Era como si fuera el final de curso. Empezaron a hacer las maletas. La casita de Baikie’s estaba invadida de cajas de cartón medio llenas de libros y papeles. Bolsas de basura negras llenas de mantas que Rachael se iba a llevar a Kimmerston para lavar. Al principio, Edie dijo que ayudaría a limpiar y se paseó inútilmente con un plumero. Después, con una mirada de complicidad, anunció que tenía que escribir algo y se fue arriba. Al menos, pensó Rachael, mi padre habrá servido para algo, aunque solo sea para proporcionarle una excusa.
Vera Stanhope parecía molesta con los preparativos de la marcha. Había pasado la noche en su casa y se presentó a media mañana. Deambuló por Baikie’s, murmurando y fisgando en las bolsas y las cajas; después se llevó a Rachael a Black Law para preguntarle sobre Neville. Incluso estuvo dispuesta a proporcionar cierta información a Rachael para convencerla de que hablara.
—He seguido la idea de Edie de que Edmund Fulwell y Bella podían haber coincidido en el hospital.
—¿Y bien?
—Lo hicieron, pero por poco tiempo. Coincidieron a principios de los ochenta, justo antes de que soltaran a Bella. Estaban en la misma unidad. Estoy intentando localizar a algún miembro del personal que los recuerde a los dos. Quizá solo sea una casualidad. Fue hace muchos años.
—Después podrían haber mantenido el contacto.
—Supongo que es posible. —Vera estaba de un humor de perros. Había preparado café para Rachael, pero de mala gana, como si la castigara por negarse a permanecer en Baikie’s indefinidamente. Le dejó claro que no merecía la pena tener en consideración sus sugerencias.
—Bueno, creemos que Edmund presionó a Grace para que se opusiera a la propuesta de la cantera. Por eso exageró el recuento de nutrias. Quizá todavía tenía influencia sobre Bella y la utilizó para convencerla de que se negara a permitir el acceso por las tierras de Black Law. —Rachael calló para pensar—. Aunque esto lo habría hecho de todos modos.
—¿Ah, sí? —preguntó Vera—. ¿Cómo lo sabes?
—Bueno, seguro que no quería que le pasara una carretera por delante de la ventana de la cocina.
—Puede que no tuviera más remedio.
—No sé a qué te refieres.
—He pedido que se revisen los libros de cuentas —informó Vera—. Y he hablado con el contable de Bella. Black Law está con el agua al cuello.
—Como todas las granjas de las colinas en el norte de Inglaterra.
—No. Problemas gordos. Le quedaban apenas unos meses para que el banco la embargara y los declararan insolventes, a ella y a Dougie. Había vendido todo lo que había podido. El último dibujo de Constance Baker se vendió el año pasado. Su única esperanza para continuar aquí era cerrar un trato con la empresa de la cantera. Y pronto. No se podía permitir esperar a que el proceso de planificación terminara. ¿No te lo mencionó Neville anoche en vuestra velada íntima?
—Es imposible que lo supiera.
—Por supuesto que lo sabía. Se ha encargado de todo desde que Bella murió, ¿o no? No pensarás que no ha echado un vistazo a las cuentas. Es un hombre de negocios.
Como Peter Kemp, pensó Rachael. Era lo que había dicho él la última vez que se habían visto: «Esto es lo que hago. Negocios. No conservacionismo». ¿Era por eso por lo que Peter había ido a Black Law la tarde en que Bella se suicidó? ¿Para hacerle el trabajo sucio a Godfrey Waugh? ¿Para ofrecerle el trato final que permitiría que ella y Dougie se quedaran en la granja? No pudo afrontar la vergüenza de haber cedido y se suicidó.
—Pero tenía dinero a su alcance —repuso Rachael de repente—. Cuando Charles Noble vendió la casa de su padre, después del asesinato, lo puso en una cuenta a plazo fijo para Bella. Ella lo sabía. Después de tantos años debe de haber acumulado una fortuna.
—¿Estás segura de que lo sabía?
—Del todo. Él le escribió cuando la mandaron al hospital de seguridad. Intentó convencerla para que le permitiera visitarla.
—Esto te lo dijo Charlie, ¿no?
—Sí.
—¿Y tú te lo creíste?
—No tenía ningún motivo para no creérmelo.
—Encantador. —Vera se levantó, enjuagó la taza bajo el grifo, la dejó violentamente sobre el fregadero y volvió a la mesa. Se inclinó hacia Rachael.
—¿Cómo fue la noche con tu admirador?
—Muy bien. Gracias.
—¿Le preguntaste por Edmund Fulwell?
—No le ha vuelto a ver desde que era niño. Los Fulwell nunca lo mencionaron delante de él.
—Mierda —dijo Vera pensativa—. ¿De qué más hablasteis después del postre?
—De sus planes para el futuro. —Rachael hizo una pausa—. Habló de la posibilidad de dimitir de Slateburn Quarries y venir aquí a encargarse de la granja. ¿Por qué lo haría si supiera que el banco está a punto de embargarla?
—¿Quizá porque ha hecho su propio trato con Godfrey Waugh? —contestó Vera. Se rio de una forma desagradable—. O quizá porque está haciendo su propia campaña. —Rachael la miró sin entender nada y ella añadió—: Es evidente, intenta impresionarte.
Después del almuerzo, para evitar a Vera y a su madre, Rachael fue con Anne a recoger los bastidores de las parcelas de estudio. No fue una gran evasión.
—¿Cómo te fue anoche?
Debería haber imaginado que Anne no lo dejaría correr.
—Bien. Fuimos a ver a Charles Noble. Bella intentó ponerse en contacto con él la semana antes de morir. La estúpida de su mujer no le dio el mensaje.
—Eso no. Eso ya lo sabía. ¿Cómo te fue con Neville?
El sol todavía brillaba. Tras una primavera en las colinas, Rachael estaba en forma. Se movía con agilidad, sentía que podía caminar kilómetros al mismo ritmo sin cansarse. Adoraba la cadencia del movimiento y no quería interrumpirla. Llegaron a un bosquecillo de aulaga en flor con un aroma dulce a coco asado. Tras la insinuación de Neville de la noche anterior, Rachael tenía dudas persistentes sobre la relación de Anne con Godfrey Waugh, pero no pensaba sacar el tema. Podía ser que pensara en Neville, pero no quería que Anne le preguntara por él. No quería palabras de ninguna clase. Lo único que quería era caminar contra la brisa con el olor a aulaga, a turba mojada y a brezo aplastado, el canto de la alondra, el zarapito y las ovejas a lo lejos.
—¿Qué? —preguntó Anne.
—Bien —respondió ella.
—¿No te da escalofríos? —siguió Anne—. De entrada no tiene ningún amigo. Que yo sepa, claro. Tú misma dijiste que no había compañeros suyos en el funeral de Bella.
—¿Y qué? Tampoco yo tengo muchos «compañeros». —Alargó la zancada, intentando separarse, pero Anne se mantuvo a su lado.
—Creo que disfruta del poder, manipulando situaciones entre bastidores. El problema que tienes, Rachael, es que no te gusta afrontar las cosas. No me sorprendería que siguiera trabajando para Livvy Fulwell. Los Fulwell son los que salen más beneficiados con la cantera. Y está claro que Neville tira de los hilos de Godfrey.
—¿Y tú cómo lo sabes?
Era imposible ignorar la conversación. Rachael se detuvo de repente. Llevaba pantalones cortos y se agachó para masajearse los músculos de las pantorrillas.
—¿Qué quieres decir? —Anne también se detuvo.
—¿Cómo sabes lo que pasa entre Neville y Godfrey Waugh? Cualquiera diría que tienes algún tipo de información privilegiada.
Esto la hizo callar por fin. Siguió caminando sin contestar, pero para Rachael el paseo ya estaba estropeado.
El último bastidor que faltaba por recoger estaba en los restos de cal cercanos a la construcción de la mina. Desde la colina contemplaron el lugar. Con el bloque grisáceo de la mina, el musgo oscuro de coníferas, la línea pálida y serpenteante del arroyo, era como mirar un mapa desde arriba. Podían ver el codo del arroyo donde habían encontrado el cadáver de Grace. Todos los materiales utilizados por la Policía —cinta azul y blanca, plásticos— se habían retirado, pero habían estado allí el tiempo suficiente como para que Rachael detectara el lugar con precisión. Ninguna de las dos lo mencionó, ni siquiera cuando se vieron obligadas a caminar una al lado de la otra.
No podían ver el bastidor desde la colina porque estaba a la sombra de la casa de motores, al lado de la chimenea del molino.
—Alguien lo ha movido —advirtió Anne al acercarse. Parecía que hubieran pateado el bastidor o que hubieran tropezado con él—. Suerte que hemos acabado el estudio. Esto podría habernos complicado la vida.
—Puede que fuera la Policía.
—No. Hace días que no vienen por aquí. Además, subí con Vera el día que comenzó la investigación y le enseñé lo que habíamos hecho. Los instruyó para que fueran con cuidado.
—Un excursionista, entonces.
—Puede que sí. Algún morboso con ganas de ver dónde había ocurrido el asesinato. O uno de los opositores de Langholme que quería ver la mina más de cerca antes de que se convirtiera en el centro de operaciones de Godfrey Waugh.
—O un fantasma.
—Creía que eras científica. Nunca habría dicho que creyeras en lo sobrenatural.
—No creo.
—¿A qué vienen los fantasmas, entonces?
—A nada. Una broma.
—Tiene que haber algo más.
—A veces, cuando caminaba siguiendo el arroyo, tenía la sensación de que alguien me observaba. O me seguía. Y una vez vi a una mujer en lo alto de la peña.
—¿Quién era? —preguntó Anne.
Rachael la miró pensando que le tomaba el pelo, pero hablaba en serio.
—No lo sé. No sabría decirlo.
—Debes de tener una imaginación desbordante, chica. Vivir con Grace ya era suficiente para tener escalofríos.
Anne cruzó el canal hacia el recinto cuadrado de piedra que antes contenía el motor que hacía funcionar la mina. Se volvió a mirar a Rachael. Fragmentos de luz reflejada en el agua le rebotaron en la cara.
—¿Podría haber sido Grace? —preguntó—. Nunca supimos exactamente donde estaba.
—Es posible. —Aunque Rachael sabía que no era a Grace a quien había visto aquel día en la peña.
El recinto estaba casi intacto. El techo era de uralita. En la boca del rectángulo mal recortado donde antes encajaba la puerta, habían dejado unas flores de invernadero: margaritas blancas y crisantemos blancos enormes. Estaban en perfecto estado. A pesar del calor, no habían empezado a marchitarse.
—Pues tuvo que ser un excursionista —afirmó Anne— que quería rendir tributo al lugar de la muerte de Grace. O un lugar cercano. Es conmovedor. Quizá deberíamos haberlo pensado.
—Ya había visto flores aquí. El día que vi a la mujer en la peña.
—¿Otra vez tu fantasma?
—No. —Rachael estaba irritada—. Por supuesto que no.
—Pues esta vez no fue un fantasma. —Anne había entrado en el edificio. El suelo era de tierra cubierta con losas de piedra sueltas—. A menos que los fantasmas coman galletas de chocolate.
Anne salió por la puerta sosteniendo un envoltorio de galletas.
—A lo mejor era por esto que Grace nunca tenía hambre. Se hinchaba a chocolate.
—Grace no lo habría tirado. La Policía lo registró y se llevó todo lo que encontró. Tiene que ser más reciente.
Anne se había adentrado más en el recinto. Estaba hurgando en un rincón con uno de sus bastones de marcar.
—Creo que alguien ha acampado aquí. Esto parecen cenizas. Restos de una hoguera.
—¿No habríamos visto la luz?
—Desde Baikie’s no. Si estaba dentro, no.
—Así que alguien nos ha estado vigilando. —Rachael retrocedió, apartándose del edificio, y se quedó bajo el sol desde donde tenía una buena visión del entorno. El cuervo, pensó. El conductor del coche blanco. Ha estado aquí todo el tiempo observando cada uno de nuestros movimientos. Sabe cuándo está la Policía en Black Law. Puede ver los coches bajando por la pista. Nos puede ver sentadas en el jardín o saliendo hacia la colina.
—Vamos —sugirió a Anne—. Tenemos que irnos.
Pero Anne no era consciente del peligro. Se quedó en la entrada, mirando al interior.
—A menos que sea aquí donde se ha escondido Edmund Fulwell. Me lo puedo imaginar aquí todo el tiempo, mientras Vera Stanhope lo busca por todo el país. Pero tú viste a una mujer, ¿no? A lo mejor uno de sus vicios también es travestirse.
—Lo de la mujer fue hace semanas. —Rachael quería volver corriendo a Baikie’s y no comprendía la calma de Anne.
—Pero Edmund es un borracho y no hay ni latas ni botellas. Y si era él, ¿dónde está ahora?