Siempre habrá quien acuse al autor de vehemencia en su narración, de completa falta de rigor: «se escuda en la ficción con disfraz de realidad y en el juego literario para recuperar un gastado catálogo de lugares comunes: el estudiante que no sale vivo de comisaría, el chivato, los grises dando palos, etc» / «su paleoizquierdismo falsifica la memoria histórica de los lectores mediante elementos melodramáticos y apelaciones a una sentimentalidad ramplona» / «sus personajes, faltos de trayectoria y psicología, son sólo excusas instrumentales para un discurso caduco y vindicativo» / «arroja torpes paletadas de honor y sacrificio ejemplar sobre los horribles crímenes del comunismo en el siglo XX».

Para evitar —o al menos atemperar— tales acusaciones, de forma cobarde daremos voz a todas las partes. Caminemos juntos, el autor el primero, por la senda de ese perspectivismo indulgente del que somos hijos.

Una forma de contar los sucesos antes referidos es la siguiente:

INCIDENTES EN LA FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS

UNA MANIFESTACIÓN, ENCABEZADA POR TRES CATEDRÁTICOS, FUE DISUELTA POR LA FUERZA PÚBLICA

Las autoridades académicas han adoptado medidas disciplinarias

En el día de ayer, un grupo de estudiantes y personas no controladas provocó una reunión tumultuaria en el vestíbulo de la Facultad de Filosofía y Letras de la Ciudad Universitaria. Este incidente sucede a otros de tipo análogo producidos en días anteriores en otras Facultades.

En los hechos de ayer, intervinieron tres catedráticos, quienes, después de hablar a los alumnos, se dirigieron en manifestación hacia el Rectorado de la Universidad, a la cabeza de un grupo de estudiantes que fue engrosando con personas procedentes de otros edificios universitarios, con el pretexto de hacer entrega al rector de las conclusiones de una pretendida Asamblea de estudiantes libres.

La fuerza pública que se encontraba en las cercanías de la Facultad de Medicina, haciendo uso de las mangueras de auto-tanques, disolvió a los manifestantes, algunos de los cuales respondieron con piedras. El agente de la Policía Armada Gregorio Serrano Arellano tuvo que ser hospitalizado por las lesiones sufridas. Otros cuatro agentes de la autoridad y dos estudiantes resultaron con contusiones leves.

Nota del Rectorado de la Universidad de Madrid

Con el fin de asegurar la normalidad académica que repetidamente se ha perturbado durante estos últimos días y adoptadas ya las medidas disciplinarias correspondientes, este Rectorado comunica, para general conocimiento:

1) Queda prohibido el acceso al recinto dedicado a Facultad a los estudiantes pertenecientes a otras y a cualquier persona que no posea la condición de estudiante. A tal efecto, se exigirá la presentación del carnet de las Facultades correspondientes y, en todo caso, a los infractores de aquella prohibición les serán aplicadas las sanciones que procedan.

2) Las autoridades académicas, haciendo uso de las disposiciones vigentes, utilizarán toda clase de recursos legales a que fuere necesario acudir, con el fin de que no se altere el orden académico y se garantice el derecho de los profesores y alumnos al normal ejercicio de las actividades docentes.

Otra voz a tener en cuenta en el relato de lo sucedido, desde un punto de vista similar, puede ser:

«Nos duele profundamente que en una sociedad en pleno desarrollo cultural, social, económico y político se produzcan hechos como éste, más propios de países llegados recientemente a la nacionalidad que de pueblos que, como el nuestro, ofrecen abundantes superávit de madurez. Estas expresiones un tanto tribales de la opinión contrastan duramente con la alta jerarquía intelectual y social de la vida universitaria y comprometen al sedicente Magisterio que, con rudo desprecio a sus deberes de ejemplaridad, se convierte en fermento de algarabías callejeras. Toda alteración de la convivencia resulta punible, máxime cuando se genera en ámbitos que por su prestigio y responsabilidad están situados dentro del foco de atención general. Sangrar la vena de una demagogia acomodaticia para labrarse una pequeña reputación de espartaquistas de la docencia, no pasa de ser la repetición de una vieja pirueta incapaz de concitar unas dosis mínimas de respeto. Tales actitudes se pagan a un alto precio. La sociedad, por de pronto, se siente desilusionada ante tamaña prueba de abrumadora inconsecuencia y defraudadas y justamente alarmadas las familias que entregan sus hijos al seno de una institución donde el principio de autoridad y jerarquía no puede arriarse de su firme pedestal para ser enarbolado en un ruidoso pasacalle. Tenemos que registrar con amargura un suceso que en tan gran medida perturba el vivir de las aulas y que tan lamentable ejemplo brinda a una sociedad, serena y tenazmente entregada a fértiles tareas de superación colectiva. Con tales disidencias, el difícil y constructivo quehacer político que trata de fortificar la convivencia sobre sólidos principios morales y materiales no podría contemplar sin inquietud la insólita obstinación en las formas regresivas de quienes, por esencia y definición, constituyen selecta minoría en el mosaico de la vida nacional.»

Seguimos recibiendo interesantes aportaciones para completar nuestra visión:

DES CONFLITS À L’UNIVERSITÉ DE MADRID AVEC PLUSIEURS BLESSÉS

UN ÉTUDIANT DEMEURE EN ÉTAT CRITIQUE APRÈS L’INTERVENTION DE LA POLICE

De notre correspondant à Madrid, J.A. Novais.— La tension dominante pendant les dernières semaines à L’Université de Madrid a éclaté hier avec d’énormes conséquences. Des centaines d’étudiants, qui étaient réunis à ce qu’on appele «l’Assemblée Libre», ont marché en manifestation vers le Rectorat où ils voulaient poser un document avec leurs demandes.

Quelques professeurs éminents se trouvaient à la tête des manifestants. Les unités de la police, groupées dans le campus depuis quelques jours, ont interdit le pas à la manifestation. Selon les témoignages des participants, après avoir utilisé des canons d’eau froide afin de disperser les rassemblés, qui étaient assis sur le sol, la police s’est élancée sur eux agresivement.

D’après mes informateurs, au moins une vingtaine d’étudiants ont resulté gravement blessés, la plupart dans la tête à cause des coups reçus. Les blessés ont éte emmenés aux hôpitaux La Paz et Clínico Universitario. Quelques-uns, selon les déclarations des témoins, ont resté hospitalisés à cause de l’importance de leurs blessures. L’un parmi eux pourrait se trouver dans un état très critique, ayant même peur pour sa vie.

Le Rectorat de l’Université de Madrid a décidé la fermeture de la Faculté de Lettres, où les manifestants se trouvaient réunis, dû à la «répétition d’événements qui n’ont pas de rapports avec la vie académique».

Continuando el recorrido, las vueltas y revueltas a la misma montaña, las gafas con cristales de todos los colores, encontramos un sucinto relato de los hechos, o al menos de sus consecuencias:

«El 25 de febrero se reanuda la asamblea en la Facultad de Letras. Se lee un parte facultativo sobre el estudiante Luis Tomás Poveda, golpeado por la policía en la manifestación del día anterior: “hundimiento de la caja torácica, desprendimiento de retina en ambos ojos con pérdida sensible de la vista en un ojo y probable en el otro, rotura de cejas, traumatismo general”. Se informa que Aranguren, García Calvo y Montero Díaz han sido suspendidos de sus funciones. Se informa igualmente de la detención de una docena de estudiantes. En protesta, se acuerda suspender las clases. Hay miedo a nuevos enfrentamientos y Tierno, el Uve Pe, salió a negociar con el oficial al mando de las fuerzas de policía armada. Acuerdan salir “con orden” y no se produce carga. Había, en ese momento, cuarenta jeeps llenos de policías, más una sección de caballería, tres microbuses de la Brigada Social y tres autotanques.»

Por fin y por último, comparecen por alusiones dos experiencias en carne propia:

«Asustado, sólo buscaba un hueco, una salida por donde escapar de aquella encerrona. Un jinete, al pasar junto a mí, me sacudió un golpe de porra que me alcanzó en el pecho, caí al suelo, me costaba respirar, vomité. Entonces dos estudiantes me recogieron, cada uno por una axila, y casi en volandas me sacaron de allí. Yo pensé que me salvaban, que me llevaban a lugar seguro, hasta que, a la vista de la dirección que tomaban, comprendí que mis dos ángeles custodios eran en realidad dos policías de paisano, que me llevaban hacia la zona desde donde los armados lanzaban sus cargas y donde se replegaban tras cada embestida. Intenté soltarme, zarandeándome, recuperando mis escasas fuerzas pese al dolor, me tiré al suelo pero me arrastraron unos metros más hasta soltarme y entonces me vi rodeado de ángeles grises que, varita en mano, me golpearon durante varios segundos. Duró poco pero fue suficiente; debí de recibir unos quince o veinte porrazos, en la cabeza la mayor parte, otros en las piernas y en el estómago, ya no recuerdo más hasta que desperté en el Hospital Clínico, no sé cuánto tiempo había pasado, estaba en una cama, con los dos ojos cubiertos por apósitos y todo el cuerpo dolorido. Me toqué la cara, descubriendo los moratones y los puntos que me dieron en la frente, en las cejas, en un pómulo. Me recorrí la boca con la lengua, notando la falta de un diente y cortes en las paredes interiores y en los labios. Mi madre estaba sentada junto a la cama, me tomó la mano, yo sólo la oía entre llantos, mi niño, mi pobre niño. Al segundo día me quitaron los apósitos de los ojos para practicarme una cura y descubrí que tenía problemas en la vista, con un ojo veía más o menos, pero con el otro sólo distinguía bultos, desprendimiento de retina, diagnosticó el doctor. Me hicieron una cura en los ojos y me los volvieron a cubrir, y en ese breve tiempo sólo pude ver a mi madre y a la pareja de querubines que estaban en la puerta y que me acompañaron en todo momento por un doble motivo: para evitar la entrada de periodistas extranjeros, pero también para evitar mi improbable fuga, porque yo estaba detenido, acusado de desórdenes públicos y resistencia a la autoridad. Inicialmente la prensa negó que hubiera heridos hospitalizados, pero finalmente, tras las noticias aparecidas en la prensa francesa, acabaron por reconocer mi situación, porque yo estaba de pronóstico reservado, sobre todo por lo del pecho, que estuve con respiración asistida y tuvieron que escayolarme todo el tronco, inmovilizándome por completo. A partir de ahí, durante aún varios días publicaron informaciones sobre mi estado, diciendo que yo mejoraba, que las perspectivas de curación eran optimistas, pero no decían que yo no era el único, que otros estudiantes estaban también ingresados con heridas y muchos otros sufrieron daños leves y prefirieron no acudir más que a una casa de socorro, o curarse en sus casas para no ser detenidos, pero también salieron de aquella manifestación con la cabeza abierta, o un brazo roto, o hematomas por todo el cuerpo. Sobre el origen de mis lesiones, los diarios se limitaron a recoger la nota de prensa ministerial que, junto a piadosos ruegos por mi pronta recuperación, afirmaba que yo había sido víctima, durante los enfrentamientos, de un «tropezón tumultuario», en el que poco menos que una manada de elefantes debería haber pasado sobre mi cuerpo tropezado. Pronto me dieron el alta hospitalaria y tuve que seguir la curación en casa, en contra del criterio médico que no aconsejaba aquel traslado por lo delicado de mi estado; lo hicieron para apagar la alarma, para poder decir eso de «el señor Poveda recibe asistencia facultativa en su domicilio», que era como decir que no era para tanto, que ya estaba curado, que habían sido unos rasguños de nada. Y aún quedaba por resolver un asunto, ya que a efectos penales yo estaba detenido, de hecho me tomaron declaración en el hospital y unas semanas después recibí en mi domicilio una citación judicial. Pero mi padre protestó en todos los sitios donde pudo protestar, amenazó con montar un escándalo, hablar con corresponsales extranjeros, porque su hijo había sido vapuleado y todavía querían encausarlo, y finalmente se archivó mi caso.»

«Aquello era un trabajo como otro cualquiera, un sueldo, una jornada, unas tareas, y cumplíamos, guardábamos el orden público, deteníamos a los ladrones, tranquilizábamos a la gente con nuestra presencia. No pegábamos a nadie por ser comunista o ser del Atleti, sino por armar bronca en la calle, cortar el tráfico, tirar huevos o piedras, lo mismo que hoy: que hay una manifestación, la policía se presenta para mantener el orden público, se dan las advertencias correspondientes para que la gente se disuelva, para que no corten una carretera, para que no tiren piedras, y si las advertencias no son escuchadas se pasa a la segunda fase, si hay que recurrir a la fuerza se recurre. Pues lo mismito hacíamos nosotros. Yo además, y no es que me defienda de nada, porque no tengo culpas que me puedan echar en cara cuando me muera y vaya donde tenga que ir, yo era más bien ignorante, como muchos compañeros, no sabíamos de qué iban las cosas, éramos unos mandados, hacíamos nuestro trabajo, nos curramos los años más duros, cuando te tirabas en la calle, encima del caballo, un día sí y uno no y el del medio. Me pasé veintitantos años siguiendo el jaleo desde la grupa y nunca me había caído hasta el día aquel. La culpa fue de los estudiantes, que dieron más caña de la habitual, pero además yo ya estaba perdiendo forma, no era el de antaño. Cuando la manifestación esa yo contaba los cuarenta y siete cumplidos, y eso se nota cuando tienes que controlar con la rienda y los estribos. Para dar paseos con el animal por la Ciudad Universitaria o por los bulevares, de presencia, todavía tenía porte. Pero como la cosa se complicase y hubiese que repartir leña, ya no estaba yo tan fino y acababa baldado por completo. Pero hasta entonces no me había caído ni una vez, tenía el casco como el primer día. Ya hacía años que había pedido el cambio de destino, a ver si me daban, no digo yo que un despacho, pero por lo menos una patrulla de a pie; pero ni caso, como era de los que más experiencia tenía, y siempre había cumplido, pues me iban dando largas, que lo suyo está ya a punto, Serrano, que si dentro de un mes y no más, y así un mes y otro, hasta que pasó lo que tenía que pasar y me di la hostia. Yo iba ya muy arrastrado, que el caballo le gasta más a uno, algunas noches llegaba a casa que no me sentía del pecho para abajo ni el esqueleto. Por si fuera poco, el suelo estaba helado de la nevada que había caído esa noche. Empezamos como siempre, a perseguir un poco, a amagar que cargábamos, pero esta vez los chavales no reculaban tanto como otras veces. Hasta que nos dieron la orden y nos lanzamos. Sólo tuve tiempo para soltar dos o tres palos, porque en cuanto me metí entre los manifestantes un degenerado le hizo algo al caballo, le debieron de pinchar en los cojones. El animal, que era tranquilo y me respetaba por mucho que le hicieran la puñeta, se levantó en cabriola y, cuando lo tenía casi controlado, se le fue una pezuña con el hielo de los adoquines y allá nos fuimos los dos: yo de culo al suelo y el animal que me cayó encima con una pierna doblada y me acabó de joder. Me pegó un crujido por aquí dentro que me quedé tieso, frío, sin poder ni querer moverme, como si me hubiera roto en varios trozos y faltara un pequeño movimiento para descomponerme. Encima, los manifestantes, qué mala leche tan jóvenes, no vaya a creer que vinieron a socorrerme, joder, que bien que vieron mi caída y el costalazo. Pues no. No sólo no me ofrecieron una mano para levantarme, sino que un malnacido me soltó una patada en el costado que me acabó de hacer la pascua esa mañana, qué juventud, mucho hablar de democracia y de libertad, y luego a un viejo que se cae del caballo no hay uno solo que le socorra. Claro que tenían motivos para patearnos, porque nosotros pegábamos fuerte, así ha sido siempre, ahí no valen democracias ni dictaduras: la policía pega fuerte en todas partes, porque eso te lo enseñan en las academias, es la única forma de que se tomen en serio tus advertencias para la próxima vez. Si no, ¿qué pasaría? Unos cuantos cortan la calle, llegamos nosotros y amenazamos pero luego no hacemos nada. Seríamos el pito del sereno. Y pegar suave y no pegar son la misma cosa. Si das, tienes que dar en serio, para que sepan que la cosa no es broma, que cuando dices disuélvanse es una orden, no una invitación. Y no me importa que digan que somos unos salvajes por dar tan fuerte como damos. Desde fuera se ve así porque la primera vez que coges una defensa en la mano te dices, mecachis, como le dé a alguno con esto en la cabeza lo mato, y se te encoge el brazo de pensarlo. Pero para eso vas a la academia, allí te quitan los miedos de momento. Además, nos calentaban antes de cargar, dentro de la furgoneta o en la comisaría antes de salir para una manifestación. Nos ponían rabiosos, que si no sé cuantos compañeros estaban heridos, que si nuestros hijos no podían ir a la universidad y esos niñatos malgastaban el dinero público echándose a la calle en vez de estar en clase, y cosas por el estilo. En correspondencia, ellos nos tenían ganas, y si caías sólo podías esperar que los compañeros te sacaran. Allí me quedé yo aquel día, dolorido por todas partes, con una patada de regalo en el costado y la mano que me la pisó un compañero sin querer y me fracturó el meñique. Estuve un par de meses de baja hasta que me pude poner en pie, pero ya me quedé jodido para toda la vida y el traslado que me habían regateado me lo tuvieron que dar porque no quedaron más cojones; no es que no me pudiera subir al caballo, es que ni para hacer guardia en la puerta de la comisaría servía, tenía que andar con bastón, me sentaba con problemas y luego para levantarme era un espectáculo. Me hicieron hueco donde el DNI, archivando papeles y tomando las huellas a los que se hacían el carné y luego les daba un trozo de papelito para que se limpiasen la tinta, y cuando no había gente me dedicaba a cortar tiras de papel como quien pela vainas, con un cojín bajo el culo y buscando la postura menos dolorosa.»