Vera cruzó el centro comercial para volver al coche. La ciudad estaba más animada, sobre todo gracias a personas mayores que no podían utilizar los pases de autobús hasta después de las nueve. Había una pareja frente a la tienda de ultramarinos discutiendo si debían comprar col o nabos para la cena.
Vera sintió una punzada al fijarse en la mujer que la hizo detenerse de golpe. Por un momento, la mujer gorda, agresiva, que veía reflejada en el cristal del escaparate, le recordó a sí misma. ¿Qué haré cuando me jubile?, pensó. Ni siquiera tendré a alguien con quien discutir.
Entonces una chica empujó un cochecito contra sus espinillas y Vera se volvió y la miró furiosa; el breve instante de desesperación se esfumó.
Tenía la intención de regresar a la comisaría, pero en el último momento cambió de opinión y siguió por la carretera que salía de Kimmerston hacia Langholme. Ahora que tenía pruebas de que Bella y Edmund Fulwell habían seguido en contacto desde que ella salió del hospital, deseaba haber escuchado con más atención cuando Rachael y Edie comentaban la información sobre los Noble. Pensó que ella sabría cómo sonsacar información a Charlie.
Los establos estaban silenciosos. Una adolescente con un jersey verde con la frase CENTRO ECUESTRE KIMMERSTON bordada en el pecho echaba paja sucia a una carretilla con una horca. Dos mujeres robustas de mediana edad preparaban la montura de sus caballos. Vera pensó que parecía todo muy próspero y bien ordenado. Había un aparcamiento para clientes estupendo, asfaltado y marcado con líneas blancas y rodeado de macetas de madera llenas de plantas. Charlie se había convertido en un negociante con olfato, como su padre.
Se acercó a la chica.
—¿El señor Noble?
La chica la miró dudosa. Vera llevaba su vestido de crepé de poliéster estampado y unas sandalias.
—¿Quiere reservar una excursión?
—Quiero hablar con el señor Noble.
—Creo que está en la casa. Pero no le gusta que lo molesten por las mañanas.
—¿Por qué? ¿Al lado de quién se despierta?
La chica se ruborizó, confundida.
—Era broma, querida —aclaró Vera—. No te preocupes. Lo encontraré.
Se fue dando zancadas, pasó por delante del edificio reformado de los antiguos establos y llegó a la casa recién pintada, pensando que si a algo olía era a dinero.
Le abrió el propio Charlie Noble. Pensó que no lo habría reconocido de haberse cruzado con él en la calle. Era más joven que ella. La última vez que lo había visto no parecía más que un colegial, con granos, torpe, intimidado por el carácter agresivo de su padre. Tenía la misma expresión de entonces, pero era mayor, estaba un poco encorvado y llevaba gafas.
—¿Sí? —preguntó, de mal humor. Llevaba un jersey y pantalones—. Estaba a punto de salir.
—¿No me reconoces, Charlie? —preguntó Vera, afable como una tía jovial.
—Lo siento… —Dudó, mirándola con los ojos entornados por encima de las gafas.
Vaya por Dios. Será que he envejecido tanto como él.
—Vamos, Charlie. He engordado un poco, pero no he cambiado tanto. ¿O es que no me reconoces sin uniforme? Pasamos mucho tiempo juntos, tú y yo, en aquel mausoleo de casa, cuando murió tu padre. Tomando tazas de té mientras esperábamos a que los jefes se organizaran de una vez.
La miró a los ojos. Ella le ofreció la mano y estrechó la de él, inerte.
—Vera Stanhope —declaró, sonriendo—. Ahora inspectora. Entonces solo era agente. —Retrocedió, apartándose de ella como si fuera un perro que había que tratar con precaución—. Me acuerdo.
—¿No vas a invitarme a entrar? ¿Ni a una taza de té por los viejos tiempos?
—Iba a salir —repuso Charles, inseguro.
—Seguro que tienes unos minutos para hablar conmigo. Y me gustaría conocer a tu esposa.
Pasó por su lado y entró en la casa.
—¿Señora Noble? —gritó al aire—. Tiene visita. Ponga el agua a hervir.
Tomaron café de filtro en la habitación donde habían recibido a Edie y a Rachael en su visita anterior. Lo preparó Louise. Llevaba un vestido de hilo sin mangas azul marino, muy elegante, y dijo entrecortadamente que los dejaría solos. Había quedado con unas amigas para almorzar y tenía que arreglarse.
—A mí me parece que ya está muy arreglada —observó Vera—. No la retendré ahora, pero le agradeceré que me conceda unos minutos de su precioso tiempo antes de irse. —Le dedicó una sonrisa afectuosa.
Louise miró a su marido.
—Sí —contestó—. Por supuesto. —Salió de la sala y cerró la puerta.
—¿De qué se trata? —preguntó Charles.
—Bueno, no he venido a charlar, aunque siempre sea agradable ponerse al día con un viejo conocido. Se trata de Bella.
—No sabía nada de su suicidio hasta que aquellas dos mujeres vinieron a contármelo.
—Eso me dijeron. Es raro, ¿no? Tantos años viviendo en el valle y que no os vierais nunca. —Vera calló—. Mató al viejo por ti, ¿verdad Charlie?
Él la miró horrorizado.
—Ya lo pensé entonces, pero solo era una agente y encima una mujer. ¿Quién iba a escucharme? Cuando fui al matadero para comunicarte que tu padre había muerto, me estabas esperando. Pero lo hiciste muy bien. ¿No te has planteado entrar en la asociación de teatro de aficionados de Kimmerston? Siempre les faltan actores buenos para el papel protagonista. Entonces no estabas realmente sorprendido.
Él empezó a balbucear una respuesta, pero Vera no le dejó hablar.
—¿Te pegaba cuando eras pequeño?
Hubo un silencio. Un nervio en la mejilla de Charlie tembló de rabia.
—No solo cuando era pequeño. Hasta que se puso enfermo.
—Así que Bella se sentía culpable por haberte dejado solo con él, de haber ido a la universidad, de ser maestra, de disfrutar de la vida. Y estoy segura de que la hiciste sentir culpable. ¿Por qué no te fuiste tú también?
—No podía. No me lo permitía. No tenía ningún título. ¿Qué habría hecho?
—No tenías agallas —repuso Vera sin darle más importancia—. No fue solo el viejo el que quería que Bella volviera, ¿verdad? Tú también.
—No sabes cómo fue.
—¿Que no? —Habló bajo y despacio—. Mira, Charlie, no tienes ni idea de nada de lo que soy o lo que sé.
—Fue hablar por hablar, fantasear. No le estaba pidiendo de verdad que lo matara.
—¿Ah, no? Pero lo planificaste. Y todos los días la presionabas un poco. Así que ella tenía al viejo encima todo el día y a ti toda la noche. No es de extrañar que estallara. —Se sirvió más café—. ¿Cómo sabías que sería aquel día?
Él se levantó y miró por la ventana dando la espalda a Vera. Fingiendo que no estaba, que no la oía.
—Tenías tanto que ganar —siguió Vera—. Habríamos pensado que el culpable eras tú si no hubieras tenido coartada. Por eso era tan buen día para que aquello pasara. Estabas trabajando con todos aquellos testigos. No solo tus colegas, también el inspector del Ministerio de Agricultura. Y no saliste del despacho. Solo cinco minutos para ir al baño. ¿Aprovechaste para hacerle una llamada? ¿Para decirle que no podías soportar más las intimidaciones del viejo? Y Dios sabe por qué, pero ella te quería. Como he dicho, estalló.
Él siguió mirando a lo lejos, parecía que no la había oído.
—Pero no he venido a hablar de eso —aclaró Vera como si nada—. Es agua pasada. Entonces no me hicieron ningún caso. Es posible que ahora me lo hicieran, pero ¿de qué serviría sacarlo a colación? No es un delito llamar por teléfono.
Charles se volvió a mirarla.
—No —respondió—. No lo es.
—Venga, ¿por qué no traes a tu encantadora esposa y lo dejamos pasar?
Lo observó detenidamente mientras salía de la habitación, para que le quedara clara la amenaza implícita en su último comentario.
Cuando Louise entró en la habitación, Vera se levantó como si no se hubieran conocido antes, como si la persona que les había traído el café fuera otra persona diferente.
—Vamos, Charlie —sugirió con jovialidad—. Haz las presentaciones. —Al ver que no hablaba, siguió—: Me llamo Stanhope. Inspectora Vera Stanhope. Me gustaría que habláramos de Bella Furness.
—No llegué a conocerla.
—Aun así habló con ella por teléfono. Eso me dijo Edie Lambert.
Vera pensó que los Noble eran tal para cual. Ninguno de los dos era capaz de afrontar el mundo real.
—Solo una vez.
—¿Por qué no me lo cuenta?
—Fue una semana antes de que muriera. No pudo tener nada que ver con su suicidio.
Vera miró a Louise con calma. De nuevo le recordó a una niña. Una niña que, al ser acusada de haber hecho una travesura, la niega con ansias y se inventa una historia; la niega con mentiras. Sin embargo, de momento, no se la había acusado de nada. Tuvo una idea.
—Me extraña que solo llamara una vez. Dijo que volvería a llamar. Lo normal era que quisiera hablar con su hermano, su único pariente, antes de morir. —Miró a Charles—. ¿Estás seguro de que no habló contigo?
—Por supuesto.
Y no te atreverías a mentir, pensó Vera. Con lo que tengo contra ti.
—¿Señora Noble?
La mujer giró la taza de café sobre el plato.
—Puedo entender que no quisiera hablar con las Lambert —siguió Vera—. ¿Por qué habría de hacerlo? Dos mujeres metomentodo que aparecen en plena noche, preguntando sobre lo que no les concierne. Pero esto es diferente. Esta es una cuestión policial. Además, podemos comprobar los registros telefónicos de las fechas en cuestión.
Louise levantó la cabeza.
—Sí que llamó. Más tarde, esa misma semana.
—No me lo dijiste. —Charles estaba estupefacto, dolido.
Pobrecito mío, pensó Vera maliciosamente. Todo esto ha sido demasiado para él.
—¿Qué quería? —preguntó.
—Hablar con Charles. Pero estuvo fuera todo el fin de semana. Algunos de nuestros jinetes más jóvenes participaban en un espectáculo en Richmond y él los había acompañado. Se lo expliqué. Entonces dijo que hablaría conmigo. No podía esperar. —Louise dudó—. Dijo que necesitaba su dinero.
—¿De qué dinero se trataba? —La voz de Vera era neutral.
—Cuando Charlie vendió la casa de su padre, puso su parte en una cuenta para ella.
—A su nombre —matizó Vera—. Es verdad. Edie Lambert también me lo dijo.
—No —repuso Charles—. A su nombre no. Era una cuenta separada, pero la firma la tenía yo. Aunque estuviera destinada a ella.
—Ah.
—No sabíamos nada de ella. Hacía años que había salido de la cárcel, pero no se había molestado en llamar. No sabíamos dónde estaba. El dinero estaba inactivo.
—¿Y os lo gastasteis?
—Lo invertimos en la empresa. Necesitábamos expandirnos. Las casas de vacaciones, un complejo de ocio. Tenemos que pensar en nuestra hija. Lo consideré una inversión para Bella.
Era difícil ver a los Noble como unos magnates despiadados. Eran demasiado patéticos. ¿Qué los había impulsado, entonces? Vera pensó que eran como niños mimados con una bolsa de caramelos. Querían el dinero. No querían compartirlo y se lo habían quedado. No había más.
—¿Qué le dijo a Bella? —preguntó a Louise.
—Que no había dinero. ¿Qué quería que le dijera? No podía hacerlo aparecer por arte de magia. —Louise estaba a la defensiva otra vez, malhumorada—. ¿Para qué lo necesitaba? ¿Quién ha oído hablar de un granjero pobre?
Bella era pobre, se dijo Vera. Tan pobre que estaba desesperada. No fue capaz de decirle a Dougie que tendrían que abandonar la granja. Y al día siguiente se suicidó.
Mantuvo su sonrisa.
—Claro —aseguró—. Todos hemos oído historias de granjeros. Se quejan de los subsidios de la Unión Europea, pero todos conducen coches nuevos. ¿Llegó a conocer a Bella?
—¡No! —Louise se horrorizó solo de pensarlo.
—¿No estaba intrigada? Pensé que podía haberle propuesto que quedaran. No aquí, ni en la granja. En un lugar neutral. Quizá para tomar un café en Kimmerston.
—Cielos, no. —Louise hizo una mueca—. Todo el asunto me parece horripilante. No quería volver a saber de ella.
—Ya no hay peligro —puntualizó Vera.