OCHENTA Y UNO

De la amargura que ahora forma parte de ella, como una alergia, algo había comenzado a aflorar a la superficie de su consciencia; algo que podría compararse a un monstruo marino, repulsivo y con escamas, que sale de las profundidades del océano. Al principio Gueparda no fue consciente ni notó ningún tipo de contracción pero, conforme los días pasaban, sus nebulosas meditaciones empezaron a encontrar un eje. Y fueron sustituidas por algo más duro, hasta que un día se dio cuenta de que ansiaba no sólo saber cómo hacer daño a Titus, sino cuándo. Así que, finalmente, quince días después de su discusión con él, supo que estaba planeando activamente su caída, y que todo su ser estaba empeñado en la tarea.

Al arrojar su maquillaje al suelo había apartado todo cuanto había de nebuloso en su mente y su ansia. Eso no sólo la hizo más venenosa, sino también más calculadora, de modo que cuando volvió a ver a Titus, su comportamiento fue la viva imagen del aplomo.