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La cabeza le palpitaba tras haber sido lanzado contra una pared de acero por la mujer a la que quería estrangular. Caillen soltó una palabrota y recuperó el equilibrio, mientras se iba dando cuenta de lo que había sucedido.

Estaban partiendo del Arimanda.

Se activó y pasó por encima de la qillaq, que parecía paralizada de horror ante lo que había hecho, pero cuando llegó a la consola, ya era demasiado tarde.

Iban a la deriva y la nave se estaba alejando de ellos.

«Hija de…».

¿Acaso ese día no acabarían las desgracias? Se sentó en el sillón de cuero negro junto al de la mujer y meneó la cabeza mientras su irritación aumentaba.

No podía hacer nada para detener la cápsula. Nada. Soltó un largo resoplido y maldijo su suerte, que lo había vuelto a traicionar.

—¿No podemos alcanzar la nave?

Oh, sí, esa era la pregunta del millón, e hizo que la furia de Caillen empezara a hervir.

Le lanzó una fulminante mirada. Ni siquiera la expresión vulnerable de su rostro, que lo hacía tan atractivo, podía neutralizar las ganas que tenía de lanzarla por la escotilla con la cabeza por delante. Pero se obligó a contestarle con un tono neutro y un nivel aceptable de sarcasmo que no la empujara a querer matarlo; no era necesario que ambos estuvieran cabreados en un espacio tan pequeño.

—Sólo tenemos un pequeño impulsor con potencia suficiente para permitirnos aterrizar a salvo en algún planeta.

Por la ventanilla, Caillen señaló la nave, que ya se estaba convirtiendo en un pequeño punto en la oscuridad.

—Por si no lo has notado, la nave se mueve muchísimo más de prisa que nosotros. No conozco las leyes físicas de tu planeta, pero de donde yo vengo, un objeto que se mueve a una velocidad subclase no puede alcanzar a otro que se mueve a velocidad clase estrella. Pero si sabes algo sobre turbinas, impulsores y motores, algún elemento de física cuántica o clásica que yo me haya perdido, por favor, ilumíname.

Sí, vale, nunca se le había dado muy bien controlar el sarcasmo.

Pero al menos lo había intentado y eso debía de tener algún valor, ¿no?

Ella hizo una mueca de desdén.

—No tienes por qué ser tan gilipollas.

Habían dejado de fingir educación.

—Oh, nena, esto, para mis baremos, no es ser gilipollas. Créeme, hay muchísima más gilipollez en mí que ni siquiera he comenzado a destapar.

La furia de ella era tanta que resultaba casi palpable. En otro momento, en otro lugar, estarían ya desvistiéndose.

Pero aquel no era el lugar y, sin duda, no era el momento. Lo único que Caillen quería era acabar con lo que el falso atacante había comenzado. Estrangularla hasta que se le saltaran los ojos.

—No te atrevas a mirarme así. No, después de lo que habéis planeado.

Ella lo miró con el ceño fruncido, como si no entendiera sus palabras. Sería una bonita alternativa, de ser real.

—¿Qué? —dijo ella—. ¿Proteger a mi madre?

¿De qué demonios estaba hablando? No parecía que estuviera protegiendo a nadie tirada en el suelo mientras la estrangulaban.

—Me refiero a lo de engañarme para que tu reina pudiera vengarse de mí por llamar a las cosas por su nombre. Buen plan. Pero no soy tan estúpido. —Al menos, no ese día y sin duda no por ella.

—¿Te has tomado algo?

Era buena. Casi podía creer en la inocencia que estaba fingiendo. Pero había conocido a actrices y timadores mucho más convincentes.

—Como si no supieras de lo que estoy hablando.

Ella negó con la cabeza.

—No tengo ni idea y además me estás haciendo perder el tiempo. —Señaló hacia el sector por donde había desaparecido la Arimanda—. Debemos regresar a la nave antes de que los asesinos vayan a por mi madre. Es imperativo.

Él calló, confuso. ¿Su madre era una de las de la Guardia u otra persona?

—¿De qué estás hablando tú?

Desideria nunca se había sentido más impotente. Aquel hombre estaba loco. ¿Tenía algún problema mental que le impedía recordar lo que había pasado justo antes de que cayeran en la cápsula de huida? ¿Se habría dado un golpe demasiado fuerte en la cabeza que lo había dejado tonto?

—¿Hola? ¿Recuerdas la pelea en la que te has metido? ¿Yo en el suelo, mientras me estrangulaban? Los malos que te han atacado…

—No me he metido en ninguna pelea. Tú estabas fingiendo que te ahogaban.

Sin duda le fallaba la cabeza. ¿De verdad creía que se iba a dejar estrangular? ¿Con qué objetivo? ¿Con qué clase de gente se codeaba aquel hombre como para concebir una idea semejante?

Se señaló el cuello, donde seguro que le estaba saliendo un feo morado, si es que no estaba sangrando.

—¿De verdad esto te parece fingido?

Caillen miró las marcas púrpura que contradecían su acusación. La verdad era que sí parecían dolorosas y auténticas. Por no hablar de que seguramente le dejarían una cicatriz y la mayoría de mujeres que conocía se resistían a la desfiguración permanente.

Aun así, había gente que se había mutilado por razones más tontas y los qillaq no eran normales en ningún sentido de la palabra. Por cumplir la voluntad de la reina, igual estaba dispuesta a destrozarse el cuello, marcarse la cara o incluso comerse niños para desayunar.

—Estabas sirviendo bien a tu país. Estoy seguro de que te condecorarán.

Después de todo, para eso vivía la gente.

Ella hizo una mueca de irritación.

—¿Qué crees que estaba ocurriendo cuando te has metido por medio?

¿Meterse por medio? Vaya con la chavala. En su barrio, a eso se lo llamaba ayudar a alguien. Lo que demostraba su sospecha: que ella no estaba realmente en peligro.

—No lo «creo», lo sé. He oído a tu jefa llamar a seguridad y decirles que yo estaba tratando de matar a su princesa. Eso es un hecho claro y meridiano.

—¿Y cuál de las mujeres del pasillo crees que era la princesa?

Caillen repasó mentalmente toda la gente que había estado allí. Dos personas de sexo desconocido, cubiertas con túnicas, y tres miembros de la Guardia. Una princesa no serviría en la Guardia, así que sólo quedaban los otros dos con los que había luchado.

—Supongo que una de las personas ocultas por las túnicas, o nadie. Sólo era una trola.

Ella puso los ojos en blanco.

—¿Entiendes de física cuántica y no eres capaz de deducir esto? Yo soy la princesa, necio.

Sí, claro. Seguro. Eso no tenía el más mínimo sentido. Había visto cómo la miraban las otras y cómo la trataban: como a una mierda. Si fuera hija de su sádica reina, no se atreverían a hacerlo. Por no hablar de otro pequeño detalle.

—Yo no estaba tratando de matarte. —Aunque podía ser que lo hiciera si ella no cambiaba un poco de actitud.

La chica lo miró como si fuera tonto.

Y eso lo hizo sentirse como si lo fuera cuando por fin entendió lo que le estaba tratando de decir.

—Eres la princesa.

Ella asintió.

—Estaban intentando matarte y culparme a mí falsamente…, idiota.

No iba a dejarle que lo insultara sin devolverle un insulto propio.

Por el brillo de sus ojos, pudo ver que a ella le gustaría machacarlo hasta hacerlo papilla.

—Muy bien, dejémonos de insultos infantiles.

—Has empezado tú.

La joven sonrió con desdén.

—¿Qué edad tienes, cuatro años? Por favor, para ya. No creo que con mi humor actual pueda sobrevivir a tanta agresión adolescente. Eso si podría acabar conmigo. —Con una mueca, le hizo el gesto de un capirotazo con todos los dedos de la mano, un insulto en su país—. Tienes que ser consciente de que en este momento me está costando toda mi fuerza de voluntad no hacerte daño.

Él se rio de su amenaza. Aunque se la veía musculosa, era mucho más pequeña que él. Mientras mantuviera la polla guardada, no había mucho que aquella chica le pudiera hacer.

—Nena, me encantaría verte intentarlo. Créeme, hombres y mujeres que se te comerían para desayunar han querido matarme y aquí sigo. Aún de pie. Todavía pateando culos.

Ella soltó un bufido burlón.

—Explícame cómo es posible que quepamos los tres en esta cápsula.

Ahora fue Caillen quien la miró perplejo.

—¿Los tres?

—Tú, yo y tu enorme ego.

Él abrió la boca para replicar, pero ella se la tapó con una mano.

—Ya basta —dijo en un tono imperioso que confirmó su linaje—. Mi madre está en esa nave y quieren matarla. ¿Entiendes el idioma en que está escrita la consola de mandos para ayudarme a encontrar el modo de comunicarme con ella y explicarle lo sucedido? ¿O al menos para alertar a los de seguridad para que vigilen?

Intentando no pensar en que ella tenía una mano increíblemente suave y que a él le encantaba la sensación de su tacto, se la apartó de los labios y se la puso sobre el brazo del sillón.

—Estamos en una cápsula de huida. No está diseñada para ningún tipo de comunicación.

—Bueno, eso sí que es estúpido. ¿Y cómo vamos a avisar de que…?

—Emite un pulso de emergencia cada seis segundos. Va directo al EBF para informar a las autoridades de que hay ocupantes vivos que necesitan rescate.

La joven soltó un suspiro de alivio.

—Entonces, ¿regresarán para buscarnos?

—No, no lo harán.

—¿Por qué?

Caillen hizo un gesto hacia la oscuridad donde se había perdido la Arimanda.

—Es una nave llena de políticos y de realeza. Se lo notificarán a una patrulla de la Liga. Pero de ningún modo se acercarán a nosotros por miedo a que sea una trampa. Por lo que sabemos, cualquiera podría haber cargado este mal bicho con suficientes explosivos como para desintegrar un planeta subclase habitado y, en cuanto se acercaran… —Acabó haciendo un ruido de explosión—. Créeme, no se arriesgarán.

Ella se pasó los dedos por el pelo, como si también se sintiera impotente.

—No puedo creer que esté pasando esto.

—¿Tú? Estaba planeando echarme de esa pequeña reunión, pero no así.

Y definitivamente no con ella. Eso era lo que le pasaba por cambiar de opinión sobre marcharse y haber ido hacia sus habitaciones para disculparse con su padre.

Gruñó mientras se volvía a sentar en el sillón y comenzaba a revisar los datos del panel de control para ver adónde los estaba llevando la cápsula.

—¿Qué estás haciendo?

¡Cómo si fuera a decírselo! No era asunto de ella. Por no hablar de que aún no estaba totalmente convencido de que no le hubiese puesto una trampa. Bien podría estar aún jugándosela. Hasta podría acusarlo de raptarla. Algo que se pagaba con la muerte.

Incluso un príncipe.

Los qillaq eran despiadados y él había insultado a su reina. En público. No quería ni pensar lo que podrían hacer para vengarse. Eso había dicho su padre.

—No te preocupes. —Apretó un botón del monitor y abrió una carta estelar en la pantalla principal. Hubiera empleado su comunicador para pedir ayuda, pero sin un amplificador de señal sería inútil. No podrían llamar a nadie hasta que aterrizaran. Maldición.

Ella miró ceñuda la carta de brillantes colores que mostraba todos los rincones del sector en que se hallaban.

—¿Qué es eso?

Caillen señaló un planeta a la derecha y lo tocó, luego abrió los dedos en diagonal para ampliarlo y que lo viera.

—Nos dirigimos aquí y llegaremos a la superficie en poco más de una hora.

—¿Una hora?

Él arqueó una ceja ante su tono abatido.

—Estamos en medio del espacio, lejos del tirón gravitacional de las grandes masas de rocas y de las esferas luminosas de gas. Eso hace que aterrizar sea un rollo, pero nos evita estrellarnos contra algo feo. Lo siento si te ofende.

—Tú eres lo que me ofende.

Él tuvo que contenerse para no responder a su tono imperioso con algo aún más infantil. Había algo en ella que lo irritaba y lo impulsaba a hacerle daño. Dios, si tenía que estar atrapado con una mujer, ¿no podría haber sido con una que le hubiera hecho pasar un buen rato?

—Oh, bueno… la próxima vez que vea a alguien estrangulándote, le dejaré en paz. —O lo ayudaría—. Sobre todo ahora que entiendo lo que lo motivaba. Es una pena que no me haya traído aquel cable.

—No eres gracioso.

—Lo cierto es que no trato de serlo.

Se quedó en silencio y buscó información sobre el planeta al que se dirigían.

Desideria no quería sentirse impresionada, pero la facilidad con que él empleaba el complicado ordenador y leía aquel idioma extranjero era algo que envidiaba. La hizo desear haber prestado más atención a la parte de su educación que había transcurrido en un aula.

—¿Qué idioma es ese?

—Universal. El que estamos hablando. ¿No sabes leerlo?

Desideria notó que se sonrojaba por una verdad que la avergonzaba.

—De haber sabido, no hubiera presionado el botón equivocado.

Él abrió los ojos, sorprendido.

—¿Nadie te ha enseñado a leer universal?

Ella apartó la vista y pensó que no era totalmente culpa suya que no supiera leerlo.

—Tenía que empezar a aprender la parte escrita el año que viene. No se considera una prioridad entre mi gente. Pero sé leer qillaq.

Caillen no quiso criticarla. Su gente vivía tan apartada que eso tenía sentido y, además, por su repentina reserva veía que a ella le molestaba esa carencia. Él mismo tampoco lo hubiera sabido de no ser porque cuantos más idiomas sabía un contrabandista más difícil era que lo pillaran.

—Bueno, pues alégrate de que yo sí pueda leerlo.

—¿Por qué?

—Porque nos dirigimos hacia un planeta andarion.

Ella inclinó la cabeza.

—¿Y eso es malo?

Caillen soltó una risita gutural.

—¿Si es malo? ¿No sabes nada de ellos?

—No. No mucho. Mi gente no se relaciona con su raza. ¿Por qué?

Demostraban ser muy listos en eso. Porque el mejor plan de acción con los andarion era agachar la cabeza y poner toda la distancia posible entre tú y ellos.

—Para decirlo simplemente: hacen que tu gente parezcan mariquitas con lazos.

El fuego regresó a la mirada de la joven.

—Y tú eres un caracol cojo si crees eso.

Caillen no supo por qué, pero le encantó verla cabreada. Hacía que los ojos le brillaran y le añadía un rubor que le sentaba muy bien.

—No lo digo por ofender, preciosa. Es la verdad. Miden de media más de dos metros, tienen largos colmillos, visión nocturna y están entrenados desde pequeños para matar cualquier cosa que se les ponga delante, o a cualquiera. Ah, y antes de que me olvide, su plato favorito resulta ser la carne humana. Qué suerte.

Ella lo miró con desdén.

—Estás tratando de asustarme.

Él abrió en la pantalla una enciclopedia en qillaq.

—Compruébalo tú misma.

Desideria tuvo que controlarse para que los ojos no se le abrieran de sorpresa al leer lo que confirmaba las nefastas predicciones de Caillen. Tenía razón. Los andarion eran una raza guerrera en el más estricto sentido de la palabra; realmente hacían que su gente parecieran mariquitas. Por lo general, estaría más que dispuesta a enfrentarse a ellos y demostrar su valía, pero ninguno de los dos llevaba armas y el suicidio no era algo que le apeteciera.

—¿Podemos cambiar de rumbo?

Caillen se reclinó en su asiento y la observó con aquella sonrisa petulante que ella estaba empezando a aborrecer. Y, para colmo, las luces de la consola remarcaban esa sonrisa.

—Verás, el problema con las cápsulas de huida… es que están diseñadas para funcionar incluso si el ocupante está incapacitado. Una vez estás en ella y presionas el mágico botón naranja que tú has descubierto tan rápidamente, la cápsula se ocupa de todo por ti. Pide ayuda y pone rumbo hacia el planeta habitable más próximo que tenga una mezcla de aire respirable similar a la de la cápsula.

—Pero es estúpido que no haya alguna forma de tomar el control.

Él se rascó el mentón mientras sus ojos se reían de ella en silencio.

—Te sugiero que hables de eso con el diseñador la próxima vez que lo veas. Eso suponiendo que sobrevivamos el tiempo suficiente como para que nos rescaten.

—Nos rescatarán.

—¿Cómo puedes estar tan segura?

—Porque no voy a permitir que mi madre muera. La traidora resulta que forma parte de la Guardia. Mi madre confía absolutamente en ella. Si no puedo advertirla sobre Pleba es como si ya estuviera muerta.

Caillen iba a recordarle que a él no le importaba su madre, que era una persona que había intentado subyugar a toda una raza, cuando algo en la pantalla llamó su atención. Se le cayó el alma a los pies al ver su siguiente obstáculo.

—Sí, y tenemos otro problema.

—¿Cuál?

Amplió la parte de la carta estelar que mostraba el área donde había desaparecido el Arimanda. Señaló un orbe brillante que se hacía grande rápidamente.

—Espero equivocarme, pero a juzgar por el tamaño y la velocidad, me parece un caza.

A ella se le iluminó el semblante de esperanza.

—¿Viene a rescatarnos?

Guau, Caillen vendería su alma por ser tan ingenuo. Sin responderle, se levantó de su sillón y se metió por debajo del panel para abrirlo y poder acceder a los cables.

—Es un caza —repitió.

Desideria se quedó perpleja ante su obsesión con esa frase.

Para ella, eso era bueno.

—¿Quieres decir…?

—Que en ellos no caben más de dos personas y está volando en solitario. —Su profunda voz quedaba parcialmente amortiguada por el metal bajo el que estaba—. Están pensados para matar, no para rescatar. Y a no ser que me equivoque mucho, cosa que nunca me ha pasado, estoy seguro de que quien viene hacia aquí pretende acabar lo que han dejado a medias en el pasillo.

Desideria puso los ojos en blanco.

«Por favor…».

No había ninguna razón para pensar eso. Podía ser un simple explorador. Sobre todo si, como él había dicho antes, pensaban que su cápsula podía ser una trampa. Tenía sentido enviar a un caza para averiguar si necesitaban algo o estaban heridos o querían que los rescatasen. ¿Acaso aquel hombre no podía ser optimista? ¿Tenía que estar siempre viendo la peor situación, incluso si no era necesario?

—Estás paranoico.

Esas palabras casi no habían salido de su boca cuando un rayo de color atravesó el espacio, directo hacia ellos.

Los atacaban.

Y ellos estaban totalmente indefensos.