CUATRO
PROBLEMAS

Durante los años de 1880, la Sociedad Teosófica experimentó un aumento constante de miembros[53]. Hacia 1885 se habían autorizado los estatutos de 121 logias, de las cuales 106 estaban en la India, Birmania y Ceilán, donde la Sociedad contaba con el grueso de sus miembros. Al cabo de una década de la fundación de la Sociedad Teosófica, los miembros se contaban por miles, figurando conversos tan distinguidos como la poetisa Ella Wheeler Wilcox, el colaborador de Darwin Alfred Russel Wallace y el inventor Thomas Edison. Pero, aunque bienvenidos, el elevado número de afiliados aumentó las tensiones en la dirección y administración de la Sociedad, agravadas por las diferencias personales entre Blavatsky y Olcott, la lejanía de Europa y América y las ambiciones de los líderes locales.

El problema empeoró aún más por la estructura de la Sociedad. Estaba compuesta de logias según el modelo masónico. Al inicio, la patente de la logia la dispensaba el cuerpo directivo de Adyar y los miembros tomaban las decisiones por votación democrática. Pero, cuando aumentó el número de logias, hubo que organizarlas en secciones nacionales con consejos legisladores. Estados Unidos fue la primera «sección» nacional independiente, constituida en 1886 bajo el liderazgo de Judge, seguida de Inglaterra (1888), India (1891), Australia y Suecia (1895), Nueva Zelanda (1896), Holanda (1897) y Francia (1899). En los siguientes treinta años se fue colonizando el resto del mundo. Aunque los miembros de las logias elegían los consejos, pronto trataron éstos de afirmar su autoridad sobre las logias y de oponerse al centro. El resultado fue una batalla por el poder entre tres partes, Adyar, las logias locales y los consejos de las secciones nacionales, motivando serias tensiones internas que en ocasiones desembocaron en grandes escándalos.

La situación empeoró a causa de la confusión que había con respecto a los objetivos e identidad de la Sociedad Teosófica. Desde su fundación, la Sociedad se había fijado tres propósitos básicos, definidos en 1896 como,

  1. la formación de una hermandad humana universal sin distinción de raza, credo, sexo, casta o color,
  2. el impulso del estudio de la religión comparada, la filosofía y la ciencia, y
  3. la investigación de las leyes inexplicadas de la naturaleza y de los poderes latentes del hombre.

Estos propósitos son menos simples y compatibles entre sí de lo que parecen. Hay que plantearse, por ejemplo, el significado exacto del primero. ¿Hasta qué punto se trata de un programa político o hasta qué punto es meramente una declaración de tolerancia universal? Y esa tolerancia, ¿es tan universal como parece? Es difícil imaginar, por ejemplo, que alguien pertenezca a la Sociedad si no cree en algún poder divino.

Incluso la redacción del segundo propósito es ambigua. ¿Significa religión comparada, filosofía comparada y ciencia comparada? ¿O filosofía, ciencia y religión comparadas? El tercer propósito encama el impulso fundacional de la Sociedad, pero su vaga formulación da pie a que se produzcan las mayores imposturas. Finalmente, la proclamación de los tres da a entender que la Sociedad es objetiva y no partidista. Y eso, por supuesto, es absurdo. No puede haber objetividad en el estudio de los fenómenos ocultistas cuando los lleva a cabo una sociedad que ya ha decidido que existen y que se limita a situarlos y explicarlos.

Pero si los tres propósitos son ambiguos por separado, aún lo son más si se toman conjuntamente. El resultado ideal del trabajo teosófico es, presumiblemente, descubrir los poderes latentes en el hombre mediante el estudio ocultista de la ciencia, la filosofía y la religión, método preferido para la armonía e igualdad sociales que prefigura y, quizá, la armonía divina. Pero los tres propósitos no son necesariamente compatibles. Ni siquiera son comparables, porque (1) es prescriptivo, mientras (2) y (3) son supuestamente neutrales y «científicos». Lo que realmente reflejan no son las necesidades y leyes universales, sino los prejuicios políticos de una burguesía bienintencionada.

Al principio, en la falta de coherencia administrativa y doctrinal de la Sociedad estuvo precisamente su fuerza: mientras más amplios eran sus objetivos y más vaga su formulación, mayor era el número de afiliados. Pero, como hemos visto, fue precisamente su crecimiento lo que condujo inevitablemente al conflicto. Las normas de la Sociedad tuvieron cuidado de especificar que los miembros debían creer cualquier cosa que sus conciencias les dictaran, basándose en que el objeto de la teosofía no es la enseñanza de la doctrina sino la investigación «científica» de todas las doctrinas. Era difícil mantener una postura tan elevada cuando era más que evidente que el gran poder de atracción de la teosofía descansaba en la pretensión de Blavatsky de estar en comunión oculta con la Gran Hermandad Blanca de los Maestros. Y aunque más tarde se decretó que no era preciso creer en los Maestros para afiliarse, esta casuística tuvo poco peso en los miembros ordinarios, menos interesados en las discusiones neutrales sobre teología que en ponerse en contacto con los Rectores del Universo.

La situación aún se agravó más por la atracción que la Sociedad ejerció sobre neuróticos, histéricos y gente manifiestamente destructiva y loca. Todas las organizaciones que dependen del entusiasmo y se oponen a la opinión convencional padecen en alguna medida este problema; la teosofía parece que fue especialmente propensa. Los residentes permanentes en Adyar a lo largo de las décadas de 1880 y 1890 fueron un ejemplo. Grupo pendenciero, formado por ingleses de la pequeña nobleza, ricas viudas norteamericanas, profesores alemanes, místicos indios y parásitos de variada haya, todos impacientes por imponer su opinión, sobre todo durante las prolongadas ausencias de Olcott, todos dispuestos a pelearse con el vecino.

Pero los primeros síntomas serios no aparecieron en Adyar, sino en Londres, donde Anna Kingsford y Edward Maithand fueron elegidos presidenta y vicepresidente respectivamente de la logia de Londres el 7 de enero de 1883. La señora Kingsford ya era una celebrada figura en los círculos esotéricos cristianos[54]. Era una mujer poderosa e incluso carismática y su relación con la teosofía —y particularmente con Blavatsky— fue difícil desde el principio. Por consiguiente, su carrera como teosofista fue inevitablemente corta, de unos dieciocho meses, y nos enseña las dificultades que tuvo que encarar la Sociedad.

Maitland, que vivió lo suficiente para escribir la biografía de su amiga y colega, cuenta que Annie Bonus nació en 1846, hija de un rico comerciante de la City de origen francés. Niña precoz, publicó poesías y cuentos en su adolescencia. Fue económicamente independiente a los veintiún años, pues heredó una renta anual de 700 libras a la muerte de su padre en 1867. Ese mismo año se casó con un clérigo de Shropshire, William Kingsford. Era una muchacha voluntariosa, alegre, aficionada a la caza y a otros deportes, mimada por sus padres primero y por su esposo después. También tuvo sus propias ocupaciones y fue un encuentro casual, cuando se dedicaba a sus asuntos, lo que cambió su vida. Conoció a una espiritista mientras hacía campaña a favor de los derechos de propiedad de la mujer casada. La mujer le dio un ejemplar de Human Nature, una publicación espiritista que, cosa habitual entonces, contenía también artículos sobre la reforma del vestido, recomendando el abandono del corsé, las crinohinas y los zapatos estrechos de la época media victoriana y la adopción de ropa más sana y cómoda. La señora Kingsford se adhirió inmediatamente a los dos movimientos, convirtiéndose en una entusiasta espiritista y reformista del vestido. Así empezó un largo compromiso con la religión alternativa y las buenas causas que solían acompañarla.

Físicamente frágil y exquisitamente bonita, Annie se vio perseguida por una enfermedad psicosomática. A pesar de nacerle una hija, parece que vivió casi siempre como amiga de su marido, que le permitió un grado poco habitual de libertad, ya que no se opuso a que se convirtiera al catolicismo y fuera propietaria y directora de un periódico londinense, el Lady’s Own Paper. Este periódico, que apoyaba las causas radicales de la propietaria, tardó poco en arruinarse por falta de anuncios adecuados (excluía a la mayoría de anunciantes por razones ideológicas), lo cual dio libertad a la señora Kingsford para dedicarse a sus ideales por otros medios.

El sufragio femenino y los derechos de propiedad de la mujer pasaron pronto a un segundo término, aunque nunca dejaron de interesarle, y se entregó apasionadamente a los animales y al espiritismo. Anna (llamada así desde entonces) dedicó el resto de su corta vida a la religión y al movimiento contra la vivisección de los animales, participando en este último incluso de manera criminal. Para llegar más lejos’ en el bienestar de los animales decidió hacerse médico. Para una mujer, esto significaba hacer los estudios preliminares en la Universidad de Londres y luego acabar la carrera en la facultad de medicina de París, único lugar de Europa donde se admitían mujeres.

Entre tanto, conoció y mantuvo una larga correspondencia con Edward Maitland, de mucha más edad, que encontró en ella una mezcla de musa y amante (aparentemente platónica). Aunque por sus fotografías parece un tipo aburrido, Maitland era muy enamoradizo: en su Vida de Anna, alude coquetamente a sus tempranas relaciones con varias «nobles damas». Pero incluso prescindiendo de las descripciones que hace de la cabellera dorada de Anna, de sus largas pestañas y ojos garzos —la llamaba la «diosa rubia»[55]— en cada página de la biografía se ve claramente que estaba enamorado de ella y que durante el resto de la vida de Anna colaboró con ella en la búsqueda religiosa.

Miembro de la clase media-alta y venido a menos, veterano de la fiebre del oro californiana de 1849, Maitland regresó a Inglaterra en 1857, tras llevar una vida dura y azarosa en Melanesia y pasar un período más sosegado en Australia, donde su primo era gobernador general. Si se fue a las antípodas fue por problemas personales y espirituales (se describía a sí mismo como un seminarista fracasado), y cuando regresó a Europa aún buscaba una relación romántica satisfactoria y una religión racional. Su ideal espiritual era una doctrina cristiana, tan lógicamente fundamentada que resultara irrefutable y, por consiguiente, innegable; pero semejante doctrina —creía él— también demostraría la unidad fundamental de todas las grandes religiones, cuya fuerza procede en último término de su universalidad. Al mismo tiempo, vio esta doctrina en términos de revelación personal y de la relación del individuo con Dios. Como muchos de sus contemporáneos, Maitland deseaba llegar a la certidumbre intelectual y espiritual, mientras detestaba lo que llamó materialismo sacerdotal de los tiempos: la norma de la jerarquía sacerdotal, fuera católica o protestante, que impulsa a los fieles a adorar ídolos en lugar de conocer sus realidades espirituales internas.

Anna compartió con entusiasmo la creencia de su amigo en que el error de las grandes religiones de los modernos consistía en tomar los signos por realidades. Pero, en su opinión, todo el universo visible, tangible, sólo era la imagen de un orden espiritual más elevado, accesible a unos pocos seres extraordinarios, uno de los cuales era ella. La explicación espiritual nunca puede ser comunicada por o mediante las instituciones religiosas, por la simple razón de que «La Verdad nunca es fenomenológica; siempre es numénica»[56]. El alma sólo puede percibir la sabiduría subjetivamente. Y esto no es materia para la vulgaridad de una sesión espiritista. Aunque oía voces y tenía visiones, Kingsford tenía tanto cuidado como Blavatsky en distinguirse de las médiums y videntes corrientes. En constante comunión con el mundo espiritual, sus colegas le aseguraban que era una profetisa, no una médium; su cuerpo, le decían, era el vehículo de un espíritu antiguo a quien ella llamaba su genio. Su inspiración, por consiguiente, no le venía de fuera (como a las médiums), sino de dentro. Ella había superado las vulgaridades del espiritismo y la adivinación hasta alcanzar el nivel de la iluminación o gnosis, es decir, la intuición directa de la verdad espiritual.

Esta convicción fue apoyada por otros espíritus, que le dijeron a Edward —por supuesto, a través de Anna— que nunca debía ofenderla o poner en duda lo que ella dijera o escribiera en «estado de iluminación», porque tales comunicaciones eran sagradas. Sobraba semejante recomendación: Edward veneraba los poderes de su amiga casi tanto como a su persona y consideraba que sus revelaciones estaban muy por encima de lo que él llamaba oscuros indicios de la verdad divina en Platón y la Biblia. Incluso si los poderes de Anna no hubieran exigido respeto y obediencia, ella lo habría dominado con facilidad. Era con mucho la personalidad más fuerte de los dos: mujer dominante y caprichosa, mandaba sobre Maitland con el consentimiento de éste, prueba de su fuerza mental. En el transcurso de su campaña contra la experimentación con animales, la señora Kingsford proclamó que había querido matar a varios famosos viviseccionistas franceses, y escribió después de que uno de ellos muriera de fiebre: «La voluntad puede y de hecho mata… He matado a Paul Bert, como maté a Claude Bernard y mataré a Louis Pasteur…»[57].

Edward y Anna no tardaron mucho en trabajar íntimamente con las bendiciones del señor Kingsford, que pidió a Maitland que acompañara a su esposa a París como chaperon, porque a él lo retenían sus deberes pastorales en Shropshire. Cuando no en París, los amigos vivieron en Shropshire con el párroco, o en Londres, donde Anna alquiló una serie de casas en Mayfair. El espiritismo no se oponía a la vida mundana, y la señora Kingsford formó parte de un círculo distinguido en el que estaban el honorable Roden Noel, lord y lady Mount Temple (amigos íntimos de Laurence Oliphant, que intentó inútilmente que la señora Kingsford abrazara su causa), lady Ribblesdale, lady Tennant, lady Archibald Campbell y los honorables señor y señora Percy Wyndham. También estaba la condesa de Caithness, nacida en Cuba, que vivía en un palacio de Niza y se vestía como María, la reina de los escoceses, a quien decía que había reencarnado[58]. Amiga de todos los teosofistas y ocultistas destacados, lady Caithness se pasaba el tiempo escribiéndoles apasionadas cartas espirituales o dando grandes fiestas (a las que no eran invitados) en sus casas de París y del sur de Francia.

Aunque menos extravagante, Anna era igualmente activa. Cuando no estudiaba medicina o exponía sus visiones, se la podía encontrar representando comedias sobre Buda en los salones de Belgravia. Bajo su influencia, Edward no tardó mucho en desarrollar sus propios y modestos poderes psíquicos. Veía el interior de los árboles y llegó a encontrarse con el espíritu de su padre, muerto hacía tiempo, que le confesó el error de haberse peleado con su hijo cuando estaba vivo.

Considerándose como las dos mitades de una unidad psíquica, la pareja cooperó, aunque Anna era con mucho la parte dominante. Maitland transcribía lo que la señora Kingsford le dictaba, añadiendo en ocasiones detalles pintorescos de su propia cosecha. Las visiones le llegaban a Anna cuando estaba en trance, o en sueños, que le revelaban todo tipo de cosas extrañas. Algunas veces veía sus propios órganos internos, lo cual le permitía diagnosticar sus enfermedades. Fue visitada por Juana de Arco, la Virgen María y Ana Bolena; por el fantasma de Swedenborg, que le mencionó de pasada que Jesús había revivido el confucianismo; y por un espíritu americano que le dijo que, al menos en sus relaciones de trabajo, ella adoptara el papel masculino y Edward el femenino. Sin duda, esto tranquilizó a la señora Kingsford.

Pero lo más importante es que se le concedió la revelación de una doctrina completamente nueva, que apareció serialmente, como una comedia cósmica de enredos. La doctrina se basaba en la noción swedenborgiana de que el universo sensible se compone de símbolos y que la religión es por tanto una forma de hermenéutica, es decir, una ciencia interpretativa. Para ser coherente con esto, en su panteón ecuménico, Anna concedió a Hermes —el dios tutelar de los intérpretes— un lugar más elevado que a Jesús, y se dedicó a escribir en extenso sobre la verdadera interpretación de la mitología, las escrituras y la liturgia, exponiendo las doctrinas del karma y la reencarnación.

Dada la complejidad y extensión de su propia teología, es difícil entender qué fue lo que Anna buscó en la teosofía. Luego diría que había desconfiado desde el principio de la Sociedad y de sus Fundadores, y que entró en ella con la llana esperanza de reformarla desde dentro. Lo que parece más probable es que intentara apoderarse de la Sociedad, en Inglaterra por lo menos, y utilizar su organización para propagar su propia doctrina. Admitida gracias a los buenos oficios de un antiguo miembro, el jurista C. C. Massey, que como Maitland buscaba damas nobles para contrarrestar la tendencia de HPB a los escándalos, Anna destacó enseguida en la Logia de Londres, y su necesidad de dominar cualquier cosa que emprendiera la llevó a la presidencia en un tiempo récord.

No tardó mucho la señora Kingsford en lamentar su ingreso en la Sociedad, aunque esta vez no fue culpa de Blavatsky, sino de A. P. Sinnett, que acababa de publicar dos libros sobre teosofía que causaron un gran escándalo. Esto resultó muy duro para Sinnett, que sólo había querido ayudar a sus nuevos amigos. En su primer libro, El mundo oculto (1881), recogió (por sugerencia del propio Maestro) las cartas recibidas de Koot Hoomi vía Madame Blavatsky. El libro circuló profusamente por los círculos espiritistas y cayó en manos del médium norteamericano Henry Kiddle, que escribió a Sinnett diciéndole que Koot Hoomi repetía, casi literalmente, un pasaje de su propio discurso. Como Sinnett no le contestó, Kiddhe publicó su acusación de plagio en el periódico espiritista Light y estalló el escándalo. HPB se mostró desdeñosa: «¡Koot Hoomi plagiando a Kiddle! Dioses y tipejos… ¡¡Plagiar del Banner of Light, esa letrina espiritista!!»[59]. Admitió el parecido entre los dos pasajes y, quizá temiendo que se investigaran otras partes del libro, sugirió que Koot Hoomi podía haber captado algo del discurso de Kiddle en las ondas astrales de radio y luego se olvidaría, de la misma manera que uno repite una frase sin pensar dónde la ha oído. Esto arrojaba una sombra de duda en la supuesta infalibilidad del Maestro y pocos creyeron en ella.

Kingsford y Maitland ya abrigaban serias dudas con respecto a la teosofía cuando estalló el escándalo de Kiddle en 1883, pero fue el segundo libro de Sinnett, Esoteric Buddhism, publicado posteriormente el mismo año, el que los encolerizó, al equiparar la teosofía con una interpretación intencionadamente selectiva de los textos budistas. Esto fue demasiado para la cristocéntrica Anna[60], ya alarmada por la tendencia de la Sociedad a favorecer el ocultismo oriental en detrimento del cristianismo. Peor fue que Sinnett se ocupara de lo que, según Anna, era lo más trivial del budismo: los fenómenos psíquicos, los bodisattvas (pequeños budas) y la manifestación de los espíritus, cometiendo por lo tanto el pecado capital de confundir los símbolos con la realidad. En su opinión, el libro, lejos de ser esotérico, era completamente rimbombante y materialista, sensacionalista en todos los sentidos. Si ésta era la línea oficial teosófica —y la misma HPB parecía apoyar a Sinnett— no quería saber nada de ella. Sinnett, que ahora vivía en Inglaterra, tras su regreso de la India en 1883 al ser despedido del Pioneer de Allahabad, era miembro de la Logia de Londres, que enseguida se escindió en dos partes, una a favor de Sinnett, la otra a favor de Kingsford.

En febrero de 1884, HPB y Olcott embarcaron con rumbo a Inglaterra para acabar con la disputa. Después de pintar a los partidarios de Anna como «un montón de débiles y cobardes convencionalistas, un rebaño de moutons de Panurge en pos de sus perfumados líderes del Jockey Club»[61], Blavatsky no estaba dispuesta a ceder. Irrumpió en una reunión, donde algunos de sus miembros más teatrales se postraron de rodillas, e intentó someter a Maitland y a Kingsford mirándolos de arriba abajo, pero éstos no se intimidaron y la acusaron de que intentara hechizarlos. El coronel, temeroso de que la revuelta acabara en algo peor, rebajó la tensión ordenando con humor a HPB que no «magnetizara» a sus oponentes.

Los rebeldes se aplacaron brevemente con la creación de una Logia Hermética bajo la dirección de Anna el 9 de abril de 1884. Los afiliados a la Logia de Londres fueron libres de acogerse al grupo ortodoxo o al nuevo. Pero incluso esta concesión no fue suficiente para Anna. A los pocos días, convencida de la total corrupción de la teosofía, se sintió obligada a afirmar su pureza, autoridad e independencia, abandonando la Sociedad y fundando su propia Sociedad Hermética el 22 de abril. Los objetivos proclamados de la nueva sociedad —comparación de las mitologías orientales y occidentales e interpretación de las escrituras— estaban cerca de los de la teosofía, pero, como hizo notar Anna, no existían las tonterías de los Maestros del Tibet para confundir las cosas.

El conflicto entre Blavatsky y Kingsford fue personal y doctrinal. Fuertes, ambas con adláteres masculinos crédulos y débiles, estaban condenadas a enfrentarse. HPB, caracterizando a Maitland y a Kingsford como «los gemelos incontrolables del Camino Perfecto», reaccionó violentamente y calificó a Anna de «mujer esnob e inaguantable», de «calientabraguetas» y de «serpiente, víbora entre rosas, criatura egoísta, vanidosa y mediumística»[62]. Consciente de las pretensiones de la más joven y de su atractivo entre los hombres, se burló de su afición por la moda y de su estilo literario, satirizando el «galimatías científico» y las «chorradas interpretativas»[63] de la «Kingsford vestida de cebra»[64]. Aunque menos colorista, Anna fue igualmente mordaz.

Fue una oportunidad perdida. Las dos mujeres tenían fuerzas diferentes que hubieran podido complementarse. Si Anna superaba a HPB en estilo, riqueza y posición social, HPB disponía del control de una organización internacional. Pero las diferencias eran demasiado profundas. La misma Anna describió la situación como los ocultistas orientales contra los místicos occidentales. Este conflicto provocaría dentro de la Sociedad numerosos cismas en los años siguientes. Mientras HPB despreciaba a Kingsford como una simple médium, en el libro de Anna su rival aparece como una ocultista, y los ocultistas ocupan el lugar inferior de la escala religiosa, sólo en contacto indirecto con el mundo espiritual.

Poco antes de su muerte, Anna Kingsford soñó que se encontraba con HPB en el paraíso budista. Blavatsky fumaba como siempre uno de sus apestosos cigarrillos, pero sólo lo hizo después de pedir humildemente permiso al patrón de Anna, Hermes (cuya presencia en el paraíso budista no explica). La escena es adecuadamente simbólica. La separación entre las creencias occidentales y orientales —una separación que curiosamente evoca el cisma de las iglesias cristianas muchos siglos antes— fue la primera pero no la última rebelión de quienes pensaban que la teosofía se acercaba excesivamente a Oriente y abandonaba la tradicional fe cristiana. No era, de acuerdo con sus críticos, señal de universalismo religioso, sino de entrega total a una creencia extraña.

A estas alturas, la Sociedad Teosófica era lo suficientemente fuerte y lo suficientemente pequeña para resistir la crisis y, además, la temprana muerte de Anna en 1885 alejó el peligro de una poderosa rival. Pero las graves disputas doctrinales de Londres no fueron nada comparadas con el drama absurdo que se gestaba en Adyar, donde la ineducada mujer que Blavatsky dejó a cargo de la casa resultó ser otra ambiciosa y aún peor enemiga que la cultivada y brillante Anna Kingsford.

Emma Cutting conoció a HPB en El Cairo en 1872, cuando Blavatsky trataba de establecer allí un centro de sesiones espiritistas a cargo de médiums locales. El asunto se vino abajo a las pocas semanas por las acusaciones de fraude que llegaron de todas partes. La señorita Cutting diría después que prestó dinero a su amiga para que pudiera salir del apuro. Fue Emma, más adelante, la que pasó apuros, a pesar de casarse con un francés, Alexis Coulomb, y de probar fortuna en el negocio hotelero en varias partes del mundo. Ninguno de los intentos del matrimonio tuvo éxito, y en la década de 1880 los Coulomb se encontraron perdidos en Ceilán. Cuando leyeron en un periódico el anuncio de la próxima llegada de Blavatsky a la India, se agarraron a este clavo ardiendo. Madame Coulomb escribió inmediatamente a HPB, que los invitó a irse con ella, cosa que hicieron gracias a que el cónsul francés en Bombay pagó los billetes, seguramente contento de quitárselos de encima.

El doctor Franz Hartmann, uno de los secuaces de Blavatsky, describió más tarde a Emma en un airado panfleto como «una rara criatura parecida a una bruja, de rostro arrugado, mirada venenosa y maneras groseras… Parecía como si el único propósito de su vida fuera meter las narices en los asuntos privados de todo el mundo…»[65], mientras que su marido era

un francés de aspecto fantasmagórico, con la complexión de un barril de fresno que tuviera una barba pegada. Cuando te hablaba, te miraba fija y descaradamente con un ojo de cristal, mientras el otro ojo trataba educadamente de mirar hacia otro lado[66].

Los Coulomb se establecieron en la sede central de la Sociedad Teosófica como ama de llaves y factótum sin salario y pronto empezaron a dar guerra. Emma y Alexis no contaban para nada pues estaban excluidos de la dirección de la Sociedad, pero ésa era una parte del problema: Madame Coulomb se sintió empequeñecida por su humilde trabajo y por la protección de su vieja amiga. Era una lagarta altanera, vengativa y pendenciera, una ladronzuela que no se contentaba con sisar el dinero de la compra. En cuanto a Alexis, vivía sometido a su ambiciosa y lenguaraz esposa, que como pensaba su inferioridad haciéndola notar a todos los que querían oírla, advirtiendo que, gracias a su lealtad a Blavatsky, conocía los entresijos de todo lo extraordinario que allí ocurría. Por una vez, decía la verdad, porque HPB encontró en ella una valiosa ayuda cada vez que tenía que presentar algún «fenómeno» complicado, y cayó en la necedad de confiar plenamente en ella.

El asunto no habría tenido importancia si el creciente despecho de Emma no hubiera sido estimulado por los poderosos ataques de otras dos fuentes. Las sociedades misioneras cristianas de Madrás y Ceilán estaban furiosas por las actividades de los teosofistas, y muy particularmente por el declarado desprecio de Blavatsky hacia el cristianismo. Aunque era cierto que no estaba excluido de la síntesis religiosa de la sabiduría teosofista, era evidente la inclinación del coronel hacia el budismo, la indiferencia de HPB hacia todas las religiones, excepto el culto a su propia personalidad, y el cuidado de ambos hacia todo lo nativo. El cristianismo era la religión oficial del poder gobernante en la India, si bien el gobierno británico había cuidado de no imponer su propio credo a la población nativa. Esto hizo que. los misioneros cristianos fueran mucho más agresivos. Después de más de un siglo de avances relativamente pequeños en el subcontinente —en nada comparables al éxito africano— no estaban dispuestos a tolerar rivales como la Sociedad Teosófica. El rector de la Universidad cristiana de Madrás, muchos de cuyos estudiantes apoyaban provocativamente a HPB y a Olcott a causa de su postura nacionalista, estaba especialmente deseoso de desacreditar a la Sociedad Teosófica.

Al mismo tiempo, la Society for Psychicah Research [Sociedad para la Investigación Psíquica] decidió investigar la teosofía[67]. Fundada en Londres en 1882, la SPR adquirió una rápida influencia, contando entre sus miembros a John Ruskin, lord Tennyson, W. E. Gladstone y William James. Aunque más limitada en su alcance, tenía objetivos afines con el proyecto científico teosofista, y algunos teosofistas, en especial Edward Maitland y Alfred Russel Wallace, formaban parte de ella. Ambas organizaciones pretendían dedicarse al estudio objetivo del mundo espiritual, si bien la SPR más convincentemente que la ST.

Antes de salir para Londres, HPB ya había encendido la mecha al pelearse con el ama de llaves. Como solía ocurrir con Blavatsky, la causa fue el dinero. Por la queja que recibieron los Fundadores, parece que Emma intentaba obtener un préstamo de uno de los más prometedores neófitos de clase alta, el príncipe Ranjitsinji. No era la primera vez que Emma se dirigía a un miembro con tal propósito, y tenía prohibido terminantemente el hacerlo. Cuando supieron en Londres que Emma seguía molestando en busca de un préstamo, Olcott y HPB le escribieron diciéndole que desistiera so pena de sentirse ofendidos. La carta sólo sirvió para avivar la hostilidad del ama de llaves. Bien tratada por sus patrones, odiaba la protección de ellos al mismo tiempo que la aprovechaba para sacar más de lo que ya tenía.

Y vio el camino de conseguirlo creando problemas durante la ausencia de Blavatsky. La situación en Adyar ya era tensa. La Sociedad Teosófica había quedado a cargo de un consejo de administración en el que figuraba St George Lane Fox, antiguo ingeniero eléctrico, rico y excitable, vástago de una noble familia inglesa, y Franz Hartmann, un médico alemán de lengua afilada que había vivido en Norteamérica. Aunque en el consejo había miembros indios, los europeos eran mayoría, creando roces entre ambas partes que Madame Coulomb estaba dispuesta a explotar. En posesión de las llaves de sus patrones, vio la oportunidad de chantajear a Hartmann y Lane Fox, temerosos del escándalo.

Primero dijo que poseía cartas comprometedoras de HPB, muchas firmadas «Luna Melancholica», otro de los motes de Blavatsky. Dirigidas a Emma, las cartas evidenciaban que Blavatsky había dispuesto deliberadamente fenómenos para engañar al público, que el ama de llaves tenía que realizar mientras Blavatsky estuviera ausente. Había utilizado a Emma como cómplice para precipitar cartas, materializar bandejas y facilitar las visiones de los Maestros.

Madame Coulomb se presentó a Hartmann y Lane Fox con un simple ultimátum: paguen o revelaré los fraudes publicando las cartas. Como dudaron, Emma les dio detalles convincentes. Les enseñó cómo ella y HPB habían hecho un muñeco al que llamaban Christofolo y que, puesto en la oscuridad en el extremo de una caña de bambú, simulaba la aparición de los Maestros. Emma también había arrojado cartas «precipitadas» sobre las cabezas teosóficas a través de agujeros practicados en el techo, mientras que su marido había hecho paneles corredizos y entradas secretas en el camerino-santuario para facilitar las idas y venidas de Blavatsky, que así podía sustituir los broches, bandejas y otros objetos que empleaba en sus demostraciones.

Para mayor apuro, el camerino-santuario —escenario de muchos milagros teosóficos— era adyacente al dormitorio de HPB. El santuario en sí mismo no era más que un armario ropero adornado. Tenía llave y sólo Emma y HPB tenían acceso a él. Según Emma, tenía una puerta secreta que daba al dormitorio. Habían hecho allí los trucos más vulgares. Una de las cartas comprometedoras parecía demostrar claramente que Blavatsky había dejado dispuesto que se engañara a un general que iría de visita haciéndole creer que una fuente rota se reconstituía en el santuario, para lo cual Emma sólo tenía que sustituir la fuente rota por otra idéntica e intacta.

El consejo de administración se resistió al principio y amenazó a los Coulomb con expulsarlos inmediatamente del país por libelo y negligencia grave, pero su fe se quebró en más añicos que la fuente del general cuando fueron al santuario para investigar. Uno de ellos se acercó al camerino y dijo: «Ya veis, es perfectamente sólido»[68] y al darle un golpe el panel central salió volando delante de sus ojos, demostrando lo cierto de las acusaciones de Emma. A la noche siguiente, los miembros del consejo quemaron el armario acusador y empezaron a negociar con los Coulomb.

Primero Hartmann les ofreció unas acciones que daba la casualidad que tenía de una mina de plata en Colorado, quizá con la esperanza de que los Couhomb se marcharan a América para hacer efectiva su participación. Prudentemente, el matrimonio rehusó las acciones y exigió dinero, pero pidieron una cantidad exagerada. Los miembros del consejo advirtieron la jugada (¿qué importaba después de todo algunas acusaciones más de fraude contra HPB?) y al poco tiempo Emma y Alexis se vieron obligados a irse de Adyar con las manos vacías, no sin que antes Lane Fox diera un puñetazo a Coulomb delante de un policía que había sido llamado para dirimir la disputa, por lo cual fue multado con diez libras.

Entre tanto, las cartas entre los Maestros y sus agentes humanos volaron en todas direcciones. En ese momento, HPB perdió el control de la correspondencia entre la Hermandad y el mundo. Primero el Maestro KH escribió a Hartmann diciéndole que no expulsara a los Coulomb. Luego el Maestro Morya le dijo lo contrario. Olcott recibió una carta anónima que en principio parecía que la dirigía Hartmann a Madame Coulomb, acusando a Blavatsky de fraude y que luego resultó que era una falsificación, pero ¿de quién y con qué propósito? La misma HPB escribió a cada uno o cada uno dijo que así había hecho ella, apoyando cualquier postura que adoptasen y excusándose por todas las acusaciones presentes, pasadas y futuras. Pareció que sus creaciones, tanto las divinas como las humanas, se le habían escapado totalmente de las manos.

Pero lo peor estaba por venir y, una vez más, fueron las cartas la causa de los problemas. Hasta aquel momento, el escándalo había quedado dentro de las paredes del grupo de Adyar. Esto cambió cuando Emma, expulsada de aquel paraíso, vendió su colección de cartas, que supuestamente le había escrito HPB, al enemigo encarnizado de Blavatsky, el reverendo Patterson, rector de la Universidad Cristiana de Madrás y editor del Christian College Magazine. Fieramente hostil a la teosofía y a su postura abiertamente anticristiana, Patterson estaba buscando algo que desacreditara a la Sociedad. Calculando el tiempo a la perfección, publicó el primer grupo de cartas en septiembre de 1884, justo en el momento en que Richard Hodgson, el investigador designado por la SPR, empezaba a ocuparse de las acusaciones vertidas contra la teosofía.

Blavatsky y Olcott estaban todavía en Londres arreglando el asunto Kingsford. Allí fueron entrevistados por la SPR y no volvieron a Adyar hasta diciembre de 1884. Hodgson, pues, tenía el campo libre para entrevistar a quien quisiera en la India. No le importaba la existencia o no existencia de los Maestros. Su plan de trabajo era investigar los fenómenos relatados por Blavatsky y sus seguidores: campanas astrales, música, cuerpos móviles, cartas precipitadas y todo lo demás. Su informe preliminar, publicado al final del año y basado sobre todo en el testimonio de Madame Coulomb, fue inevitablemente condenatorio. Todos los fenómenos fueron rechazados, tanto los debidos a deliberadas falsificaciones y engaños de Blavatsky como las alucinaciones y malentendidos por parte de los testigos, especialmente Olcott, que fue calificado (en un lenguaje más educado) como viejo necio y crédulo. Inclinado a aceptar la opinión de Blavatsky sobre Olcott como «gaita hinchada de vanidad»[69], Hodgson describió a la propia Blavatsky como «ni boca de profetas escondidos ni vulgar aventurera; creemos que se ha ganado el título por el que siempre será recordada de la impostora más cumplida, ingeniosa e interesante de toda la historia»[70].

Pero la crítica que más la enfureció fue la insinuación de Hodgson de que ella podía haber estado trabajando pagada por los «intereses rusos»[71]. Era ésta una sospecha extendida entre los funcionarios del Raj, alimentada por las suaves aunque imprudentes críticas de HPB al régimen colonial, su aparente apoyo a la independencia india y su insistencia en que, a pesar del duro trato que daba a los prisioneros políticos, el gobierno ruso era más liberal en materias sociales que su homólogo británico. Cuando Olcott le rogó que declarara sin ambages su lealtad a la reina, escribió a Sinnett y a otros negando que tuviese alguna diferencia con los británicos, pero continuaron las sospechas, que alcanzaron el nivel más absurdo cuando una página de uno de sus manuscritos vertidos en una extraña lengua, fue robada por Emma Coulomb y vendida a la Universidad Cristiana de Madrás, que la entregó a la policía de Calcuta como probable código de espionaje. Después de estudiar la página durante varios meses, la policía no sacó nada en claro, lo que no era de extrañar, pues estaba escrita en senzar, el idioma en que supuestamente dictaban los Maestros a Blavatsky.

Más adelante, Hodgson retiró su insinuación de que HPB fuera una espía rusa, pero el resultado de su informe levantó un alboroto dentro de la Sociedad Teosófica. Todo el mundo acusó a todo el mundo. HPB decía que Emma Coulomb había adulterado sus cartas. También acusó a Hartmann de mentir e intrigar y le dijo a Sinnett que no se fiaba de Olcott. Olcott reprochó las indiscreciones a su compinche. Lane Fox y Hartmann echaron la culpa del escándalo a la incompetencia de los miembros indios del consejo de administración, y los indios echaron la culpa a los europeos por su falta de confianza.

Desde entonces, los teosofistas vienen rebatiendo violentamente el informe de Hodgson. Señalan que Hodgson hizo solo casi todo el informe, que sus métodos de comprobación fueron extremadamente dudosos, que simplemente prefirió un testimonio muy poco fiable (el de Madame Couhomb) al de otros. También insisten en que la SPR es, de facto, hostil al espiritismo y a la manifestación de fenómenos. Pero, como Hodgson dice en la introducción de su informe: «Cualquiera que fueran mis preocupaciones, éstas estaban claramente a favor del ocultismo y de Madame Blavatsky»[72].

Si bien los teosofistas se equivocaron con respecto a la predisposición de Hodgson, sí tenían razón al señalar el antagonismo de sus actividades dentro de la jerarquía de la Society for Psychicah Research. La SPR tendía a polarizarse en tres partidos, uno que simpatizaba con el espiritismo, el segundo hostil y el tercero y más pequeño, genuinamente dedicado a la investigación desapasionada y científica. El estamento rector estaba dominado por el partido hostil, encabezado por un grupo de intelectuales de Cambridge en el que figuraba el presidente de la SPR, Henry Sidgwick (profesor de filosofía en Cambridge), y Frank Podmore, uno de los fundadores de la Sociedad Fabiana. Aunque serio investigador y comprometido con la neutralidad científica, Hodgson pertenecía al partido proespiritista de la SPR y quedó decepcionado cuando descubrió los fraudes de HPB. En los últimos años de su vida, bajo la influencia de la médium norteamericana Lenore Piper, empezó a recibir mensajes espiritistas de un amor infantil. Tras su temprana muerte en 1905, se convirtió en el primer investigador psíquico que daba nombre a una beca universitaria: la Hodgson Fellowship in Psychical Research de Harvard. No se le ha oído desde entonces.

La reputación de HPB en los círculos angloindios no se recuperó nunca del doble golpe infligido por la SPR y el Christian College Magazine. Pero la publicidad adversa sirvió realmente para realzar su posición entre muchos indios, por la manera en que polarizó el antagonismo entre los hindúes nacionalistas y los misioneros cristianos, que a su vez formaba parte de un conflicto más amplio entre colonizadores y colonizados. Blavatsky aparentaba ser firmemente pro hindú en la India, de igual manera que Olcott era pro budista en Ceilán. Al identificar los seguidores independentistas a Blavatsky con su causa, consideraban que cualquier ataque de las sociedades misioneras o de las organizaciones occidentales, como la SPR, no eran más que tergiversaciones y falsedades.

En diciembre de 1885, a su regreso a Madrás procedente de Inglaterra, HPB fue consecuentemente festejada por sus partidarios nativos, entre ellos muchos estudiantes de la Universidad Cristiana rebelados contra su rector. Eufórica por el recibimiento, quiso denunciar a sus enemigos por libelo, pero Olcott conocía mejor el asunto. Sabía perfectamente que cualquier procedimiento judicial que iniciara ella se convertiría en un juicio contra la teosofía y sus líderes, y que no encontrarían un solo juez que simpatizara con ellos tanto como las masas nacionalistas. Convocó un consejo de la Sociedad para que le diera el consejo que quería oír, y anunció su decisión de que sería imprudente que Blavatsky ejerciera acciones legales, y la victoria popular de HPB se convirtió en una derrota personal. Reconociendo que el juego había terminado y que después del descubrimiento de su fraude no podría vivir con sus asociados más íntimos, dimitió de su cargo de Secretaria de Correspondencia y, presionada por Olcott, salió para Europa en marzo de 1885. La amistad entre ellos acabó definitivamente.

Quizá fue lo mejor que pudo ocurrir. HPB había estado enferma y en 1882 escribió a la señora Sinnett que

Temo que pronto tendrás que decirme adiós, al Cielo o al Infierno, no lo sé. Esta vez ha sido demasiado, sin duda una enfermedad de los riñones, con toda la sangre que se hace agua, con úlceras que aparecen en los lugares más insospechados y escondidos, la sangre o lo que sea formando bolsas à la kangoroo, más otras lindezas y etcéteras… Puedo durar un año o dos… pero puedo estirar la pata en cualquier momento…[73]

En 1884 era «un limón viejo y exprimido, moral y físicamente, que sólo sirve para limpiar las uñas del Old Nick con…»[74] y

hecha pedazos, desmigajada como una galleta de barco, y todo lo que puedo hacer es recoger y reunir mis voluminosos fragmentos, encolarlos y llevar esta ruina hasta París…[75]

Su enfermedad se agravaba por una obesidad tan grotesca que a veces apenas podía moverse. Cuando tuvo que embarcar en Madrás, la combinación de enfermedad y grasas, obligó que para subir a bordo tuviera que ser izada en una silla atada a una cuerda y a una polea.

Como este episodio en la India, casi toda la vida de HPB es una brillante comedia, tal como se refleja tácitamente en el tono de sus cartas, pero pudo tener graves consecuencias para quienes confiaron en ella. En 1886, mientras Blavatsky gozaba de un relativo lujo en Alemania, Olcott recibió una carta de Koot Hoomi refiriéndose a uno de sus más fieles seguidores, Damodar K. Mavalankar, un joven brahmán que había dejado a su esposa para dedicarse fervientemente a la Sociedad. Parece que, en su pasión por la teosofía, había participado sin darse cuenta en los fraudes de Blavatsky, cuando ella lo utilizó para precipitar cartas.

Avergonzado por su participación en el escándalo, Damodar emprendió un viaje para encontrar por sí mismo a los Maestros en las elevadas cumbres del Sikkim. Los últimos tramos de su viaje los hizo solo. Según la carta de Koot Hoomi, Damodar había conseguido su objetivo a pesar de las enormes penalidades, y estaba dispuesto a someterse a la iniciación como Adepto. Lo cierto es que no había sido visto más por ojos humanos, y cuando se encontró un cadáver, Olcott sugirió que era «una Maya» o ilusión, «para que pareciera que el peregrino había sucumbido»[76]. Pero hubo quienes hicieron notar que el cuerpo congelado que se descubrió en el sendero montañoso, no lejos de donde Damodar fue visto por última vez, llevaba su ropa. El biógrafo más reciente de Blavatsky responde a esta evidencia con la interesante suposición de que Damodar se había cambiado de ropa para ir más abrigado y adaptarse al clima montañoso.