DIECINUEVE

Ante él se extendían unas quinientas hectáreas de mármol gris, con las márgenes cubiertas de reflejos de mansiones.

Atravesar solo aquella vastedad, a la vista de todas las ventanas, terrazas y jardines de los tejados, no sería más que una muestra de arrogancia pura y dura. Pero eso es lo que hizo. Y cuando ya llevaba un rato caminando, un pequeño dardo verde se separó de los aviones del extremo más alejado del ruedo y se dirigió a toda velocidad hacia él, rozando el mármol con su vientre verde cristal; en un instante lo tenía encima, pero en el último momento viró y se elevó en la estratosfera, y volvió a lanzarse en picado hacia él, girando alrededor de su cabeza en círculos cada vez más cerrados, hasta que, como un galgo aéreo, volvió a la mansión negra.

Aunque estaba desconcertado, sobresaltado, Titus se echó a reír, si bien su risa no estaba del todo exenta de histeria.

Y aquella exquisita bestia del aire, aquella golondrina sin alas, leopardo aéreo, pez del mar celeste, ensartador de rayos de luna, dandi del alba, playboy de metal, criatura errante de negros espacios, destello de la noche, bebedor de su propia velocidad, fruto divino de un cerebro enfermo… ¿qué hizo? ¿Qué, sino actuar como cualquier otro sucio merodeador, acechando a hombres y niños, succionando información como un murciélago que chupa la sangre, amoral, indiferente, enfrascado en misiones absurdas, actuando como lo haría su creador, su creador de miras estrechas?; de modo que su belleza existía por derecho propio, y si existía es porque su función le había dado esa forma; y, como no tenía corazón, se volvió un ser fatuo —el fatuo reflejo de un concepto fatuo— hasta resultar incongruente, o engullir la incongruencia hasta un extremo tan absurdo que la risa era la única salida.

Así que Titus rió, y mientras lo hacía —con una risa aguda e incontrolable, porque en el fondo estaba asustado y poco le tranquilizaba la idea de haber sido elegido, señalado y examinado por un cerebro mecánico—, echó a correr, porque había algo ominoso en el aire, ominoso y grotesco… algo que le decía que permanecer más tiempo en aquella explanada de mármol era llamar a los problemas, que lo tomarían por un vagabundo, un espía o un demente.

Ciertamente, el cielo empezaba a llenarse de artefactos de todas las formas, y pequeños grupitos de personas se extendieron por el ruedo como una mancha de sangre.