Titus se puso en pie y echó a andar, no por las colinas, en dirección a la ciudad, sino bajando por una empinada pendiente hacia el río, donde había dejado el bote. Y allí lo encontró, envuelto en la penumbra de los lirios, amarrado, susurrando en la orilla.
Pero cuando se agachó para soltar el cabo, dos figuras se abrieron paso entre los juncos y avanzaron hacia él, y los juncos se cerraron a sus espaldas como una cortina. La repentina aparición de esos hombres hizo que el corazón de Titus se desbocara y, antes de saber siquiera lo que hacía, dio un salto hacia atrás y cayó en el bote, que se ladeó y se tambaleó como si quisiera echarlo.
Aquellos hombres llevaban una especie de uniforme, aunque era difícil decir de qué clase, porque sus cabezas y sus cuerpos estaban cubiertos por las sombras de los lirios y franjas de luz de luna. Una de las cabezas estaba totalmente iluminada, salvo por una tira de un par de centímetros de ancho que bajaba de la frente hasta un ojo, sumido en la oscuridad, y seguía sobre la mejilla hasta la alargada mandíbula del hombre.
La otra figura no tenía cara; formaba parte de la oscuridad aniquiladora. Pero su pecho estaba encendido por una tela verde lima y uno de sus pies destellaba como fósforo.
Al ver que Titus se debatía con su largo remo, no emitieron sonido alguno, sino que se metieron sin vacilar en el río y se adentraron hasta la parte más profunda, hasta que sólo sus cabezas emplumadas asomaban en la superficie opaca. Y esas cabezas, aun en lo extremo de su huida, a Titus le pareció como si estuvieran separadas y flotaran, como si pudieran desplazarse arriba y abajo como los reyes y los caballos en un tablero de ajedrez.
No era la primera ocasión en que alguien se acercaba a Titus en aquellas regiones en apariencia tan remotas. Había escapado otras veces, y ahora, mientras su bote se alejaba sobre las aguas, recordó que siempre era lo mismo: la repentina aparición, el salto de la huida y el extraño silencio que se producía cuando quienes querían capturarlo iban perdiéndose en la distancia y desaparecían… aunque no para siempre.