4

Hubert renunció a su baño esa noche y se conformó de mala gana con lavarse en su habitación. Quería que sus invitados admirasen la casa, y le producía cierto placer oír los tremendos chapoteos procedentes de la puerta de al lado; pero también frunció el ceño, mientras se hacía el nudo de la pajarita frente al espejo, prácticamente seguro de que nadie le agradecería el sacrificio de su media hora en el baño.

Como le sobraba algo de tiempo, bajó hasta el sombrío cuartito que quedaba junto a la puerta principal, que había sido el despacho de su padre y donde a Hubert también le gustaba escribir sus cartas. En realidad mantenía muy poca correspondencia privada, y era vagamente consciente de que no tenía talento para ello. Cuando tenía que escribir una carta, lo hacía con una celeridad muy práctica. Así que se sentó tras el escritorio de roble, sacó su nuevo regalo del bolsillo de la chaqueta del esmoquin, y lo posó en el papel secante con cierto desasosiego. Sacó una hoja de papel con membrete de un cajón, mojó la pluma en el tintero de peltre y escribió con una letra redonda e inclinada hacia atrás:

Mi querido Harry:

No puedo agradecerte lo suficiente la pitillera de plata. Es realmente estupenda, Harry, viejo amigo. Aún no se lo he contado a nadie, pero se la enseñaré a todos después de la cena, ¡y vas a ver qué cara ponen! Eres tan generoso que estoy seguro de que nadie ha tenido nunca un amigo así, Harry. Bueno, ya casi es hora de cenar, y hemos invitado a un joven amigo de George. ¡Un poeta! Lo conocerás mañana cuando te acerques hasta aquí; tiene toda la pinta de serlo, aunque debo decir que no he leído un solo verso salido de su pluma…

Mil gracias, Harry, viejo amigo, y recibe un fuerte abrazo de tu

Hubert

Hubert le dio la vuelta al papel sobre el secante y le dio unos ligeros golpecitos con el puño. Al escribir con una letra grande había conseguido trazar las últimas palabras en la parte de abajo de la pequeña hoja doblada, lo cual era señal de que uno no había escrito simplemente por obligación; la carta tenía un tono agradable, y al leerla otra vez se sintió satisfecho con los toques de humor. La metió en un sobre, escribió: «Señor Harry Hewitt, Mattocks, Harrow Weald» y «Entregar en mano» en una esquina, y la puso en la bandeja del vestíbulo para que Jonah se la llevara por la mañana. Se quedó mirándola un momento, impresionado por la solemne precisión de vivir allí y de que Harry viviera donde vivía, y de que las cartas pasasen de uno a otro con tan noble eficiencia.