TRECE
CALAMIDADES

Si en los años de la década de 1920 hubo esperanzas e ilusiones, también hubo violentos derrumbamientos. El crash de Wall Street fue simbólico de la tendencia general a desplazamientos bruscos que afectaban todo, desde las finanzas a la religión. Tras la breve prosperidad de la posguerra y el optimismo político surgido con la fundación de la Liga de las Naciones, los últimos años de la década vieron la repentina aparición de la inflación galopante, la agricultura deprimida, el declive de la industria, el desempleo masivo y la inestabilidad política. Los maestros espirituales se vieron afectados porque el interés popular pasó de la religión a la política. En 1933, cuando Hitler alcanza el poder y el mundo desarrollado se polariza rápidamente en tres campos, las democracias liberales, las dictaduras fascistas y la dictadura comunista, la Sociedad Teosófica está en su ocaso, la Obra ha desaparecido, la Escuela de la Sabiduría de Darmstadt se ha clausurado, la antroposofía está duramente reprimida, y muchas de las figuras dirigentes que aparecen en este libro han muerto, o están locas, en el silencio o en el exilio.

Para empezar, la violencia se cebó en la antroposofía con un incendio que, la víspera del día de Año Nuevo de 1922, redujo a cenizas el primer Goetheanum. El edificio inacabado de madera era sumamente vulnerable a las chispas de las herramientas de los obreros o del sistema de calefacción, pero se sospechó, y con alguna razón, que el incendio fue provocado. Corría por toda Alemania un panfleto virulento en el que se atribuían a Steiner delitos de todo tipo, desde judío, traidor, hechicero, carbonario, comunista y fabiano hasta defraudador financiero y, aunque parezca increíble, partidario del IRA[257].

Casi todos los antroposofistas atribuyeron el desastre a sabotaje, pero algunos dijeron que en el fuego había intervenido algo más que el hombre y acusaron a Ahriman, el Señor de la Faz Oscura.

Según Steiner, Ahriman llevaba causando estragos en el mundo desde 1879, año en que el arcángel Miguel asumió la guía divina de la humanidad y empezó un proceso cósmico de iluminación[258]. A él se le opusieron ferozmente las fuerzas del mal (con incidentes como éste). De esta manera, se explicaba la destrucción del Goetheanum en términos de guerra metafísica, lo cual no impidió que la Sociedad Antropofísica cobrara la elevada suma del seguro.

La vida sosegada de Steiner, dedicada casi por entero a sus lecciones sobre temas esotéricos y a la construcción del Goetheanum, presenta un contraste grotesco con la histeria generada por las acusaciones y contraacusaciones en que se vio envuelto. Los antroposofistas replicaron a sus críticos en los mismos términos violentos, acusándolos de sabotaje espiritual y físico y de intentar asesinar a su líder. Parece que algunas de estas acusaciones estaban justificadas. El asesinato político era corriente en Alemania, donde la derrota, la inflación galopante y el caos político propiciaban que de todas las partes se buscaran culpables del fracaso de la guerra. Hitler alcanzó la presidencia del Partido Nazi en septiembre de 1921 con un programa basado en el anticomunismo, el antisemitismo y la regeneración nacional. En noviembre de 1923 fue uno de los líderes de la derecha que se sublevaron contra el gobierno, por lo cual fue encarcelado al año siguiente. Viva muestra de la atmósfera electrizante que se vivía en Alemania en la década de 1920 es que las serias reuniones de Steiner, como si fueran mítines de comunistas o nazis, tenían que estar protegidas por matones jóvenes, dispuestos a caer sobre los perturbadores.

Por otro lado, fue esa misma agitación la que estimuló después de la guerra el interés por la obra de Steiner en los países de habla alemana, especialmente en su nativa Austria, donde toda la estructura política se había colapsado. Aunque derrotada y desgarrada por las luchas internas, Alemania permaneció unificada y, a pesar de haber perdido territorios, seguía siendo esencialmente el país que fue antes de 1914. Por contra, el Imperio Austro-húngaro fue completamente destruido y Viena, que había sido la capital imperial del centro y este de Europa, se convirtió de golpe en una apartada ciudad provinciana de un país pequeño y vulnerable a las casi permanentes revueltas regionales.

Steiner puso cada vez más su mente en los asuntos sociales y políticos, preocupado por la necesidad de conseguir un orden estable en Europa Central si se quería evitar otro período de guerras y revoluciones. Su interés por estos asuntos se acrecentó con el triunfo de Lenin en Rusia y la esperada expansión del ateísmo por toda Europa después de la Revolución Rusa. Ya en 1917 y 1918 había discutido sus planes con altos dignatarios políticos en Munich y Berlín, entre ellos el entonces canciller del Imperio Alemán príncipe Max de Baden, y parece que sus escritos sobre el tema llegaron a manos del último emperador austriaco, Carlos VI, aunque no es probable que leyera lo que en cualquier caso llegaba tarde y era demasiado fantástico para salvar su dinastía.

El fundamento del pensamiento de Steiner era el Triple Orden Social o Mancomunidad, acerca de la cual escribió un libro en 1919[259]. Fundaba la organización política y social en la división del organismo humano en tres partes, pensamiento, sentimiento y voluntad, que se corresponden con las esferas de la cultura, la política y la economía. De la misma manera que el pensamiento, el sentimiento y la voluntad están ineludiblemente interrelacionados en el ser humano, la cultura, la política y la economía lo están en el estado.

Se trata de una idea ya conocida, pues la Mancomunidad Triple es una variante de la antigua manera de concebir el estado en los mismos términos que el cuerpo humano. Pero mientras los teóricos antiguos tienden a equiparar al gobernante con la cabeza y a las demás clases con otras partes y órganos del cuerpo, Steiner afirma que en la era moderna de lo que él llama el alma consciente hay que aplicar una analogía menos jerárquica. Los términos de esta analogía se establecieron, según Steiner, durante la Revolución Francesa, pero fueron confundidos por sus protagonistas. «Libertad, Igualdad y Fraternidad» es, en efecto, el lema adecuado para la era moderna, pero sólo si se tiene en cuenta que cada componente del lema pertenece a una esfera distinta de la existencia.

El estado ideal de Steiner implica la libertad cultural, la igualdad política y la fraternidad económica, es decir, el cooperativismo. Las comunidades que aplican el valor equivocado a la esfera equivocada (como los ingleses, con su pasión por la libertad política, o los comunistas, que buscan la igualdad económica) no encuentran el camino espiritual, que sólo aparece cuando las tres esferas están correctamente relacionadas. Grosso modo, el esquema de Steiner reduce el papel del estado a la aplicación de los derechos políticos y pone el mayor acento en la importancia del esfuerzo individual y el asociacionismo voluntario, una curiosa semejanza con el conservadurismo que aparecerá más tarde en el siglo XX.

Esta estructura tripartita, que también es la base del sistema de medicina «curativa» de Steiner, fue más elaborada por su creador y seguidores, pero su importancia en el presente contexto es que existe de alguna manera. Lejos de dar la espalda a la sociedad para retirarse a un Ojai o un Prieuré, Steiner propuso ambiciosamente su esquema como medio de redimir al mundo del caos. Al mismo tiempo aceptó que no podía ser impuesto, porque introducir por la fuerza los grandes cambios necesarios en la organización social, sería viciar toda la razón de ser de la libertad en que se basa. Ateniéndose a los principios antroposóficos, el Triple Orden sólo es válido si surge orgánicamente de la necesidad comunitaria. Pero no pudo ser. Las sutilidades doctrinales de la Mancomunidad fueron eclipsadas fácilmente por las doctrinas más violentas del comunismo y el nacionalsocialismo.

También estaban contados los días del propio Steiner. Aunque casi de inmediato se dedicó a recaudar fondos para reconstruir el Goetheanum, se sintió muy afectado por el incendio y también es probable que ya hubiera contraído la enfermedad que pronto acabaría con él. En cualquier caso, el día de Año Nuevo de 1923, el discurso y la ceremonia previstos para celebrar el solsticio tuvieron lugar sobre las ruinas aún calientes y, a partir de entonces, todo siguió como de costumbre. Steiner aprovechó la oportunidad del incendio para reformar la Sociedad Antroposófica que hasta entonces había sido una organización excesivamente laxa, hasta el punto de que él mismo no pertenecía formalmente a ella. Este hecho anómalo se debía a que Steiner hacía una distinción entre el Movimiento Antroposófico y la Sociedad Antroposófica que era solamente su vehículo local. Steiner dirigía el movimiento mientras pretendía estar separado de la organización de la Sociedad. El nuevo Goetheanum reuniría a los dos, convirtiéndose no sólo en el foco espiritual de la antroposofía, sino también en el centro administrativo y financiero de la Sociedad. Al mismo tiempo, la Escuela de la Ciencia Espiritual quedaría firmemente establecida. La escuela corresponde a la Sección Esotérica de la Sociedad Teosófica y sólo tienen acceso a ella miembros privilegiados que juran guardar el secreto de sus enseñanzas.

Steiner también se ocupó de fundar más escuelas para niños[260], dedicadas a poner en práctica los principios que había elaborado mientras trabajaba como tutor privado, poniendo el acento en el desarrollo cultural y espiritual del niño. Con este propósito, en agosto de 1923 visitó Inglaterra en compañía de Marie von Sievers, yendo primero a la ciudad de Ilkley, en el Yorkshire, y luego a Penmaenmawr, en la costa galesa, donde llovía. Los dos se extasiaron con los anfiteatros druidas que hay en las montañas que dominan la ciudad. Mientras subía penosamente la ladera de la montaña con el que sería su sucesor, el valioso Gunter Wachsmuth, Steiner, gracias a su poder de clarividencia, revivió las ceremonias druidas que luego incorporaría sin esfuerzo a su síntesis esotérica. Inevitablemente, tuvo una experiencia similar al año siguiente en Titangel, cuando yendo de Torquay al País Occidental, encontró el aire saturado de humedad lleno de seres espirituales que hacían resplandecer las gotas de lluvia. La luz astral le mostró el lugar donde había estado el castillo e incluso le facilitó la visión de Merlín y los Caballeros sentados en la Tabla Redonda, cada uno con el apropiado signo del zodiaco sobre su cabeza. Más adelante, compararía la corte artúrica con los Caballeros del Grial, dando a entender que la Sociedad Antroposófica seguía las huellas de aquéllos.

El nuevo Goetheanum se inauguró el día de Navidad de 1923, menos de dos meses después de que Hitler hiciera el primer intento de hacerse con el poder con el putsch de Munich del 8 de noviembre. Se terminó cinco años después de la muerte de Steiner y sigue siendo hoy el centro de la antroposofía. La estructura original de madera fue sustituida por cemento, lo cual supuso una mejora en ciertos aspectos, porque el cemento es más apropiado que la madera para las líneas fluidas del arte steineriano. Pero Steiner ya tenía sesenta y tres años y estaba tan enfermo que apenas podía digerir la comida y le costaba mucho alimentarse. Pasó la mayor parte de sus últimos meses en su habitación, escribiendo una autobiografía y dictando a Wachsmuth cartas y conferencias. No quiso que lo trataran con la medicina ortodoxa.

Como pionero de la terapia holística, dispuso su propia farmacopea[261]. También fundó una escuela de medicina antroposófica. Una de las primeras estudiantes fue Ita Wegman, la mujer que estuvo más cerca de él en los últimos meses de su vida. Como Mesmer y Baker Eddy, Steiner sostenía que la raíz de una enfermedad grave no es orgánica sino espiritual. Tiene dos causas principales. La primera es el mal karma. Quince años antes había rechazado las Vidas de Alción de Leadbeater, hasta el punto de ser una de las razones de su salida de la teosofía y, a pesar de eso, Steiner dio sus propias lecciones sobre relaciones kármicas, en las cuales trazó la sucesión de las civilizaciones en las que se reencarnan los diferentes espíritus, aunque sin caer en el esnobismo y favoritismo de Leadbeater. También destacó el papel de Cristo el Sanador al modificar la cadena de encarnaciones[262]. Aunque la doctrina del karma (la responsabilidad por los delitos del pasado) parece estar en contradicción con la creencia de que Cristo murió una vez y por todas para redimir nuestros pecados, Steiner dice que la contradicción es sólo aparente: nosotros pagamos efectivamente por el pasado, pero Cristo interviene para evitar que nuestras malas obras se conviertan en una especie de cuenta de crédito a favor de Ahriman, pues de otra manera Ahriman aplastaría al mundo con la marea de energía etérica negativa que surgiría de las pasadas iniquidades. Nuestro «pago» puede tomar la forma de enfermedad mental y/o física.

Pero la segunda causa posible de enfermedad grave es la aparición de un nuevo estadio en la evolución espiritual, que puede ir acompañado de síntomas tales como el «proceso» de Krishnamurti, una señal de su avance a lo largo del Sendero. Y así es como Steiner vio su propia enfermedad: morir no es más que dar un simple paso para el Traspaso del Umbral, como dicen los antroposofistas. Y lo dio el 30 de marzo de 1925, catorce semanas después de que Hitler saliera de la cárcel.

Aunque el Prieuré nunca estuvo amenazado físicamente, sus problemas eran igualmente serios. Después del brillante inicio, la comunidad no tardó en tener dificultades económicas. Las actividades de Gurdjieff siempre eran muy caras y los gastos de mantenimiento de un establecimiento que a menudo contaba con cuarenta residentes permanentes y cien estudiantes externos debieron ser altos, por más que los internos hicieran todo el trabajo doméstico e intentaran producir parte de los alimentos. Según los informes de prensa, había una cuota fija de estancia en el instituto, un mínimo de 17 libras y 10 chelines mensuales para los discípulos ordinarios y muchísimo más para los ocupantes ocasionales del Ritz, además de los elevados honorarios que el propietario recibía por las curas que hacía con alcohólicos y drogadictos. También los seguidores ricos continuaron ayudando de forma esporádica y parece que algunos que quisieron residir en el Prieuré largas temporadas llegaron a invertir su propio capital.

El problema real, sin embargo, era el mismo Gurdjieff. Los gastos ordinarios de mantenimiento del castillo eran nimios al lado de los ocasionales dispendios, enormes e incontrolados, del propietario. Como Blavatsky, Gurdjieff vivía para el momento, y cada momento implicaba lujosos gustos personales y grandes ideas. Bebía cantidades enormes de coñac, viajaba bastante y celebraba innumerables banquetes. También era generoso con los discípulos. Cuando había dinero disponible, en lugar de pagar las cuentas, lo despilfarraba, por ejemplo, en un número desorbitado de bicicletas, en unas vacaciones para los residentes favoritos o en un reparto general[263]. Al regresar de un viaje, convocó a los residentes a una reunión y pidió al encargado que escribiera en un cuaderno negro las faltas cometidas por cada uno. Luego dio a cada discípulo un «dinero de bolsillo» en proporción inversa a su buena conducta, dejando a todos sorprendidos. Aunque Gurdjieff tenía un buen olfato para los negocios y era un genio para conseguir dinero, los fondos siempre eran insuficientes. Muchos miembros de la comunidad, entre ellos la familia del Maestro y los empobrecidos seguidores rusos, no estaban en disposición de contribuir más que con su trabajo y sus estómagos vacíos. La necesidad constante de más dinero para el Prieuré (y para él mismo), alejó cada vez más a Gurdjieff de su enseñanza.

En este momento, la relación enigmática entre la pedagogía de Gurdjieff, su conducta errática y los problemas económicos se hace impenetrable. Entre 1917 y 1922 se podía creer que las dificultades que tuvieron que afrontar sus discípulos formaban parte de un gran plan dispuesto para despertarlos de su letargo: Gurdjieff utilizaba las dificultades del momento en provecho de ellos. Pero también es cierto que gozaba viviendo al día y continuó igual cuando la situación fue menos frenética. La improvisación y lo inesperado pudieron ser vitales en su método, pero también respondían a su modo de ser. Ouspensky había entendido esto desde el principio y lo llevó a distinguir entre el hombre y su método. Una vez establecido en Francia —y, en realidad, durante él resto de su vida— Gurdjieff optó por vivir de manera pródiga.

Puede creerse que semejante imprudencia terminó por destruir todos sus grandes proyectos, como el del Prieuré. Pródigo con el dinero, caprichosamente desconsiderado con sus protectores potenciales, chocante, desagradable y maleducado, propenso a cambios bruscos de humor y de intereses, el carácter del propio Gurdjieff fue el origen de todos sus problemas. A pesar de esto, para sus admiradores estaba claro que en este vivir arriesgado e improvisado estaba el origen del efecto electrizante que producía en ellos. Lo que Gurdjieff producía en los demás era vitalidad, ilusión, un sentido elevado de ser. La distribución de bicicletas no era importante en sí misma; lo importante era la constante expectativa de lo inesperado.

La única manera de pagar sus extravagancias era explotar el oro americano. En diciembre de 1923 envió un grupo de reconocimiento para preparar el camino, formado por su viejo amigo Stjoernval y A. R. Orage, convertido en su nuevo Juan el Bautista. Orage, que anunció en EE.UU. que «al menos uno de los viajes de predicación de Jesús fue costeado por mujeres ricas»[264], estaba perfectamente preparado para esta nueva tarea y pronto empezó a despertar interés con ayuda de sus antiguas relaciones intelectuales y periodísticas. Pero la naturaleza descaradamente propagandística del viaje contrasta con la práctica sigilosa anterior (y posterior) de Gurdjieff, haciendo siempre hincapié en la dificultad, seriedad y exclusividad de la Obra. Los viajes americanos a finales de la década de 1920 tuvieron el claro propósito de popularizar la doctrina de Gurdjieff y en dicho aspecto fueron un fracaso.

En la primavera de 1924, el Maestro llevó consigo a EE.UU. entre treinta y cuarenta discípulos para hacer representaciones públicas de las danzas sagradas. A pesar de la publicidad previa, las entradas gratis, el público receptivo y la notable presencia de un policía, enviado por las autoridades para comprobar que no había demostraciones eróticas en el escenario, la visita no alcanzó un éxito popular. Los periodistas se divirtieron contando historias fantásticas del Prieuré que pasaron desapercibidas para el gran público.

Pero el asunto fue distinto entre los intelectuales[265]. El crédito le corresponde a Orage, que presentó a Gurdjieff a sus muchos contactos literarios, la mayoría de los cuales mostraron un gran interés. En noviembre de 1924, Orage siguió a la visita de su maestro y regresó a EE.UU. para establecer una red de grupos gurdjieffianos. En diciembre de aquel año publicó un artículo, «La religión en América», en el New Republic, el primero de los muchos artículos que subrayan, unas veces tácitamente, otras, explícitamente, la necesidad de un hombre como Gurdjieff. También consiguió una nueva cofrade, Jessie Dwight. Orage la había conocido en la librería Sunwise Turn, donde se citaba con sus conocidos durante su visita de 1923. Era copropietaria de la tienda y uno de sus empleados temporales, C. S. Nott, también se convirtió en ferviente seguidor de Gurdjieff. No tardó mucho Orage, con la ayuda de Nott, en reunir un puñado de discípulos distinguidos y observadores interesados.

El novelista y crítico Waldo Frank llegó a Gurdjieff después de leer el Tertium Organum de Ouspensky. Frank estaba casado con Margaret Naumberg, fundadora de una escuela en Nueva York que basaba su pedagogía en el psicoanálisis y en las teorías educativas de Steiner y del filósofo norteamericano John Dewey. Frank era un visionario que estudiaba misticismo y religiones orientales; él y su amigo Gorham Munson conocieron la obra de Ouspensky por el poeta Hart Crane, un breve visitante de la Obra. Frank, Munson y Crane se habían ocupado de la interpretación mística de la historia de América, en la cual América aparece como un lugar ideal, donde la regeneración espiritual, imposible en el viejo mundo, es una posibilidad real. Pensaron que Gurdjieff podía ser el agente de esta renovación espiritual. Otros escritores, como Zona Gale, Kenneth Burke, Schuyler Jackson, Carl Zigrosser y Muriel Draper (en cuyo estudio se hicieron muchas reuniones), se mostraron más reservados, aunque sus obras muestran trazas de la influencia de Gurdjieff. Herbert Croly, director del New Republic, también siguió la Obra durante un tiempo, pero seguía buscando el viejo grial que uniera la ciencia y la religión y el ejemplo de Gurdjieff no le fue de gran ayuda.

Croly fue un conservador, una figura pública, preocupado por la renovación social. En el otro extremo del espectro político estaban Jane Heap y su amiga Margaret Anderson. Heap y Anderson eran las directoras de la influyente Little Review. Esta revista radical, fundada por Anderson en 1914 —año dorado de las revistas literarias— se ocupó al principio de temas políticos y literarios con una clara orientación izquierdista. Pero cuando Anderson conoció a Heap en 1916, se ocupó más de temas morales y religiosos. Bajo la influencia de Gurdjieff, los temas públicos desaparecieron totalmente para dar paso a temas privados. Heap era la personalidad más fuerte, ayudó a Anderson cuando tuvo dificultades y, más o menos, se hizo cargo de la revista después de la Primera Guerra Mundial. Sus vínculos con el Prieuré se reforzaron cuando los sobrinos de Anderson, Tom y Fritz Peters, se alojaron allí después del divorcio de sus padres. El interés de Heap por el Prieuré se vio estimulado aún más por su amistad con Georgette Leblanc, antigua amante de Maeterlinck, convertida en devota seguidora de Gurdjieff. Las tres amigas fueron las líderes de un grupo lesbiano de la Obra que funcionó en París durante las décadas de 1930 y 1940[266].

Quizá el miembro más interesante de este círculo de escritores e intelectuales norteamericanos fue Jean Toomer, una mestiza inadaptada, cuya única novela publicada, Cane (1923), causó bastante conmoción. Durante varios años, Toomer fue la más ferviente seguidora de Gurdjieff, que la empleó para que consiguiera dinero y prosélitos para la Obra. Mabel Luhan fue una fuente de dinero. Se interesaba por cada nuevo proyecto, charlando vivazmente mientras su marido indio de aquel momento, Tony, permanecía sentado en silencio. El fracaso de su intento para que D. H. Lawrence se interesara por Gurdjieff no mermó en nada su entusiasmo, en parte porque estaba encaprichada de Toomer.

Gracias a Toomer, la siempre generosa Mabel llegó a ofrecer su famoso rancho de Taos como lugar para un instituto de Gurdjieff, más 15.000 dólares para dotar una fundación. Gurdjieff, como era en él característico, rechazó el rancho, pero cogió el dinero para financiar la publicación de las obras literarias que decía iba a escribir. Poco después decidió aceptar el rancho, pero ya no estaba en oferta. Aunque uno de los últimos y más chiflados seguidores de Ouspensky estableció un instituto en México, es difícil imaginarse a Gurdjieff rodeado de cactus.

Casi todos estos contactos fueron facilitados por Orage, que se quedó como maestro por su propia cuenta en EE.UU. cuando Gurdjieff regresó a París. Aunque enseñaba las ideas de Gurdjieff, lo hacía a su manera. Por su carácter, intelectual autodidacta, apasionado del orden y la coherencia, Orage estaba más cerca de Ouspensky que de Gurdjieff. De la misma manera que Ouspensky había ordenado las ideas de Gurdjieff en un sistema de relaciones lógicas con una jerarquía de conceptos, Orage convirtió la obra de su maestro en un esquema claramente definido y lo expuso a su grupo[267]. Pero, por otra parte, Orage se asemejaba a su maestro en el poder hipnótico de su personalidad y en su tendencia a dominar a los demás, fuera por encanto o a la fuerza, aunque le faltaba la grosería del maestro. Fueron Orage y Ouspensky quienes interpretaron a Gurdjieff para el gran público en la década de 1920.

El papel de Orage iba a ser decisivo cuando los breves días de gloria del Prieuré se vieron interrumpidos de una manera típicamente violenta. En julio de 1924, poco después de su regreso de América, Gurdjieff tuvo un extraño accidente en la carretera de París a Fontainebleau. Gurdjieff conducía igual que vivía[268]. Siempre que decidía ir de excursión, se elegía a los acompañantes, se atiborraba el coche de equipaje y comidas exóticas, y salían para Vichy o Niza a velocidad de vértigo con Gurdjieff al volante. Se negaba a reducir la marcha cuando lo indicaban las señales de tráfico o a tener en cuenta la cantidad de gasolina que hubiera en el depósito. Cuando se quedaba sin gasolina, cosa que siempre ocurría, uno de los acompañantes tenía que caminar hasta un taller y traerse a un mecánico, porque el conductor insistía que se trataba de una avería. Si pinchaba una rueda, se cambiaba, pero la rueda pinchada no se reparaba. Cuando las dos de repuesto estaban inservibles, los siguientes pinchazos había que arreglarlos en route. Cada camino equivocado, cada avería, exigía una parada para que los pasajeros bajaran y discutieran lo que había que hacer, mientras Gurdjieff dirigía la operación o esperaba sentado en silencio presenciando la discusión. Cuando llegaban a su destino, invariablemente con todos los hoteles cerrados, ordenaba que alguien llamara al director del mejor hotel, a quien Gurdjieff encantaba invitándolo a una copiosa y complicada cena, haciendo brindis interminables y dando propinas excesivas a los camareros con cualquier pretexto. A los pocos días, el grupo atiborraba de nuevo el coche y se repetía todo el proceso en el viaje de regreso a Fontainebleau.

En esta ocasión, Gurdjieff viajaba solo. Las circunstancias del accidente nunca se aclararon ni se aclararán, pero su misma oscuridad es parte importante de la mitología de Gurdjieff. Era costumbre que, a mitad de semana, el Maestro fuera a París, donde tenía un piso, dejando el Prieuré a cargo de su fiel y devota señorita Ethel Merston, una inglesa de origen portugués y alemán-judío, que más adelante sería discípula de Sri Ramana Maharshi[269]. Gurdjieff solía llevar en estos viajes a Olga Hartmann, como acompañante-secretaria, pero el 5 de julio de 1924 volvió de París solo, disponiendo que Madame de Hartmann regresara en tren a pesar del calor agobiante del verano. No le dio ninguna explicación de esto, pero los seguidores de Gurdjieff estaban acostumbrados a respetar todos sus, caprichos sin preguntar, que es lo que ella hizo. Ni explicó por qué le pidió al mecánico del Prieuré que revisara con especial cuidado el coche antes de salir, o por qué aquel mismo día tomó la curiosa medida de conceder poderes legales a Olga[270].

Aquella noche se le encontró tendido, bajo una manta, al lado de la carretera y cerca del coche estrellado, con la cabeza sobre un cojín y, al parecer, gravemente herido y conmocionado. Por qué estaba allí y no en el coche destrozado, o simplemente despedido a un lado, no se supo nunca. Hay quienes suponen que un amable viandante le puso el cojín y la manta mientras iba en busca de ayuda. Otros dicen que un automovilista culpable había puesto cómodo a Gurdjieff antes de salir huyendo para evitar su responsabilidad en el accidente. Pero otros, entre ellos el crédulo policía que lo encontró, atribuyeron al Maestro poderes sobrenaturales para arrastrarse en un esfuerzo titánico desde el coche y acomodarse bajo la manta antes de derrumbarse. El mismo Gurdjieff comentó después que «este maltrecho cuerpo físico mío se estrelló contra el grueso tronco de un árbol cuando iba en un automóvil a noventa kilómetros por hora»[271].

Llevaron al Maestro al castillo, aparentemente moribundo. Sin su voluntad que les guiara, muchos residentes del Prieuré cayeron en el desánimo y la apatía. Otros continuaron sus trabajos, como Fritz Peters, que se había tomado a pecho el mandato de Gurdjieff de hacer el trabajo pasara lo que pasara. A sus once años, Fritz era un niño difícil y solitario; cobró afecto por el propietario del Prieuré en el breve tiempo de conocerlo y se tomaba todo cuanto él decía con la mayor seriedad. La tarea que tenía encomendada era segar la enorme extensión de césped del castillo en el menor tiempo posible. Cuando llevaron a Gurdjieff a la casa después del accidente, Fritz siguió cortando hierba con renovada energía. Se había ordenado que Gurdjieff permaneciera descansando en absoluto silencio y Madame de Hartmann pidió al chico que dejara de segar por el ruido que hacía. Se negó: sus órdenes eran cortar la hierba, y es lo que haría sin importar lo que ocurriera. Madame de Hartmann le advirtió de las posibles consecuencias para el paciente, cuya vida peligraba si continuaba el ruido; pero Fritz no estaba dispuesto a ceder. Ya dominaba su tarea y pronto podría cortar toda la hierba en sólo tres días, tal como Gurdjieff le ordenó al principio. Hubo un nuevo contratiempo cuando Gurdjieff, que se iba recuperando, le dijo que tenía que reducir el tiempo de la siega de tres días a uno. Pese a la nueva dificultad, logró hacerlo. Tal era la influencia de Gurdjieff en aquellos que lo amaban[272].

Sin embargo, hubo quienes se preguntaron si el accidente no había sido una treta preparada de antemano[273]. Sospechaban que Gurdjieff, por razones personales, había simulado el accidente y exagerado sus heridas. Pero, si fue así, ¿con qué propósito? La respuesta puede estar en los acontecimientos que siguieron. El normalmente activo y bullicioso Prieuré quedó en silencio y casi paralizado, con los discípulos inquietos por lo que les habría ocurrido si el Maestro hubiera muerto. La realidad es que se recuperó con sorprendente rapidez, un milagro de menor importancia que él atribuyó a su fuerte constitución y a sus poderes espirituales.

Pero, antes de su completa curación, los discípulos, aún afectados por la aparente vulnerabilidad de su hasta entonces invencible maestro, vieron confirmarse sus temores de manera inesperada. En septiembre de 1924, Gurdjieff anunció la «liquidación» del instituto y se deshizo de la mayoría de sus miembros, los rusos entre ellos. En términos generales, aquellos que podían pagarse el sustento y contribuir al mantenimiento general (casi siempre americanos, ricos en dólares en la Europa inflacionaria) se quedaron, y expulsados los demás. No fue la primera limpieza de personal que hizo Gurdjieff. Ya se habían ido muchos el año anterior, cuando empezó la escasez de fondos. Y no sería la última.

Aunque el Prieuré siguió funcionando varios años más, sus días de gloria habían terminado. Señal de ello es que desapareció de las primeras páginas de la prensa popular con la misma rapidez con que había aparecido. Tras la masiva expulsión de 1924, se volvió a implantar el principio de comuna cuando ingresaron unos pocos discípulos. Pero con independencia de lo que significara para ellos, para Gurdjieff el instituto sólo tenía un interés secundario: un lugar donde los discípulos sufrían y merodeaban con la esperanza de alcanzar algunas migajas del banquete esotérico. La atención de Gurdjieff había pasado de la enseñanza a la escritura.

También influyó en el cambio la crisis económica de la década de 1920. Y quizá también la muerte de la madre de Gurdjieff, ocurrida en el Prieuré en 1925, y el cáncer y la muerte de su compañera Madame Ostrowska en 1926. Ambas le habían animado a que se alejara de su misión pública y llevara algún tipo de vida privada. Todos en el Prieuré observaron la desolación del maestro por estas pérdidas, aunque nada le impidió que, durante la larga y dolorosa enfermedad de Madame Ostrowska, tuviera un hijo con otra mujer.

También EE.UU. le afectó. La escritura y EE.UU. están indisolublemente ligados a la carrera de Gurdjieff durante la segunda mitad de la década de 1920. Fueron escritores norteamericanos quienes patrocinaron sus ideas y financiaron sus escritos, y muchos de ellos visitaron el Prieuré. En contacto con tantos escritores, era inevitable que Gurdjieff, siempre dispuesto a aprender de sus experiencias, se volviera también escritor. El cambio de la enseñanza a la escritura, o mejor dicho, de enseñar personalmente a enseñar escribiendo, supuso una nueva orientación, dado su anterior hábito de adaptar su enseñanza a los individuos, porque la escritura sólo puede ocuparse de la doctrina general y no de los casos particulares. Tampoco casaba con su prohibición a Ouspensky y otros de no falsificar su mensaje al ponerlo por escrito. Es probable que esperara cosas más elevadas de su propia obra.

Difundida en manuscritos, facilitó el material de las clases de Orage en EE.UU., en las cuales se leían pasajes en voz alta que luego comentaba Orage a la luz de su versión del sistema de Gurdjieff. Entre 1924 y 1931, Gurdjieff y Orage pasaron cada vez más tiempo en EE.UU. o con su atención puesta en América. En justa correspondencia, los seguidores norteamericanos cruzaron el Atlántico para encontrarse con su Maestro en París. El Prieuré revivió gradualmente, pero ahora ya no era un centro de poder espiritual, sino un refugio para el entorno que le quedaba a Gurdjieff y una casa de retiro religioso para ricos, norteamericanos despistados que llegaron a pagar cien dólares por una semana de estancia[274]. El régimen de trabajo y banquetes, baños y charlas, continuó de un modo más amable, mientras el Maestro, cada vez más preocupado con sus escritos y las dificultades económicas, pasaba los días en el Café de la Paix o en su equivalente de Fontainebleau, bebiendo café y armañac, rellenando cuadernos y dictando a una sucesión cambiante de amanuenses.

En 1929, Gurdjieff volvía a estar en una desesperada situación económica y decrecía el interés general por la Obra, aunque seguía contando con entusiastas seguidores individuales. Durante la segunda mitad de la década, entre Orage y Toomer recogieron más de 20.000 dólares y otros contribuyeron de acuerdo con sus posibilidades, pero seguía siendo insuficiente. Para recaudar fondos, Gurdjieff estuvo de nuevo en EE.UU. entre enero y abril de 1929, el año del crack de Wall Street y la Gran Depresión.

En los años siguientes volvió varias veces con el mismo propósito, pero su tarea era cada vez más difícil. Por un lado, las clases medias norteamericanas estaban afectadas por el revés bursátil; por otro, Gurdjieff se había enemistado con la mayoría de discípulos y seguidores, salvo Madame de Salzmann. Toomer estaba desilusionada, Ouspensky exiliado, Frank había renunciado a Gurdjieff años antes, amenazándolo con el puño y diciendo a su otrora maestro que volviera al infierno de donde había salido[275]. Hasta los Hartmann habían sido expulsados del paraíso (por «impertinencia», según el malvado Gurdjieff)[276]. Thomas de Hartmann permaneció abnegadamente fiel a su maestro desde la distancia y pasó el resto de su vida tratando de explicar conmovedoramente su ruptura con Gurdjieff sin criticar en modo alguno la causa de su pesar. Incluso su esposa siguió visitando regularmente al maestro en el Prieuré, a pesar de que le gritaba cada vez que la veía. La ruptura total llegó el día en que ella se negó a abandonar a su marido, gravemente enfermo, para hacer un trabajo sin importancia que Gurdjieff insistía en que hiciera[277].

Al final, también el fiel Orage fue despedido. La lealtad de Orage había sido probada hasta el límite con las continuas exigencias perentorias de dinero por parte de Gurdjieff, su deliberada grosería con los sensibles discípulos norteamericanos, tan delicadamente cultivados por Orage, y su costumbre de humillarlo tanto en privado como en público. Fritz Peters recuerda una ocasión en el Prieuré, cuando fue llamado a la habitación de Gurdjieff y encontró al Maestro como un poseso, gritando furiosamente a un pálido y tembloroso Orage[278]. Hizo una pausa momentánea para agradecer con una sonrisa encantadora el café que le había traído Fritz, y luego siguió gritando. El episodio hizo que el muchacho se diera cuenta de las dotes de actor de Gurdjieff, lo mismo que había observado Ouspensky una década antes. Sin duda, Orage aprendió bien la lección, porque, a pesar de su hastío, envió regularmente sus cheques en dólares, aunque, hacia 1929, no sabía si podía seguir tolerando aquel acoso constante.

Jessie Dwight, que ya era su esposa, sí que no podía. Jessie, que detestaba a Gurdjieff, pensaba por su cuenta, y esto precipitó la ruptura. Como exigía la sumisión total, Gurdjieff no podía permitir rivales que absorbieran la atención de sus discípulos. Además, nunca dejó que sus lugartenientes lo abandonaran por propia voluntad y prefería provocar la ruptura como señal de su propia autoridad. Vuelto a EE.UU. en el invierno de 1930, pidió de pronto que los discípulos de Orage firmaran un documento en el que repudiaban a su maestro y su enseñanza. Orage —decía el papel— había caído en el mismo error que Ouspensky: su Sistema nada tenía que ver con Gurdjieff. Era demasiado complicado, demasiado intelectual, demasiado listo. Pero ni siquiera esta jugada espectacular forzó la ruptura. Las diversas reacciones de los discípulos pasaron a un segundo término cuando Orage, que regresó apresuradamente de sus vacaciones en Inglaterra, resolvió la situación firmando voluntariamente el documento, es decir, repudiándose a sí mismo[279].

Magnífico y absurdo como gesto, apenas pasó de eso, pues fue el final de la relación entre ellos, hecha efectiva el 13 de marzo de 1931, la última vez que se vieron. Orage volvió a la teosofía y al periodismo y, aunque fundó otra revista literaria, el New English Weekly, adoptó la teoría económica del Crédito Social[280] que también obsesionaba a Ezra Pound, y colaboró con revistas ocultistas, el fuego se había extinguido. Murió en 1934. Aun así, su familia no escapó del largo brazo del Maestro. Cuando, después de la Segunda Guerra Mundial, Jessie Dwight visitó a Gurdjieff en París, quizá con la esperanza de que le explicara su conducta con su marido, Gurdjieff le contó la historia de un hombre brillante, demasiado inteligente para captar las verdades sencillas y la hizo llorar[281].