Vera fue caminando desde la comisaría a la casa de Edie en Riverside Terrace. No estaba lejos y necesitaba alejarse de la sala de reuniones, del frenesí del equipo esperando su aprobación, que obrara milagros. Tenía la esperanza de que Edie le recordara a Baikie’s, donde las cosas parecían más claras, y poder recuperar algo de aquella antigua certeza.
Edie la había invitado a almorzar, y ella pensó que podía contribuir con un detalle, así que paró en una pequeña floristería de High Street para comprar flores. Flores habían dejado en la mina para señalar el lugar donde murió Grace. Flores de duelo. De recuerdo. O de celebración.
Se detuvo al final de la calle para recuperar el aliento. No quería presentarse en la casa jadeando y sudorosa. Pasó un coche que se detuvo frente a la casa de Edie, y Peter Kemp bajó de él. No conducía el Range Rover blanco, sino uno estilizado y deportivo con un motor ruidoso. Iba vestido de manera informal: pantalones grises de algodón y un polo verde con el logo de la empresa bordado en el bolsillo. Muy corporativo. Subió de un salto los escalones y tocó el timbre con la palma de la mano.
Cuando Vera llegó a la puerta, Peter estaba dentro, en la cocina del sótano. Se inclinó por encima de la barandilla, y aunque pudo ver a la pareja no oía lo que decían. Evidentemente no era una conversación cordial. Esperó un momento, pero la curiosidad pudo con ella y pulsó el timbre. Cuando Edie abrió la puerta estaba sonrojada.
—Gracias a Dios —murmuró—. Suerte que has venido porque estaba a punto de matarlo.
En la cocina, junto a la mesa y las sillas de pino, había un pequeño sofá con una colcha de algodón india encima. Peter Kemp se había sentado en él cuando Edie fue a abrir la puerta. Estaba a gusto, con las piernas estiradas hacia un lado, de modo que no dejaba espacio para que se sentara nadie más. Cuando vio a Vera se levantó con lentitud.
—Inspectora —dijo—. Qué sorpresa. Y yo que creía que la señora Lambert era una persona recta. Espero que no haya venido a arrestarla. —Miró con atención las flores, que goteaban—. Ah, no, veo que se trata de una visita social. —Lo dijo en tono de acusación.
Las pecas parecían más intensas en su piel clara.
—Mira —lo interrumpió Edie—. Más vale que te vayas. No hay nada más que decir.
Él estuvo a punto de discutir, pero se lo pensó mejor y puso cara compungida.
—Sabes que aprecio mucho a Rachael —señaló—. Me preocupo por ella. No me gustaría que sufriera una decepción.
Edie le cedió el paso en la escalera, se volvió a mirar a Vera y puso cara de asco a espaldas de Peter. Cuando volvió a entrar en la cocina, las dos mujeres oyeron el motor del coche que se alejaba. Edie se movió agitadamente por la habitación, poniendo platos en la mesa y sacando todo lo que encontró en la nevera. Vera esperó para hablar hasta que aparecieron media barra de pan, una bola de papel de aluminio con queso cremoso dentro, un pedazo de cheddar seco y un par de lonchas de jamón. Edie estaba junto al fregadero, vaciando una bolsa de ensalada en una fuente.
—¿A qué venía eso?
—Siempre ha sido un imbécil arrogante —comentó Edie.
—¿Qué quería?
—Debe de haberse enterado de que Rachael está pensando en buscar otro trabajo. Me ha pedido que la convenza para que se quede. Si consigue el contrato de la nueva reserva natural en Black Law, confía en que lo gestione ella. Tiene miedo de no ser capaz de dirigir la empresa sin Rachael. Tiene razón. No será capaz.
—Me parece muy halagador.
—Pero ha sido la forma como lo ha dicho. ¿Sabes qué ha dicho? «Tiene que darse cuenta de que ahora no es el mejor momento. Los posibles interesados pueden sentir recelo de contratar a alguien que ha estado relacionado con una investigación de asesinato.» Insinuando que Rachael tuvo algo que ver con la muerte de Grace.
Vera se dio cuenta de que Edie estaba a punto de llorar. Había visto una botella de vino en la nevera, casi llena. La sacó, sirvió un vaso para cada una, bebió, hizo una mueca y se preguntó desde cuándo estaba en la nevera.
—Por cierto, ¿por qué querías hablar conmigo? —preguntó Edie, que seguía indignada—. Dijiste que querías preguntarme algo sobre Neville. Si vuelves por la noche estará Rachael. Ella podrá decirte lo que quieres saber.
—Tengo entendido que está enamorada. Eso no favorece mucho el criterio de las personas.
—¿Quién te lo ha dicho?
—Anne Preece. Anoche fui a verla a Langholme.
—Todavía sigue allí, entonces. Me sorprende. Creía que había decidido marcharse.
—No, sigue allí —apuntó Vera—. Parece estar en una especie de limbo. Esperando que suceda algo. ¿No sabrás qué es lo que puede estar esperando?
—A un hombre, quizá. Es muy discreta, pero está bastante claro que el suyo no es un buen matrimonio. Aunque ¿cuántos lo son?
Vera cortó una rebanada de pan de la barra.
—¿Y bien? —preguntó—. ¿Lo está?
Edie, todavía cabizbaja, la miró por encima del vaso.
—¿Está qué?
—¿Está Rachael enamorada?
—Totalmente. No la había visto así desde que empezó a salir con el imbécil de Peter Kemp.
—No sabía que habían estado juntos. —La voz de Vera era neutral, levemente curiosa, pero su mente trabajaba a marchas forzadas. Otra conexión. Otra complicación.
—Antes de que él se casara. Nunca me gustó. Quizá fue por eso que se aferró tanto a él. Para fastidiarme. No debería haber dejado entrever lo que pensaba de él. Nunca he tenido tacto tratándose de Rachael.
—Pero siguió trabajando para él.
—Creo que fue por orgullo. No quería que pensara que huía.
—Según Rachael, tienen más trabajo del que pueden asumir. Y él le acaba de subir el sueldo. Como incentivo para que se quede, supongo.
—Entonces, ¿no tiene problemas económicos?
—Por lo visto, no, aunque he oído decir que su esposa tiene gustos muy caros. —Edie hizo una mueca—. Lo siento, ha sido un poco mezquino. No puedo evitar oír los cotilleos.
—No hay nada de malo en cotillear, querida. En eso consiste mi trabajo. ¿Qué más se dice por ahí?
—Que se casó con ella por el dinero y luego descubrió que no estaba tan forrada como él creía. Papaíto es rico pero no muy generoso. —Edie se acabó su vino—. Hace tiempo que Rachael no está a gusto en Kemp Associates. Me imagino que la muerte de Grace le ha dado el empujón definitivo para ponerse a buscar otra cosa. Hay un puesto de investigadora en la Royal Society for the Protection of Birds que le interesa. Trabajaría en Gales. Sé que le apetece un cambio, pero la echaré de menos. Sobre todo ahora. Últimamente nos llevamos mejor. —Edie hizo una pausa—. Y ella echaría de menos a Neville. Puede que sea por eso por lo que le cuesta tanto decidir si se presenta o no. En el fondo espera que él se la lleve a Black Law y vivir allí con él feliz para siempre.
—¿Es una posibilidad?
—Quién sabe.
—Tal vez este sea el motivo de la escena de Peter.
—¿Qué quieres decir? —Edie volvió a irritarse con la mención de Peter.
—Que él todavía siente algo por Rachael y no quiere perderla. Supongo que incluso es posible que hayan tenido una aventura. Si Peter no es feliz con su esposa.
—¡No! —Edie estaba horrorizada—. Rachael no sería tan tonta. Ni siquiera para llevarme la contraria. Además, los celos son una emoción muy humana. No creo que Peter Kemp sea capaz de sentirlos.
Pero Neville quizá sí, pensó Vera. Aunque ¿adónde nos lleva esto?
—¿Sabías que Neville ha invitado a Rachael a Black Law este fin de semana?
—Me lo ha comentado. Un par de veces. Está como una niña que va de vacaciones por primera vez.
—¿Y a ti te parece bien?
—Lo que a mí me parezca no importa. Ya es mayorcita. Demasiado mayor para una charla sobre sexo seguro. —Edie miró a Vera pensativa por encima de la mesa—. A menos que haya algo que creas que debería saber. Aun así, no creo que pueda autoinvitarme para vigilarla o hacer de carabina.
—No. —Vera volvió a llenar los vasos—. Supongo que no. ¿Qué te parece Neville Furness?
—Entiendo por qué atrae a Rachael.
—Sí —afirmó Vera—. Yo también.
—Espero que no esté jugando con ella.
—¿Lo crees posible?
—No lo creo. Creo que es muy tímido, muy reservado. No muestra nada de sí mismo. Debería estar acostumbrada a ello con Rachael. Pienso que debo confiar en su buen juicio.
—¿Lo has tratado un poco?
—Es un caballero. Cada vez que llama para salir con ella procura que sepa adónde van y a qué hora volverán. Se han visto todos los días desde que volvimos de Kimmerston.
—Antes lo tenía vigilado. Discretamente. Pero desde la muerte de Edmund no tenemos agentes disponibles.
—¿Sabes dónde estaba la tarde que mataron a Edmund Fulwell?
—Sé donde dice que estaba. Lo comprobaremos, por supuesto. ¿Por qué?
—Antes vivía en esa casa.
—Lo sé.
—¿Debería convencer a Rachael para que no fuera con él este fin de semana? Puede que me escuche. Como he dicho, últimamente nos llevamos mejor.
—No —sugirió Vera con calma—. No lo hagas.
—No quiero que corra ningún peligro.
—No —aseguró Vera—. Yo tampoco.