CINCO
SUCESIÓN APOSTÓLICA

Tras la publicación del informe completo de la SPR en diciembre de 1885, abundaron las dimisiones en la sede central de Adyar y Blavatsky fue destrozada por la prensa. Mientras viajaba por Europa, decidiendo dónde establecerse, la persiguió el escándalo. En Alemania vivió con Frau Gebhardt, distinguida como antigua discípula de Eliphas Lévi, pero hubo problemas cuando uno del partido teosofista se volvió loco y amenazó con descuartizar a HPB[77]. Durante un tiempo compartió casa en Ostende con su hermana Vera y con la condesa Constance Wachtmeister. Gravemente enferma, la visitaron allí, en una infructuosa misión de paz, Anna Kingsford y Edward Maitland, y luego el Maestro Morya que le dijo que podía elegir entre la paz de la muerte y la lucha de la vida. Tuvo razón en la lucha, porque al elegir la vida, tuvo que luchar con un nuevo e inmenso libro y siempre estuvo falta de dinero.

Sus constantes peticiones para recibir más de Adyar fueron cuidadosamente supervisadas por Olcott, que sabía demasiado bien que su compinche habría agotado todos los recursos de la Sociedad de haber podido. Advirtió a Blavatsky que «guardara su dinero para comer»[78], explicándole que la Sociedad no estaba dispuesta a tolerar más sus costosos caprichos. Olcott también le dijo brutalmente que la Sociedad tenía la «firme determinación» de no tener nada más que ver con los fenómenos psíquicos o con los ataques a individuos, referencia apenas velada a la costumbre de HPB de crear problemas con cualquiera que la ofendiera. Aunque Olcott sabía que era «como pedirle que dejara de respirar», quería «mantener las cosas tranquilas y seguir sin pausa con el trabajo útil», temiendo que cualquier otro escándalo sería la ruina irreversible de la Sociedad Teosófica. Insistió en que HPB sería bienvenida en Adyar siempre que quisiera volver, pero le advirtió que «hay un proverbio que dice que necio es el pájaro que arruina su propio nido. No hagas que el tuyo sea inhabitable».

No era una huésped fácil y muchas de sus estancias terminaron con lágrimas. Sus acompañantes en los viajes no le ayudaron mucho. Eran una muchacha irlandesa, medio boba, que diariamente tenía visiones de los Maestros, el hindú diminuto que después se volvería loco en Alemania y un tercero, un hermoso brahmán llamado Mohini Mohandas Chatterjee (1858-1936), causante del mayor de los problemas cuando se enredó con una tal señorita Leonard que desnudó sus senos ante él cuando paseaban juntos por un bosque cercano a París.

La señorita Leonard no fue la única que se enamoró de Mohini. Blavatsky, que detestaba el sexo con su característico apasionamiento, escribió a la señora Sinnett que

Hay otras en el grupo, y no una, sino cuatro, que arden de pasión feroz y escandalosa por Mohini, con la voracidad de los viejos gourmands por la comida artificiosa, como el queso podrido de Limburg con gusanos dentro que cosquillea sus saciados paladares, o la que sienten esos viejos inicuos de «Pall Mall» por la fruta prohibida, ¡vírgenes de diez años! ¡¡Oh, bestias inmundas!! cuánta puta sacrílega e hipócrita[79].

Los indios resultaron sexualmente fascinantes para más de una europea con inclinaciones teosóficas. Parece que una muchacha llegó a aprender uno o dos trucos de los mayores y envió cartas a Mohini, como si fueran de un Maestro, invitándolo a usar su cuerpo como le placiera. HPB también disparó cartas enloquecidas, llamando Mesalina y esposa de Putifar a la señorita Leonard, hasta que los abogados de la dama la amenazaron con una querella por libelo. Luego se descubrió que Mohini había escrito más de una carta comprometedora a la señorita Leonard, y HPB se vio obligada a retractarse bajo la amenaza de un proceso judicial. Furiosa por la ley británica del libelo y por la estupidez de sus seguidores, se quejó a Sinnett: «Una solterona demasiado erótica se enamora de un hindú achocolatado con ojos de cabrón, y uno de los resultados es que… una tercera persona —yo misma— inocente en toda la disputa, de principio a fin, sale de la refriega aplastada»[80].

Mohini terminó por causarle tantos problemas como la igualmente deliciosa Anna Kingsford, incitando a HPB a compararlos con don Juan y santa Teresa. Evidentemente ella sabía más de las aventuras del brahmán de lo que daba a entender a sus corresponsales. Olcott, cuando oyó hablar de su carta a la señorita Leonard, ignorante de la inminente querella, le escribió, alabando por una vez a su vieja compinche: «Me he enterado del escándalo de Mohini… Tu teoría de la mujer de Putifar es decisiva. Eso si Mohini no ha hecho el ganso y ha… fabricado un euroasiático»[81]. Pero el coronel cambió el tono cuando salió a la luz el escándalo, lamentando, una vez más, otro estallido de correspondencia teosófica:

Jamás en mi vida había visto aparecer semejante chaparrón de cartas privadas destinadas a permanecer secretas. Las mías a Hubbe y a los Gebhardt, a Hoffman y a otros; mi carta al LL., que pretendía evitar una crisis en nuestras sucursales, la envía la señora Cavelh a un periódico de N.Y. La de Leadbeater a Sinnett o a la señorita A.; y ahora la tuya a Madame de Morsier…[82]

Mohini sobrevivió al escándalo, pero no a sus relaciones con Madame Blavatsky, siguiendo cada uno su camino. Él abandonó la Sociedad y se estableció por su cuenta como maestro espiritista. Permaneció varios años en Londres y luego regresó a la India, donde acabó sus días como encargado de un hogar para mujeres arrepentidas.

Si ella se sentía poco atraída por los hombres, y ellos por ella, HPB sí que atraía a las de su mismo sexo, cuyos poderes psíquicos despertaba con su influencia. Bajo la guía de Blavatsky, una mujer tuvo visitas nocturnas del Maestro Morya después de mirar su retrato durante más de una hora aquel día. Algunas escucharon campanas astrales en presencia de Madame. Otras recibieron comunicaciones personales de los Maestros. Constance Wachtmeister, una angloitaliana casada con un sueco, fue especialmente receptiva al otro mundo y no sólo era clarividente sino también clarioyente. Cuando vio los rayos de luz astral que salían del reloj de cuco de HPB, ésta los atribuyó a un «telégrafo espiritual» mediante el cual los Maestros la cargaban de energía para que pudiera seguir escribiendo al día siguiente. Su producción no se vio mermada por las incomodidades o la enfermedad mientras trabajó en su segundo gran libro, The Secret Doctrine[83].

Pero otros fueron más escépticos. El periodista ruso V. S. Solovieff pretendía haber visto la mano enrojecida de ella con las campanillas de plata que producían la música astral. También encontró en un cajón de su mesa un montón de sobres (sin usar), iguales a los que empleaban los Maestros para sus cartas[84]. Esto no probaba de por sí el fraude, porque se suponía que lo que se precipitaba era el texto de las cartas y no el papel. Pero no hacían falta pruebas: tal como hacía a menudo, llevada por su necesidad de confiarse a alguien o por jactancia, confesó sin ambages a Sohovieff que los fenómenos eran fraudulentos, añadiendo que para gobernar a los hombres hay que engañarlos. El periodista le manifestó su admiración por tan maquiavélica doctrina, a lo cual respondió ella nombrándolo «Yago de la teosofía»[85]. Probablemente nada de esto afectó a su reputación y es fácil entender que se permitiera un poco de diversión. Su vida nómada era dura. Entre otros achaques, padecía hidropesía, su respiración era a menudo fatigosa, y entrar y salir de los carruajes y subir y bajar escaleras era una verdadera tortura para ella. Pero aún no estaba acabada.

En la primavera de 1867, tras sus prolongados viajes por Europa, se estableció definitivamente en Londres, ayudada por sus amigos ricos y aristocráticos, que la mantuvieron durante los últimos años de vida, entre ellos lady Caithness, la condesa Wachtmeister, la señorita Francesca Arundale y los Keigthhey, tío y sobrino. La ayudaron a publicar una revista, Lucifer, y a fundar una rama exclusiva de la Sociedad en Londres, la logia Blavatsky. HPB gozó de los cuidados de sus nuevos admiradores, pero buscaba algo más que satisfacer su vanidad. No había perdonado a Olcott que la hubiera obligado a abandonar la India y quería vengarse. Trató de hacerlo estableciendo su propia base de poder en Europa, desafiando a Adyar.

No había esperado vivir en Londres. «¿De qué sirve que me pidas que me vaya a Londres?», preguntó a uno de sus seguidores británicos. «¿Qué voy a hacer, qué puedo hacer en medio de vuestras nieblas eternas y de las emanaciones de la civilización más avanzada?»[86]. Y aunque supo agradecerle a la señorita Arundale su ofrecimiento hospitalario, predijo que «les resultaría una carga detestable en siete minutos y cuarto si aceptara y desembarcara en Inglaterra con su mole desagradable»[87] La predicción parece haber estado justificada, porque más tarde se refirió a la señorita Arundale y a dos amigos suyos como «la Urna teosófico ética y sus dos chelas como asas»[88].

Se alojó primero con la popular novelista Mabel Collins, en un suburbio del sur de Londres, y siguió trabajando en su nuevo libro. El manuscrito era un caos. Bertram Keightley, secretario de la logia de Londres, y su tío Archibald (las dos «asas» de la urna) habían acordado actuar de editores, pero se desesperaron cuando se vieron ante un montón desordenado de papeles garrapateados de un metro de altura. Emprendieron su tarea llevándose a Blavatsky a la casa de ellos, en el 17 de Lansdowne Road, Holhand Park, donde podrían vigilarla mejor.

En Lansdowne Road recibió a numerosos visitantes distinguidos, entre ellos a W. B. Yeats, que más adelante la comparó con una campesina irlandesa, sagrada, triste y astuta al mismo tiempo. Yeats se tomaba muy seriamente el resurgimiento de la sabiduría oriental y estaba interesado en una amplia gama de «ciencias» esotéricas, como la queirosofía (quiromancia), dinámica celeste (astrología), cromopatía (curación mediante los colores) y pohigráfica (una forma de escritura automática). Conocedor de la teosofía por Esoteric Buddhism de Sinnett, y aunque dudaba de la existencia objetiva de los Maestros, lo convirtió en miembro Mohini Chatterjee, que llegó a Dublín en 1885 «con una pequeña maleta en la mano y Mario el epicúreo en el bolsillo»[89]. Mohini, que volvería a Irlanda al año siguiente para pronunciar una conferencia en la Sociedad Hermética recientemente formada por Yeats[90], le dijo al poeta que los «orientales» tenían un sentido de la verdad distinto al de los europeos, afirmación en la que Yeats no percibió ninguna ironía, quizá porque encontró seductor al joven brahmán[91].

Yeats comentó después lo difícil que fue para quienes conocieron a Mohini librarse de su hechizo. Siempre sensible al encanto y a la belleza, el poeta prefería a Mohini y a Kingsford antes que a HPB, a quien consideraba menos intuitiva y más divertida que ellos, aunque la usó como modelo del personaje de la señora Allingham en su novela The Speckled Bird, en la que también aparece Anna Kingsford. Anna quedó igualmente encantada con Mohini. Un hombre que podía engatusar de aquella manera a Yeats, Kingsford y a la vulgar señorita Leonard era evidentemente alguien con quien había que contar.

Aunque nunca confió plenamente en ella, Yeats estaba fascinado por HPB, creyendo que por fin había encontrado en ella a alguien que se saltaba la aburrida vaguedad de los escritos ocultistas y daba pruebas concluyentes de los fenómenos psíquicos[92]. En busca de tales pruebas, la Navidad de 1888 ingresó en la recién formada sección esotérica de la Sociedad Teosófica. También se dedicó a experimentos ocultistas con un grupo de amigos. Primero, este grupo intentó sacar el espíritu de una flor de sus cenizas; luego, cada uno puso un poco de estas cenizas bajo la almohada y anotó sus sueños. Aunque los resultados fueron decepcionantes, Yeats no se desanimó. Pero sus experimentos tuvieron que continuar fuera de la Sociedad, de la cual fue expulsado por Blavatsky en 1890 por razones no aclaradas[93]. Cuando transfirió su fidelidad a la Aurora Dorada, una fraternidad mágica basada en los Rosacruces, Yeats se encontró más a gusto. Creía entender la diferencia entre las organizaciones científicas racionales, como la SPR, y las órdenes mágicas secretas, en las cuales los miembros constituyen un conjunto místico exclusivo, y quedó convencido de que la ST había confundido lamentablemente las dos cosas[94].

Mientras Yeats visitaba a HPB en Lansdowne Road, los anfitriones luchaban con el nuevo libro. Los Keighthey dividieron el caótico manuscrito en cuatro partes. De éstas, sólo se publicaron las dos primeras —Cosmogénesis y Antropogénesis— en el otoño de 1888 por una editorial que fundaron a propósito para el libro y corriendo con los gastos. La doctrina secreta es de difícil lectura. Supuestamente basada en las estrofas de El libro de Dzyan, escrita en senzar (un idioma desconocido por los lingüistas), el texto de HPB explica estas estrofas y sus comentarios. Cosmogénesis explica el cómo y el porqué del origen del universo. Antropogénesis abarca la historia del Hombre; al igual que Darwin, HPB está dispuesta a admitir que los antepasados de la humanidad no son humanos. De hecho, el conjunto del segundo volumen es un comentario sobre Darwin. Afirma que la humanidad desciende de seres espirituales de otro planeta (la Luna) que, gradualmente, fueron tomando forma física a través de una serie de «razas radicales», como las llama HPB. La historia humana es una fase dentro del intento del espíritu por elevarse de nuevo a lo largo de una serie de renacimientos que se mueven por el cosmos de un planeta a otro.

La primera de las razas radicales fue poco más que células que se multiplicaban: asexuadas, etéreas y eternas. Gradual y lentamente, las células fueron evolucionando hacia formas físicas, hasta que un grupo de personajes, llamados indistintamente Hijos de la Sabiduría y Señores de la Llama, llegaron desde Venus para dar a los primitivos seres de la Tierra el impulso que los elevó a la siguiente etapa. Aparecieron entonces continentes y civilizaciones diferentes —como Lemuria, donde vivieron Adán y Eva, y la Atlántida, que sobrevive en la memoria colectiva como la Edad de Oro— y que perecieron por la locura de los hombres o por algún cataclismo. Porque cada etapa de la evolución cósmica tiene su propio desarrollo cíclico, basado en el modelo de la alternancia del día y la noche. En el presente, por ejemplo, estamos aún en la Kali Yuga (Edad Tenebrosa) de la Quinta Raza Radical, que se inició a la muerte de Krishna por efecto de una flecha el 16 de febrero de 3102 antes de Cristo.

Aunque La doctrina secreta se vendió bien, los críticos y estudiosos la acogieron con hostilidad, rechazándola como el habitual fárrago del budismo y ocultismo. La nota más favorable con mucho apareció en Review of Reviews [Revista de Críticas], una revista dirigida por W. T. Stead[95]. Este, un periodista que se hizo muy popular defendiendo las buenas causas, como el socialismo y la reforma social, era un hombre agresivo y emotivo, dolorosamente obsesionado con el pecado. Era aficionado a la escritura automática y a la fotografía de los espíritus, pero no fue hasta después de la muerte de una muchacha americana, a quien había conocido en la Pasión de Oberammergau, Suiza, que su afición por el espiritismo se convirtió en pasión. Cuando la muchacha muerta, Julia Ames, empezó a enviar mensajes desde la Zona Fronteriza (el limbo espiritista, «Borderland» en el original inglés) a una amiga suya en Illinois, ésta contactó con Stead, y él entonces trató de ponerse en contacto con Julia. El resultado fue Cartas de Julia, publicado en 1897. Cuando el hijo de Stead, Willie, murió en 1908, también empezó a comunicarse con su padre; y cuando Stead se ahogó en el naufragio del Titanic en 1912, envió a su vez mensajes a su hija Estelle, ferviente espiritista.

Stead contaba entre sus amigos a H. G. Wells, George Bernard Shaw y casi todos los primeros fabianos, un grupo de intelectuales y reformistas entre los que se encontraba Annie Besant, a quien encargó la crítica de La doctrina secreta para la Review of Reviews. La consecuencia fue espectacular. Después de referirse al libro en términos elogiosos, Besant fue a conocer a la autora, y de resultas del encuentro se convirtió a la teosofía.

Figura pública, bien conocida más allá de los círculos radicales, la señora Besant[96] era una heroína tímida, parecida a aquella otra Annie teosófica, la señora Kingsford. Son muchos los paralelismos entre ellas. Como Kingsford, Annie Besant, de soltera Wood, era de sangre mezclada, más irlandesa que inglesa. Nacida en 1847, idealista, atractiva y de fuerte voluntad, Annie Wood procedía también de una distinguida familia de la City, aunque el padre era de una rama segundona y pobre. El señor Wood murió joven, dejando a la familia en una situación apurada y a Annie con una necesidad permanente de orientación masculina; pero tuvo la fortuna de ser acogida por una solterona rica y culta, amiga de su madre viuda. Esta señora convenció a la señora Wood para que Annie viviera con ella, y la consecuencia fue una excelente aunque idiosincrática educación.

La joven Annie estaba llena del anhelo de servir a la humanidad mediante alguna clase de glorioso martirio, anhelo que también persiguió a Anna Kingsford. Había sido profundamente religiosa de niña, pero tras el fracaso de su matrimonio con el antipático señor Besant, un severo pastor anglicano, las crecientes dudas religiosas y la infeliz vida doméstica la hicieron abandonar su fe y la parroquia de su esposo en Lincolnshire a la edad de 27 años.

Con una pensión del vicario de 110 libras anuales, una suma comparativamente alta para una esposa separada en el siglo XIX, Annie se introdujo en los círculos radicales de Londres, donde conoció y se hizo amiga de Charles Bradlaugh, dirigente de la Sociedad Secular Nacional[97]. Bradlaugh era famoso por sus campañas a favor de causas de todo tipo, y pronto todos creyeron que Annie Besant era su amante, basados en la idea de que los librepensadores deben ser practicantes del amor libre. Parece que ése no fue el caso. Intelectualmente radical, republicano y ateo, Bradlaugh era moral y socialmente conservador, incluso mojigato. Aceptaba las distinciones sociales de su época y se esforzaba por adaptar su acento provinciano a las normas de la clase media. Sostenedor de los más elevados principios éticos, creía firmemente en las instituciones parlamentarias y rechazaba por igual la injusticia dominante y la revolución violenta. En su vida privada era educado y amable, cuidando en todo momento de una esposa alcohólica, y luego de su hermano alcohólico (quien, sin embargo, se convirtió en cristiano evangélico, como para llevarle la contraria).

Bradlaugh era un brillante orador público, incansable e implacable, capaz de llenar todas las salas en donde hablaba. Todos sus oponentes reconocían su habilidad en el debate. Bajo su tutela, la diminuta Annie Besant adquirió el poder de la elocuencia y el placer de dirigir grandes multitudes. Bradlaugh y Besant llevaron a cabo diversas campañas reformistas, pero su cause célébre superó todos los temas de interés —libertad de prensa, censura, derechos de la mujer y ateísmo— en un caso que despertó la atención de la Inglaterra victoriana. En 1876, un librero fue detenido por vender literatura obscena, Los frutos de la filosofía, un texto de título equívoco sobre control de la natalidad. El libro había sido reimpreso varias veces en Inglaterra y EE.UU. desde su primera aparición en 1833, pero el librero añadió algunos diagramas aclaratorios, y se consideró que traspasaban los límites de la decencia para caer de lleno en la ilegalidad. El editor original de esta tirada fue procesado y multado.

Bradlaugh y Besant se vieron implicados en el caso cuando reeditaron Los frutos de la filosofía después del primer juicio. Pronto se vieron en el banquillo, desde donde pronunciaron inútiles discursos gargantuescos en su defensa. Aunque apelaron y la condena quedó aplazada —ambos tenían el gusto y el talento de litigar— la sentencia condenatoria inicial de Annie dio la oportunidad al señor Besant de asegurarse la plena custodia de los dos hijos y Annie perdió su pensión.

En los años que siguieron pasó del secularismo al socialismo, de la misma forma que pasó de Bradlaugh a Shaw y a Edward Aveling. Annie era una mujer femenina y atractiva, cuya belleza y modo de hablar suave y encantador en privado contrastaba con su feroz presencia pública. Era también muy sensible a la influencia masculina, y es imposible separar sus convicciones cambiantes de sus afectos cambiantes. Aveling era un monstruo de egoísmo y crueldad; para fortuna de la señora Besant, traspasó su afecto a Eleanor, la hija de Karl Marx, que terminaría suicidándose por la crueldad de Aveling. Shaw era más amable, pero no menos escurridizo. Se habló algo de matrimonio, pero el tema se dejó de lado. Parece que Annie también se enamoró de Stead.

Fue G. B. Shaw quien describió la vida de Annie Besant en términos teatrales[98]. Pensaba que la veía en una serie de papeles gloriosos, uno tras otro, oportunamente según se cansaba del anterior. Es una visión cruel aunque acertada, si bien hay que añadir que el mismo Shaw siempre actuaba para la galería, aun cuando sólo hubiera un espectador y éste fuera la propia Annie. Fue también Shaw quien hizo el más vivo y emotivo retrato de Annie, como Rama, en su comedia Arms and the Man [Las armas y el hombre]. En ocasiones con ingenua franqueza, y en otras con teatralidad, Rama admite sus dudas sobre sus ideales románticos, por más que los defienda —una admisión poco probable en Annie—. Pero la «voz trémula» que Rama emplea para expresarse está tomada ciertamente de Annie, quien, bastante modesta fuera del escenario, encarnaba un personaje más complejo, más seguro y quizá más sospechoso cuando se presentaba ante el público y se transformaba y arrastraba a la audiencia. Pero Shaw veía a ambas mujeres sinceras, apasionadas y enternecedoras.

Hay, sin embargo, una diferencia decisiva entre Annie y su personaje de ficción. Mientras Rama en sus momentos más reales puede distinguir entre las ilusiones de los sueños románticos y su identidad verdadera, hay bastantes elementos que prueban que Annie no podía. Cuando abrazaba una causa, se identificaba totalmente con ella, lo cual explica su capacidad para pasar con tanta facilidad de una a otra, aun cuando fueran completamente opuestas.

Los ideales de la teosofía y del socialismo fabiano no estaban muy alejados. Ya hemos visto la frecuencia con que los políticos radicales de la época sentían una fuerte inclinación religiosa. Robert Owen y su hijo fueron espiritistas y políticos radicales. La segunda esposa de Laurence Oliphant, Rosamund Dale Owen, fue miembro fundador del grupo del que surgieron los fabianos. También a Shaw, al final de su vida, le complacía presentarse como hombre religioso. Es cierto que no tenía tiempo para la parafernalia del cristianismo, al que consideraba como una superstición primitiva. Pero si creía que la religión convencional es bárbara, la falta de religión es mucho peor: un mero arrastrarse en el desagüe cósmico. Según Shaw, el Hombre no puede y no debe vivir sin un sentido finalista. No se trataba de una mera preferencia personal. Nunca moderado, Shaw pensaba que «la civilización necesita la religión como una cuestión de vida o muerte»[99]. Estaba de acuerdo con Blavatsky en que el propósito que una vez facilitó la creencia en Dios había sido destruido por una combinación de materialismo y darwinismo. Pero esa destrucción, creía, era sólo el preludio de la aparición de una fe nueva y racional.

Al anunciar que esta nueva fe sería una ciencia de la metabiología, a la que llamó Evolución Creativa, Shaw describía algo raramente parecido a la teosofía. No exigía que adoráramos a la fuerza vital que impulsa a la Evolución Creativa o a los casi inmortales que esperaba que la produjeran, nada de eso; pero sí quería que los entendiéramos. En otras palabras, quería que nosotros experimentáramos «el resurgimiento de la religión sobre bases científicas». La prueba de un dogma, nos dice en el prefacio a Back to Methuselah [Vuelta a Matusalén], es su universalidad. Debiéramos juntar las leyendas religiosas de las naciones para hacer un acervo común de sabiduría novelesca. La ciencia, el arte y la religión no son enemigos, sino expresiones de la misma cosa. La religión debe ser al mismo tiempo seria y popular. Acepta incluso la posibilidad (científica) de la clarividencia. De hecho, si prescindimos de los fenómenos y los trucos de las fuentes rotas de Blavatsky, no hay tanto en la doctrina teosófica que se aleje de Shaw. Quizá eso lo animó a tratar la conversión de Annie Besant (además de ser un tema para una amplia comedia) con una relativa circunspección.

Un comentarista ha traído a colación la noción de la enantiodromía de Jung —el cambio a lo opuesto— para explicar la aparentemente paulina conversión de Annie Besant, desde el ateísmo, el republicanismo y el socialismo, al mundo elitista y jerárquico de la Sociedad Teosófica. Pero no hay que acudir a explicaciones tan espectaculares[100]. La señora Besant, por su propia cuenta, ya estaba madura para la teosofía en 1889. Para entonces ya había estudiado las obras de Sinnett y de otros y luego afirmaría que estaba convencida de la realidad del espiritismo, la clarividencia y la clariaudiencia antes de encontrarse con La doctrina secreta, que únicamente le confirmó sus crecientes convicciones y le facilitó una base inteligible.

Pero, además, Annie Besant siempre necesitó algo y a alguien en qué y en quién creer. Necesitaba una causa para luchar contra el mundo, pero también necesitaba un apoyo moral y emocional. Madame Blavatsky le dio ambos. Annie había perdido a su padre cuando tenía cinco años y estuvo separada de su adorada madre casi toda su niñez. La señora Wood murió a poco de separarse Annie del señor Besant y, a los pocos años, perdió la custodia de sus hijos. Luego siguió una serie de relaciones frustrantes con hombres difíciles. Y aquí, en la persona de Madame Blavatsky, encontró a la mujer de más edad, a la vez heroica y maternal; una mujer que, como la misma Annie, había sacrificado todo por la verdad; una mujer que ocuparía el puesto emotivo de la madre y del padre, del esposo y de los hijos en su nueva vida infeliz de conversa.

Cuando se encontraron durante la primavera de 1889 en Lansdowne Road, la señora Besant quedó profundamente afectada. Visitó a HPB con su amigo Herbert Burrows, que fue durante un período la influencia masculina en la vida de Annie. Colaboró al principio con Besant y Bradlaugh en varias causas reformistas y luego se sintió atraído hacia la religión, como tantos contemporáneos, por la muerte de su amada, en este caso su esposa. Entró en la Sociedad Teosófica en 1888, y animó a Annie a que lo siguiera. Probablemente jugó un papel más significativo en su conversión que todo lo que ella leyera en Esoteric Buddhism.

La señora Besant recoge en su Autobiografía que, aunque Madame Blavatsky les habló con energía y brillantez, «no mencionó una palabra de ocultismo, nada de misterios» hasta que los visitantes se levantaron para marcharse. Entonces miró a Annie a los ojos y dijo con «palpitación anhelante» en su voz: «Oh, querida señora Besant, cuánto nos gustaría que estuviera entre nosotros»[101]. Fue un golpe magistral psicológico.

Tan fuerte fue la impresión que le causó Blavatsky que, cuando le mostró el informe Hodgson para que hiciera su propio juicio, no sólo aplaudió la franqueza de Blavatsky, sino que rechazó el informe sin más, tan convencida estaba de la absoluta honradez de su anfitriona. Sin embargo, dar a conocer su conversión exigió un gran coraje. La prensa, que desde hacía tiempo había adivinado la afición de Annie por la publicidad y una cierta frivolidad en su adopción de una causa tras otra, tuvo un día de triunfo. Aunque sólo fuera porque su nueva fe implicaba la retractación pública de una de sus causas más famosas: la contraconcepción. Koot Hoomi se había pronunciado en contra de ella, y la doctrina oficial de la Sociedad era que el control de la natalidad servía simplemente para alentar la permisividad de las pasiones animales que impiden que el hombre se eleve por encima de su propia naturaleza.

Más preocupantes fueron las suceptibilidades de sus amigos, especialmente Bradlaugh y Shaw[102]. Al principio siguió formando parte de la ejecutiva de la Sociedad Fabiana y asistió al Congreso Internacional de los Trabajadores celebrado en París en 1889, dejando sólo las reuniones para unirse a Blavatsky, que pasaba sus vacaciones cerca de Fontainebleau. Como era habitual con las mujeres, Shaw reaccionó de manera equívoca, burlándose de Annie y simpatizando con ella al mismo tiempo. El equívoco quizá se explique por las opiniones espirituales tan peculiares que él mismo expondría con el tiempo, aunque esto no explica que insistiera más tarde que fue él, y no Stead, quien envió a Annie el ejemplar de La doctrina secreta que cambiaría su vida. También siguió asistiendo durante algún tiempo a las conferencias de teosofía que se daban en casa de Annie. Quizá era más posesivo de lo que se creía; o quizá le complacía la idea de conformar el futuro de la Sociedad con un gesto casual. La actitud de Bradlaugh fue menos indiferente. Le sorprendió que Annie se rindiera a Blavatsky, y aunque su antigua compañera escribió emocionadamente sobre él cuando murió en 1891, lo hizo refiriéndose al pasado.

Si a Bradlaugh le disgustó la ascendencia de Blavatsky sobre Annie, los discípulos de HPB reaccionaron contra la influencia de la advenediza sobre la líder, que acudía cada vez con mayor frecuencia a la señora Besant en demanda de consejo y apoyo[103]. La notable recién llegada pronto se convirtió en asidua visitante de Lansdowne Road y confidente íntima de HPB. Los rumores de lesbianismo son infundados —ambas mujeres desconfiaban del sexo— pero ciertamente eran íntimas. Annie se entregó a la obra teosófica con la misma energía y entusiasmo que había puesto en anteriores causas, y no tardó en ser nombrada codirectora de Lucifer y presidenta de la Logia Blavatsky. Tampoco tardó mucho en tener su propia visión de un Maestro, mientras residía con su nueva amiga en Fontainebleau, si bien, como Yeats, en esta etapa de su carrera teosófica se inclinaba por creer que los Maestros no eran seres vivos sino productos del poder psíquico de los individuos. También puso a disposición de la Sociedad para que fuera su sede en Londres su casa de St John’s Wood, para lo cual construyó en ella una Sala Oculta decorada adecuadamente. Cuando HPB dejó Lansdowne Road en julio de 1890, se fue a vivir con Annie y la casa del 19 de Avenue Road pasó a ser rápidamente el centro de la obra teosófica de Londres.

Entretanto, Blavatsky continuó su guerra particular con Olcott. Estaba resuelta a tener el control de la teosofía en Occidente, y había dos maneras de conseguirlo. Primero, persuadió al coronel para que aprobara en 1889 la creación de la Sección Esotérica. La SE tenía que ser un grupo exclusivo dentro de la Sociedad, abierto tan sólo a los estudiantes avanzados del esoterismo y bajo la orientación y control de HPB. Olcott podía ser el Presidente de la Sociedad y mejor administrador, pero su antigua compinche aún era la máxima autoridad psíquica. Olcott podía convivir con la Sección Esotérica si no ponía en peligro su autoridad administrativa pero, a continuación, la Sección Británica de la Sociedad eligió a HPB como Presidenta europea en julio de 1890. Esto era demasiado y Olcott anuló la elección mediante una directiva presidencial. Cuando Blavatsky respondió amenazando con la dimisión y el cisma, el mismo Olcott ofreció su dimisión, una jugada que hubiera escindido la Sociedad de arriba abajo, como bien sabía HPB. La arriesgada estrategia de Úlcott le salió bien de momento. Los compinches llegaron a un acuerdo y Olcott permaneció en su puesto con plenos poderes a cambio de dar mayor autonomía a las secciones nacionales y a la SE. Pero la tregua duró poco. A los pocos meses, mientras Annie viajaba por Estados Unidos en una gira de conferencias, HPB moría en Londres el 8 de mayo de 1891. A su muerte se produjo una feroz lucha por el poder entre Olcott y su antiguo lugarteniente William Quan Judge[104].

Judge, miembro fundador de la Sociedad, permaneció en EE.UU. cuando Blavatsky y Olcott se fueron a la India. Mediante su dedicación y esfuerzo consiguió que la sección americana prosperara. Con un aumento constante de filiaciones —a su muerte en 1898 contaba con seis miembros— Judge estaba cansado de su papel de subordinado y estaba dispuesto a declarar la guerra a Olcott. Como hemos visto, la organización de la Sociedad favorecía tales conflictos: con el mayor poder concedido por Olcott a las secciones nacionales, fueron inevitables. La Teosofía estaba gobernada teóricamente por el consejo presidencial, a cargo de Olcott, pero, en la práctica, los asuntos estaban cada vez más bajo el control de los líderes nacionales, cuyo poder dependía del número de afiliados y, por consiguiente, de los ingresos de las cuotas. Olcott podía reinar en Adyar, pero las secciones de Inglaterra, EE.UU. y Asia seguían sus propios caminos, mientras el presidente iba de la India a Ceilán, Blavatsky era todopoderosa en Londres y Judge estaba a cargo de EE.UU. La situación de Olcott quedó también debilitada tras el nombramiento de Judge como vicepresidente de toda la Sociedad en 1888. Si algo le ocurría a Olcott, Judge esperaba ocupar su sitio.

Después de la muerte de Blavatsky, Judge ocupaba un lugar destacado, tanto desde el punto de vista político como económico. La sección de EE.UU. era la más rica y también contaba con la ventaja de la publicidad de The Path, la revista de la sección estadounidense. En The Path, Judge se presentaba como guardián espontáneo del espíritu de Blavatsky, en contraste con la pedestre preocupación del coronel por las organizaciones e instituciones. Reveló que la misma Blavatsky se había rebelado contra semejante corporativismo, el cual, según él, estaba impidiendo la misión espiritual de la Sociedad, apartándola así de sus propósitos originales. De este modo, Judge hacía una clara distinción entre el papel de HPB como espíritu orientador de la Sociedad y el lugar inferior de Olcott como administrador. Esta comparación, que infravaloraba la labor decisiva de Olcott en los primeros días, formó parte del proceso de canonización de Blavatsky que se llevó a cabo después de su muerte y sería imitada durante los años siguientes por los líderes de los grupos escindidos. Con una rapidez sorprendente, los rasgos poco favorables de HPB fueron sustituidos por una imagen mística y maternal: la maestra inspirada cuya existencia era toda la razón de ser de la Sociedad Teosófica. A partir de ahora, defender el legado de HPB fue una función vital en las filas de la Sociedad.

Judge contaba también con el ferviente apoyo de Annie, con la que había hecho una gran amistad durante su viaje por América. Cuando volvió a Londres a finales de mayo de 1891 y supo que HPB había muerto durante su ausencia y que le había legado la presidencia de la Sección Esotérica, Annie ya estaba preparada para escuchar las reticencias de Judge acerca de la presidencia de Olcott. No hacía mucho que Blavatsky había creado una especie de gabinete interior con miembros del consejo de la Sección Esotérica, con ella misma como Cabeza Visible (las Cabezas Invisibles eran los Maestros). El consejo de la SE, elegido por Blavatsky, lo componían las figuras más poderosas de la Sociedad. Por lo tanto, su cuerpo directivo de facto estaba a menudo en conflicto tanto con el consejo de la sección nacional como con el Consejo Supremo. Judge propuso a Annie que disolviera el consejo de la SE, nombrándose ellos Cabezas Visibles, lo cual pondría el poder en manos de los dos y, a la larga, en las de él solo.

Olcott que, naturalmente se opuso, no carecía de un plan astuto. Algunos años antes, Sinnett y Hume persuadieron a Blavatsky en un momento de debilidad para que firmara una orden deponiendo al Presidente, una orden que Olcott, al volver poco después de uno de sus viajes, obligó a revocar a HPB. Fue esa situación embarazosa la que lo animó en primer término a sacarla de la India. Ahora que estaba muerta no iba a renunciar a su poder y, menos aún, a favor de Judge, por más que pareciera que los Maestros se oponían a Olcott, porque empezaron a aparecer cartas de la Hermandad en apoyo de Judge, que afirmaba tener comunicación directa con los Maestros. Incluso llegó a aparecer una nota entre los papeles de Annie que decía «El plan de Judge es correcto», y esta nota, como todas las cartas, iba con el sello del Maestro Morya. Al principio, Annie tomó partido por Judge. Tan impresionada estaba por estos mensajes y su autenticidad, que perdió la cabeza. El 30 de agosto de 1891, mientras pronunciaba su discurso de despedida en la National Secular Society, reunida en la vieja guarida de Bradlaugh, nada menos que la Sala de la Ciencia, anunció en presencia de Olcott que HPB seguía precipitando cartas desde el Otro Lado.

Pero Olcott sabía más del asunto. Había acudido apresuradamente a Londres para conseguir el apoyo de Annie antes de que Judge la pusiera en su contra y resolvió desenmascarar al jefe de la sección americana. Para empezar, Judge siempre había pedido al coronel que intercediera ante los Maestros. ¿Cómo es que ahora podía comunicarse directamente con ellos? Pero lo peor es que el «sello del Maestro Morya» era uno que el propio Olcott había encargado en el Punjab en 1883 y se lo había regalado a Blavatsky, desapareciendo misteriosamente de sus efectos personales unos años después. Ante el fraude evidente, el presidente ordenó a Judge que pusiera fin a su campaña. Judge respondió amenazando con cortar los fondos americanos. También insinuó que si Olcott revelaba el asunto de las cartas de Judge, los miembros de la Sociedad podían quedarse sorprendidos cuando supieran los orígenes del sello del Maestro Morya, que todos, con el apoyo tácito de Olcott, creían auténtico.

La refriega continuó, alcanzado su momento más absurdo cuando Judge convenció a Annie de que Olcott tramaba envenenarla. Luego, en junio de 1892, Judge y Besant intentaron persuadir a Olcott para que dimitiera, con lo cual Judge hubiera sido presidente. Cuando el Maestro Morya escribió a Olcott ordenándole que retuviera la presidencia, el Maestro Koot Hoomi escribió a Judge animándolo a deponer al coronel. Olcott, acusado de relaciones inmorales, terminó por dimitir a favor de Judge, pero luego revocó la dimisión. La Sección Europea llamó a Judge para que presidiera la Sociedad, pero también instruyó a Olcott para que permaneciera en su puesto. Annie dudaba entre los dos hombres, y sólo se puso en contra de Judge cuando fue a la India en noviembre de 1893 y se convenció de que Olcott, después de todo, tenía razón. Se puso entonces a perseguir a Judge acusándolo de fraude y de haber falsificado las cartas de los Maestros para hacerse pasar por quien no era, y convenció a Olcott para que convocara un comité judicial de la Sociedad y probara las acusaciones.

Una vez más, Olcott volvió a Londres en julio de 1894 para presidir el comité. Pero los miembros terminaron por no entrar en el asunto al admitir la alegación de Judge de que como había actuado de forma privada, es decir, no como jefe de la Sección Americana, no tenían jurisdicción sobre el caso. Para mayor confusión, afirmaban que no había base para referirse a los mensajes que Judge hubiera recibido supuestamente de los Maestros, porque la creencia o no en estos seres eran materia de conciencia individual y no era doctrina positiva de la Sociedad. Dispuesto a conseguir la paz, Olcott estuvo de acuerdo, anunciando que la suspensión de Judge como vicepresidente quedaba también suspendida. El resultado de este juicio fue una situación absurda, por la cual la misma existencia de la Hermandad de Maestros, en cuyas revelaciones se fundaba la Sociedad, quedaba puesta en duda. Como comentó alguien con ingenio: «A partir de ahora cualquier teosofista es libre de enviar mensajes de los Mahatmas, y ninguno está autorizado a probar su autenticidad»[105], lo cual era exactamente lo opuesto a los objetivos originales de la Sociedad.

Todo este escándalo fue un regalo para la prensa, tanto más cuanto que los mensajes magistrales que ahora Besant decía que Judge había falsificado, eran las mismas cartas que ella había presentado en su conferencia de 1891 en la Sala de la Ciencia como prueba de la correspondencia póstuma de Blavatsky con ella. Contrariados, furiosos unos con Besant y otros con Judge, algunos miembros de la Sociedad Teosófica aportaron detalles jugosos a los periódicos. La Westminster Gazette publicó una serie de artículos bajo el título de «Isis desveladísima» que suponía un completo desenmascaramiento de la Sociedad. Stead defendió a Annie y Judge se defendió a sí mismo, pero no hubo manera de poner freno a la marea de artículos satíricos, dibujos y pantomimas chistosas.

Así se reveló la decisiva debilidad de la organización. Por un lado, apenas unida por los más vagos ideales sociales y espirituales, por otro, dividida por rivalidades personales so pretexto de la investigación ocultista. En los años que siguieron a la muerte de Blavatsky, la Sociedad se escindió una y otra vez, mientras sus dirigentes se alternaban, unas veces acusándose de fraude y otras retirando tales acusaciones, un absurdo que alcanzó su cima en los esfuerzos de Annie para reconciliarse con Judge, rebajando sus acusaciones de falsificación a «haber dado una forma material equivocada a mensajes recibidos psíquicamente»[106]. Semejante concesión ayudó bien poco. Besant y Judge terminaron por expulsarse mutuamente de la dirección de la Sección Esotérica.