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El psiquiatra que trabajaba en el hospital Saint Nicholas cuando Bella Noble y Edmund Fulwell estuvieron allí ingresados ahora era profesor en una universidad del sur. Vera lo llamó por teléfono sin demasiadas expectativas. Le sorprendió su humanidad y su sentido del humor, pues se reía cordialmente con sus preguntas.

—Cielo santo, no puede esperar que recuerde a personas concretas después de tanto tiempo. —Pero no lo dijo con hostilidad y sin tantas prisas como para no permitirle continuar.

—No eran pacientes cualesquiera. Bella Noble llegó procedente del hospital de seguridad de Merseyside para prepararse para su puesta en libertad. Había matado a su padre. Edmund era uno de los Fulwell de Holme Park.

—Me acuerdo de él. Al menos recuerdo haber pensado cómo había ido a parar a la Seguridad Social en lugar de ser tratado en una clínica privada. Tengo algún recuerdo del traslado de la mujer, pero solo porque fue una pesadilla burocrática. Que yo recuerde, no se quedó mucho tiempo. No estaba enferma, e incluso en aquellos tiempos necesitábamos su cama. ¿Qué quiere saber?

—Ambos están muertos.

—Ah. —Permaneció en silencio y luego dijo—: Lo siento, pero no puedo decir que me sorprenda. La atención domiciliaria solo funciona si se hace la supervisión adecuada. En la calle las cosas se complican. La gente se deprime, se enfada. Siempre existe el peligro de suicidio o de ceder a la violencia.

—Bella se casó con un granjero y, por lo visto, fue feliz, y se dedicó a cuidarlo después de que sufriera una embolia. Edmund trabajó en lo mismo desde que dejó el hospital.

—Ah —repitió—. Y yo que siempre digo a los alumnos que no recurran a los estereotipos. Me ha dado un tema para mi próxima clase. Siento no poder ayudarle. Si existen notas, estarán en Saint Nick’s.

—Las he visto. Me gustaría saber si hay alguien más que pueda recordar a Bella y a Edmund. Alguien que tuviera un contacto más cotidiano con ellos que usted. Quizá una enfermera o un residente.

—Algunas de las enfermeras puede que sigan allí. Hable con los auxiliares. En la Seguridad Social, cuanto más alto estás en la jerarquía, más tiempo pasas en la oficina. Los residentes iban y venían con tanta frecuencia que a veces no conseguía recordar sus nombres. —Hubo un silencio—. Mejor aún, hable con Christina. Christina Flood. Es psicóloga. Saint Nick’s fue su primer destino fijo y su llegada fue como un soplo de aire fresco en aquel lugar. Le interesaba el trabajo de grupo, la terapia artística, el teatro. No todo era útil, pero al menos intentaba conectar con los pacientes en lugar de huir de ellos y dejarlos solos hasta que los fármacos empezaran a hacer efecto. Si alguien puede acordarse de ellos, es Christina.

—¿Sabe dónde trabaja ahora?

Vera contuvo el aliento. La mujer era idealista, entusiasta. Con la suerte que tenía, habría decidido ir a hacer de misionera en África.

—Sigue en Northumberland. En la costa. Pero desde entonces ha prosperado. Está al frente del servicio comunitario en una clínica ambulatoria. Cuando hable con ella dele recuerdos. Y mi admiración por seguir allí. Al final, yo también hui de los pacientes.

Por fin Vera localizó a Christina Flood en su casa. Estaba de baja por maternidad y había dado a luz a una niña el día anterior. Acababa de volver del hospital. Se lo dijo su compañero, con el que Vera habló por teléfono. Estaba tan lleno de buena voluntad, tan feliz con su bebé y el papel que había tenido para traerlo al mundo, que habría invitado a toda la Policía a su casa, pero Ashworth estaba horrorizado.

—Hoy no puede ir a su casa —remarcó—. Querrán estar solos. Ella no se encontrará bien. Ha salido del hospital esta mañana.

—Eso no le habrá suprimido la capacidad de hablar.

—Pero no entiendo por qué es tan importante.

—Porque en aquel hospital pasó algo que unió a esos dos y los mantuvo unidos durante años. Necesito saber qué fue. —Lo miró—. Te gustan los críos. ¿Quieres venir?

—No —respondió él, sacando pecho por una vez—. Pienso que es abusar demasiado y no quiero participar. —Después, al ver que ella dudaba, añadió—: ¿No tendrá miedo de ir sola? Solo es un bebé. No muerde.

Christina Flood vivía en una casa estrecha de tres pisos, cerca del mar, en Tynemouth. Un hombre delgado con un jersey rojo tejido a mano abrió la puerta a Vera. El hombre llevaba contra su pecho un fardo blanco. Se inclinó ligeramente hacia delante, ladeándose desde la cintura para que Vera pudiera ver la cara del bebé.

—Qué guapa es, ¿eh?

Parecía no poder estarse quieto, saltando sobre un pie y sobre el otro, como un niño excitado, pero el bebé dormía, arrugando la cara de vez en cuando como si soñara.

—Todavía no hemos elegido un nombre. Chrissie quiere uno serio y respetable. —Parecía dar por descontado el interés de Vera—. Creo que va a ser espectacular. Necesita un nombre acorde.

La planta baja de la casa consistía en una gran sala montada como un taller. En un mugriento radiador un gato anaranjado dormía sobre una manta. Había una gran lámpara de mesa con brazo sobre uno de los tableros, pero no estaba encendida y la única luz procedía de una ventana pequeña y polvorienta, por lo que los rincones estaban en penumbra. Había hileras de estanterías de metal mate, estantes de herramientas; algún hobby. Vera percibió una pasión secreta. En una habitación así Hector habría recibido a la hermandad para inyectar huevos y hacerlos estallar.

—¿Qué se hace aquí? —preguntó. Agradeció la oportunidad para desviar la conversación de la niña.

—Fabrico flautas. Y las reparo, además de otros instrumentos de viento.

A partir de ese momento, Vera lo vio como a un flautista de Hamelin, vestido de rojo, tocando para su bebé.

—Chrissie está arriba. Le he dicho que se quede en la cama, pero no me hace caso. —Subió bailando un tramo de escaleras sin alfombra y entró en una habitación amplia pero estrecha, con vistas a las aguas del Tyne hasta los muelles de North Shields. Christina Flood estaba sentada en un sofá de lino verde con las piernas levantadas. Llevaba pantalones y una túnica blanca ancha. Tenía unos rasgos marcados, la mandíbula cuadrada y las cejas marrones. Llevaba un flequillo recto. La habitación estaba llena de flores y había una pancarta escrita a mano que decía: BIENVENIDA A CASA colgada sobre la ventana. Christina vio que Vera la miraba.

—Lo sé. ¡Cómo es! Solo he estado fuera veinticuatro horas. —Se volvió hacia el hombre—. Por el amor de Dios, Patrick, déjala en la cuna. Haz algo útil y prepara el té.

Con un movimiento flexible, él se arrodilló y dejó al bebé en el cesto, que estaba en el suelo.

—Aguafiestas —dijo, y salió de la habitación.

—Patrick ha dicho que quería hablar conmigo de Edmund Fulwell, pero no sé si podré ayudarle. No era paciente mío. La verdad es que no. Estuvo un tiempo estable. Si necesitó medicación, puede que se la pidiera a su médico de cabecera.

—He visto su historial reciente. Me interesa más el tiempo que pasó en Saint Nick’s. ¿Recuerda haber trabajado con él en aquella época?

—Lo recuerdo muy bien. Fue una época emocionante para mí. Mi primera oportunidad de poner en práctica mis ideas y mi formación.

—¿Recuerda a una paciente llamada Bella Noble?

—Sí. Estuvo con nosotros al mismo tiempo que él. Formaba parte del grupo. A ella no la he vuelto a ver desde que le dieron el alta.

—Pero ¿a Edmund sí?

—Profesionalmente no, pero Patrick y yo vamos a menudo al Harbour Lights. Al menos íbamos. —Sonrió al bebé—. Ahora no creo que podamos hacer estas cosas tan a menudo.

—¿Sabía que habían asesinado a su hija?

—Sí. Me enteré de que una mujer había sido asesinada cerca de Langholme, pero no la había relacionado con Edmund hasta que Rod nos lo dijo. Estábamos en el restaurante la noche después de que la encontraran. Subí a ver a Edmund. Solo para decirle cuánto lo sentía. Para ofrecerle mi ayuda.

—¿Estaba como usted habría esperado que estuviera?

—Más sereno, diría yo. Más racional. Temí que empezara a beber otra vez, pero estaba sobrio. Le pregunté si podía ayudarle en algo. Me dijo que todavía no. Antes necesitaba entender algunas cosas por su cuenta. Pero puede que todo fuera una fachada. Cuando volvimos una semana después había desaparecido.

—¿Tuvo la sensación de que sabía algo de la muerte de Grace? No que la hubiera matado, no me refiero a eso. Si tenía alguna idea de por qué la habían matado. También busco un motivo para su asesinato. Si había descubierto quién había matado a Grace, puede que lo mataran para que no pudiera decírselo a nadie.

—Supongo que es posible. Yo solo interpreté que necesitaba aceptar que su hija había muerto. No estaban unidos de una forma convencional, pero él la quería mucho. Estaba muy orgulloso de ella.

—Ha dicho que Bella Noble formaba parte del mismo grupo que Edmund. ¿De qué grupo se trataba?

—Una de las primeras cosas que hice cuando llegué a Saint Nick’s fue desarrollar la idea de la terapia de grupo. Los pacientes estaban aislados, no estaban acostumbrados a confiar en los demás. Si lo hubiese visto, entendería lo que le digo. Cada uno encerrado en un infierno privado viendo la tele o mirando aquellos malditos peces. Bella y Edmund estaban en el primer grupo. Quería que fuera un éxito, de modo que elegí a los participantes con mucho cuidado. No solo a los que creía que podían beneficiarse más, sino también a los que podían hacerlo funcionar. Bella era de estos últimos. Era sólida como una roca. De todos modos, creo que se benefició del grupo tanto como cualquier otro.

—¿En qué sentido?

—¿Sabe que mató a su padre?

Vera asintió.

—Nunca hablaba de ello. Antes del juicio sus abogados la convencieron para que se declarara culpable de homicidio. Le dijeron que estaría mejor en un hospital que en la cárcel. En el hospital de seguridad estaba aislada y no se comunicaba con nadie. Era uno de los motivos por los que la tenían allí. Al principio, en el grupo siguió tan silenciosa como siempre. Seguía los ejercicios y apoyaba a todos pero ella no hablaba. A los demás les encantaba que fuera así, por supuesto. La mayoría preferimos tener público antes que escuchar los problemas de otro. Fue Edmund quien la convenció para que nos contara lo que había sucedido. Dijo: «No eres estúpida. Aunque la casa fuera un infierno no entiendo por qué no te largaste».

—Y Bella dijo que no solo tenía que preocuparse de sí misma.

Christina miró a Vera con respeto.

—¿Lo sabía?

—Después de la muerte de Bella he tenido una larga conversación con su hermano. No reconoció nada. No podemos acusarlo de nada, al menos, pero sé que estuvo sometida a una presión enorme.

—No sabía que Bella también había muerto.

Vera le dio una versión resumida de los hechos que habían conducido al suicidio de Bella.

—Ella y Edmund siguieron siendo amigos.

—¿Ah, sí? —Christina pareció complacida—. ¿No podía haberla ayudado él económicamente? Su familia estaba forrada.

—No creo que él viera nada de su dinero.

—No, es verdad. Nunca vino nadie de la familia a visitarlo al hospital. Excepto Grace.

—¿La conoció?

—No en profundidad. La veía de vez en cuando, dando vueltas por allí. Esperándolo.

—A veces me da la sensación de que me hace lo mismo a mí. Dar vueltas por allí esperando que descubra lo que le sucedió.

—Me gustaría serle de más ayuda.

Vera pensó un momento.

—¿Podría darme una lista de todos los componentes del grupo? No ahora. Apúntelos, con los nombres y algunos antecedentes de cada uno si es posible.

—No sé.

—Me doy cuenta de que es difícil después de tanto tiempo.

—No es por eso. Al menos no del todo. En una de las cajas del taller están las notas. Siempre he querido convertirlas en un libro. O al menos en un artículo. Se trata más de una cuestión de confidencialidad.

—Vendré yo aquí, no me llevaré la lista. Usted los conoció. A Grace, a Edmund y a Bella. No quiero los detalles médicos. No me servirían de nada. Se trata más de su impresión personal. Una razón.

—De acuerdo —contestó—. De acuerdo.

Patrick debía de estar escuchando detrás de la puerta porque entró en aquel momento con el té. Habló de flautas y de bandas de folk y de que ahora que tenía una hija tendría que involucrarse más en la lucha por la educación musical en las escuelas. El bebé se agitó y Christina empezó a desabrocharse la túnica para darle el pecho. Vera dijo que tenía que irse y que no era necesario que la acompañaran. Los dejó sentados en el sofá, discutiendo por el nombre de la niña.