LA FUGA DE MOSELPATI
En tanto que el pobre mandah caía en las manos del cingalés y del vigilante, el hombre que había aceptado la oferta de conducir a Colombo al contramaestre del Britannia se había dirigido apresuradamente hacia la playa para hacerse a la vela.
Era un indio como Moselpati, mucho más joven, de cuadradas espaldas y fuertes brazos, y pertenecía a la Asociación de los Pescadores de Perlas, aun cuando no tomase parte en la pesca.
Poseedor de una buena pinaza tripulada por seis marineros valientes, se dedicaba al tráfico costero, llegando algunas veces hasta los puertos del extremo meridional de la península indostánica.
Realizar un viaje a Colombo era para nuestro hombre un simple paseo. Su hermoso velero bogaba como una gaviota, aun con viento flojo.
Subió a la pinaza, que estaba anclada fuera de la rada interior, hizo levar anclas enseguida y extender la inmensa vela latina para poder llegar antes de la puesta del Sol a las aguas del islote y aprovechar la marea baja, que dejaba libre el paso secreto, del cual le diera conocimiento Moselpati.
Cuando las sombras de la noche comenzaban a extenderse se encontró ya a la altura del islote; inmediatamente descendió hasta el Sur, y disparó dos cohetes para prevenir a los tres penados, según le había recomendado el mandah.
No le fue difícil encontrar la boca del pasadizo siguiendo las instrucciones recibidas, pues en aquellos momentos la baja marea llegaba a su máximo. Ordenó a sus hombres que se mantuviesen a poca distancia, y entró resueltamente alumbrándose con una linterna.
En la primera plataforma encontró a Palicur y a Will armados con carabinas.
—¿Quién eres? —preguntó el malabar.
—El enviado de Moselpati, el mandah —contestó el marinero—. Traigo el dinero que he retirado de la caja de la Asociación de los Pescadores de Perlas, y tengo orden de llevar a uno de ustedes a Colombo.
—¿Dónde está el mandah?
—No lo sé; no he vuelto a verle desde esta mañana, porque a la media hora de hablar con él ya estaba yo en camino. Apresúrense ustedes: dentro de poco comenzará a subir la marea y no podremos salir.
Palicur tomó la suma y la dividió con Will, diciendo:
—Es mejor que lleve usted un buen repuesto de dinero. Nunca se sabe lo que puede suceder. ¿Cuándo estará usted de vuelta?
—¿Es ligera tu barca? —preguntó el contramaestre.
—Desde Manar a Matotta no hay ninguna que pueda competir con la mía.
—¿Es decir, que en seis días podremos estar de vuelta?
—Creo que estaremos antes, señor.
—¡Váyase usted, señor Will! ¡Los minutos son preciosos! Además, quiero largarme lo más pronto posible, pues no me siento seguro cerca de la ciudad de las Perlas.
—No salgáis de este refugio, Palicur —dijo el contramaestre—. El que no conozca el secreto de la entrada no puede subir.
—No saldremos: os lo prometo.
La marea comenzaba a subir entonces, y el marinero y el contramaestre pudieron pasar sin dificultad, y casi sin mojarse, hasta alcanzar la popa de la pinaza, que se había acercado a la abertura, pues en aquel momento no había oleaje de resaca.
Palicur, que había subido a reunirse con Jody, el cual se quedó en la plataforma superior, vio cómo desplegaba la pinaza su enorme vela y tomaba rápidamente el largo, puesta al Sur la proa.
—¿Le descubrirán en Colombo? —preguntó el mulato dirigiéndose al malabar, que miraba atentamente cómo desaparecía la pinaza entre las tinieblas.
—No lo creo. El señor Will es muy prudente; además, es blanco, y, por añadidura, inglés, y no le arrestarán con facilidad.
—¿Y Moselpati, que no viene? Nos había prometido que vendría esta noche.
—Me inquieta su retraso —contestó el malabar—. Ya debía encontrarse cerca de aquí, pues no ignora que cuando la marea sube no se puede entrar en la galería.
—¿Sabes en lo que estoy pensando, amigo Palicur?
—No.
—En aquella chalupa misteriosa que seguía con tanta obstinación a la barca de Moselpati.
—¡Hombre! ¡Nuestros pensamientos se han encontrado! ¡También yo estaba pensando en lo mismo!
Quedaron silenciosos un instante.
Jody volvió a decir:
—¿Le habrá sucedido alguna desgracia al mandah?
—¿Qué desgracia? Es un honrado pescador de perlas, respetado por todos, y, además, uno de los jefes más influyentes de la Asociación.
—Pues, con todo eso, estoy intranquilo, Palicur. Ya sube la marea, y su barca no parece.
—Creo que te equivocas —repuso el malabar, que se acercó rápidamente hacia el muro del lado oriental de la plataforma—. Aquél es un velero que navega con los faroles apagados.
—¿Dónde?
—Sigue la dirección de mi brazo. ¿No distingues allá lejos una sombra?
—Sí; me parece que veo avanzar una masa oscura.
—Estoy seguro de que es la barca de Moselpati —dijo el malabar—. Se dirige hacia este escollo.
—Pues llega demasiado tarde. Se oye el rumor de la marea que sube.
—¡Sí; demasiado tarde! ¡Bah! ¡Hablaremos de arriba a abajo!
La barca que la penetrante y aguda vista del malabar había distinguido entre las tinieblas se aproximaba con bastante rapidez, a pesar del viento, que había cambiado y soplaba con irregularidad.
Era uno de esos anchos y pesados veleros que usan los pescadores de perlas; por lo tanto, podía conjeturarse que fuese el de Moselpati. Dio cuatro bordadas hasta que llegó cerca del islote, y se puso al pairo frente a la abertura, que ya había cubierto casi por completo la marea.
De popa salió una voz:
—¡Eh! ¡Palicur!
Era la voz del piloto de Moselpati, un viejo pescador de perlas que había trabajado en otros tiempos en el gran banco junto con el malabar.
—¿Eres tú, Malikar? —preguntó el expenado inclinándose sobre el parapeto.
—¿Está con vosotros el mandah?
—¿Moselpati? No le hemos visto.
—¿No ha venido con la pinaza que fletó esta mañana?
—No; no venía a bordo.
El piloto lanzó una blasfemia, y después de un breve silencio volvió a decir, levantando mucho la voz para dominar el ruido de la marea.
—¿Sabes que ha desaparecido? Porque en todo el día no volvió a aparecer por la barca.
—¿Cuándo desapareció?
—Esta mañana.
—¿Iba solo cuando dejó la barca? —preguntó Jody.
—Solo, señor —contestó el piloto.
—¿No le habéis buscado? —preguntó Palicur.
—Hemos interrogado a casi todos los mandah de la ciudad de las Perlas, y no hemos podido saber más sino que le habían visto con un hombre blanco, un inglés. Eso es todo.
—¿Y qué piensas hacer?
—Ahora, disponerme para volver a la pesca, y al regreso, seguir buscándole, y hasta poner en movimiento a la policía. ¿Necesitan ustedes algo?
—Tenemos bastantes víveres.
—¿Y el inglés?
—Ya se ha marchado.
—¡Buenas noches! Mañana por la noche volveremos a vernos antes de que la marea cubra la entrada.
La barca, que con mucho trabajo se mantenía al pairo, volvió a bordear, dirigiéndose hacia el banco para hallarse en su sitio a la hora de dar comienzo al trabajo.
—¿Qué piensas de esto, Jody? ¿No te extraña la misteriosa desaparición de Moselpati? —preguntó Palicur tan pronto como desapareció la barca.
—Aquí hay un misterio que me alegraría mucho de poder adivinar —contestó el mulato, que se había quedado pensativo.
—¿Temes que le suceda algo al señor Will?
—Al señor Will, no; a nosotros, sí.
—¿Crees que hayan podido saber que nos escondemos aquí?
—¿Nos habrá hecho traición el capitán del barco martabanés? —preguntó Jody de pronto.
—¡No; es imposible! Yo le he visto volver a emprender enseguida el camino hacia el Sur. Además, aquel hombre me parece muy honrado.
—Esperemos hasta mañana por la noche, Palicur —dijo Jody—; el pasadizo está cerrado, y nadie puede venir a sorprendernos.
Tranquilizados con la subida de la marea, cuyas olas se debatían en derredor del islote, los dos expenados se acostaron bajo un pórtico, y no tardaron en quedarse dormidos, a pesar de sus inquietudes.
A la mañana siguiente cuando se despertaron vieron el banco lleno de barcas, pues ya había comenzado la pesca. Ninguna de aquellas embarcaciones se dirigió hacia el islote, y pudieron comer con toda tranquilidad.
Ni siquiera la sospechosa chalupa de vapor pareció por parte alguna.
El día trascurrió tranquilamente. Las únicas visitas que recibieron los expenados fueron las de los grandes pájaros marinos llamados quebrantahuesos, los cuales se posaban en las ruinas del fortín, sin mostrar recelo alguno por la presencia de ambos fugitivos.
A eso de media noche, en el momento en que la marea llegaba al máximum de su descenso, volvió a aparecer la barca de Moselpati.
Llegada que fue frente a la boca del pasadizo, se destacó de la barca un bote y abordó al escollo.
—¡Vamos a su encuentro! —dijo Palicur—. ¡Puede que sea Moselpati el que se ha metido en la galería!
Cogieron una linterna y descendieron a la plataforma interior, llegando a ella en el mismo instante en que desembocaba el hombre que viniera en el bote.
Era Malikar, el piloto.
—¿No le habéis encontrado todavía? —preguntaron simultáneamente Palicur y Jody.
—No —contestó el pescador con voz alterada—. Ya no sé adónde dirigir mis pesquisas, ni qué pensar de la desaparición del patrón. Tengo miedo de que le hayan asesinado creyendo que llevaba perlas consigo.
—¿Has prevenido a la policía? —preguntó Palicur.
—No me he atrevido, temiendo por ustedes.
—Has hecho bien. Sin embargo, tenemos que buscarle. Un hombre no puede desaparecer así con tanta facilidad.
—He puesto en movimiento a todos los mandah, y la Asociación por su parte también está haciendo pesquisas; pero hasta ahora nadie ha averiguado nada.
—¿No han encontrado al inglés que le acompañaba?
—También ése ha desaparecido; no se le encuentra por ninguna parte. ¿Qué es lo que debo hacer?
—Suspender la pesca y dedicaros por completo a buscar al mandah —respondió el malabar—. Me hace falta ese hombre. Cuando venga el señor Will decidiremos lo que haya de hacerse, si es que entonces no tienes todavía noticia alguna de tu desgraciado patrón.
—¿Cuándo volverá?
—El señor Will no estará aquí antes de tres o cuatro días. Si no tienes noticias que darme, es inútil que vengas. Tus paseos podrían despertar sospechas.
—Es verdad, Palicur. Hoy me ha seguido aquella chalupa de vapor.
—¿No sería otra?
—No; la reconocí enseguida.
—¿Has podido ver quiénes iban en ella?
—Iban cuatro cingaleses.
—¿Los has visto bien?
—Me ha sido imposible, porque la chalupa llevaba muy bajo el toldo.
—¿No serían marineros anglo-indios? —preguntó Jody.
—No; eran cingaleses: de eso estoy seguro —respondió el piloto. Me voy: si tengo noticias del patrón, volveré.
Bajó la escalera, desapareció por el corredor, y Palicur y Jody se quedaron mirándose llenos de ansiedad.
—Esa chalupa debe de ser del Tuerto —dijo Palicur así que se quedaron solos.
—¿Le habrá jugado alguna mala pasada a Moselpati ese bribón?
—Pudiera ser, Jody; ese hombre es capaz de todo.
Procuraron dormirse, y solamente al amanecer lograron cerrar los ojos, prolongando el sueño hasta el mediodía.
El día trascurrió en medio de una gran ansiedad, y sin que acaeciese nada notable. La barca de Moselpati no apareció.
—¡Mala señal! —murmuró el malabar moviendo tristemente la cabeza—. ¡El mandan debe de haber muerto!
Para no alarmar al mulato se calló sus temores y fingió dormir tranquilamente. Trascurrieron otros tres días entre ansias continuas y crecientes, y sin que la barca apareciese. Era la quinta noche desde que el contramaestre marchó, y, por lo tanto, quedaba la esperanza de verle regresar pronto, si no le había sucedido también alguna desgracia.
El mulato y el malabar se pusieron de acuerdo para no dormir.
La noche había descendido más oscura que de costumbre, pues el cielo se cubrió de espesas nubes que interceptaban completamente el resplandor de los astros: además, se había levantado un impetuoso viento del Sudeste.
El Océano índico murmuraba de un modo siniestro, debatiéndose con ímpetu contra el escollo. Del Mediodía venían grandes oleadas que producían un rumor sordo entre las rocas al saltar y romperse.
Los dos expenados, sentados en el muro, miraban atentamente al tenebroso horizonte, el cual no iluminaba hasta entonces relámpago alguno. Ninguno hablaba; ambos estaban muy preocupados.
Poco después de media noche Palicur señaló dos puntos luminosos en dirección de Oriente.
—Es una barca que se acerca —dijo a Jody—. Tiene la proa puesta hacia nosotros.
—¿Será la del señor Will, o la del mandah?
—Eso es lo que vamos a saber. El viento la empuja rápidamente, y dentro de veinte minutos estará aquí. ¿Baja la marea?
—Sí, Palicur; y dentro de poco estará expedito el ingreso en la galería.
Los dos puntos luminosos, que pocos instantes hacía, eran casi invisibles, se agrandaban por momentos. La barca debía de ser una magnífica velera, porque navegaba con gran velocidad.
Palicur la miraba con atención, procurando conocer si era la del pescador de perlas o la pinaza. De pronto lanzó un grito cogiendo con fuerza un brazo de Jody.
—¡El señor Will!
—¿El?
—¡Sí; es la pinaza…, una vela solamente! ¡La veo! ¡Ah! ¡Valiente marino!
El velero, que era efectivamente el que fletara Moselpati, viró de bordo a treinta pasos de distancia de la entrada de la galería, arriando a toda prisa una buena parte de la lona; enseguida echaron al mar una pequeñísima canoa, y, a pesar de la violenta resaca, se dirigió hacia el islote.
Palicur y el mulato, ambos con linternas, se precipitaron hacia la plataforma interior gritando:
—¡Señor Will! ¡Señor Will!
Dos hombres desembocaron del pasadizo y se dirigieron rápidamente a su encuentro.
—¡Sí; somos nosotros! —dijo el contramaestre del Britannia—. Moselpati y yo.
—¿También tú, mandah? —gritó Palicur—. Pero ¿no sueño?
—Me creías muerto; ¿verdad? —dijo el pescador de perlas procurando sonreír—. ¡Poco ha faltado para que el Tuerto me enviase al paraíso de Visnú!
—¡El Tuerto! —exclamaron el malabar y Jody.
—¡Silencio! —dijo el contramaestre—. Ya os lo explicaremos todo.
Hizo portavoz con las manos, e inclinándose hacia el mar gritó:
—¡Tomad el largo, y volved a buscarnos dentro de una hora!
La tripulación de la pinaza tendió la vela, y el barco, que se mantenía con trabajo cerca del islote, pues corría el peligro de estrellarse contra las peñas, empezó a dar bordadas.
—¡Subamos! ¿Puedes moverte, Moselpati?
—Las arañas y los escorpiones producen más dolor que otra cosa —contestó el mandah—. Las mordeduras cicatrizan pronto.
—¿Qué dices, Moselpati? —preguntó Palicur.
—Primero vamos arriba —dijo Will—. Hay noticias graves, y corremos gran peligro. ¡Nada menos que el de volver al presidio! ¡Seguidme!
Los tres expenados y el mandah subieron la escalera, y se sentaron en medio de las minas del fortín.
—¡Amigos —dijo el contramaestre así que pudo tomar aliento—, si no nos apresuramos a encontrar la perla, concluiremos por volver a Port-Cornwallis, porque el Tuerto sabe dónde nos escondemos!
Un grito de asombro y de rabia se escapó de los labios del malabar.
—¡Él!…
—Le he visto, y por poco no me ha hecho perder la vida con las mordeduras de los escorpiones y de las escolopendras —dijo Moselpati—. Hasta ayer he sido su prisionero, y he podido escapar por milagro.
—Pero ¿no has estado en Colombo con el señor Will?
—No —dijo el contramaestre—; no ha venido conmigo. Hace dos horas que he encontrado su barca cerca de las márgenes occidentales del banco, y le he tomado a bordo.
—¡Explíquense mejor! —dijo Palicur, que parecía fuera de sí.
El mandah le explicó en pocas palabras por qué medios había ido a caer en manos del Tuerto.
—¿Y cómo te has escapado? —preguntó Palicur.
—Royendo las cuerdas que me sujetaban y abriendo un agujero en el techo —contestó el mandah.
—El Tuerto se ausentaba con frecuencia, para ir quién sabe adónde: probablemente, a reunirse con aquel bribón de corresponsal, y yo aproveché una de sus ausencias para escaparme; pero antes volqué los cocos que contenían su peligrosa colección de arañas, escorpiones, bis cobra y escolopendras. Si ha vuelto por la noche a su cabaña, supongo que habrá probado la mordedura de esos animaluchos.
—¿Y sabe ese perro que estamos aquí?
—Ya lo sabía antes de darme tormento. Apostaría mil rupias contra una a que iba en la chalupa de vapor que vino siguiéndonos.
—Entonces, ese bribón se detuvo en la ciudad de las Perlas juntamente con el vigilante —dijo Jody—. Yo creía que se habían ido a otra parte.
¡Ah! ¡Si el martabanés nos lo hubiera advertido! ¡Por Shiva! ¡Le hubiera estrangulado antes de que desembarcase!
—Señor Will, ¿ha encontrado usted la escafandra?
—He adquirido dos, con su bomba correspondiente para el aire.
—Entonces, no perdamos tiempo. Pueden venir a prendernos de un momento a otro. ¿Serviría la pinaza?
—La prefiero incluso a la barca del mandah, pues es mucho más manejable.
—¿Podremos llegar a los tres escollos al clarear el día? —preguntó el malabar volviéndose hacia Moselpati—. Y también antes —contestó éste—. ¿Está comprendido en la sección de la pesca ese sitio?
—Sí; y podremos hacer nuestras pesquisas sin despertar sospechas.
—¡Pues embarquemos enseguida! —concluyó Palicur—. ¡O me tragan los tiburones, o yo encuentro la perla!
En aquel momento la pinaza volvía hacia el escollo.