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Paul escribió en su diario:

13 de abril de 1980 (¡89 cumpleaños de Cecil!) / 22.30

Estoy escribiendo esto a partir de unas notas sucintas, cuando aún lo recuerdo con bastante nitidez. En el autobús de vuelta de Birmingham empecé a oír la cinta de la entrevista y vi que esta se quedaba completamente muerta al cabo de un par de minutos: la batería del micrófono debía de haberse agotado. Era sorprendente que después de veinte entrevistas me sucediese precisamente con esta; ahora me he quedado sin prueba documental del material más importante hasta el momento. ¡Revelaciones pasmosas (de ser ciertas)!

Mi cita era a las 14.30. Los Sawle llevaban viviendo en la misma casa (el 17 de Chilcot Avenue, Solihull) desde los años treinta: una casa adosada, de ladrillo rojo, con un gablete blanco y negro en el frente. La compraron nueva. George Sawle me acompañó rodeando el jardín cuando me iba, y señaló el «entramado de madera estilo Tudor». Dijo que todo el mundo en la universidad pensaba que era desternillante que dos historiadores vivieran en una casa de falso estilo Tudor. Un estanque en el jardín trasero, lleno de renacuajos, que le interesaban sobremanera, y una rocalla. Me cogía del brazo mientras rodeábamos el jardín. Dijo que en Dos Acres había habido una «rocalla muy ambiciosa», en la que él y Hubert y Daphne habían jugado de niños; a él siempre le habían gustado las rocallas. Hubert murió en la Primera Guerra Mundial. Su padre murió de difteria en 1903 «o hacia esa fecha», y Freda Sawle «hacia 1938». («Me temo que soy muy malo con las fechas»). GFS me dijo con orgullo que tenía 84 años, pero antes me había dicho 76. (Tiene 85).

Cuando llegué abrió la puerta Madeleine. Se quejó bastante de su artritis, como si la culpa de que la padeciera fuera mía. Caminaba con una muleta (oh, cómo me recordó a mi madre). Dijo: «No sé si podrá sacarle algo con mucho sentido». Era franca, pero no amistosa; no estoy seguro de que me recordara del setenta cumpleaños de Daphne. Su sordera está bastante peor que hace trece años, pero sigue teniendo el mismo aspecto. Su sentido del humor no es más que una sospecha irritable de que algo pueda parecerle gracioso a alguien. Dijo: «Le concedo una hora; y puede que hasta eso sea mucho». Era una condición absolutamente inesperada, y me dejó al borde de un ataque de nervios.

GFS estaba en su estudio; pareció confundido cuando me vio entrar, pero se le alegró el semblante cuando le dije la razón de mi visita. «¡Ah, sí, pobre Cecil, pobre querido Cecil». Su expresión era un tanto taimada, como para dar a entender que me había reconocido desde el principio, pero su actitud era mucho más amistosa que en el setenta cumpleaños de Daphne; al final, de hecho, demasiado amistosa (¡véase más adelante!). Estaba completamente calvo en la parte alta de la cabeza, y su barba era blanca, larga y desgreñada, lo cual le daba un aire algo demente. Iba vestido de forma heterogénea: una camisa roja a cuadros debajo de un jersey verde; pantalones de traje mil rayas muy levantados y tan prietos que uno no sabía dónde mirar. Le recordé que nos habíamos conocido con anterioridad, y él aceptó la idea con talante alegre, pero después dijo: «Es una lástima que no nos hayamos conocido antes». Al principio me sentía un poco cohibido ante su falta de memoria; ¿por qué sentimos vergüenza cuando la gente se repite mucho? Luego me dije que como él no se daba cuenta, y allí no había nadie más, no importaba en absoluto; era un drama completamente personal. Él estaba sentado en la silla de al lado del escritorio, y yo en un sillón bajo; intuí que así debían de ser las clases con un tutor. Libros en las tres paredes, una pieza en la que se ha vivido mucho pero lúgubre.

Le pregunté directamente cómo había conocido a Cecil (lo cual, por extraño que pueda parecer, no contó en el prólogo de las Cartas). «En Cambridge. Hizo que me aceptaran en los Apóstoles. No debo hablar de ello, por supuesto», dijo, con timidez. A los llamados estudiantes «elegibles» los seleccionaban y valoraban, pero la sociedad era tan secreta que estos miembros potenciales ni siquiera sabían que se les estaba sometiendo a prueba. «C era mi “padre”, como ellos lo llamaban. Por alguna razón que desconozco, me tomó afecto». Le dije que seguramente sería apto para entrar en la sociedad. «Seguramente, ¿no?», dijo él, y me dirigió una mirada extraña. Dijo: «Yo era extremadamente tímido, y C era todo lo contrario. Me hacía mucha ilusión que se hubiera fijado en mí». ¿Cómo era él en aquella época? Era una «gran figura en la universidad», pero hacía demasiadas cosas. Se perdió el examen final de Historia, porque siempre estaba haciendo otra cosa; se aburría con facilidad, tanto de las actividades como de la gente. Quiso ser profesor de la facultad, pero fracasó dos veces. Siempre estaba jugando al rugby o haciendo remo o montañismo. «No en Cambridge, supongo». GFS rio. «Montañismo en Escocia, o a veces en las Dolomitas. Era muy fuerte, y tenía las manos muy largas. La figura de su tumba es bastante errónea; lo muestra con unas manos como de chica».

A C también le gustaba la interpretación; actuó en una obra francesa que representaron varios años. «Pero era muy mal actor. Interpretaba todos los personajes igual, como si se trataran de él mismo. En el Don Juan de Molière (comprobarlo) interpretó al sirviente, un papel mucho más allá de sus posibilidades». ¿No entendía C a la gente? GFS dijo que era cuestión de educación, que él (C) creía que su familia y su casa eran muy importantes, y pensaba, de un modo «bastante inocente», que todo el mundo debía interesarse por ellas. ¿Era un esnob? «No era esnobismo exactamente; era más una seguridad social innata». ¿Qué opinaba de su escritura? GFS dijo que C también se sentía seguro en eso; y que con tal seguridad escribió todos aquellos poemas sobre Corley Court. Dije que también escribió poemas de amor. Sí, la gente pensaba que era una especie de Rupert Brooke de clase alta. De clase alta, pero de segunda categoría. Dije que yo, por las Cartas, no podía colegir el grado de conocimiento que tenía de Brooke; en ellas hay dos o tres menciones sarcásticas, y ninguna en la edición de Keynes de las cartas de Rupert Brooke. «Oh, sí lo conocía. También estaba en la sociedad, por supuesto. RB era tres o cuatro años mayor que él. No se llevaban bien». Dijo que C estaba celoso de RB por muchos motivos; C era de natural competitivo y sentía que Brooke le hacía sombra, como poeta y como «beldad». ¿No era C muy guapo? GFS dijo que «era deslumbrante, con unos ojos perversos y oscuros con los que acostumbraba a seducir a la gente. Brooke era de una belleza sin mácula, pero Cecil era mucho más fuerte y más masculino. Tenía una polla enorme». Me cercioré de que la grabadora seguía girando normalmente y tomé nota manual de esta última frase antes de volver a mirar a GFS; él seguía con toda naturalidad, pero parecía vagamente sorprendido de lo que acababa de oírse decir. Yo dije que suponía que había ido a bañarse con C. «Bueno, de vez en cuando», dijo él, como sin entender por qué lo preguntaba. «C siempre se estaba desnudando, era famoso por eso». Se me hacía difícil imaginar qué decir a continuación. Pregunté si detrás de todos los poemas de amor había gente real. Era de hecho mi pregunta capital. Dijo: «Oh, sí». Dije: Margaret Ingham y Daphne, por supuesto. «La señorita Ingham era una mujer docta y una cortina de humo (risas).» Sentí que debía decirlo claramente: ¿seducía C tanto a hombres como a mujeres? Me miró como si hubiera habido un ligero malentendido. «C follaba con todo el mundo», dijo.

En este punto la muleta de Madeleine golpeó contra la puerta, y a continuación entró ella con un par de cafés en una bandeja. GFS tiene problemas de próstata, pero dice que el café es bueno para la memoria. «Estoy empezando a olvidar un poco las cosas», dijo. «¡Un poco!», dijo Madeleine. GFS (con tranquilidad): «Bueno, tú no siempre oyes lo que digo, ¿sabes, querida?». Ella dijo que el café lo excitaba y le hacía confundir cosas; continuamente se equivocaba acerca de ellas. Hablaba de él en tercera persona. GFS dijo: «Peter me está haciendo preguntas sobre Cecil en Cambridge». Madeleine no le corrigió, y tampoco yo (luego yo me convertí en Simon, y al final de la entrevista en Ian). «Recuerdo muy bien a C, querida». Madeleine casi me aplasta contra el sillón al encaramarse sobre uno de los brazos; dijo que no había conocido a C, pero que tenía una muy pobre opinión de los otros Valance. El viejo Sir Edwin parecía buena persona, aunque cuando ella lo conoció sólo decía tonterías, y antes de eso al parecer sólo hablaba de vacas; siempre había sido un pelmazo. La madre de C era una tirana y una matona. Dudley era inestable; había pasado muy mal la guerra, que luego utilizó como excusa para atacar a amigos y enemigos. Dije: ¿no sabía ser también encantador? Su primera novela era muy divertida, y el libro de Daphne lo describe como «magnético». «Quizá para cierto tipo de mujer. A Daphne siempre se la cautivaba fácilmente. Sentí alivio cuando se separaron, y no tuvimos que volver allí nunca más. Corley Court era un sitio horrible». Una vez hubo agriado la atmósfera a conciencia, se fue de la pieza. GFS, sin embargo, no parece hacerle demasiado caso; hace los gestos de rigor y dice vaguedades serenas sobre el pasado reciente, aunque los hechos de hace sesenta años o más están claros para él («más claros que nunca», dice, como queriendo decir que yo estaba de suerte). Sin embargo, salta de un tema a otro y resulta difícil seguirle. (Entonces se puso a hablar incoherentemente de la Primera Guerra Mundial, de cuando estuvo en el servicio de inteligencia militar; algo que nada tenía que ver con C.)

Yo quería hacerle volver a lo que estaba diciendo antes de que nos interrumpiera Madeleine. Me llevó un rato darme cuenta de que había perdido la poca conciencia que le quedaba de quién era yo, y se lo recordé con sumo tacto. Dije que había conocido a Dudley recientemente. «Oh, ¿se refiere a Dudley Valance?». GFS, entonces, se puso a hablar de Dud, de lo «increíblemente atractivo que era, pero de un modo muy peligroso, muy sexy». Mucho más que C. Tenía unas piernas y unos dientes maravillosos. Dud siempre era malévolo, satírico. C era el preferido de sus padres, y eso hacía que Dud estuviera resentido, y que siempre anduviera armando líos. Y andando el tiempo se convirtió en un tremendo cabrón. Dije que en una de sus cartas C llamaba mujeriego a Dud. GFS dijo que era sólo una palabra que utilizaban entonces para referirse al hombre heterosexual, y que no significaba nada. «Lytton y en general todos los demás lo decían siempre… Les aterrorizaban las mujeres». Pero a C no, dije. «Le aterrorizaban y no le aterrorizaban; no entendía a las mujeres mucho más de lo que entendía a los sirvientes». Dije que él (GFS) no había aclarado bien el significado de «mujeriego» en las Cartas. ¿No daba pie a una interpretación que inducía a error? Dijo que Dud había leído el libro y no había hecho ninguna objeción al respecto. Seguramente le gustaba que la gente pensara que había sido un casanova. De hecho, lo cierto es que a Dud nunca le habían interesado demasiado «esas cosas»: lo que le gustaba era jugar con las mujeres. Después de que naciera Wilf más o menos lo dejó; fue muy duro para Daphne. Era parte de los problemas mentales de Dudley después de la guerra.

Le pregunté si le había sorprendido que Daphne se casara de pronto con Dud. GFS: «Sucedía continuamente. Las mujeres a menudo se casan con el hermano de alguien con quienes estuvieron prometidas y que murió en la guerra. En cierto modo, era una forma de guardar su recuerdo, una forma de lealtad, y se daba una especie de autosugestión al respecto. La mujer joven que se había quedado sin prometido no tenía que buscar un nuevo pretendiente al tener a mano a alguien parecido al difunto». ¿Eran C y Dud muy parecidos? «Vivían en la misma casa, y Daphne sentía algo muy especial por Corley desde el día en que conoció a C. C fue el primer amor de D, pero se sentía intimidada ante él. Se sentía más cercana en edad a Dud, y se llevó muy bien con él desde el principio». Dije que C había escrito a D y a Ingham desde Francia diciéndoles: «¿Quieres ser mi viuda?», pero ¿estaba en realidad prometido con D? Dijo: «No lo creo, aunque por supuesto estaba el hijo». ¿A qué hijo se refería? Aquí GFS pareció genuinamente confuso durante un instante, y luego dijo: «Bueno, la niña, ¿no?». Sorbió el café, aún dubitativo. «¿Sabe? No sé si ella lo sabe». Le pregunté si se refería a Corinna. Dijo que sí. Dije que, como seguramente sabría, había muerto hacía tres años. Fue un momento horrible: en su vieja cara se dibujó una expresión en verdad desvalida, y doliente, y luego le fue ganando la ira, como si le estuviera mintiendo. Dije que tenía cáncer de pulmón, y esto pareció tener cierto sentido para él. «Pobre Leslie», dijo, pero no me pareció que debía decir nada sobre el suicidio de Leslie. Murmuró algo sobre lo horrible que era, pero vi que se avenía a aceptarlo, con expresión bastante ceñuda. Dijo: «Bueno, entonces no importa». Yo seguía sin entender a qué se refería. Dije: «¿Qué pasa con Corinna?». Ahora debo aclarar bien esto: GFS dijo que en el último permiso de C, dos semanas antes de que lo mataran en el campo de batalla, había pasado la noche con D en Londres, y D se quedó embarazada. (En su libro D cuenta que cenaron en un restaurante y que luego ella se fue a casa). ¿Así que Dud piensa que era el padre de Corinna? GFS no lo sabía.

Por supuesto, todo esto me dejó increíblemente exaltado pero al mismo tiempo preocupado acerca de las fechas. Corinna nació en 1917, pero ¿en qué mes? Me enfurecía que estuviera muerta: ¡el descubrimiento de un hijo de C vivo habría supuesto el éxito de mi libro! Se me erizó todo el cuerpo al pensar que aquella mujer que había visto varias veces a la semana hasta que dejé el banco tal vez era la hija de Cecil Valance. Hasta sus aspectos difíciles y esnobs, y su claro sentido de haber venido a menos en el mundo, adquirían un aura más romántica y disculpable. Todo aquel tiempo y yo sin saberlo… Y ahora ya no estaba entre nosotros. Siento las dolorosas punzadas del síndrome de las oportunidades perdidas, de forma que me digo a mí mismo, medio esperanzado, que nada de eso es verdad. Le dije a GFS que Corinna y Wilf tienen (tenían) un parecido extraordinario con Dud. Parecía rudo, y probablemente carente de sentido, plantearle aquel desafío. Dije: ¿Le dijo eso la propia Daphne? Y él dijo: «Bueno, ya sabe…».

Decidí que necesitaba ir al aseo. Madeleine estaba sentada en el vestíbulo, junto al teléfono, como lista para llamar a un taxi. Barajé la posibilidad de preguntarle lo que ella sabía al respecto, pero una suerte de deseo de proteger al propio GFS me impidió hacerlo. Me pregunté cómo habría sido su matrimonio. Supongo que a ella la preocupa que su marido pueda portarse mal en algún sentido, y se muestra adusta, pero sus preocupaciones afloran: dice que GFS está tomando medicinas para el corazón que se combinan mal con su demencia, y que pueden anular en gran medida sus inhibiciones. El alcohol lo tiene absolutamente prohibido. No me pareció apropiado decir que ya me parecía bastante desinhibido sin alcohol alguno. (Lo que no sé, por supuesto, es si él comparte todos estos secretos —o especulaciones— con ella).

Cuando volví del aseo tuve que ayudar a GFS a volver al tema del que estábamos hablando. Pensé preguntarle sobre Revel Ralph. (No era estrictamente pertinente para mi libro, pero quería saber). «Oh, a mí me gustaba mucho RR, era encantador, muy atractivo, muy sexy, aunque no en un sentido convencional. Ya sabe que se casó con mi hermana. Mi hermana se fugó con él; fue un gran escándalo a la sazón, porque Dud salía continuamente en los periódicos. Odiaba la publicidad, pero no podía pasarse sin ella. De hecho no pareció importarle mucho; se casó con una modelo, ya sabe, rubia y de piernas esculturales. Una arpía de mucho cuidado». Le pregunté si D y RR fueron felices juntos. Dijo que RR era mucho mejor tipo que Dud, y por supuesto más joven. No tenían mucho dinero, pero también ellos llegaron a ser una pareja famosa. Vivían en Chelsea. «Yo solía decir que vivían exclusivamente de los lujos de la vida. [Es la frase que D emplea en su libro.] Ya sabe, Picassos en las paredes y los niños con agujeros en la ropa. Wilf adoraba a Revel, pero a Corinna no le gustaba. RR era un conocido escenógrafo. Era homosexual, y de carácter más bien débil. A D siempre le gustaron los hombres difíciles que no podían amarla como es debido, que no podían darle lo que ella quería. RR se hizo drogadicto, y los dos bebían como esponjas». Le pregunté si D tomaba drogas. «Supongo que sí. No me sorprendería en absoluto que las hubiera probado». ¿La había visto mucho en la década de los treinta? «Nunca estuvimos muy unidos. Bueno, ella aún vive, ya sabe…». Yo: «Pero usted no la ve, ¿no?». Creo que no estaba muy seguro a este respecto: «No creo que nos veamos mucho en la actualidad».

¿Le era RR infiel a D? (Las preguntas eran muy básicas, pero me daba la impresión de que la «desinhibición» y la falta de memoria armaban una combinación perfecta para mis fines). «Estoy seguro de que sí. RR era un hombre con una sexualidad muy fuerte, y era capaz de follar con cualquiera». (Me reí al oírle esto, pero él no pareció entender por qué. Intuí que sentía que todo el mundo había tenido una vida sexual más intensa que la suya). Dije: «¿Qué me dice del hijo que tuvo con RR, el padre de Jenny Ralph? ¿Lo ha llegado a conocer?». «Bueno, hubo un hijo, pero, por supuesto, RR no fue el padre». De nuevo pensé que no debía sobresaltarle mostrándole mi sorpresa. Y de nuevo me dirigió la mirada confidencial. «Bueno, no creo que sea ningún secreto que el padre de aquel niño es un pintor llamado Mark Gibbons. Tuvieron un affaire.». Imaginé que el tal Mark Gibbons follaba con todo el mundo también, pero me abstuve de preguntarlo. Recordé haberlo visto en el 70 cumpleaños de D, bailando con ella, así que quizá haya algo de interés en todo aquello. (Nota: ¿sigue vivo MG? ¿Llegó a conocer a C? Y también: ¿sabe Jenny Ralph quién fue su abuelo?). «Estoy completamente seguro de que sí», dijo GFS, «pero será mejor que guarde usted el secreto». No le prometí hacerlo.

Le pregunté si tenía fotos de C. «¡Sí, seguro que sí!». Fue hasta una estantería baja del fondo del estudio, donde había docenas de lo que parecían ser viejos álbumes de fotografías y recortes apilados, y se puso a levantarlos bruscamente para dejarlos sobre una mesa cercana. Al verle agacharse, con el culo levantado al aire y la lengua entre los dientes mientras gruñía y bizqueaba, pensé en las fotografías del álbum de Jonah, en el que aparecía GFS a los diecinueve años, con aquel aire remilgado pero lleno de secretos que me había recordado un poco a mí mismo. Dije que había unas cuantas fotos muy buenas en las Cartas. «Oh, ¿sí?», dijo él. Pero lo que yo quería eran fotos de GFS y C juntos. «Es exactamente eso lo que estoy buscando», dijo él. Sacó un álbum grande de tapas blandas, y cuando lo levantó y lo puso encima de la mesa cayeron de él varias fotos pequeñas que acabaron esparcidas por el suelo. Obviamente, las viejas sujeciones de las fotos habían cedido y se habían roto. Recogí un par de ellas del suelo, y tomé nota mental de dónde estaban las otras (incluida una fantástica de C leyendo en alta voz a Blanchard y a Ragley, que aparecía también en las Cartas).

«A ver, permítame un momento…». Había en nosotros una sensación muy clara de que ninguno de los dos sabía lo que íbamos a encontrar en aquellos álbumes. Él se apoyó ligeramente en mi brazo, agachándose frente a mí para escrutar alguna foto concreta, de forma que su cabeza calva y su barba me ocultaban la visión; por mucho que él parloteara sobre la foto que estaba mirando como si yo también pudiera verla. Los álbumes se remontaban hasta el final del periodo victoriano, y contenían retratos color sepia de las familias de sus padres (Freda Sawle era medio galesa, al parecer, y su tío había sido un cantante famoso). GFS se distraía con facilidad, y entrecerraba los ojos para leer las dedicatorias en tinta blanca, y descifraba detalles y se corregía a sí mismo, y echaba un aliento caliente sobre el papel fotográfico. Dije que creía que Hubert tenía una cámara. «Muy cierto. Recuerdo que se la regaló Harry Hewitt». De nuevo salía a la palestra el viejo HH. Me pregunté cuál sería la opinión que GFS tendría de él. «HH era un hombre muy rico que vivía en Harrow Weald. Estaba en el negocio de la importación-exportación —cristal y porcelana y ese tipo de cosas— con Alemania. Había quien pensaba que era espía». Dije: «¿Y no lo era?». GFS me apretó el brazo y soltó unas risitas. «No lo creo. Era marica, ya sabe, y estaba enamorado de mi hermano Hubert, que murió en la guerra». ¿Y Hubert no le correspondía? «Hubert no era de esa clase de hombre. Era muy tímido. HH le seguía haciendo regalos caros, que llegaron a resultar muy embarazosos para él». Dije: ¿No llegó C a conocer a HH? «Se conocieron cuando C estuvo una vez en Dos Acres, y se hicieron más o menos amigos». ¿También se enamoró HH de C? «Probablemente no; era muy leal, y quería alguien a quien proteger y ayudar. C tenía demasiado dinero para que HH se encaprichara de él». ¿Coqueteó C con él? «Es más que probable (risas).»

«¡Bueno, aquí lo tenemos, Simon!». Unas cuantas fotografías del «pobre C»… La mejor ya estaba en las Cartas: C en pantalón corto con un balón de rugby en las manos, y una expresión furiosa. «¡Puede ver las maravillosas piernas que tenía!». Yo: «Me gustaría reproducirla». GFS: «¿Dónde?». Yo: «En el libro que estoy escribiendo sobre C.» GFS: «Oh, sí. Creo que debe hacerlo. Qué buena idea. ¿Sabe?, nunca ha habido ningún libro sobre él. Me alegra que usted lo vaya a escribir; será una auténtica revelación». Se veía un pequeño grupo en Dos Acres, en el césped, con la casa detrás, de forma que pude reconocerla; y estaban C y Daphne y GFS y una mujer grande y anciana vestida de negro. «Esa era una mujer alemana que vivía cerca de nosotros; a mi madre le daba lástima. Estaba en el Festival de Wagner en Alemania cuando estalló la guerra, y no pudo volver a Inglaterra. Su casa fue derruida por la gente del pueblo. Cuando volvió después de la guerra mi madre la acogió bajo su tutela. Nosotros, todos, le teníamos más bien miedo, aunque seguramente era una mujer perfectamente normal. Mire, aquí estamos C y yo; es una foto muy interesante, a pesar de que mi mujer piensa que no está bien por mi parte». Me incliné para verla, y GFS apoyó una mano sobre mi hombro. «Es en Corley Court; podíamos salir al tejado». Al cabo de un instante reconocí claramente el lugar, por las dos o tres veces que Peter me había llevado allí arriba. Dije: «Se puede subir al tejado por el cuarto de la lavandería». GFS: «Sí, eso es». Se ve a C y a GFS, apoyados en la chimenea; C sin camisa, GFS con la camisa medio desabrochada y con aire avergonzado pero excitado. Es una foto muy pequeña, por supuesto, pero muy nítida. C con el cuerpo nervudo y fuerte, y con un poco de vello negro en el pecho que le desciende hacia el vientre; tiene un brazo levantado y pegado a la chimenea, con el bíceps bien marcado hacia arriba. Está sonriendo con una especie de socarronería, y parece mucho mayor que GFS, que siempre da la sensación de estar muy cohibido ante la cámara. GFS era bastante guapo a los veinte años; extraña visión la de su pecho blanco y sin vello: al lado de C, parece un colegial. Digo: «¿Quién hizo la foto, me pregunto?». GFS: «Yo también me lo pregunto. Seguramente mi hermana»; ello explicaría su expresión confusa, en caso de que su hermana les hubiera sorprendido juntos en el tejado. La foto me brindó la primera idea real del cuerpo de Cecil, y, dado que la cámara era una especie de intruso, de pronto sentí lo que debió de haber sido llegar a estar en su presencia…, ¡en presencia de mi objeto de estudio! Era extraño, e incluso un tanto excitante en el sentido sexual; lo mismo que parecía sentir GFS en su compañía. «Parezco un verdadero libertino ahí, ¿no?», dijo. Dije: «¿Y lo era?». Sentí su mano, que me frotaba la espalda como dándome ánimos, y que descendió no muy distraídamente hasta la parte alta de mi cintura. Dijo: «Me temo que tal vez lo era, ¿sabe?».

La atmósfera era ahora bastante tensa, y le miré para ver lo consciente que era él de ello. «¿En qué sentido, diría usted?», dije (me distancié un poco, pero no quería sobresaltarle). Siguió mirando la fotografía, respirando lenta pero trabajosamente, como si se sintiera indeciso: «Bueno, ya sabe, en el sentido normal». Pensé que probablemente era una muy buena respuesta. Dije algo como «¡Bien, le comprendo perfectamente!». «Horrible, ¿no? ¡Yo era un verdadero “bombón” en aquella época! Y míreme ahora…», dijo, volviendo al cara hacia mí con la barbilla barbada en punta mientras su mano se movía de nuevo hacia abajo con un firme movimiento de frote en dirección a mi trasero.

Así que allí estábamos, el famoso (co)autor de Una historia cotidiana de Inglaterra y yo, y él me miraba a los ojos con quién sabe que recuerdos y conjeturas, mientras su mano ahuecada me abarcaba apreciativamente las nalgas. Me reí con embarazo, pero mantuve su mirada durante unos instantes, con una suerte de curiosidad y ya con el convencimiento de que C le había tocado de aquella manera hacía casi setenta años, y de que probablemente había provocado lo que me estaba pasando porque le había traído a la memoria aquel día en el tejado con C. También que aquello no tenía la menor importancia, porque ya pronto me iría de aquel recinto de paredes con estanterías llenas de libros, y lo dejaría a él allí, e incluso la casa misma volvería a ser la que imaginé yo antes de conocerla, una genuina casa Tudor llena de artefactos históricos. Visualicé el garabato esmerado que tracé alrededor de su nombre y el de Madeleine en la portada de su libro cuando tenía unos doce años; y ahora, por un momento, pensé que GFS iba a besarme, y me pregunté cómo iba yo a tomármelo —en cierto modo casi lo deseaba—, pero bajó la mirada, y mientras lo hacía yo pensé de pronto: bueno, esta es una historia que voy a escribir. Continué, cortés: «¿Y qué me dice de las cartas que le escribió C? Dijo que se le habían perdido, ¿no?». Dijo: «Sí, ¿sabe?, no puedo decir exactamente lo que pasó. Mi madre las destruyó, las quemó casi todas. Por cierto…». Su mano seguía agarrándome la nalga izquierda, pero ahora como si yo necesitara ese sostén y no por el placer que él pudiera estar sacando de ello. «Será mejor no mencionarle esto a mi mujer». No quedaba claro a qué se refería exactamente con «esto». «De acuerdo», dije, y me soltó. GFS: «Oh, han sido una gran pérdida; una gran pérdida para la literatura. ¡Aunque algunas de ellas te ponían los pelos de punta!».

En cuanto estuvimos de nuevo sentados MS entró en el estudio y dijo que iba a llamar a un taxi. Salimos y fuimos hasta el vestíbulo. MS insistió en llamar ella: se puso las gafas de leer, buscó el número en un viejo cuaderno de direcciones, y empleó un tono impaciente cuando logró comunicar con la compañía de taxis. Frunció el ceño mirándose al espejo mientras hablaba, admirándose de cómo se ocupaba del asunto sin decir ninguna tontería y oyendo mal a su interlocutor del otro lado de la línea. «¡Veinte minutos!», dijo. Así que había un extraño lapso de tiempo que llenar. Dijo: «Espero que utilice el buen juicio respecto a todo lo que mi marido haya podido decirle». Pensé en lo pavorosa que debía de haber sido como profesora. Dije que yo también lo esperaba. «Lo cierto es que no debería haberle permitido que lo viera; está muy confuso». Dije que probablemente sabía más de C que ninguna de las personas vivas que lo habían conocido. MS: «Y me temo que debo preguntarle si le ha dado algo que vaya a llevarse, algún documento o algo parecido». Dije que no me llevaba nada salvo las notas que había tomado, pero que su marido me había prometido dejarme algunas fotografías para mi libro. MS me miró de frente, algo que sé encajar perfectamente; luego miró mi maletín, pero en ese preciso instante la puerta del estudio se abrió y salió GFS con paso indeciso. «Oh, hola», dijo. Pareció muy interesado al volver a verme. «Paul ya se va, cariño», dijo MS (por primera vez empleaba mi nombre de pila). «Sí, sí…». GFS esbozó una sonrisa astuta para ocultar cosas que era obvio que guardaba en el umbral de la memoria (más reciente), y se dirigió a su mujer con un tono casi de tolerante paciencia. MS: «¿Te ha gustado la charla, George?». GFS: «Oh, mucho, querida, sí». Dijo esto dirigiéndome una mirada que podía significar que se preguntaba con sigilo quién era yo o bien que trataba de volver a vivir mentalmente algo mucho más travieso que su anterior manoseo de mi cuerpo. MS: «¿Y de qué habéis hablado? No creo que recuerdes mucho». GFS: «Oh, te sorprenderías, te lo aseguro». Luego propuso el paseo rodeando el jardín, con el permiso de MS, aunque me sentí un poco más ansioso después del incidente del estudio. Pero mi pretensión cortés de que nada había sucedido perdió muy pronto su sentido, pues GFS había olvidado ya lo que había pasado dentro de la casa. «Mira los renacuajos, George», dijo MS. Los contemplamos debidamente, mientras MS nos observaba desde la ventana todo el tiempo. «Pequeños y sinuosos cabrones», los llamó GFS.