En el primer palco de la derecha, un balcón oval engalanado con pesados cortinajes morados y alargados candelabros, se distinguía a media luz el perfil afilado de Viglietti, sus pómulos picados y la barba bien arreglada. En su rostro se adivinaba una mueca de desdén hacia la representación teatral; se aburría y jugueteaba con los dedos por el cuello largo y blanco de su chica, una joven hermosa, de rasgos orientales y cuidado maquillaje, que recogía su pelo en un moño alto, ofreciendo así a Viglietti su cuello refinado. La chica sonrió a su amante, quien le besó el cuello mientras con un chasquido de dedos ordenaba algo de bebida a su servidor. El malvado Viglietti ignoraba que, a menos de dos metros, en el palco contiguo, Guillermo Birón observaba desde la oscuridad, oculto tras unos binoculares que dirigía alternativamente hacia el escenario, hacia el palco de Viglietti y hacia el patio de butacas para estudiar la posibilidad de un salto que facilitase su huida en caso de problemas. La puerta del palco de Viglietti se abrió y uno de los esbirros dejó entrar a la camarera, que llevaba una bandeja con una botella de champaña francés y dos copas de brillante cristal. Viglietti dio una generosa propina a la camarera y se inclinó para descorchar la botella ante la sonrisa de la joven, que le besó tras la oreja y le llenó de carmín el cuello de la camisa. Viglietti levantó la botella y descubrió en la bandeja una servilleta doblada. Al desplegarla, acercándola a la luz, enfureció con su lectura: «¿Disfruta usted de Otelo, amigo Viglietti?», rezaba la nota. Y firmado: «Guillermo Birón». Sin que Viglietti tuviese tiempo de avisar a sus hombres, Birón irrumpió de un salto sobre la barandilla del palco, en difícil equilibrio, y se quitó el sombrero en saludo ante la perplejidad del criminal y la admiración de la chica que, boquiabierta, sonreía al recién llegado. En ese momento se abrió la puerta del palco y uno de los esbirros descargó su ametralladora en dirección a Birón, que saltó a tiempo hacia atrás, hasta alcanzar la gran lámpara de araña, de la que se colgó y, con impulso, utilizó como trapecio para alcanzar otro palco. El sonido de los disparos extendió el pánico en el patio de butacas y en el escenario. Todo el mundo intentaba escapar, mientras Viglietti gritaba a sus hombres, ordenándoles que matasen a Birón. Los pistoleros dispararon sus cargadores contra el palco en que se había ocultado Birón. Cuando cesaron los disparos, mientras los esbirros recargaban sus armas, el detective Birón volvió a saltar del palco hacia la lámpara, que utilizó de nuevo como trapecio para alcanzar el palco de Viglietti. Desarmó al primer esbirro de un puñetazo en la mandíbula. El segundo se echó encima pero, con una llave de yudo, Birón lo arrojó al patio de butacas. Miró alrededor y descubrió que Viglietti había huido con la chica. El detective se sirvió una copa de champaña y bebió un trago antes de, pistola en mano, salir a la carrera tras el villano.