Podía haber sido Gueparda, pero no lo era. Ella hizo la señal y, después, retrocedió un poco para tener una panorámica perfecta de la entrada a la habitación olvidada. Jamás sabremos quién era la persona que recibió la agónica puñalada en el corazón; pero el caballero se desplomó sobre las piedras del corredor porque, como un chivo expiatorio, recibió la furia que Titus hubiera querido hacer extensiva a todos los presentes.
Jadeando, con el sudor bañándole el rostro, de pronto notó que lo cogían del codo. Dos hombres le sujetaban. Mientras trataba de soltarse, entre la bruma de su ira, vio que se trataba de las dos figuras altas, sigilosas y ubicuas que le seguían desde hacía tanto tiempo.
Le obligaron a subir por los escalones hasta donde había estado el trono y de pronto, mientras se debatía sacudiendo la cabeza, vio por el rabillo del ojo algo que hizo que su corazón dejara de latir. Las figuras de los yelmos aflojaron la presa.