillo?
—No, por lo general es con una pistola y normalmente estoy disparando. Alégrate de que aún esté cansado.
Ella se burló de sus bravuconadas.
—¿Esperas que me crea eso?
—Lo creas o no, es la verdad. —Devolvió el cuchillo a una funda escondida en la manga.
Si él tenía algún recuerdo de haberla abrazado mientras dormía, no lo demostró mientras se estiraba y hacía una serie de ágiles movimientos que demostraban lo flexible que era para ser un hombre.
Cuando acabó, cogió la mochila.
—¿Tienes hambre?
—No para otra ronda de asquerosidades, con perdón.
—Lo entiendo. —Sacó una pequeña cinta de la mochila y se apartó el cabello de la cara para recogérselo en una coleta—. Ahora que estoy semipasable, marchémonos de aquí y busquemos algo decente que comer.
A Desideria le rugió el estómago al recordar que no había comido prácticamente nada el día anterior.
—¿No tienen nada comestible en este planeta?
—Seguramente sí, pero la primera regla de la supervivencia es: «No te pares para comer ni para follar». He conocido a un montón de gente que ha muerto porque han dejado que el estómago o las hormonas dirigieran la huida. No sé tú, pero yo no quiero convertirme en una historia que sirva para advertirle a alguien de lo que no hay que hacer.
No le faltaba razón.
Caillen le pasó la capa.
—Recuerda que debes permanecer tapada pase lo que pase.
Desideria se recogió el cabello en un moño y luego se subió la capucha.
—¿Qué tal?
—Perfecto. —Se colgó la mochila al hombro y la precedió para bajar al suelo.
Salieron sigilosamente del cobertizo y volvieron a los bosques, donde quedaban ocultos de cualquier mirada. Con pasos rápidos y ágiles, Caillen fue devorando los metros hacia una zona más poblada.
A Desideria le sorprendió la diferencia entre aquella ciudad y su Qillaq nativa. Las casas eran estrechas y largas, con tejado de puntiagudos ángulos. Los qillaq solían emplear cristal transparente y ventanas con muchos dibujos circulares. Las casas andarion en cambio tenían pequeñas ventanas tapadas.
—¿Acaso tienen aversión a la luz del día? —preguntó, curiosa ante esa costumbre.
—Tienen los ojos más sensibles que los nuestros.
Incluso sus transportes eran radicalmente diferentes. La gente de Desideria viajaba en grupos, mientras que los vehículos andarion parecían diseñados para ir muy veloces y llevar poca gente. Sin embargo, lo que más la sorprendió era que no se veían niños ni juguetes por las calles.
—¿Dónde están todos los niños?
Caillen pasó sobre la rama caída de un árbol.
—Seguramente entrenándose.
—¿Te refieres a la escuela?
—No, me refiero a entrenarse. A la escuela se asiste por la noche y normalmente por ordenador, a distancia. Pasan todas las horas de luz con entrenamientos físicos y marciales. No quiero insistir más en que, a su lado, los tuyos parecen peleles. Aunque sois una cultura guerrera, está dominada por las mujeres. Los andarion son una cultura dominada por los hombres y son crueles hasta lo impensable.
—¿Oprimen a sus mujeres?
—No. Lo único más peligroso que un andarion hombre es un andarion mujer. Por lo general no son femeninas en nada. Hay excepciones, pero son escasas. Todos son unos cabrones de lo más duro.
Ella no sabía a qué se refería hasta que dejaron la protección de los árboles y comenzaron a caminar por la calle, hacia un cruce.
Caillen carraspeó antes de hablar.
—No mires a nadie a los ojos. Mantén siempre la cabeza gacha.
Sin embargo, él no seguía ese consejo. Al contrario, miraba amenazante a cualquier persona con la que se cruzaban, como si los desafiara a hablarle. Era como si cualquiera que pasara lo estuviera calibrando como oponente y él los estuviera incitando a que hicieran algo.
En el mayor cruce que encontraron, Caillen se detuvo junto a un poste marcado en rojo y paró un transporte automático. La hizo entrar primero a ella en el vehículo con forma de huevo, luego entró él y cerró la puerta. Desideria fue a bajarse la capucha, pero la fiera mirada que Caillen le lanzó la hizo detenerse. Desvió la vista hacia un rincón, y vio una cámara.
Así pues, fingió que sólo se la estaba ajustando, mientras él pasaba su tarjeta e introducía la dirección en el teclado electrónico. Como no le explicó ni el lenguaje ni lo que estaba haciendo, Desideria supuso que también debía de haber un micro en el vehículo.
Como para confirmar su sospecha, una profunda voz les habló en lo que debía de ser el idioma andarion. Caillen respondió con tono tranquilo y neutro. Hablaron durante varios segundos hasta que él, sin demostrar ningún nerviosismo, sacó una pistola y le disparó a la cámara del vehículo y a la de la calle.
Se movió tan rápido y de forma tan inesperada que ella se quedó boquiabierta.
—¿Qué sucede?
—Nos han pillado.