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Vera se llevó a Ashworth a su entrevista con Neville Furness, quien había tratado de evitarla. Desde la muerte de Edmund había intentado quedar con él para hacerle unas preguntas. Quería demostrar que iba en serio y, sin duda, que los dos se presentaran en su despacho le transmitiría esa impresión. Además, en estas ocasiones Ashworth era un observador útil. A veces Vera se dejaba llevar demasiado y él captaba señales que ella pasaba por alto.

Slateburn Quarries ocupaba la planta superior del edificio de oficinas del río. Vera intentó recordar cómo era el lugar cuando estaba allí el matadero del viejo Noble, pero no se acordaba. Estaba demasiado acostumbrada a las nuevas carreteras. Ni siquiera mirando el río desde la gran ventana de la recepción pudo vincular sus recuerdos con la geografía.

La recepcionista era una mujer severa de mediana edad. Les dijo que el señor Furness los recibiría en breve, que estaba en una reunión. Les ofreció un café.

—¿Sabe que estamos aquí? —preguntó Vera.

La recepcionista se dominó.

—Me han dicho que no querían interrupciones. La reunión está programada para acabar a las once.

—¿O sea, que ni siquiera se lo ha dicho? —La voz de Vera debía de oírse en la inmobiliaria de la primera planta. Aumentó el volumen—: Quiero verlo ahora mismo.

La secretaria dudó, roja de indignación, pero al final descolgó el auricular del teléfono de su mesa. Casi inmediatamente después Neville Furness apareció en el pasillo a su izquierda. Vera solo lo había visto en una ocasión, en Black Law, vistiendo vaqueros y un Barbour gastado. Con traje y corbata parecía más imponente, no porque la ropa le confiriera más autoridad, sino porque la llevaba con gracia. Vera se había imaginado que debería de estar fuera de lugar en aquellas oficinas. Era el hijo de un granjero. Pero incluso después de ser interrumpido en medio de una reunión estaba sereno.

—Debe de ser un hombre muy ocupado, señor Furness —dejó caer amenazante, todavía sin saber si quería provocar una pelea, pero dispuesta a mantener abiertas sus opciones.

Los guio a un despacho que tenía su nombre en la puerta. Estaba orientado a la ciudad.

—Y sé que usted también lo está, inspectora. Siento haberla hecho esperar.

Había una mesa cerca de la ventana, pero él acercó tres silloncitos a una mesa baja de centro y allí se sentaron. De nuevo la sorprendió lo seguro de sí mismo que parecía. Tenía ganas de sacudirlo.

—Es difícil de localizar. ¿No habrá estado evitándonos?

—Por supuesto que no. Hemos tenido unos días difíciles. La muerte de Edmund ha alterado todo el asunto de la cantera.

—¿Por qué? No tenía nada que ver con él.

—Es una cuestión de publicidad. Sabe que Slateburn colabora con los Fulwell en el proyecto. Livvy tiene mucho interés en seguir adelante, pero nosotros tenemos la sensación de que Robert preferiría olvidarse del tema. Al menos de momento. Lo considera una cuestión de buen gusto.

—¿Qué opina usted?

Él tardó en contestar.

—Soy un empleado de Slateburn Quarries. Implantaré la estrategia que decida la empresa.

—Pero ¿tendrá una opinión personal?

—No, cuando estoy en este despacho, no.

—Me habían dicho que usted era un entusiasta del proyecto. El que impulsaba todo el plan.

—No sé quién se lo habrá dicho. —Calló otra vez, y permaneció con el ceño fruncido. Al ver que Vera no decía nada, siguió—: Mi obligación es ser entusiasta.

Vera estiró las piernas. Los sillones eran bajos. Debían de ser cómodos para echar una siesta, pero no para mantenerse erguido y alerta.

—Pero el señor Waugh, por fuerza, ha de querer que el plan siga adelante. Ya habrá invertido una fortuna.

—Creo que no está cerrado a nada, se le podría convencer de las dos cosas. Si decidimos seguir, los costes legales de la investigación serán elevados. Es cierto que Godfrey se tranquilizó al recibir un informe favorable de la evaluación de impacto medioambiental. El patrocinio de la empresa al Departamento de Protección era un riesgo. Nos habíamos involucrado y de ninguna manera podíamos permitirnos que se perjudicara una zona ambiental importante.

—¿Quién convocó la reunión a principios de semana para hablar del futuro de la cantera?

—Los Fulwell. Nosotros no habríamos hecho algo así el día después de la muerte de Edmund.

—¿Cuál de los Fulwell en concreto?

Como si no lo supiéramos, pensó Vera. Entornó los ojos y lo miró.

—Probablemente Olivia. Con la esperanza de que ejerciéramos cierta influencia sobre Robert. Durante la reunión lo acusó de haberse vuelto débil.

Por primera vez, Neville perdió su aplomo. Vera estaba encantada.

—No le cae bien la señora Fulwell —apuntó, manteniendo un tono neutral.

—No mucho. Cuando trabajaba para Robert, siempre interfería. Fue una de las razones por las que me alegré de dejar Holme Park.

—¿Quién más asistió a la reunión?

—Peter Kemp, nuestro asesor medioambiental.

Vera se estiró otra vez y disimuló un bostezo. Hacía mucho calor en el despacho.

—Me imagino que a él no le importa lo que se decida sobre la cantera. Le pagarán por su informe tanto si el proyecto se realiza como si no.

—Oh, él ya ha cobrado —apuntó Furness, con sequedad—. Pero no es del todo cierto que no tenga nada que ganar con el proyecto. Si se hace, Godfrey ha prometido una nueva reserva natural cerca del emplazamiento. Formaba parte del plan. Kemp Associates diseñará el protocolo de gestión y proporcionará el personal. Sería un contrato lucrativo.

Tampoco te cae bien Peter Kemp, pensó Vera. No sé por qué. Le fastidiaba no ser capaz de forjarse una opinión sólida sobre Neville Furness. No lograba descifrarlo, no sabía qué intereses lo motivaban. Para ella era una cuestión de orgullo que sus primeras impresiones estuvieran fundamentadas. Se jactaba de ello ante Ashworth todo el tiempo. Pero sus impresiones sobre Furness eran confusas y poco fiables.

—¿Qué hizo con la llave de su casa cuando se fue? —preguntó esperando sorprenderlo.

No respondió a la pregunta.

—¿Tenía usted una llave?

—Lo siento —repuso él—. Es evidente que es importante. Intento recordar. Tenía dos llaves. Una de la puerta principal y otra de la puerta trasera. En un llavero.

—¿Se las devolvió a la señora Fulwell? —Fue la primera aportación de Ashworth.

—No. Seguro que no. Le entregué mi carta de dimisión a Robert. Tenía días de vacaciones pendientes, de modo que me marché de Holme Park sin previo aviso. Quise que fuera así. Sin escenas.

—¿La señora Fulwell habría hecho una escena? —preguntó Ashworth.

—Es una consentida. De vez en cuando tiene rabietas.

—¿Su relación con la señora Fulwell se ceñía a lo profesional?

—Por mi parte se lo aseguro.

—¿Y por parte de ella?

—Como he dicho, interfería.

—Le gustaba usted —interrumpió Vera con una risa sofocada—. No me diga que quería un revolcón.

Todo su rostro se ruborizó y por un momento Vera se preguntó si lo había pillado. Era tímido, puritano. Era eso y basta. Pero recuperó la compostura tan rápidamente que pensó que se había equivocado.

—Que yo sepa —respondió con rigidez—, Robert y Livvy tienen un matrimonio feliz.

—Volvamos a las llaves —propuso Vera tan tranquila—. No se las dio a Livvy. ¿Se las dio a Robert?

—No lo creo. Él no se encargaría de un detalle tan trivial.

—Así que ¿se las quedó?

—Supongo que es posible. Es posible que olvidara devolverlas.

—¿Dónde podrían estar? ¿En su casa?

—No, ahora me acuerdo. Las llaves de la casa de Holme Park estaban en el mismo llavero que las de Black Law. Bella me pidió que me las quedara por si acaso. Por si algo le sucedía a mi padre y ella no estaba. Y siempre las he guardado aquí. Paso más tiempo en la oficina que en casa. Aquí estaban cuando ustedes me pidieron una llave para entrar en la granja después de que mataran a la chica en la colina.

Se levantó y fue a la mesa. Desde donde estaba sentada Vera no podía ver cómo abría el cajón, pero no parecía que estuviera cerrado con llave. Volvió con un llavero del Departamento de Protección de la Fauna y Flora con tres llaves.

—Estas dos son de Black Law. La de muesca es de la puerta principal y la Yale es de la de atrás. Esta es la de la puerta principal de la casa de Holme Park.

—¿Y la de la puerta de la cocina de Holme Park?

—No lo sé. No está aquí. Habría jurado que estaba en el mismo llavero.

—¿Cuándo fue la última vez que la vio?

—Quién sabe. La última vez que las saqué fue para darles a ustedes la llave de Black Law. Supongo que las veo cada vez que abro el cajón de la mesa, pero no me fijo en ellas. Al menos no en los detalles.

—¿Quién más tiene acceso a su mesa?

La miró sorprendido.

—Somos cuidadosos con la seguridad. Nadie entra en estos despachos sin un pase.

—Pero su mesa no está cerrada con llave.

—No. Ni mi despacho. No es necesario. Como le he dicho, no es posible que un desconocido deambule por aquí.

—Pero cualquier persona que trabaje para Slateburn o esté aquí para algún asunto tendría acceso a su mesa y por tanto a la llave.

—Supongo que sí. Si quisiera hacerlo. Si supiera que estaba aquí.

—¿Estaba identificada?

Dudó.

—Sí. Como esta.

Le tendió la llave de la puerta principal de Holme Park. Tenía una etiqueta pequeña colgada, descolorida pero todavía legible: AVENIDA, 1, escrito en mayúsculas apretadas.

—Es la dirección oficial de la casa.

—¿Su secretaria abre ese cajón?

—No lo creo, guardo cosas personales. Pero puede preguntárselo.

—Sí —afirmó Vera—. Se lo preguntaré.

Neville Furness se había quedado de pie. Quizá esperaba que se marcharan, pero ellos permanecieron sentados, en silencio, observándolo.

—No utilicé aquella llave —murmuró en voz baja—. Y me repele la idea de que alguien la usara, que por culpa de mi descuido sea responsable de la muerte de Edmund.

Vera siguió sin decir nada. El silencio parecía pesarle porque Neville siguió hablando:

—Ha sido una semana de locos. Los Fulwell nos han complicado mucho la vida. No sabemos en qué punto estamos. Si al menos se decidieran en un sentido u otro… Estamos todos crispados. —Se interrumpió bruscamente—. Pero no es su problema. Ustedes tienen preocupaciones más importantes. De hecho, he decidido que necesitaba descansar de todo esto unos días. Me escaparé este fin de semana, pasaré un tiempo en Black Law. Le parece bien, ¿no? Dijo que el equipo había terminado.

Vera asintió.

—¿Esta semana ha visto a Rachael Lambert?

—Sí —respondió—. Ella también necesita un descanso. Vendrá a Black Law conmigo. —Permaneció en silencio un momento—. ¿No va a preguntarme dónde estaba el día que asesinaron a Edmund Fulwell?

—Ya habríamos llegado a ello —dijo Vera muy tranquila.

—Estuve aquí casi todo el día revisando el borrador preliminar de la evaluación de impacto medioambiental.

—¿Solo?

—Sí, aunque no habría podido salir del edificio sin pasar por recepción, y siempre hay alguien. Me marché de la oficina sobre las cuatro y fui a casa a cambiarme. Godfrey había estado trabajando en casa todo el día. Había invitado a Peter Kemp para revisar los planos de la nueva reserva natural en Black Law y quería hablarlo con ellos. Me habían invitado a cenar, pero él quería que llegara temprano para que pudiéramos terminar el trabajo antes de comer.

—¿Fue una velada agradable? —Vera se levantó del sillón.

—Sí, gracias. Muy agradable.

Los acompañó a recepción y esperó con ellos hasta que llegó el ascensor.

Una vez fuera, Vera se detuvo un momento imaginándose a Neville y a Rachael solos en Black Law. Si quisiera hacerle daño a Rachael, estaba claro que no le habría hablado del fin de semana. O quizá había tratado de despistarla para montar una trampa muy ingeniosa.