Cuando se dio la vuelta y se acercó a la casa, Rachael vio a Edie en la cocina del sótano perfilada a la luz de la pantalla de papel, hablando por teléfono. Pero cuando abrió la puerta de la calle, ya había terminado la conversación. Apareció en la escalera de la cocina, muy animada.
Ya estamos, pensó Rachael. La Inquisición. Otros padres sentían curiosidad por los novios de las hijas, y sus preguntas solían limitarse a su posición económica, la decoración de la futura casa, el estado civil. Las preguntas de Edie solían ser más detalladas y más difíciles. Quería saber cómo eran realmente los amigos de Rachael. Indagaba en la relación que tenían con sus padres y, en alguna ocasión, sin siquiera conocer al chico en cuestión, había dudado de su estabilidad, de su capacidad de empatizar e incluso había apuntado la posibilidad de que fuera un homosexual en potencia.
Aquel día, sin embargo, no hubo preguntas. Edie apenas se interesó por la cita de Rachael en casa de Neville. Otro asunto había captado su atención.
—¿Estás lista para salir? —preguntó—. No creo que necesitemos abrigos. No hace frío, ¿verdad?
—Pensaba que me prepararías un café.
—No, no. —Edie fue firme—. No hay tiempo para eso. Ya es tardísimo para ir de visita.
—Por Dios, Edie. ¿Adónde vas? No te hago falta.
Tenía que ser una de sus amigas con la que hablaba por teléfono, seguramente borracha, sin duda llorosa, pidiendo ayuda o alguien con quien beber, y aquellas conversaciones siempre se alargaban hasta la madrugada.
—No hace falta que vengas, pero creo que te interesará.
—¿Por qué? ¿Quién es? —Rachael estaba distraída, pensaba en Neville Furness. Se decía a sí misma que era ridículo imaginarse instalada en la cocina de la granja de Black Law tras un beso fugaz y una velada con una conversación torpe y dificultosa. Después de Peter Kemp debería estar escarmentada. Su criterio era lamentable.
—Charles Noble —respondió Edie, triunfal.
—¿Quién? —Así de golpe el nombre no le dijo nada. Intentó rescatar recuerdos de hombres con los que Edie había enseñado en el instituto, visitantes que durante un tiempo habían sido padres en potencia para Rachael.
—Charles Noble. El hermano de Bella. Acaba de llamar. Al parecer, me ha llamado varias veces, pero no había nadie en casa y dice que no le gusta dejar mensajes en el contestador. —Rachael no reaccionó con suficiente interés y Edie gritó malhumorada—: Bueno, ¿vienes o no?
Charles Noble las esperaba en la carretera. Ya había abierto la verja de seguridad que impedía la entrada al patio del establo. Las cuadras estaban iluminadas con luces de seguridad y la sombra de la alambrada se proyectaba sobre él como los barrotes de una jaula. Iba vestido con un chándal gris y a Rachael le recordó al corredor que había visto esperando en la calle frente a la casa de su madre.
Cruzaron los establos en coche hasta la casa, bajaron y esperaron una vez más a que Noble cerrara la verja de seguridad y se reuniera con ellas. Rachael tuvo la enervante sensación de que la encerraban en un recinto penitenciario y experimentó un momento de pánico. Esperaba que Edie hubiera tenido el buen juicio de decir a Vera Stanhope o a Joe Ashworth dónde pensaban ir. Si no, nadie sabría dónde estaban. De las cuadras venía el ruido de la respiración de los caballos y el roce de la paja aplastada, el olor dulzón a estiércol y piel.
—No sé por qué esto no podía esperar a mañana —manifestó Noble, antes incluso de llegar a su lado. Rachael vio que ya se arrepentía de haber llamado a Edie—. Louise y yo nos acostamos pronto. Estamos muy ocupados.
—Nosotras también, señor Noble.
Edie fue directa, enérgica. Vaya por Dios, pensó Rachael, podría interpretar a una detective en una serie de policías. Siempre había sido una de sus debilidades.
—Pues pasen. —Él, al menos, parecía impresionado por el aire de autoridad de Edie y abrió la puerta de la casa, que daba a un gran recibidor y después a un salón amueblado con un gusto anodino, estilo Marks & Spencer, en colores tierra y crema. Las largas cortinas estaban corridas y las lámparas seguían encendidas, pero en la habitación no había nadie.
—Louise debe de haberse acostado —comentó con pesar—. Mañana tiene un día intenso. Organiza un almuerzo de beneficencia. Es muy activa en la Cruz Roja.
—Tenemos que hablar con ella —declaró Edie—. Fue ella la que habló con Bella. —Después, añadió maliciosamente—: Tendríamos que volver mañana y no queremos interrumpir nada si tiene invitados. Podría ser molesto.
—Eso sí que no.
—Pues sí. La inspectora Stanhope está muy interesada en el suicidio de Bella. ¿Se acuerda de la inspectora Stanhope? Estaba en el equipo de investigación de la muerte de su padre.
—Esperen aquí. Iré a buscarla.
Louise Noble llevaba un pijama de seda y una bata, pero aún no se había desmaquillado. Era una mujer atractiva, con los pómulos altos, y llevaba recogido el pelo de color cobre largo y rizado. Rachael se esperaba a alguien rancio y soso como Charles, pero Louise tenía cuarenta y pocos años y parecía llena de vitalidad. Al entrar en el salón, encendió un cigarrillo.
—Estaba a punto de acostarme —señaló, sin hostilidad, como explicación a la bata.
Durante la conversación Rachael tuvo la impresión de que era una niña que jugaba a papás y a mamás. Almuerzos, cenas, cosas que había que soportar porque era lo que tocaba cuando te hacías mayor. Costaba imaginarla con una hija propia, o como la mente que tomaba las decisiones tras los planes de expansión de Charles.
—Perdone esta intromisión. —Edie se sentó sin esperar a que la invitaran—. Procuraremos no alargarnos.
—La verdad es que no sé en qué puedo ayudarles… —Louise dio una calada al cigarrillo y lo dejó en un cenicero de cristal—. Se lo he explicado a Charlie…
—Y yo lo he entendido. —Charles acarició la mano de su esposa.
—No es que quisiera esconderle nada. Su hermana tampoco dijo nada importante. Es solo que los tres estamos tan bien, somos una familia. Y pensé, bueno, con lo que le había hecho a su padre, era mejor olvidarlo todo. Si volvía a entrar en su vida, solo le haría daño.
Se secó los ojos con un pañuelo de papel. El rímel no se corrió. Charles le dio la mano. Se veía que estaba colado por ella.
Louise lo miró.
—Lo siento —dijo—. No sabía si podría aguantarlo si la traías a casa. ¿Qué le diría? Y luego cuando me dijiste que se había suicidado, no sabía cómo decirte que había llamado… —Miró a Edie, con los ojos muy abiertos, buscando comprensión desesperada—. No sé qué habría cambiado. Aunque Charles la hubiera telefoneado. Aunque hubiera ido a verla. Porque ya había decidido suicidarse, ¿no? Charles dijo que no era la clase de persona que hace las cosas por impulso. Así que lo habría hecho de todos modos. No fue culpa mía.
Charles, acariciándole la mano, murmuró de nuevo que por supuesto que no era culpa suya.
—¿Cuándo llamó exactamente? —Edie fue firme pero no antipática. Era el tono que utilizaba con los alumnos mimados que necesitaban aceptar la realidad del sistema de exámenes.
—He intentado recordar, Charlie lo sabe. Tú estabas trabajando. Yo estaba sola aquí.
—¿Dónde estaba su hija?
—Aquí no. Seguro que no. Porque cuando está siempre le dejo contestar el teléfono. A esa edad sus amigos llaman a todas horas y no paran de hablar, aunque se hayan visto apenas una hora antes. Y entonces, después de hablar con Bella pensé: Suerte que Lucy no estaba porque entonces seguro que habría contestado ella y tendríamos que habérselo explicado. No sabe nada, de Bella ni del padre de Charlie.
—¿Recuerda dónde estaba Lucy? Eso nos ayudaría a acotar la fecha.
Louise pensó un momento, con el ceño fruncido, y al final su cara se iluminó en una pantomima de revelación.
—Estaba en la excursión de la escuela a Newcastle para ver Macbeth en el Theatre Royal. Yo acababa de llegar. Había descargado el coche y el padre de otra niña tenía que traerla a casa. La escuela había contratado un autobús, pero resultó que ya estaba apalabrado y en el último momento tuvimos que acompañarlos los padres. Me acuerdo porque me agobié mucho.
Les sonrió a todos, encantada de tener tan buena memoria. Casi parecía que esperara aplausos, pensó Rachael con amargura. ¿De verdad era tan infantil?
—Bien. —Edie asintió en un gesto de aprobación—. ¿Qué día fue?
—Oh, ni idea. Fue hace meses.
—¿Podría haberlo anotado? La obra de teatro de Lucy, quiero decir.
—¿Vas a buscar el calendario a la cocina, querido? —Louise todavía parecía inflamada por su éxito—. ¡Tiene que estar allí!
Charles volvió con un gran calendario. Todas las páginas estaban decoradas con una fotografía de un caballo y en cada día había un espacio para notas. Pasó las páginas.
—El 11 de marzo —afirmó—. Lucy lo apuntó.
—¡Ahí lo tienen! —gritó Louise—. Si tanto quería hablar con Charles tuvo una semana para volver a llamar. Fue el 19, ¿no?, cuando se suicidó. Pero no llamó.
—No —repuso Charles—. No llamó.
—Bien —interrumpió Edie con calma—. Bien, necesitamos que recuerde todo lo que le dijo Bella, las palabras exactas.
Louise frunció el ceño otra vez. Parecía incapaz de pensar sin arrugar la cara.
—Dijo: «Me gustaría hablar con Charlie Noble». Así sin más. Bastante brusca. Me sorprendió porque no hay muchas personas que lo llamen Charlie. Pensé que sería alguien que quería reservar una excursión. Aunque la oficina del establo tenga una línea independiente, siempre hay personas que llaman a casa. Pero dijo que no tenía nada que ver con los caballos. Que era personal.
Louise calló un momento.
—Esas fueron las palabras que usó: «Es personal». Así que le dije que Charlie no estaba y le pregunté si quería dejar un recado. Y entonces Bella preguntó: «¿Quién es usted?». No fue exactamente grosera, más bien parecía que no estuviera acostumbrada a las fórmulas de cortesía, como si no le importara lo que los demás pensaran de ella.
—Y usted se lo dijo —instó Edie.
—Sí, bueno, no podía no decírselo sin ser grosera yo misma.
El horror de que la consideraran grosera la apabulló de nuevo porque los miró a todos angustiada.
—¿Charlie no les ha ofrecido nada de beber? —preguntó—. Por el amor de Dios, cariño…
—¿Y entonces qué dijo? —interrumpió Edie.
—Me preguntó si podía darle un mensaje a Charles. «Dígale que ha llamado Bella y pídale que se ponga en contacto conmigo.» O algo así.
—¿Dijo cómo podía Charles ponerse en contacto con ella? ¿Dejó una dirección o un teléfono?
—No lo creo. —Louise no parecía segura—. Si lo dejó, debí de apuntarlo. Es lo que se hace. La verdad es que me quedé de piedra. Charles me había hablado de Bella, pero nunca la había conocido. Por Dios, hablar con una asesina. Es normal que te ponga los pelos de punta, ¿no? Así que es posible que se me haya olvidado algo.
—¿Y qué más dijo?
—Me dijo que le dijera a Charles que no se preocupara. «Está a salvo.» Me acuerdo de esto porque me pareció muy raro. Sabía que estaba a salvo, con Lucy y conmigo. Yo lo cuido. Pero lo repitió dos veces, como si yo fuera idiota. Francamente, su actitud me irritó. Supongo que por eso no le dije a Charles que había llamado. ¿Qué necesidad tengo de aguantar estas cosas?
Los miró a todos.
Por un momento, Charles se quedó estupefacto. Se la quedó mirando con la boca ligeramente abierta. Después le acarició otra vez la mano.
—No —murmuró—. No, claro que no, cielo.