Algo estaba saliendo de la habitación olvidada. Algo de gran envergadura y cubierto de mantos. Se movía con exagerada grandeza, arrastrando una cola polvorienta de fustán comida de polillas y, salpicado por todas partes, las ubicuas constelaciones de lima para los pájaros. Los hombros de la que fuera su capa negra eran como montecillos blancos, y sobre estos montecillos llevaba posadas toda suerte de aves. En cuanto a los cabellos del fantasma, de un rojo antinatural, incluso éstos eran una buena percha para los pajarillos.
Mientras la dama se desplazaba con una prodigiosa autoridad, uno de los pájaros cayó de su hombro y se rompió contra el suelo.
De nuevo la risa. La horrible risa. Sonaba como la risa del infierno, caliente y burlona.
Si realmente existía Gormenghast, sin duda aquella mofa de su madre sería una humillación y le torturaría, recordándole que había abdicado, recordándole el ritual que tanto amaba y despreciaba. Si, por el contrario, aquel lugar no existía y no era más que una invención de su mente, poner al descubierto aquel amor secreto sin duda quebrantaría su ánimo.
—¿Dónde está? ¿Dónde está mi hijo? —dijo la voz de la voluminosa impostora. Era lenta y pastosa como unas gachas—. ¿Dónde está mi único hijo?
La criatura se ajustó el chal con un movimiento.
—Ven aquí y recibe tu castigo. Soy yo, tu madre. Gertrude de Gormenghast.
En un destello, Titus pudo ver que el monstruo acompañaba a otra parodia. En aquel momento crucial, Gueparda oyó lo mismo que Titus; un silbido agudo. Y no fue el sonido en sí lo que la desconcertó, sino el hecho de que hubiera alguien del otro lado de la pared. Aquello no formaba parte de su plan.
Aunque en un primer momento Titus no recordaba el significado del silbido, sintió una especie de afinidad remota con quien había silbado. Entretanto, había muchas otras cosas que ver.
¿Qué hay del insulto monstruoso a su madre? En cuanto a eso, el deseo de venganza ardía con fuerza en el interior de Titus.
Los invitados, iluminados ahora por la luz de las antorchas, empezaron a formar un gran círculo siguiendo instrucciones. Allí estaban, sobre el suelo irregular y cubierto de hierba, estirando el cuello como gallinas para ver qué sucedía después de aquel suceso maligno y sobrenatural.