Gurdjieff era un hombre que se crecía en la adversidad y la Revolución sacó de él lo mejor que llevaba dentro. Salió de Moscú en la primavera de 1917 para reunirse con su familia en Alexandropol y luego convocó a sus discípulos en el sur[191]. Muchos acudieron. Ouspensky llegó en junio de 1917, conmovido por las ejecuciones sumarias que presenció en la estación de ferrocarril de Tbilisi. Pero en julio, los dos hombres decidieron regresar a San Petersburgo. Gurdjieff, sin embargo, cambió de parecer en el último momento y permaneció en Essentuki, una ciudad sobre la línea férrea del Mar Negro, y envió a Ouspensky solo a la capital, donde tenía que recoger a otros discípulos y llevarlos al sur.
Ouspensky volvió pronto y le siguieron otros, como Zaharoff y Thomas y Olga de Hartmann, que acababan de integrarse en el grupo. Los Hartmann, que como Madame Blavatsky pertenecían a la aristocracia germanorrusa, eran de momento la presa más distinguida de Gurdjieff. Olga había estudiado canto operístico y su esposo era un compositor famoso, cuyo ballet, La flor rosa, había sido interpretado por Nijinski y Karsavina en la Ópera Imperial. Ricos, encantadores e independientes, sin idea de lo que les esperaba, llegaron a Crimea acompañados de una doncella y dos carruajes llenos de equipaje. El nivel social de los discípulos de Gurdjieff empezaba a elevarse.
El grupo se instaló al principio en Essentuki, donde el líder había tomado una villa y estableció el modelo de vida que seguiría durante la década siguiente. El caos reinaba en el mundo exterior aquel verano de 1917, y Gurdjieff impuso una comuna autocrática en la que los miembros combinaban las tareas domésticas con ejercicios, discusiones y danzas, todo bajo la estrecha supervisión del Maestro. Cuando hicieron excursiones al campo en San Petersburgo, las tareas domésticas habían sido una especie de juego para los discípulos de clase media, en una época en que todos, salvo los más pobres, tenían criados. Habían aprendido a cortar leña, cocinar, cuidar el huerto y limpiar, siguiendo el culto tolstoyano de las tareas manuales voluntarias como método de mejorar la moral. Ahora los trabajos iban en serio. La elevación espiritual y la supervivencia eran la misma cosa.
Gurdjieff necesitaba dormir poco e impuso el mismo régimen de sueño a sus discípulos, quienes, con suerte, dormían cinco horas cada noche. Cuando no trabajaban en el huerto o regateaban la escasa comida en los mercados, a los que iban en rápidos paseos, volvían a la casa para practicar movimientos y ejercicios respiratorios. La austeridad estaba puntuada —y acentuada— por ocasionales rasgos indulgentes, cuando el Maestro recompensaba a sus devotos con un descanso en el trabajo o con una comida deliciosa, algo cada vez más raro en medio de las privaciones de un país que se deslizaba hacia la anarquía. En tiempos mejores, las comidas se convertían en el centro focal de la vida gurdjieffiana. El Maestro, mezcla de jefe de tribu y autócrata victoriano, presidía la mesa, repleta de exóticas viandas y grandes cantidades de brandy, alternando las burlas y las amenazas e ignorando a sus inferiores. El prolongado ritual del festín, intercalado de complicados brindis, reforzaba entre los discípulos la sensación de que su maestro era una figura divina que dispensaba sabiduría, ingenio y justicia, los preservaba del mal y conjuraba la abundancia de la nada.
En agosto de 1917, Gurdjieff y la mayoría de sus seguidores se trasladaron de Essentuki a Tuapse, un lugar de veraneo en la costa del Mar Negro. Ouspensky volvió a la capital para ver si podía salvar alguna propiedad y a otros discípulos. La situación política y militar cambiaba a cada momento y lo más probable es que Gurdjieff se trasladara a la costa para no quedar atrapado en el interior. Pero una vez llegado a Tuapse le dijo a los Hartmann que intentaría ir caminando hasta la segura Persia, lo cual implicaba un trayecto largo y peligroso a través de la zona de guerra. Dijo también que se ganaría la vida picando piedras en el camino. ¿Quién quería irse con él? Zaharoff y los Hartmann, ahora mesmerizados por Gurdjieff e incapaces de valerse por sí mismos, aceptaron acompañarlo. Los demás se quedaron.
Guiados por Gurdjieff, el grupito se adentró en el país durante días, lacerándose los pies y destrozándose los vestidos en los senderos montañosos, para encontrarse al final en otro pueblo cercano al mar Negro y no lejos de Tuapse: prácticamente habían caminado en círculo. Tan pronto como llegaron a la costa, Thomas de Hartmann cayó enfermo de tifus y Gurdjieff hizo llamar a Ouspensky y a los Stjoernval para que se unieran al grupo. Hartmann se recuperó, pero la guerra civil había empezado a asolar el Cáucaso; para escapar de ella, Gurdjieff mantuvo al grupo en movimiento durante los meses siguientes, hasta que terminaron de nuevo en Essentuki, agotados por el viaje y empobrecidos por el gobierno bolchevique que, entretanto, había confiscado toda propiedad privada.
En febrero de 1918, Gurdjieff envió una circular invitando a todos sus discípulos a reunirse con él en Essentuki, donde su familia, procedente de Alexandropol, ya se había reagrupado. Reconstituida la comuna, se reanudó el antiguo régimen: danzas, movimientos, trabajo duro y períodos de silencio obligado, esta vez complementado con música popular del Turquestán y el repertorio de trucos extravagantes aprendido por el maestro durante sus viajes. La banda de seguidores sobrepasaba ahora el centenar y la mezcla de clases y caracteres producía una absurda situación chejoviana, con las refinadas damas preocupadas por las pocas joyas o vestidos que les quedaban, los campesinos armenios charlando en los rincones de huevos y harina, los intelectuales esforzándose en sus ejercicios espirituales y todos discutiendo seriamente sobre el significado de la vida. Gurdjieff daba instrucción espiritual y mascaba pipas de girasol mientras ideaba planes para sacar adelante al creciente grupo.
El número de miembros no fue constante. Si llegaban discípulos y familiares a Essentuki, también se marchaban otros. En julio de 1918, la hermana de Gurdjieff y su esposo llegaron a la ciudad vecina de Mineralni Vodni con sus seis hijos, reducidos a esqueletos vivientes tras el viaje desde Alexandropol, a unos seiscientos kilómetros en línea recta, pero hostigados por toda clase de peligros, desde el ejército regular a los bandidos. También trajeron la noticia de que el ejército turco había asesinado a la población masculina de Alexandropol, incluido el padre de Gurdjieff que no quiso abandonar su casa. Los demás huyeron.
El grupo se vio afectado por la deserción de Ouspensky: cuando en agosto de 1918 Gurdjieff abandonó Essentuki para volver otra vez al Mar Negro, su discípulo no lo acompañó. No se sabe por qué Ouspensky creyó que tenía que romper con el Maestro y precisamente en aquel momento. Ouspensky se limita a decir que había dejado de confiar en Gurdjieff, aunque su propia evidencia hace creer que nunca confió. Habían vivido y trabajado juntos en estrecha relación durante algo más de un año; pero, mientras Ouspensky creía más fervientemente que nunca en lo que él llamaba el Sistema, había empezado a temer a su transmisor. Lo cierto es que eran dos caracteres incompatibles, y los mismos rasgos que hicieron que Ouspensky se sintiera atraído por Gurdjieff, resultaban ahora intolerables. Además, ambos eran autócratas, incapaces de dejarse dirigir por otros. Aunque emocionalmente vulnerable, Ouspensky poseía la arrogancia intelectual del autodidacta triunfador. Tampoco podía aceptar las groseras inconsistencias de Gurdjieff. Con el tiempo, llegó a la conclusión de que la única solución a su problema era separar al hombre de su enseñanza, lo cual justificaba diciendo que todo lo valioso de la enseñanza no pertenecía al maestro, sino a las tradiciones de la antigua escuela en que se había formado. Por lo tanto, en el futuro, Ouspensky promovería y desarrollaría el Sistema de Gurdjieff, libre de la, para él, influencia abrumadora y en ocasiones siniestra del mismo Gurdjieff.
Como la guerra civil se acercaba, Gurdjieff hizo planes para abandonar la región con un pequeño grupo de discípulos. Su familia y el resto de seguidores se quedaron. La extrema dificultad y peligro de viajar por la zona de guerra exigía una buena razón, y Gurdjieff se las arregló para convencer a las autoridades bolcheviques de que, en medio de la guerra civil, iba a llevar a cabo una expedición arqueológica. También dio a entender que, de paso, haría prospecciones de oro. Que lo creyeran prueba sus dotes de persuasión (o de soborno: no se sabe). No sólo le dieron el necesario permiso. Las autoridades le proporcionaron también equipos de acampada y excavación, como tiendas, palas y veintiuna hachuelas. Aconsejado por Ouspensky, pidió descaradamente alcohol para lavar el oro, y también le dieron grandes cantidades, a pesar de la hambruna inminente. El martes 6 de agosto de 1918, la expedición formada por un asno y quince personas, entre ellas los Hartmann y los Stjoernval, salió de Tuapse en un tren de mercancías, viajando hacia el interior a seis kilómetros por hora.
Lograron alcanzar Maikop, a unos ciento cincuenta kilómetros al noreste de la costa, donde los anarquistas habían volado las vías férreas y los ejercitos blanco y rojo se disputaban la ciudad. El maquinista, prudentemente, abandonó el tren y los dejó a su propia suerte. Encontraron una casa de campo abandonada y volvieron a la antigua rutina. El asno pastaba, los discípulos trabajaban y el retumbo lejano de los cañonazos les recordaba que la guerra continuaba. Aun así, la soledad no fue completa. La zona estaba infestada de refugiados de todo tipo, todos tratando de adivinar qué camino tomar cada vez que la ciudad cambiaba de manos. Hartmann se encontró con un antiguo amigo que, de oficial de la Guardia Blanca, se había convertido en vagabundo, y el doctor Stjoernval se cruzó con un finlandés convertido en monje budista que, vestido como tal, iba camino de la India.
Después de tres meses en la granja, se hizo evidente que tenían que salir de allí. Los blancos, cuando tomaron Maikop, ahorcaron a todos los sospechosos de bolchevismo y sólo era cuestión de días que los rojos retomaran la ciudad y empezaran a fusilar a todos los traidores zaristas. La elección de cualquier bando era un peligro mortal. Aunque, como de costumbre, Gurdjieff consiguió salvoconductos de unos y otros, escritos a ambos lados de un mismo papel, teniendo que adivinar qué lado tenía que enseñar cada vez que los detenían en el camino, este extraño juego no podía salir siempre bien. La única solución era escapar de Rusia, lo cual implicaba volver a atravesar las montañas hasta el Mar Negro. Con el tren inutilizado, la única manera de hacerlo era poner el equipaje en los carros y echar a andar.
Tuvieron que atravesar los frentes en varias ocasiones, cargados con el equipaje, salvando montañas empinadas y frondosos bosques, comiendo setas y bayas silvestres durante el día y acampando de noche en las tiendas facilitadas por las autoridades bolcheviques de Essentuki. En el camino, «descubrieron» unos dólmenes —no está claro si Gurdjieff ya conocía su existencia— justificando, si alguien preguntaba, la intención original de la expedición arqueológica.
Por fin, en octubre de 1918, llegaron a Sochi, en el Mar Negro, deslizándose cuesta abajo por las empinadas laderas que rodeaban la ciudad «sobre el culo», en palabras de Gurdjieff. Una vez más habían hecho un viaje en círculo. Tomaron habitaciones en el mejor hotel y aquella misma noche, después de la cena, Gurdjieff le pidió a Olga de Hartmann que cantara el aria de las campanas de Lakme, como si todo fuera de lo más normal. Para Olga fue algo sin importancia después de los sufrimientos pasados.
A los pocos días el grupo empezó a dispersarse, no se sabe si por voluntad de los miembros o por indicación de Gurdjieff, que se quedó solamente con Julia Ostrowska, los Stjoernval y los Hartmann. Pero Sochi no era más seguro que otros lugares. Aunque la ciudad no estaba amenazada por los bolcheviques, sí lo estaba por los georgianos recién independizados y el ejército blanco. En enero de 1919, el reducido grupo reanudó su viaje, esta vez a bordo de un barco que los llevó a Poti, para continuar luego a Tbilisi, la capital de Georgia, donde Gurdjieff, de acuerdo con su relato en Encuentros con hombres notables, había trabajado en los ferrocarriles treinta años antes. En Tbilisi encontró refugio en casa de unos primos y pronto se puso a trabajar en su antiguo oficio de comerciante de alfombras, con el dinero que le prestó el hermano de su suegro, que daba la casualidad que era el arzobispo de la diócesis. El doctor Stjoernval se dedicó a su profesión de médico y los Hartmann se entregaron a la música, Thomas en el conservatorio y Olga en la ópera, donde inmediatamente interpretó el papel de Micaela de Carmen. Hizo el papel a pesar de una incipiente tuberculosis, que curó enseguida bajo la dirección de Gurdjieff, comiendo tocino y durmiendo al relente en la veranda.
El incorregible líder inició al mismo tiempo negociaciones con el gobierno georgiano para establecer el primero de sus «institutos» y que iba a marcar la pauta de la siguiente década. Los días de los grupos ad hoc se habían terminado: Gurdjieff quería ahora una escuela apropiada y el reconocimiento oficial. Como había pasado su vida fijando precios y regateando, llevó las negociaciones con deleite, y su experiencia con la escurridiza administración georgiana le fue de gran utilidad en sus posteriores contactos durante la década de 1920 con los gobiernos francés, alemán, británico y estadounidense para proyectos más ambiciosos. Al cabo, los georgianos, al parecer halagados por la afirmación de Gurdjieff de que ayudaría a convertir su capital en un centro de la cultura mundial, le dieron un edificio en Tbilisi, en el cual estableció el pomposamente llamado Instituto para el Desarrollo Armonioso del Hombre. El instituto cerró al poco tiempo por falta de interés público, a pesar de un folleto insultantemente optimista, por no decir deshonesto, que anunciaba que ya estaba funcionando en las capitales más importantes del mundo, como Bombay, Kabul, Alejandría, Nueva York, Chicago, Moscú, Cristianía… y Essentuki[192].
Detrás del fraude del prospecto había un programa educativo basado en la teoría gurdjieffiana de la personalidad, según la cual el hombre posee tres centros: el físico, el emocional y el intelectual. El propósito de sus ejercicios —y en este momento era más terapeuta que maestro ocultista— era conseguir el equilibrio entre estos tres centros mediante el movimiento y el autoconocimiento.
Según afirmaba Gurdjieff, que era aficionado al número tres, hay tres métodos tradicionales para despertar al alma de su letargo y favorecer el aumento de la conciencia: el método del faquir, que se concentra en el centro físico; el método del monje, que se concentra en el centro emocional, y el método del yogui, que se concentra en el centro intelectual. Pero todos estos métodos consiguen un desarrollo unilateral. En su Wanderjahre por Asia Central, Gurdjieff asegura haber estudiado un Cuarto Método, mediante el cual se pueden desarrollar armónicamente los tres centros[193]. Si se le objetaba que la armonía parecía un objetivo improbable en un hombre que siempre estaba en el ojo del huracán y nunca dudaba en provocar conflictos, Gurdjieff contestaba que lo que normalmente parece armonía es en realidad letargo, y que la verdadera armonía no es la ausencia de discordia, sino la concordancia de las fuerzas dinámicas.
Pero aunque Gurdjieff no tuvo éxito con su instituto, continuó ejerciendo de maestro de danza. La escenografía y la iluminación de la Carmen de Olga Hartmann era de Alexandre Salzmann, cuya esposa, Jane, se convirtió rápidamente en una de las discípulas más entusiastas de Gurdjieff. Nacido en 1874, Salzmann era como un comodín, un vagabundo que, además de su talento artístico, se interesaba por el ju-jitsu, la curación y el ocultismo. Amigo de Kandinsky, había sido guardabosque, inventor y monje benedictino. Su esposa, mucho más joven, (nació en 1889), era bailarina y había estudiado con Emile Jaques-Dalcroze en la Escuela de Euritmia de Hellerau, cerca de Dresde[194]. Cuando Gurdjieff llegó a Tbilisi, ensayaba con sus alumnos una representación de las danzas dalcrozianas. Profundamente impresionada por el nuevo amigo de su esposo, puso su clase bajo su dirección para representar las Danzas Sagradas, practicadas desde antiguo pero nunca vistas. La función tuvo lugar en el Teatro de la Ópera de Tbilisi el 22 de junio de 1919.
Entretanto, Olga de Hartmann fue enviada de viaje. Aquella primavera, Dmitri, el hermano de Gurdjieff, llegó a Tbilisi procedente de Essentuki, donde su madre y hermana sobrevivían a duras penas a las purgas, plagas y hambrunas. La mayor parte de sus pertenencias habían sido vendidas o confiscadas, pero aún quedaban unas pocas alfombras de Gurdjieff y las miniaturas de Olga, y ésta, una de las lugartenientes de mayor confianza de Gurdjieff, fue enviada a que atravesara la zona de guerra para traérselas. Más tarde, ella vería el viaje, así como todos los sacrificios que le había exigido Gurdjieff, como una prueba, la misma opinión que sobre las aventuras del Cáucaso tuvieron retrospectivamente todos los discípulos que permanecieron fieles.
En Essentuki, el menos crédulo Ouspensky también demostraba sus dotes para la supervivencia. A los pocos días de la marcha de Gurdjieff, la guerra civil se apoderó de la ciudad, y las condiciones se deterioraron rápidamente cuando los ejércitos rojo y blanco lucharon en el territorio y las incursiones de los cosacos aterrorizaban a la población. Respondiendo a la situación con talante gurdjieffiano, Ouspensky requisó un aula de la escuela local, donde puso todos los libros que pudo encontrar, la llamó biblioteca oficial del soviet de Essentuki y, para dar fe del hecho, colocó una bandera sobre la puerta. Esto le proporcionó un puesto oficial que pudo salvar la poca vida que aún quedaba en su famélico cuerpo, aunque los libros le sirvieron de poco a la hora de comer o vestirse. En uno de los artículos que publicó en un diario inglés, describiendo las condiciones de aquel momento en Rusia, decía que «estoy todavía vivo porque mis botas, mis pantalones y el resto de ropa —toda “veterana”— aún se aguantan. Cuando terminen su existencia, supongo que terminará la mía»[195]. Su amigo Zaharoff no tuvo tanta fortuna y murió de viruelas en Novorossysk en noviembre de 1919.
En junio de aquel año, después de casi diez meses de sufrimientos y muchas pretensiones de victoria por ambos bandos, Essentuki fue brevemente «liberada» por Denikin, el general al mando de los ejércitos blancos, y Ouspensky pudo escapar como asesor del comandante Pinder, jefe de la misión económica británica en el ejército de Denikin. Pinder había sido avisado de las condiciones y circunstancias de Ouspensky por un amigo inglés, A. R. Orage, que había publicado las seis «Cartas desde Rusia» de Ouspensky en la revista New Age entre septiembre y diciembre de 1919. Tan fluida era la situación militar en el Cáucaso que el mismo Pinder fue capturado y encarcelado poco después por las tropas rojas, y cerca estuvo de ser ejecutado; pero los dos hombres pudieron escapar después y se retiraron hacia el oeste a través del Mar Negro.
En marzo de 1920, Ouspensky ya se encontraba seguro en Constantinopla. Gurdjieff, entretanto, había renunciado oficialmente al Instituto para el Desarrollo Armonioso del Hombre e incluso abandonó otro proyecto de ballet. No había tiempo para la danza y consideró seriamente su huida de Georgia, donde la situación empeoraba rápidamente. Pinder, nombrado agregado cultural británico del efímero gobierno georgiano, pasó fugazmente por Tbilisi, donde compartió una botella de whisky Johnny Walker con el Maestro[196], pero no pasó mucho tiempo sin que ambos hombres salieran a toda prisa de la capital. Los compañeros de Gurdjieff vendieron sus propiedades, invirtiendo el dinero en alfombras exóticas; Hartmann se despidió con un recital de piano y otra vez emprendieron viaje hacia el Mar Negro y el puerto de Batum. Allí tuvieron una difícil salida. Los barcos iban abarrotados de refugiados y era casi imposible obtener plazas. Mientras negociaban para obtener los camarotes, los soldados les robaron casi todo lo que llevaban. Aún les quedó dinero para pagar los billetes, y el 7 de junio de 1920, Pinder y Gurdjieff, con unos treinta seguidores del último, casi todos del mismo Tbilisi, se las arreglaron para llegar a la relativamente segura Constantinopla. Ouspensky y su temido maestro estaban, una vez más, juntos. Nunca volverían a Rusia.
La capital turca rebosaba de refugiados y los representantes oficiales de las grandes potencias esperaban el colapso final del Imperio Otomano. Turquía había estado al lado de Alemania durante la guerra y era la legítima presa de los aliados victoriosos. Francia y Gran Bretaña tenían misiones militares en Constantinopla para cuidar de sus intereses. En teoría, estas misiones pretendían favorecer la estabilidad de una región de por sí explosiva, pero en realidad se dedicaban al espionaje y a la agitación política en propio beneficio. La Rusia meridional, Turquía y los Balcanes estaban sumidos en el caos desde el fin de la guerra, y parecía como si todo el Asia Central fuera a desmembrarse entre las potencias vencedoras, los colonialistas imperiales y los más sutiles manipuladores de las «esferas de influencia». Además de la guerra civil rusa, que se extendía por toda Crimea, el Cáucaso y se adentraba en Asia, había las luchas étnicas por todo el imperio desintegrado. En la misma Turquía, aunque el último sultán seguía en el trono, no pasaría mucho tiempo sin que se proclamara la república.
Gurdjieff, que afirmaba haber visitado Constantinopla en su juventud, para investigar los derviches como parte de su búsqueda de la verdad[197], se estableció en Pera, un barrio de la ciudad, donde encontró a la comunidad de rusos blancos arruinados que se reunían en los cafés, entre ellos a Ouspensky. Su antiguo discípulo vivía en una pensión de la isla Prinkipo, manteniéndose él y la familia de Madame Ouspensky con las clases que daba de inglés y matemáticas. La ciudad rebosaba de exiliados zaristas. En el otoño de 1920, el derrotado ejército blanco se retiró al Bósforo y más de cien mil personas engrosaron el éxodo de Rusia a Turquía, formando una ciudad dentro de la ciudad.
Si bien acarreó consecuencias trágicas para los otros, fue una buena noticia para Gurdjieff. Se ganó la vida como sanador y comerciante y emprendió de nuevo el proyecto de establecer un instituto, iniciando las complicadas negociaciones de costumbre para conseguir un local. Lo consiguió en el otoño de 1920, dando conferencias y organizando ensayos de las danzas sagradas en una habitación vecina. Era más fácil conseguir discípulos que habitaciones. Ouspensky, que le había preparado el terreno en Constantinopla, pudo ver que escapar de Gurdjieff no era tan fácil como había pensado. Ouspensky ya estaba trabajando en el Sistema, con más de veinte discípulos que se reunían en el Club Ruso Blanco. A pesar de sus recelos, entregó obedientemente su grupo al Maestro, volviendo durante un tiempo a su antigua tarea de cuidar de los discípulos de Gurdjieff.
También trabajaron juntos en el inacabable libro La lucha de los Magos, escribiendo versos para la escena y componiendo canciones inspiradas en la música de los tekkes (monasterios de derviches, de los cuales había más de 250 sólo en Constantinopla). Thomas de Hartmann también colaboró con las Luchas, terminando los esbozos musicales de Gurdjieff. En los meses de Tbilisi, el Maestro lo puso en contacto con la música popular armenia y georgiana y ahora absorbía las influencias derviches. Pero la alianza de Ouspensky con Gurdjieff no duró mucho. Se fue separando gradualmente de su maestro y en el verano de 1921 salió para Londres, doce meses después de la llegada de Gurdjieff.
Pero no importó mucho. Para entonces, Gurdjieff ya tenía nuevos amigos y discípulos, y no sólo de la comunidad rusa blanca. Muchos lo encontraron intrigante, por no decir siniestro, y supo destacar en una ciudad tan llena de exotismo. Uno de sus antiguos conocidos en la ciudad era el sobrino del sultán, el príncipe Mehmet Sabeheddin[198]. Más tarde, Sabeheddin diría a un amigo común que conocía a Gurdjieff desde 1908, lo cual es posible, dada la probada implicación de ambos hombres en asuntos turbios de toda clase. Incluso pudieron conocerse en la Dashnakzutiun, la feróz sociedad secreta armenia que luchaba contra la dominación turca. Aunque miembro de la familia reinante, Sabeheddin era un intrigante político, relacionado con la oposición de los Jóvenes Turcos al sultanato e implicado en conspiraciones contra el régimen. Por una de estas causas fue juzgado y condenado a muerte in absentia en 1913. Durante la guerra vivió casi siempre en Europa. Fue perdonado en 1918 al subir al trono su tío Mehmet VI. Vuelto a Constantinopla, se alojó en Kuru Chesme, un palacete imperial sobre el Bósforo.
Fue allí donde Gurdjieff cenó con él en enero de 1921. Hombre de baja estatura, de complexión delicada, melancólico, vestido con fez y levita, Sabeheddin estaba en la cuarentena. Dividía sus intereses entre la religión oriental y la política occidental. Conocedor superficial de la teosofía y la antroposofía, había mantenido correspondencia con Rudolf Steiner y Edmond Schuré, además de haber estudiado el misticismo islámico, el budismo y el cristianismo. Pero parece probable que tales intereses, aunque sinceros, fueron esporádicos; todo lo referido al infortunado Sabeheddin apunta a diletantismo. Hizo culto de Jesús y la Virgen María, pero su pasión por lo inglés era de la misma naturaleza.
Inglaterra estaba representada ampliamente en la lista de invitados de aquella noche. El capitán Bennett era un huésped asiduo en Kuru Chesme[199]. Bennett llegó a Constantinopla en febrero de 1919, a la edad de veintitrés años, asignado al ejército británico de ocupación como uno de los pocos oficiales con conocimientos de turco. Era un joven de talento y encantador, con unos conocimientos impresionantes de matemáticas y lingüística, que sirvió meritoriamente durante la guerra antes de ser dado de baja por heridas que le produjeron una curiosa secuela mística: la sensación temporal de salir de su propio cuerpo y contemplarse desde arriba. Esta experiencia, recurrente a lo largo de su vida, le llevó a preguntarse si había algo más en la existencia humana que la experiencia diaria. Mientras convalecía en Cambridge, su trabajo en matemáticas de cinco dimensiones le sugirió también un mundo más allá de las nociones normales del tiempo y el espacio.
Cuando los aliados empezaron a reñir sobre sus despojos en Asia Menor, los conocimientos lingüísticos de Bennett hicieron de él un claro candidato para el servicio en ultramar y, a pesar de su reciente matrimonio, aprovechó la oportunidad. Su fácil dominio del turco le aseguró un rápido ascenso, y pronto fue jefe efectivo de la inteligencia militar británica en Constantinopla, un puesto que con el tiempo le hizo estar en contacto con todas las esferas influyentes de Turquía. Sus actividades en Constantinopla consistían en el espionaje y el control y contacto de todos los grupos políticos, dándole oportunidad para que desarrollase su inclinación natural por el misterio y la intriga. En el curso de su tarea investigó también las varias órdenes de derviches que Ouspensky ya había visitado una década antes.
Se decía que estas órdenes ocultaban sociedades políticas secretas, pero había algo más que el propósito de espiar en el interés de Bennett. La noción de búsqueda espiritual, que ya figuraba ampliamente en su vida, estaba alimentada por su investigación del sufismo. Como otros personajes de este libro, Bennett vivió buena parte de su vida en una zona gris, donde el trabajo de espionaje se transforma poco a poco en una creencia vaga en hermandades secretas y sociedades ocultas. Y, como demuestra cualquier comparación de su biografía con los archivos del Foreign Office, no fue mejor que Blavatsky, Leadbeater o Gurdjieff a la hora de distinguir la realidad pública de su fantasía personal.
Las investigaciones de Bennett sobre la Orden Mevlevi fueron alentadas por Sabeheddin, que también le facilitó textos ocultistas, como el neoteosófico Les Grands Initiés de Schuré, donde se expone la teoría de que todas las religiones son básicamente la misma y que hay una sucesión de grandes iniciados a través de los cuales se transmite la sabiduría de los tiempos. Estas teorías respondían a la propia intuición de Bennett, y lo animaron durante toda su vida a buscar a los iniciados en cuyas manos está el secreto de la existencia.
Aquella noche había también una dama inglesa en casa del príncipe Sabeheddin: Winifred Elliot, una matrona distinguida, de cabello blanco y unos cuarenta años. Educada en la India, donde su padre había sido tutor del maharajá de Baroda, estudió pintura en la Escuela de Bellas Artes de Slade y se casó en Inglaterra. Después de una vida aventurera y de casarse con un tal señor Beaumont, llegó a Turquía para hacer de acompañante de la princesa Fethiye, hija emancipada de Sabeheddin. La señora Beaumont participaba del interés de Sabeheddin por la reforma social, la ilustración espiritual y la política radical. Quizá fuera también su amante. Veinticuatro años mayor que Bennett, era una convencida y experimentada socialista y amiga de líderes socialistas europeos, como Arthur Henderson y Philip Snowdon (más tarde ministro de Asuntos Exteriores y de Hacienda en el gobierno socialista de Ramsay MacDonald). A pesar de la diferencia de edad, el susceptible Bennett se sentía muy atraído por la voz suave, la charla inteligente y la delicada complexión de la señora Beaumont.
Formaban un curioso grupo: el diminuto Sabeheddin, la refinada señora Beaumont, el engreído y joven capitán y el irresistible Gurdjieff, que habló extensamente de hipnotismo y de los estados elevados de conciencia. El Maestro ya había adoptado su aspecto y modales característicos, mezcla de gurú y comerciante de alfombras. Moreno, de complexión robusta, con bigote negro y rizado, cráneo abovedado y afeitado y ojos penetrantes, siempre causaba una impresión inmediata, fuera para bien o para mal. Tanto Bennett como la señora Beaumont quedaron sorprendidos por su mirada, tan diferente a cuanto habían visto. Ouspensky lo había descrito con cara de rajá indio o jeque árabe, seguramente queriendo decir que irradiaba poder, seguridad y autoridad. Pero Ouspensky también había notado una perturbadora sensación de poder velado u oculto, algo exótico y esotérico al mismo tiempo.
La fama de Gurdjieff se le había adelantado. Los informes de espías del gobierno imperial indio habían alertado a las autoridades británicas en Constantinopla de que un famoso agente ruso estaba en camino, aunque las acusaciones que se le imputaban eran vagas. Estos informes estaban con toda seguridad en el despacho de Bennett cuando cenaba con el príncipe, aunque afirma en su autobiografía no haberlo sabido hasta después, afirmación que no casa bien con su jactancia de conocer e influir en el demimonde turco.
Por casualidad, e ignorándolo Gurdjieff, Bennett ya conocía a Ouspensky. Entre los huéspedes que pasaron por el apartamento de la señora Beaumont figuraba el silencioso y retraído Mijail Alexandrovich Lvow. Este era más pobre que la mayoría de los emigrados, aunque mejor preparado para sufrir su pobreza, porque años antes de la Revolución había renunciado a su fortuna y a su puesto de coronel de la Guardia Imperial para seguir a Tolstoi. Ahora tenía unos cincuenta años, se ganaba la vida como zapatero remendón y vivía en un armario, debajo de una escalera del Club Ruso, el Russky Mayak, hasta que la señora Beaumont le dio una habitacioncita en su apartamento. Fue por medio de Lvow que Bennet conoció a Ouspensky, cuando Lvow preguntó si su amigo podía usar la sala de estar de la señora Beaumont para las reuniones del grupo, aunque Lvow puso como condición que los demás ocupantes del piso no debían curiosear lo que pasaba en las reuniones, que eran «privadas». La señora Beaumont estuvo de acuerdo, Ouspensky y su grupo se trasladaron allí, y empezaron las charlas.
El capitán Bennett y la señora Beaumont ya habían tenido reuniones informales en el apartamento para hablar de hipnotismo y, a pesar de o a causa de la prohibición de escuchar al amigo de Lvow, Bennett pronto se relacionó con el grupo, quizá impresionado por la afirmación de Ouspensky de que su propósito era nada menos que la Transformación del Hombre. Por otro lado, Bennett también conocía a los Hartmann, por su implicación en la organización de conciertos, y ellos le hablaron de Skriabin, a quien habían conocido, y de sus ideas teosóficas. Y es curioso que ni los Hartmann ni Ouspensky le hablaran de Gurdjieff. Parece que todos habían aprendido que era lo mejor para ellos. Sin embargo, según el relato del propio Bennett, aunque pasó menos tiempo con Gurdjieff que con Ouspensky en los siguientes veinticinco años, fue Gurdjieff quien afectó más profundamente su vida.
Esta vez sus caminos sólo se cruzaron brevemente. En agosto de 1921 Ouspensky y Gurdjieff habían abandonado Turquía por rutas diferentes y con un destino común: Europa occidental. En la primavera de aquel año, Claude Bragdon, un futuro discípulo de Gurdjieff, publicó en EE.UU. la traducción del libro de Ouspensky Tertium Organum, que tuvo un succés d’estime y, lo que es más importante, produjo algunos derechos que hizo llegar al autor en Constantinopla. Bragdon y Ouspensky se cartearon y cuando lady Rothermere, esposa del propietario del periódico, leyó el libro y quedó entusiasmada, Bragdon le habló del deseo de Ouspensky de salir de Turquía, y ella aceptó pagarle el viaje[200]. Típica entusiasta, aunque bien intencionada, de las buenas causas, la separación del marido y la pérdida de dos hijos en la guerra habían agudizado el apetito espiritual de lady Rothermere, que buscaba constantemente medios para apaciguarlo. Bennett arregló un visado y Ouspensky salió para Londres, alojándose, de nuevo por cortesía de lady Rothermere, en un lúgubre apartamento de West Kensington. «Madame Ouspensky» permaneció en Constantinopla con Gurdjieff.
Entretanto, el mismo Bennett se tomó un permiso para visitar Inglaterra antes de abandonar definitivamente la Inteligencia Militar. Vio a su hija de seis meses y a su ex esposa y llegó a la conclusión de que no había esperanza de reconciliación. Aunque oficialmente no estaba de servicio, asistió a la Conferencia de Londres para la Pacificación del Oriente Próximo, donde asesoró al primer ministro Lloyd George en su trato con la delegación turca; después conoció a Ramsay MacDonald (presentado por Philip Snowdon), que le sugirió que se presentara como candidato laborista al Parlamento. Aunque tentado por esta perspectiva, a Bennett le pareció más apasionante el presente de Turquía. Los placeres de un diputado al Parlamento no eran comparables a su juicio con su prestigio en Constantinopla, donde la gente lo tomaba por el enviado personal de Jorge V y, consecuentemente, lo cortejaban de manera cómica y magnífica. Por ejemplo, el ex jedive de Egipto le había rogado que aceptara una maleta con mil soberanos de oro a cambio de que ejerciera su influencia en provecho del jedive; por otro lado, los albaneses, siempre faltos de un candidato adecuado, le habían ofrecido el trono. Prudentemente renunció a la corona, pero aceptó el dinero, que empleó en exportar higos de Asia a Londres. Luego invirtió los beneficios en una mina de carbón, que más tarde vendió por una buena suma. Fue lo mejor que pudo ocurrirle, porque al dejar el ejército se había quedado sin ocupación.
Gurdjieff también estaba desocupado y resolvió establecerse en Alemania. Sin ninguna lady Rothermere a la vista que le pagara sus facturas, volvió a vender cuanto tenía y tomó un tren hacia el oeste, saliendo de Constantinopla el 13 de agosto de 1921 y llegando a Berlín el día 22. Tenía buenas razones para elegir Alemania. El colapso total del antiguo régimen tras la derrota en la Primera Guerra Mundial había propiciado un período frenético de experimentación y libertad en todos los órdenes, tolerado (cuando no activamente alentado) por el gobierno de Weimar. La religión no fue una excepción y surgieron comunidades, escuelas y comunas espirituales por toda Alemania, muchas de ellas inspiradas, como la antroposofía, en la rica tradición filosófica de la nación.
La razón inmediata para que Gurdjieff eligiera este destino fue la invitación que recibió, por medio de los Salzmann, de Emile Jaques-Dalcroze para que trabajara en Hellerau. El músico suizo y maestro de danza Jaques-Dalcroze (1865-1950) estudió composición con Bruckner y Fauré y enseñó armonía en el conservatorio de Ginebra, donde, en las décadas anteriores a la guerra, ideó el sistema de movimientos rítmicos denominado euritmia. En 1911 estableció su instituto en una especie de imitación de templo griego, en Hellerau, financiado por dos hermanos polacos, Harald y Wolff Dom. Bernard Shaw, Stanislavsky y el novelista norteamericano Upton Sinclair visitaron el instituto y quedaron favorablemente impresionados por el trabajo de Dalcroze, que exploraba las propiedades simbólicas, espirituales y terapéuticas de la danza con el propósito de sincronizar el movimiento humano con los ritmos naturales[201].
La danza respondía en gran medida al gusto de la época, quizá porque combinaba el ejercicio, el ritual y el oficio, de tal modo que satisfacía simultáneamente el antiguo anhelo de sacralidad y arte elevado y la nueva inclinación por la salud y la higiene. La danza era también parte integral del movimiento de vanguardia que ponía el acento en los ideales de libertad, expresividad e integración en la naturaleza. Aunque el Ballet Ruso dominó el teatro entre 1910 y 1930, abundaron otras danzas, compañías, maestros y teóricos. El ballet fue únicamente una de las formas que adoptó la danza. Las improvisaciones de Isadora Duncan, Josephine Baker y Louie Fuller fueron celebradas por poetas y pintores, desde Degas a Yeats, como encarnaciones de la liberación sensual y del ser instintivo, mientras que teóricos como Jaques-Daicroze y Rudolph Laban ideaban sistemas de movimientos que incorporaban la libertad y complejidad de la danza.
Dalcroze había trasladado su instituto a Ginebra durante la guerra, y decidió continuar allí en 1919. Sus antiguos locales de Hellerau fueron alquilados a otros movimientos «progresistas», como los dalcrozianos independientes y una escuela que dirigía A. S. Neill[202]. Y entonces se produjo una de las inquietantes y típicas farsas en la vida de Gurdjieff, cuando convenció a los Dom para que anularan los alquileres existentes y se los asignaran a él. Neill y sus colegas amenazaron con acciones legales; los propietarios cambiaron de opinión, alegando que Gurdjieff los había hipnotizado; y hubo un pleito ante los tribunales que perdió Gurdjieff. La acusación de hipnotismo era corriente, dando a entender que poseía desacostumbrados poderes persuasivos, cualquiera que fuera su naturaleza, lo cual quedó probado por el hecho de que algunos de los dalcrozianos de Hellerau quedaron tan impresionados por Gurdjieff, que abandonaron a Dalcroze para seguirlo y convertirse en discípulos suyos para el resto de sus vidas.
No están claras las razones por las que Gurdjieff desistió de quedarse en Alemania después del fracaso de su tentativa en Dresde. La profunda inestabilidad del país pudo ser una de ellas, aunque Gurdjieff ya estaba habituado a la inestabilidad e incluso, como hemos visto, le gustaba. En febrero de 1922 cruzó el Canal para inspeccionar Londres, donde Ouspensky ya se había acomodado, sin duda congratulándose por la distancia que había puesto entre él y su fastidioso maestro. Pero Inglaterra no fue del gusto del Maestro, lo que era igual, porque, a pesar de los mejores desvelos de lady Rothermere y del apoyo de varios ciudadanos influyentes, el ministro del Interior prohibió que el grupo de Gurdjieff se estableciera en Londres, aunque luego indicara que Gurdjieff solo podía quedarse si lo deseaba. Los informes de espionaje que pasaron por el despacho de Bennett en Constantinopla se habían filtrado hasta Londres y ni siquiera sirvieron los esfuerzos del propio Bennett, que ya había vuelto de Turquía.
Esto debió ser un alivio para Ouspensky, que ya pensaba en irse a América si Gurdjieff se quedaba en Gran Bretaña. Porque, aunque Ouspensky cayó en su acostumbrado papel de subordinado, preparando las reuniones de Gurdjieff en el centro teosófico de Warwick Gardens y llenándolas con sus propios discípulos, mientras Olga de Hartmann o Pinder traducían y tomaban notas, Gurdjieff no dudó en atacarlo. Ouspensky —dijo en un acto público— se había apropiado abusivamente de las ideas de Gurdjieff y las había malinterpretado. No tenía ningún derecho a establecerse como maestro de nada, si no era de sus propias teorías, y lo mejor que podía hacer era someterse una vez más al Maestro. Y en cuanto al público, tenía que elegir entre el falso profeta y el verdadero.
La escenografía de esta confrontación fue tan clásicamente gurdjieffiana que, más tarde, muchos de los que la presenciaron se preguntarían si Ouspensky y su maestro no estaban aconchabados; pero parece improbable que Gurdjieff se aconchabara con nadie. En los años que siguieron, los discípulos de Gurdjieff conocerían bien su magnetismo personal y su mezcla de amenazas y elocuencia persuasiva, y no debe extrañar nada que Ouspensky —aparte de la humillación personal recibida— no confiara en él. Como había ocurrido en tantas ocasiones, Gurdjieff ganó en la confrontación gracias a la fuerza de su carácter y el público se le rindió.
Además de lady Rothermere, unos pocos aristócratas de segundo orden y un millonario del norte, Ralph Philipson, el público estaba formado en su mayor parte por periodistas, psiquiatras y sus respectivos cónyuges. La mayoría se puso del lado de Gurdjieff en esta riña tan suya o, por lo menos, simpatizó con él. De un solo golpe, Gurdjieff se ganó a muchos de sus más celosos discípulos. Pero, desde el punto de vista de Gurdjieff, aunque de momento lo ignoraba, el asistente más importante de aquella reunión era A. R. Orage, quien diría más adelante: «Después de la primera visita de Gurdjieff al grupo de Ouspensky, supe que Gurdjieff era el maestro»[203]. Tan poderosa fue la impresión que produjo.
Orage era un típico converso. Nacido en 1873, creció en un pueblo cercano a Cambridge. La familia no disponía de recursos y el inteligente muchacho se educó a costa del terrateniente del lugar. Orage tenía puestas sus esperanzas en la futura generosidad de este hombre sin hijos pero, cuando el terrateniente se casó y tuvo un heredero, su protegido tuvo que renunciar a la universidad y conformarse con una escuela normal, ejerciendo de maestro en Leeds en 1893. El desengaño tiñó sus perspectivas, dando lugar a una temprana melancolía. El talante de Orage en su vida posterior estuvo marcado por la alternancia de una confianza eufórica y una inseguridad sombría. Se convirtió en un romántico que, como él mismo decía, quería «vivir en un mundo de milagros y ser él mismo un milagro»[204].
En Leeds, Orage trabajó para el Partido Laborista Independiente, dio conferencias sobre Nietzsche y Platón, formó parte de la Sociedad para las Investigaciones Psíquicas y de la Sociedad Fabiana y en 1901 fundó, junto con su amigo Holbrook Jackson (1874-1948), historiador y crítico literario[205], el Club Artístico de Leeds. También se convirtió en enardecido teosofista y, al mismo tiempo, empezó a desarrollar su propia filosofía. Como observó Jackson, Orage quería «un círculo nietzscheano en el que se combinaran Platón y Blavatsky, el fabianismo y el hinduismo, Shaw, Wells y Edward Carpenter, con Nietzsche como catalizador»[206]. Aunque los nombres fueron cambiando en la síntesis, su ambición permaneció constante a través de los años, y Orage fue desarrollando gradualmente algo como una teoría shaviana de la evolución creativa, en la cual el Hombre aparece simplemente como el vehículo terráqueo más elevado que la conciencia cósmica puede desarrollar. Cuando surja el Superhombre —como él quiere— esta criatura no será otro Napoleón o Bismarck, sino una criatura con todas sus facultades mentales intensificadas a un nivel inimaginadamente alto[207].
En 1905, Orage se separó de su esposa y se trasladó de Leeds a Londres, sin más equipaje que la traducción en tres tomos de Nietzsche. Durante una década, a partir de mediados de 1890, había sido un pilar de la teosofía en Inglaterra y también el flagelo de los excesos de Besant y Leadbeater, que criticó severamente en sus escritos. Ya en Londres fue nombrado miembro del Comité de Sección, a pesar de su creciente desilusión con los líderes. Poco después cayó bajo la influencia de Beatrice Hastings, a quien conoció durante una reunión teosófica en 1906[208]. Beatrice, una sudafricana de carácter violento, casada por poco tiempo con un boxeador, sufría delirios literarios de grandeza, suficientemente vigorosos para dominar a Orage y a New Age, la influyente revista fundada por Holbrook Jackson en 1907, en parte con dinero prestado por George Bernard Shaw.
Durante la década siguiente, el periodismo literario desplazó a las cuestiones espirituales en las vidas de Orage y Hastings. New Age se convirtió en la revista literaria de mayor prestigio de su época y Orage fue el centro de un círculo que comprendía a T. S. Eliot y Ezra Pound. Sólo reavivó su interés por lo esotérico cuando su relación con Hastings empezó a resquebrajarse al principio de la guerra, que ella pasó en París mientras él permanecía en Londres. Pero, para entonces, su ardor por la teosofía se había enfriado ya. Siempre ambicioso e intelectualmente inquieto, buscaba una solución metafísica a los problemas de la vida, una gran síntesis que lo llevara más allá de la teosofía, pero, ¿hasta dónde?
Primero se relacionó con Dmitri Mitrinovic, un atezado místico serbio, de ojos penetrantes y redonda cabeza afeitada a la manera de Gurdjieff[209]. Durante la guerra, Mitrinovic escribió para New Age una serie de artículos sobre el aspecto espiritual de la política europea, pero la mayoría de lectores, entre ellos el director, lo encontraron incomprensible. Orage también puso grandes esperanzas en uno de los promotores de la revista, Lewis Wallace, que había escrito artículos sobre lo que él llamaba psicoegiptología y un mamotreto sobre Anatomía cósmica, pero Wallace no lo satisfizo más que Mitrinovic. Luego se interesó por una variante del psicoanálisis de algunos seguidores de Jung que más tarde serían seguidores de Gurdjieff. Si bien la práctica freudiana se dedicaba al análisis de la psique en términos casi médicos, el propósito más optimista de la psicosíntesis, como bautizaron los junguianos a su nuevo método, era reconstituir espiritualmente al paciente. Aunque más prometedor que el trabajo de Mitrinovic y Wallace, Orage también terminó por desinteresarse. Pero cada fracaso agudizaba su hambre espiritual. A principio de la década de 1920, era un alma frenética en busca de salvación, y Gurdjieff, como si hubiera observado todos los primeros intentos de Orage para encontrar una solución, llegó a Londres en el momento justo para salvarlo.
Orage no fue el único Converso inglés, pero fue el más decisivo. Los intelectuales lo seguían adonde fuera. Eran muchos los necesitados de ayuda. La guerra había dejado un desierto espiritual en su estela, habitado por almas perdidas necesitadas de guía. El resultado directo fueron los millones de personas que pronto miraron esperanzadamente al fascismo y al comunismo. Los más exigentes buscaron soluciones diferentes. Muchos eran teosofistas frustrados, aburridos por las interminables disputas internas de la Sociedad, casi permanentes durante la década anterior. Y aunque la teosofía seguía atrayendo a gran número de jóvenes, muchos miembros de más edad estaban desilusionados. La seriedad de Steiner había llevado a algunos a la antroposofía; ahora Ouspensky y Gurdjieff estaban también en disposición para capitalizar el descontento teosófico.
Una consecuencia decisiva de su creciente influencia fue un cambio importante en la orientación de los gurús occidentales siguientes. La teosofía había estado dominada por el hinduismo y el budismo, en parte por la orientación original de Blavatsky y en parte por los intereses políticos de Besant y la obra de Olcott en Ceilán y Japón. A pesar de la vasta población musulmana en el subcontinente indio y en el Cercano y Medio Oriente y de esfuerzos aislados de individuos como Laurence Oliphant, el islam había estado excluido hasta entonces de las síntesis alternativas, quizá porque su fe monoteísta, demasiado parecida al judaísmo y al cristianismo, no era suficientemente exótica. Pero, a partir de ahora, el misticismo del islam que se encuentra en el sufismo y en las prácticas activas y contemplativas de las comunidades de derviches iba a jugar un papel de creciente importancia en la formación de las tradiciones del guruismo occidental. El centro geográfico de gravedad cambió una vez más. Igual que Blavatsky lo había llevado hacia Oriente, desde Egipto al Himalaya, ahora se resituaba hacia Occidente, desde el Extremo Oriente al Oriente Medio y Asia Central.
Gurdjieff, ya lanzado el guante a Ouspensky y a sus discípulos, se retiró al continente. Como Alemania e Inglaterra no lo aceptaban, decidió probar en Francia y el 14 de julio de 1922 llegó a París. Tres meses más tarde empezaba un famoso experimento de manera de vivir.