Por alusiones, pide turno el chivato, figura imprescindible en esta narración hasta ahora: Denis puede ser un chivato, André puede ser un chivato, el relator que dudó de su muerte era un chivato, e incluso podríamos introducir algún chivato más en próximos capítulos. Es hora de hablar del chivato, para el que sobran denominaciones, rico nuestro lenguaje, hábil y algo exhibicionista el autor en cuya mesa no puede faltar un buen diccionario de sinónimos que enriquezca el texto, chivato, delator, soplón, malsín, cizañero, chismoso, alcahuete, azuzador, chirlero, parlero, acusica, denunciante, oreja, orejeta, corredor de oreja, noticiero, gacetilla, chismero, chismógrafo, chinchorrero, alparcero, cotilla, correveidile, corrillero, fuelle, cañuto y otros términos malsonantes (peorsonantes, deberíamos decir tras la anterior enumeración) propios de nuestra imaginativa lexicografía popular con sus incontables variaciones regionales, locales, sectoriales, generacionales, porque aquello que abunda recibe más atención de la lengua coloquial, y qué abunda más entre nosotros que el chivato, el gran olvidado de nuestra literatura, elemento central de nuestra historia civil y militar, de nuestra política, de nuestro periodismo, de nuestras relaciones laborales y amorosas, y sin embargo dónde está el monumento al chivato, cuándo un día nacional del chivato, el reconocimiento que merece por su contribución a la cohesión social. El chivato:
«Pequeño mamífero del orden de los primates superiores, que con numerosas especies emparentadas forma la familia de los lenguaces. El prototipo de los lenguaces es el chivato español (delātor hispaniolus). Es un animal esparcido por todo el mundo. Su zona de origen es la Europa Meridional, probablemente las penínsulas Ibérica e Itálica.
»Mide de 22 a 26 cm de longitud y pesa de 200 a 450 g; su cola tiene de 18 a 22 cm (es más corta que la cabeza y el tronco juntos) y lleva escamas que, colocadas como en un tejado, se solapan y se disponen en anillos.
»La cabeza del chivato español, vista de perfil, parece truncada debido a la implantación de una dentadura muy característica. Los dientes incisivos son muy fuertes, curvados, largos, de crecimiento continuo y se articulan en bisel con sus antagonistas. Los caninos están ausentes, y existe mucho espacio entre los incisivos y los primeros molares. La fórmula dental es:
»I 1/1, C 0/0, Pm 1/2, M 3/3
»El hocico del chivato español lleva pelos táctiles bastante largos, con movimiento rítmico hacia adelante y hacia atrás, para explorar el espacio circundante, sobre todo por la noche. Los pelos son de color gris-marrón, con algunos pelos negros más largos. La parte inferior del cuerpo varía del gris claro al blanco sucio. Los pies, desnudos y de color de la carne, presentan fuertes garras que les permiten cavar madrigueras.
»Fuera del hábitat humano, este animal vive en las alcantarillas, los taludes, los hoyos, los montones de madera, en los diques, a lo largo de los canales, cerca del agua. En el campo se halla en cuadras y graneros. En la ciudad prefiere instalarse bajo techado y en todas las partes húmedas de los edificios, siempre en lugares poco alejados del agua.
»El chivato español es muy gregario. Varios individuos pueden formar, por estrecha cohabitación, una banda compuesta por 150 o 200 animales que se reconocen entre ellos probablemente por el sentido del olfato, que está muy desarrollado. Por otro lado, existe entre los miembros de una misma banda una gran facilidad para comunicarse entre ellos. Cuando un chivato se halla delante de un cebo, lo examina, lo estudia largamente, lo olfatea, observa los alrededores y finalmente decide si pueden consumirlo o no sus semejantes. En caso de duda, les comunica sus recelos y, para evitar cualquier equivocación por su parte, deposita en la superficie del cebo orina o excrementos. De esta forma los chivatos inexpertos están protegidos de los accidentes.
»Sus espacios naturales de desenvolvimiento son variados. En realidad existen pocos hábitat donde no pueda desarrollarse una comunidad de chivatos; incluso se han hallado restos fósiles de chivatos en condiciones adversas, como las alturas andinas (ruinas de la civilización incaica) o el círculo polar antártico (base científica francesa Dumont d’Urville, 140º de longitud este, donde la acción invisible de un chivato motivó en 1993 el relevo del profesor Bayrou por uso inapropiado de las comunicaciones vía satélite).
»En la actualidad y entre nosotros, su espacio preferente es el centro de trabajo, donde la desintegración de los lazos de solidaridad de clase, la devaluación de las condiciones laborales y la acción decidida de los departamentos de personal han favorecido la aparición de un caldo de cultivo ideal, en el que los chivatos crecen y se reproducen en la horizontalidad y la verticalidad de las empresas, causando enfrentamientos, disoluciones, intrigas y una general desconfianza defensiva que impide acciones conjuntas del cuerpo asalariado. Aunque suele ser identificado y aislado, el chivato se beneficia de la alta movilidad laboral y de las inevitables relaciones de poder que se forman en la conspiración de pasillos, recreos de café y lealtades variables.
»Pese a su preferencia por el centro de trabajo, el chivato no ha desaparecido de otros hábitats en los que su presencia es endémica, tales como los centros escolares (donde podemos hallar ejemplares cachorros que ya prometen una memorable madurez, alentados por ciertos miembros incautos del cuerpo docente que no son conscientes del monstruo que están creando, y pese a las represalias ejemplarizantes que sufren por parte de los alumnos: la conocida fórmula “chivato paga el plato” que incluye castigos corporales a merced de la cruel imaginación infantil), las comunidades de vecinos (donde, junto a ejemplares ya identificados, como la “vecina cotilla de patio” o el “vecino-mirilla”, reina sin discusión el tipo “portero”, tradicionalmente considerado como la especie de chivato por antonomasia, y tradicionalmente aprovechado por su potencial informativo por las autoridades, aunque hoy en retroceso por la proliferación de porteros electrónicos y el recorte de gastos en las comunidades), el colectivo de taxistas (esos hombres ociosos que en las paradas empujan el vehículo en punto muerto y leen prensa deportiva pasada de fecha no pueden tramar nada bueno) y, por supuesto, ciertas alturas biológicas cuyo estudio escapa a nuestro alcance, tales como la comunidad política y la periodística, interrelacionadas de forma estrecha por méritos de la evolución y cuya ósmosis suele disfrazarse con el retórico nombre de “periodismo de investigación”.
»Aunque su aparición entre nosotros tiene raíces milenarias (aquellos Audas, Ditalkón y Minuros que vendieron al lusitano Viriato para comprobar que Roma no pagaba a traidores), recientes investigaciones coinciden en señalar el carácter epidémico que adquirió en España entre los años 1939 y 1975 —o 1977, o 1978, discrepan los estudiosos—, período geológico conocido como “franquismo”, en el que se operó la creación de una gran red de confidentes, extendida en ciertos colectivos más adecuados para la actividad informativa: porteros de fincas, serenos, taxistas, periodistas, curas de confesión, bedeles de facultad, camareros, estudiantes y trabajadores en general de los sectores más sensibles. Todo aquel que pudiera aportar cualquier información de alguna actividad sospechosa, salidas a medianoche, reuniones habituales, compañías. Información con la que los servicios de seguridad creaban extensas fichas, muy exhaustivas, que dieron lugar a unos archivos que, es de temer, no fueron destruidos, puede que sigan existiendo, esperamos que en un almacén cogiendo polvo y no en uso. Cuestión importante, por higiene civil, sería averiguar qué ocurrió con aquella gran red de confidentes, pues todo es aún muy reciente, hace poco más de veinticinco años que cesaron en la prestación de sus secretos servicios, e incluso algunos habrán seguido hasta su retiro dando información, recogiendo datos, informando de los vecinos, porque se trata de una práctica de la que nadie queda libre, el que ha sido soplón lo es de por vida, esa actividad crea tal hábito, tal sensación de poder sobre los demás, que cuesta cortar con ella; el chivato no cesa, sino que traslada su actividad a otros campos. Según afirman reputadas obras de investigación histórica, se trataba de una red de cientos, miles de personas que cobraban sus mordidas por delatar, por informar, y que hoy siguen siendo desconocidos, anónimos, nadie se atrevió a hacer públicos sus nombres, todavía hoy no se tiene acceso a los archivos de la Brigada Político-Social y de otros órganos represivos de la dictadura. Y esas personas, ¿qué ha sido de cada uno de ellos? ¿Cómo se reintegran en la vida democrática, qué ocurre con sus hábitos de soplones? Por ejemplo, en la universidad: el SEU, el sindicato estudiantil franquista, disponía de su propio servicio de información e investigación, que alimentaba un detallado fichero de cada estudiante, con sus antecedentes políticos, familiares, sus actividades, todo. ¿Qué ha sido de aquellos que formaron parte de ese servicio, o de los distintos servicios de información que operaban en la universidad? Algunos no tendrán hoy más de cincuenta años. Gracias a aquella red se rellenaron miles de fichas, informes, expedientes personales, que eran encargados por la Dirección General de Seguridad, por los gobernadores provinciales, por el secretario nacional de turno o, desde arriba, por el llamado Gabinete de Enlace, perteneciente al Ministerio de Información y Turismo de Fraga Iribarne, donde se coordinaban todos los servicios de información, porque cada organismo tenía el suyo, su propia red, cada ministerio, los sindicatos oficiales, la falange, el ejército, el SEU. Y con tantos tentáculos se redactaban fichas de miles de personas, con sus antecedentes, su historia familiar, su tendencia política, pero también detalles de su vida privada, de sus amistades, sus tendencias sexuales. Informaciones que se utilizaban incluso para chantajear, para comprar silencios y servidumbres, desacreditar opositores, controlar en fin. Eran muchos los fichados: no había prácticamente nadie que trabajase en el campo de la cultura, de la política, del sindicalismo, del clero, o de la propia administración, que no tuviera su ficha. Quizás algún día se levante el secreto, las trabas administrativas que hoy existen, y todo aquello se pueda investigar, aunque nos tememos que los documentos más comprometidos fueron todos destruidos. Qué sorpresas nos llevaríamos al saber que nuestro vecino, nuestro jefe de personal, nuestro portero o nuestro compañero de pupitre lo sabían todo sobre nosotros, eran unos espías cotidianos.»