Quedaron en Baikie’s por los viejos tiempos, aunque Edie las habría acogido en Riverside Terrace, y Rachael, que pasaba casi todo el tiempo en la granja, y ya se comportaba como si fuera la dueña, también las había invitado.
Edie tenía sus dudas acerca de la conexión con Black Law. Últimamente pensaba que Rachael estaba más encariñada con el sitio que con el hombre. Pero como le había dicho a Vera, su vida sentimental no había sido precisamente un éxito y por lo tanto no quería opinar. Rachael incluso había hablado de volver a traer a Dougie a vivir con ellos, algo que a Edie no le parecía una idea muy sana. No se trataba de vivir la vida de otra persona. Rachael no era la reencarnación de Bella Furness y no lo sería nunca. Gracias a Dios.
Ashworth era el único hombre presente. Rachael quería invitar a Neville, pero Edie se había mostrado firme.
—Nunca formó parte del grupo. No lo fue. Y estoy segura de que le transmitirás todos los detalles.
Se sentaron en la habitación con el zorro disecado y los enormes sillones de Connie Baikie y esperaron a que Vera les contara uno de sus cuentos. Edie había encendido el fuego, no porque hiciera frío, sino porque fuera había humedad y lloviznaba y les parecía más acogedor. Porque llovía cuando asesinaron a Grace. Quizá también bebieron para sentirse mejor. Cuando Vera se puso a hablar ya había dos botellas vacías sobre la mesa. Joe Ashworth, que tenía que llevar a Vera a casa en coche, bebía té. Dijo que sabía que solo estaba allí para hacer de chofer.
Vera empezó con unas palabras de agradecimiento generosas.
—Rachael tenía razón desde el principio. Todo empezó hace años cuando Bella y Edmund se conocieron en el hospital. Había otra mujer en la misma unidad que asistía al mismo grupo de terapia y a la que trataban por depresión. Estaba desesperada por tener un hijo. Tras una sucesión de abortos, finalmente, había dado a luz, pero el bebé murió a las pocas horas. Lo enterraron en el cementerio de Saint Cuthbert. La tumba sigue allí. Tuvo una crisis grave. Intentaron tratarla en casa, pero en varias ocasiones desapareció durante días. Su marido la encontró en la colina, muerta de hambre y agotada. Fue entonces cuando la ingresaron a la fuerza en el hospital.
»Coincidiendo con una de las desapariciones de Barbara, desapareció un niño pequeño. Su madre y el novio de esta lo habían llevado de excursión a las colinas. Era primavera y querían enseñarle los corderitos. Mientras la pareja tenía otras ocupaciones, el niño desapareció. Si os creéis lo que publicaron los periódicos, se lo llevó un gran azor a su nido. Si me hubierais creído a mí entonces, se ahogó en el Skirl, que bajaba muy caudaloso.
»De hecho, nos equivocamos ambos. Barbara Waugh se llevó al pequeño en una de sus enloquecidas huidas por el páramo. No sabemos qué hizo con él mientras lo buscábamos por las colinas, pero más tarde lo llevó a la vieja mina y lo tuvo allí como una mascota, un juguete, un sustituto de su hijo. —La voz de Vera no mostraba emoción. ¿Los cuentos de hadas no eran siempre terroríficos? Pero estaba pensando: Yo estaba allí, podía haberme esforzado más por encontrarlo—. Todavía no sabemos cómo murió. Quizá lo mató ella. Quizá murió de inanición cuando a ella la ingresaron en el hospital. En algún momento, entonces o después, lo enterró bajo una de las baldosas de la casa de motores. Intentó olvidarlo, pero no pudo, a pesar de que tuvo una hija propia y un marido que se quedó a su lado. —De nuevo, Vera mantuvo la voz neutra de cuentacuentos, pero lanzó una mirada de complicidad a Anne, porque las investigaciones siempre sacaban a la luz más de lo que la gente creía—. Un marido que tenía tanto miedo a las enloquecidas huidas de su esposa a las colinas, sin saber nunca dónde estaría, que intentó convencerla para que se quedara en casa el mayor tiempo posible. No le gustaba que saliera.
—¿Sabía lo del niño? —preguntó Anne.
—Ni siquiera se lo imaginaba. —Vera se sirvió más vino—. Así que Barbara intenta olvidar lo del niño muerto. Lo entierra como enterró el cadáver. A veces visitaba la mina, le llevaba flores, pero creo que se convenció a sí misma de que no era responsable de su muerte. Tal vez lo confundió con su propio hijo. También le llevaba flores a la tumba. Y así habrían seguido las cosas si su marido no hubiera decidido construir allí una cantera. Porque entonces existía el peligro de que se descubriera la tumba. La inconveniente molestia que había ocultado pulcramente bajo el suelo de la casa de motores podía salir a la luz. No podría fingir más que no era culpa suya. ¿Qué podía hacer?
»Al principio fomentó la oposición a la cantera. Extendió rumores de que su marido estaba bajo la influencia maligna de Neville Furness y Olivia Fulwell. Pensó que si la investigación pública dictaminaba en contra de la cantera todo seguiría como siempre. Predispuso a su amigo Edmund Fulwell contra el proyecto. Era un blanco fácil. Jugó con su amor por la finca y jugó con el afecto de Grace por él para que falseara los recuentos de nutrias.
»También presionó a Bella. Los tres seguían en contacto. Bella estaba en una situación difícil. La granja estaba al borde de la ruina. Ella esperaba conseguir dinero de su hermano para salvarla, pero nunca se materializó. Su única esperanza era cerrar un trato con la empresa por el acceso al lugar. No le gustaría la idea, pero era mejor que perder la granja. Quedó con Peter Kemp allí para hablar de posibles soluciones.
—Alguien más estuvo en la granja aquella tarde —intervino Rachael—. Dougie oyó a alguien.
—Barbara. Godfrey le había contado lo que pasaba y ella acudió para dar la última vuelta de tuerca. Chantaje. Sabía lo que había pasado cuando murió el padre de Bella, sabía que estaba todo planeado. Había salido en una de las sesiones de terapia de grupo. La amenazó con hacerlo público. Bella estaba tan angustiada que no vio ninguna salida. Le dijo a Peter que no podía cerrar el trato y se suicidó.
»Durante un tiempo Barbara creyó que estaba salvada. Creía que el informe dictaminaría a su favor. Al fin y al cabo, se había hecho amiga de Anne e indirectamente había influido sobre Grace. Entonces se enteró por Edmund de que Grace se estaba echando atrás. Hablaba de ver a un psiquiatra o a una asistente social. No soportaba seguir mintiendo. Sabía que eso la estaba poniendo enferma. No estoy segura todavía de si Barbara tenía intención de matar a Grace para impedir que dijera la verdad sobre las nutrias. Dice que no. Dice que fue a la casa de motores, como hizo el viernes por la noche, para intentar trasladar los restos del cadáver del pequeño y que Grace la sorprendió.
»Cuando Edmund se enteró de la muerte de su hija estaba demasiado afectado para deducir lo que había ocurrido. Se quedó en su piso, siguió ayudando en el restaurante. Entonces probablemente recordó algo que Barbara había contado en el grupo, una historia que nadie creyó porque entonces ella estaba muy trastornada y su cabeza llena de fantasías. Aquello del niño que había encontrado en la colina. Un niño que se había quedado para ella sola. Su bebé.
»Le entró el pánico. Su estilo siempre había sido huir. Se escondió. Primero en la casa de Nancy Deakin y después en la casa de la finca. ¿Cómo supo Barbara que estaba allí? Se lo imaginó, quizá. Probablemente él le había contado que había vivido en una de aquellas casas antes de casarse.
»El número de teléfono y la llave de la puerta trasera las consiguió de Neville. No directamente… —añadió al ver que Rachael estaba a punto de protestar—. Tenía acceso a las oficinas de Slateburn gracias a su marido y creo que registró varias veces sus mesas buscando algo que le sirviera para frenar el proyecto de la cantera. Telefoneó a Edmund para asegurarse de que estaba allí. Y para asustarlo. Lo conocía bastante como para saber que si estaba asustado, probablemente se pondría a beber. La tarde de la fiesta de cumpleaños, cuando su finca estaba llena de desconocidos, entró en la casa. Edmund había bebido hasta quedar inconsciente. Fue muy fácil.
Rachael estiró las manos hacia el fuego.
—¿Fue Barbara la que golpeó mi coche en la pista aquella noche?
—Oh, sí. Estaba desesperada. Quería asustaros para que os marcharais. —Vera calló e hizo una mueca—. Y uno de nuestros hombres la detuvo. ¿Os lo podéis creer? Le dijo que iba a visitar a su madre enferma y el agente la creyó. La idea de impedir la construcción de la cantera era una obsesión. Tal vez solo quería salvarse, pero creo que había algo más. Lo veía como una profanación de la tumba del pequeño.
Vera suspiró, se echó hacia atrás y tomó un largo sorbo de vino. Ashworth se movió inquieto. Lo había oído todo antes y quería volver con su mujer y meterse en una cama caliente, ahora que por fin el niño había empezado a dormir toda la noche.
—¿Qué pasará ahora con la cantera? —preguntó Anne de repente.
Vera sacudió la cabeza.
—Diría que a Godfrey no le quedarán muchas ganas de construirla. Pero tendréis que preguntarle a él.
Vera dejó a las tres mujeres hablando de ello, tan enfrascadas en la conversación que apenas notaron que se marchaban. Ashworth condujo con cuidado por la pista hasta el vado y se adentró en el bosque.