Todo parecía estar sucediendo simultáneamente. Sobre aquel escenario la luz cambió como si hubieran echado encima una gasa, casi como si la luna hubiera decidido volver. Hubo un destello de algo metálico, pues no había ningún otro material que pudiera emitir un brillo tan intenso en la oscuridad de la noche.
Titus, distraído por un momento por aquellos destellos, apartó la mirada de Gueparda y su padre, suspendido en el aire, para descubrir por fin lo que estaba buscando. Y al verlo, una lengua de fuego desmedida se desprendió de la hoguera. Esta lengua, aunque lejana, fue lo bastante intensa para sacar de las sombras un rostro inexpresivo, y luego otro. Pero en seguida desaparecieron, aunque la luz seguía parpadeando sobre ellos. Ya no estaban, aunque los penachos de sus yelmos parecían vivos bajo aquella luz. Incluso sin los yelmos, esos dos hombres eran altos. Pero con ellos le sacaban más de una cabeza a de la multitud.
Un estremecimiento recorrió el cuerpo de Titus. Vio que la multitud se apartaba para que los «yelmos» pudieran pasar. Oyó que la gente los urgía a ocuparse de Trampamorro.
—Lleváoslo —gritaban—. ¿Quién es ese hombre? ¿Qué quiere? Está asustando a las damas.
Pero entre la multitud, nadie salvo los «yelmos» y Gueparda, que temblaba presa de una ira diabólica, nadie se atrevió a dar un solo paso.
En cuanto a Trampamorro, seguía con el brazo estirado y el científico colgando de su extremo. Aquél era el hombre a quien quería asesinar. Pero ahora que tenía a aquella criatura calva a su alcance no podía odiarlo con la misma intensidad.
Titus estaba horrorizado ante la escena. Horrorizado por la bajeza de todo aquello. Horrorizado ante la idea de que a alguien se le pudiera haber ocurrido mofarse de su familia de aquella manera. Horrorizado y asustado. Volvió la cabeza y vio a Gueparda y la sangre se le heló en las venas.
La sed de venganza saturaba el organismo y se debatía en el pequeño pecho de la chica. Titus la había despreciado. Y ahora estaba aquel hombre harapiento, que pretendía humillar a su familia. Y Juno, a quien vio por el rabillo del ojo. El vello se le erizó en la nuca. Gueparda no olvidaba. Aquélla era la Juno que Titus conoció antes que a ella. Su antigua amante.