Caillen cogió a Desideria por el brazo y la arrastró hacia atrás, adentrándose en el bosque. Cada vez que ella abría la boca para hablar, él le hacía un gesto para que guardara silencio. Algo que estaba empezando a molestarla de verdad. Hacía también otros gestos que ella no sabía identificar y los hacía de un modo que indicaba que debería entenderlos. Sólo esperaba que no fueran obscenidades, porque, de ser así, Caillen iba a acabar cojeando aún más.
Hasta que encontraron una cueva no le permitió pararse. La metió lo más adentro posible, luego dejó la mochila en el suelo y sacó dos artefactos que Desideria no pudo identificar. Con el ceño fruncido, lo observó colocarlos uno a cada lado de la pequeña entrada y conectarlos. Un zumbido de baja frecuencia comenzó a sonar y los artefactos oscurecieron aún más la luz de la cueva. Desideria casi no podía ni verse las manos.
Sin perder un minuto, Caillen sacó entonces un delgado palo de la bolsa y lo quebró por dentro; luego lo agitó con fuerza y lo tiró al suelo, cerca de ella. Todo quedó inundado por un apagado resplandor dorado. Acto seguido, recogió la bolsa y se adentró en la cueva, hacia donde Desideria lo esperaba junto a una monstruosa estalagmita negra que relucía bajo la luz.
Sólo entonces Caillen soltó un largo y audible suspiro.
—¿Puedo hablar? —preguntó ella, con palabras apenas audibles.
—Sí, pero bajo —susurró él.
—¿Por qué?
Él se limpió la barbilla con el dorso de la mano, un gesto que fue una extraña mezcla de niño y hombre curtido y sexy.
—Los andarion tienen un oído extrasensible y no estoy completamente seguro de que mis amortiguadores funcionen para evitar que nos oigan, sobre todo si emplean algún tipo de amplificación. —Hizo un gesto con el pulgar, indicando la entrada de la cueva—. Esos tipos de ahí fuera… no son la típica patrulla. Tú y yo hemos dado con el filón madre de la mala suerte. No sólo hemos aterrizado en un planeta andarion; lo hemos hecho en una de sus colonias.
Sacó un pequeño aparato del bolsillo y se lo metió en la oreja.
Quizá fuera estúpida, pero Desideria no veía cuál era el gran problema. Los andarion eran miembros del consejo, sujetos a las mismas leyes que todos los demás. ¿Por qué estaba así de acojonado?
—¿Y eso qué significa?
—Sus colonos están bajo la ley marcial. A cualquier extraplanetario pillado sin los papeles adecuados, pases de visita o autorizaciones, se lo considera automáticamente espía, sobre todo si es humano. Y se lo juzga como tal. La práctica común es encerrarlo y dejarlo morir sin notificarle a nadie que lo han detenido. De hecho, si alguna vez se les pregunta, lo negarán todo. A esos cabrones se les da bien eso.
Ella alzó la barbilla ante su ridículo miedo.
—Somos de la realeza; no pueden…
—Pueden hacer lo que les dé la gana —replicó él, interrumpiéndola—. Alguien tendría que demostrar que estamos aquí y, como la única persona que sabe nuestro paradero es un asesino que quiere matarnos, no creo que él o ella vaya a esforzarse mucho para salvarnos si nos atrapan.
—¿No podemos explicarnos o incluso ofrecerles una recompensa?
Él rio en voz alta.
—¿Has estado alguna vez con andarion?
—Bueno… no.
—Entonces, créeme. No se los puede comprar. Tengo varios amigos andarion. Uno de ellos era su príncipe por nacimiento, pero como tenía algunos rasgos humanos, su propia abuela biológica lo envió a una casa de trabajo humana donde lo tuvieron encadenado, le pegaron, le arrancaron las uñas y lo criaron como a un animal. No puedes ni imaginar lo que llegaron a hacerle. Lo que quiero decir es que, si no protegen a su propio príncipe, tú y yo estamos realmente jodidos, con perdón. No se preocuparán de nosotros, y si eso significa la guerra, ¡qué más da! Como decía, hacen que tu gente parezca pacifista. Para ellos, una guerra es una diversión extra para la que viven. —Se pasó las manos por el pelo—. Por cosas así es por lo que ruegas a los dioses no quedarte nunca colgado en suelo extranjero. Una mala batalla, un mal aterrizaje y se te jode la vida entera, o la pierdes.
«Como mi padre», pensó Desideria.
Era piloto y se había estrellado en Qillaq. Lo habían capturado como trofeo y nunca le habían permitido ponerse en contacto con su gente o su familia. Su única posibilidad de libertad se la había jugado en una pelea que le habían hecho disputar estando herido. Después de eso, su madre nunca le había dado otra oportunidad de hacerle saber a su familia lo que le había ocurrido.
Por primera vez en su vida, Desideria entendió el auténtico horror que había sido la vida de su padre.
«Hay todo un universo ahí fuera, Daria, donde tu madre no gobierna. Un universo de gente diversa y de diferentes experiencias. Prométeme que cuando seas mayor te tomarás tiempo para visitarlo y aprender que, aunque podamos ser diferentes por fuera, por dentro todos queremos lo mismo. Seguridad, amor, familia y paz».
De niña había pensado que la parte de la paz la hacía ser débil. Pero ya comprendía lo que quería decir. No estaba hablando de la paz opuesta a la guerra, sino de la calma interior que ella nunca había conocido. La tranquilidad que llegaba al entender quién y qué se era y aceptar las propias limitaciones. Al estar cómodo en la propia piel.
En vez de eso, lo que Desideria oía siempre eran las constantes críticas de su madre, tía y hermanas. Si había algo en la vida que sabía bien, eran todos los defectos que tenía.
Lo que le resultaba extraño era que Caillen tuviera la misma paz interior que había tenido su padre. La capacidad de mantener la calma bajo la presión y el caos.
Como no quería pensar en esas incómodas comparaciones, volvió a prestar atención a su situación presente.
—¿Y qué vamos a hacer?
Él calló mientras consideraba sus salidas. Ninguna era una maravilla.
No podían quedarse allí mucho rato o los encontrarían. Como no habían hallado ningún cadáver entre los restos de la nave, los andarion rastrearían la zona hasta dar con ellos. Por desgracia, eran una especie tenaz, y debían de estar deseosos de una pelea.
Por no mencionar que él tenía que salir de aquella cueva y hacerle saber a su padre lo que estaba sucediendo. Y por mucho que le fastidiara admitirlo, la reina qillaq también tenía que saberlo.
Zorra maníaca.
Los oscuros ojos de la chica se clavaban en él. Gracias a los cielos que no se parecía en nada a su madre. Sus rasgos eran más suaves y amables. Mucho más atractivos. Si hubiera sido como la reina, quizá la hubiera dejado en la cápsula para que ardiera.
—Tenemos que salir de aquí. Ya —insistió ella.
—Lo sé, princesa, lo sé. —Pero primero debía sacarlos de la mira de los rifles—. Tenemos que encontrar lo que tengan de civilización.
La joven lo miró ceñuda.
—Pero si acabas de decir que no podemos hacer eso.
Él dejó la mochila en el suelo, a su lado.
—He dicho que no lo podemos hacer como humanos.
Desideria estaba totalmente confusa. ¿Acaso Caillen había inhalado demasiado humo antes de que lo rescatara?
—Al parecer, me estoy perdiendo algo. ¿Cómo no vamos a parecer humanos cuando, según la última vez que lo miré, lo somos? —Sucios, ensangrentados y magullados, pero innegablemente de esa especie—. ¿Tienes algún secreto que debas confesarme?
Él rebuscó en su mochila y sacó varios objetos.
Curiosa, ella lo vio abrir una botella de agua y un paquete de papel de aluminio. El paquete contenía una pequeña píldora rosa.
«¡Lo sabía! Está drogado».
—¿Qué es eso? —preguntó suspicaz.
Él se tragó la píldora con un poco de agua.
—En unas veinte horas, el cabello me habrá crecido hasta los hombros y se me habrá vuelto negro.
¿Existían esas cosas? Su padre le había hablado de muchas maravillas, pero aquella a Desideria le resultaba totalmente nueva.
—¿No es peligroso?
Él se secó la boca con el dorso de la mano y luego cerró la botella.
—Dios, espero que no. Nunca he tenido que usarla antes, pero por desgracia, no llevo una peluca en mi bolsa mágica. Y tampoco me la pondría si la tuviese. Hace tiempo que aprendí por las malas que esas cosas tienen la fea costumbre de caerse en el peor momento. —Abrió un pequeño frasco que contenía unas lentes de contacto.
Intrigada y confusa, ella lo observó ponérselas. Oh, sí, eran muy raras. Le volvían las pupilas rojas y los iris blancos con un anillo rojo.
—¿Puedes ver con eso?
Caillen parpadeó tres veces, luego abrió mucho los ojos como para colocárselas bien.
—No tanto como normalmente, pero lo suficiente para ir tirando. Mientras nadie se ponga muy chulo en mi visión periférica, todo irá bien. —Luego sacó una pequeña caja redonda y la abrió; dentro había lo que parecían dos largos dientes. Los cogió y se cubrió con ellos los caninos para adquirir una sonrisa de depredador.
Desideria no querría admitirlo, pero de un modo un tanto extraño resultaba atractivo.
—¿Qué se supone que eres?
Caillen abrió la cremallera del bolsillo exterior y sacó un espejo, que empleó para examinar su trabajo.
—Un andarion. Cuando me crezca el pelo y se me oscurezca, podré pasar por un nativo. Tenerlo sólo hasta los hombros será un lío, porque sus machos lo llevan más largo que tú, pero me puedo inventar algo para explicar por qué he tenido que cortármelo. Con suerte, se lo creerán sin derramar sangre. —La miró a ella de arriba abajo—. En cuanto a ti…
Desideria levantó las manos y retrocedió, temiendo lo que aquella mirada podía representar.
—No me voy a tomar esa píldora para que me crezca otro brazo.
—Dudo que te crezca otro brazo…, más bien podrías perder uno. —Le lanzó una mirada maliciosa aún más siniestra por los colmillos—. No te preocupes. No te voy a ofrecer una. Eres demasiado baja y tus rasgos no son los adecuados. Nadie te tomaría por uno de ellos. Por no mencionar que no tengo otro par de colmillos o de lentillas. —Sacó una capa con capucha de la mochila y se la dio—. Te mantendremos tapada y diré que eres mi hija. Asegúrate de que nadie te vea descubierta.
—¿Y si lo hacen?
—Entonces, más nos valdría haber dejado que el asesino de la nave nos rebanara el cuello. Créeme, hubiera sido mucho menos doloroso.
Desideria hizo una mueca mientras miraba la capa.
—Bueno, te diré una cosa: estar contigo no es nada aburrido.
Él se echó a reír.
—No lo sé. Mi nombre debería haber sido Catástrofe, y seguro que en algún idioma, en algún lugar, eso debe de ser lo que significa Caillen. Ahora ven aquí y déjame verte esa herida de la cabeza. Lo último que necesitamos es que tengas una lesión cerebral.
—Ya tengo una lesión cerebral: ¿por qué, si no, estaría aquí?
Caillen soltó un resoplido.
—Sí, estoy de acuerdo.
Desideria se sentó a su lado mientras él rebuscaba en su mochila. Casi esperaba que sacara una nave de dentro. No bromeaba cuando la había llamado equipo de supervivencia. Parecía tener un poco de todo allí dentro.
Excepto una peluca morena…
Mientras rebuscaba, el cabello le cayó hacia delante sobre la magullada frente. La pierna se le veía ensangrentada y dolorida bajo el pantalón roto. En ese momento, con aquellas botas viejas y una chaqueta de cuero gastada, no había nada en él que recordara a la realeza. Era más como uno de aquellos piratas que su madre contrataba para causarles problemas a sus enemigos.
Una parte de sí misma que la asustaba se sentía atraída por esa parte oscura de la personalidad de Caillen. Más que eso, le recordaba lo interesante que le había parecido su abdomen cuando se lo había visto descubierto y le había hecho pensar en cómo sería el resto…
¿Cómo estaría desnudo?
«No seas estúpida. Los hombres no están en tu menú».
Al menos no durante un año más, hasta el aniversario de su paso a adulta.
Pero no podía evitarlo. Aquel era irresistible. Con recursos.
Inteligente. Fuerte.
Demente.
Una combinación embriagadora, por mucho que tratara de no pensar en ello.
Él regresó a su lado con un botiquín que dejó en el suelo antes de pasarle la botella de agua y arrodillarse. Se apoyó en la rodilla buena y, con cuidado, le apartó el cabello de la cara y le examinó la herida. Su proximidad la alteró e hizo que se le acelerara el corazón. Más que eso, el aroma de su piel la embriagó de un agradable olor masculino. Nunca había estado tan cerca de un hombre, excepto de su padre y de los compañeros de su madre. Y aunque estos eran atractivos, nunca la habían tentado.
No como aquel hombre.
¿Era esa el ansia de la que había oído hablar a sus hermanas? Mientras Desideria estudiaba y hacía lo que le decían, ellas se metían en el ordenador a hurtadillas y coleccionaban fotos de hombres desnudos durante las horas de estudio. Por la noche, tarde, cuando todos se habían ido a dormir, se reunían y reían tontamente hablando de lo que harían cuando pudieran tener compañeros propios.
Ese en cambio nunca había sido su sueño. Desideria no quería tener una mascota encadenada. Su padre le había explicado historias de los hombres y las mujeres, que en su mundo formaban equipo y trabajaban juntos como iguales. Ella no sabía por qué eso la atraía, pero así era. Quería un amigo a su lado, no alguien que se resintiera del poder que tenía sobre él y que tuviera rabietas de mal humor, como los compañeros de cama de su madre. Siempre le habían parecido más niños que hombres con los que tener hijos.
Caillen alzó los ojos y la pilló mirándolo. Arqueó una ceja mientras una sonrisa irónica le curvaba los labios.
—¿Me estás imaginando desnudo, princesa?
Las mejillas le ardieron ante su burlona arrogancia y porque la había pillado pensando justo eso. Decididamente, Caillen no era el tipo de hombre que una mujer con dos dedos de frente querría a su lado ni en ninguna otra parte en un radio de cinco mil kilómetros.
—En absoluto. Así resultas de lo más escalofriante.
Él rio con ganas.
—Me han llamado cosas peores, y eso gente que dice que me quiere.
—¿Tienes gente que realmente te quiere?
Él sonrió aún más.
—Resulta difícil de creer, ¿verdad? Pero sí, la tengo. Al menos eso es lo que me dicen cuando estoy en la misma habitación.
Desideria no podía entender cómo se tomaba un insulto con tanta gracia y humor. En su mundo, la gente mataba por menos.
—¿Te enfadas alguna vez?
—Claro que sí.
Ella se estremeció cuando le aplicó desinfectante en las marcas del cuello.
—¿Con qué?
Él bajó la toallita de lino para volverla a humedecer.
—Con mis hermanas y con la crueldad. Y la crueldad con mis hermanas es arriesgarse a recibir una paliza doble si se es tan estúpido como para intentarlo.
Desideria se apartó para mirarlo.
—Pensaba que el emperador Evzen sólo tenía un hijo. Tú.
—Así es.
Como él no le dio más explicaciones, ella insistió.
—Entonces, ¿son hijas de tu madre?
—¿Por qué te importa?
Su reacción la molestó, pero se contuvo. No había ninguna necesidad de enfadarse por una pregunta. Eso era algo que haría su madre. El tono de Caillen había sido de curiosidad, no de enfrentamiento. Así que cuando le contestó, se obligó a ser amable.
—Sólo es curiosidad. Cuando has mencionado a tus hermanas, has puesto tanta emoción en esa palabra que puedo ver que significan mucho para ti. Por mi experiencia, es raro que alguien sienta eso hacia sus medio hermanos.
Él se humedeció los labios antes de seguir curándola.
—De donde yo vengo, la familia se define como quienes no te joden por tu paga. La sangre no tiene nada que ver. Si les puedes confiar tu vida y sabes que acudirán a ayudarte cuando el infierno se te trague, entonces son tu familia.
En el mundo de ella, la familia significaba que tenían el detalle de clavarte el puñal mirándote a los ojos. No podía imaginarse a sus hermanas apoyándola en nada.
No tenía ganas de hablar de eso, así que cambió a un tema menos doloroso.
—¿De verdad crees que podrás engañar a los andarion y hacerte pasar por uno de ellos?
—Sé que puedo. Como he dicho, tengo amigos andarion.
Eso no significaba nada. Su padre había sido gondaro y ella no sabía nada de su gente o su cultura.
—¿Hablas bien su lengua?
—Los diecinueve dialectos.
Eso la sorprendió. Aunque la mayoría de los príncipes tenían una buena educación, la mayoría confiaba en sus consejeros y en la electrónica para las traducciones.
—Impresionante.
—No mucho. He pasado bastante tiempo viajando por su sistema. Como no les gusta la gente de fuera, he aprendido a hacerme pasar por uno de ellos; de ahí las lentillas y los colmillos en la mochila. Cuando era un viaje importante, incluso me dejaba crecer el pelo y me lo teñía para mezclarme mejor. Pero no me gusta llevar el pelo largo.
—¿Por qué no?
—Se mete por medio cuando tengo sexo.
Esa respuesta inesperada la hizo reír.
Caillen se quedó parado ante el sonido de la primera risa auténtica que le había oído. Era un sonido puro y ligero que hizo que la polla le tironeara. Combinado con el modo en que le brillaban los ojos, deseó que nunca dejara de reír. Le relajaba las facciones y la hacía totalmente irresistible. Mierda, era atractiva, y eso era lo que más lo fastidiaba. No quería sentir nada por una mujer. Y sobre todo no por una que provenía de un mundo donde los hombres eran considerados inferiores y cuya madre lo quería ver muerto.
Ella se enjugó los ojos.
—Estoy segura de que esa no es la auténtica razón.
—Te prometo que sí.
La joven negó con la cabeza.
—Eres terrible.
—De nuevo, me han llamado cosas peores. —Le pasó la mano por el cuero cabelludo, buscando hinchazones. Ella hizo una mueca cuando le tocó el lugar por donde sangraba—. Perdón. —Sacó de la mochila una bolsa de hielo químico, rompió el sello, la sacudió y luego se la dio para que se la pusiera sobre la hinchazón—. Ese corte no parece necesitar puntos. Bajemos la inflamación y luego te pondré coagulante.
Desideria alzó una ceja al oír su tono autoritario.
—¿También eres médico?
Él no contestó. Por su expresión, se dio cuenta de que había tocado algún punto sensible, pero no tenía ni idea de cómo.
Sin prestarle atención, Caillen se abrió la pernera rota y se curó su propia herida.
Ella observó en silencio cómo se detenía la hemorragia, se limpiaba la herida y se la vendaba como un profesional.
—¿Cómo es que un príncipe sabe tanto sobre primeros auxilios y medicina? Has dicho que hacías viajes por el territorio andarion. ¿Eran misiones de caridad?
Él la miró ceñudo.
—Pensaba que lo sabías.
—¿Saber qué?
Caillen se rascó la incipiente barba y resopló.
—Debes de vivir bajo una roca, en un planeta en el culo del universo para no haberte enterado de las noticias.
Desideria pasó por alto su insulto; era tan poco comparado con lo que le decía su familia que ni siquiera lo notó. Y por una vez estuvo de acuerdo con su resumen. Qillaq era bastante atrasado comparado con otros mundos.
—¿Qué noticias?
—Me raptaron cuando era un bebé y me criaron con la plebe. No supe que era un príncipe hasta hace unos cuantos meses, cuando me identificaron por el ADN.
Eso la dejó parada.
—¿En serio?
—Sí, en serio.
Eso explicaba todas esas contradicciones que le había visto. Por qué tenía esa cualidad salvaje en todo lo que hacía. Su ropa gastada y su cambiante forma de hablar, que pasaba del dialecto de la realeza al argot de las calles.
—¿Te sorprendiste cuando te lo dijeron?
—Aún lo estoy. No es algo de lo que esperas enterarte. Eh, chaval, tus padres no eran tus padres y, por cierto, ¿sabías que eres un príncipe y el heredero de un gran imperio?
Cierto. Y también explicaba lo de sus hermanas.
—¿Tus hermanas eran hijas de tus padres adoptivos?
Él calló mientras seguía metiendo cosas en la mochila. Pasados unos segundos, volvió a hablar.
—No te preocupes. Estoy bien educado. Quizá no sea tan refinado como el resto de los aristos, pero no me cagaré en el suelo.
Su tono era seco y neutro. Aun así, Desideria entendió el dolor que delataban esas palabras y supo por qué las había dicho.
Al igual que a ella, otros habían estado juzgándolo.
—Mi gente no es como los otros aristos. Por eso estoy en la Guardia. Nada en mi mundo se da, todo hay que ganarlo. No es cómo comienzas en la vida lo que importa, sino cómo acabas.
La mirada que él le echó fue lo bastante fría como para hacerla estremecer.
—No, tu gente acusa a otra de crímenes que no ha cometido.
—Yo no he tenido nada que ver con eso.
Él se burló.
—Me gustaría creerte, pero no te conozco lo suficiente para eso. Ha habido gente en la que he confiado ciegamente y que ha ido a por mí. Así que tendrás que perdonar mi recelo.
—De nuevo lo entiendo. La confianza, como todo lo demás, se tiene que ganar y yo aún no lo he hecho contigo. Lo entiendo.
Caillen vaciló. Quería creerla, pero no se atrevía. Demasiados recuerdos acudieron a su mente. Colegas que se habían vuelto contra él cuando menos lo esperaba. «Amigos» a los que había confiado su vida y que lo habían acuchillado con tanta fuerza por la espalda que aún sentía el golpe. La gente era traicionera por naturaleza. Y aquella joven era una desconocida, una desconocida por la que se sentía atraído.
Eso la hacía ser más peligrosa que la mayoría.
Se apartó de ella.
—Tengo un mínimo de agua y comida. Suficiente para hoy. Mañana tendremos que rapiñar.
La inquietud la hizo fruncir el ceño.
—No tenemos tiempo que perder con cuestiones banales. Cada minuto que pasa es un minuto más en el que mi madre puede ser asesinada.
Y el padre de él también. Pero saber eso no cambiaba sus circunstancias.
—Déjame que te aclare unas cosas, princesa. Estamos en un planeta hostil con nativos que se nos comerán si nos atrapan. Nuestra cápsula ya no trasmite ninguna señal localizadora, lo cual, aunque impide que los nativos identifiquen nuestra procedencia, también impide que nuestros aliados nos rescaten. Y aunque la vida de tu madre no me importe mucho, la de mi padre, sí, así que no creas ni por un minuto que estás más motivada que yo, porque no es cierto. Sin embargo, si morimos, se acaba todo para nosotros y, lo creas o no, estoy haciendo lo posible para que sobrevivamos. Con el cuerpo intacto.
Ella lo miró entrecerrando los ojos. No era posible pasar por alto la sombra que impregnaba su oscura mirada.
—¿Qué me estás ocultando?
Esa pregunta lo pilló desprevenido.
—¿A qué te refieres?
—Me estás ocultando algo. Lo veo por tu mirada. ¿Qué es?
Caillen vaciló. Mierda, era demasiado perceptiva, como su hermana Shahara. Esta también tenía la inquietante habilidad de saber lo que pensaba.
Pensó decirle que no era nada, pero ¿para qué mentir? La chica tenía que saberlo y, si lo traicionaba, se estaría cortando su propio cuello. Los andarion no jugaban y no toleraban a los extraplanetarios, sobre todo a él.
—Los andarion me buscan. Aunque oficialmente la orden de búsqueda ha sido anulada por su príncipe y heredero, no me extrañaría que una colonia me ejecutara sin notificarlo al gobierno de la capital; tienen una fea tendencia a hacer esas cosas.
El color había desaparecido del rostro de ella.
—¿Qué les hiciste?
Caillen suspiró. De nuevo no pensaba responderle. La verdad era tan estúpida. Pero si no contestaba a su pregunta, seguramente supondría que era un violador o algo aún peor.
—Estoy bien educado, ¿de acuerdo? Pero no me doblego con facilidad. El príncipe Jullien agarró a una de mis hermanas de una forma inapropiada y le costó comprender la palabra «no» cuando ella se la dijo muy en serio, así que lo dejé sin algunos dientes. Mi amigo Nykyrian anuló mi sentencia de muerte cuando lo coronaron, pero como he dicho, no confío en su gobierno. Y aunque sé que él me sacaría del apuro, primero tendría que enterarse y, como Jullien aún me la tiene jurada por la agresión, apostaría a que estas colonias no tienen una lista actualizada de los más buscados; el príncipe es más bien rencoroso. Con mi suerte, la recompensa por entregarme debe de haberse triplicado.
Ella lo miró boquiabierta.
—Sin duda, Jullien debe de tener algo mejor que hacer que preocuparse por una pelea, o lo tendría si fuera como mi gente.
«Sí, claro».
—Jullien no es un guerrero y la paliza que le di, a él y a su pomposa arrogancia, sin duda no habrá ayudado a que retire la recompensa. Es un repugnante cabrón de la peor clase.
—¿Por qué lo odias tanto?
—Aparte de tratar de violar a mi hermana, vendió a la esposa preñada de su gemelo a los enemigos de este para que la mataran. Y nosotros, incluyéndome a mí, casi perdimos la vida rescatándola. Y eso no es nada comparado con lo que les ha hecho a otros. Es un hijo de puta redomado. La única razón por la que no lo han ejecutado todavía es porque forma parte de la realeza y su abuela ha pagado una fortuna a la Liga para que siga respirando.
Por su mirada, Caillen vio que ella estaba tratando de entender los crímenes de Jullien, pero no acababa de hacerse realmente a la idea más de lo que él podía. La crueldad de ese hombre sólo era superada por su estupidez.
—¿Su abuela no le hizo nada por traicionar a su propio hermano? —preguntó Desideria.
—No, pero créeme, Nyk sí lo hizo, y aún estoy asombrado de que la paliza que le dio no lo matara. Después de eso, Jullien cojeará para siempre. Aunque oficialmente no fue castigado, excepto retirándolo de la línea sucesoria. En mi opinión, ha salido muy bien parado.
Ella negó con la cabeza.
—Y yo que creía que mi familia era rara.
—Sí… La mía también tiene sus problemas, pero lo peor que puedo decir de mis hermanas es que son autodestructivas… o en el caso de Tessa y Kasen, estúpidas. El daño que me han hecho nunca ha sido intencionado. Ni siquiera el incidente de la palanca.
—¿El incidente de la palanca? —repitió ella con curiosidad.
Caillen dejó de meter cosas en la mochila y soltó un largo y sufrido suspiro.
—Cuando éramos niños, hice enfadar tanto a Kasen que me tiró una palanca. —Señaló la cicatriz que tenía sobre la ceja izquierda—. Ocho puntos.
Eso le debió de doler.
—¿Qué le habías hecho?
Un inesperado rubor le coloreó las mejillas. Y de un modo sorprendente, le quedaba bien con el disfraz.
—En mi defensa debo decir que tenía seis años.
Oh, aquello tenía que ser bueno para que se mostrara tan avergonzado y tuviera que poner excusas.
—¿Qué le habías hecho?
Realmente le daba vergüenza decirlo.
—Ella se negó a jugar conmigo al balón, así que le quemé su casa de muñecas.
Desideria se quedó boquiabierta ante esa revelación.
—¿Le quemaste la casa de muñecas?
—Sufrí un castigo adecuado —repuso él, señalando la cicatriz.
—Pero ¿le quemaste la casa de muñecas? Eso es tan cruel…
—También lo es partirle la cabeza a tu hermano con una palanca. Podría haber perdido el ojo, y creo que mi reciente sentencia de muerte por protegerla en su última suprema estupidez lo compensa más que suficiente.
Desideria se burló de su indignación.
—Era sólo una herida física, nenaza.
Caillen fue a responderle, pero se contuvo al darse cuenta de que estaba disfrutando de sus burlas.
Lo estaba fascinando…
Mierda. No podía permitirse eso. No hasta que supiera dónde residía su auténtica lealtad. Era la hija de su madre.
Y esta le podía estar tendiendo una trampa.
Desideria vio el velo que cubría el rostro de Caillen y lo transformaba en una máscara de seriedad. Por alguna razón, lo sintió como un puñetazo en el estómago.
«No seas ridícula».
Pero no podía negar lo que sentía. Le dolía.
Le gustaba el Caillen burlón y divertido mucho más que el príncipe serio que se contenía.
«He perdido la cabeza».
Porque aquel hombre era de lo más irritante.
«Y también de lo más sexy».
Y cuando bromeaba y le brillaban los ojos, aún estaba más bueno. Se humedeció los labios mientras lo miraba volver a prestar atención a su mochila y sacar otro objeto.
Ese la hizo ahogar un grito.
Era un comunicador subespacial.
Se sintió invadida de alegría.
—¿Podemos llamar a alguien?
—Esperemos que sí. Pero si logramos conectar, no podremos hablar más de treinta segundos. Si no, nos podrían localizar. No sé cuánta tecnología tienen aquí, así que de momento prefiero pecar de cauto y evitar que me destripen. —Intentó comunicar con su hermana.
Nada. La conexión no funcionaba.
Gruñó irritado y miró a la chica.
—O estamos demasiado metidos en el interior del planeta o la señal está bloqueada. Volveré a probar por la mañana.
—¿Y si matan a mi madre esta noche?
—¿Y si matan a mi padre? No eres la única que corre riesgos. Esta mierda nos salpica a los dos.
Desideria apretó los dientes, cada vez más frustrada.
—No puedo creer que no haya nada que podamos hacer.
—Bueno, podemos salir y dejar que nos encuentren. Eso suponiendo que no tengan ya a alguien que pueda detectarnos a pesar de mis espejos. En ese caso, estamos jodidos.
Ella inclinó la cabeza al oír una palabra que no le cuadraba en la frase. Espejos.
—¿Eso es lo que has colocado en la entrada?
—Sí. Emiten un pulso hacia cualquier cosa que trate de rastrearnos, diciendo que aquí dentro no hay nada. Ninguna señal de calor, ninguna señal de vida. Que yo sepa, nada puede traspasarlos. Pero la tecnología cambia más de prisa que la piel de un lagarto rodalyn. Así que los colonos podrían tener algo que nos pueda localizar. —Le guiñó un ojo—. Pero esperemos que no, ¿de acuerdo?
Desideria se frotó la cabeza, que le estaba empezando a doler, mientras repasaba todo lo que les había ocurrido y consideraba el peligro en que se encontraban.
—¡Menudo día!
—Sí. Tengo un asesino suelto que va a por mi padre y ahora tú tienes uno que va a por tu madre. La única razón por la que acepté reunirme con esa caterva de zoquetes fue porque esperaba que el asesino fuera allí a por mi padre y así poder capturarlo en la nave, donde las rutas de escape serían muy limitadas.
—¿Caterva…? ¿Qué palabra es esa?
—Caterva de zoquetes. Significa un montón de tontos. ¿Eso es con lo único que te has quedado de mi discurso?
—No, no. Eso sólo ha sido lo que no he entendido. Igual que no entiendo quién está tratando de matar a mi madre.
Caillen resopló.
—Motivos, nena. Todo son motivos, lo que suele llevar al dinero constante y sonante… Personalmente, creo que quien va detrás de mi padre es mi tío. Mi padre piensa que estoy loco, pero que sea su hermano es lo único que tiene sentido.
—¿Y por qué va a querer tu tío matar a tu padre?
—Es el único que tiene algo que ganar si él y yo morimos. Primera maldita ley: sigue al dinero. Siempre te lleva a casa.
Desideria pensó en sus palabras mientras recordaba haber visto al tío de Caillen muchas veces desde que era pequeña. Ese hombre siempre le había parecido muy tranquilo y modesto.
—Lo crees de verdad, ¿no?
—Sí, lo creo. —Era imposible no ver la sinceridad en su mirada—. ¿Y qué hay de tu madre? ¿Quién heredará más si ella y tú no estáis por medio?
—Mis hermanas. —El estómago le dio un vuelco al ponerse en pie—. Oh, Dios, es Narcissa. Ella fue quien mató a mis otras hermanas en accidentes durante los entrenamientos.
Y había tratado de matarla a ella hacía sólo dos semanas. Incluso la había amenazado…
Narcissa siempre había sido muy ambiciosa.
«Cuando sea reina, todos os inclinaréis ante mí. Pero no os preocupéis. Las dos podréis servir en mi Guardia, como Kara hacía para nuestra madre».
¿Cuántas veces le había oído decir eso? Sin embargo, siempre había supuesto que su hermana estaba bromeando o fantaseando.
Pero ¿y si no?
Dioses santos, ¿cómo podía haber sido tan estúpida para pasar eso por alto? De toda la gente de la que había sospechado, la persona que resultaba más evidente se le había escapado hasta ese momento. La idea le provocó pánico.
Incapaz de soportarlo, comenzó a caminar arriba y abajo mientras la sospecha daba vueltas en su mente. Por eso la Guardia respaldaba a su hermana y la ayudaba a asesinar a su madre.
Si lo conseguían, Narcissa, como la próxima reina, tendría el poder de perdonarles la vida.
De repente todo cuadraba. Era insidioso y frío y tenía sentido que sucediera justo después de que a ella la hubiesen promovido a adulta, pues eso la convertía en la heredera, por delante de su hermana mayor. Sí, tendría que luchar por ello, pero sería a ella a la que desafiarían. Si sobrevivía a la pelea, sería reina.
En cambio, Narcissa ni siquiera podría aspirar a la corona. Pero si tanto Desideria como su madre morían, su hermana pasaría a ser la heredera aunque fuera menor y podría luchar para ser reina…
¿Y por qué la Guardia de su madre la respaldaba? Porque todos pensaban que Desideria era inferior. Una mestiza que no merecía respirar el mismo aire que la Guardia. Claro que respaldarían a su hermana de sangre pura antes que a ella.
Y se alegrarían de su muerte.
De repente, Caillen se hallaba a su lado, abrazándola.
—Chist… No pasa nada. Sé que es una fuerte impresión, pero te acostumbrarás.
Ella lo hubiera apartado de un empujón, pero la verdad era que resultaba muy agradable que la sostuvieran mientras su mundo se derrumbaba y ella tenía que enfrentarse a una dura realidad en la que no quería ni pensar.
Estaba sola en el universo, sin nadie en quien confiar. Nadie en quien apoyarse.
Su propia familia quería acabar con ella. Y nadie sabía la verdad.
—¿Cómo soportas la idea de que tu tío esté tratando de matarte?
Caillen se encogió de hombros.
—Me sorprendo cuando la gente no intenta hacerlo.
—Bueno, eso puedo entenderlo. Eres muy irritante.
Él le sonrió y eso la hizo sentirse un poco mejor por razones que no podía ni suponer.
—Si no te gusta la idea de que tu hermana vaya a por ti, ¿se te ocurre alguien más que pueda ser?
—No.
—¿Estás segura?
Desideria asintió. Nadie más le cuadraba.
—Mi madre tiene dos hermanas, pero una se casó con un extraplanetario, así que no puede gobernar porque tiene un marido extranjero, y mi otra tía quedó apartada de la sucesión cuando mi madre la venció en el combate por el trono. Kara podría gobernar como regente, pero nunca sería reina, y la reemplazarían en cuanto una de nosotras estuviera lo bastante preparada como para desafiarla.
—Entonces, eso es. Tu hermana es una zorra interesada que quiere vuestras cabezas… Perdón por lo de zorra. Mi padre no para de decirme que el que quiere matarlo es algún enemigo, pero yo no lo creo. Un enemigo sólo ganaría satisfacción personal. Y aunque podría entender sus motivos, eso no lo llevaría a ir también contra mí.
»Si morimos mi padre y yo, su hermano se hace con el trono, y en este momento él es su principal consejero, lo que significa que ninguna de las leyes tendría que cambiarse. Si fuera uno de sus enemigos el que lo amenaza, no tendría ningún motivo para arriesgarse a ir a prisión o ser ejecutado por algo que no le afectaría en absoluto. Además, estarían tratando de cargarse también a su hermano para poder cambiar las cosas. Me he planteado cientos de situaciones diferentes, pero todas me llevan directamente a mi tío.
Igual que a ella todas la llevaban a Narcissa…
—Mi madre nunca me creerá.
—Lo sé. Tenemos que encontrar pruebas. Es el único modo de salvarles la vida.
Desideria abrió la boca para decir algo, pero Caillen le hizo un gesto para que guardara silencio. Se apartó y volvió hacia la entrada de la cueva, pegado a la pared.
Al principio ella pensó que sólo era paranoia, pero entonces oyó el suave zumbido de un motor. El corazón le dejó de latir cuando una sombra cayó sobre la entrada.
Era una sonda militar y estaba buscando formas de vida…