—Jonah, querido, ¿estás bien? —dijo la dama vieja, muy vieja.
—Por supuesto que lo estoy. ¿Qué tienes, mi ardillita? —El viejo se atusó la barba.
—Debo de haberme dormido.
—Me preguntaba… me preguntaba…
—Estaba soñando —dijo la anciana.
—¿Con qué?
—No lo recuerdo… algo sobre el sol.
—¿El sol?
—Ese gran sol redondo que nos calentaba hace tanto tiempo.
—Sí, lo recuerdo.
—¿Y los rayos? Sus largos y dulces rayos…
—¿Dónde estábamos nosotros entonces…?
—En algún lugar en el sur del mundo.
La vieja dama frunció los labios. Sus ojos estaban muy cansados. Sus manos desenredaban lana y más lana, y el anciano la observaba como si, de todas las cosas, ella fuera la más adorable.