Entonces se hizo la medianoche y, por unos instantes, en la fiesta de la señora Cúspide-Canino la piel de gallina subió por las piernas de todos, trepó por los muslos y congregó a sus espantosas fuerzas en la base de cada columna, y desde allí envió sus horribles escoltas por el paisaje lumbar. Luego subió por la mismísima columna, enroscándose como hiedra letal, para extenderse finalmente desde las cervicales y dejarse caer como una capa helada de muselina sobre pechos y vientres. Medianoche. Mientras resonaba el último repique, Titus, que seguía apostado en el tejado, tratando de aliviar el calambre del brazo, cambió el peso del codo, golpeó sin querer la claraboya y, sin tiempo para recuperarse, cayó del tejado de cristal envuelto en una lluvia de añicos.