El rayo impactó contra la parte trasera de la cápsula y la lanzó rodando por el espacio. Desideria maldijo cuando se vio lanzada contra el brazo del sillón y se golpeó las costillas con él. Observó a Caillen, que seguía haciendo algo debajo de la consola. Estaba tumbado sobre la espalda, con las piernas dobladas y separadas para mantenerse equilibrado y estable mientras la cápsula se sacudía por el ataque.
Ella, no acostumbrada a tanto movimiento, trató de contener las náuseas y luego frunció el ceño al ver las viejas botas de Caillen, atadas con cordones que se habían roto y vuelto a anudar. Aquellas botas parecían haber pasado por el propio infierno y parecían ser su único calzado.
Ella nunca había conocido a un príncipe que se dignara tocar algo tan estropeado y mucho menos usarlo. Y, pensándolo bien, con su ropa pasaba lo mismo. Se veía limpia, pero gastada. Su chaqueta de cuero marrón incluso parecía tener quemaduras de pistola de rayos.
Caillen tenía la cabeza y los hombros ocultos bajo el panel de acero y trabajaba en silencio. Y en su prisa por meterse debajo de la consola, se le había levantado la chaqueta y la camisa y se le veía el bronceado abdomen. Con cada respiración y movimiento que hacía, sus marcados músculos se contraían y se hacían más pronunciados. Sí, de acuerdo, esa parte de él era realmente agradable. Y, si no se equivocaba, en el lado izquierdo parecía tener un tatuaje que cubría una fea cicatriz.
¿En un aristócrata? Estos consideraban esas cosas vulgares y groseras…
¿Por qué iba a tener esas marcas? No tenía sentido. El príncipe Caillen era sin duda un hombre de contradicciones.
Otro rayo los golpeó con fuerza.
Con una mueca de dolor, Desideria se irguió en su asiento.
—Déjame que lo adivine. La nave tampoco lleva armas.
—Lo que me parece especialmente estúpido. —No se podía pasar por alto el tono disgustado de aquella profunda voz de barítono—. Si usas una cápsula de huida para… ya sabes, huir, nueve de cada diez veces lo estás haciendo porque están atacando tu nave y tienes que evacuarla. ¿Qué clase de idiota pensó que era inteligente hacer un artefacto para escapar que deja a sus ocupantes totalmente indefensos y convertidos en dianas móviles cuando los atacan? Oh, espera, no me respondas. He conocido demasiados ingenieros de diseño cuyo C. I. era menor que mi número de zapatos. —Sacó la cabeza de debajo de la consola y la miró fijamente antes de añadir—: Que, para que conste, es mayor que la de la mayoría de los hombres excepto Syn, que es un cabrón mutante. —Regresó al trabajo—. Pero en cuanto a C. I., los deja a nivel de protozoos. Mi mayor fastidio en esta vida. Pensadlo bien, chicos, pensadlo bien. —Soltó una palabrota cuando por uno de los cables le pasó la corriente—. Para que lo sepas, mi nave tiene un puesto de artillero con suficiente entidad como para tumbar a un crucero galáctico. Ese que tenemos ahí… es realmente una mierda.
Ella no podía estar más de acuerdo.
—Tienes un caso grave de déficit de atención, ¿lo sabías?
Caillen se limpió la mano en los pantalones y luego la levantó para coger algo que Desideria no veía.
—Sólo un poco. Por suerte, es sobre todo verbal. —Siseó como si se hubiera hecho daño—. Maldita sea, he perdido el tacto en la mano derecha.
—Entonces, ¿qué hacemos? —preguntó ella, tratando de que él siguiera pensando en el peligro.
Otro disparo los sacudió.
Desideria gruñó al volver a golpearse con el brazo del asiento y magullarse otra vez las costillas.
—Aparte de morir dolorosamente —añadió. Estaba intentando permanecer tranquila, pero cada vez le costaba más. Odiaba sentirse indefensa, y aquella situación estaba empezando a cabrearla en serio—. Estoy dispuesta hasta a tirarles los zapatos —masculló para sí—. Sé que no le harían nada a un caza, pero al menos yo me sentiría mejor.
Como mínimo ya sería algo más que quedarse allí sentada, mirando.
Caillen rio, admirando su ánimo.
—Cruza los dedos.
Desideria no supo qué quería decir mientras, finalmente, él salió de debajo de la consola.
—¿Por qué?
Sin responderle, Caillen se lanzó al asiento delantero y luego sus manos volaron sobre los mandos. Esquemas y diagramas aparecieron en la pantalla con tanta velocidad que ella ni siquiera pudo identificar qué estaba mirando o ajustando antes de pasar a la siguiente pantalla.
Otro rayo iba directo hacía ellos. Desideria tragó saliva y se preparó para el impacto.
Pero este no llegó.
En vez de eso, la cápsula viró bruscamente y se lanzó hacia delante mientras el rayo pasaba junto a ellos sin tocarlos por un estrecho margen.
Caillen soltó un grito de júbilo. Se besó los dedos y luego apretó con fuerza los controles.
—Esta es mi chica. Vamos, nena, no seas caprichosa con tu amante. Sabes que quieres hacerme feliz. Aguanta y vuela donde te digo.
Tocó más cosas y la cápsula respondió.
Desideria se sintió tan feliz de que tuvieran algún tipo de control sobre el vehículo que hubiera podido besarle. Podía ser un completo gilipollas, pero por suerte para ella, sabía cómo manejar una nave.
El caza cambió de rumbo y se dirigió directo tras ellos en la oscuridad.
Ella se encogió al ver más destellos naranja.
—Viene otro rayo.
—Lo sé. Sujétate por si esto no funciona.
Él hizo virar la cápsula de nuevo, pero no lo suficiente como para esquivar del todo el disparo. La fuerza del impacto la golpeó en la espalda y se dio con la cabeza contra el panel. Hizo una mueca de dolor, pero no dijo nada ni gritó para no distraerlo.
Para su total sorpresa, Caillen esquivó el siguiente rayo.
—Vamos, nena, vamos. Sabes que lo quieres. Sigue saltando y no pares. —La cápsula salió disparada hacia delante y esta vez, por fin, entró en contacto con la atracción gravitacional de un planeta.
La aceleración fue impresionante mientras se acercaban a la superficie.
El caza volvió a abrir fuego, esparciéndolo por el espacio en un último esfuerzo por matarlos. Por suerte, Caillen lo esquivó en gran parte.
Pero no todo. Las luces parpadearon y saltaron chispas mientras la cápsula se sacudía hasta tal punto que Desideria pensó que acabaría vomitando. O peor aún, que el vehículo se partiría en pedazos.
Caillen tocó un interruptor que tenía sobre la cabeza.
—Vamos a tumba abierta.
—¿Qué quieres decir?
—Los rayos se nos han llevado los frenos y la baliza de localización. Voy a tratar de buscar algo blando donde aterrizar. Sin embargo, no prometo nada. No tengo gran control sobre esta cosa… Bueno, si eres de alguna religión, este sería el momento de invocar la intervención divina, porque, sin ofender, a mí los dioses no me tienen gran aprecio últimamente. Pero, quizá a ti te escuchen.
Desideria empezó a rezar. Contuvo el aliento mientras él se peleaba con los circuitos. El olor a cables quemados era muy intenso y confió en que los cables fueran lo único que se estaba quemando, no los tubos de fuel.
Caillen parecía totalmente impasible ante lo que estaba sucediendo, aparte de soltar alguna que otra palabrota cuando los cables fritos le soltaban alguna descarga o lo quemaban.
—Mataría por un cañón de iones, sólo uno.
Ella compartía su sentimiento.
Él revisó los parámetros mientras evaluaba su inminente situación. ¿La buena noticia? Que en ese planeta podían respirar. ¿La mala? Que no había ningún tipo de información sobre él. Ni mapas ni nada sobre su cultura. Nada. Ni siquiera el nombre.
Esa falta de información normalmente se reservaba para las colonias penales y explicaba por qué la cápsula no había elegido ese lugar para aterrizar.
¿Por qué había tenido que cambiar de rumbo? Al menos en el planeta andarion sabían en qué se estaban metiendo.
En ese otro…
Una imagen de ambos metidos en una prisión con alienígenas gigantes comedores de hombres pasó por la cabeza. Sí, con su suerte… Un par de miles de superhumanos cabreados, extraterrestres psicóticos con un hacha para hacer caldo de los contrabandistas y la realeza…
«¿Por qué no me habré quedado en mi habitación?».
Caillen miró a la princesa. Estaba pálida y tensa y apretaba con fuerza los brazos del sillón. Pero al menos no estaba gritando ni teniendo un momento de debilidad femenina. Aguantaba el tipo y él se lo agradecía.
Aunque llevara el uniforme de la Guardia, su pose era regia. Tenía previsto morir con dignidad, y eso le hizo sentir un súbito respeto por ella. Si Caillen admiraba algo en la vida, era a aquellos capaces de mostrar valor aun estando aterrorizados.
«Si me hubiera quedado en la nave, ella estaría muerta».
Sí, de acuerdo, se sentía algo mejor por estar allí, pero no mucho. No serviría de nada que la hubiera salvado antes sólo para que muriera ahora a causa del impacto o a manos del asesino que los perseguía.
O que se la comieran los prisioneros alienígenas gigantes.
«Dioses, ¿cómo he acabado metido en esta mierda?».
La infausta constelación bajo cuya influencia había nacido debía de estar haciendo horas extra últimamente.
La cápsula comenzó a temblar por todos lados.
—¿Qué sucede? —preguntó la chica, con una nota de pánico en la voz.
Las luces de alarma comenzaron a parpadear, indicando que el motor estaba fallando y que había una grieta en el estabilizador trasero que se estaba ensanchando. Pero con sólo uno de ellos aterrorizado ya había bastante, así que Caillen mintió sobre la gravedad de la situación.
—Turbulencias. Quédate sentada y prepárate para el aterrizaje.
A no ser que la cápsula se desintegrara antes de que llegaran a la superficie…
—¿Por qué me mientes?
La pregunta lo sorprendió. La miró y la vio observándolo con atención.
—¿Quién dice que te esté mintiendo?
—El tono de tu voz. Ha bajado una octava.
Mierda, era buena. Él devolvió su atención a la catástrofe que tenía entre manos.
—De acuerdo. La cápsula se está desmontando.
Conectó el monitor externo para mostrarle uno de los estabilizadores, que se estaba desprendiendo; cuando cayó, con él se fue lo último que Caillen quería que se fuera.
—Para tu información, necesitábamos eso. Era el resto de nuestro sistema de aterrizaje. Estaba tratando de no asustarte, pero como has insistido…
Desideria tragó saliva. Deseó no haber preguntado.
—¿Ayudaría a guiarla que cargásemos todo nuestro peso a un lado?
—No pesas lo suficiente como para influir en nada.
—¿Y qué hacemos?
—Agárrate el culo como si quisieras conservarlo. —Él estaba haciendo más cálculos mentales, mientras la superficie del planeta se acercaba rápidamente.
Volaban a tal velocidad que Desideria no veía cómo podrían aterrizar sin convertirse en una simple mancha en la cara de aquel planeta.
Bueno, su tía estaría contenta.
Ella no tanto.
Se encogió mientras comenzaban a chocar con las ramas más altas de los árboles. La cápsula se sacudía con tal fuerza que casi no podía permanecer en el asiento, incluso con el arnés. El corazón le latía y el miedo la paralizaba y la dejaba sin esperanza de sobrevivir a aquello.
De repente, Caillen se volvió, le soltó el arnés, la tiró al suelo y la cubrió con su cuerpo. La cápsula se estrelló con fuerza. El único cojín que Desideria tenía era el cuerpo de él. Aunque, la verdad, era casi tan duro como las paredes de acero que los rodeaban.
Se quedó sin aliento mientras ambos eran lanzados contra las paredes y la cápsula iba dando vueltas y más vueltas. Se sacudían como una piedra en un cilindro, pero Caillen seguía sujetándola y tratando de mantenerla a salvo.
Por un momento, Desideria pensó que sobrevivirían al impacto, hasta que se golpeó en la cabeza con algo tan duro que le entraron ganas de vomitar. La vista se le nubló. Luchó contra la oscuridad como pudo, pero al final esta la engulló por completo.
Finalmente, la nave se detuvo.
Caillen permaneció inmóvil, esperando más sacudidas; había tenido un aterrizaje tan violento que parecía que aún se estuvieran moviendo, aunque veía que no era así.
Pero siguieron quietos. La cápsula crujía y siseaba a su alrededor. Todo lo que había en ella se había soltado; parecía que la hubieran destripado. Cables, correas y trozos de acero se balanceaban y chisporroteaban, proporcionando algo de luz en el oscuro interior. La zona donde estaban sentados había quedado completamente destrozada. Se quedó tendido de espaldas, con la chica sobre él. Su aliento le cosquilleaba en la piel y gracias a ello supo que seguía viva, aunque estaba totalmente inmóvil. El dolor le recorría el cuerpo y la cabeza a cada latido.
«No puedo moverme».
Pero al menos, al soltarse, les había salvado la vida.
El repentino olor a combustible le llegó a la nariz como si estuviera manando por algún lado y encharcándose cerca. Se mezclaba con el espeso olor de los cables quemados.
«Mierda. La cápsula puede estallar».
Cumpliéndose su predicción, vio llamas que se extendían por el suelo. Le lamían las botas. El calor era abrasador. Apretó los dientes y obligó a su machacado cuerpo a moverse, y a hacerlo rápido. Pero era difícil. Nada parecía funcionarle mientras iba apagando las llamas con las botas.
—¿Princesa?
Ella estaba inconsciente y sangraba profusamente de una herida en la cabeza. Con un fuerte gruñido, la empujó hacia atrás lo suficiente como para poder salir de debajo de su cuerpo. Con piernas inestables, la levantó y la apretó contra su pecho. Era realmente pequeña. Algo que era fácil de perder de vista cuando estaba despierta y metiéndose con él. Entonces le parecía enorme.
Su cuerpo se rebelaba contra cualquier movimiento que no fuese estar tumbado, pero sacó a la chica fuera de la nave y la llevó a una distancia segura de la cápsula antes de dejarla en el suelo.
A continuación, se acuclilló, agradeciendo estar fuera de la cápsula y poder respirar aire fresco. Se apartó el pelo de la frente y vio que tenía sangre en la mano. Vaya, justo lo que necesitaba. Su propia herida en la cabeza. Hizo repaso de su estado y del de la muchacha. Sin pensar, fue a coger su mochila para sacar una venda con que detenerle la hemorragia, pero se dio cuenta de que se la había dejado en la cápsula.
Maldición. La necesitaba. Dentro tenía medicinas, comida y otras cosas que podía necesitar si tenían intención de sobrevivir.
Miró la cápsula en llamas. Sólo un completo idiota se metería en algo que estaba a punto de estallar…
«Qué bien que sea un idiota».
Antes de que su sentido común pudiera superar a su estupidez, corrió de vuelta al vehículo. El metal estaba caliente, cosa que descubrió cuando rozó accidentalmente una de las paredes y se quemó. Tosiendo, se cubrió la boca con la camisa, que se sujetó con la mano quemada, mientras intentaba ver algo en el pequeño espacio. Todo estaba tan revuelto que no podía identificar nada. Se puso a cuatro patas y rebuscó entre los destrozos tan rápido como pudo. Se ahogaba y tosía, tratando de respirar. Cuando estaba a punto de rendirse, vio una correa negra en el suelo.
Su mochila estaba debajo del destrozado panel de mandos. Corrió hacia ella y la cogió, pero se detuvo al oír un crujido.
El techo estaba cediendo.
¡Maldita fuera! Tiró de la mochila y corrió hacia la salida. Justo cuando creía haberlo conseguido, una parte del techo de metal le cayó en la espalda y lo lanzó al suelo. Trató de salir de debajo arrastrándose, pero estaba atrapado. Las llamas eran cada vez más altas y más brillantes. El hedor a combustible lo estaba mareando. Sus pulmones trataban de encontrar oxígeno.
«Mierda… Voy a morir. Ahora. Aquí».
Aunque sabía que era inútil, siguió intentándolo. Después de todo, era un Dagan y los Dagan jamás se rendían ante la muerte. No sin pelear.
• • •
Desideria recuperó la conciencia justo a tiempo de ver a Caillen correr hacia la ardiente cápsula. ¿Qué estaba haciendo ese estúpido? ¿No le había dicho nadie que el protocolo correcto era alejarse lo máximo posible delos objetos en llamas?
La cabeza le dolía tanto que creyó que iba a vomitar. Peor que eso, no podía enfocar la vista. Se dispuso a secarse el sudor de la frente, pero en cuanto se tocó se dio cuenta de que no era sudor: estaba sangrando abundantemente.
«Es una contusión».
El estómago se le encogió al notar dolor en todo el cuerpo. Rodó hacia un lado y vio a Caillen desaparecer dentro de la cápsula.
«Déjale. Quiere morir».
Por desgracia, no podía dejarlo. Él ya le había salvado la vida dos veces. De no ser por su ayuda, seguiría dentro de la cápsula.
«Levántate, soldado. Es hora de salvar a ese héroe idiota».
En el momento en que se ponía en pie, oyó un fuerte estruendo en el interior de la cápsula. No había rastro de Caillen. Desideria tuvo un mal presentimiento.
Estaba o muerto o atrapado.
Sólo un completo estúpido se metería en una cápsula ardiendo…
Lo malo era que ella era una estúpida. Sobre todo porque le debía la vida a Caillen y, aunque sólo hubiera una pequeña posibilidad de que este siguiera con vida, no podía dejarlo quemarse allí dentro.
Controló las náuseas y corrió hacia la cápsula con paso inestable.
Al acercarse, el humo se hizo tan espeso que casi no podía ver. El hedor no hizo nada para ayudarla con las náuseas.
«Eres qillaq. Deja de quejarte».
Por encima del rugido del fuego y los trozos de metal que se caían, oyó algo más… Una ristra de obscenidades.
No pudo evitar sonreír mientras se guiaba por las maldiciones de Caillen; lo encontró atrapado bajo unos restos ardientes. Su furia era palpable mientras trataba de liberarse.
—¡Espero que te derritas en el infierno! Estúpido, estúpido hijo de… —Calló de pronto al verla. Por un instante, su rostro se iluminó y luego pasó a fruncir el ceño—. ¿Es que has perdido la chaveta? ¡Corre!
Ella lo hizo, pero hacia él.
Caillen se quedó parado cuando la vio arrodillarse a su lado para ayudarlo a liberarse.
—Hay un tanque que está a punto de estallar. Tienes que irte. Sólo tenemos unos segundos. Lo puedo oler.
—No sin ti.
—Princesa…
—No sin ti —articuló cada palabra por separado, haciéndole saber que estaba perdiendo el tiempo en una discusión inútil. Tiró con fuerza del trozo de metal caliente que lo mantenía atrapado contra el suelo—. Ya estaría muerta de no ser por tu ayuda. No voy a dejarte aquí tirado después de eso. ¡Ahora, cierra el pico y ayúdame!
Caillen sonrió ante su seca orden. Sólo un cabrón enfermo como él encontraría eso divertido, sobre todo dadas las circunstancias. Pero no tenían mucho tiempo.
Rugió cuando ella alzó la viga ardiente que le atrapaba la pierna. Sacó el pie y cogió la mochila mientras oía el tanque gemir y sisear.
Estaba a punto de estallar. Su tiempo se contaba en fracciones de segundo.
Aunque notaba como si tuviera el pie roto, agarró la mano de la chica y corrieron juntos fuera de la cápsula.
Aún no estaban a salvo. La metralla cubriría metros y podría destrozarlos fácilmente. Le apretó la mano con más fuerza y se dirigieron hacia unos árboles que, con suerte, les proporcionarían alguna protección.
Sólo estaban a mitad de camino cuando la cápsula estalló. La onda expansiva los lanzó hacia delante volando por los aires. Lo único que Caillen pudo hacer fue protegerse la cabeza, mientras rodaban y les llovían encima fragmentos de metal.
Aterrizó de bruces.
La muchacha estaba a unos cuantos palmos de él, tendida boca arriba. Inmóvil.
El miedo le encogió el estómago.
—Princesa, ¿estás viva?
—No —gruñó ella.
—Yo tampoco.
Se oyó una segunda explosión. Caillen maldijo al ver que más metralla se dirigía hacia ellos, incluido un pedazo considerable de puerta. Agarró a la chica y consiguió meterse tras un tronco caído antes de que el metal se clavara en el suelo justo donde ella había estado. Pequeños fuegos ardían a su alrededor.
Pálida, la joven lo miró asombrada.
—Gracias.
Con un largo suspiro de alivio, Caillen apoyó la cabeza en el suelo e hizo todo lo posible para no gemir a causa del dolor que le atravesaba cada centímetro del cuerpo. Se sentía como si hubiera pasado por una compactadora. Lo último que quería era moverse, pero tenía que ver cómo estaba ella y curarse el largo corte que él mismo tenía en la pierna. Con su suerte, se le gangrenaría y la perdería si lo retrasaba.
—De nada, princesa. Pero en serio, tendremos que hacer algo con esta manera tan mala que tenemos de relacionarnos. —Se preparó para el dolor, se dio impulso y se sentó.
Ella lo miró acusadora mientras le daba una palmada en el hombro.
—No te atrevas a culparme a mí de esto. ¿Qué demonios era tan importante que has tenido que volver y arriesgar la vida de ambos?
—Sólo he arriesgado mi vida. Tú eres la loca que ha venido a buscarme.
Ella puso los ojos en blanco.
—No podría estar más de acuerdo. Pero ¿por qué has vuelto?
Él alzó la mochila.
Ella lo miró boquiabierta y luego pareció como si estuviera a punto de matarlo con sus propias manos.
—¿Casi nos matamos por una estúpida mochila?
—No es una simple mochila, nena. Es un equipo de supervivencia.
—Haría algún comentario sobre la ironía de casi morir por eso, pero en este momento estoy demasiado dolorida para molestarme.
Él rio mientras rebuscaba en la mochila. Hasta que oyó el leve zumbido de un motor que se acercaba. Eso lo puso serio de golpe.
—Viene alguien.
El rostro de la joven se iluminó de alivio.
—Oh, por favor, dioses, que sea un equipo de rescate…, uno con un cuarto de baño limpio.
Él no compartía su optimismo. En vez de eso, el estómago se le encogió con una fría sensación de inquietud.
—Vamos. —La llevó hacia los árboles, adentrándose en el bosque.
Ella clavó los talones, deteniéndolo.
—¿Qué estás haciendo?
—No sabemos dónde estamos ni quiénes son. Podría ser nuestro amigo asesino con un cómplice. Hasta que lo sepamos seguro, es mejor que no nos vean.
Desideria quería gritar de frustración ante su paranoia, pero en el fondo sabía que tenía razón; y hasta que descubrieran las intenciones de quien fuera que estuviese llegando, tenían que ocultarse.
—Te odio.
—Y yo a ti, guapa. —Le dedicó una sonrisa encantadora y un guiño que resultó adorable, aunque ella hubiera querido soltarle una patada donde más dolía—. Vamos.
Desideria gruñó mientras se obligaba a correr tras él. ¿Cómo podía moverse con aquella pierna herida? ¿Acaso aquel hombre no notaba el dolor? Miró hacia el bosque y se encogió. Los árboles parecían estar tan lejos…
Caillen volvió hacia atrás e intentó cogerla en brazos.
Ella lo detuvo.
—Tú también estás herido y puedo andar. No soy inútil o débil. Sólo estoy cabreada —protestó.
Él alzó la mano para disculparse.
—Bien, pero tenemos que darnos prisa.
Hizo un gesto hacia el cielo y Desideria vio el vehículo casi encima de ellos.
Apenas habían llegado a los árboles cuando el hovercraft bajó. Se colocó por encima de los restos de la cápsula durante varios minutos, como si los ocupantes estuvieran fotografiando la zona o realizando algún tipo de test de evaluación.
Caillen frunció el ceño mientras intentaba adivinar qué estaban haciendo. Normalmente, habrían aterrizado y estarían registrando la zona a pie. Pero aquellos…
Tenían un protocolo diferente que se apartaba de lo habitual, lo que significaba que él no tenía ni idea de qué podían esperar. Mierda.
—¿Puedes decir algo sobre ellos? —susurró la chica.
—Son andarion.
—¿Cómo lo sabes?
Sacó los prismáticos dela mochila y se los llevó a los ojos; vio a los pilotos en la cabina, revisando el suelo y hablando entre sí.
—El tipo de vehículo. Es un antiguo modelo S10-B60 andarion. La mayoría de humanos son demasiado bajos para pilotarlo. Y ahora que los veo con los prismáticos, son definitivamente formas de vida no humanas.
—Para nosotros, ¿eso es bueno o malo?
Caillen suspiró.
—Depende de sus intenciones.
—No tiene gracia.
—No pretendo que la tenga.
El vehículo descendió hasta el suelo. Cuando la puerta se abrió, Caillen le hizo un gesto a su compañera para que guardara silencio mientras él se colocaba un amplificador en la oreja que le permitiría oír la conversación desde la distancia. Por suerte, sólo amplificaba las voces y no los ruidos del lugar; si no, se habría quedado sordo por el rugido de los motores del hovercraft.
Dos oficiales salieron por la parte trasera para investigar la zona del choque, mientras los dos pilotos se quedaban dentro.
Ella abrió la boca para decir algo, pero él la cortó con una firme sacudida de cabeza. Los cabrones de los andarion podían oír a kilómetros de distancia sin amplificadores. La chica y él tendrían suerte si aquellos soldados no los oían respirar.
Y lo que estaban diciendo le estaba revolviendo el estómago.
No, no habían aterrizado en una colonia penal. Era peor, mucho peor.