Krishnamurti pasó sano y salvo los años de la guerra en la Inglaterra metropolitana, aburrido y profundamente infeliz. Indio en Europa, de piel oscura entre blancos, teosofista entre cristianos, colonizado entre las clases dominantes, pobre entre ricos, fue inevitablemente un intruso y, por lo tanto, un solitario. Pero su peor problema fue que su papel fuera aceptado en una cultura profundamente hostil a la idea de lo sagrado. Aceptado en la India, un hombre sagrado en Inglaterra fuera de la Iglesia era, dicho en palabras amables, una aberración. Y si algunos ingleses tomaron a este joven distinguido, exquisitamente vestido, por un maharajá de visita, muchos otros lo señalaron como el «Jesús de color chocolate», añadiendo a menudo un comentario obsceno. No hubo remedio: Krishna fue un monstruo de feria.
La presión a que se veía sometido hizo que en ocasiones se compadeciera de sí mismo y fuera egoísta y malhumorado. Ya de niño se tomaba en serio su papel y presumía y se sentía importante cuando se veía rodeado de adultos que constantemente le recordaban su elevado destino. Elisabeth, la hija de lady Emily, que no aceptaba la rígida adoración al niño-dios, le reprochaba su manera de aleccionar a los demás sobre sus deberes. Prefería a Nitya, a quien encontraba «reservado y sumamente delicado»[210]. Los hijos más jóvenes de los Lutyens vieron un aspecto diferente en Krishnamurti, que no había perdido su afición por las bromas inocentes. Si Elisabeth se mantenía algo alejada, Mary amaba a sus nuevos amigos. Cuando volvía de la escuela por la tarde, deseaba ver en la mesa del recibidor sus finos sombreros grises y sus bastones de empuñadura de oro, señal de que estaban de visita en casa. Más adelante sintió una pasión más poderosa por Nitya, a quien encontraba menos divino que su hermano, pero mucho más atractivo[211].
En el exótico salón de lady Emily, con paredes negras y suelo pintado, diseñado por sir Edwin, los hermanos se sentían a gusto. Aunque inclinada al sentimentalismo y la exageración, Emily dio a los jóvenes el afecto que sin saberlo había negado a sus propios hijos. Cuando sir Edwin estaba en casa, el ambiente era más animado. Aunque respetaba las creencias de su esposa, no tenía tiempo para el «sentimiento dominical» que ella cultivaba[212]. Y, a pesar de su disgusto por la teosofía, siempre fue amable con los muchachos indios. A sir Edwin le gustaba la compañía y llenaba la casa de amigos siempre que podía. Hombre franco y aficionado a las bromas, odiaba las copas de pie alto, los cuchillos de pescado, las flores cortadas, las pantallas de seda, las alfombras suntuosas, la playa, las estadísticas, las uñas pintadas, los muebles colocados en diagonal… y, por supuesto, el fervor religioso[213].
La actitud irreverente de Edwin se reflejaba en el cuarto de los niños, donde éstos saludaban invariablemente la llegada de Krishnamurti cantando:
Cobardica, tarta cobardica,
Tienes la cara de color mostaza;
Tienes el pelo negro y grasiento;
Cobardica, tarta cobardica[214].
Krishna no se enfadaba con la canción. Los Lutyens eran su familia adoptiva y en ocasiones se sentía muy unido a Barbara, Robert y Mary, aunque al final sólo se sentía verdaderamente a gusto con su hermano. Nitya era su único vínculo con el pasado y con la madre muerta, a quien llamaba en los momentos de enfermedad o angustia.
La compañía de la familia Lutyens fue de suma importancia porque, con Leadbeater en Australia y Annie en la India, Krishna ya no contaba con el apoyo de ellos, lo cual era beneficioso en algún aspecto. Nunca le gustó el anciano y se fue alejando de él paulatinamente. Aunque en público seguía aceptando la autoridad de Leadbeater en materia teosófica, en privado criticaba airadamente las maneras autocráticas de su antiguo maestro. Tampoco fue Annie una buena influencia, en parte porque ella misma se dejaba influir fácilmente por los demás —especialmente por Leadbeater— y siempre estaba dispuesta a seguir los consejos que le daban sobre Krishna, y en parte porque estaba demasiado comprometida con sus causas favoritas para ocuparse de los problemas individuales. Al final de su vida, Krishna llamaba a Annie «Amma» —madre— y, personalmente, siguió queriéndola, pero doctrinalmente ya estaban alejados.
El principal problema consistía en sus relaciones con los demás, sobre todo con las muchachas de su misma edad. Aunque se daba por seguro que Krishnamurti permanecería soltero, lo normal es que hubiera varias chicas compitiendo por sus favores y él estaba dispuesto a corresponder. A estas muchachas se las conocía irónicamente con el nombre de gopis, por las lecheras de la mitología hindú que tradicionalmente servían a Sri Krishna, y por lo menos de una de ellas se afirmaba que era la reencarnación de HPB, lo que presumiblemente hizo que la aventura fuera más aceptable.
Sus frustraciones, dudas y sufrimientos se agravaron por la manía de Leadbeater de favorecer las pretensiones de nuevos protegidos. El principal contendiente fue Desikacharya Rajagopalacharya[215]. Raja, como comprensiblemente prefería que lo llamaran, era hijo de un distinguido teosofista hindú, de elevada casta. El muchacho, inteligente y excepcionalmente hermoso, había nacido en 1900, pertenecía a la élite de la Sociedad y asistió a la escuela teosófica de Benarés con Yaga Shastri, cuya hermana Rukmini se casaría más tarde con George Arundale. Aunque Leadbeater se marchó a Australia poco después de descubrir a Raja en 1913, siguió interesado por el muchacho, que parecía un candidato mucho más idóneo para mesías que Krishna. En 1920, Raja llegó a Londres y se alojó con la señorita Dodge, de quien fue su protegido. Ella sufragó sus años en Cambridge y más tarde hizo un legado económico a su favor[216].
Esto, inevitablemente, fue causa de problemas. Los triunfos académicos de Raja contrastaron con los fracasos de Krishnamurti, que ahora tenía que compartir las candilejas con su rival. Aún peor, se encontró en la dolorosa situación del heredero a punto de ser desposeído. Ante esta amenaza, Krishna y Nitya (que ya habían aceptado al recién llegado como compañero de piso) adoptaron sus supuestos papeles de alumnos de escuela pública inglesa, burlándose del nombre de Raja y llamándole blinker, sinónimo educado de bloody, que significa «puñetero». Quizá entendieron entonces cómo se había sentido el desposeído Hubert van Hook cuando Leadbeater le prohibió que tocara las pertenencias de Krishna para evitar sus malas vibraciones.
Los hermanos no fueron los únicos en sentirse desplazados por la aparición de Raja. Casi tan pronto como lo descubrió, Loadbeater no sólo afirmó que Raja había sido san Bernardo de Clairvaux en una encarnación anterior, sino que tenía que seguir a Krishna como encarnación de Buda en el planeta Mercurio en una futura existencia, un anuncio que incomodó sobremanera a George Arundale, a quien ya se le había prometido el puesto. El enfado de Arundale (un joven duro, viril, que llegó a oficial del ejército durante la guerra) es típico del ambiente histérico que el impredecible Leadbeater creaba entre su rebaño, alentando las rivalidades mezquinas con sus descarados favoritismos y empleando un sistema de honores que tenía a todos en vilo, preguntándose quién sería el siguiente en ascender en el Sendero o quién sería depuesto de su lugar cósmico.
Este juego de amenazas caprichosas alcanzaba los niveles más altos de la Sociedad, sin que Annie o Krishna se salvaran. En 1914, en una ocasión absurda, cuando el circo teosófico se retiró a Taormina de vacaciones espirituales —una especie de versión de lujo del Essentuki de Gurdjieff, con tenis y charadas en lugar de labores domésticas y ejercicios espirituales— el grupo lo formaron Krishna, Nitya, George Arundale y su tía Francesca, la doctora Mary Rocke y lady Emily. Como era costumbre, todos estaban en un estado de histeria incipiente, a la espera de que sucedieran grandes acontecimientos el 11 de enero, aniversario de la primera iniciación de Krishna.
La tarde del día 10, Krishna anunció que esperaba que sucediera algo aquella noche. Se fueron a la cama, convencidos de que iban a visitar a los Maestros y avanzarían algunos pasos en el Sendero, y a la mañana siguiente nadie supo decir lo que había pasado realmente, así que telegrafiaron al Obispo Leadbeater para que lo aclarara. Pero Krishna, poco antes, había escrito a su maestro insinuándole que necesitaba más independencia y por esa razón Leadbeater todavía estaba malhumorado[217]. Esto quizá explique por qué su telegrama de respuesta decía que nada había sucedido a nadie en Taormina, pero que varios de sus discípulos indios habían ascendido aquella noche. El grupo pasó de la euforia al desencanto.
Este mismo ambiente se mantuvo en mayor o menor grado durante la guerra, y Krishna se desplazó por toda Inglaterra rodeado de una extraña mezcla de guardia pretoriana, grupo doméstico permanente y circo itinerante. El círculo de amigos, mentores, admiradores y parásitos que componían este fluctuante séquito estaba formado por el grupo de Taormina más los hijos de lady Emily, Muriel De La Warr, la señorita Dodge y un variable elenco de actores secundarios. La señorita Dodge solía permanecer en Wimbledon a causa de su gravísima artritis, y Krishna y su hermano la acompañaban a menudo, bajo la severa mirada de lady De La Warr. Al término de la guerra, las figuras dominantes de este círculo eran George Arundale y Emily Lutyens, entablándose una lucha por la ascendencia entre ellos, que se complicó cuando Arundale cortejó sin éxito a Barbara, la hija de Emily. La lucha alcanzó su clímax en 1915, cuando Arundale prohibió a Emily que visitara a Krishna, que residía entonces en Bude, Cornwall, intentando matricularse de nuevo, por la inquietud que causaba en el muchacho. Reprochando su sentimentalismo, Arundale escribió a su rival que «has usado a Krishna más para tu propia conveniencia y satisfacción que para cualquier otro propósito… has estorbado el trabajo del Maestro haciendo hincapié en la naturaleza más baja de Krishna…», y la censuraba por el modo egoísta con que había causado tales «torbellinos» de emoción, interfiriendo en el progreso oculto del muchacho[218].
Aunque dolida por estas acusaciones, Emily Lutyens reconoció la parte de verdad que había en ellas, por más que fueran exageradas, y se apartó algo de, su amado muchacho, aunque, de hecho, había ganado su batalla con Arundale; éste, deprimido por el rechazo de Barbara, furioso por su degradación de Mercurio y preocupado con su nuevo puesto de Secretario General de la Sección Británica, empezó a perder interés por Krishnamurti. Pronto le asaltó la duda de si el nuevo Mesías merecía que le dedicara todo su esfuerzo. Después de todo, Arundale tenía que jugar su propio y destacado papel en el glorioso futuro del cosmos, un papel que no exigía que se entrometiera en los asuntos de señoras maduras ni de mesías cándidos. Pero, al cabo del tiempo, Emily se dio cuenta de que también ella había perdido a Krishna y, según pasaron los años, fue evidente que nadie poseía a este extranjero misterioso y retraído. Muchos que se creyeron amigos íntimos de él terminaron por descubrir que las cosas no eran como parecían.
Por fortuna para lady Emily, ésta se distrajo interesándose por la independencia del gobierno indio, causa que hizo suya siguiendo las huellas de su heroína Annie Besant. A Annie le fue bien quedarse atrapada en la India al estallar la guerra. Incapaz de resistirse a los atractivos de la vida pública, cada vez estuvo más implicada en la política nacionalista india. Como de costumbre, afirmaba que sus actividades políticas eran la respuesta a un mandato divino. En medio de su pleito con Narianiah en 1913, el Señor del Mundo le había pedido que trabajara para el autogobierno indio. Y aceptó entusiasmada. El momento era excelentemente oportuno. Había ganado la última apelación al Consejo Privado de su pleito y podía dedicarse plenamente a otros asuntos. Su nueva misión estaba clara, y absorbió su atención durante la siguiente década.
Seguidora entusiasta de su jefa, lady Emily organizó imprudentes reuniones de la Liga Independentista en su casa de Londres, mientras su esposo sir Edwin estaba en Delhi proyectando la nueva capital imperial. Una vez más tuvo que ser reprendida. Animada por un artículo del Times que denunciaba sus reuniones, quedó alicaída cuando la señora Besant, molesta por la publicidad hostil y la posibilidad de una rival, le ordenó que se apartara de la política, no por el bien de Annie, por supuesto, sino para evitar problemas a sir Edwin.
Krishnamurti también tuvo que someterse a la señora Besant. Por mucho amor y admiración que inspirara, la necesidad de Annie de hacer las cosas a su manera hizo de ella una figura temible, incluso para sus asociados más cercanos. Si bien continuaba reverenciando a Krishna como a una divinidad y se inclinaba ante su autoridad espiritual, en todos los asuntos prácticos no hacía más que amenazarlo por su propio bien. Esta combinación de coerción y benevolencia hacia Krishna, la repetían de diferentes formas otros poderosos personajes de su vida —Leadbeater, Arundale, lady De La Warr— muchos de ellos confundidos, además, por la necesidad de respetar a un muchacho a quien consideraban instintivamente como un inferior desde el punto de vista social y racial. La consecuencia inevitable era una dolorosa sensación de irrealidad que sólo servía para acentuar el sentimiento de Krishnamurti de vivir por su cuenta.
La situación no mejoró en la posguerra, con la tendencia de Annie a tratar a Krishna, ahora ya un adulto, unas veces como a un dios y, al momento siguiente, como a su propio ayudante. Este proceso empezó formalmente cuando ella regresó a Europa en junio de 1919, e inició una larga y extenuante serie de reuniones que tanto le complacían. Arrastró al Maestro Mundial en su estela, obligándolo a hablar en público y animándolo a que aprendiera francés para que pudiera dirigirse a las multitudes en París. Estas reuniones fueron una agonía para el tímido muchacho, pero fueron el inicio de un modelo de charlas y viajes incesantes que ocuparían el resto de su vida. Tuvo sus compensaciones. Muchas de las giras se complementaban con prolongadas vacaciones en Suiza e Italia en compañía de Nitya y selectos teosofistas. Pero incluso las vacaciones resultaban vejatorias. Normalmente adoptaban la forma de reuniones de charlas y meditación, durante las cuales Krishna mantenía intensas discusiones con sus compañeros de vacaciones, con intervalos de tenis o golf. Sus compañeros lo acosaban con inacabables peticiones de charlas en grupo y consultas privadas sobre su condición espiritual, y pasaba el tiempo en un estado de febril excitación espiritual.
Esta excitación estaba inducida en parte por el simple hecho de la proximidad de Krishna y, en parte, porque todos los participantes, incluido el mismo Krishnamurti, buscaban acortar el camino de la bienaventuranza espiritual. En los primeros tiempos de la teosofía, HPB había insistido en que el aprendizaje era largo y arduo, aunque ella solía hacer excepciones con sus favoritos. El Período de Prueba —primera etapa de la iniciación— duraba siete años y las etapas siguientes dependían del avance espiritual. Leadbeater había acelerado las cosas considerablemente, sobre todo desde la llegada de Krishnamurti. Hacia la década de 1920, el movimiento teosofista estaba en permanente estado de entusiasmo milenarista, con sus líderes en busca de nuevos honores y aventuras espirituales a cada momento. La fiebre espiritual la compartían millones de personas, afligidas por sus hijos, cónyuges y hermanos, esperando que se demostrara que se podía sobrevivir de alguna otra forma. El espiritismo volvió a popularizarse y contribuyó a la expansión de la Sociedad Teosófica. Parecía como si la gran ambición de HPB estuviera a punto de hacerse realidad.
Pero no fue únicamente la teosofía. Los años de entreguerras vieron un aumento enorme de proselitismo de masas en todo el hemisferio occidental, mientras que líderes carismáticos, desde Iiitler y Mussolini hasta Frank Buchman y Amy Semple MacPherson, trataban de conseguir apoyos para sus diferentes caminos de salvación[219]. La década fue también época de movimientos juveniles. El descubrimiento decimonónico del «niño» dio paso al descubrimiento del adolescente en el siglo XX. Los líderes políticos y religiosos empezaron a ver la importancia de influir en los jóvenes, tanto más cuanto que la nueva generación había sido diezmada por la guerra. La cultura juvenil se presentaba por tanto como un renacimiento simbólico y como una realidad práctica. Surgieron asociaciones de todo tipo mientras prosperaban las ya existentes. Algunas, como los Exploradores y las Muchachas-guía, la Brigada de los Muchachos y la YMCA [Young Men Christian Association = = Asociación de Jóvenes Cristianos] se dedicaron al ejercicio y a la formación del carácter. Ensalzaban la lealtad al grupo, la castidad y las habilidades prácticas, pero también promovían la solidaridad nacional y la reforma social. Aunque muchos de los niños adscritos eran de la clase media, muchos más procedían de las zonas urbanas deprimidas. Las nuevas asociaciones celebraban reuniones semanales y campamentos de verano, permitiendo que millones de niños de los suburbios respiraran por primera vez aire puro. Otros movimientos, como las Juventudes Hitlerianas, las Juventudes Comunistas y varias sociedades de la Liga de las Naciones, emplearon los mismos métodos para inculcar doctrinas políticas. Durante un breve período de tiempo, la Sociedad Teosófica pareció estar a la vanguardia de esos movimientos, pero al cabo resultó una ilusión. Aunque el número de miembros jóvenes aumentó considerablemente después de la guerra, esto se debió al atractivo personal de Krishnamurti y al entusiasmo generalizado por los movimientos humanitarios. Pero los líderes de la teosofía estaban cada día más alejados de sus propios seguidores. También envejecían. Al terminar la guerra, Annie Besant tenía setenta y dos años y Leadbeater, sesenta y cinco. Habían tenido el control efectivo de la Sociedad durante casi veinte años.
Algunos decían que Annie estaba perdiendo su garra al mismo tiempo que aumentaba su afición por los uniformes extravagantes y las ceremonias ocultistas. Pero, a pesar de todas sus chifladuras, conservaba su toque populista y entendió instintivamente que Krishna era su nuevo y principal activo. El muchacho no era en estos años un orador válido, pero su propia incapacidad, combinada con su juventud, cortesía y su oscura y profunda mirada, tenían un poderoso efecto. No había en él ninguna demagogia, ningún lenguaje campanudo de misionero; se trataba de una figura espiritual que hablaba serenamente de una verdad que llevaba dentro. Por añadidura, parecía y actuaba como una estrella de cine, el nuevo fenómeno de la época, pero sin la vulgaridad de una estrella del cine.
En 1921 se ofreció a Krishnamurti una oportunidad magnífica para mostrar su talento ante una audiencia mundial. El barón Phihp van Pallandt, aristócrata holandés, ofreció a la Sociedad su propiedad en Ommen, Holanda. Holanda se estaba convirtiendo en un importante centro teosófico y el Castillo Eerde, una mansión exquisita del siglo XVII, rodeada de foso y con dos hectáreas de terreno, podía ser una excelente sede para la élite de la Sociedad, mientras que el terreno podía emplearse para reuniones multitudinarias de la Orden de la Estrella de Oriente. Durante toda la década de 1920, la Sociedad celebró cada año encuentros internacionales en Ommen —conocidos como Campamentos de la Estrella— a los que acudían con frecuencia miles de personas, con mayoría de jóvenes que dormían bajo lonas, mientras los dirigentes de más edad dormían cómodamente en los aposentos tapizados del castillo o en casetas especialmente construidas en el terreno.
En los campamentos se mezclaba la educación religiosa, el idealismo político y la alegría juvenil con la manía de la posguerra por la autosuperación y la vida sencilla. El ambiente era en ocasiones electrizante. Había conferencias, discusiones y otras actividades teosóficas, pero los momentos culminantes se producían bajo la luz de las estrellas, junto al fuego del campamento, con las charlas de Krishna. Estas charlas fueron el comienzo efectivo de su carrera como maestro público y le enseñaron cómo manipular a una multitud. Mientras los acampados se sentaban en círculo a su alrededor, Krishna esperaba en silencio, a veces durante varios minutos, hasta que le venía la inspiración y los oyentes estaban dispuestos. Luego empezaba a hablar. Su casi contemporáneo Hitler usaba exactamente la misma técnica, con efectos muy distintos, en sus discursos mitineros de Nuremberg, esperando silencioso a que subiera la tensión.
A diferencia de Hitler, Krishnamurti nunca levantaba la voz, y el efecto de sus palabras no causaba el frenesí de la multitud, sino que la elevaba a un estado de exaltación individual. A menudo iniciaba las charlas en tono dubitativo, acalorándose a medida que avanzaba en el tema. No ensayaba ni usaba apuntes, aunque a veces desarrollaba un título anunciado de antemano, volviendo siempre a los mismos temas: compasión por todos los seres vivientes, sinceridad, autoconocimiento y necesidad de que cada individuo encuentre su propio camino hacia la iluminación. Lo que decía afectaba poderosamente al público porque parecía encarnar a la perfección sus propios ideales. En acusado contraste con los histriónicos Besant y Leadbeater, aquel joven menudo, sin pretensiones, modestamente vestido, de voz serena, no adoptaba poses sino que hablaba desde el corazón.
Había murmuraciones comprensibles entre los grandes de la teosofía con respecto al contenido de las charlas que iba claramente en contra de la insistencia de la Sociedad en un sendero jerárquico, con un período de prueba, etapas de iniciación, etcétera; pero la mayor parte del público escuchaba atentamente cada palabra. Curiosamente, nunca dos personas coincidían después en lo que hubiera dicho Krishnamurti; y cuando se hacían copias escritas de lo hablado, lo que había parecido sumamente lúcido e inspirado en la charla, el lector lo encontraba confuso y oscuro. Algunos opinaban que toda la magia estaba en el momento, otros que radicaba en la personalidad de Krishnamurti, y una minoría creía que él estaba poseído por el espíritu de Dios cuando hablaba.
Lo que era evidente es que, sin dirigirse específicamente a los individuos, persuadía a cada oyente de que la charla era sumamente importante para él o para ella. El resultado era que muchos de los más entusiastas seguidores de Krishna creían haber oído decir exactamente lo contrario de lo que había dicho. Quizá sea ésta la definición de carisma: que cada persona pueda vestir su objeto con sus propios sueños. Porque, de manera curiosa, el hermoso joven que insistía tan fervientemente en la necesidad de sinceridad, transparencia y honradez, era tan criatura de una ilusión teatral como la misma Annie Besant. Pero si la actuación de ella era calculada y la de él involuntaria; esto precisamente hacía que fuera mucho más poderosa. La multitud obtenía de ambos algo que no estaba a la vista, ni siquiera a la de los mismos oradores, lo que quedaba vívidamente ilustrado en las ocasiones en que el normalmente recatado Krishnamurti, antes de iniciar su charla, encendía el fuego del campamento de Ommen, con un gesto solemne de autoridad espiritual completamente ajeno a sus modales habituales.
Como en muchos grandes actores, el fenómeno tenía algo que ver con la constitución emocional y psicológica de Krishnamurti. Su constante ruego a los demás para que se vaciaran de todos los prejuicios e ilusiones le venía en parte de las doctrinas hindúes aprendidas en su niñez, pero en parte se debían a su propia inclinación natural y a su curiosa vacuidad, que tantos habían notado en él de muchacho. Años más tarde, una persona cercana a él observaría que el Maestro del Mundo, que hacía tiempo había abandonado sus representaciones teosóficas, reaccionaba frente a otros individuos como un espejo, reflejando y devolviéndoles sus propios estados psíquicos[220], pero la figura solitaria que hablaba a las multitudes en Ommen ya era en cierto sentido la creación de una audiencia en permanente espera de él desde el descubrimiento de Leadbeater junto al río Adyar en 1909.
Si la aprobación de la multitud podía ser estimulante, sus exigencias eran con frecuencia dolorosas, deprimentes y agotadoras, como bien sabe cualquier actor o maestro, y Krishnamurti empezó pronto a mostrar señales de estar cerca del colapso. No era de extrañar, dada la presión de su aparición pública junto a otras limitaciones que lo debilitaban. Había, en primer lugar, la creciente lejanía de su niñez y todo lo que se relacionaba con ella. A diferencia de Gurdjieff, de carácter más fuerte y que llevaba a su familia consigo, y de Steiner, que nunca prescindió del apoyo de una mujer ni de la cultura de habla alemana en la que había crecido, Krishnamurti estaba aislado de sus orígenes, y este aislamiento le pesaba cada vez más. Sólo su hermano Nitya lo salvaba de su completo exilio del mundo en que había nacido.
Además, se le impedía un medio tan habitual para compensar semejante exilio como es el matrimonio. El coqueteo era una cosa, pero para el Maestro del Mundo una compañera sexual estaba fuera de lugar. Los dirigentes teosofistas llegaron a aprobar la boda de Arundale con una muchacha india y el noviazgo de Raja con una americana, pero se había decidido que Krishna estuviera por encima de todas las preocupaciones mundanas. En teoría, el mismo Krishna estaba de acuerdo, lo cual no impidió que se enamorara de una serie de atractivas niñas teosofistas[221]. Pero lo más cerca que cualquiera de ellas estuvo de consumar su pasión fue yacer castamente al lado del ser amado.
La frustración tiene un alto precio, y la situación emotiva de Krishnamurti alcanzó su punto crítico en 1922, cuando él y su hermano visitaban América a su vuelta de un congreso teosofista en Australia. Krishna estaba bajo una tensión mayor de lo acostumbrado a causa del deterioro de la salud de su hermano. El vivaz y animoso Nitya sufría desde hacía tiempo de tuberculosis. La enfermedad, hasta entonces controlada, empezó a agravarse y era necesario que volviera a Suiza para tratarse. Se pensó que el regreso por la India sería demasiado caluroso y agotador para él. Por lo tanto, los hermanos tomaron la ruta del Pacífico desde Australia a Europa, interrumpiendo el viaje en la costa occidental de EE.UU., donde podrían descansar y serían bien acogidos.
California ya era entonces sede de varias ramas cismáticas de la Sociedad Teosófica, fundadas tras la ruptura de Judge con Adyar. En Point Loma, Katherine Tingley seguía luchando con una crisis financiera cada vez más profunda. Había también un centro cultural y de misiones establecido por la Sociedad en Krotona: fue una fuente de satisfacción para Annie Besant plantar su bandera ortodoxa en territorio enemigo. Pero su rivalidad con Point Loma y la competitividad nacional no fueron las únicas razones de su celo. Aunque Leadbeater prefería vivir en Australia, California seguía siendo importante en la mitología teosofista como hogar de la futura raza raíz del Pacífico Sur que habría de sustituir a la hasta ahora dominante raza raíz de los arios europeos. Había bastantes miembros de la sociedad matriz en California para continuar la buena obra de preparar el camino para esta raza nueva, entre ellos el secretario local George Warrington, que se ocupó de alojar a los hermanos en el clima saludable del valle Ojai, en las montañas cercanas a Los Ángeles.
Después de las habituales molestias de un viaje en barco, donde, además, los pasajeros blancos rechazaban compartir con gente de color las comodidades del barco y preferían que estuvieran encerrados a buen recaudo en el cuarto de calderas, la apertura de California causó una profunda impresión en Krishnamurti. Los Angeles, aunque no estaba ni mucho menos libre de prejuicios raciales, respiraba un aire de mayor libertad que Australia y Europa.
El valle de Ojai, entonces casi deshabitado, a unos ciento treinta kilómetros de la costa, era un paraíso de colinas y naranjales, de aire vigorizante y clima seco en verano. Los hermanos se alojaron en una casa que pertenecía a Mary Gray, una terrateniente del lugar. Incapaces de valerse por sí mismos, cuidó de ellos la hija del señor Warrington, pero la salud de Nitya empeoraba con la progresión de la tuberculosis pulmonar y necesitaban más ayuda. Ésta la facilitó Rosalind Williams, cuya familia vivía en otra de las casas de la señora Gray en Montecito. Aunque Rosalind no era teosofista, su hermana Erma lo era. Erma, que fue quien presentó a su hermana a Nitya y Krishna, aseguraba que la relación de su familia con la teosofía se remontaba a los primeros días. Su abuelo, Carl Waldo, un noble alemán exiliado y establecido en Buffalo, donde hizo una fortuna con coches, estuvo en 1876 en el funeral de Nueva York que Olcott organizó para su compatriota el barón de Palm. Waldo no se convirtió entonces a la teosofía, pero el vínculo personal con Blavatsky influyó al menos en uno de sus descendientes, y Erma ingresó en la Sociedad.
Rubia, de ojos azules y con diecinueve años recién cumplidos, Rosalind era una muchacha atractiva y animosa, apasionada por los deportes, amante de los animales y sin ninguna inclinación especial por la vida espiritual, lo cual debió ser un alivio para los hermanos, hartos del régimen absurdo de Leadbeater en Australia. La naturalidad y la vivacidad de Rosalind los atrajo y pronto rivalizaron por ganarse la atención de la muchacha, que pasaba el día con ellos y dormía en la casa vecina de la señora Gray. Mientras Krishna meditaba y Nitya se recuperaba, ella limpiaba y cocinaba para ellos. Y, para relajarse, los tres leían poesía y paseaban por el valle.
Tan fuerte fue la afinidad con Rosalind que los dos hermanos escribieron a Leadbeater preguntándole si ella podía ser la madre de ellos reencarnada. El Obispo tuvo sus dudas, porque aquella señora había muerto dos años después del nacimiento de Rosalind. Pero quizá eso fuera lo más conveniente, porque la maternidad espiritual evitaría pasiones más ardorosas, y parecía que allí se daba una atracción especial entre Nitya y su nueva amiga. Fuera por esta atracción (como Erma creía) o fuera (como parece más probable) que todos los factores frustrantes de su vida se hicieron intolerables por la proximidad de todo lo incalcanzable representado por Rosalind, más el temor a perder a su hermano (muerto o casado con ella), el caso es que Krishna enfermó y tuvo que permanecer en Ojai casi un año.
La enfermedad parece que fue psicosomática en su origen, pero sus síntomas recurrentes, conocidos en su círculo como el Proceso, jugarían un papel decisivo en su vida a partir de entonces. Tal como figuran en el escrito que ambos hermanos enviaron a Annie Besant, Leadbeater, la señorita Dodge y lady Emily, en estos síntomas se mezclaba el dolor físico con la experiencia mística[222]. Al principio duraron varios días, luego continuaron intermitentemente durante meses, y se repitieron a lo largo de la vida de Krishnamurti siempre que estaba sometido a estrés.
La enfermedad se manifestaba habitualmente con una sensación de debilidad y dolor en el cuello, que gradualmente se extendía por la columna vertebral. Al aumentar el dolor, Krishna perdía a ratos la conciencia. Al despertar, experimentaba alternativamente la sensación de abandonar su cuerpo y unirse con toda la creación, y una violenta repugnancia por la suciedad que lo rodeaba. También sufría de fotofobia y tenía una sensación de calor sofocante, escondiéndose en rincones oscuros y negándose a abandonar la casa. El único alivio para estos síntomas lo experimentaba cuando Rosalind le acunaba la cabeza sobre su regazo.
Tras varios días, durante los cuales la tensión en la casita alcanzó niveles insoportables, el Proceso culminó en un momento de confusión forsteriana. El señor Warrington, Nitya y Rosalind, estaban sentados en la veranda, al fresco de la noche. Krishna, que había pasado todo el día quejándose de la suciedad de la casa, al final pudo ser convencido para que se uniera a ellos. Se sentó un poco apartado de los demás y se puso a cantar mantras. Mientras cantaba, Nitya, que dijo haber sentido un poder creciente en la casa, fue cada vez más consciente de una presencia específica y Rosalind repetía una y otra vez: «¿Lo ves?». Cuando Krishna se levantó y se acercó a ellos, Rosalind, siempre según el relato de Nitya, se desmayó, seguramente porque no pudo resistir la manifestación de una figura divina: de Krishna, transformado en dios.
Mucho después, Rosalind negó que sucediera casi todo lo que supuestamente había visto y oído Nitya. No había habido ninguna figura. En lugar de desmayarse, había estado durmiendo todo el tiempo y sólo oyó hablar de la figura divina cuando la despertó Nitya. Y si ella dijo algo, tuvo que ser mientras dormía. Pero en aquel momento, parece que ella aceptó el relato de Nitya, e igual hizo su hermano. Es evidente que ella lo creyó entonces o cambió de opinión después. Cualquiera que fuera la verdad del asunto, no parece probable que ninguno engañara deliberadamente a los otros y, a pesar de este malentendido ridículo, el episodio adquirió una gran significación para los tres, reforzando la creencia de Nitya en la divinidad de su hermano y fortaleciendo los sentimientos de Rosalind hacia Nitya. Sólo Krishna quedó fuera de esta vinculación, y fue el más profundamente afectado de los tres. Al aceptar la interpretación de su hermano, confirmaba su creencia en su extraordinario rango espiritual, creencia que perduraría toda su vida. Aunque el Proceso continuó durante los meses siguientes sólo físicamente, sin visiones, él lo interpretó, con ayuda de Annie, como una señal de su progreso oculto a lo largo del Sendero.
Había algo que justificaba esta interpretación. La filosofía del yoga sitúa el poder de la vida —llamado kundalini— en la base de la columna vertebral. El kundalini se representa como una serpiente enroscada y el yoga trata de despertar este poder para alcanzar la iluminación espiritual. Leadbeater, sin embargo, tenía sus dudas. Aunque creía que el avance en el Sendero era lento y difícil, no implicaba dolor físico, y si él y Annie no habían experimentado tales dificultades, ¿por qué iba otro a experimentarlas? Por eso, aun aceptando lo interesante del caso, Leadbeater advirtió que no se diera demasiada importancia al Proceso. Quizá pensaba que, en lugar de ser una señal de avance, significaba el abandono del Sendero, porque, a medida que Krishna se adentraba en la experiencia mística, daba señales de ir descubriendo su gradual alejamiento de la teosofía. Desde esta perspectiva, el dolor significaba la agonía de la separación y no un avance. Es posible que Leadbeater supiera también que el kundalini incluye los poderes sexuales, aunque no podía saber que los dolores del Proceso afectarían a Krishna solamente cuando estaba acompañado por mujeres.
Sin advertir sus implicaciones, Annie quedó al principio impresionada por unas señales que tomó como la nueva madurez y visión interna de su protegido. También, cuando visitó a Krishna en Ojai, quedó encantada con el valle. Resuelta a comprar el lugar de tan extraordinaria experiencia, enseguida reunió dinero y compró algunas hectáreas del valle. Quizá pensaba en las intrincadas e idílicas montañas donde moran los Maestros cuando estableció una fundación llamada Asociación Fraternal, haciendo un juego de palabras de las relaciones humanas y divinas. En el terreno estaba la casa donde empezó el Proceso, que restauraron y fue llamada Arya Vihara, la Casa de los Arios. Los teosofistas nunca hacían las cosas a medias, y fueron comprando más terrenos en Ojai (en gran parte gracias a la ayuda financiera de la señorita Dodge) que terminaría convirtiéndose en un centro espiritual que iba a rivalizar e incluso superar a Adyar. No fue por culpa de Annie que la teosofía no fuera su objetivo.
Quizá la señora Besant, al igual que Krishnamurti, necesitaba una distracción que la apartara de otros problemas. El Congreso Teosófico de 1922 había sido particularmente agotador, cuando un nuevo escándalo sobre Leadbeater, que se había estado gestando durante casi cinco años, terminó por estallar. Leadbeater había sido objeto de los ataques de los teosofistas de Point Loma casi continuamente desde 1906. Katherine Tingley había animado a uno de sus lugartenientes, Joseph Fussell, para que escribiera dos panfletos escandalosos en 1913 y 1914, en los cuales se hacían ocho graves acusaciones contra Leadbeater y Besant. El exótico pliego de cargos incluía pretensiones de casi divinidad e imposibles poderes ocultos, abandono de las «prohibiciones mosaicas» del asesinato y el adulterio en favor del budismo, poner en peligro la inocencia de los jóvenes, promoción de actividades antiteosóficas tales como la sodomía y la pertenencia generalizada a la Sociedad de pervertidos y locos. Fussell estaba conmocionado sobre todo por Vidas de Alción, en donde los personajes parece que cambian de identidad, sexo y relación, siguiendo un pensamiento indecente o una vida inmoral.
En 1917, Fussell envió sus panfletos al Fiscal General de Nueva Gales del Sur, Australia. Éste ordenó una investigación de las actividades de Leadbeater. La policía no pudo interrogar al Obispo, cuya salud fluctuaba según le convenía, pero sí pudo hablar con un señor y señora T. H. Martyn, ricos teosofistas de Sidney, con quienes el Obispo se había alojado hasta que se vio obligado a marchar a causa de una escarlatina. La señora Martyn dijo que le había desagradado el Obispo desde el principio, lo cual no debe sorprender, dada su insistencia en que el matrimonio durmiera en habitaciones separadas mientras él estuviera en la casa, con el fin de no manchar su pureza. El proceso de instrucción fue de lo más ofensivo, porque la señora, cuando conoció la fama de Leadbeater, juró que, cuando estuvo en su casa, lo había visto meter muchachos desnudos en su cama.
Martyn, que efectivamente financiaba la Logia de Sidney, no estaba tan dispuesto a creer en rumores que amenazaban con destruir la Sociedad en Australia, aunque un muchacho describió sus propias experiencias con Leadbeater. Pero Martyn tuvo que admitir la verdad cuando visitó EE.UU. en 1919. Allí conoció a Hubert van Hook, ahora un hombre joven. Resentido por el trato injusto de Leadbeater, Hubert acusó abiertamente al Obispo de fraude y pederastia. Martyn se trasladó a Londres aquel otoño y oyó peores cosas de Wedgwood, el amigo de Leadbeater, rumores que confirmó Annie. Después de unos recientes escándalos sexuales que afectaron a cuatro sacerdotes de la Iglesia Católica Liberal, Wedgwood huyó a Holanda para librarse de la prisión en Gran Bretaña. Era imposible que Wedgwood fuera un iniciado, decía Annie, y tenía que ser expulsado de la Sociedad; encargó a Martyn que dijera a Jinajaradasa, Delegado Jefe de la Sección Esotérica de Australia, que lo echara.
Jinarajadasa, lógicamente, consultó el asunto con su viejo maestro, y Leadbeater acudió en ayuda de Wedgwood. En diciembre de 1919, el aturdido Jinarajadasa telegrafió a Annie: «Martyn informa que tú dices que W no es un iniciado. Leadbeater afirma que estuviste presente en su iniciación»[223]. Era el viejo dilema: si Annie procedía contra Wedgwood, estaría negando la verdad de su propia experiencia ocultista. Como era Leadbeater quien definía lo que era esa experiencia, sólo quedaba una salida. Al cabo de una semana contestó a Jinarajadasa: «La declaración del Hermano es suficiente. Anulo anterior mensaje enviado»[224].
Es difícil decir cuál era el estado de ánimo de Annie en aquel momento. Aunque todavía vigorosa y en plena posesión de sus facultades, ya era una anciana de setenta y cuatro años, en la última etapa de una vida plena y con frecuencia agotadora. Seguramente estaba cansada de los miserables e inacabables dramas de su amigo. Aunque no diera crédito a los otros, tuvo que preguntarse por la enorme indiscreción de Leadbeater. No sólo se había relacionado con Wedgwood; seguía rodeado de niños y jóvenes guapos, aunque, como Nitya escribió con ironía a su amigo italiano Ruspoli, «ahora ha abandonado su costumbre de antes y habla con todas las viejas feas»[225]. Fue todo lo que hizo Leadbeater. Se seguía negando a estrechar la mano de las mujeres, o a permanecer a solas con una (excepto con Afilie) porque podían mancharlo. Aunque, curiosamente, el Obispo quería verdaderamente a la hija de Emily, Barbara Lutyens (para desesperación del padre), y aunque le disgustaban las mujeres como tales, siempre estaba dispuesto a hacer excepciones. Pero el escándalo continuó a lo largo de 1920 y, en mayo de 1921, Martyn, convencido de que Leadbeater era tan culpable como Wedgwood, escribió a Annie expresándole formalmente sus sospechas y presentando sus pruebas[226].
Su carta es un documento contundente que expresa lo que mucha gente pensaba. Acusa a Wedgwood de flagrante sodomía y a Leadbeater de protegerlo y de practicar los mismos vicios. Luego, Martyn se extiende acusando a Leadbeater de fraude en su supuesta mediación de mensajes de los Maestros, de deslealtad personal a Annie y de deshonra en general. También le dice a Annie que es demasiado crédula en lo que atañe al Obispo y se cuestiona la validez de la relación ocultista entre ellos.
Meses después se filtró la carta, que publicó el director del OE Library Critic junto a otros ataques a Leadbeater y Wedgwood. También había una severa crítica a Annie. Luego, menos de dos meses antes de la apertura de la Convención Australiana de 1922, Reginald Farrer, sacerdote de la Iglesia Católica Liberal y amigo de Wedgwood, que durante un breve tiempo había sido tutor de Krishna, escribió a Annie, con copia a todas las personas concernidas, dimitiendo como jefe de los comasones ingleses, confesándose de sodomía y acusando a Wedgwood del mismo delito.
Cuatro meses después de estallar esta bomba, Annie recibió otra carta de un obispo católico liberal, Rupert Gauntlett, reiterando las acusaciones contra Wedgwood. A esto le siguió una circular pública del Presidente de la Logia Teosófica de Nottingham, exigiendo la investigación de la homosexualidad desenfrenada en la Sociedad. Para entonces ya había comenzado la convención australiana. Llamados por Leadbeater para que lo apoyaran, Annie, Krishna, Nitya y su séquito llegaron a Sidney, donde la policía investigaba las acusaciones de inmoralidad contra Wedgwood y Leadbeater, aunque el Obispo estaba como siempre demasiado enfermo para verlos.
La única prueba directa contra Leadbeater era la de los Martyn, que decían haberlo visto en la cama con Oscar Kollerstrom, hijo de un cura católico liberal, pero incluso esta evidencia no era concluyente y no hubo cargos. Compartir la cama no era un delito. Wedgwood, por otro lado, seguido por un detective de la Sociedad, había sido visto visitando no menos de dieciocho urinarios públicos en el término de dos horas. Cuando lo interrogaron, dijo a la policía que había estado buscando a un amigo que conocía de una vida anterior. Este amigo «iba por mal camino» y la misión de Wedgwood era salvarlo.
En la convención, Leadbeater fue acusado de todo, desde ventriloquismo a pederastia, que, según se afirmaba, no usaba tanto para su placer como para revestirse de poderes astrales. Como de costumbre, rechazó las acusaciones, pero la hostilidad subió de tono. Cuando Leadbeater, apoyado por Annie, se negó a dimitir, la consecuencia inevitable fue la división de la sección australiana y muchas dimisiones de la Sociedad en todo el mundo. Para vengarse de los rebeldes que no habían acatado su autoridad, Annie anuló la licencia de la Logia de Sydney y casi todos sus miembros respondieron yéndose con Martyn para fundar una sociedad independiente. Dada la importancia de la contribución financiera de Martyn, fue un duro golpe para la sociedad matriz. Los que quedaron ingresaron en la nueva Logia Blavatsky de la señora Besant.
Leadbeater, ignorando orgullosamente todas estas dificultades, puso su atención en construir cerca de la bahía de Sydney un gigantesco anfiteatro griego, dotado de escenario, biblioteca y sala de té. El complejo se inauguró en una ceremonia en la cual el Obispo actuó en el papel estelar, pronunciando las siguientes palabras:
En el nombre de todos los Budas, del pasado y del futuro, en el nombre del Gran Maestro de la Sabiduría, y en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, revuelvo esta tierra[227].
Leadbeater pasaba la mayor parte de su tiempo en su horrible aunque imponente casa de Sydney, The Manor [La Mansión], donde tenía establecida una comuna teosófica. A pesar de los escándalos, la comuna siguió prosperando. En 1925, Emily Lutyens se alojó allí con algunos de sus hijos —entre ellos Mary y Betty— durante la convención teosófica de aquel año, celebrada una vez más en Sydney. Viajaron desde Europa con Rosalind Wilhiams, Krishna y Nitya, que estuvo separado de los demás pasajeros a causa de su enfermedad. Después de la convención, Emily y sus hijos siguieron en The Manor por el bien de su avance ocultista. No pudo haber sido por ningún otro bien. Betty Lutyens, que aborrecía al Obispo, se rebeló contra su régimen aburrido, que incluía la asistencia obligatoria a la catedral católica liberal de St Alban, a las temidas masónicas y a silenciosas cenas vegetarianas en un comedor de paredes revestidas de cobre, donde Leadbeater miraba fijamente a quien hiciera el menor ruido. Mary Lutyens quedó más impresionada por el anciano, que se parecía exactamente a su imagen infantil de Dios, a pesar de su voz estentórea y mal carácter; pero incluso ella encontró el lugar tremendamente aburrido.
Su estancia en The Manor no fue más fácil por la llegada de Rosalind Williams. Poco después de llegar Nitya a Sydney, los médicos lo enviaron a las montañas al cuidado de Rosalind. En el barco, Mary apenas pudo ver a su amado. Ahora permanecía en las montañas mientras su cuidadora venía a The Manor. Frustrada por la separación, la cariñosa Mary sintió unos profundos celos de Rosalind, aunque no tenía más remedio que admirar a su rival. Todavía en edad escolar, Mary no podía competir con una mujer mayor llena de encantos. Con ojos azules como los de un gato siamés, las mejillas rosadas y un cabello rubio y ondulante, Rosalind era un modelo de belleza nórdica que se complementaba perfectamente con el tono oscuro de los hermanos indios[228]. Pero Rosalind fue hábil y aplacó los celos de Mary convirtiéndola en su confidente y hablándole de Nitya. Pronto Mary sintió el mismo amor por Rosalind.
Aunque aburrida, una casa llena de jóvenes daba lugar a sueños románticos. A pesar de la seriedad de todos, Mary observó que la mayoría de discípulos jóvenes eran atractivos, aunque se preguntó por qué tantos teosofistas cultivaban la separación de sexos. Cuando Leadbeater fue a recibir a lady Emily y a sus hijos, fue al puerto vestido con sus vestiduras púrpuras y el anillo de amatista, «dando saltos como un león»[229] y apoyado en el hombro de un muchacho extraordinariamente hermoso, Theodor St John. En The Manor, los jóvenes pasaban el tiempo sin hacer nada, esperando una entrevista con Leadbeater u «otro mensaje que llegara por la máquina de escribir astral»[230]. Estos mensajes, calificados más tarde por Betty de «bromuros triviales», eran pasados a máquina por una muchacha favorecida. Escribir a máquina era la única habilidad que casi todos aprendieron durante su estancia.
De vez en cuando, Leadbeater salía de su aposento e invitaba a alguien a ir de paseo. Había rivalidad para este honor, en parte porque (como admitió Betty) Leadbeater contaba cuentos maravillosos, que eran lo único que rompía la monotonía y los celos de la mansión; en parte porque ser elegido como acompañante del Obispo era una señal honorífica, y en parte porque no tenían ninguna otra cosa que hacer. La imaginación de Leadbeater era, en efecto, tan caprichosa como siempre. Un día, según Mary Lutyens, señaló una gran roca en el parque que se había enamorado de uno de los muchachos de la mansión que se había sentado en ella[231].
Edwin Lutyens pensó que la monotonía del régimen del Obispo era mala para sus hijas, describiéndolo como «sin permiso para ninguna diversión, una especie de sensación de estar todo el día en la iglesia y una solemnidad de corte real»[232], pero quizá lo mejor fuera que lady Emily estuviera en Australia con Leadbeater, dadas las hazañas en Europa de su antiguo colega Wedgwood. Ahora expulsado de la Sociedad y perseguido por la policía por delitos que incluían abuso de drogas y sodomía, Wedgwood abandonó Inglaterra a toda prisa y se refugió por breve tiempo con Gurdjieff en Fontainebleau, antes de establecerse con sus servidores en París, donde se entregó a la promiscuidad y las drogas. Cuando se le acabó el dinero, pidió ayuda a la paciente Annie, que lo puso en contacto con los teosofistas holandeses. Pero éstos no tardaron en perder la paciencia y en cerrar la bolsa, y Wedgwood se vio obligado a pagar sus facturas con la cocaína que pasaba de matute en la cabeza de su báculo episcopal.